Hoy se encuentra, vestida de azul, frente a todos
ustedes y de costado a mí, y no es que me mire de reojo, como reacción a cierto
disgusto rebelde a la imagen paterna, no, simplemente no encontró lugar más
adecuado, frente al público, o sea, frente a los lectores, los escritores, los
fotógrafos, los pintores. Sí, es necesario decirlo, le gusta que hablen de ella
y mucho más en esta edad, alegre y difícil, de los quince años. Me decía que había
elegido vestirse de azul no como reacción políticamente acomodaticia a los
tiempos políticos, no, en absoluto, sino que porque le recuerda un poco el
cielo y eso la lleva a mirar lo más alto posible y observar algún pájaro que
revolotea, o una pareja de pájaros enamorados, o ese avión que se aleja y la
acerca a aeropuertos lejanos y a idiomas de diferentes sonidos, donde busca -y
encuentra- a hombres y mujeres que le hablen suave , con dulzura a veces y
otras con esa impertinencia que las experiencias de la vida llegan a darle a la
palabra escrita. Además, le agrada que el vestido sea un poco kitsch, algo
diferente a lo que las personas de buenas costumbres -las así llamadas por lo
menos- por ir a la iglesia los domingos y no usar condón, no osarían usar por
hallarlo demasiado rimbombante.
Pero demos un salto hacia atrás, tomemos de la
nariz el tiempo transcurrido y recordemos –oh, la memoria- ese instante en que
nació.
No fue un parto difícil. Fue convenientemente
natural. No es mi intención hablar del instante en que fue concebida, porque
fue un acto bastante colectivo y, si bien no fue una orgía, sí un momento de
suma libertad. Muchos participamos, y casi dudo de mi paternidad.
La primera cobija se la regaló Julio Cortázar.
Era roja, y quizá fue casualidad, pero así lo decidió para que tuviese tan
buenos sueños como los de una Maga, y ningún pulóver, para que se pudiese meter
en su vida sin demasiada angustia, más bien con esa sonrisa que pueden llegar a
brindar los conejitos blancos y pasar de balcón en balcón por algún puente
inestable. En fin, fue su primer padrino. Más tarde tuvo muchos que la cuidaron
y le hicieron regalos, aunque la mayor parte eran escritos, desde poemas hasta
leyendas, para que fuesen conformando en su interior mundos de intensa
creación. Se entretuvieron con ella desde la sonriente Margo Glantz con sus
memorias hasta Roa Bastos, hombre de dura madera, con su adustez casi guaraní y
su lirismo cargado de una importante estética moral, y también la meció ese
español que le dijo que había que coger la vida y estrujarla contra
nuestro corazón: Camilo José Cela. Después, casi al quinto mes, se nos movió muy feo la ciudad y se llevó un gran susto, pero la gente la hamacaba y todos eran amorosos con ella, y entre ellos; había que comprender y restañar toda esa muerte que vivió nuestra ciudad de México. Algún pañal de papel y letras le dio la Poniatowska, con su sonrisa amplia, su espíritu crítico y su ojo avizor; Mónica Mansour le contó algunos cuentos del amigo que escribió sobre los vivos y los muertos de Comala, y le arrancó una sonrisa triste, pero sonrisa al fin. Le llegaron algunas noticias de un gran campeonato de fútbol mientras Borges le hablaba al oído y Samperio le hablaba de Lenin; también se habló de su primera casa, muy llena de libros, con un nombre de independentista hindú, pues se crió entre libros y entre conocidos lectores que beben café a tragos largos mientras las noticias de las dictaduras del Cono Sur llenaban de rabia la espuma cargada de los capuchinos. Y cumplió su primer año con el regalo de Felisberto Hernandez, que le enseñó cómo las mesas hablan y las sillas no sólo sirven para sentarse, sino también para amarlas. En una de ellas jugó un largo rato. Cuando estuvo a punto de cumplir el año y medio, ya creció y se tuvo que comprar ropa nueva. Y le contaron muchos narradores qué había pasado en la ciudad el 2 de octubre en que alguien quiso matar , ahogar la libertad. Le hablaron al oído de ese día triste. Y llegaron los italianos, no sólo con el aroma a salsa y espaguetis; vinieron muchos cuentistas que habían salido de la fogata de Calvino, Sanguinetti, Sciascia y el Eco de alguna rosa con su nombre y un Moravia envuelto en tinieblas y amores. Y siguieron llegando algunos visitantes de Argentina, y eran, otra vez, el vidente Borges y el patriarca y profético Sábato. El Río de la Plata olía a asesinados todavía en esos días. Corría el año de l987. Y pasaron los meses y siguió creciendo, y muchos amigos entraron por las ventanas para conocer la niña, que hoy aún se acuerda de María Luisa Puga, Cristopher Domínguez, Noé Jitrik y de la fina presencia y delicado hablar y escribir de Aline Petterson, gente toda –y más- que le sacó nuevas sonrisas.
nuestro corazón: Camilo José Cela. Después, casi al quinto mes, se nos movió muy feo la ciudad y se llevó un gran susto, pero la gente la hamacaba y todos eran amorosos con ella, y entre ellos; había que comprender y restañar toda esa muerte que vivió nuestra ciudad de México. Algún pañal de papel y letras le dio la Poniatowska, con su sonrisa amplia, su espíritu crítico y su ojo avizor; Mónica Mansour le contó algunos cuentos del amigo que escribió sobre los vivos y los muertos de Comala, y le arrancó una sonrisa triste, pero sonrisa al fin. Le llegaron algunas noticias de un gran campeonato de fútbol mientras Borges le hablaba al oído y Samperio le hablaba de Lenin; también se habló de su primera casa, muy llena de libros, con un nombre de independentista hindú, pues se crió entre libros y entre conocidos lectores que beben café a tragos largos mientras las noticias de las dictaduras del Cono Sur llenaban de rabia la espuma cargada de los capuchinos. Y cumplió su primer año con el regalo de Felisberto Hernandez, que le enseñó cómo las mesas hablan y las sillas no sólo sirven para sentarse, sino también para amarlas. En una de ellas jugó un largo rato. Cuando estuvo a punto de cumplir el año y medio, ya creció y se tuvo que comprar ropa nueva. Y le contaron muchos narradores qué había pasado en la ciudad el 2 de octubre en que alguien quiso matar , ahogar la libertad. Le hablaron al oído de ese día triste. Y llegaron los italianos, no sólo con el aroma a salsa y espaguetis; vinieron muchos cuentistas que habían salido de la fogata de Calvino, Sanguinetti, Sciascia y el Eco de alguna rosa con su nombre y un Moravia envuelto en tinieblas y amores. Y siguieron llegando algunos visitantes de Argentina, y eran, otra vez, el vidente Borges y el patriarca y profético Sábato. El Río de la Plata olía a asesinados todavía en esos días. Corría el año de l987. Y pasaron los meses y siguió creciendo, y muchos amigos entraron por las ventanas para conocer la niña, que hoy aún se acuerda de María Luisa Puga, Cristopher Domínguez, Noé Jitrik y de la fina presencia y delicado hablar y escribir de Aline Petterson, gente toda –y más- que le sacó nuevas sonrisas.
Los meses iban pasando; las letras formaban
arcoiris y algunas tinieblas también, incrustadas en las oraciones. Ya a los
tres años, Bukowski se la sentó medio lascivamente en las rodillas, porque
siempre fue muy cachondo y quería que también ella sintiera cierto temblor
entre los muslos. Muslos de tinta y leche. Y después, como al rato, tuvimos que
cambiar de casa, dejar la casa de los libros, la librería y el café, y nos
fuimos a vivir un poco más libres, aunque un poco más inseguros, y eso también
forma parte de la libertad.
Y cambió un poco la cara. Y fue la nueva época.
El gateo había quedado atrás, ya caminaba con cierta seguridad y hasta cantaba
y se entretenía con pintores: el primero que le hizo dibujos fue Macotela,
pedazos de ciudad para ilustrar la sonrisa de los que llamamos contemporáneos.
Ya estábamos en el 89. Otros -Noé Katz, José Luis Cuevas, Roger Von Gunten,
Magali Lara, Arturo Rivera y Alberto Castro Leñero- la visitaron pincel en
mano. Se juntaron el color, la línea y la palabra. Todos comenzaron a formar
muy voluntariamente parte del club de los amigos. Y otros vinieron y te sacaron
fotografías, de perfil, de la ciudad, con bailarines y con cuerpos desnudos
para que no aprendiera a temer su propia desnudez, sino a amar su cuerpo. Y a
mirar más allá de lo que se puede ver a simple vista.
No dejaron de llegar amigos, como el cantante de
poemas y poeta que cantaba que era Eduardo y, además, Langagne; llegaron con
sus maletas repletas del interior del país: desde San Luis Potosí, por ejemplo,
hasta el norte seco de Sonora. Cuando cumplió diez años, hicimos una linda
fiesta en este mismo salón, y pasó mucha gente de otros países y hasta vinieron
invitados del otro lado de la frontera norte; los chicanos la saludaron un buen
rato. Y comenzaron a llegar también las risas y palabras del otro lado del mar,
del Medio Oriente y un poco de África, algo de Europa, en fin, se mezclaron los
aromas escritos de Israel, Angola, España , Austria, las cartas y los verbos,
las oraciones hechas imaginación, en un intenso movimiento migratorio de
palabras, espejos y luces de tonalidades varias. Cómo no nombrar, entre otros,
a Gerardo Amancio, a Samuel Gordon, que en los últimos tiempos se rodeó de
otras compañías adolescentes, pero que aún la quiere, y a Eduardo Milán, que
con ironía poética no siempre la atiende como ella quisiera. Todos ellos y
muchos más le entregaron parte de su ser para realizar y conformar esto en que
hoy, quince años después, se ha transformado ella, Blanco Móvil.
*****
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Arturo Rivera (México, 1945)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra
o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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