segunda-feira, 14 de dezembro de 2020

NAUFRAGIOS DEL TIEMPO XLI – XLIV

 

El hombre es divino en la experiencia de sus límites. 

GEORGES BATAILLE

 


XLI
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Lo que Adonis ignoraba es que los agujeros, así tengan la apariencia de cavernas, son una trampa que impiden el descanso y que son la representación del caos y de la angustia. Así que, si Alfredo anhelaba el exterminio de su propia sombra, solo consiguió acrecentar el ahogo que lo acompañaba desde hacía centurias. Teseo se abrió paso por entre el laberinto de su espalda y se dedicó a narrarle una y otra vez la serie de existencias en las que reptaba y emulaba a la más atroz de las criaturas que pueblan el imaginario del erebo– y luego recreó una especie de puesta en escena de miles de sombras que lo acorralaban mientras gritaban y hacían gestos que imitaban su existencia indigna. Una forma de recordarle el fraude de su vida. Alfredo comprendió que el pasado no puede ser ignorado– y que si alguna vez sintió arrepentimiento era sólo para regresar poco después a la verdadera condición de la vil criatura que gobernaba todos sus actos. La palabra “perdón” nunca formó parte de su vocabulario– por el contrario, las imágenes dantescas que poblaban su memoria eran un aliciente para no caer en el pozo profundo del olvido.

 

XLII.

 

Los estertores de la agonía humana saltaban de vez en cuando, crepitando como una confusión sin principio ni fin. Una agonía que enfureció la causalidad y la ilusión de propiedad. Una agonía que duró tanto como la extraña creencia en su extinción. Este era el horrible credo de los herejes que empaña el brillo de las asociaciones y hace de la moral un arte en descomposición. En un mundo así, de nada sirve buscar sentido a las pérdidas y otros trucos migratorios. El hombre siempre subestima el romance de sus ideales. Sus reflejos descontrolaron la máquina de equilibrio construida precisamente para inflar la apariencia polifónica de los exterminios. Con tales máquinas, nada puede durar. Y los sueños destinados a imitar una memoria doctrinal deben pudrirse en las marismas de la soledad. Ningún hombre debería creer en otro. Los recorridos se cuelgan al anochecer, para que tengan toda la noche dedicada al olvido. El hombre se convierte en la perspectiva de perder el laberinto en su núcleo. Un día los dioses ya no estarán aquí para borrar los bocetos.

 


XLIII
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El hombre, en una especie de naufragio, olvidó conjurar el tiempo y la historia– quiso entonces buscarse en los espejos rotos en millones de micropartículas. Fue en ese instante en que perdió el boceto de sí mismo. El hombre se paró ante la rueda de la fortuna y vio su sombra repetida hasta el infinito– su cabeza era la de un lobo y de su mano derecha colgaba una pitón inerte. Símbolo del fracaso. La máquina infernal, que hacía girar la rueda, tiraba de sus extremidades, sólo se escuchaba el aullido de la bestia.

El ojo del cíclope incendió el horizonte– el paisaje se vistió de carbones humeantes. Mientras, los buitres rasgaban el aire envenenado y dejaban caer toneladas de detritus en los océanos.

Caronte abandonó su barca –ya no había ningún pasajero que le pidiera atravesar el río–, y se sumergió en las aguas que surcó desde el inicio de los tiempos.

 

XLIV.

 

Las fechas se extrajeron de todas las frases. Los exiliados eran recíprocos sin importar el ángulo en el que se abrieran las puertas. Los molinetes soplaron hacia adentro, hacia el abismo de sus direcciones equívocas. La vieja taza de latón contenía pociones que destruían la vegetación. Los molinos de viento regurgitaron por la boca de los convulsivos gigantes. No había belleza en nada de lo que se manifestaba. ¿Cómo vestir a los monstruos en manos del azar? Los pozos de agua bendita fueron castigados con la semilla negra del holocausto. Un diablillo cojo escupió fuego en los tobillos de los gigantes. Los dioses corruptos, borrachos, caídos sobre las páginas rasgadas del evangelio. Con ellos la tabernera mantenía encendido el fuego para calentar la sopa con la que daba de comer a todos. Malvados, degenerados, encubiertos, cabreados, traficantes. Todos los días, el mismo guión, transmitido como simulacro del anterior, decretaba el fin de la especie. El comercio de almas consistía en intercambiar capones disecados por hadas ancianas. Cronos determinó que se recopilaran todas las fechas. Pasó algún tiempo antes que los hombres y los demonios aprendieran a saltar de un vacío a otro. La realidad quedó desfigurada como un agujero de gusano o el falso fondo del pecho del ilusionista que, dos milenios atrás, se contentó con ser dios. La intención cifrada de Cronos tardó aún más en funcionar porque en el mercado negro los relojes de arena y los digitales alcanzaron precios exorbitantes. El Cronos herético, que ahora teníamos ante nosotros, rompió los párrafos de la extravagancia humana e hizo que todos se sintieran igualmente perdidos.


– Escucho como tropiezan las virtudes al huir. Mantengo lejos de ellos las payasadas y discursos políticos. Los más atrevidos nunca llegarán al final de esta historia. Incluso aquellos que guardan en su bolsillo un resumen de los milagros requeridos por la fe. Los viles buscan las razones de cada oración. Todos quieren más tiempo, pero se les caen los dientes y no aprenden nada. Todos quieren ser buenos y solo ven el mal en los demás. Tiempo de crucifixiones, desmembramientos, sediciones. Tiempo para remisiones, torturas, malversaciones. Para los privilegios del infierno y las guerras púnicas. Para la división del átomo y la multiplicación de los panes. Todos quieren tiempo y vienen tocando a mi puerta para robarme o sobornarme. Algunos me señalan su mirada de basilisco, criaturas reptantes que sueñan con mi muerte– muchos contratan mi asesinato. Necesitan tiempo. Los mitos se congelarán en su jardín secreto y los mensajeros siempre regresarán sin respuesta. En ninguna parte me encontrarán. Los haré perderse celebrando la hipocresía. Simplemente no habrá tiempo para todos estos parásitos. Me aseguraré de que el tiempo esté siempre en otra parte.

Los días ya no son días. Convalecen incrédulas las esperas. Se prescribieron los recuerdos. El hombre se arrastra como un animal fantástico al que ya no puede alimentar. Escuchen el grito devastado del terror, el caos saqueado por el asombro, la catástrofe redentora de un mundo que se tragó a sí mismo.

– Al diablo con el tiempo. 

 


 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 162 | dezembro de 2020

Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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