sábado, 27 de junho de 2020

OMAR CASTILLO | El Ábrete Sésamo de la escritura y la industria editorial


I | No ha sido posible definir cuándo fue el inicio de la escritura. Su origen, como tantos otros asuntos de la condición humana, vaga en la nebulosa de su memoria. Lo cierto es que desde cuando el ser humano inventó la escritura, ha venido registrando a través de ella su visión y noción del mundo, del universo, de la realidad y de la otredad en su cotidianidad y en sus ambiciones. Se podría pensar que en ella ha realizado su imagen y semejanza, por ello en las formas de escritura y en los distintos elementos donde la ha soportado, se encuentran registros que nos permiten conjeturar sobre el incógnito de nuestro origen. Con la invención del libro la escritura encontró un soporte ideal para consignar y difundir las nociones e ideas humanas en lo sofisticado y en lo abrupto de su condición. El oficio de editor también es muy antiguo y su ejercicio se ha ido modificando a medida que las técnicas de escritura e impresión lo han permitido.  
Entre los temas que me asedian en estos meses del primer semestre de 2020, sometido como la mayoría de la población al obligado confinamiento por la pandemia que cunde en el mundo, me he propuesto anotar algunas reflexiones sobre el acontecer editorial en estos años, sus posibilidades y negaciones ante todo, en lo concerniente a la literatura y su relación con la industria editorial, con las prácticas que esta prioriza en aras de masificar el consumo de su mercado, dejando de lado en muchas ocasiones la calidad literaria. En estas divagaciones inevitablemente entra mi oficio como poeta y editor de revistas y libros de literatura. Desde ahí mi mirada sobre el acontecer editorial en el mundo y en Medellín, mi ciudad de siempre.
Reflexionar, aunque sea brevemente sobre la situación de la industria del libro, su mercado, las relaciones entre editores y autores, los libros impresos en papel y en soporte digital, me resulta complejo y fascinante, dado el carácter cognoscitivo de los libros para el entretenimiento intelectual y el conocimiento humano. Empero, es preciso decir que la industria editorial hace mucho necesita escudriñarse sobre su proceder, ante todo en lo que respecta a la literatura creativa, llámese poesía, narrativa, ensayo, filosofía, historia del arte, etcétera. Entonces, las anotaciones que siguen solo son un leve aporte para tal ejercicio.
Ante el libro como objeto de uso comercial, la prioridad de la industria editorial en las últimas décadas se ha fundamentado en sus ventas masivas, por ello es común para estas empresas que el éxito de un libro se vea reflejado en la cantidad vendida, dejando de lado cualquier otro criterio, ante todo el de la calidad literaria. Así los estímulos del mercado apuntan a la consecución de lectores en masa, de lectores que compran y consumen libros por el prurito de ir a la moda, luciendo los datos informativos de la actualidad, los chismes y complicidades sobre la usurera y la depredadora condición humana. Lectores casi siempre ajenos al gusto por saborear el saber que un libro les pueda permitir.
La lectura de un libro puede ser fundamental para una persona y proporcionarle elementos que le permitan tomar decisiones en su vida. El encuentro con un autor, el ir entrando en su universo creativo, en las maneras como nos revela la realidad a través de sus poemas, o por la voz de los personajes de sus novelas y cuentos, resulta tan esclarecedor que puede terminar generando una amistad sustentada en la lectura como opción para aprehender a ver. Entonces la lectura de un libro puede brindarnos una conversación ardua, fascinante, incomoda, esclarecedora como la vivenciada en una amistad. En un mundo pronosticado para el consumo y la usura esto puede ser visto como una opción insulsa, fuera de moda. Lo cierto es que el delirio por mantenerse informado consumiendo de manera automática datos que no se asimilan ni se contextualizan, produce ansiedad e incapacita para saber y comprender las higiénicas raíces de la soledad necesaria para vivir una real relación privada o común.
Lo masivo en sí mismo no define la calidad de algo, mucho menos la calidad de una obra literaria. Que la venta y la lectura de libros de poesía, narrativa, ensayo y otros de creación literaria no responda a la oferta y la demanda propuesta por la industria editorial, no significa que estos libros no tengan compradores y lectores, significa que la venta de estos es proporcional a la calidad y al gusto que ampara a los lectores, bien por su formación educativa, bien por las necesidades que estimulan sus búsquedas. Que las ventas de libros de literatura no respondan a los intereses comerciales de las editoriales, no puede tenerse como la medida para hablar de un detrimento en la calidad de los lectores, tampoco de quienes los escribimos. A través de la historia es posible darse cuenta cómo la literatura siempre ha contado con lectores, y en nuestro tiempo esto sigue siendo un hecho. En el contexto poblacional de cada región y país, estos lectores son suficientes para mantener viva la tradición literaria de sus lugares, ya con la lectura de su acervo, ya con la lectura de sus escritores contemporáneos cuyas búsquedas de ritmos y significados de la realidad, les permite aprehender sobre su ser en el mundo y en el universo.
Lo anterior no es un elogio ni un reclamo, es una realidad. En las minorías lectoras discriminadas por los intereses masificadores de la industria editorial, se fundamenta la posibilidad de que los creadores tengamos un público para la producción de nuestra escritura poética, narrativa, ensayística y demás. En esas minorías tienen vida y se esclarecen las rupturas y las fundaciones vivenciadas por las lenguas de nuestro tiempo a través de las obras de sus escritores.
En este punto es necesario preguntarse si la masificación propuesta por la industria editorial forma parte de los intereses corporativos que buscan homologar al mundo en su producción laboral y de consumo, para lo cual propician una noción de cultura que permita el socavamiento de las diferencias que hacen posible una cultura con visiones y prácticas diversas sobre la realidad en su magnitud y en su capacidad de asombro. Si las cosas son así, resulta enfermizo pensar en un mundo cuyos libros estén regidos por la imposición de una visión masificada de la cultura, un mundo sin diferencias, homologado para el consumo y la información entregada por quienes han logrado encubrir su ser usurero y depredador en fórmulas de lo políticamente correcto.
Aun con lo dicho en los párrafos anteriores, los monopolios editoriales no verían afectados sus intereses si se les ocurriera crear y mantener pequeños fondos editoriales que den salida a libros de poesía, narrativa, ensayo, filosofía y tantos otros de creación literaria, en tiradas proporcionales a los lectores posibles. Hacerlo permitiría a estos fondos mantener un público minoritario pero constante y lo que es más, apostar por escritores que en algún momento pueden obtener la atención de un público comercialmente más amplio. Autores que probablemente terminarán haciendo parte de la tradición literaria de sus lugares de origen y del mundo. Y aquí es necesario recordar cómo la cultura literaria vive de su acumulado histórico, es decir, muchos de los escritores más representativos hoy, en un momento de sus historias pasaron inadvertidos, al punto que las ediciones de sus obras fueron mínimas.
Por mucho tiempo los libros y revistas literarios en ediciones impresas en papel circularán atrayendo la atención y dedicación de los lectores, junto con las ediciones en formatos y soportes digitales. Este es un hecho que contradice a quienes insisten en hacernos creer que los libros impresos en papel están en vía de extinción. También vale recordar que para ser editor de libros de literatura, se debe ser lector y tener amplios conocimientos literarios, de lo contrario se podrían cometer exabruptos ante las rupturas e innovaciones propuestas por un autor, de esto existen ejemplos en los anecdotarios de grandes obras y sus dificultades editoriales. Para ser el editor de un libro no es suficiente con mantenerse actualizado sobre las reglas de la academia de la lengua, o saberse las preceptivas que señalan cómo debe ser escrito un poema, una novela, un ensayo, un cuento, etcétera.

II | En Colombia, en el caso del departamento de Antioquia y su capital Medellín, no es posible hablar de una industria editorial en su historia. En la historia cultural del departamento y de la ciudad, las experiencias editoriales casi siempre han sido asumidas por grupos de escritores y artistas que se reúnen alrededor de un proyecto de revista literaria o de la publicación de libros escritos por sus integrantes y algunos otros amigos, en ediciones casi siempre financiadas por sus autores y en tiradas de 1000, 500, 300 y 150 ejemplares, con una circulación entre sus círculos cercanos y con algunas ventas a través de las librerías de la ciudad y algunas otras del país. La difusión de estos libros a través de los medios depende de las relaciones del autor con algún comunicador, pues son escasos los periodistas que se interesan y dedican a difundir la producción literaria. Las presentaciones de estos libros suelen ser motivo para encontrarse entre amigos y conocidos y brindar con una copa de vino o un ron.
Todavía se siguen presentando personas y entidades culturales que asumen el rol de editores, creando un pequeño fondo editorial a través del cual publican la literatura que consideran necesaria, financiando ellos los costos de producción, inclusive los derechos de autor. La cantidad de ejemplares, la difusión y la distribución de los libros publicados por estos, corren la misma rutina que las ediciones mencionadas en el párrafo anterior. Estas experiencias editoriales dependen siempre de quienes las financian, de su interés y del tiempo que dura su impulso y su credibilidad en ellas. A impulsos como estos debemos la publicación de libros imprescindibles en la literatura de la región y del país.  
Otra vía para la edición de libros ha sido la oficial, sujeta siempre a los entretelones endémicos de la política. Es así como desde la administración departamental, como desde la municipal, se han gestionado ediciones creando provisionales fondos editoriales para ello. También son varias las universidades públicas y privadas del departamento y de la ciudad que tienen un fondo editorial para sus colecciones académicas, y en este un espacio para una línea literaria, lo que ha permitido a muchos escritores de la región y del país publicar sus creaciones literarias en tiradas de 1000, 500, 300 y 150 ejemplares. La difusión y la distribución de estos libros es parecida a la realizada por los autores que publican sus libros en ediciones que muy bien pueden llamarse de autor.
Más reciente, es la implementación por las administraciones públicas de los estímulos económicos para la creación y la publicación de las obras premiadas con tales estímulos, empero, lo perturbador de esta política cultural es cómo en la mayoría de las ocasiones, los ganadores han escrito sus textos y proyectado la edición de acuerdo con los intereses mediáticos de la administración que los premia. Lo otro más perturbador de esta práctica, es cuando los gobernadores y los alcaldes creen que la literatura es un vehículo para promover sus ideas de gestión administrativa. Aun así, de cuando en cuando con estos estímulos se premian y publican autores cuyas obras bien pueden hacer parte del acervo literario regional y del país.
También las editoriales multinacionales que tienen una relación comercial o una cede en Colombia, publican ocasionalmente en sus listados autores de la ciudad y del departamento. Empero, los movimientos comerciales de estas con escritores locales, no significan que el país o sus regiones posean una industria editorial. Menos que la producción literaria de estas regiones esté representada en las listas de estas editoriales.
Lo dicho en este numeral puede parecer la narración de las dificultades para la proyección de las obras producidas en la región. Empero, y por paradójico que pueda parecer, esto mismo ha hecho posible lo característico de la escritura producida en ciudades como Medellín en los recientes 100 años de su historia literaria, porque quienes hemos asumido estas dificultades generando canales que nos permitan publicar nuestras obras, así sea en pequeñas tiradas y con las dificultades de promoción y mercado que esto implica, hemos conseguido una autonomía creativa, lo que en muchas ocasiones ha redundado en obras cuyas características y contenidos contribuyen para el acervo literario de la región, del país y del idioma español. Ahora, ¿cómo conciliar las perspectivas económicas de las editoriales con las características creativas que venimos proponiendo los poetas, narradores y demás creadores literarios?

III | ¿Qué se puede esperar? La industria editorial de libros y demás publicaciones impresas en papel, ha sido tocada drásticamente por las ofertas editoriales a través de internet, por las publicaciones hechas por esas ventanas que desbordan entretenimiento e información. Tal abundancia hace compleja y fascinante cualquier conjetura sobre los azarosos efectos propiciados por esta información o desinformación salpicada de manera tan desaforada. La famosa nube eléctrica donde se acumulan estos informes y noticias, parece vagar por la atmósfera mental de sus usuarios creando imaginarios, sujetando la oferta y la demanda, propiciando un optimismo casi delirante en unos casos y en otros alimentando conspiraciones enfebrecidas. Estos efectos sobre lo cognoscitivo que se le podrían cuestionar o celebrar a las ventanas propuestas por el internet, también han sido usados históricamente a través de los libros impresos, ya en tablillas de barro como se hacía antiguamente o en papel como se hacen hoy. Entonces, las tensiones entre los soportes tradicionales de la industria editorial y los recientes generados por la virtualidad, hacen parte del actual mercado editorial y el empleo de uno u otro soporte, va con el gusto del lector y sus necesidades de uso. 
Hoy es fácil encontrarnos con revistas literarias virtuales en las que son difundidos escritos de poetas, narradores, ensayistas y otros géneros que difícilmente encontraríamos en el mercado de las librerías. Lo mismo sucede con libros digitales en edición de autor. Estos nuevos soportes contribuyen a la difusión literaria, en ediciones que resultan casi inmediatas además de económicas. El interrogante ante la avalancha de publicaciones a través de estas ventanas es, si las revistas literarias publicadas en ellas consiguen un nicho de lectores atentos.
Así, resultan patéticos los enfrentamientos sobre la validez de las publicaciones en formato digital, como los debates sobre el final de las publicaciones impresas en papel, pues es evidente que los libros y las revistas en formato impreso en papel, como aquellos que aparecen en soporte digital, tienen público para sus existencias.
Y en todo esto, ¿cómo debe ser protegida y retribuida la propiedad intelectual de quienes escribimos y publicamos en medios impresos en papel y en los digitales? Ante semejante pregunta, sí que se cuecen las semillas del sésamo en las ascuas de quienes tienen la sartén. Abrir esta pregunta hace parte de la ecuación reflexiva que debe escudriñar la industria editorial teniendo en cuenta todos los pasos de su producción. No sobra recordar que las semillas del sésamo se nutren del sabor del saber de la literatura. 


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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 153 | Maio de 2020
Artista convidado: Teresa Sá Couto (Portugal)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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