Las palabras más bellas son las que nacen de tu cuerpo.
NUNO JÚDICE
“Yo
edito aquello que no puedo olvidar”, me dijo alguna vez, durante una que otra caminata-conversa
en Quito, el gran editor español creador de Pre-Textos, el querido Manuel Borrás,
a quien conocí gracias a Eduardo Chirinos. En julio de 2015 edité “La música y el
cuerpo” 50 poemas de Chirinos en el catálogo de Ediciones de la Línea Imaginaria, la pequeña editorial independiente
que llevamos mi esposo, el poeta Edwin Madrid y yo, desde hace más de 20 años en
Quito.
En agosto de 2015 invitamos a Eduardo Chirinos
a presentar el libro en tres lugares de la ciudad de Quito, y aunque el cáncer le
impedía disfrutar a plenitud de la ciudad, Eduardo pudo compartir con sus lectores
y fans, atender a la prensa y degustar algunas delicias andinas que compartimos
con Perú: cuy asado, empanadas de queso y maíz tierno cocinado con su mazorca, cuyos
potentes sabores lograron ganarle al amargo de los medicamentos. Fue memorable esa
visita porque la enfermedad no había logrado tocar su finísimo humor, así como tampoco
su enorme gusto por la música y los chocolates negros.
Me confieso fidelísima fan de la poesía de Eduardo
Chirinos, a quien comencé a leer desde mi primera visita literaria a Lima en 1992,
antes de conocerlo personalmente en octubre 2011 en República Dominicana durante
el Festival Internacional de Poesía, en el que tuvimos la inmensa suerte de coincidir
y que nos permitió afianzar la amistad y la complicidad literaria. Y esto de ser
fan, amiga y editora permite ciertas licencias, por ejemplo, que solo me decidiera
por los 50 poemas que integran “La música y el cuerpo”, de una muy prolífica, amplia
(19 libros de poesía), diversa y estupenda obra que conozco bien. Por cierto, ese
es uno de los libros que nuestra editorial agotó, en menos de un año de ponerlo
en circulación, vendimos toda la edición de 500 ejemplares.
Lo que pretendí con ese pequeño libro de 50
poemas fue homenajear en vida a Eduardo Chirinos, homenajearlo en mi ciudad, en
mi casa y con nuestra editorial que solo publica lo que no olvida y lo hermoso que
desea compartir con los lectores. El año siguiente, en febrero de 2016, Eduardo
Chirinos murió cuando tenía 55 años de edad. La noticia de su muerte me estremeció
hasta las lágrimas y ese día volví sobre uno de los correos electrónicos que me
había enviado, un mes antes de su fallecimiento, con unos párrafos que escribió
sobre mi libro “Jardín de Dagas” que publicó la editorial Praxis en México en 2015,
pero que en ese momento contemplaba una posible edición en Cuba, que aún sigue pendiente.
“Jardín de Dagas” tiene varios poemas que escribí para Eduardo y la enfermedad que
lo aquejó y de la cual me iba contando periódicamente. Nunca antes había compartido
este correo y éstos párrafos de su lectura de mi libro. Creo que este es el espacio
para revelar esa amistad que fuimos tejiendo a lo largo del tiempo…
Mi muy querida Aleyda:
Luego de releer varias veces tú magnífico libro,
te envío los tres párrafos que me pediste. Ellos, creo, resumen las ideas y emociones
más saltantes de mi lectura, lo que ha despertado en mí como lector y amigo una
mayor sorpresa e interés. No he querido soltar demasiada prenda al lector, he querido
más bien invitarlo a que se extravíe en tu jardín, aunque salga herido como yo en
algunos casos, pues hay poemas que me tocan directamente, como aquel donde mencionas
el bisturí, el estómago y el cáncer. Ojalá te guste, ya me comentarás.
Muchos besos y cariños desde Missoula para ti,
para Edwin y la dulce Anaís.
Los quiere y extraña,
Eduardo.
¿Cómo
leer este título de Aleyda Quevedo? Tanto si vinculamos el jardín con el poema (y
las dagas con las palabras de las que está hecho) o con el libro (y las dagas como
los poemas que lo conforman), se nos trasmite a nosotros, los lectores, una relación
transgresiva e incluso perversa: jardín evoca artificio, perfección, privacidad;
daga, en cambio, evoca corte, punción, herida. Aleyda Quevedo se atreve a conciliar
ambos términos apostando por el lirismo y por la más acerada belleza, pero, entiéndase
bien, una belleza que sólo es posible evidenciando el dolor que supone la violencia
ejercida en la materia sobre la cual trabaja. Y esa materia no es otra que el poema
y el cuerpo amado.
Puñales,
tijeras, navajas, bisturíes… todo un arsenal de instrumentos punzocortantes le sirven
a Aleyda Quevedo para arrancar la maleza del poema y, de paso, “los pensamientos
impuros”. Estamos, pues, ante poemas que se erigen como poéticas, pero también –y
esto es lo más importante– como un recorrido apasionado de su propio Ars Amandi:
“Hay que destruir lo que amamos porque corta / lo intenso del silencio tuyo que
corta y me corta / Voy a salir a buscarte en la noche y cortarte la voz”.
Frente
a la creencia generalizada de que la belleza se escribe desde una zona de comodidad,
estos poemas confirman la famosa línea de Keats según la cual “belleza es verdad
y la verdad belleza”, pero convenciéndonos de que esa identidad sólo es posible
mediante una depuración que no tema “cortar las flores marchitas de la maceta” ni
“los versos que ensucian el poema”. Una depuración que acepte el riesgo de escribir
poesía al filo de la perfección de una navaja.
Eduardo Chirinos, Missoula, enero 2016.
Los poemas que contiene “Jardín de Dagas” escritos
para Eduardo Chirinos son estos que les comparto, y son los que él hace referencia
en su correo electrónico.
Te veo dibujando el
bisturí
con el que cortaron
tu estómago en cinco partes.
No encontraron versos
de silencio,
tampoco versos cancerígenos
sirven
para construir poemas
de humor.
En tu dibujo del bisturí
ha quedado
la oración invisible
extirpada de tu estómago.
El viento golpea el
rostro provocando cortes.
Dos cuchillos sobre
la mesa marcan las horas del reloj.
¡Ya te escucho, muerte!
En un invierno sin
cantos de ranas,
Los últimos dibujos
me sobrevendrán.
Se trata un poeta íntimo y silencioso. Dueño
de una mirada filosófica de las cosas y del paso del tiempo. Sus versos me suenan
a una música secreta y algo triste, a pesar del humor y del empeño ferviente del
poeta de cantarle a la música y de escribir acompañado de ella (“todas las artes
propenden a la condición de la música”). Chirinos le canta con el mismo entusiasmo
y habilidad a los animales y al cuerpo sano y enfermo. Aunque siempre pretendió
olvidarse de su propio cuerpo porque desde siempre lo perturbó. Sufría sordera de
un oído y eso lo obligaba a escuchar música a todo volumen en su estudio de Missoula.
La música y el cuerpo son para mí sus dos grandes
temas, fascinantes temas que abordó erigiendo pequeñas catedrales de versos y palabras
precisas. Desde las danzas, preludios y tocatas de Breve historia de la música, por el que se le concedió en 2001 el primer
Premio Casa de América de Poesía Americana en España, pasando por los impecables
libros: Coloquio de los Animales, Mientras el lobo está, Recuerda, Cuerpo.., Abecedario del Agua, hasta llegar a libros como Escrito en Missoula y Medicinas para quebrantamientos de halcón,
publicado por Pre-Textos en una bellísima edición que Eduardo me entregó en las
manos, y en el que resulta definitivo y conmovedor el abordaje sobre el cuerpo enfermo
que resiste y no se queja. El cuerpo como ánfora de múltiples viajes interiores…
Chirinos solo reafirma que cada poema es una
máscara que amplifica los deseos, los miedos, los amores, los desamores, para entregarnos
una estética misteriosa y bella para interpretar el mundo. Tres cuerdas me encantan
e interesan de su vasta obra: el amor (cuerpo propio y cuerpo de la amada), la música
y los animales. He visto a Eduardo ejercer el arte de dibujar preciosos animalitos:
osos, ballenas, gatos, pájaros e insectos. Incluso su e-mail personal comenzaba
con la palabra: ballena. Eduardo se vestía con el traje de dibujante porque creo
que cultivar este arte se completaba con el otro arte de escribir sobre ellos. Por
fortuna, guardo algunos dibujos de osos y gatos que me regaló, mirándolos ahora,
tan vivos y atentos sobre mi escritorio, recuerdo esta reflexión que el poeta dejó
en uno de sus libros: “Los animales han ejercido sobre mí una fascinación que ha
sabido mantenerse a lo largo de los años. Es natural, entonces, que transiten con
toda libertad a lo largo de mis libros. ¿Por qué esa fascinación? No sabría explicarlo
con certeza, pero puedo decir que todos ellos —desde los más imponentes hasta los
más humildes— se me han ofrecido como un misterio, como una interpelación que todavía
no logro comprender.”
La otra sensibilidad o cuerda desarrollada en
sus poemas y por la que me he decidido es el cuerpo y su naturaleza siempre vinculada
al amor. Leer esos poemas me lleva a la conclusión de que todo puede ser naturaleza
y que sentimos con el cuerpo. La voz poética expresa el amor sublime, el amor erótico
y el amor leal a una sola mujer. Al ahondar en el cuerpo sano y enfermo, encuentro
que el maestro Chirinos dialoga concentradamente con lo que sostiene el filósofo
francés Jean Luc-Nancy cuando apunta: “¿Qué es el cuerpo? La apertura sensible de
lo que se puede llamar “alma” o “espíritu”. Por eso se puede decir de forma sencilla
que el arte siempre es una cosa del cuerpo, luego no hay separación entre el cuerpo
y el alma. El arte es el cuerpo como sensibilidad, pero intensificada, hecha más
aguda, especializada. La sensibilidad es el cuerpo. El cuerpo es una relación con
el mundo que no deja de estar en la apertura y en el cierre, en la elección de tal
o cual registro, en el movimiento o en la inmovilidad”.
En Eduardo Chirinos el trabajo sobre el cuerpo
sano y enfermo, trabaja con resonancias clásicas y modernas imposibles de desconectar
de los problemas esenciales del arte y de las preocupaciones de los artistas de
todos los tiempos. Chirinos escribe: Nada
hay que tu cuerpo conozca/ nada que hayas aceptado o creído rechazar; / la belleza
es un capricho de la forma/, la verdad un cúmulo de arena que el viento deshace.
La belleza es un capricho
de la forma, le
dije alguna vez durante el Festival de Santo Domingo, porque le confesé que no imaginaba
que fuese un poeta tan guapo dueño de esos brillantes ojos azules y que se que era
su verso, lo representaba. Apreciación que fue reforzada y corroborada por la poeta
dominicana Soledad Álvarez. Y así fue que los tres no nos separamos durante los
días que duró ese festival inolvidable. Como su lectora, nunca dejé de encontrar
y sorprenderme con fuertes dosis de ingenio y humor, genio y referencias culturalistas
infinitas, quiebres de bromas en su conversación notable y continuas referencias
mitológicas que pueblan los poemas de Eduardo Chirinos. De los poemas de Chirinos
que más me gustan para ejemplificar su fino tratamiento del tema del cuerpo con
claro guiño al afluente culturalista de su obra, cito este.
Para aplacar la ira
de este mar en calma
Invocación a Sabaoth
Has
destrozado tu cuerpo, tu cuerpo lastimado por cuarenta años de lluvia,
sometido
para siempre a las violentas emanaciones de gas.
El
aire se torna irrespirable;
la
gente se cubre el rostro con las manos, reúne a sus hijos y murmura una plegaria.
Los
más hábiles han trepado los cerros o han aprendido a vivir bajo las aguas,
los
más débiles perciben sin sorpresa el vago sentido de las cosas
y
arrancan los frutos amargos de su cuerpo aspirando a la inocencia,
oscuros
mediadores entre realidad y deseo.
(Todo
problema oculta su propia solución, se dice,
pero
es difícil mantener erguido un cuerpo cuando la pasión gobierna:
el
cerebro aumenta de volumen y los codos
suelen
apoyarse en las rodillas para soportar mejor el peso
y
hundirse para siempre en el barro del origen.
«¡Sabaoth,
Sabaoth —grité— aplaca la ira de este mar en calma!»
mas
los vientos soplaron con violencia las rosadas cavidades uterinas
y
entonaron bellas canciones de amor).
Has
destrozado tu cuerpo en los podridos tablones del deseo
y
has remado contra toda corriente desoyendo los consejos del augur.
Ve
ahora a purificarte en la basura que se oculta en los grandes sentimientos
como
el cuerpo hermoso se oculta bajo el manto oscuro de la ropa,
como
el hígado y el páncreas se ocultan bajo el manto oscuro de la piel.
Verás
entonces tus restos vagar por el espacio, continuando
la
orbicular ruta de los astros,
pero
siempre alrededor de sol, siempre al lado de sol.
Nunca
en la tierra.
En los últimos 6 años antes de su muerte, la
enfermedad se convirtió en un impulso creativo…fue hurgando en ella como si se tratara
de extraerle las mejores palabras, los versos más perfecto y las imágenes más poderosas,
hasta que juntó todo, lo pasó por el tamiz de su dominio del lenguaje y logró evaporar
libros perfectos como “Medicinas para quebrantamientos del halcón”. Era como si
una vez que el estómago fue extirpado, el poeta sabía, que ahora el tiempo corría
veloz y había que escribir con auténtico sabio desespero.
Cuando estuvo en Quito y lo acompañé a la entrevista
que el diario El Comercio y el querido
amigo periodista Gabriel Flores, le hizo, Chirinos confesó varias ideas que me parecen
importantes y memorables traer a este texto. “Los poemas nunca empiezan con palabras, sino con
una música que reclaman palabras”. “Para Chirinos, la poesía, en la actualidad,
sirve para lo mismo que servía en el pasado, para nada exclama. Cita a Juan Ramón
Jiménez para mencionar que está dirigida a la llamada inmensa minoría. “Siempre
va a ver una inmensa minoría la que lee poemas, para la cual la poesía le va decir
algo. Esa es su vitalidad y su garantía de supervivencia”.
Es inevitable.
Sólo escribiendo llenaremos el pozo
donde han de consumirse los recuerdos.
Sólo el tiempo
(el misterioso vigía de los sueños)
ronda en el origen de un poema inalcanzable
que jamás nos propondremos escribir.
*****
Agulha Revista
de Cultura
UMA AGULHA NA
MESA O MUNDO NO PRATO
Número 165 |
fevereiro de 2021
Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)
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| FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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| MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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