segunda-feira, 15 de fevereiro de 2021

DELIA QUIÑÓNEZ | Luz Méndez de la Vega: cuando su vida sigue siendo la vida

 


Hace algunos días (apenas unos cuantos como para no habernos permitido asimilar del todo esa realidad) una de las voces más claras de la literatura centroamericana cambió su tono de permanente y profunda reflexión, para quedarse serenamente lúcida en la plenitud de su obra.

Abarcadora, la palabra de Luz Méndez de la Vega es, justamente, continuidad de vida; fuerza y amarre de todos aquellos mundos que ella aprehendió con inusitada vehemencia, para construir eso que sólo los creadores testimoniales son capaces de levantar, no sólo por la revelación constante de su ser individual —espejo propio y el de todos— sino como testigo de una sociedad en cuyas agitadas aguas les tocó navegar.

Todos esos mundos quedan hoy en su palabra (que es como decir su interrumpida vida) y en la certeza de un cotidiano renacer que ella misma describió así:

 

Como el árbol se renueva

 en primavera.

Como el río y el lago llenan

 su cauce en invierno.

Como el día amanece desde

 la noche.

Como el año y el siglo crecen

 sobre el tiempo.

Como todo lo fértil renace

 desde la muerte.

Así, tú y yo, cantemos

 nuestra resurrección

desde la sombra.

 

Mujer de múltiples perfiles, fecunda en cuestionamientos precisamente para buscar y encontrar respuestas a las grandes encrucijadas del ser humano, Luz descubrió en el hecho teatral y en los escenarios los primeros espacios para escuchar a los autores y al mismo tiempo para penetrar en los secretos de la vida que arde en la pasión, en la indagación interior y en el pensamiento que nunca, como las aguas de los ríos, no son los mismos que pasan todos los días bajo los puentes.

Ajena a su propia luz, ella iluminó su camino con una inflexible dedicación hacia el estudio; y desde ese mirador se transformó en educadora. Así, su tiempo fue dado en total entrega a numerosas generaciones de estudiantes, tanto de las áreas humanísticas como de otras esferas de aprendizaje. Educó desde la cátedra, pero también desde diferentes tribunas, foros, países y temáticas. Educó también desde su rol de periodista cultural y feminista; tarea encomiable en tanto apartada casi siempre del interés de las empresas periodísticas. Ella hizo de esa opción otra cátedra, otro canal de comunicación con públicos más amplios.


Tuvo un lugar privilegiado en la Academia Guatemalteca de la Lengua; y queda testimonio de su acuciosa actividad investigativa, cuando ante la comisión de lexicografía de la Real Academia, en Madrid, hizo evidente las desigualdades hacia la mujer, que surgen precisamente, desde el diccionario mismo de nuestra lengua.

Quedan entre sus numerosas investigaciones: La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz, la primera poetisa guatemalteca en el siglo XVII; El amor en la poesía inédita colonial centroamericana; El Señor Presidente y Tirano Banderas; y Apuntes de Literatura, entre otros. A esta dedicación investigativa se une, además, su intensa actividad como crítica de arte, en donde sus apreciaciones —bienvenidas o no— fueron siempre estimadas como una forma de generar debates y propiciar la necesidad del diálogo para enriquecer genuinamente el ambiente de la cultura y en particular, del arte en sus diferentes manifestaciones.

Debemos a Luz Méndez de la Vega, una de las más claras posiciones respecto del feminismo y sus numerosas aristas. A la vanguardia de una temática controversial y utilizada tantas veces en desmedro de la mujer y de sus luchas más genuinas, Luz avanzó con paso seguro y demostró cuán válido es el feminismo en la construcción y reconstrucción de un mundo más digno para todos.

Es en este ámbito de acción donde Luz deja muchos de sus mejores testimonios. Y hablamos de testimonios relacionados con la dignidad del ser humano; de la posibilidad de rebelarse contra las desigualdades y la injusticia afincada por medio de instituciones represoras; rebelión que exige perseverancia y consecuencia, particularmente cuando se trata de esfuerzos considerados estériles, según conveniencia del orden establecido.

Memorables estudios dan fe de lo anterior, entre ellos: “Lenguaje, religión y literatura como deformadores de la mujer y de la cultura”; y “La mujer en la literatura y en los libros de texto”, además de una dedicación permanente como activista del feminismo.

Sin embargo, en Luz Méndez de la Vega el feminismo es algo más que una posición decidida y contestataria. Es no solo una pasión fruto de análisis y estudios rigurosos. También está presente en gran parte de su obra más representativa como escritora.

Es en esa dimensión, donde Luz teje su palabra para ahondar en la problemática de la mujer. Para trascender lo coloquial o circunstancial, para dar vida plena a la palabra como obra de arte. Así, construye sus Monólogos de Mujer en Soledad, hermosas piezas dramáticas que revelan su impronta como actriz y al mismo tiempo el asedio a temas profundamente vinculados con la condición femenina. Se trata de una escritura susceptible de abarcar fronteras aún más abiertas que las de la poesía o las de ensayo.

Memorable, dentro de su amplia obra poética feminista es su “Eva sin Dios”; y “Las voces silenciadas”. En esta última, ella misma declara que se trata de “poemas con voz de mujer” para hablar de una esclavitud que “es aún más incomprendida cuando más invisible se presenta”.

En esa misma línea testimonial se ubican aquellos cantos de estricta factura poética donde Luz plantea su posición de cara a la injusticia y desigualdad que experimentan amplios grupos de población, así como la crueldad inveterada y el horror de los conflictos entre hermanos. A esa esfera pertenece el poemario Toque de queda —Poesía bajo el terror—. Cabe decir que esta temática también queda incluida en su obra periodística, así como en ensayos y conferencias.

Sin duda alguna, lo esencial del pensamiento de Luz Méndez de la Vega está en su poesía. Todo un hermoso caudal de reflexiones filosófico-existenciales, donde los temas recurrentes son sin duda la vida, la muerte y el amor. Toda una obra reconocida con el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”, de Guatemala; o la medalla Pablo Neruda que le otorgó el gobierno de la República de Chile además de otros importantes premios y distinciones que recibió a lo largo de su intensa proyección humanística.


En la antología Ligera y diáfana se recoge toda la poesía de Luz Méndez de la Vega. Acierto de la Editorial Cultura, donde se concentra la veta más importante de una escritora cuya vida sigue viva y en donde poemarios de extraordinaria calidad como Tríptico, De las palabras y la sombra, Helénicas y Frágil como el amor constituyen obras fundamentales en la poesía guatemalteca.

Como me permití expresar en anterior oportunidad, para Luz esa antigua y renovada voluntad de descubrir el propio mundo interior del creador de poesía tiene la potestad del escalpelo que abre una y otra incisión hasta llegar a la médula y a los centros nerviosos más sensibles. Porque la poesía, “la impúdica” abre “incompartidas regiones” y se adentra en

 

Oscuros recuerdos,

perdidos sueños,

olvidados estremecimientos

entre hueso y piel.

 

Si la inspiración es la antesala del poema, hay entonces un proceso interno intensamente desgarrador que Luz define como:

 

Llama voraz

en gigantesco pulso

que al desbordar

su río de puñales

en la carne

deja

—flor de brasa—

un temblor de palabras

en los labios.

 

Por eso, en Luz el poema es posterior a la emoción: la recrea con toda la fuerza transformadora de la palabra; con sus sílabas grises, sus poderosos adjetivos y los nombres donde lo existencial aflora en un juego certero y permanente. Así, el poema es definido por ella como:

 

Vida y muerte

incesantes

agonía perenne.

Efímera eternidad

que la polilla

roerá

 tenaz

e inexorable.

 


Extremos que se tocan para evidenciar la fugacidad de esa eclosión de la palabra que es el poema; de ese rayo que hiere hasta despojarnos de toda vestidura que retenga piadosa la sangre derramada. Luz enfrenta el poema con la vehemente convicción de quien se sabe doblegada por él, en la doble espada del tiempo y de la muerte:

 

Arcángel diabólico

feroz e insaciable,

el poema,

 nos devora

sangre y tiempo,

mientras

pasamos al olvido

de los muertos.

 

Poesía breve e intensa que se adentra, hermosamente reflexiva, en los laberintos existenciales de quien redescubre su vida interior y la ilumina, como Luz, con el esplendor de su palabra. Poesía donde Eros también está presente en el momento de las interrogaciones. Dios poderoso por su fuego devorador, dios frente a la desazón y la desesperanza. Un dios pleno de simbolismos que surge desde la extraordinaria palabra poética de esta escritora.

Para Méndez de la Vega la poesía también rebasó los límites personales: dejó de lado su propia creación para enfocar su visión crítica en otras escritoras. Generoso y solidario gesto que en los años 80 se plasma en la antología Poetisas desmitificadoras de Guatemala; la cual fue corregida y aumentada en el 2002, con el aparecimiento de la antología Mujer, desnudez y palabra. A propósito de la poesía guatemalteca escrita por mujeres, Luz afirmó la importancia de la misma, por cuanto

 

la nueva poesía femenina busca formas expresivas originales, incorpora nuevos objetos antipoéticos, renueva la lírica (…) es la que presenta mayores posibilidades de originalidad, ya que le permite encontrar temas, motivos, metáforas, imágenes totalmente inéditas para la poesía de mujeres…

(En la antología Mujer, cuerpo y palabra, de Myron Alberto Ávila (1973-2003). Madrid: Torremozas, 2004)

 

Su interés por la obra de los demás eclipsó muchas veces su propia palabra. De hecho, siendo catedrática de literatura también se preocupó por dar a conocer la voz de sus colegas literatos en la antología Flor de varia poesía. Manera muy suya de compartir espacios para ampliar el panorama de la poesía guatemalteca.

Muchas gracias a Luz Méndez de la Vega por su vida ilimitada; por la vida que nos da hoy la posibilidad de ver el mundo y sus misterios con ojos analíticos; pero sobre todo, con el amor con que sólo es posible acceder a los corazones generosos que, como ella, demuestran que SU vida sigue siendo la vida con voz propia, con nombre de mujer luminosa y esencial como su palabra.


 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 165 | fevereiro de 2021

Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)

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