JZ | Usted está formado como psiquiatra.
Es un ámbito muy provocador para cualquier filósofo de la sociedad. Si he
entendido bien, su punto de vista respecto a la psiquiatría no representaba un
estándar dentro de las circunstancias mexicanas; usted abogó por un enfoque
anti-psiquiátrico que rechazaba la represión y la medicación en el tratamiento
de los así llamados enfermos. Es una especie de resistencia a las
interpretaciones dogmáticas de la psiquiatría que controlaba y excluía más que
ayudaba a los pacientes. ¿Conoció los trabajos de Ronald Laing y Michel
Foucault?
JA | No, en realidad fui formado sólo como médico, no como psiquiatra.
Estuve trabajando un año en el Hospital Psiquiátrico Bernardino Álvarez, que es
el nombre de un aventurero español en tiempos de la Colonia cuando venían de
Europa a la Nueva España a buscar fortuna fácil. Este hombre sufrió una
conversión luego de ser apresado por juntarse con una banda de tahúres y
estafadores. Fueron enviados a Filipinas, pero huyeron antes de partir. El
único que se salvó de ser recapturado y de la horca fue Bernardino que, gracias
a una amante viuda, encontró un camino al puerto de Acapulco donde se embarcó hacia
Perú. Allá amasó fortuna y regresó a la Nueva España después de diez años. Su
madre y sus hermanas se habían refugiado en un convento y renunciaban a los
bienes mundanos, estaban casadas con Dios. Bernardino invirtió su dinero en el
hospital de San Hipólito para recoger a los enfermos mentales y atenderlos. Así
fundó el primero hospital para personas con trastornos mentales y creo una
orden de seglares que nunca fueron reconocidos por la Iglesia como religiosos,
sino como hermanos de la caridad. Yo conocía por supuesto la Historia de la locura de Michel
Foucault, y otros textos. Yo estaba consciente de que los enfermos mentales
eran vistos más como desperdicios humanos y no como personas enfermas. Abandoné
la medicina justo cuando estaba asegurado mi ingreso a la especialidad.
JZ |
Abandonó la psiquiatría y se dedicó a la literatura.
Se licenció en Filosofía y se incorporó al activismo cultural que propagaba la
lectura. ¿En qué medida su experiencia psiquiátrica contribuyó a su
entendimiento de la sociedad y la lengua? ¿Existen relaciones?
JA | Como dije, sólo inicié mi formación psiquiátrica. Mis conocimientos
médicos me permitieron reconocer el sentido y el papel del dolor en el arte, la
caducidad no sólo del ser humano, los animales y las cosas, sino de la propia
lengua, de las obras literarias que no resisten el paso del tiempo. Pero sobre
todo a la hora de cursar Letras Iberoamericanas me percaté de la absurda
separación de la cultura, el divorcio entre la intelectualidad científica y
tecnológica de la cultura de las humanidades. Esas dos culturas que refiere
Charles Percy Snow en su famoso ensayo: “Las dos culturas”. Esa relación
esquizoide del pensamiento que nos impide ser un poco más sabios y sensatos.
También me dio acceso al periodismo en el campo de la ciencia y la tecnología,
que me dio un camino de sobrevivencia y una puerta de entrada al trabajo
editorial y al periodismo de la cultura. Esos vínculos me obligan a palpar la
realidad y a entreverarla con mi poesía y mi narrativa, como mis crónicas
literarias.
JZ | Fue
de izquierdas. ¿El izquierdismo es una tradición cultural y política entre los
escritores e intelectuales mexicanos? ¿Qué aportó esta corriente a su
curiosidad intelectual, a sus viajes descubridores a Europa?
JA | La izquierda no sólo en México, sino en toda América Latina fue una
noción de justicia y libertad, luego se convirtió en una lucha electoral donde
lo que menos importa es la comunidad. Ha habido una perversión de la política
en una lucha de poderes mezquinos y sin rumbo. El deterioro moral en mi país es
en parte por la ausencia de una izquierda coherente. No la del realismo
socialista, la del stalinismo, sino una izquierda democrática y moderna que
respete ante todo la libertad y la justicia, que reivindique un humanismo
dialogante. Desde esa perspectiva me sigo considerando de izquierda: lucha por
la dignidad y los derechos humanos, donde exista la voz del otro, el débil, el
menos fuerte, allí está mi conciencia política. Como decía Salvador Allende
cuando visitó México, ser joven no ser revolucionario es una contradicción. Ya
no soy joven, pero creo en la necesidad de los cambios. Nuestro Alfonso Reyes,
a quien Borges calificó de maestro, dijo que el chauvinismo y el provincianismo
se curan viajando. Abomino de los patrioterismos, de los nacionalismos, creo en
una patria universal. América Latina es una parte de Europa y otra de África, y
otra, la mayor, de América. Latinoamérica no es un país, es muchas realidades
distintas, más de lo que se piensa. Hoy se comienzan a reconocer la permanencia
de cientos de lenguas indígenas en resistencia de siglos en cada nación en que
les ha sido negada su pertenencia.
JZ | Después
de sus viajes europeos ¿cuál fue su visión de México y cuál del continente
suramericano, de su identidad cultural y su historia?
JA | Me
siento profundamente latinoamericano por las coincidencias históricas, por la
lengua europea que nos hermana, el español o castellano, por nuestras derrotas
y nuestros sueños de mejores tiempos. México tiene una frontera que lo aleja
más acercarlo a Estados Unidos. Esa línea y esa vecindad le ha impedido al
mismo tiempo estrechar más los lazos con el resto de la América Latina,
incluyendo a Brasil. No es fácil ser vecinos de la potencia militar más
poderosa del mundo y de la aún primera potencia económica del planeta. Por eso
Europa es un referente más amable y nostálgico de las raíces latinas del
subcontinente.
JZ | Tratándose
de escritores, siempre existen mitos personales sobre el descubrimiento de la
literatura. Sin embargo, a menudo somos nosotros mismos los que creamos estos
mitos porque ya tienen fuerte arraigo dentro del sistema educativo, en las
representaciones culturales sobre los fundadores y en las construcciones de la
sensibilidad social. ¿Los poetas los aceptan, los siguen construyendo, pero
también los cambian, polemizan con ellos...?
JA | Sí, particularmente en México, donde se ha ejercido el poder desde los
círculos intelectuales y el Estado ha sido muy inteligente al cooptarlos
otorgándoles privilegios que no tienen otros intelectuales latinoamericanos en
sus respectivos países. Este 2014 se conmemoran los cien años de tres autores
mexicanos ilustres: Octavio Paz, el Premio Nóbel mexicano, José Revueltas, uno
de nuestros mayores narradores y activistas de izquierda, que vemos más en las
perspectiva de un izquierdismo libertario, y Efraín Huerta, un escritor con
mucho humor que mantuvo fiel su stalinismo. Paz ha sido homenajeado por el
gobierno como un héroe y no como un intelectual al que se debe de revisar y
desacralizar. Los otros dos, opositores siempre, son revisitados con afán
crítico.
JZ | Una
imagen general de los héroes modernistas que crearon la base de nuestra cultura
poética es sorprendente o esperadamente idéntica. En ciertas regiones hay
matices con los héroes locales. Pero en todas partes nos encontramos con
Baudelaire, Rimbaud, Rilke, Dylan Thomas, Borges, Octavio Paz, la española
generación del 27, etc. ¿Cuál es su deuda poética con estos escritores del
cánon?
JA | Es una deuda profunda de lector más que de escritor, son mis
referentes obligados. Y aunque los haya leído, siempre estaré en falta de
lecturas más atentas, más críticas. No los veo como héroes, sino como
productores de realidades propias, de discursos estéticos muy personales y
auténticos.
JZ | Ha
escrito sobre Cátulo como la gran figura del exilio, un poeta extraordinario y
poco convencional en el marco del régimen cultural de un gran imperio. Ese gran
poeta irónico y poco convencional de Roma podría ser casi un contemporáneo
nuestro. ¿Qué le motivó para elegirlo como tema?
JA | Mi lectura de la obra de un traductor y erudito mexicano, gran poeta
también, Rubén Bonifaz Nuño: El amor y la
cólera, en la que Catulo es el centro de su estudio y de sus traducciones.
Luego sus traducciones de los Cármenes
y de Poemas a Lesbia. Bonifaz Nuño
nos presenta a un poeta maldito por todos los costados, que vive el amor como
una enfermedad, que se comporta como el peor de los hombres, infestado de
envidia, de ambiciones, de resentimientos y de frustraciones. Ese poeta herido
por el amor incurable e imposible es a la vez un genio dotado de la palabra
veneno, de palabra vital. Luego Thornton Wilder con Los Idus de Marzo fue también una fuente de inspiración. Pero
Catulo se me reveló como un personaje contemporáneo y habitante de la megaurbe
de la Ciudad de México, solo en medio de la multitud, único en medio de la
masa. Catulo es el poeta de esta ciudad a la que llegué para habitar como si
hubiese nacido aquí.
JZ | La
crítica dice que usted evita procedimientos miméticos, que la clave de su
esfuerzo poético es el lenguaje, la imagen, la realidad onírica, pero también
el dolor. La descripción de un procedimiento poético es bastante incierta, a
menudo está reducida debido a la pobreza del lenguaje crítico, a la violencia
clasificadora... ¿Cómo se ve a sí mismo como poeta?
JA | Me considero un poeta en búsqueda, un autor que migra de sí mismo,
que no se acomoda con los aciertos. Soy un poeta contra su propia voluntad.
JZ | Después
de la muerte de Octavio Paz y Carlos Fuentes, ¿cómo es la realidad de la
literatura mexicana?
JA | Más cómoda. Hay una lucha más pareja por dar a conocer las obras de
los escritores, no obstante, persisten las capillas, los círculos de poder. Hay
nuevas generaciones beneficiadas con las fundaciones para escritores, con escuelas
que forman autores, con becas, premios y muchas publicaciones que dan juego a
un mayor volumen de intelectuales que aspiran a ser protagonistas de la
literatura escrita en lengua española.
JZ | Está
comprometido con muchas empresas culturales, institutos, revistas... Y es uno
de los importantes agentes en el funcionamiento de la revista „La Otra“ y en
sus múltiples actividades editoriales y culturales. En este ámbito, ¿qué es por
lo que usted aboga en el contexto de la literatura mexicana contemporánea?
JA | Me interesa, por sobre todas las cosas, la lectura. Fomentar e
impulsar la lectura, particularmente de la poesía. También me interesa abonar
una tradición crítica. Sin crítica no hay futuro para una literatura sana,
inteligente, exigente consigo misma. Sin lectura es imposible concebir el
porvenir y los cambios, los mundos posibles.
***
Conversación realizada por Jovan Zivlak, poeta y director del Festival
Internacional de Poesía de Novi Sad, Serbia. Traducción de Drágana Bajic. Página
ilustrada con obras del artista José Luis Ramírez
(México, 1981).
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