Abarcadora, la palabra
de Luz Méndez de la Vega es, justamente, continuidad de vida; fuerza y amarre de
todos aquellos mundos que ella aprehendió con inusitada vehemencia, para construir
eso que sólo los creadores testimoniales son capaces de levantar, no sólo por la
revelación constante de su ser individual —espejo propio y el de todos— sino como
testigo de una sociedad en cuyas agitadas aguas les tocó navegar.
Todos esos mundos quedan
hoy en su palabra (que es como decir su interrumpida vida) y en la certeza de un
cotidiano renacer que ella misma describió así:
Como el árbol se renueva
en primavera.
Como el río y el lago llenan
su cauce en invierno.
Como el día amanece desde
la noche.
Como el año y el siglo crecen
sobre el tiempo.
Como todo lo fértil renace
desde la muerte.
Así, tú y yo, cantemos
nuestra resurrección
desde la sombra.
Mujer de múltiples
perfiles, fecunda en cuestionamientos precisamente para buscar y encontrar respuestas
a las grandes encrucijadas del ser humano, Luz descubrió en el hecho teatral y en
los escenarios los primeros espacios para escuchar a los autores y al mismo tiempo
para penetrar en los secretos de la vida que arde en la pasión, en la indagación
interior y en el pensamiento que nunca, como las aguas de los ríos, no son los mismos
que pasan todos los días bajo los puentes.
Ajena a su propia luz,
ella iluminó su camino con una inflexible dedicación hacia el estudio; y desde ese
mirador se transformó en educadora. Así, su tiempo fue dado en total entrega a numerosas
generaciones de estudiantes, tanto de las áreas humanísticas como de otras esferas
de aprendizaje. Educó desde la cátedra, pero también desde diferentes tribunas,
foros, países y temáticas. Educó también desde su rol de periodista cultural y feminista;
tarea encomiable en tanto apartada casi siempre del interés de las empresas periodísticas.
Ella hizo de esa opción otra cátedra, otro canal de comunicación con públicos más
amplios.
Quedan entre sus numerosas
investigaciones: La amada y perseguida Sor Juana de Maldonado y Paz, la primera
poetisa guatemalteca en el siglo XVII; El amor en la poesía inédita colonial centroamericana;
El Señor Presidente y Tirano Banderas; y Apuntes de Literatura, entre otros. A esta
dedicación investigativa se une, además, su intensa actividad como crítica de arte,
en donde sus apreciaciones —bienvenidas o no— fueron siempre estimadas como una
forma de generar debates y propiciar la necesidad del diálogo para enriquecer genuinamente
el ambiente de la cultura y en particular, del arte en sus diferentes manifestaciones.
Debemos a Luz Méndez
de la Vega, una de las más claras posiciones respecto del feminismo y sus numerosas
aristas. A la vanguardia de una temática controversial y utilizada tantas veces
en desmedro de la mujer y de sus luchas más genuinas, Luz avanzó con paso seguro
y demostró cuán válido es el feminismo en la construcción y reconstrucción de un
mundo más digno para todos.
Es en este ámbito de
acción donde Luz deja muchos de sus mejores testimonios. Y hablamos de testimonios
relacionados con la dignidad del ser humano; de la posibilidad de rebelarse contra
las desigualdades y la injusticia afincada por medio de instituciones represoras;
rebelión que exige perseverancia y consecuencia, particularmente cuando se trata
de esfuerzos considerados estériles, según conveniencia del orden establecido.
Memorables estudios
dan fe de lo anterior, entre ellos: “Lenguaje, religión y literatura como deformadores
de la mujer y de la cultura”; y “La mujer en la literatura y en los libros de texto”,
además de una dedicación permanente como activista del feminismo.
Sin embargo, en Luz
Méndez de la Vega el feminismo es algo más que una posición decidida y contestataria.
Es no solo una pasión fruto de análisis y estudios rigurosos. También está presente
en gran parte de su obra más representativa como escritora.
Es en esa dimensión,
donde Luz teje su palabra para ahondar en la problemática de la mujer. Para trascender
lo coloquial o circunstancial, para dar vida plena a la palabra como obra de arte.
Así, construye sus Monólogos de Mujer en Soledad, hermosas piezas dramáticas que
revelan su impronta como actriz y al mismo tiempo el asedio a temas profundamente
vinculados con la condición femenina. Se trata de una escritura susceptible de abarcar
fronteras aún más abiertas que las de la poesía o las de ensayo.
Memorable, dentro de
su amplia obra poética feminista es su “Eva sin Dios”; y “Las voces silenciadas”.
En esta última, ella misma declara que se trata de “poemas con voz de mujer” para
hablar de una esclavitud que “es aún más incomprendida cuando más invisible se presenta”.
En esa misma línea
testimonial se ubican aquellos cantos de estricta factura poética donde Luz plantea
su posición de cara a la injusticia y desigualdad que experimentan amplios grupos
de población, así como la crueldad inveterada y el horror de los conflictos entre
hermanos. A esa esfera pertenece el poemario Toque de queda —Poesía bajo el terror—.
Cabe decir que esta temática también queda incluida en su obra periodística, así
como en ensayos y conferencias.
Sin duda alguna, lo
esencial del pensamiento de Luz Méndez de la Vega está en su poesía. Todo un hermoso
caudal de reflexiones filosófico-existenciales, donde los temas recurrentes son
sin duda la vida, la muerte y el amor. Toda una obra reconocida con el Premio Nacional
de Literatura “Miguel Ángel Asturias”, de Guatemala; o la medalla Pablo Neruda que
le otorgó el gobierno de la República de Chile además de otros importantes premios
y distinciones que recibió a lo largo de su intensa proyección humanística.
Como me permití expresar
en anterior oportunidad, para Luz esa antigua y renovada voluntad de descubrir el
propio mundo interior del creador de poesía tiene la potestad del escalpelo que
abre una y otra incisión hasta llegar a la médula y a los centros nerviosos más
sensibles. Porque la poesía, “la impúdica” abre “incompartidas regiones” y se adentra
en
Oscuros recuerdos,
perdidos sueños,
olvidados estremecimientos
entre hueso y piel.
Si la inspiración es
la antesala del poema, hay entonces un proceso interno intensamente desgarrador
que Luz define como:
Llama voraz
en gigantesco pulso
que al desbordar
su río de puñales
en la carne
deja
—flor de brasa—
un temblor de palabras
en los labios.
Por eso, en Luz el
poema es posterior a la emoción: la recrea con toda la fuerza transformadora de
la palabra; con sus sílabas grises, sus poderosos adjetivos y los nombres donde
lo existencial aflora en un juego certero y permanente. Así, el poema es definido
por ella como:
Vida y muerte
incesantes
agonía perenne.
Efímera eternidad
que la polilla
roerá
tenaz
e inexorable.
Arcángel diabólico
feroz e insaciable,
el poema,
nos devora
sangre y tiempo,
mientras
pasamos al olvido
de los muertos.
Poesía breve e intensa
que se adentra, hermosamente reflexiva, en los laberintos existenciales de quien
redescubre su vida interior y la ilumina, como Luz, con el esplendor de su palabra.
Poesía donde Eros también está presente en el momento de las interrogaciones. Dios
poderoso por su fuego devorador, dios frente a la desazón y la desesperanza. Un
dios pleno de simbolismos que surge desde la extraordinaria palabra poética de esta
escritora.
Para Méndez de la Vega
la poesía también rebasó los límites personales: dejó de lado su propia creación
para enfocar su visión crítica en otras escritoras. Generoso y solidario gesto que
en los años 80 se plasma en la antología Poetisas desmitificadoras de Guatemala;
la cual fue corregida y aumentada en el 2002, con el aparecimiento de la antología
Mujer, desnudez y palabra. A propósito de la poesía guatemalteca escrita por mujeres,
Luz afirmó la importancia de la misma, por cuanto
la nueva poesía femenina busca formas expresivas originales,
incorpora nuevos objetos antipoéticos, renueva la lírica (…) es la que presenta
mayores posibilidades de originalidad, ya que le permite encontrar temas, motivos,
metáforas, imágenes totalmente inéditas para la poesía de mujeres…
(En la antología Mujer, cuerpo y palabra, de Myron Alberto
Ávila (1973-2003). Madrid: Torremozas, 2004)
Su interés por la obra
de los demás eclipsó muchas veces su propia palabra. De hecho, siendo catedrática
de literatura también se preocupó por dar a conocer la voz de sus colegas literatos
en la antología Flor de varia poesía. Manera muy suya de compartir espacios para
ampliar el panorama de la poesía guatemalteca.
Muchas gracias a Luz
Méndez de la Vega por su vida ilimitada; por la vida que nos da hoy la posibilidad
de ver el mundo y sus misterios con ojos analíticos; pero sobre todo, con el amor
con que sólo es posible acceder a los corazones generosos que, como ella, demuestran
que SU vida sigue siendo la vida con voz propia, con nombre de mujer luminosa y
esencial como su palabra.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 165 | fevereiro de 2021
Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)
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