I | No ha sido posible definir cuándo fue el inicio de la escritura.
Su origen, como tantos otros asuntos de la condición humana, vaga en la nebulosa
de su memoria. Lo cierto es que desde cuando el ser humano inventó la escritura,
ha venido registrando a través de ella su visión y noción del mundo, del universo,
de la realidad y de la otredad en su cotidianidad y en sus ambiciones. Se podría
pensar que en ella ha realizado su imagen y semejanza, por ello en las formas de
escritura y en los distintos elementos donde la ha soportado, se encuentran registros
que nos permiten conjeturar sobre el incógnito de nuestro origen. Con la invención
del libro la escritura encontró un soporte ideal para consignar y difundir las nociones
e ideas humanas en lo sofisticado y en lo abrupto de su condición. El oficio de
editor también es muy antiguo y su ejercicio se ha ido modificando a medida que
las técnicas de escritura e impresión lo han permitido.
Entre los temas que me asedian en estos meses del primer
semestre de 2020, sometido como la mayoría de la población al obligado confinamiento
por la pandemia que cunde en el mundo, me he propuesto anotar algunas reflexiones
sobre el acontecer editorial en estos años, sus posibilidades y negaciones ante
todo, en lo concerniente a la literatura y su relación con la industria editorial,
con las prácticas que esta prioriza en aras de masificar el consumo de su mercado,
dejando de lado en muchas ocasiones la calidad literaria. En estas divagaciones
inevitablemente entra mi oficio como poeta y editor de revistas y libros de literatura.
Desde ahí mi mirada sobre el acontecer editorial en el mundo y en Medellín, mi ciudad
de siempre.
Reflexionar, aunque sea brevemente sobre la situación de la industria del libro, su mercado, las relaciones entre editores y autores, los libros impresos en papel y en soporte digital, me resulta complejo
y fascinante, dado el carácter cognoscitivo de los libros para el entretenimiento
intelectual y el conocimiento humano. Empero, es preciso decir que la industria
editorial hace mucho necesita escudriñarse sobre su proceder, ante todo en lo que
respecta a la literatura creativa, llámese poesía, narrativa, ensayo, filosofía,
historia del arte, etcétera. Entonces, las anotaciones que siguen solo son un leve
aporte para tal ejercicio.
Ante el libro como objeto de uso comercial, la prioridad
de la industria editorial en las últimas décadas se ha fundamentado en sus ventas
masivas, por ello es común para estas empresas que el éxito de un libro se vea reflejado
en la cantidad vendida, dejando de lado cualquier otro criterio, ante todo el de
la calidad literaria. Así los estímulos del mercado apuntan a la consecución de
lectores en masa, de lectores que compran y consumen libros por el prurito de ir
a la moda, luciendo los datos informativos de la actualidad, los chismes y complicidades
sobre la usurera y la depredadora condición humana. Lectores casi siempre ajenos
al gusto por saborear el saber que un libro les pueda permitir.
La lectura de un libro puede ser fundamental para una persona
y proporcionarle elementos que le permitan tomar decisiones en su vida. El encuentro
con un autor, el ir entrando en su universo creativo, en las maneras como nos revela
la realidad a través de sus poemas, o por la voz de los personajes de sus novelas
y cuentos, resulta tan esclarecedor que puede terminar generando una amistad sustentada
en la lectura como opción para aprehender a ver. Entonces la lectura de un libro
puede brindarnos una conversación ardua, fascinante, incomoda, esclarecedora como
la vivenciada en una amistad. En un mundo pronosticado para el consumo y la usura
esto puede ser visto como una opción insulsa, fuera de moda. Lo cierto es que el
delirio por mantenerse informado consumiendo de manera automática datos que no se
asimilan ni se contextualizan, produce ansiedad e incapacita para saber y comprender
las higiénicas raíces de la soledad necesaria para vivir una real relación privada
o común.
Lo masivo en sí mismo no define la calidad de algo, mucho
menos la calidad de una obra literaria. Que la venta y la lectura de libros de poesía,
narrativa, ensayo y otros de creación literaria no responda a la oferta y la demanda
propuesta por la industria editorial, no significa que estos libros no tengan compradores
y lectores, significa que la venta de estos es proporcional a la calidad y al gusto
que ampara a los lectores, bien por su formación educativa, bien por las necesidades
que estimulan sus búsquedas. Que las ventas de libros de literatura no respondan
a los intereses comerciales de las editoriales, no puede tenerse como la medida
para hablar de un detrimento en la calidad de los lectores, tampoco de quienes los
escribimos. A través de la historia es posible darse cuenta cómo la literatura siempre
ha contado con lectores, y en nuestro tiempo esto sigue siendo un hecho. En el contexto
poblacional de cada región y país, estos lectores son suficientes para mantener
viva la tradición literaria de sus lugares, ya con la lectura de su acervo, ya con
la lectura de sus escritores contemporáneos cuyas búsquedas de ritmos y significados
de la realidad, les permite aprehender sobre su ser en el mundo y en el universo.
Lo anterior no es un elogio ni un reclamo, es una realidad.
En las minorías lectoras discriminadas por los intereses masificadores de la industria
editorial, se fundamenta la posibilidad de que los creadores tengamos un público
para la producción de nuestra escritura poética, narrativa, ensayística y demás.
En esas minorías tienen vida y se esclarecen las rupturas y las fundaciones vivenciadas
por las lenguas de nuestro tiempo a través de las obras de sus escritores.
En este punto es necesario preguntarse si la masificación
propuesta por la industria editorial forma parte de los intereses corporativos que
buscan homologar al mundo en su producción laboral y de consumo, para lo cual propician
una noción de cultura que permita el socavamiento de las diferencias que hacen posible
una cultura con visiones y prácticas diversas sobre la realidad en su magnitud y
en su capacidad de asombro. Si las cosas son así, resulta enfermizo pensar en un
mundo cuyos libros estén regidos por la imposición de una visión masificada de la
cultura, un mundo sin diferencias, homologado para el consumo y la información entregada
por quienes han logrado encubrir su ser usurero y depredador en fórmulas de lo políticamente
correcto.
Aun con lo dicho en los párrafos anteriores, los monopolios
editoriales no verían afectados sus intereses si se les ocurriera crear y mantener
pequeños fondos editoriales que den salida a libros de poesía, narrativa, ensayo,
filosofía y tantos otros de creación literaria, en tiradas proporcionales a los
lectores posibles. Hacerlo permitiría a estos fondos mantener un público minoritario
pero constante y lo que es más, apostar por escritores que en algún momento pueden
obtener la atención de un público comercialmente más amplio. Autores que probablemente
terminarán haciendo parte de la tradición literaria de sus lugares de origen y del
mundo. Y aquí es necesario recordar cómo la cultura literaria vive de su acumulado
histórico, es decir, muchos de los escritores más representativos hoy, en un momento
de sus historias pasaron inadvertidos, al punto que las ediciones de sus obras fueron
mínimas.
Por mucho tiempo los libros y revistas literarios en ediciones
impresas en papel circularán atrayendo la atención y dedicación de los lectores,
junto con las ediciones en formatos y soportes digitales. Este es un hecho que contradice
a quienes insisten en hacernos creer que los libros impresos en papel están en vía
de extinción. También vale recordar que para ser editor de libros de literatura,
se debe ser lector y tener amplios conocimientos literarios, de lo contrario se
podrían cometer exabruptos ante las rupturas e innovaciones propuestas por un autor,
de esto existen ejemplos en los anecdotarios de grandes obras y sus dificultades
editoriales. Para ser el editor de un libro no es suficiente con mantenerse actualizado
sobre las reglas de la academia de la lengua, o saberse las preceptivas que señalan
cómo debe ser escrito un poema, una novela, un ensayo, un cuento, etcétera.
II | En Colombia, en el caso del departamento de Antioquia y
su capital Medellín, no es posible hablar de una industria editorial en su historia.
En la historia cultural del departamento y de la ciudad, las experiencias editoriales
casi siempre han sido asumidas por grupos de escritores y artistas que se reúnen
alrededor de un proyecto de revista literaria o de la publicación de libros escritos
por sus integrantes y algunos otros amigos, en ediciones casi siempre financiadas
por sus autores y en tiradas de 1000, 500, 300 y 150 ejemplares, con una circulación
entre sus círculos cercanos y con algunas ventas a través de las librerías de la
ciudad y algunas otras del país. La difusión de estos libros a través de los medios
depende de las relaciones del autor con algún comunicador, pues son escasos los
periodistas que se interesan y dedican a difundir la producción literaria. Las presentaciones
de estos libros suelen ser motivo para encontrarse entre amigos y conocidos y brindar
con una copa de vino o un ron.
Todavía se siguen presentando personas y entidades culturales
que asumen el rol de editores, creando un pequeño fondo editorial a través del cual
publican la literatura que consideran necesaria, financiando ellos los costos de
producción, inclusive los derechos de autor. La cantidad de ejemplares, la difusión
y la distribución de los libros publicados por estos, corren la misma rutina que
las ediciones mencionadas en el párrafo anterior. Estas experiencias editoriales
dependen siempre de quienes las financian, de su interés y del tiempo que dura su
impulso y su credibilidad en ellas. A impulsos como estos debemos la publicación
de libros imprescindibles en la literatura de la región y del país.
Otra vía para la edición de libros ha sido la oficial,
sujeta siempre a los entretelones endémicos de la política. Es así como desde la
administración departamental, como desde la municipal, se han gestionado ediciones
creando provisionales fondos editoriales para ello. También son varias las universidades
públicas y privadas del departamento y de la ciudad que tienen un fondo editorial
para sus colecciones académicas, y en este un espacio para una línea literaria,
lo que ha permitido a muchos escritores de la región y del país publicar sus creaciones
literarias en tiradas de 1000, 500, 300 y 150 ejemplares. La difusión y la distribución
de estos libros es parecida a la realizada por los autores que publican sus libros
en ediciones que muy bien pueden llamarse de autor.
Más reciente, es la implementación por las administraciones
públicas de los estímulos económicos para la creación y la publicación de las obras
premiadas con tales estímulos, empero, lo perturbador de esta política cultural
es cómo en la mayoría de las ocasiones, los ganadores han escrito sus textos y proyectado
la edición de acuerdo con los intereses mediáticos de la administración que los
premia. Lo otro más perturbador de esta práctica, es cuando los gobernadores y los
alcaldes creen que la literatura es un vehículo para promover sus ideas de gestión
administrativa. Aun así, de cuando en cuando con estos estímulos se premian y publican
autores cuyas obras bien pueden hacer parte del acervo literario regional y del
país.
También las editoriales multinacionales que tienen una
relación comercial o una cede en Colombia, publican ocasionalmente en sus listados
autores de la ciudad y del departamento. Empero, los movimientos comerciales de
estas con escritores locales, no significan que el país o sus regiones posean una
industria editorial. Menos que la producción literaria de estas regiones esté representada
en las listas de estas editoriales.
Lo dicho en este numeral puede parecer la narración de
las dificultades para la proyección de las obras producidas en la región. Empero,
y por paradójico que pueda parecer, esto mismo ha hecho posible lo característico
de la escritura producida en ciudades como Medellín en los recientes 100 años de
su historia literaria, porque quienes hemos asumido estas dificultades generando
canales que nos permitan publicar nuestras obras, así sea en pequeñas tiradas y
con las dificultades de promoción y mercado que esto implica, hemos conseguido una
autonomía creativa, lo que en muchas ocasiones ha redundado en obras cuyas características
y contenidos contribuyen para el acervo literario de la región, del país y del idioma
español. Ahora, ¿cómo conciliar las perspectivas económicas de las editoriales con
las características creativas que venimos proponiendo los poetas, narradores y demás
creadores literarios?
III | ¿Qué se puede esperar? La industria editorial de libros
y demás publicaciones impresas en papel, ha sido
tocada drásticamente por las ofertas editoriales a través de internet, por las publicaciones
hechas por esas ventanas que desbordan entretenimiento e información. Tal abundancia
hace compleja y fascinante cualquier conjetura sobre los azarosos efectos propiciados
por esta información o desinformación salpicada de manera tan desaforada. La famosa
nube eléctrica donde se acumulan estos informes y noticias, parece vagar por la
atmósfera mental de sus usuarios creando imaginarios, sujetando la oferta y la demanda,
propiciando un optimismo casi
delirante en unos casos y en otros alimentando conspiraciones enfebrecidas. Estos
efectos sobre lo cognoscitivo que se le podrían cuestionar o celebrar a las ventanas
propuestas por el internet, también han sido usados históricamente a través de los
libros impresos, ya en tablillas de barro como se hacía antiguamente o en papel
como se hacen hoy. Entonces, las tensiones entre los soportes tradicionales de la
industria editorial y los recientes generados por la virtualidad, hacen parte del
actual mercado editorial y el empleo de uno u otro soporte, va con el gusto del
lector y sus necesidades de uso.
Hoy
es fácil encontrarnos con revistas literarias virtuales en las que son difundidos
escritos de poetas, narradores, ensayistas y otros géneros que difícilmente encontraríamos
en el mercado de las librerías. Lo mismo sucede con libros digitales en edición
de autor. Estos nuevos soportes contribuyen a la difusión literaria, en ediciones
que resultan casi inmediatas además de económicas. El interrogante ante la avalancha
de publicaciones a través de estas ventanas es, si las revistas literarias publicadas
en ellas consiguen un nicho de lectores atentos.
Así,
resultan patéticos los enfrentamientos sobre la validez de las publicaciones en
formato digital, como los debates sobre el final de las publicaciones impresas en
papel, pues es evidente que los libros y las revistas en formato impreso en papel,
como aquellos que aparecen en soporte digital, tienen público para sus existencias.
Y
en todo esto, ¿cómo debe ser protegida y retribuida la propiedad intelectual de
quienes escribimos y publicamos en medios impresos en papel y en los digitales?
Ante semejante pregunta, sí que se cuecen las semillas del sésamo en las ascuas
de quienes tienen la sartén. Abrir esta pregunta hace parte de la ecuación reflexiva
que debe escudriñar la industria editorial teniendo en cuenta todos los pasos de
su producción. No sobra recordar que las semillas del sésamo se nutren del sabor
del saber de la literatura.
*****
Agulha Revista
de Cultura
UMA AGULHA NO
MUNDO INTEIRO
Número 153 | Maio
de 2020
Artista convidado:
Teresa Sá Couto (Portugal)
editor geral |
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente
| MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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| FLORIANO MARTINS
revisão de textos
& difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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