Muchos de los más importantes poetas que comienzan sus innovadores trabajos
en los primeros años de la década del 40 (siglo XX) –sostiene Federico Shopf–, como
Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o el cubano José Lezama Lima (1910-1976) no pueden
ser considerados vanguardistas, propiamente tal, en el mismo sentido que consideramos
a los poetas precedentes como Vicente Huidobro o César Vallejo. La antipoética parriana
de 1948-1954 que nace en relación de continuidad y/o contradicción, parcial o total,
a las representaciones poéticas inauguradas por el vanguardismo, constituiría, en
ese esquema, una clausura de la época modernista-vanguardista (1900-1950) de la
poesía chilena, ocasionalmente, de la hispanoamericana, subraya José Miguel Vicuña
Navarro en el prólogo al libro Del vanguardismo a la antipoesía. A partir de dicha
clausura, en Chile pueden anunciarse primicias y novedades poéticas, lo que para
Vicuña ése podría ser el probable nacimiento de la poesía actual chilena. No obstante,
en este cruce de ideas acerca del domicilio de los creadores, Octavio Paz opina
distinto a Vicuña, al menos en lo que respecta al ámbito latinoamericano, el poeta
mexicano señala que luego de la guerra civil española y la segunda guerra mundial,
que suspenden el hervidero poético en lengua castellana, todo recomienza con el
cubano José Lezama Lima y su libro La fijeza (1944), un poco después el propio Octavio
Paz con Libertad bajo palabra y ¿Águila o sol? (1950), justo en el instante en que
toda la poesía en español (1945) estaba dividida en dos corrientes: la del realismo
socialista y la de los vanguardistas arrepentidos; en Buenos Aires, Enrique Molina
(1910-1996) con Costumbres errantes o la redondez de la tierra (1951); en 1950 aparece
el Canto General de Pablo Neruda (1904-1973), los primeros libros de Nicanor Parra,
el argentino Alberto Girri (1919-1991), el mexicano Jaime Sabines (1926-1999), el
cubano Cintio Vitier (1921-), el argentino Roberto Juarroz (1925-1995), el colombiano
Álvaro Mutis (1923-): “en cierta forma –sostiene Paz–, un regreso a la vanguardia.
Pero era una vanguardia silenciosa, secreta, desengañada. Una vanguardia otra, crítica
de sí misma y en rebelión solitaria contra la academia en que se había convertido
la primera vanguardia”. Como dice el premio Nobel mexicano estaban interesados en
explorar más que en inventar y sentían atracción por el surrealismo que, en ese
momento, era un movimiento en repliegue en Europa y al que en América Latina llegaban
con retraso. A todos los une su horror frente al decurso de la civilización occidental
y coinciden en su mirada, en una especie de mixtura, hacia el Oriente, las culturas
originarias o la América precolombina: pueden identificarse con un cierto ateísmo
religioso, una religiosidad rebelde y buscan una erótica más que una poética: todos
sienten como suya aquella frase de Albert Camus: “solitario, solitario”.
Stella Díaz Varín no toma el rumbo que la mayoría
de los poetas chilenos siguió tras el derrotero marcado por el poeta Nicanor Parra;
esto no quiere decir, en el caso de la poeta, que por ello su poética no sea novedosa
y señera, por el contrario, justamente, el que Stella Díaz Varín haya re-explorado
rumbos vanguardistas le dan a su voz un perfil propio sobradamente reconocido y
constituye, asimismo, una verdadera osadía. Las vanguardias artísticas tenían como denominador común la oposición a
los valores del pasado y a los cánones artísticos establecidos por la burguesía
del siglo XIX y comienzos del XX, ellas se distinguieron no sólo por las diferencias
formales y por las reglas de la composición, sino por su toma de posición ante los
problemas de la humanidad: el surrealismo, por ejemplo, aspira a la transformación
del hombre en tanto pensamiento utópico. Los movimientos vanguardistas nacen, crecen
y se desarrollan durante el siglo XX y sus repercusiones se dejan sentir a lo largo
de todo ese siglo. Repercusiones que dejaron su impronta en la obra de Stella Díaz
Varín, quien hasta el final de sus días se reconoce como una poeta surrealista.
Stella dice: “Había aquí una riqueza increíble cuando yo llegué de La Serena
el año 47. Esta maravilla yo la trastroqué un poco. Había tres grandes grupos, humanamente
hablando. Estaba el grupo de la Mandrágora, comandado por Braulio Arenas, Teófilo
Cid y Enrique Gómez Correa; había otro grupo de poetas nihilistas totales, y había
otro grupo de estúpidos que no sabían la jota por lo redonda. Entonces, yo me metí
en el grupo Mandrágora”.
Stella Díaz Varín, a diferencia de los que siguen por la vertiente parriana,
es “la continuadora creadora de la gran tradición poética de las vanguardias y más
específicamente del surrealismo”, como afirma Naín Nómez, en su Antología crítica
de la poesía chilena. Tomo IV. (2006). Resaltar
acá algo que me parece un tanto chirriante: Naín Nómez indica que la obra de Stella
Díaz Varín marca la diferencia y la presenta como una “voz personal relevante en
la poesía escrita por mujeres”. Y cabe la pregunta: ¿Será su voz relevante solo
en el ámbito de la poesía escrita por mujeres?
Stella dice: “Yo me he sentido poeta durante toda mi vida, voy a seguir siendo
poeta, mala o buena o lo que sea. Pero resulta que llega un momento en que tú cuestionas
todo esto. Y no se me invitaba a mí a ninguna cosa. Decían ah, no, momento, la Stella
Díaz Varín, no, momento, por favor. Por favor. Era como una especie de demonio,
aparte del hecho de que soy mujer.”
Michael Foucault escribe que el poeta es alguien que se coloca en otro lugar
asumiendo como él dice “los procedimientos de exclusión”, confirmando la figura
del poeta como un ser marginal.
“Yo no sé para qué sobrevive uno -afirma Stella-.
Para ver cómo se mueren los poetas emergentes, muertos de hambre, o cómo se mueren
los poetas viejos, también muertos de hambre. En este país pasan las cosas más espantosas
y pasan cosas como de brujos. Como dicen estos sujetos del fútbol, pueden pasar
dos cosas: unos pierden y otros ganan. La filosofía del fútbol. Y yo veo por ejemplo
a un Alfonso Alcalde, sujeto extraordinario, maravilloso, increíble, buen poeta,
buen escritor, buen músico, buen hombre, buen de todo, llega el hombre medio ciego
aquí y empieza a golpear puertas y se le cerraron todas las puertas. Y el hombre
se ahorcó en Tomé. Yo veo a Rolando Cárdenas, hombre maravilloso, extraordinario,
fabuloso, excelente poeta. Se muere de hambre y lo encuentran semipodrido en su
departamento. Y veo también a todos los poetas que se pudren en la más espantosa indefensión
en este país de mierda… Y no me cuenten historias chinas a mí, ni me digan cosas.
He visto por último a los poetas emergentes suicidándose, drogándose, emborrachándose,
lo que es muy bueno, ya lo creo, pero resulta que esto es una cosa horrible y este
país, tranquilo, tranquilo, no hace nada por la poesía, por la cultura ni por nada.
Éste es un país que se enjuaga la boca con la cultura. Todos los sujetos hablan
“yo, que estoy con la cultura”. Qué cultura. Los poetas están muertos de hambre,
como están todos los trabajadores de este país, muertos de hambre.”
Stella Díaz Varín como continuadora creadora de la gran tradición poética
de las vanguardias, recrea una visión cósmica del mundo por el camino de la analogía
expresada a través de las correspondencias; una forma sagrada de ver el universo
y el cosmos en búsqueda de un nuevo sagrado, en rebelión frente a las religiones
oficiales. Stella Díaz Varín es una pequeña estrella, así lo dice la propia poeta.
Ella tiene luz propia. Ella construye su propio sagrado. Ella se declara marxista,
lúcida y lógica, claramente dice que no cree en Dios, sin embargo, la poeta cree
en la Virgen de Lourdes:
“Yo creía y todavía creo que el hombre es salvado por el hombre, ésa es una
cuestión que se me dio a mí cuando yo era chica, yo dije Dios no existe, por lo
tanto el hombre salva al hombre. Que yo gritara esto en las iglesias de mi pueblo
produjo ciertos inconvenientes. Pero yo creía en la Virgen de Lourdes”.
La poesía moderna que, como rival del espíritu crítico de la razón, tuvo
como pretensión sustituir los principios sagrados, llenando el vacío que dejaron
las iglesias oficiales, luego del quebranto del cristianismo, en el camino secularizador
que emprendió la humanidad a partir de la Ilustración, bien lo sabe la poeta. Por
eso vamos a convocarla y preguntarle a ella ¿qué piensa Stella Díaz Varín acerca
de la poesía? “Nunca he pensado lo que es la poesía”, responde. Sin embargo, ella
sabe muy bien lo qué ella es como poeta:
“Uno sabe lo que es y yo soy inductora. Yo soy la fuente, pequeñísima, pero
soy la fuente y por eso es que hay mucho terror. Porque la soberbia es un pecado
y eso te lo machacan todas las religiones. La Iglesia Católica es la más pilla porque
te dice que de los mansos será el reino de los cielos, o sea, vamos aplastándole
la cabeza a los pobres seres humanos”.
En la obra de Stella Díaz Varín emerge una constante traducida en el uso
reiterado de vocablos, conceptos e imágenes bíblicas y mitológicas de la iconografía
cristiana como también ocurre, entre otros, en los poetas vanguardistas Vicente
Huidobro y César Vallejo. Rondan los restos de las religiones institucionalizadas
en la mente de los creadores que, como vocablos aislados, desde perspectivas distintas,
mantienen aún una presencia poderosa en la poética moderna iberoamericana. Los poetas
desde el romanticismo hasta las vanguardias han intentado crear, cada uno a su modo,
su propia mitología –según Octavio Paz–, a partir de los restos de las religiones
oficiales, mitologías, obsesiones personales, conformando sus propias estructuras
de símbolos y mitos, de tal forma que la poesía moderna aparece como una nueva mitología
en su obsesión por constituirse en un sustituto de las religiones tradicionales,
intentando imponerse un quehacer secular salvador que destina de antemano al artista
al fracaso, como señala Gutiérrez Girardot. Lo supo Stella Díaz Varín. Y lo dice
al final de sus días, ya que luego de haber vivido 80 años, la poeta considera ridículo
haberse definido como “la última chupada del mate”. Y frente a la interrogante que
le formula su amiga periodista Claudia Donoso de si esa ridiculez no es más que
una forma de lucidez, la poeta contesta: “esa lucidez te conduce a la muerte más
espantosa”. Ese “arribismo existencial” o “el icarismo” como el “deseo de lo absoluto”,
subraya la poeta, es lo que nunca llegará a darse. Por eso admite estar “vencida
y condenada”.
Y así lo dice ella en su poema La palabra:
Una sola
será mi lucha
Y mi
triunfo;
Encontrar
la palabra escondida
aquella
vez de nuestro pacto secreto
a pocos
días de terminar la infancia.
Debes
recordar
donde
la guardaste
Debiste
pronunciarla siquiera una vez…
Ya la
habría encontrado
Pero
tienes razón ese era el pacto
Mira
como está mi casa, desarmada.
Hoja
por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi
huerto, forado permanente
Y mis
libros como mi huerto,
Hojeado
hasta el deshilache
Sin dar
con la palabra.
Se terminó
la búsqueda y el tiempo.
Vencida
y condenada
Por no
hallar la palabra que escondiste.
Y luego de esa respuesta, Stella Díaz Varín reflexiona por unos segundos
y le dice a la periodista: “Pero la luz también puede ser infernal”.
Intentando explicar esta paradoja en que se encuentran las escritoras, desde
una perspectiva hermenéutica, bajo las coordenadas de la teoría feminista de Género,
entendemos que las palabras que busca la poeta le fueron negadas y las existentes
le son ajenas porque fueron creadas por el primer sexo. Bajo los cánones de la tradición
judeo-cristiana que ha permeado toda la cultura occidental, la palabra pertenece
al primer sexo. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, en tanto, divinidad
masculina, es el depositario de la palabra. El problema que enfrentan las escritoras
es como escribir con un lenguaje que ha sido creado para hablar en clave masculina,
en donde la tradición literaria ha codificado los rígidos parámetros escriturales.
En el Génesis se cuenta respecto de Adán, que Dios le encomendó a él, diese nombre
a todos los animales, aves y otros seres vivientes. Como escribir, entonces, con
una lengua codificada en clave distinta. Este es un reclamo que cruza toda la poética
de las mujeres-escritoras tal y como la poeta argentina Alfonsina Storni, en su
soneto El ruego, como una Eva particular, una Eva/Alfonsina que quiere instalar
ella los nombres, la que puso el todo en la poesía escribe: “soñé un amor como jamás
pudiera / soñarlo nadie; algún amor que fuera / la vida, toda la poesía”. Es una
labor que, al decir de Josefina Ludmer, (1994), corresponde al otro sexo-género,
al primero. O bien cuando la poeta italiana Alda Merini confiesa “yo ya no tengo
palabras”. ¿Existe un infierno más grande para un/una poeta que experimentar la
ausencia atemporal de la palabra? Interrogante esencial planteado en el libro El
canto de Eurídice: “El silencio de las mujeres se produce precisamente cuando la
única arma que poseen para expresarse es un mundo de correlaciones de signos que
les son extraños” (Di Bennardo, 2009).
Stella Díaz Varín más personaje. Convocar entonces acá una de las conclusiones
a la que refiere Eva Löfquist (Universidad de Estocolmo/Suecia), en su artículo
“…SE VISTEN, SE PINTAN, SE PEINAN Y POSAN…” ¿LA LITERATURA TIENE SEXO?”, acerca
de lo que dice la crítica literaria especializada, en su mayoría hombres, cuando
se mira y se juzga a las mujeres escritoras, ella escribe: ellos “enfatizan sobre
todo su condición femenina. Este fenómeno hace que la explotación mediática de las
mujeres se centre en lo íntimo, lo personal y lo privado aun cuando se trate de
actividades que ellas hayan desempeñado dentro de un contexto público, como es la
escritura”. Pese a los elogios que Stella
Díaz Varín recibió luego de la publicación de su primer libro Razón de mi ser
(1949), a los 20 años de edad, cuando Alone la compara, en enero de 1950, con Vicente
Huidobro, en el diario El Mercurio de Santiago, en su Crónica literaria bajo el
título “7 poetas”, en donde escribe: en su poesía “alcanzamos a divisar un poco
la silueta de Huidobro”, no hubo estudios mayores acerca de su escritura.
Fue respaldada, asimismo, por el escritor José Donoso, “a quien le debo el más grande
elogio”, a propósito de un artículo laudatorio que el escritor publicó sobre sus
poemas en la revista Ercilla (1950), le dice la poeta al periodista y escritor Esteban
Navarro en la Revista Simpson 7 (SECH/1992). Pero no hubo nadie más, advierte Stella
Díaz Varín:
“(…) Yo tengo que decir una cosa: nunca en la vida, perdóname que te lo diga,
nunca en la vida ningún hombre crítico, ninguna mujer crítico se había preocupado
de escudriñar en mis cosas. Nunca, nadie. Ahora recién lo están haciendo, y ¿quiénes
lo están haciendo? ¿Es el señor Valente? ¿Es otro señor? ¡No! Son las mujeres, las
mujeres con todo el celo que se les atribuye, las que están abriéndome un camino”.
Cuando a Stella Díaz Varín le dieron el veredicto médico, nueve años antes
de su muerte, ella decidió morir con su cáncer escondido y no en una UTI toda rajada.
Su decisión queda registrada en una entrevista con la periodista María Teresa Cárdenas
en el diario El Mercurio de Santiago, el 8 de junio de 1999 (reproducida el año
2006 poco después de morir): “Me acaban de descubrir un tumor epiglótico y estoy
esperando cama para que me lo extirpen, pero he hablado con otra gente y no pienso
operarme. Me quiero morir con mi cáncer escondido y no en una UTI, rajada de aquí
para allá, con traqueotomía y toda la cuestión. Además, yo me lo busqué, yo me lo
busqué, como dicen las viejas antiguas, porque tengo tabaquismo, alcoholismo, surrealismo
y todas esas cuestiones.”
En sus últimos años, Stella Díaz Varín estuvo rodeada
de jóvenes poetas que admiraban sin condiciones su obra, que la visitaban continuamente
en su departamento de la Villa Olímpica, en la comuna de Ñuñoa, en Santiago, en
donde vivía con su único hijo y sus nietos, que no la dejaron sola nunca, esos jóvenes
siguen rindiéndole culto. No es de extrañar entonces que,
frente al desenlace, Stella Díaz Varín formule una certera reflexión premonitoria
en la entrevista que, el año 1999, le hiciera El Mercurio de Santiago: “Cuando tú
tienes 80 años y te encuentras con esta gente maravillosa, de 17, 18 años, que te
hablan como si tuvieras su misma edad, yo creo que no me voy a morir. Mientras yo
viva con esta gente no me voy a morir nunca.” Así es.
Stella Diaz Varín publicó cuatro libros: Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953), Tiempo, medida imaginaria (1959) y Los dones previsibles (1992). Por último, mencionar el largo poema
La arenera, publicado el año
1987 en un tríptico.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 165 | fevereiro de 2021
Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)
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