quinta-feira, 23 de junho de 2016

EDUARDO MOSCHES | Exilio y literatura


Acercarse al tema del exilio en nuestro continente nos hace posible decir que este no es una invención reciente, o producto de las tres últimas décadas del siglo XX. Desde el siglo XIX América Latina vivió largos y continuos desplazamientos de personajes políticos e intelectuales de diversos países, los cuales encontraron refugio en países vecinos y en Europa. La turbulenta historia política latinoamericana y el constante enfrentamiento entre activos intelectuales de la sociedad civil con los poderes militares o caudillescos, desde la declaración de la Independencia se ha prolongado hasta nuestros días, teniendo momentos históricos más difíciles que otros.
No puedo hablar en forma distante del hecho del exilio, puesto que el que esto lee, formó parte de una generación de activistas sociales, políticos y culturales, la cual sufrió, desde inicios de los años setenta, una violentísima represión en diferentes países como Uruguay, Chile, Argentina, Bolivia y Paraguay, en la parte sur del continente, como los actos de barbarie sufridos en Centro América, o sea, en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, antes del triunfo sandinista.
En lo que respecta a los que tuvimos la posibilidad de acceder a un país de habla castellana, el hecho del exilio varió, sustancialmente a los que realizaron su proceso de exilio en países cuyo idioma era otro al español, como Suecia o Francia, por ejemplo.
En nuestro caso, en mi caso, estaríamos hablando, como bien dijo José Gaos, para referirse a los españoles que a la derrota de la República emigraron a Hispanoamérica, como “transterrados”, es decir, intelectuales que pasan de una a otra región de ese vasto conjunto de culturas procedentes de la misma o similar fuente que, por tanto, siguen manejando la misma lengua y poseen una historia parcialmente común.
Las normales complicaciones de toda transferencia parecen reducirse porque se trata del pasaje a culturas de la misma familia, cuyas notorias diferencias no destruyen la constancia de la procedencia común, al menos en parte importante.
El escritor exiliado funciona en relación con tres públicos potenciales que por familiares que sean se encuentran en distintas circunstancias: el público mayoritario del país o cultura en el cual se encuentra instalado provisoriamente, el público también amplio de su país de origen al que aspira a continuar hablando, pese a las trabas que imponen las dictaduras o las aparentes democracias, para la circulación de su mensaje; el público de sus compatriotas que integran el pueblo de la diáspora, el cual no puede asimilarse simplemente al del propio país de origen por las nuevas situaciones que está viviendo. Es posible optar por uno de ellos, pero lo propio de esta ubicación del escritor exiliado es el intento de conjugar los distintos públicos, que se traduce por su intento de hablar al mismo tiempo a todos ellos, lo que fatalmente habrá de reflejarse en la composición de su obra y será facilitado o entorpecido por el género que practique. Ejemplos de Benedetti en Cuba o de Cortazar y su lenguaje rioplatense. Asimismo, es posible que un hecho que ha dado un resultado un tanto irónico, ante el plan de exterminio político cultural establecido por los militares en esos años, el Plan Condor, el hecho doloroso del exilio llevó a conformar un proceso de reconocimiento y acercamiento entre ciudadanos latinoamericanos, a comprender y a penetrar en los intersticios culturales de los lugares en los que se recibió solidariamente el asilo. El parcial desconocimiento de las diferencias y las similitudes se hizo cercano, en forma importante a través del exilio. La otra cara de la moneda.
Lo nuevo para el escritor exiliado es el desafío a su creación, pues ya no está hablando desde la convivencia con esa cultura en que nació y se formó, sino desde el centro de una situación en la cual se encuentran divergencias, desplazamientos de carácter semántico.
En el caso de la poesía, en la medida en que el poeta habla dentro del sistema semántico de su área, prescinde de estas ambivalencias y construye con precisión, de acuerdo con los valores que reconoce y sin preocuparse de si su mensaje tendrá diferentes recepciones interpretativas en otros puntos del continente. Pero cuando ha hecho suyo el problema y es consciente de la dispersión del significado, su situación se modifica y se complica. No se trata sólo del cambio de calesita por carrusel, sino de la carga emocional de las palabras que resulta trastornada. Dado que la fuerza de los significados no radica exclusivamente en la palabra, sino en su poder de comunicación referencial entre miembros de una determinada comunidad, el poeta tiene la sensación de enarbolar armas de goma, sin fuerza, y le es difícil hacer suyas las armas vigorosas del medio, porque también le resultan débiles, sin fuerza.
Son problemas de orden lingüístico, sí, opero es con el idioma que trabaja un escritor, es el campo de operaciones donde resuelve los significados y compone los mensajes.
Si no son barreras insalvables, son vallas que entorpecen el esfuerzo de comunicación y que tienden a rechazar al escritor exiliado hacia esa condición de huésped temporario, a quien se le reconoce como legítimo el derecho a continuar su vinculación con la comunidad de origen, más que con la adoptada circunstancialmente. Se abre para el escritor el diálogo con esos dos públicos: el de su lugar de origen y el actual, el de su refugio. Si el primero es un público cautivo al que poco llegan sus palabras por la situación de encierro establecida por las dictaduras, el segundo, ese segmento poblacional de los desplazados, los de la diáspora, probablemente el más fértil y el más interesado en su mensaje. Vive las mismas circunstancias del escritor: su salida de las fronteras, su nostalgia de los orígenes y el
esfuerzo por mantener sus peculiares modos de vida, ahondando en las tradiciones culturales que bruscamente han quedado como desenraizadas, su esperanza de una transformación en su país que permita un regreso, una recomposición al camino de una sociedad democrática.
No es una conjugación fácil. La palabra exilio tiene un matiz precario y momentáneo: parece aludir a una situación anormal, transitoria, algo así como un paréntesis que habrá de cerrarse con el retorno a su lugar de origen. Esto la distingue de la palabra emigración, que traduce una resolución definitiva de alejamiento y de integración a otra cultura.
Y es una opción de vida, que engloba desde el acto cotidiano de vivir, al proceso propio de la escritura. Y aquí, retomo, nuevamente el concepto de transterrado, que no es lo mismo que desterrado, pues este concepto supone un triunfo del enemigo, el logro de la expulsión. En cambio, el otro término supone un desplazamiento, hasta cierto punto un reencuentro, el establecimiento de un circuito entre dos puntos. De esa definición salen otras fecundas y resistentes, instituciones que quedan pero también presencias luminosas; es como si, a pesar de todo, hubieran podido muy rápidamente poner los pies en la tierra y, a partir de ese asentamiento, concreto y simbólico al mismo tiempo, hubieran podido engendrar un modelo que ganó la partida, claro que luego de esperas y de angustias que no tienen compensación.




 Tampoco, desde luego, podemos pretender que el modesto camino que alguno pueda emprender constituya un modelo para todos. Se trataría mas bien de una actitud, de una ampliación, de la creación de un espacio del que surja una cierta figura de resistencia, un puente. No sólo una productividad que dignifique literariamente, que imponga un progreso respecto de lo existente, sino también que contribuya, en la cual se pueda ver un modelo más integrado, vinculado a un doble proceso real, en ese momento del exilio, el que convulsivamente tiene lugar en el país de origen, el que acompaña al estar en el país que uno ha elegido estar… momentánea, o con una mirada de la estancia de largo tiempo.
Y aquí inicia el signo de interrogación, ¿emigrar o regresar?
Pregunta que cada individuo la dará en su momento personal, social, histórico.
En mi caso, tengo 30 años de vivir en México. He dado, hoy, respuesta a esa pregunta. En fin, la elección debe estar basada, básicamente en la libertad del escritor y el de la dignidad de su persona, el de su relación con el ámbito social, y de su compromiso con la escritura, como escritor, y con la sociedad, como ciudadano.



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Arturo Rivera (México, 1945)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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