Introducción
La publicidad constituye una práctica
social que incide sustancialmente en la construcción del producto y la marca. Técnica
eficaz para el logro de los objetivos institucionales y comerciales de una empresa,
vende un bien o un servicio, una imagen o una marca.
Sin embargo, esta práctica
ha extinguido hoy la línea de separación entre lo público y lo privado y ficción
y realidad, e influye en la vida cotidiana de las personas, no sólo en sus hábitos
y tendencias de consumo, sino también en su relacionamiento con los demás.
A fines de 1880, en
Norteamérica, el marketing se vinculaba
a la comercialización física de los productos sin marca, en barriles y cajones.
El consumidor vivía en un mundo de productos, no de marcas. Durante los años sesenta
del siglo pasado, en cambio, una explosión de los sistemas de comercialización,
trasformó el mercado en una competencia feroz por las marcas, pues estas representaban
al producto y algo más...
Ehrenberg, estadístico
de la Escuela Comercial de Londres, decía al respecto lo siguiente: lo único importante es lo que hacen concretamente
los consumidores [1] y Weilbacher, catedrático en las Universidades de
Columbia y Nueva York, concluía en 1999: […] los consumidores tienden a seguir las mismas pautas de conducta adquisitiva,
no importa dónde vivan, no importa qué idioma hablen y no importa por qué cultura
estén rodeados. [2]
El consumidor no constituye,
pues, una entidad abstracta. Por tanto, es influenciable. Y las personas que venimos
a sostener la trama compleja del sistema de representaciones sociales que impone
la retórica publicitaria, hasta el punto de que podría hablarse sin tapujos de una
tiranía de las marcas y de los productos y servicios, logramos inadvertidamente
que se reduzcan las posibilidades certeras de elegir por calidad, conveniencia de
uso o precio. Aún en los países emergentes o con problemas en su actividad económica,
nadie consume lo que necesita (solamente).
Caro y Vergara se ocupan de este tema, el primero
estudiando la relación semiótica entre marca y publicidad, y publicidad y producto;
el segundo, con sustento en el deseo, el clima de la época y la lógica de los objetos
– de la que hablara Baudrillard –, en sendos artículos, cuya lectura recomiendo.
[3]
La influencia de este
fenómeno, a punto de que parece haberse erigido en una especie de matriz comunicadora,
ha sido estudiada desde distintas visiones: semiolingüísticas, semióticas estructuralistas,
deconstructivistas y cognitivas; retóricas y sociológicas, estadísticas y antropológicas,
semánticas y psicológicas.
Asimismo, Freud, el
padre del psicoanálisis, consideró el malestar de la cultura y fue el primero en
articular convenientemente su lógica a lo concerniente al sujeto. Filósofo de la
sospecha como Nietzsche, advirtió que subyace en la cultura una hostilidad primaria,
atribuida a la pulsión de muerte, que nos condiciona desde el nacimiento. Por fin,
refirió al narcisismo “de las pequeñas diferencias” (muchas personas se interrelacionan
socialmente mientras haya un grupo marginal o de otras en quienes descargar dolor
y frustraciones e irresponsabilizarse subjetivamente). A mi juicio, Freud no desaprovechó
el papel de la ideología, aunque no se concentró en la coyuntura política porque
para él ese malestar nos pertenece como sujetos del inconsciente, por más que se
sirva, para manifestarse, de los significantes políticos de la época.
Lacan, quien en mi opinión
va más allá y nos permite otras lecturas distintas del inconsciente freudiano, considera
que la tensión entre las personas se produce por los vaivenes del placer y del deseo,
y del deseo y la demanda. Como el deseo retoma lo que se eclipsó a nivel de la necesidad,
éste introduce una condición de superación del vacío propio de la demanda automática,
la que sólo genera una reproducción bulímica de la necesidad y retroalimenta ese
vacío, también social y de la inconsistencia, del que hablara Lipovetsky. [4]
El nombre y la publicidad
La palabra que nombra no se sostiene
únicamente en el referente, construye y en esa construcción significativa, interviene
un interpretante social. Así, “botella” no queda rezagada al recipiente que designa,
sino que se inserta en el lenguaje, por el habla, gracias al uso: también, contiene
un líquido que hemos de beber o utilizar. La significación social es un proceso
continuo apoyado en el significante –la palabra, la imagen–, pero siempre dinámico.
[5] (Me
refiero aquí a los signos convencionales, no, a los llamados “naturales”, aunque
esta distinción es relativa, al igual que la tajante entre denotación y connotación
–cuestión cuyo marco de estudio excede el objeto de este artículo–).
La sociedad, tal cual
se la concibe en los estudios sociológicos, jurídico-políticos, de la comunicación,
o antropológicos y psicológico sociales, no es la suma de los sujetos o personas
que la componen. Sin embargo, esta concepción de contrato social, a mi juicio, nos
ha hecho perder de vista la condición humana que subyace en toda agrupación social
y si bien, la publicidad se vale de estadísticas, los sujetos somos energía, espíritu,
cerebro, mente e inconsciente.
Problema no tan irresoluto
el de quién está primero si el huevo o la gallina, pero metáfora al fin de que,
por concentrarnos en las representaciones colectivas, terminamos por abandonar al
ser humano que, si bien continúa entrampado por la estrategia del tejido social,
no deja de reproducirlo a toda velocidad y bajo idénticos paradigmas impuestos.
La publicidad, como
lenguaje de la eficacia –cuyo objetivo declarado es el de colocar un bien, un servicio
o una imagen en la plaza–, necesita con desespero de la imposición de un nombre.
Y ese nombre es la marca. La marca es vulnerable, pues debido al excedente monstruoso
de bienes en la economía, tiene que asegurar la calidad y consistencia del producto.
Asimismo, la venta.
Péninou afirma: Por ello, el estatus de las marcas es siempre
un estatus amenazado y la conciencia de marca más pasiva que activa; al actuar en un clima de inconsciencia […] la publicidad
está obligada a propagar el Nombre. [6] Esa promoción, competitiva al extremo, ha distanciado
al consumidor del objeto promovido y lo instó a identificarse con la marca, mediante
la creación de un mundo edénico y perfecto, como en un relato perteneciente al género
de lo maravilloso. No es casual que las grandes marcas acudan a imágenes bellas
y edénicas y exhiban estilos de vida alejados a la realidad del consumidor.
La
función social del nombre – marca. Del caos de la oferta al orden retórico de la
publicidad
El nombre de la marca ha posibilitado
que el consumidor pudiera ver reordenado el mundo de los objetos o servicios puestos
a la venta o a la prestación. El caos, debido a una sobreoferta, no sólo se vio
superado, dialécticamente hablando, merced a la marca, sino que provocó una trasformación
cultural: los objetos pasaron a ocupar el lugar del valor espiritual.
La publicidad construyó,
así, un universo de orden, aunque a simple vista aquella pareciera un mero lenguaje
de entretenimiento, y logró instalar en el imaginario social un valor distinto al
propio de los bienes. El valor de uso se convirtió en el de cambio, y éste pasó
a re- presentar prácticamente la conciencia misma del sujeto. Ya nadie está fuera
de la publicidad: hasta las iglesias se valen de ella.
La marca comenzó a significar
y les concedió a los objetos una vida de fantasía. Hoy asistimos sin culpa al gran
espectáculo de la prosopopeya – figura retórica que coloca al producto en el lugar
del sujeto enunciador del mensaje publicitario y hasta de nosotros mismos: llevas una cartera Chanel, eres elegante y rica.
Conduces un Mercedes Benz, tienes potencia y éxito. Para las personas de menor
poder adquisitivo hay un abanico de marcas falsificadas a disposición, que incluso
generan delitos, como los de la usurpación de la marca y el contrabando.
Del orden retórico de la marca al caos
del vacío social
En opinión de Alemán, la pretensión de
Baudrillard en sentido que el psicoanálisis se sumaría a la tradición filosófica
del sujeto para excluir convenientemente la cuestión del objeto y lo social, […] ilustra de buen grado cómo algunos escapan
del psicoanálisis para tropezar con él. [7]
Baudrillard reivindicó
el acceso al bienestar a través de la satisfacción de los deseos humanos, dotándolos
de imágenes [8]
y si bien puede ser considerado un estudioso de la publicidad desde el ámbito psicológico,
se encuentra lejos –a mi juicio– de la posición de Lacan respecto de la lógica posmoderna
de los objetos.
Este último considera
que el mercado se sostiene en un plus
o agregado de goce, a menudo al borde
de lo psicótico (no, por tanto, de deseo),
que es la causa del consumo insaciable. [9] Por tanto, una concepción doméstica del deber ser
no le es a él equivalente a la de una apología de la identificación posmoderna progresista,
en el sentido económico y de estado de bienestar
de la palabra.
Esa angustiosa evitación
humana de nuestra finitud e imposibilidad es lo que sostiene nuestra cultura. Sin
embargo, también lo que nos devalúa cuando intentamos ignorar todo el tiempo la
escisión entre lo que acontece y lo que idealmente queremos que acontezca.
Lo preocupante no es
el fenómeno publicitario, sino que la publicidad se haya trasformado en un inevitable
para la vida cotidiana y que lo cotidiano sea aquello que nos cuenta la publicidad.
De esto último tampoco tiene la culpa la publicidad, que erigió su mundo en una
suerte de dignidad religiosa, tal vez para sustituir el desencantamiento generalizado
de la sociedad, que ya denunciara Weber.
Dice Lacan que nada
esconde más que lo que revela y viceversa. [10] Si la publicidad revela, esconde;
si esconde, revela. El uso de un lenguaje, eminentemente persuasivo, con su tópica,
podría esconder un engaño acerca de la calidad del producto o de las condiciones
o efectos de su consumo (supuesto del mito del chocolate blanco, más dietético).
La utilización de una publicidad más concentrada en el producto o el servicio promovido
podría sugerir, por ocultamiento, las bondades de estos.
Si se traslada la paralaje
a fin de intentar comprender el fenómeno publicitario como otra de las tantas prácticas
sociales, quizá la abundancia de oferta y promociones y el ejercicio, a veces sobredimensionado,
de la retórica publicitaria (metáforas, metonimias, hipérboles, aliteraciones, quiasmos,
etcétera), habla de una falencia o imposibilidad humanas, que es lo que hace que
los consumidores tomemos como reales, aquellos objetos y contextos imaginarios,
mediante la función que la publicidad cumple en la construcción del Otro.
Vacío y deseo social
La necesidad, la demanda y el deseo constituyen
una relación primordial con el Otro, en el sentido de significante social. La demanda
puede ser de presencia o de ausencia. La falta provoca las dos primeras y el deseo
no las satisface, es inacabado.
El motor de la dinámica
social y personal, lejos de lo que creemos, no se encuentra en el logro sino en
el no-logro. El narcisista busca la satisfacción inmediata y total de su necesidad
y cuando la encuentra, curiosamente, vuelve al mismo punto muerto de insatisfacción:
la demanda crece hasta el paroxismo.
He ahí el vacío que
nos subyace y que los lenguajes de la eficacia, como la publicidad, conocen bien.
El vacío deja de ser individual y se trasforma, socialmente, en una metafísica de
la presencia. Todo está la vista: objetos, servicios e informaciones (o nada está
a la vista).
La línea divisoria entre
lo público y lo doméstico (ficción y realidad) se ha ido borrando por la influencia
omnisciente de la publicidad, amplificada por la televisión, las performances callejeras, los products placements. Mucho más hoy por los llamados influencers en y de las redes. Las mismas
largas filas de los clientes que esperan ante el cajero de un banco lo promueven
inadvertidamente con su incomodada presencia. El deber ser privado es un deber ser
publicitado, y lo público se alimenta de lo privado, mediante la exhibición de programas
de realities –en sus distintas variantes–,
los preferidos por los anunciantes. Pocos pueden sustraerse hoy a la influencia
de este fenómeno social y de la comunicación que es la publicidad.
Sólo cuando el sujeto
se encuentre en condiciones de destituir a ese otro/Otro de su omnipotencia, es
posible que acaezca su auténtica socialización. Nadie es dueño del proceso de significación
de los objetos culturales. Tampoco está instituido para apropiarse del Otro en nombre
del otro, aunque sea un gran publicista o un creativo reconocido. Eso debería entender
el consumidor como sujeto para escabullirse de los mandatos de la publicidad y de
las redes.
Ética de la publicidad
Lo más fácil es hacer las cosas como
se vienen haciendo y lo irracional, pensar en mejorarlas. Mencius, un filósofo chino
apasionado por la justicia, que suscitó admiración en su época, expresaba que hacer
el bien es algo difícil e irracional.
Destacó, sin embargo, que generaciones enteras continúan espontáneamente haciendo
las cosas lo mejor posible. [11] Y de eso se trata.
Una eficacia justa para
el lenguaje publicitario sería partir de que el signo es el resultado del deseo
y no, del goce. La significación, dinámica e inagotable, tamizada por el justo medio
de la promoción del producto a partir de sus cualidades, elementos y propiedades.
Es decir, hablo de propiciar la vuelta hacia una publicidad referencial –cuestión
esta que estudia Caro–, [12] de modo que el producto permanezca en la naturaleza
del mismo; que el imaginario no se apropie del yo real por influencia de las marcas
y la publicidad y el consumidor tenga más opciones y busque la manera de encontrar
su identidad a partir de sí mismo y no, de lo que le viene impuesto por las modas.
Algo así como suprimir la tiranía de los objetos para poder incluso elegir el mejor
precio…
Una ética de la publicidad
nos vincula necesariamente al detalle. No se trata, a mi juicio, de hurgar canónicamente
en el paradigma moral como si todo estuviera dicho. No es cuestión de atacar la
publicidad, denostándola. Sí, de aprovechar los intersticios de su lenguaje para
comprender por qué se acepta banalizar la cotidianeidad y el sujeto consume la mística
de los objetos, corriendo tras estos como si fueran su salvación en un mundo abandónico.
NOTAS
1. EHRENBERG,
A.S.C. (1978), Understanding Buyer Behavior:
Market Segmentation, Nueva York, J.W.T.C.
2. WEILBACHER, W. M. (1999): El Marketing de la marca, Barcelona, Gránica.
3. CARO, A. (2006), « Marca y publicidad: un matrimonio
por amor», Trípodos – Llenguatge-Pensament-Comunicació,
Barcelona, Facultat de Ciències de la Comunicació Blanquerna, VERGARA L., E. (2006)
«Publicidad: ¿la “zanahoria metafísica” que mueve al burro o el color de nuestro
tiempo ?» Op. cit.
4. LIPOVETSKY, G. (1990): La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo
contemporáneo, Barcelona, Anagrama.
5. PEIRCE,
CH. (1969): Collected Papers, Cambridge, Harvard
University, VIII volúmenes, Volumen IV.
6. PÉNINOU, G. (1976): Semiótica de la Publicidad, Barcelona, Gustavo Gilli S.A.
7. ALEMÁN, J. (1993): Cuestiones Antifilosóficas en Jacques Lacan, Buenos Aires, Atuel.
8. BAUDRILLARD, J. (1988): El sistema de los objetos, México, Siglo XXI.
9. ALEMÁN, J. (1993), op. cit.
10. LACAN, J. (1984): «L’Etourdit », Escansión , Nº 1,
Paris.
11. CHENG, F. (2003): «Lacan y el pensamiento
chino», en Vinciguerra, R. (coord.), Lacan:
el escrito, la imagen, Buenos Aires, Ediciones del Cifrado.
12. CARO, A. (2006), op. cit.
Bibliografía
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Lacan, Buenos Aires, Atuel.
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de Ciències de la Comunicació, Blanquerna.
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Pensament-Comunicació, 18, Barcelona, Facultat de Ciéncies de la Comunicació,
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WEILBACHER, W. M. (1999): El Marketing de la marca, Barcelona, Gránica.
PAULA WINKLER (Argentina, 1951). Doctora en Derecho y Ciencias Sociales, Magíster en Ciencias de la Comunicación y está especializada en estudios semiológicos de la cultura. Miembro de número del Instituto de Derecho Administrativo de la Academia Nacional de Derecho y Cs. Sociales desde 1986. Narradora y ensayista, sus cuentos con premios nacionales y extranjeros, se incluyen en antologías. Ha publicado un libro objeto (libro de artista), varias novelas, cuentos, viñetas y poemas. Se encuentra en prensa su próxima novela histórica. Es colaboradora permanente de Letralia y del diario digital Siglo XXI.
FRANKLIN CASCAES (Brasil, 1908-1983). Folclorista, ceramista, antropólogo, gravurista e escritor. Dedicou sua vida ao estudo da cultura açoriana na Ilha de Santa Catarina e região, incluindo aspectos folclóricos, culturais, suas lendas e superstições. Usou uma linguagem fonética para retratar a fala do povo no cotidiano. Seu trabalho somente passou a ser divulgado em 1974, quando tinha 66 anos. A Universidade Federal de Santa Catarina mantém um arquivo com a obra de Cascaes, aproximadamente 4.000 peças em cerâmica, madeira, cestaria, gesso, gravuras em nanquim e desenhos a lápis, além de um razoável conjunto de escritos que envolvem lendas, contos, crônicas e cartas, todos resultados do trabalho de 30 anos do escritor junto a população ilhoa coletando depoimentos, histórias e estórias místicas em torno das bruxas, herança cultural açoriana. Por sugestão de Elys Regina Zils, Franklin Cascaes é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
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Número 261 | junho de 2025
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