1 — La
punta del ovillo.
MN — Nací un 24 de junio de 1971.
Solsticio de invierno y fecha sagrada para muchos pueblos originarios. Día de fogatas
y queimadas, de dejar ir lo viejo y reafirmar la fe en la oscuridad. Cuentan que
mi madre iba maquillada y con su mejor vestido porque habían salido a cenar con
unos amigos y sobrevino el parto.
Crecí en Villa Amelia, una pequeña localidad del conurbano bonaerense. Mi
padre tenía taller y agencia de autos, mi madre trabajaba de secretaria en una fábrica.
Tengo dos hermanos que heredaron el oficio de mi padre.
No puedo fijar la infancia en un solo lugar. He pasado mucho tiempo en casa
de mi abuela Paula, modista, inventando tiendas y vestuarios para mis muñecas, debajo
de las sillas, con las telas maravillosas que me obsequiaban las clientas, o recortando
personajes de las revistas e inventándoles historias que escribía en un cuaderno
de tapas rojas.
Durante los primeros veranos veníamos a Nautilus, la casa de la isla. Nos
gustaba nadar, pasear en lancha y explorar el monte hasta donde nos permitían las
lianas y las espinas de la zarzamora. Pablo, mi hermano mayor, abría el paso con
el machete y yo lo seguía hasta la panadería abandonada en donde tallábamos nuestros
nombres con algún carbón robado en la cocina. Pronto, a este paraíso, llegaron las
primeras lecturas. Bajo un mosquitero de algodón que mi padre colgaba de las casuarinas
construí mi reino de palabras. “Sandokán” de Emilio Salgari, “Los tres
mosqueteros” de Alexandre Dumas, “Veinte mil leguas de viaje submarino”
de Julio Verne, “Fabiola o la iglesia de las catacumbas” de Cardenal Wiseman,
“Papaíto piernas largas” de Jean Webster…, toda la Colección Billiken desfiló
por esa tienda.
No había aún luz eléctrica en el delta. Al atardecer, cuando los mosquitos
volvían insoportable el exterior, subíamos a la casa a encender las lámparas. Jugábamos
al chinchón y comíamos tortas fritas; sentada en mi lugar preferido de la casa,
anotaba minuciosamente las aventuras de ese día en mi cuaderno y sabía que habría
de ser maestra y viviría en esta casa.
En algún momento que no puedo precisar, mis padres comenzaron a llevarse
muy mal y nosotros, los hijos, sin ser muy conscientes de eso, tomamos partido.
Desde entonces y hasta que pudimos reconciliarnos con la publicación de “Estuario”,
fui la “hija de mi padre”.
Comencé el secundario con la apertura democrática del ‘83. La calle era una
fiesta, había recitales gratuitos casi todos los días y busqué amigos mayores para
que me permitieran salir en grupo con ellos. Escuchaba a Tom Lupo en la radio, en
el programa “Submarino Amarillo”: por ahí se coló la poesía. Pink Floyd y Luis Alberto
Spinetta fueron mis primeros descubrimientos. La necesidad de escribir y comunicarme
era inmensa, “lejos de la paciencia de las familias”, como decía un verso
de Enrique Molina que había escrito como santo y seña en la puerta de mi habitación
infranqueable, llegué a cartearme con setenta personas a través de las direcciones
que conseguía en la radio o en las “Cantarock”. A través de esas cartas y de la
música se abrió un nuevo sistema de lecturas; leí a Carlos Castaneda y Antonin Artaud
por Spinetta, a Olga Orozco por Molina, a Alejandra Pizarnik por Orozco, a Julio
Cortázar por Pizarnik. Participé de un taller literario en la escuela donde escribí
mis primeros poemas, canté en una efímera banda de rock que versionaba a Serú Girán
y compuse algunas canciones.
En 1989 militaba en la juventud franciscana. Queríamos cambiar el mundo.
Los domingos íbamos al Instituto de Menores “Riglos”, a jugar con los chicos internados
allí; cuando se profundizó la crisis económica salimos a pedir a los comerciantes
materia prima para cocinar en la capilla y la gente podía pasar con su olla al mediodía
para llevar algo de comer a su casa. Entendí la diferencia entre caridad y solidaridad.
Ahora que me siento tan lejos del catolicismo, sigo viendo en San (no sea cosa que
se interprete como el papa Francisco) Francisco y en su doctrina algo verdadero,
una mirada de convivencia con las criaturas del mundo que celebro y respeto.
La adolescencia terminó abruptamente ese año, nos fuimos de vacaciones al
sur con ese grupo y volví embarazada de Juan, mi hijo mayor. Me casé y me fui a
vivir a Zárate. La crisis nos había arrebatado la lancha y con ella la posibilidad
de seguir yendo a la isla. Zárate puso distancia entre todo lo que formaba parte
de mi mundo y yo. Pasarían años para despertar e ir en busca de lo que me pertenecía
2 — Por
ejemplo, aquello que habías pronosticado: “y viviría en esta casa”.
MN — Creo en lo que el poeta sanjuanino
Jorge Leonidas Escudero llamaba “el pálpito”, esa primera impresión de las personas
o los acontecimientos que después olvidamos pero contiene una verdad que más adelante
va a confirmarse. A los once años extravié mi documento de identidad y bastante
tiempo después lo encontré en la casa de la isla. En ese gesto involuntario está
“el llamado a la aventura”, ése y no otro era mi camino.
Necesité olvidar la isla para vivir en la ciudad, pero comencé a tomar clases
con Alberto Muñoz y a trabajar en Ediciones en Danza con Javier Cófreces, justo
cuando ellos escribían “Tigre”, la obra más importante sobre el delta.
Me resistí, estuve en julio del 2010 en España y comencé a ahorrar dinero
para quedarme a vivir allí; llegó el verano y con unos amigos alquilamos una casa
en el río Carapachay. Allí tuve un sueño premonitorio y decidí ocuparme de este
lugar abandonado por mi familia hacía tantos años. El pálpito se confirmó cuando
el vecino que construyó el muelle me proporcionó el primer presupuesto para la madera:
era la cantidad de dinero exacta que había ahorrado.
3 — Has conocido y tratado personalmente a quien obtuviera en 1998 el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”, la pampeana Olga Orozco (1920-1999). Y a otro pampeano notable, Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010). Y a ese sanjuanino con mucha obra, publicada a partir de sus cincuenta años, y gran reconocimiento: Jorge Leonidas Escudero (1920-2016).
MN — La presencia de Olga en mi
vida ha sido constante desde muy temprano. Compré una antología suya del Centro
Editor de América Latina en la adolescencia, junto con “Hotel pájaro” de
Enrique Molina. Fueron mis dos primeros libros de poesía. Claro, por entonces me
costaba pensar que esas personas vivían y ofrecían recitales. Llevaba a todas partes
esos libritos de bolsillo, atormentaba a mis amigas leyéndoles esos poemas.
En 1997 residía en Zárate, me había separado y tenía dos hijos pequeños.
No tenía mucho contacto con “la capital”, eran años de vacas flacas y alquileres
altos. Supe por un diario que Olga iba a leer en el Instituto de Cooperación Iberoamericana
(actualmente CCEBA) y allí fui. Lloré durante toda la lectura y Jorge Boccanera
me prestó su pañuelo. Él fue quien me la presentó. Entonces le entregué lo único
de valor que tenía para darle: mi juego de runas. Ella me extendió un papelito con
su teléfono y me dijo: “Niña, venga a mi casa a tomar el té, que usted y yo tenemos
que hablar”.
Sigo en diálogo con Olga, me acompañan sus talismanes, sus consejos y la
extensa obra periodística que escribió con diferentes seudónimos para la Revista
“Claudia”. Vuelvo a esos textos cada vez que lo necesito y es así como el diálogo
continúa.
Cuando comencé a estudiar literatura tenía altas expectativas con respecto
a la formación poética. Pronto me di cuenta que la poesía y la academia, al menos
en esa época y en ese lugar, no se encontrarían nunca. Fueron los festivales, las
lecturas, o los amigos poetas quienes nutrieron esa sed. Así fue con Orozco y tiempo
después con Bustriazo y con Escudero.
A Juan Carlos Bustriazo Ortiz lo conocí a través del querido y generoso poeta
Sergio De Matteo. Fue él quien lo llevó al “Flamenco Bustriz” (así lo llamaban)
a la presentación de “Estuario” en la Casa Museo Olga Orozco, de la ciudad
de Toay, donde Olga naciera. Su poesía deslumbrante y chamánica me interesó vivamente,
al punto que cambié mis planes de viaje y acompañé a De Matteo y a Bustriazo al
Festival Internacional de Poesía de Rosario, en donde se realizó un reconocimiento
a la trayectoria del poeta.
El encuentro con Jorge Leonidas Escudero fue en su casa. Le realizamos una
entrevista junto a Javier Cófreces (la encontrarán en mi canal de Youtube). Pasamos
el día con él y sus hijas y por la noche fuimos juntos al Casino. Era mi primera
vez y al poeta lo entusiasmaba la posibilidad de que eso le diera suerte. Volví
a verlo al año siguiente para la presentación de su “Poesía completa”. Chiquito,
como le decían sus amigos, era un ser humano excepcional, un hombre que comenzó
a escribir cuando el cuerpo ya no le dio para seguir escalando los cerros en busca
de piedras; entonces se dedicó, como él decía, a “buscar el oro de la palabra
única”.
4 — ¿Qué
decir, Marisa, de http://pajarodemimbre.blogspot.com.ar/, cultura isleña?...
MN — Me gustan los blogs; tengo
unos cuarenta que he alimentado con más o menos asiduidad desde 2004. Algunos son
de lectura restringida y otros sólo los puedo ver yo y los uso para recopilar material
sobre temas que me interesan (pájaros, trenes, el antiguo delta, etc.). En el caso
de pájaro de mimbre, surgió
a través de la Beca del Fondo Nacional de las Artes de investigación sobre poesía
isleña. Colectar, reunir, antologar y difundir son tareas que siempre me dan placer.
Fue también nuestro modo de habitar este lugar, ya que lo llevamos adelante junto
a Gabriel Martino. Gabriel y yo nos conocimos en 2012 y el amor unió nuestras vidas
y nuestros proyectos. Juntos construimos esta casa, juntos estudiamos bibliotecología,
juntos coordinamos talleres y trabajamos en la Biblioteca Genoveva, hacemos libros,
viajamos… Como diría Roberto Arlt, Gabriel es alguien que a fuerza de vivir en el
delta “adquirió la ciencia de las cosas”; tiene un talento enorme para escribir,
pintar, dibujar, esculpir, trabajar la madera. Se necesita una singular capacidad
para vivir en el delta y no depender de nadie. Es él quien se ocupa de mantener
a raya a las alimañas, a la vegetación que crece sin fin; también es quien fabrica
nuestros muebles y repara lo que se rompe. Es un lector apasionado, sobre todo de
literatura medieval italiana. Mantiene un blog de traducciones: http://italianoalabartola.blogspot.com.ar/ y uno en donde homenajea a su escritor favorito, el chileno Adolfo Couve
[1940-1998].
5 — Si
una iniciativa hay que no deberíamos saltearnos en una conversación que propende
a darte a conocer del modo más amplio, es la de creadora, al menos en nuestro país,
de Bibliolanchas en Red.
MN — El trabajo en red es el tipo
de interacción comunitaria que, de todos los posibles, más me interesa. Así sucede
con Poesía en la Escuela (poetas y docentes de todo el país que año a año realizan
el festival en sus escuelas) y también con Bibliolanchas en Red, que reúne a tres
comunidades rurales de tres países que cuentan con una bibliolancha: Quemchi en
Chiloé, Villa Victoria sobre el Río Putumayo, en Colombia y el delta de San Fernando
tienen mucho en común; atienden poblaciones con necesidades similares y une a sus
proyectos los mismos ideales: llegar con la palabra a los lugares más aislados,
convidar a la lectura de materiales cuidadosamente elegidos, retomando una frase
de Gianni Rodari [1920-1980] que siempre nos acompaña: “El uso total de la palabra
para todos me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos
sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.
En 2018 nos proponemos escribir un libro de mitos y leyendas junto a los
niños y jóvenes y luego editarlo en los tres países. En Argentina contamos para
eso con el apoyo de la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares).
6 — Qué
intereses te rondarán o habrán rondado en el área de lo artesanal.
MN — La labor artesanal implica
un uso diferente del tiempo. Me importa sobre todo eso, no tanto el producto en
sí, sino el estado de bienestar que me genera estar tejiendo o bordando, o pintando
con acuarelas. No hay un fin comercial ni una pretensión artística. Hace poco aprendí
a trenzar canastos de sauce y palmera. La sensación de estar en un círculo de mujeres
que tejen es poderosa. El bordado vino con la escritura de “Hebra”. Soñé
con la frase “tejedoras de Dalcahue” y allí se inició la investigación sobre las
tejedoras de diferentes zonas, sus herramientas y procedimientos, el sentido de
sus diseños. Tuve que pasar esa experiencia por el cuerpo y convertirme en tejedora
para terminar el libro.
7 — ¿De cuál o cuáles siguientes tres citas te percibís más próxima?: Gilles Deleuze: “Hay que ser bilingües incluso en una sola lengua, hay que tener una lengua menor en el interior de nuestra propia lengua, hay que hacer un uso menor de nuestra propia lengua.” Ernesto Sábato: “Poderío del Lenguaje”: “La riqueza del lenguaje podría ser medido por el número de las palabras, pero no su poderío. Hay escritores que se arreglan con un vocabulario restringido, pero que sacan matices y partido del que tienen, por la maestría en la colocación: pueden no tener o no querer tener piezas, pero tienen posición. Como en el ajedrez, una palabra no vale por sí sola sino por su posición relativa, por la estructura total de que forma parte. Sólo un escritor mediocre puede desdeñar ciertas palabras, como un mal jugador de ajedrez desdeña un peón: no sabe que a veces sostiene una posición.” Emmanuel Kant: “El sueño es un arte poético involuntario.”
MN — La búsqueda de un lenguaje propio,
de esa lengua menor de la que habla Deleuze es la única tarea posible para quien
escribe. Creo en el oficio, en la orfebrería de la corrección, palabra a palabra
para ir tras esa lengua propia que, por supuesto, es inalcanzable. Sin embargo,
en el origen de cada poema, al menos en mi caso, está el sueño, la visión, el relámpago;
luego la tarea consiste en traducir esos fragmentos.
8 — En 2015,
junto a Javier Cófreces, tuviste la responsabilidad de ocuparte de las obras poéticas
de Carlos Enrique Urquía (1921-2003) y de Juan José Ceselli (1909-1982).
MN — Compartimos con Javier ese deseo
de hacer justicia a los buenos libros, a tantos poetas que por razones de mercado
editorial están fuera del canon y es necesario volver a leer. Ese es uno de los
objetivos de Ediciones en Danza. Al recorrer el catálogo del sello no quedan dudas
del enorme despliegue que ha realizado Javier como editor de poesía argentina. Tuve
la suerte de participar en los volúmenes de los autores que mencionás. Mi tarea
fue rastrear las ediciones originales difíciles de conseguir, tipear los textos,
y en el caso de Urquía resolver el tema de los derechos.
Urquía es un poeta que adscribe al creacionismo; los cuatro libros sobre
el delta que compilamos en “La islíada” reflejan ese cruce entre la creación
pura y la cercanía con el paisaje y sus habitantes.
Ceselli es un rara avis
de la generación del ‘40. Un hombre que abandonó todo por ir detrás de los surrealistas.
Su obra es bella y violenta, desmesurada y cósmica.
9 — En 2004
se publicaron dos antologías: “Un camino en la selva, un paso a la libertad”
(a cargo del chileno Ramón Quichiyao (1951-2017), y “Al filo del gozo”, de
las escritoras mexicanas Marisa y Socorro Trejo Sirvent, y cuyo eje es el erotismo.
MN — La antología chilena formó parte
de un Encuentro Binacional llamado La Ruta de Neruda, en el que desde 1999 un grupo
de poetas de ambos países, Chile y Argentina, rememora el paso por la selva, desde
Futrono a San Martín de los Andes, que realizara Pablo Neruda al ser perseguido
por razones políticas.
Participe en 2004, junto al poeta platense Emiliano Cruz Luna y los chilenos
Ramón Quichiyao, César Uribe, Jaime Huenún, Jaime Valdivieso, Bernardita Hurtado
Low y Jaime Quezada, de ese recorrido que incluyó lecturas en escuelas rurales,
el cruce del lago Maihue y la visita de la hacienda en donde el poeta escribió parte
del “Canto General”.
En el caso de la antología mexicana, Marisa y Socorro Trejo Sirvent realizaron
la convocatoria a fin de presentar el libro en el Encuentro Internacional Mujeres
Poetas en el País de las Nubes, de Chiapas, e incluyeron un poema de “Caballos
de arena”.
10 — Participaste
con una serie de haikus de la muestra “Satori” en la galería de arte contemporáneo
“Masottatorres”. ¿También en otras muestras participaste?
MN — “Masottatorres” fue un espacio
de arte contemporáneo que replanteó los vínculos entre las obras, los artistas,
los aprendizajes y el público. Desde que abrió sus puertas en 2007 fue concebido
como una red que tendía vínculos entre diferentes disciplinas artísticas. Allí participé
escribiendo haikus para las fotografías de la muestra “Satori”, seleccionando poemas
que acompañaron la muestra “Erótica” y también coordinando cursos de poesía y vanguardias
junto a Javier Galarza.
En “Masottatorres” presentamos además “Estuario” en 2008, “El jardín
posible”, mi antología de Olga Orozco, y “Yo, Claudia”, la obra periodística
de Orozco en la Revista “Claudia”, con una performance que incluía un living de
los años setenta y disfraces para fotografiarse con el libro.
11 — ¿Y “El
jardín de las estrelicias”?
MN — También nació en “Masottatorres”. Fue un intercambio con la genial artista Maggie de Koenisberg. Escribí en base a algunas de sus obras y ella luego pintó a partir de poemas míos. Esos poemas fueron editados por el Gobierno de la Provincia de La Pampa cuando fueron seleccionados en el Certamen Federal de Poesía “Casa-Museo Olga Orozco 2013”.
12 — Es a
la isleña Marisa Negri a quien precisamente le acerco esta “inquietud”: Ricardo Piglia en “El último lector”, a
partir de esa tan divulgada pregunta: “¿Qué libro se llevaría usted a una isla
desierta”, considera que la misma incluye a otras dos, las cuales, apenas retocadas,
te formulo: “¿Qué libro leerías si no pudieras hacer otra cosa?” y “¿Qué
libro creés que te sería de ‘utilidad’ personal para sobrevivir en condiciones extremas?”.
MN — Me angustia esa pregunta.
Vivo rodeada de libros, son imprescindibles para mí. Construí una vida en donde
el contacto con el libro ha tenido todos los abordajes posibles; como maestra, compartiendo
lecturas con mis pibes y enseñando a escribir; como bibliotecaria, desarrollando
una colección relevante para el lugar en donde trabajo; como editora, sacando a
la luz textos que estaban perdidos u olvidados; como poeta, escribiendo. Todo es
leer y escribir. Pero vuelvo a tu pregunta. El libro que me ayuda a sobrevivir en
condiciones extremas es “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke,
y el que leería si no pudiera hacer otra cosa sería la obra completa de alguno de
mis poetas amados: Arnaldo Calveyra, Orozco, Francisco Madariaga, Miguel Ángel Bustos,
Escudero, Héctor Viel Temperley, Bustriazo…
13 — Entre
“Caballos de arena” y “Hebra”, ¿qué fue cambiando en tu poética?...
¿Tenés, tendrás, aunque no necesariamente para socializar en lo inmediato, un nuevo
libro o compilación de la obra de algún autor?
MN — “Caballos de arena”
es un libro que ha quedado muy lejos del resto. Es intimista, catártico, un poco
adolescente también. Aun así es un libro querido por lo que representa en mi vida;
una joven mujer con hijos pequeños, recién separada, escribiendo desde ese dolor.
Más que los poemas en sí, allí cobró valor lo paratextual. Para la presentación
del libro en la biblioteca del pueblo montamos una escenografía con cartas de tarot
gigantes y caballos de papel; Nadia Sandrone, una talentosa amiga actriz, entraba
a escena entre poema y poema jugando con agua, tierra y fuego. También toqué la
guitarra y canté junto a dos guitarristas y un percusionista. Lo volvimos a presentar
con gran suceso en las ciudades de Ramos Mejía y Capitán Sarmiento. De allí surgió
un grupo de amigos que a veces coordinábamos talleres de educación por el arte.
Luego me mudé, comencé mis estudios de poética con Alberto Muñoz y eso lo
cambió todo. “Estuario” fue un largo reencuentro con mi madre a partir de
escenas familiares que volví a narrar tomando la idea de John Berger: “El pasado
es la única cosa de la que no somos prisioneros. Podemos hacer con el pasado lo
que se nos dé la gana”. Entonces, tomando esa licencia reescribí parte
de la historia familiar.
Para “Las sanadoras” me alejé de lo personal; es un libro de mujeres
que curan y mujeres que rezan, una exploración de esos saberes ancestrales sobre
los yuyos, los huesos, las señales del cielo. Un grupo de mujeres en Balsa Las Perlas,
provincia de Río Negro, lo transformó en una obra teatral. Conocí a la poeta neuquina
Macky Corbalán [1963-2014] ese día, el del estreno: fue un encuentro breve y luminoso.
En “Nautilus” el tema es la construcción de la casa, el regreso al
río y al padre. Es un libro inconcluso, pero tal vez ese sea su signo; ahora que
vivo aquí, y el delta es el universo cotidiano de lanchas, y niños y perros, se
desdibuja como objeto poético, forma parte de un misterio mucho mayor aún.
Con “Hebra” vuelven las mujeres a dominar la escena, esta vez tejedoras
de distintos lugares de América, de diferentes épocas. Intenté en él recuperar esas
voces, tejer. Hay poemas que funcionan como urdimbre y otros son trama. Dos muertes
y dos nacimientos queridos y cercanos sucedieron en torno a esos textos mientras
escribía “el origen y el final son una misma cuerda”.
Lo que viene: una recopilación de “Mitos que viajan por agua” contados
e ilustrados por niños y jóvenes de Argentina, Colombia y Chile. Formará parte del
recorrido 2018 de la Bibliolancha de la Biblioteca Popular Santa Genoveva, y también
del bibliobote de Villa Victoria (Putumayo, Colombia) y la Bibliolancha Felipe Navegante
(Quemchi, Chiloé, Chile). También me gustaría editar la segunda parte de “Yo,
Claudia”.
14 — ¿Ana
Emilia Lahitte, Juana Bignozzi, Leda Valladares o Elizabeth Azcona Cranwell?...
MN — Sobre todo Leda. Ella, como
Violeta Parra en Chile, inició un camino hacia el origen de la palabra y del canto,
nos enseñó a escuchar las voces de cantores que “con su música reajustan el universo”.
Ella nos dice: “Grito y canto convergen en el indio, en el negro, en el
asiático o en el criollo de cualquier continente. Salen juntos, casi trenzados en
el rito primero. Allí se pierden las nociones de prudencia sonora y todo está permitido
si sirve para expresar, clamar, convocar, suplicar y llegar a oídos supremos. La
libertad es la esencia de ese grito y el grito significa sangría, parto, develamiento
de fuerzas ocultas (…) Ese canto metafísico del desamparo original, cantado con
los huesos y el pellejo, exige un tímpano religioso.”
Admiro esa determinación de Leda, que dejó su formación jazzística para seguir
el canto de la tierra y adentrarnos en sus misterios.
15 — ¿Cuáles
considerás que son las condiciones y atributos más relevantes en un narrador? ¿Quiénes
responderían a ese modelo?
MN — No soy experta en el tema.
Cuando comienzo a leer un relato y la escritura es descuidada pierdo el interés;
sin embargo, cuando un cuento o novela me apasiona, lo más probable es que relea
una y otra vez y en esa lectura se vaya profundizando la mirada.
Mirada la de John Berger que amo: siempre más allá de la superficie, y el
inmenso abanico de otras lecturas que convida a leer. De William Faulkner su maestría
para hacernos experimentar las emociones que viven sus personajes, la genial invención
de Yoknapatawpha, en donde transcurren la mayoría de sus historias.
No sé si hay un modelo. Cada autor tiene sus claves y habrá algunas que no
alcanzaremos nunca. Me gustan Claire Keegan, Haroldo Conti, Cynthia Ozick, Juan
José Saer, Natalia Ginzburg, Carlos Domínguez, Juan José Morosoli, Irene Nemirovsky,
Felisberto Hernández, por nombrar algunos: estos que ahora vienen hacia aquí y mañana
podrían ser otros.
16 — ¿Cuál
es tu opinión de la poesía argentina de este siglo XXI?
MN — La poesía goza de buena salud.
En Argentina hay un arco poético lo suficientemente amplio como para encontrar la
voz que más nos interese. Ha habido un desplazamiento de la poesía hacia otros lenguajes,
una fuerte presencia teatral, performática, audiovisual. También como lógica consecuencia
de los tiempos que vivimos aparece fuertemente lo social y lo político.
La oferta editorial tuvo su apogeo en 2015, cuando se creó la Red Federal
de Poesía y desde el estado se propiciaron encuentros, lecturas, compras de libros
para las escuelas, apoyo a festivales y ferias en todo el país. Hoy, desfinanciados
estos programas, la red subsiste de modo autogestivo y solidario.
17 — ¿Incursionaste
—aparte de tus prólogos y artículos— en otras formas de escritura fuera de la poesía?
MN — Soy estudiante crónica y docente,
así que mucho de mi escritura pasa también por el desarrollo de proyectos, planificaciones,
breves ensayos o materiales didácticos para mis alumnos.
Llevo habitualmente diarios de viaje, bitácoras que van quedando por ahí
en cuadernos perdidos dentro de mi biblioteca, y alguna vez intenté escribir una
novela pero no pasé de las treinta páginas.
No creo que deba publicarse todo lo que se escribe. Durante cierto tiempo
escribía dos o tres hojas diarias como un modo de “limpiar” la cabeza. También escribo
muchísimas cartas.
18 — Certezas:
¿bastantes, sólo algunas o poquísimas?...
MN — Algunas. Amo lo que hago,
tengo vínculos fuertes y profundos con algunas personas, creo en las fuerzas naturales,
en el amor, en la amistad. Elegí vivir en esta isla pero podría haber sido
también en Granada, Montevideo, Salvador de Bahía o Chiloé. Siempre habrá un deseo
nómade en mi vida sedentaria. Siempre viento y raíz serán parte de mi naturaleza.
*****
Agulha
Revista de Cultura
UMA AGULHA
NO MUNDO INTEIRO
Número 161 |
dezembro de 2020
Artista convidado: Zdzisław Beksiński (Polônia,
1929-2005)
editor geral
| FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo &
design | FLORIANO MARTINS
revisão de
textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições
© 2020
Nenhum comentário:
Postar um comentário