segunda-feira, 15 de fevereiro de 2021

ROSA EMILIA DEL PILAR ALCAYAGA TORO | Pinceladas acerca de la vida y obra de Stella Díaz Varín



Por fecha de nacimiento podría decirse que Stella Díaz Varín (1926-2006) pertenece a la llamada Generación del 50 ó 57, según el discutido, aunque muy aceptado sistema descriptivo y clasificatorio que entrega el criterio generacional. De hecho, importantes investigadores/as de la literatura nacional han mencionado a la poeta como parte de esa promoción literaria en Chile, dentro de cuyos más renombrados exponentes poéticos están catalogados Enrique Lihn, Jorge Teillier, Miguel Arreche, Armando Uribe, David Rossenmann-Taub, entre otros. El poeta Enrique Lihn (1929-1988) distingue, dentro de esa generación, dos corrientes: los que siguieron por el rumbo que trazara Nicanor Parra, alejándose del “hipnotismo” surrealista de Residencias de Neruda y del “gigantismo” de De Rokha; y los que siguieron por la vertiente modernista. Entre los primeros se cuenta al propio Lihn, a diferencia de Stella Díaz Varín, profundamente signada por los ecos neorrománticos de los simbolistas y surrealistas franceses. Críticos como Fernando Alegría y Andrés Morales coinciden en describir a esta generación como una cuya principal característica es su enorme heterogeneidad y la falta de un programa estético único, que intenta universalizar lo nacional retratando el desarraigo del hombre de la época y los rasgos comunes que lo unen al resto de los habitantes del mundo. Si la diversidad de registros es lo característico de esta generación, Morales propone tres líneas fundamentales para tipificar los ámbitos poéticos a los que adscribe cada creador del ‘50, dentro de la heterogeneidad: a) la ciudad y lo urbano conocida como poesía urbana; b) el choque entre el paisaje rural y la gran ciudad, poesía lárica; y c) una tercera vertiente como la poesía metafísica, religiosa y existencial. Teniendo presente la diferenciación que establece Morales, la obra de Stella Díaz Varín podría ubicarse en esta última denominación que es clasificada como poesía existencial y metafísica. En la Generación del 50 coexiste un grupo transversal de poetas que atraviesa los tres grupos definidos por Morales, quienes “expresan un compromiso ya sea independiente o militante, al enfrentar la crisis del mundo contemporáneo”, grupo que, perfectamente, puede albergar a una poeta como Stella Díaz Varín.

Muchos de los más importantes poetas que comienzan sus innovadores trabajos en los primeros años de la década del 40 (siglo XX) –sostiene Federico Shopf–, como Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o el cubano José Lezama Lima (1910-1976) no pueden ser considerados vanguardistas, propiamente tal, en el mismo sentido que consideramos a los poetas precedentes como Vicente Huidobro o César Vallejo. La antipoética parriana de 1948-1954 que nace en relación de continuidad y/o contradicción, parcial o total, a las representaciones poéticas inauguradas por el vanguardismo, constituiría, en ese esquema, una clausura de la época modernista-vanguardista (1900-1950) de la poesía chilena, ocasionalmente, de la hispanoamericana, subraya José Miguel Vicuña Navarro en el prólogo al libro Del vanguardismo a la antipoesía. A partir de dicha clausura, en Chile pueden anunciarse primicias y novedades poéticas, lo que para Vicuña ése podría ser el probable nacimiento de la poesía actual chilena. No obstante, en este cruce de ideas acerca del domicilio de los creadores, Octavio Paz opina distinto a Vicuña, al menos en lo que respecta al ámbito latinoamericano, el poeta mexicano señala que luego de la guerra civil española y la segunda guerra mundial, que suspenden el hervidero poético en lengua castellana, todo recomienza con el cubano José Lezama Lima y su libro La fijeza (1944), un poco después el propio Octavio Paz con Libertad bajo palabra y ¿Águila o sol? (1950), justo en el instante en que toda la poesía en español (1945) estaba dividida en dos corrientes: la del realismo socialista y la de los vanguardistas arrepentidos; en Buenos Aires, Enrique Molina (1910-1996) con Costumbres errantes o la redondez de la tierra (1951); en 1950 aparece el Canto General de Pablo Neruda (1904-1973), los primeros libros de Nicanor Parra, el argentino Alberto Girri (1919-1991), el mexicano Jaime Sabines (1926-1999), el cubano Cintio Vitier (1921-), el argentino Roberto Juarroz (1925-1995), el colombiano Álvaro Mutis (1923-): “en cierta forma –sostiene Paz–, un regreso a la vanguardia. Pero era una vanguardia silenciosa, secreta, desengañada. Una vanguardia otra, crítica de sí misma y en rebelión solitaria contra la academia en que se había convertido la primera vanguardia”. Como dice el premio Nobel mexicano estaban interesados en explorar más que en inventar y sentían atracción por el surrealismo que, en ese momento, era un movimiento en repliegue en Europa y al que en América Latina llegaban con retraso. A todos los une su horror frente al decurso de la civilización occidental y coinciden en su mirada, en una especie de mixtura, hacia el Oriente, las culturas originarias o la América precolombina: pueden identificarse con un cierto ateísmo religioso, una religiosidad rebelde y buscan una erótica más que una poética: todos sienten como suya aquella frase de Albert Camus: “solitario, solitario”.

Stella Díaz Varín no toma el rumbo que la mayoría de los poetas chilenos siguió tras el derrotero marcado por el poeta Nicanor Parra; esto no quiere decir, en el caso de la poeta, que por ello su poética no sea novedosa y señera, por el contrario, justamente, el que Stella Díaz Varín haya re-explorado rumbos vanguardistas le dan a su voz un perfil propio sobradamente reconocido y constituye, asimismo, una verdadera osadía. Las vanguardias artísticas tenían como denominador común la oposición a los valores del pasado y a los cánones artísticos establecidos por la burguesía del siglo XIX y comienzos del XX, ellas se distinguieron no sólo por las diferencias formales y por las reglas de la composición, sino por su toma de posición ante los problemas de la humanidad: el surrealismo, por ejemplo, aspira a la transformación del hombre en tanto pensamiento utópico. Los movimientos vanguardistas nacen, crecen y se desarrollan durante el siglo XX y sus repercusiones se dejan sentir a lo largo de todo ese siglo. Repercusiones que dejaron su impronta en la obra de Stella Díaz Varín, quien hasta el final de sus días se reconoce como una poeta surrealista.

Stella dice: “Había aquí una riqueza increíble cuando yo llegué de La Serena el año 47. Esta maravilla yo la trastroqué un poco. Había tres grandes grupos, humanamente hablando. Estaba el grupo de la Mandrágora, comandado por Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa; había otro grupo de poetas nihilistas totales, y había otro grupo de estúpidos que no sabían la jota por lo redonda. Entonces, yo me metí en el grupo Mandrágora”.

Stella Díaz Varín, a diferencia de los que siguen por la vertiente parriana, es “la continuadora creadora de la gran tradición poética de las vanguardias y más específicamente del surrealismo”, como afirma Naín Nómez, en su Antología crítica de la poesía chilena. Tomo IV. (2006). Resaltar acá algo que me parece un tanto chirriante: Naín Nómez indica que la obra de Stella Díaz Varín marca la diferencia y la presenta como una “voz personal relevante en la poesía escrita por mujeres”. Y cabe la pregunta: ¿Será su voz relevante solo en el ámbito de la poesía escrita por mujeres?


Desmenuzando el domicilio literario de Stella Díaz Varín habrá que considerar la denominación de “poeta maldita” que se le adjudica, así la reconoce, por ejemplo, la periodista y escritora Virginia Vidal en uno de sus artículos publicados en la revista Punto Final (2004) y en Internet (2006). Entonces, vale preguntar: ¿Fue Stella Díaz Varín una poeta maldita? Si por maldito la crítica entiende reconocerse distinto y marginado, “sola contra el mundo”, como sostiene Enrique Lihn, no estaría más que subrayando una de las características capitales del poeta moderno cuyo mito se construye sobre su idea de la marginalidad, aislamiento y soledad.

Stella dice: “Yo me he sentido poeta durante toda mi vida, voy a seguir siendo poeta, mala o buena o lo que sea. Pero resulta que llega un momento en que tú cuestionas todo esto. Y no se me invitaba a mí a ninguna cosa. Decían ah, no, momento, la Stella Díaz Varín, no, momento, por favor. Por favor. Era como una especie de demonio, aparte del hecho de que soy mujer.”

Michael Foucault escribe que el poeta es alguien que se coloca en otro lugar asumiendo como él dice “los procedimientos de exclusión”, confirmando la figura del poeta como un ser marginal.

“Yo no sé para qué sobrevive uno -afirma Stella-. Para ver cómo se mueren los poetas emergentes, muertos de hambre, o cómo se mueren los poetas viejos, también muertos de hambre. En este país pasan las cosas más espantosas y pasan cosas como de brujos. Como dicen estos sujetos del fútbol, pueden pasar dos cosas: unos pierden y otros ganan. La filosofía del fútbol. Y yo veo por ejemplo a un Alfonso Alcalde, sujeto extraordinario, maravilloso, increíble, buen poeta, buen escritor, buen músico, buen hombre, buen de todo, llega el hombre medio ciego aquí y empieza a golpear puertas y se le cerraron todas las puertas. Y el hombre se ahorcó en Tomé. Yo veo a Rolando Cárdenas, hombre maravilloso, extraordinario, fabuloso, excelente poeta. Se muere de hambre y lo encuentran semipodrido en su departamento. Y veo también a todos los poetas que se pudren en la más espantosa indefensión en este país de mierda… Y no me cuenten historias chinas a mí, ni me digan cosas. He visto por último a los poetas emergentes suicidándose, drogándose, emborrachándose, lo que es muy bueno, ya lo creo, pero resulta que esto es una cosa horrible y este país, tranquilo, tranquilo, no hace nada por la poesía, por la cultura ni por nada. Éste es un país que se enjuaga la boca con la cultura. Todos los sujetos hablan “yo, que estoy con la cultura”. Qué cultura. Los poetas están muertos de hambre, como están todos los trabajadores de este país, muertos de hambre.”

Stella Díaz Varín como continuadora creadora de la gran tradición poética de las vanguardias, recrea una visión cósmica del mundo por el camino de la analogía expresada a través de las correspondencias; una forma sagrada de ver el universo y el cosmos en búsqueda de un nuevo sagrado, en rebelión frente a las religiones oficiales. Stella Díaz Varín es una pequeña estrella, así lo dice la propia poeta. Ella tiene luz propia. Ella construye su propio sagrado. Ella se declara marxista, lúcida y lógica, claramente dice que no cree en Dios, sin embargo, la poeta cree en la Virgen de Lourdes:

“Yo creía y todavía creo que el hombre es salvado por el hombre, ésa es una cuestión que se me dio a mí cuando yo era chica, yo dije Dios no existe, por lo tanto el hombre salva al hombre. Que yo gritara esto en las iglesias de mi pueblo produjo ciertos inconvenientes. Pero yo creía en la Virgen de Lourdes”.

La poesía moderna que, como rival del espíritu crítico de la razón, tuvo como pretensión sustituir los principios sagrados, llenando el vacío que dejaron las iglesias oficiales, luego del quebranto del cristianismo, en el camino secularizador que emprendió la humanidad a partir de la Ilustración, bien lo sabe la poeta. Por eso vamos a convocarla y preguntarle a ella ¿qué piensa Stella Díaz Varín acerca de la poesía? “Nunca he pensado lo que es la poesía”, responde. Sin embargo, ella sabe muy bien lo qué ella es como poeta:

“Uno sabe lo que es y yo soy inductora. Yo soy la fuente, pequeñísima, pero soy la fuente y por eso es que hay mucho terror. Porque la soberbia es un pecado y eso te lo machacan todas las religiones. La Iglesia Católica es la más pilla porque te dice que de los mansos será el reino de los cielos, o sea, vamos aplastándole la cabeza a los pobres seres humanos”.

En la obra de Stella Díaz Varín emerge una constante traducida en el uso reiterado de vocablos, conceptos e imágenes bíblicas y mitológicas de la iconografía cristiana como también ocurre, entre otros, en los poetas vanguardistas Vicente Huidobro y César Vallejo. Rondan los restos de las religiones institucionalizadas en la mente de los creadores que, como vocablos aislados, desde perspectivas distintas, mantienen aún una presencia poderosa en la poética moderna iberoamericana. Los poetas desde el romanticismo hasta las vanguardias han intentado crear, cada uno a su modo, su propia mitología –según Octavio Paz–, a partir de los restos de las religiones oficiales, mitologías, obsesiones personales, conformando sus propias estructuras de símbolos y mitos, de tal forma que la poesía moderna aparece como una nueva mitología en su obsesión por constituirse en un sustituto de las religiones tradicionales, intentando imponerse un quehacer secular salvador que destina de antemano al artista al fracaso, como señala Gutiérrez Girardot. Lo supo Stella Díaz Varín. Y lo dice al final de sus días, ya que luego de haber vivido 80 años, la poeta considera ridículo haberse definido como “la última chupada del mate”. Y frente a la interrogante que le formula su amiga periodista Claudia Donoso de si esa ridiculez no es más que una forma de lucidez, la poeta contesta: “esa lucidez te conduce a la muerte más espantosa”. Ese “arribismo existencial” o “el icarismo” como el “deseo de lo absoluto”, subraya la poeta, es lo que nunca llegará a darse. Por eso admite estar “vencida y condenada”.

Y así lo dice ella en su poema La palabra:

 

Una sola será mi lucha

Y mi triunfo;

Encontrar la palabra escondida

aquella vez de nuestro pacto secreto

a pocos días de terminar la infancia.

Debes recordar

donde la guardaste

Debiste pronunciarla siquiera una vez…

Ya la habría encontrado

Pero tienes razón ese era el pacto

Mira como está mi casa, desarmada.

Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.

Y mi huerto, forado permanente

Y mis libros como mi huerto,

Hojeado hasta el deshilache

Sin dar con la palabra.

Se terminó la búsqueda y el tiempo.

Vencida y condenada

Por no hallar la palabra que escondiste.

 


Entonces comprendes a las iluminadas y a las santas, le pregunta Claudia Donoso a Stella Díaz Varín. “Totalmente -responde ella-. Después de haber leído a Teresa de Jesús cae de cajón que allí había una pasión orgásmica con Dios. Y esa cosa una vez yo la sentí. No lo voy a olvidar nunca. (…) Era otoño y llevaba puesto un abrigo francés precioso con unas tremendas solapas. Me acuerdo que andaba sin medias porque me importaba todo un bledo y que iba a tomar el carro. Eran como las 5 de la tarde y de repente miré las nubes y vi una luz en el cielo, en el tiempo en que el cielo de Santiago era maravilloso y extraordinario, y era una luz tan linda oye, con unas cosas como fosforescencias y me sentí completamente plena durante cinco minutos.”

Y luego de esa respuesta, Stella Díaz Varín reflexiona por unos segundos y le dice a la periodista: “Pero la luz también puede ser infernal”.

Intentando explicar esta paradoja en que se encuentran las escritoras, desde una perspectiva hermenéutica, bajo las coordenadas de la teoría feminista de Género, entendemos que las palabras que busca la poeta le fueron negadas y las existentes le son ajenas porque fueron creadas por el primer sexo. Bajo los cánones de la tradición judeo-cristiana que ha permeado toda la cultura occidental, la palabra pertenece al primer sexo. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, en tanto, divinidad masculina, es el depositario de la palabra. El problema que enfrentan las escritoras es como escribir con un lenguaje que ha sido creado para hablar en clave masculina, en donde la tradición literaria ha codificado los rígidos parámetros escriturales. En el Génesis se cuenta respecto de Adán, que Dios le encomendó a él, diese nombre a todos los animales, aves y otros seres vivientes. Como escribir, entonces, con una lengua codificada en clave distinta. Este es un reclamo que cruza toda la poética de las mujeres-escritoras tal y como la poeta argentina Alfonsina Storni, en su soneto El ruego, como una Eva particular, una Eva/Alfonsina que quiere instalar ella los nombres, la que puso el todo en la poesía escribe: “soñé un amor como jamás pudiera / soñarlo nadie; algún amor que fuera / la vida, toda la poesía”. Es una labor que, al decir de Josefina Ludmer, (1994), corresponde al otro sexo-género, al primero. O bien cuando la poeta italiana Alda Merini confiesa “yo ya no tengo palabras”. ¿Existe un infierno más grande para un/una poeta que experimentar la ausencia atemporal de la palabra? Interrogante esencial planteado en el libro El canto de Eurídice: “El silencio de las mujeres se produce precisamente cuando la única arma que poseen para expresarse es un mundo de correlaciones de signos que les son extraños” (Di Bennardo, 2009).

Stella Díaz Varín más personaje. Convocar entonces acá una de las conclusiones a la que refiere Eva Löfquist (Universidad de Estocolmo/Suecia), en su artículo “…SE VISTEN, SE PINTAN, SE PEINAN Y POSAN…” ¿LA LITERATURA TIENE SEXO?”, acerca de lo que dice la crítica literaria especializada, en su mayoría hombres, cuando se mira y se juzga a las mujeres escritoras, ella escribe: ellos “enfatizan sobre todo su condición femenina. Este fenómeno hace que la explotación mediática de las mujeres se centre en lo íntimo, lo personal y lo privado aun cuando se trate de actividades que ellas hayan desempeñado dentro de un contexto público, como es la escritura”. Pese a los elogios que Stella Díaz Varín recibió luego de la publicación de su primer libro Razón de mi ser (1949), a los 20 años de edad, cuando Alone la compara, en enero de 1950, con Vicente Huidobro, en el diario El Mercurio de Santiago, en su Crónica literaria bajo el título “7 poetas”, en donde escribe: en su poesía “alcanzamos a divisar un poco la silueta de Huidobro”, no hubo estudios mayores acerca de su escritura. Fue respaldada, asimismo, por el escritor José Donoso, “a quien le debo el más grande elogio”, a propósito de un artículo laudatorio que el escritor publicó sobre sus poemas en la revista Ercilla (1950), le dice la poeta al periodista y escritor Esteban Navarro en la Revista Simpson 7 (SECH/1992). Pero no hubo nadie más, advierte Stella Díaz Varín:

“(…) Yo tengo que decir una cosa: nunca en la vida, perdóname que te lo diga, nunca en la vida ningún hombre crítico, ninguna mujer crítico se había preocupado de escudriñar en mis cosas. Nunca, nadie. Ahora recién lo están haciendo, y ¿quiénes lo están haciendo? ¿Es el señor Valente? ¿Es otro señor? ¡No! Son las mujeres, las mujeres con todo el celo que se les atribuye, las que están abriéndome un camino”.


Injustamente, su poesía es menos conocida que su leyenda, lo declaró el premio nacional de Literatura, el escritor José Miguel Varas. Así también Andrés Morales, en un homenaje organizado por la Fundación Pablo Neruda, en La Chascona, (año 2005), a tres mujeres poetas: Delia Domínguez, Elena Navarro y Stella Díaz Varín, coincide con quienes afirman que nadie conoce su obra e invita a leerla: “La esperanza oculta está en leer más allá del mito; y no sólo en el mito de la propia autora (la combativa, la rebelde, la joven eterna, la bella luchadora que siempre nos encandilará), sino en el mito que ella solamente es capaz de recorrer: el mito de la errante, de la poeta a secas, de esa “goliarda” presa de la palabra inútil. Y en esto soy enfático. Creo, y lo digo sin pudores, que casi nadie conoce la obra de Stella Díaz Varín”. Lo certifica Nain Nómez en su Antología crítica de la poesía chilena (2006): “Mujer crítica de su entorno, rebelde a los catálogos y los prototipos, cuestionadora y amiga de las verdades, marginal y marginada, (influyó posiblemente) en su borramiento del canon literario”.

Cuando a Stella Díaz Varín le dieron el veredicto médico, nueve años antes de su muerte, ella decidió morir con su cáncer escondido y no en una UTI toda rajada. Su decisión queda registrada en una entrevista con la periodista María Teresa Cárdenas en el diario El Mercurio de Santiago, el 8 de junio de 1999 (reproducida el año 2006 poco después de morir): “Me acaban de descubrir un tumor epiglótico y estoy esperando cama para que me lo extirpen, pero he hablado con otra gente y no pienso operarme. Me quiero morir con mi cáncer escondido y no en una UTI, rajada de aquí para allá, con traqueotomía y toda la cuestión. Además, yo me lo busqué, yo me lo busqué, como dicen las viejas antiguas, porque tengo tabaquismo, alcoholismo, surrealismo y todas esas cuestiones.”

En sus últimos años, Stella Díaz Varín estuvo rodeada de jóvenes poetas que admiraban sin condiciones su obra, que la visitaban continuamente en su departamento de la Villa Olímpica, en la comuna de Ñuñoa, en Santiago, en donde vivía con su único hijo y sus nietos, que no la dejaron sola nunca, esos jóvenes siguen rindiéndole culto. No es de extrañar entonces que, frente al desenlace, Stella Díaz Varín formule una certera reflexión premonitoria en la entrevista que, el año 1999, le hiciera El Mercurio de Santiago: “Cuando tú tienes 80 años y te encuentras con esta gente maravillosa, de 17, 18 años, que te hablan como si tuvieras su misma edad, yo creo que no me voy a morir. Mientras yo viva con esta gente no me voy a morir nunca.” Así es.

Stella Diaz Varín publicó cuatro libros: Razón de mi ser (1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953), Tiempo, medida imaginaria (1959) y Los dones previsibles (1992). Por último, mencionar el largo poema La arenera, publicado el año 1987 en un tríptico.



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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 165 | fevereiro de 2021

Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)

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