Constantino Láscaris en Costa Rica
1. Hace ahora casi cincuenta años,
en 1975, Constantino Láscaris publicó El costarricense. En este libro, Láscaris
pretendía pensar cómo hablan, bromean, comen, beben, piensan, creen, celebran, viven
y conviven los costarricenses. En palabras del propio Láscaris, al comienzo y final
de su texto, se trata de un ensayo acerca de los “modos colectivos de conducirse”
o “las maneras colectivas de ser” de los costarricenses.
En relación con esos modos colectivos de ser o conducirse, dos
asuntos que aparecen en El costarricense me interesan especialmente: el enmontañamiento
y la convivencia. Ambos asuntos resultan centrales para el modo en que Láscaris
imaginaba Costa Rica. Según Láscaris, la vida en la montaña ha marcado la forma
de ser y convivir de los costarricenses. [1]
Además, para él, los modos de convivencia costarricenses eran únicos, un modelo
para el mundo.
Mi artículo recorre y discute los argumentos ofrecidos por Láscaris
acerca del enmontañamiento y los modos de convivencia costarricenses. No podré desarrollar
ampliamente todos esos argumentos y algunos de ellos aparecen aquí apenas enunciados.
Tengo la esperanza de ampliar y completar esos asuntos más adelante, en otro texto.
2. Constantino Láscaris llegó
a Costa Rica a mediados de la década de 1950, cuando el país era una sociedad rural
compuesta de familias numerosas que tenían, en promedio, siete hijos y una no muy
alta esperanza de vida. A ese país llegó Láscaris para trabajar en la recién fundada
Universidad de Costa Rica. [2]
Cuando
llegó, hacía menos de diez años el país había vivido un conflicto armado que lo
partió en dos. De sociedades partidas Láscaris sabía bastante pues venía de la España
franquista y criminal. Allí fue profesor adjunto de Historia de la Filosofía en
la Universidad de Madrid e investigador en el Instituto Luis Vives. A sus 32 años,
había escrito varios libros y muchos artículos en revistas de filosofía y filología.
[3]
Quienes dirigían la Universidad de Costa Rica propusieron a
Láscaris contribuir con un proyecto de reforma universitaria. En dicho proyecto,
la enseñanza de las Humanidades ocupaba un lugar significativo y Láscaris vino a
impulsar la parte de la enseñanza filosófica. Él se incorporó, en 1956, al Departamento
de Filosofía adscrito a los nacientes Estudios Generales. Desde ahí y desde entonces,
hasta su muerte en julio de 1979, se dedicó a promover la enseñanza, investigación
y divulgación de la Filosofía en Costa Rica. [4]
Junto a ese trabajo académico más clásico y tradicional, Constantino
Láscaris empezó a investigar en torno a la identidad y la historia del pensamiento
costarricense y centroamericano. Dichas investigaciones constituyen la base de tres
trabajos dedicados al pensamiento costarricense y centroamericano. El primero de
ellos, publicado en 1964, es Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica.
[5] Luego escribió, en dos volúmenes,
un estudio acerca del pensamiento centroamericano: Historia de las ideas en Centroamérica
[6] y Las ideas en Centroamérica 1938-1970.
[7]
En 1975, Constantino Láscaris publicó El costarricense.
[8] Este no es un libro de circunstancia
ni una ocurrencia gratuita de Constantino Láscaris. Se trata de un texto ligado
a una preocupación por el tema de la identidad nacional costarricense ya presente
-poco antes de la llegada de Láscaris- en un círculo de profesores e ideólogos fundadores
de la Universidad de Costa Rica.
En el año de 1954, y en un pequeño documento introductorio a
la Revista de la Universidad de Costa Rica, Carlos Monge Alfaro escribe: “Compete
a la Universidad auscultar, digámoslo así, el alma nacional, para captar las profundas
corrientes psicológicas (impulsos, tendencias, sentimientos, ideas y conceptos sociales)
que han movido al pueblo en su peregrinación democrática; estudiar los complejos
factores que han concurrido al desenvolvimiento de la nacionalidad”. [9]
En este texto, Monge Alfaro supone que los procesos de democratización
tienen que ver con rasgos psicológicos. Supone, además, que en el alma nacional
está la explicación de esos procesos. Luego, Monge Alfaro habla de complejos factores
que permiten el desenvolvimiento de la nacionalidad. Según él, es competencia de
la Universidad de Costa Rica “auscultar el alma nacional” y explicar por qué somos
un país democrático. En el fondo, Monge Alfaro asume que la nación tiene un alma
o es un alma, el alma nacional, y que ella está ligada a la historia democrática.
No me detendré a discutir todo lo que está implícito en ese
llamado. Lo que diré es que la invitación a “auscultar el alma nacional” marca una
línea de reflexión y escritura en un momento en el cual aún las ciencias sociales
no se han desarrollado en Costa Rica. En ese contexto, un grupo de filósofos e intelectuales
escribieron diversos trabajos siguiendo la convocatoria de Carlos Monge Alfaro.
Es el caso de Abelardo Bonilla, Claudio Gutiérrez, Enrique Macaya, León Pacheco
y Eugenio Rodríguez. [10] Se trataba
de figuras masculinas, prestigiosas, y ligadas de diversas maneras al ejercicio
del poder político institucional. Quizá por ello, fue un grupo que dispuso de medios
y lugares privilegiados para divulgar sus tesis y posiciones.
Este “mandato investigativo” del que venimos hablando marcó
los intereses académicos de varios profesores de la institución, incluido Constantino
Láscaris. Aunque El costarricense se publica en el año de 1975, buena parte
de los materiales que lo conforman fueron reunidos y escritos varios años antes.
Por eso, quizá el esfuerzo interpretativo de Láscaris en torno a la identidad y
el pensamiento costarricenses deba entenderse en este marco institucional propuesto
por Carlos Monge Alfaro.
En
El costarricense, Láscaris intenta analizar los patrones de convivencia y
pensamiento de los costarricenses. Para ello renuncia a los análisis habituales
que estudian las regiones costarricenses desde la Meseta Central. Láscaris reconoce
y parece lamentar haber hecho eso en su libro Desarrollo de las ideas filosóficas
en Costa Rica. Pero en El costarricense pone de relieve a Guanacaste
y Limón para argumentar que ese modo “meseteño” de estudiar este país es analíticamente
restrictivo y tiene serios problemas interpretativos. [11]
En
el prólogo de El costarricense aparecen algunas confesiones personales y
ciertas precauciones. Láscaris empieza preguntándose ¿debo justificarme por escribir
un libro sobre el país en que vivo? Así comienza su libro, justificándose, y
así lo termina. Dice no querer halagar ni molestar a los costarricenses.
Confiesa
haber recibido de su amigo Luis Barahona, antes de viajar desde España, datos de
palabra acerca de Costa Rica. Con esos datos y algunas imaginaciones previas emprende
su viaje para descubrir que sus conocimientos eran sin base, incompletos y referidos
a otro mundo. [12]
Aunque no lo diga de manera rotunda, Láscaris hace a un lado los típicos prejuicios
autocomplacientes de una tradición discursiva nacionalista que ha tenido mucho éxito
en este país. Quizá lo mismo ocurra con todos los relatos nacionalistas.
El caso es que Láscaris afirma no juzgar a los costarricenses
en abstracto. Como prueba de ello confiesa haber ido a las fronteras, los mares
y los ríos, las montañas y las ciudades campesinas. Dice haber conocido a los costarricenses
en el contacto diario y no mediante libros. De hecho, solía quejarse de las descripciones
librescas o de lo que él llama historia de aparato. [13] Esta designa una forma de hacer historia
que ignora la vida cotidiana de individuos y comunidades, y privilegia las biografías
de gobernadores y presidentes.
Láscaris
repite en su texto que sus ideas y su escritura no dependen de ninguna disciplina.
Cita a la Historia, la Economía, la Sociología, la Etnología, la Filosofía y la
Lingüística como saberes de los cuales ha prescindido. De hecho, al final intuye,
con ironía, que los expertos le cobrarán haber faltado a la rigurosidad. Reconoce,
por adelantado, que todos ellos tendrán razón. [14] Pero nada
de eso parece preocuparle.
A
lo largo de su libro El costarricense, Láscaris parece preferir el sentido
común al rigor de los especialistas. Discute con muchos de ellos y les reclama su
poca agudeza y su mucho aparato crítico. En cambio, confiesa que le dolería que
el libro pudiera molestar a los costarricenses pues está elaborado y escrito para
ellos con afecto. [15]
Láscaris
advierte que no podrá ser objetivo y reconoce estar en una condición especial pues
no es ni un costarricense nativo ni un completo extraño. [16] Hacia el
final del prólogo hace una reflexión metodológica significativa pues reconoce que,
siendo un extranjero adulto, tiene una perspectiva para apreciar lo cotidiano, algo
que no está al alcance de los costarricenses de nacimiento y educación. Pretende
describir las convicciones vividas sin pensarlas de los costarricenses. Según
él, un nativo no podría elaborar esta descripción pues es un hecho bien sabido
que lo que uno ve todos los días, no lo ve. Está integrado en el mundo circundante,
sin perspectiva. Para ver, es necesario extrañarse. En las páginas que siguen va
el resultado de mi extrañeza. [17]
La imaginación de un forastero
El costarricense
es presentado por su autor como el ensayo fenomenológico de un forastero que ha
podido construir la distancia requerida para extrañarse y percibir lo que ya no
pueden percibir quienes han crecido en este mundo cultural. Esta suposición teórica
y analítica coincide con la de Alfred Schutz en su ensayo fenomenológico “El forastero”.
[18]
En él, Schutz analiza la situación típica de un forastero cuando procura interpretar
el esquema cultural de un grupo al cual se acerca. Schutz no se refiere a cualquier
tipo de forastero, habla de inmigrantes o de estudiantes citadinos que deben acercarse
a un medio rural. El trabajo de Schutz no analiza el proceso de asimilación o ajuste
sino la situación de acercamiento que precede al ajuste. El punto de partida analítico
es el de la pauta cultural de un grupo ante el sentido común de un forastero que
llega a vivir dentro de ese grupo.
El análisis de Schutz tiene dos niveles que me interesan. En
primer lugar la posición misma del forastero. En segundo lugar la naturaleza de
las pautas culturales de cualquier mundo de la vida. Acerca de la posición del forastero,
Schutz sostiene que éste no comparte los supuestos básicos del mundo al que llega
en razón de su crisis personal. Se trata de alguien que ha llegado desde fuera.
Para él, sus significados han dejado de serle útiles aunque sigan funcionando. Además,
la pauta cultural de su grupo de origen es un esquema incuestionado. En el caso
de Láscaris, es evidente que el constante punto de contraste es el mundo vital que
ha conocido en España.
El forastero, dice Schutz, interpreta el nuevo esquema con su
propio esquema. Cuestiona desde su propio esquema cultural lo que parece incuestionable
a miembros del grupo. No comparte el pasado del grupo. Es alguien sin historia.
Aquí hay una paradoja. Esto, que en cierta medida lo saca de un mundo es lo que
le permite ver mejor ese mundo. Quien no ha vivido siempre en un mundo cultural
y llega a él desde otra cultura puede ver lo que los nativos han dejado ya de ver.
El forastero tiene a su favor la objetividad. Ve lo que es invisible,
por obvio, por repetido, por costumbre, a quien siempre ha estado ahí. Pero también
por eso, sufre de la desconfianza y debe justificarse continuamente, como Láscaris.
El forastero genera una dudosa lealtad pues sigue interpretando el mundo con criterios
de otro lado y no parece seguir la pauta de la lealtad cultural.
Schutz encuentra que las pautas culturales de un grupo constituyen
esquemas de interpretación y orientación. Sirven para comprender y actuar. Ahora
bien, se trata de pautas interpretativas y orientadoras relativamente opacas. Para
el actor o participante, su mundo cultural es su campo de acción. Allí realiza planes
y redes de acción. Es su mundo y él es el centro de ese mundo y lo organiza según
distintas capas de significatividad e interés. Pero el conocimiento que tiene alguien
que actúa y piensa dentro de su mundo de vida cotidiana suele ser incoherente, sólo
parcialmente claro y no exento de contradicciones. Sin embargo, este conocimiento
–incoherente, incongruente y poco claro- adquiere para cada miembro del endogrupo
la apariencia de coherencia, claridad y congruencia suficientes para ofrecer a cualquiera
la probabilidad razonable de comprender y de ser comprendido.
Láscaris se propone hacer explícitos las suposiciones o presupuestos
que nunca advierten quienes se comunican y actúan en el mundo cultural costarricense.
Procesos vitales de convivencia y mundos de la vida
1. El costarricense
tiene un especial valor arqueológico pues en él aparecen distintas capas de un país
que quizá ya no existe. El empeño de Láscaris al escribirlo era pensar y describir
lo que él mismo llamó los procesos vitales de convivencia en Costa Rica.
Estos procesos vitales de convivencia recuerdan la categoría de mundo
de la vida tal y como ha sido estudiada, desde Edmund Husserl, por cierta tradición
filosófica y sociológica.
Ahora bien, cada individuo se sitúa en la vida de una manera
específica a la luz de su situación biográfica. A cada quien toca un fragmento particular
de experiencia, una formación particular, una familia, una historia irreductible
a otra. Y desde esa situación biográfica interpreta y actúa sobre su mundo. En su
introducción al libro de Schutz El problema de la realidad social, Maurice
Natanson sostiene que: la experiencia fundamentada de una vida –lo que un fenomenólogo
llamaría la estructura “sedimentada” de la experiencia del individuo- condiciona
la subsiguiente interpretación de todo nuevo suceso y actividad. “El” mundo es transpuesto
a “mi” mundo, de acuerdo con los elementos significativos de mi situación biográfica.
[21]
Para Schutz la historia personal funciona como un proceso de
sedimentación de experiencias. En toda vida hay un fondo en el cual se van depositando
y solidificando materiales y restos. ¿De qué tipo de materiales se trata? De tipificaciones
o recetas que son técnicas para comprender y controlar aspectos de la experiencia.
Incluso cuando debemos improvisar soluciones las imaginamos dentro de lineamientos
típicamente posibles. La experiencia sedimentada nos permite interpretar y actuar.
Al final, uno sólo ve o entiende lo que sus sedimentaciones le permiten ver y entender.
Pero las situaciones personales solo dependen de cada individuo
en una medida muy pequeña. Nuestro mundo vital es fundamentalmente una creación
social, el producto de redes de sentido e interpretaciones que no construimos o
heredamos a solas, sino junto con otros. El mundo de la vida es un mundo intersubjetivo
y otros iguales a mí comparten mi mundo. Se trata, como yo, de sujetos que actúan
en contextos de sentido y con intereses determinados.
Ahora bien, que sea intersubjetivo no significa que el mundo
de la vida es un mundo homogéneo o de pleno entendimiento. Para Schutz, siempre
hay distancias entre quienes interactúan. La cuestión reside en que el significado
que doy a las vivencias de otro no puede ser exactamente el mismo que el significado
que les da el otro cuando procede a interpretarlas. [22] Algunas suposiciones y tipificaciones acerca de los otros, de sus
vivencias, pueden verse no cumplidas al momento en que interactúo con ellos.
Por esta y otras razones, es preciso aclarar que el conocimiento
del mundo de la vida sólo es aparentemente transparente. En el fondo, es de una
gran opacidad. Creemos conocer a la gente, la comunidad, la naturaleza, nuestro
cuerpo. Pero somos grandes desconocidos para nosotros mismos. Probablemente uno
de los efectos de lectura más comunes respecto de El costarricense sea esa
sensación de estar viendo por primera vez prácticas, creencias y prejuicios que
nos constituyen y que habíamos sido incapaces de percibir. Aún cuando podamos discutir
varias de sus tesis, se trata de un libro que nos enseña a mirarnos de un modo imprevisto.
Un mundo de la vida es básicamente la experiencia grupal que
se ha sedimentado como válida y que no requiere, para ser creída y usada, ningún
tipo de examen por parte de los individuos. [23] En este sentido, un mundo de la vida no es un sistema cerrado ni
está lógicamente articulado. No se trata de un mundo totalmente transparente y,
solo puede ser “visto” mediante una “reconstrucción” analítica. En buena medida,
El costarricense es un intento de reconstruir discursivamente el “acervo
de conocimiento a mano” de los costarricenses.
2.
Una vez considerados estos contenidos conceptuales de la categoría de mundo de la
vida, paso a proponer una lectura de dos asuntos centrales en El costarricense:
la idea de enmontañamiento y la idea de convivencia.
Para
Constantino Láscaris el enmontañamiento es un proceso, primero histórico y luego
cultural, que tiene consecuencias identitarias en los costarricenses. En su texto,
Láscaris argumenta que la identidad costarricense ha sido marcada por las estructuras
típicas de la vida y la convivencia en la montaña. Según él, esas estructuras siguen
teniendo consecuencias en las formas de ser y de relacionarse que tienen los costarricenses,
aún y cuando nunca hayan estado viviendo en la montaña. También consideraré algunos
aspectos de su convicción según la cual Costa Rica es una sociedad en la cual los
individuos saben convivir. Para Láscaris hay una especie de opción preferencial
de los costarricenses por formas de convivencia tolerantes, igualitarias, democráticas.
Y esos patrones de convivencia son un factor fundamental de la excepcionalidad costarricense.
Dicho esto, también es cierto que Láscaris intuye, ya en 1975, que algunos de esos
patrones están cambiando significativamente. En algún sentido, es consciente de
algo que los costarricenses del presente no dejan de proclamar: la pérdida de un
país, de una identidad y de unas formas excepcionales de estar juntos. [24]
¿Una identidad de enmontañados?
Uno
de los ejes interpretativos de Láscaris en El costarricense es su tesis según
la cual Costa Rica es un país de enmontañados. Para él este hecho, el “enmontañamiento”
de la población, implica una forma de mentalidad. Para Láscaris, el eje fundante
de la mentalidad costarricense es el “enmontañamiento”, un proceso ligado a la búsqueda
soberana de una vida tranquila, a la rebeldía contra impuestos y curas, a la huida
al campo como forma de abstenerse de los sacramentos y de pagar los diezmos. Este
enmontañamiento produciría un ethos y una psicología particulares.
Según Láscaris, no tiene mucho sentido preguntarse acerca de
la relación causal entre la vida en la montaña y el tipo de identidad que está ligada
a esa forma de vida. Son procesos cruzados que no ocurren en una sola dirección.
El lo dice así:
Me da
lo mismo que se suponga que son los valles de altura los que producen un determinado
carácter, o que se prefiera suponer que es un determinado tipo humano el que se
va a vivir en valles de altura. Mi opinión es que ambos procesos se han dado y se
entrecruzan. En el XVII y XVIII el enmontañamiento seleccionó un tipo humano. A
lo largo del XIX y del XX, ese tipo humano ha continuado enmontañándose y “heredando”
la idiosincrasia del enmontañado. [25]
Según Láscaris: la “idiosincrasia del enmontañado” es heredable.
Sus estructuras psíquicas e identidad son patrimonio incluso de quienes no viven
en las montañas sino en las ciudades. Su tesis es que los costarricenses repiten
estructuras de comportamiento de los enmontañados. Esa es la herencia de un proceso
iniciado, según Láscaris, en el siglo XVII y cuyos efectos no cesan.
¿Por qué decidieron enmontañarse quienes se enmontañaron? Su
propuesta explicativa parte de una elección racional de individuos que pretendían
huir, en siglos XVII y XVIII, del control social civil y eclesiástico, ejercido
por la sociedad española de aquellos siglos. Los enmontañados eligen vivir lejos
de autoridades y jerarquías. No quieren pagar diezmos, impuestos, ni ser controlados
por gobernadores ni obispos. En esta elección, precisa Láscaris, no hay una opción
doctrinal ni una “rebeldía aparatosa”. Son decisiones individuales cuyo fin es “huir”
de controles, “lazos amorosos dañados” y penas por delitos. La montaña es la opción
de una estirpe que va huyendo de una vida y busca otra en un mundo imaginado como
libre y tranquilo.
El hombre
que pretendía vivir tranquilo, tenía entonces ante sí la tentación de aquellas montañas,
bellas y lejanas, de valles fecundos de clima primaveral. Este “vivir tranquilo”
implicaba renunciar a las grandes ambiciones, a la fortuna rápida mediante las minas
o las grandes plantaciones, pero tenía el aliciente de la libérrima vida “abriendo
montaña”. El recaudador de contribuciones y el cura que pasaba lista a la misa obligatoria,
allá en León, concretaban de manera constante, obsesiva, la vida obligatoria del
ser igual que los demás. Y entonces los rebeldes se enmontañaban. [26]
La explicación de Láscaris supone que hay un desencanto fundacional
que explica el enmontañamiento. La gente huye del Estado y la Iglesia. Para Láscaris,
el “enmontañamiento” produce sujetos que viven una vida eximida del peso de esas
instituciones y que logran alcanzar algún tipo de vida reconciliada. Ese mundo de
sitios abiertos en las montañas, las abras, ha sido narrado por Fabián Dobles en
El sitio de las abras, novela publicada en 1950 y que Láscaris cita continuamente
en su trabajo. Dicho esto, en esas referencias continuas no aparece algo central
en el relato de Dobles: las contradicciones y las tensiones que provienen de la
voracidad económica de algunos enmontañados.
Láscaris tiene como punto de partida el supuesto hecho de que
Costa Rica fue, desde el siglo XIX, una sociedad agraria e igualitaria desde el
punto de vista de la tenencia de tierra. Este tipo de sociedad definió una tendencia
a resolver los conflictos de manera pacífica y mediante procedimientos democráticos.
Además, el hecho de que la mayor parte de la escasa población costarricense se concentrara
en la “Meseta Central”, entre montañas, provocó un fenómeno de aislamiento importante.
Según esta interpretación, dicho aislamiento protege de la historia conflictiva
en medio de la cual han vivido los países vecinos y marca el carácter tímido e individualista
del costarricense. Junto a lo anterior, Láscaris parece asumir que la población
costarricense conserva una cierta “unidad racial”, de tipo blanco-mestizo, que produce
una homogeneidad psicológica influyente en la identidad costarricense.
La noción de “enmontañamiento” le exige a Láscaris comenzar
su ensayo describiendo el territorio costarricense. Dibuja lo quebrado de la morfología,
la exuberante vegetación, lo aislado del centro del país si se toman en cuenta las
costas; nos muestra una tendencia a la gradación del terreno, en donde se producen
distintos niveles que quiso definir como “valles”, “vallecitos” y “valleciticos”
y nos hace detenernos constantemente en los recurrentes aspectos montañosos de la
conformación territorial. [27] Insiste
en lo agreste y dificultoso del terreno por causa de la vegetación, aún cuando éste,
a su vez, ostente una tierra rica por su fertilidad y con un clima excepcional.
Esta descripción morfológica supone la dificultad de la penetración del territorio y el hecho excepcional de unos habitantes que eligieron vivir en una tierra que no fue rica y que no supuso ninguna ventaja estratégica. Además, esa discontinuidad territorial separaba, de manera natural, a sus habitantes, y al centro del país de otros países. Todo ello hizo de Costa Rica una provincia olvidada pero segura e igualitaria.
El proceso de “enmontañamiento” implica una cierta tolerancia
hacia lo rudo y escabroso del terreno y revela la voluntad de aislamiento de sujetos
que buscan un estilo de vida retirado y tranquilo. Para Láscaris existe una feliz
coincidencia entre un territorio y unas formas de vida, hay una causalidad recíproca
entre la forma del territorio y las formas identitarias de los costarricenses.
[28] El vínculo entre territorio e identidad
nacional, a propósito de Costa Rica, es habitual en varios ideólogos nacionalistas.
Lo que quizá resulte novedoso en la interpretación de Láscaris es el valor que da
a las estructuras de comportamiento e interacción típicas de la vida en la montaña.
El “enmontañamiento”, según Láscaris, produce ausencia de contacto
exterior, aislamiento interno, sujetos que viven una vida eximida del peso de las
instituciones, vida dura pero tranquila. Esta explicación por la vía de la vida
tranquila implica una idealización bucólica del espacio de retiro costarricense.
Las estrategias explicativas de Láscaris permiten comprender
los atributos de los enmontañados. Se trata de gente taciturna, pacífica, desconfiada,
respetuosa de la vida humana y respetuosa del valor de la conducta de los demás.
Es gente taciturna porque a solas abre brecha en la selva y construye su propia
finca. Construye su hogar con su propio esfuerzo y es capaz de reconocer, como valor
inherente de la acción, lo conseguido por el sudor propio. Es gente pacífica pues
su finca está retirada de la finca de su vecino más próximo y no conoce pleitos
por posesión de tierras. La aislada vida en familia le da un sentido de la pertenencia
y el respeto por la coexistencia apacible. Hay reconocimiento de la igualdad en
el acceso a la tierra.
Los enmontañados, además, valoran a los demás por cómo se conducen.
Esto significa que, al no existir convenciones establecidas formalmente, sino sólo
las derivadas del propio trabajo y de las cotidianas relaciones familiares, se valora
la manera de ser y no el rango o posición. Este rasgo es el derivado moral más importante
del carácter del enmontañado. En este atributo puede adivinarse una presunción idealizadora
según la cual el campo es un espacio social que resguarda la transparencia, la inocencia
y naturalidad de la intención del ser humano, frente al carácter degenerador de
la vida urbana. Es también un espacio social que funda y resguarda el típico igualitarismo
costarricense. El enmontañamiento, como recurso explicativo, condensa una buena
parte de las significaciones imaginarias más poderosas del nacionalismo costarricense.
En Costa Rica, el discurso de la patria, Alfonso González
afirma que el libro El costarricense se centra en la cotidianidad vivida
y no en una cotidianidad idealizada por los discursos y por los ritos de reproducción
social. [29] Según González, el mérito
de Láscaris es concentrarse en aspectos de carácter más etnográfico. Sin embargo,
reclama que en el discurso de Láscaris hay una discursividad orientada a rescatar
la cotidianidad “del mundo rural” con el fin de transmitir una sensibilidad acrítica
y conservadora frente a lo presente. Este discurso del valor de la cotidianidad
rural, como fundamento de una identidad costarricense, formaría parte, en opinión
de González, de una estrategia de “romanticismo histórico”. [30]
Según González, Láscaris era consciente del profundo carácter
patriarcal del discurso acerca de las bondades del mundo rural. Sin embargo, eso
no le impide diseminar una nostalgia por un pasado en el cual la forma de vida rural
implicaba “relaciones humanas, relaciones familiares y pueblerinas” y que esa añoranza
del pasado es nostalgia del tiempo en que todavía los costarricenses se conocían
todos. [31]
Láscaris se empeñó en idealizar lo rural y a los enmontañados.
González encuentra que para Láscaris se trataba de personas que eran libres,
actuaban espontáneamente, sin dobleces… determinaban el curso de sus vidas y tenían
un acceso directo a los medios con los cuales garantizaban su existencia y la de
sus familias…experimentaban poca o ninguna coacción externa, social o económica.
Vivía en paz, con tranquilidad, dedicados a su trabajo, a su tierra y a la construcción
de sus vidas. [32] Tratar de esa
manera al “mundo cotidiano rural”, referido a los siglos XIX y XX, implica responder
de manera reaccionaria a los inminentes procesos de urbanización e industrialización
y a los emergentes cambios en las costumbres de los costarricenses registrados a
partir de la segunda mitad del siglo XX : en ese mundo de nuevas experiencias,
el pasado, irrecuperable, se sueña. [33]
Dicho esto, lo cierto es que en El costarricense hay
pistas para asumir que el análisis de Láscaris parte de una suposición que quizá
González no tiene en cuenta: el mundo que allí se dibuja es un mundo ya superado
y sólo queda en la nostalgia de una población que empieza a experimentar cambios
profundos. Para Láscaris, ya en 1975, algunos de los patrones de convivencia que
antes ha elogiado están cambiando significativamente. En la década de 1970 es palpable
para él la añoranza y el culto a un pasado idealizado en el cual la vida comunitaria
está integrada y la convivencia es óptima.
La nostalgia
de la Costa Rica campesina y patriarcal, la del primer medio siglo, es general en
la generación madura actual. Lo corriente es denostarla, o llamarla arcaica. Pero
todos los costarricenses de edad madura la echan en falta. La crisis del crecimiento
urbano bastaría como explicación. La menor envergadura de los políticos también
bastaría. Esa nostalgia se trasluce a cada paso, en el culto al café, en el respeto
a las concherías, en la mitificación de la carreta. Pero entreveo que, sobre todo,
es nostalgia de relaciones humanas, relaciones familiares y pueblerinas, nostalgia
del tiempo en que todavía los costarricenses se conocían todos. [34]
El costarricense es un libro que “anuncia” procesos
de urbanización que van tornando cada vez más compleja la vida social costarricense.
El crecimiento demográfico, la ampliación y significación de una vida urbana incipiente,
una clase política mediocre y ciertos síntomas de modernización son algunas tendencias
que Láscaris menciona en su libro y que le sirven como evidencias de que el país
que las personas de este país imaginaban en la década de 1970 ya había dejado de
existir. Su argumentación es típica de un intelectual desencantado que reconoce
un proceso de racionalización social que incluye el malestar por la pérdida de modos
de vida premodernos. Y frente a eso, renuncia a cierto tipo de nostalgias y delirios
en los cuales cayeron otros intelectuales contemporáneos a él. Su desencanto se
expresa en el claro reconocimiento de que de los paraísos solo hablamos cuando los
hemos perdido.
¿Un modelo de convivencia?
Esta
significación imaginaria, “Costa Rica es una sociedad excepcional en el ámbito político
y cultural”, tuvo un anclaje étnico en la mayoría de filósofos e intelectuales contemporáneos
de Láscaris. En el caso de Láscaris el anclaje, como ya vimos, es otro: el enmontañamiento
y el aislamiento. También vimos que, para Láscaris, los procesos de enmontañamiento
producen sujetos y patrones de convivencia particulares y diferentes a los del resto
de la región. De eso hablaré ahora.
La
tesis de que Costa Rica es una sociedad con unos patrones de convivencia particulares
cruza el libro El costarricense desde el comienzo hasta el final. En el prólogo,
Láscaris confiesa que decidió llegar a ser costarricense porque comprendió que esta
era una comunidad vivible. [37]
Para él, la noción de convivencia tiene un sentido normativo, no descriptivo. La
convivencia designaría una forma de comunidad organizada sobre el mandato del respeto
mutuo, un respeto entendido como condición de posibilidad de la libertad individual.
El
igualitarismo costarricense paradójicamente es vinculado por Láscaris con ciertas
formas de individualidad e individualización. Uno de los campos en los cuales se
revela esta paradoja es en el habla costarricense, en particular en el uso del voseo,
un habla arcaizante. Para Láscaris, el voseo transparenta el individualismo costarricense,
su espíritu republicano e igualitario. [38]
Para él, los pobladores de valles de montaña en el XVII, esos que dieron origen
a los costarricenses, habían elegido vivir tranquilos, sin ambiciones, lejos de
las autoridades, pero con conciencia de su origen hidalgo. El voseo viene a ser
un modo de aferrarse a su origen hidalgo pues es una modalidad lingüística que ofrece
posibilidades de autoindividualización y de igualdad. [39] La perduración y la generalización del voseo se explican por
haberse utilizado el voseo como cauce expresivo de esa mentalidad: individualistas
que se tratan como iguales. [40]
En
este marco, Láscaris introduce un elemento del imaginario costarricense. Reconoce
que el nivel económico de los habitantes es variado y a veces distanciado… no
es que todos sean clase media. Es que todos quieren ser de clase media y no quieren
que nadie deje de serlo. [41] Enlaza
la clase media en primer lugar con condiciones económicas. Pero al mismo tiempo
habla de su representación y del deseo que provoca. El deseo de serlo y de que nadie
deje de serlo apunta a un elemento imaginario propio de la representación de la
convivencia costarricense. [42]
Láscaris
sostiene que es raro encontrar una comunidad en la cual se den a la vez la libertad
y la convivencia. Según él, este país lo logra. Costa Rica es una población cuya
vida en común consiste en respetarse mutuamente… (y) el costarricense ha desarrollado
una colectividad socio-política sobre las bases de la libertad individual y de la
convivencia. [43]
Esta
rareza obedece, en primer término, a un asunto cuantitativo. Dice que son pocos
los países del mundo en los cuales se da esa combinación. Pero también proviene
de un dato cualitativo. El caso de Costa Rica es diferente porque los individuos
viven y creen en esa diferencia, no les es impuesta desde arriba. [44]
Ahora
bien, él es consciente de que algo de esa suposición de habitar un paraíso ha desparecido
y esa desaparición provoca una tendencia nostálgica en el imaginario social costarricense.
Ya en la década de 1970, Láscaris capta la añoranza y el culto a un pasado idealizado
en el cual la vida comunitaria está integrada y la convivencia es óptima. Según
Láscaris: la nostalgia de la Costa Rica campesina y patriarcal, la del primer
medio siglo, es general en la generación madura actual. Lo corriente es denostarla,
o llamarla arcaica. Pero todos los costarricenses de edad madura la echan en falta.
La crisis del crecimiento urbano bastaría como explicación. La menor envergadura
de los políticos también bastaría. Esa nostalgia se trasluce a cada paso, en el
culto al café, en el respeto a las concherías, en la mitificación de la carreta.
Pero entreveo que, sobre todo, es nostalgia de relaciones humanas, relaciones familiares
y pueblerinas, nostalgia del tiempo en que todavía los costarricenses se conocían
todos. [45]
La
vida en la montaña es libre y no se rige por el mandato institucional de la igualdad
ante las jerarquías eclesiásticas o las autoridades políticas. [46] Esta huida lejos de las relaciones de
poder tiene en Láscaris motivaciones idílicas: la vida bucólica, la vida pacífica,
el trabajo a solas, huir de lazos dañados o de la persecución de las deudas. Es
curioso que para él el respeto mutuo provenga de un cálculo racional basado en la
desvinculación o en una coexistencia pacífica a la distancia. Esto debe discutirse
con cuidado.
Como
una especie de compensación frente a esa suerte de apuesta por la vida desvinculada,
Láscaris defiende el valor de una institución central en la historia de la vida
rural costarricense: la pulpería. [47]
Según él, ésta jugó un papel articulador fundamental en la vida de los enmontañados
costarricenses. En su argumentación, Láscaris discute con Luis Barahona. En su libro
El gran incógnito, Barahona afirma que la pulpería es un lugar de aprovisionamiento
de alimentos, pero también de vicios. De hecho, lo dibuja como un sitio de reunión
que propicia la vagancia y el alcoholismo. [48] Se trataría de un lugar para la diversión campesina. Sin embargo,
más allá del entretenimiento variado que ofrece, es un espacio tomado por la “vulgaridad”
y la “desfachatez”. [49]
Para Barahona, en su libro, el concho, el jornalero, el peón
y el gamonal, representan tipos de vida derivados de aquella vida campesina que
es presentada al mismo tiempo de un modo idílico y como una vida carencial por la
ignorancia que la atraviesa. En especial por la ignorancia de las verdades religiosas.
En esa línea argumentativa, Barahona hace un dibujo dramático de las diversiones
populares: la pulpería, los deportes, y las diversiones juveniles están marcadas
por la desorientación moral y solo podrán ser rescatadas mediante una especie de
ilustración religiosa. Por eso, Barahona, en su ensayo, dedica un apartado a la
vida religiosa y otro a la vida familiar del concho. [50]
Pues
bien, en El costarricense, Láscaris responde a Barahona con un apartado titulado
“Defensa de la pulpería”. [51] Allí discute
las suposiciones de Barahona y propone a la pulpería como el centro de la historia
de la vida cotidiana, del aprovisionamiento y de las relaciones sociales de quienes
se enmontañan. Reconoce que en ella hay venta de alcohol, y que se baila y se goza.
Pero Láscaris no juzga estas prácticas como necesariamente nocivas. Al contrario,
en sus descripciones se nota una mirada juguetona y complaciente con el mundo de
la pulpería de montaña. Además de eso, Láscaris utiliza la figura de la pulpería
para hablar de una transformación significativa de la sociedad costarricense. Se
trata de la progresiva conversión de la vida campesina en urbana expresada en la
aparición de pulperías urbanas y suburbanas.
Así
que, frente a la tesis de Luis Barahona, Láscaris defiende que ha sido la pulpería
el único lazo de contacto entre los costarricenses enmontañados en sus valles de
montaña, el único lugar de aprovisionamiento y de relaciones sociales. [52] En su explicación, todo parece provenir
de la montaña o la naturaleza. La explicación de la vida política se sustenta en
un vínculo de este tipo. Láscaris dice que los costarricenses son “conchos”. Un
concho es un campesino individualista y astuto. Y aquí saca una conclusión importante:
Campesino de valles de montaña, individualista y pacífico, viviendo la vida día
a día y desconfiando de los gestos extremados, astuto e introvertido, el concho
es necesariamente demócrata. Los totalitarismos y los cesarismos le repugnan.
[53]
2. Cuando habla
de doctrinarios políticos dice que, sin contradecirse, actúan “a la tica” y eso
significa que evitan las extremosidades y buscan la convivencia. [54] Esto es una virtud política que
está en el centro mismo de la excepcionalidad: Resolver problemas “a la tica”
quiere decir evitar que la sangre llegue al río, y esto en un continente bañado
en sangre, en el que la vida humana concreta e individual no vale casi nada es algo
peculiar. Por eso, Costa Rica no encaja en las coordenadas generales de Latinoamérica.
[55]
Es
curioso que sólo pocos años después de que en Costa Rica la sangre llegó a muchos
ríos gracias a un conflicto armado que dejó huellas y violencia en la vida de miles
de personas, se pueda afirmar lo anterior. Constantino Láscaris no toma nota del
conflicto de 1948. Tampoco toma nota de una tradición racista y xenófoba recogida
en documentos oficiales, discursos y prácticas cotidianas. Cuando habla de Limón,
Láscaris hace suya una cita de Miguel Salguero para quien no hay, empero, ningún
problema de tipo racial, pues los costarricenses son sumamente tolerantes con toda
raza y credo religioso y político. [56]
Existen evidencias rotundas en contra de dicha suposición.
Como
puede verse, el campesino montañés, individualista, desconfiado y astuto es necesariamente
demócrata y tolerante. Este tipo de razonamiento que psicologiza los procesos
históricos complejos es típico de los filósofos y de otros intelectuales de la época.
[57]
Láscaris
repite una tesis común en ciertas filosofías de la historia para las cuales sólo
hay propiamente historia y conciencia histórica en presencia de grandes tragedias.
Para Láscaris, puesto que en Costa Rica nunca pasa nada, es un país sin historia
y sin conciencia histórica. El costarricense no ha desarrollado la llamada “conciencia
histórica”. El sentido agudo de la historicidad o temporalidad humana colectiva
es intensificada por las guerras, epidemias y grandes calamidades. [58] Láscaris delinea esta tesis al
afirmar que incluso la Guerra Nacional de 1856 no originó un ciclo épico. Según
él, el pueblo costarricense, como colectividad, solo una vez se ha visto poseído
por la ira, y fue cuando el linchamiento de Morazán. [59] Es curioso que en momentos como estos, Láscaris se resista nuevamente
a hablar de la guerra de 1948.
Él
venía de una sociedad criminal y autoritaria. Llegó en 1956, sólo ocho años después
de la guerra de 1948. Es cierto que hubo un pacto de silencio entre los actores
de aquello. Pero Láscaris era un tipo bien informado. Quizá se trate de que reconocer
y hablar de eso, de lo que no se habla, le echaba a perder un dibujo de una sociedad
diferente, sin clases, sin conflictos, sin desigualdad, sin violencia. Pero Costa
Rica, como cualquier otra sociedad, está atravesada por clases, conflictos, desigualdades.
Algo que no tenga eso ya no es una sociedad, es otra cosa: el reino de los cielos,
un ensueño o un delirio.
3.
En El costarricense, Constantino Láscaris Comneno repite algunos de los motivos
narrativos y de los usos metafóricos propios de un conjunto de intelectuales e ideólogos
a quienes, en otro texto, he llamado nacionalistas metafísicos. [60] En los nacionalistas metafísicos
hay temas comunes. Suelen hablar de esta como una sociedad racionalmente organizada.
Para ellos hay una forma de racionalidad que es constitutiva de la sociedad costarricense.
Esta racionalidad parece provenir, en los nacionalistas metafísicos, del
hecho de que la población costarricense es blanca y europea. También hay en ellos una interpretación del pasado
colonial, la pobreza, el origen de la democracia, la supuesta ausencia de conflictos
sociales, el individualismo y otros rasgos, presentados como esenciales y exclusivos
de un país “excepcional”. En buena medida, todos estos rasgos están tramados en
una determinada comprensión étnica de la vida política y social costarricenses,
y encuentran su principal función ideológica alrededor de un principio étnico de
nacionalidad al cual sirven y del cual se nutren.
Aquel
discurso legitimó un conjunto de significaciones imaginarias amarradas a la creencia
en formas de convivencia sin conflictos, igualitarias, y respetuosas de la vida.
Constantino Láscaris tuvo un papel en la articulación y diseminación de esas significaciones.
Ya vimos cómo operan en su libro El costarricense. En cierto sentido, lo
que él describe en sus trabajos tiene que ver con ese poderoso imaginario que merece
seguir siendo analizado y discutido.
En El costarricense, Costa Rica es imaginada como una
sociedad bien integrada cuyos habitantes saben convivir democráticamente y que,
por ello, constituye una excepción y un modelo para el resto de sociedades de la
región. Aunque contamos con suficientes evidencias de que buena parte de estas imaginaciones
tiene mucho de exageración, no es mi idea detenerme en ofrecer esas evidencias.
La historiografía y la sociología costarricenses contemporáneas han dedicado muchos
y valiosos trabajos a ese fin.
A
pesar de que podamos discutir los contenidos del texto de Láscaris, hay algo de
su manera de llevar adelante el trabajo filosófico que quizá convenga destacar.
Se trata de un esfuerzo interpretativo que vislumbra a la filosofía como un discurso
acerca del tiempo presente. Este esfuerzo metódico y analítico es valioso más allá
de las conclusiones a las que llegó Láscaris. En un cierto sentido, él es un pensador
postmetafísico interesado en racionalidades históricamente situadas y en estructuras
de la vida cotidiana. [61]
Aunque podemos discutir sus tesis y procedimientos analíticos,
Láscaris era un intelectual crítico a propósito de los límites de su propio trabajo.
Además, era un intelectual consciente de los límites de un proyecto de sociedad
que ya a mediados de 1970 funcionaba empujada por la nostalgia de un mundo ya derruido
para siempre.
Además, Láscaris estaba convencido de que una comunidad política
democrática ha de pasar por la crítica de las decisiones y los procedimientos mediante
los cuales se organiza. Aunque no lo dijera de manera explícita, intuía que había
un lazo indestructible entre el trabajo filosófico y la vida democrática. En buena
medida, la capacidad filosófica de construir y demandar argumentos es una forma
de enfrentar las tendencias autoritarias, el embrutecimiento colectivo o las fuerzas
ciegas que rigen a las sociedades antidemocráticas.
ALEXANDER JIMÉNEZ MATARRITA. Filósofo y profesor de la Universidad de Costa Rica.
NOTAS
[*] Este artículo
está escrito a partir de un texto publicado en la Revista
Umbral con el título de “Constantino Láscaris y El costarricense: extrañezas
de un forastero en Costa Rica”. Número 34, 2017. Pp. 29-40. He revisado dicho texto
y lo he ampliado con ideas tomadas de la conferencia “Imaginar un país. Costa Rica
en su filosofía”, dictada, el 14 de abril de 2021, en el ciclo de conferencias y
conversatorios titulado “La cultura costarricense frente al Bicentenario”. Coordinado
por Adriano Corrales, dicho ciclo fue organizado por el Instituto Tecnológico de
Costa Rica, el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Costa Rica.
1.
En El costarricense, Láscaris propone tres ejes
de configuración de la nacionalidad costarricense. Los dos primeros son la herencia
cultural española del siglo de oro presente en el lenguaje cotidiano y el legado
aborigen mesoamericano. El tercero es el más significativo. Se trata de la determinación
geográfica y meteorológica producida por un proceso de enmontañamiento de la población,
un predomino de lo agrícola, y un clima sin invierno. Todo ello produce, según Láscaris,
patrones de identidad y convivencia de sujetos más o menos desvinculados, pero con
una voluntad democrática y pacífica.
2. Fundada en 1940,
la Universidad de Costa Rica comenzó sus actividades en el año de 1941.
3.
Jiménez, Alexander (2000). “Constantino Láscaris en Costa Rica, Costa Rica en Constantino
Láscaris”. En: Capellán de Miguel, Gonzalo y Ajenjo Bullón Xavier, Hacia un nuevo inventario de la ciencia española. Santander,
España: Asociación de Hispanismo Filosófico. 369-377.
4. Jiménez, Alexander
(2001). “Exilio filosófico español en Costa Rica: Teodoro Olarte, Constantino Láscaris
y Francisco Alvarez”. En: El exilio cultural de la guerra civil (1936-1939). Salamanca:
Editorial de la Universidad de Salamanca. 111-118.
5.
Láscaris (1964). Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa
Rica. Loc. cit.
6.
Láscaris, Constantino (1970). Historia de las ideas en Centroamérica.
EDUCA: San José de Costa Rica
7.
Láscaris, Constantino. Las ideas en Centroamérica 1938-1970.
Revista de Filosofía de la Universidad de Costa
Rica. Vol. XXVII, número extraordinario (65). Junio de 1989.
8.
Láscaris, Constantino (1975). El costarricense.
EDUCA: San José de Costa Rica.
9.
Monge Alfaro, Carlos. “La universidad y la misión de los hombres de letras”, en
Revista de la Universidad de Costa Rica. (10),
7-8. 1954. 7.
10.
En el número 10 de la Revista de la Universidad de Costa
Rica, del año 1954, aparecen, además de la Presentación de Carlos Monge
Alfaro, titulada “La universidad y la misión de los hombres de letras”, cinco artículos
de fondo. Abelardo Bonilla escribió “El costarricense y su actitud política. Ensayo
de interpretación del alma nacional”, Claudio Gutiérrez escribió “Ensayo sobre generaciones
costarricenses”; Enrique Macaya es el autor de “Institucionalidad municipal en los
orígenes de nuestras primeras constituciones”. León Pacheco tituló su trabajo “El
costarricense en la literatura nacional” y Eugenio Rodríguez publicó “Debe y haber
del hombre costarricense”. Los textos de Bonilla, Pacheco y Rodríguez parecerían
seguir de manera más directa la ruta trazada por Carlos Konge Alfaro. Los textos
de Macaya y Gutiérrez siguen una vía relativamente diferente. De hecho, el artículo
de Claudio Gutiérrez, hacia el final, es el único que aborda un tema que parece
no calzar con la imagen autocomplaciente de una historia sin traumas. Gutiérrez
dibuja algunas de las tensiones, no resueltas, relacionadas con la guerra civil
de 1948.
11.
Ibíd.,
75.
12.
Láscaris, El costarricense, 7.
13.
Ibíd.,
40.
14.
Ibíd.,
476.
15.
Idem.
16.
Ibíd.,
477.
17.
Ibíd.,
10.
18.
Schutz, Alfred (2003). “El forastero”, en: Schutz, Alfred. Estudios
sobre teoría social. Escritos II. Buenos Aires: Amorrortu, 95-107.
19.
Schutz, Alfred y Luckmann, Thomas (2003). Las estructuras
del mundo de la vida. Buenos Aires: Amorrortu.
20.
Schutz y Luckmann, op. cit. 25. Acerca de la tesis según la cual sólo en el mundo
de la vida cotidiana hay mundo circundante y común, véase de Husserl, E. (1962),
Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía
fenomenológica. México: Fondo de Cultura, Parágrafos 50-51, 185 y 193.
21.
Schutz, A (2003). El problema de la realidad social.
Escritos I. Buenos Aires: Amorrortu, 17.
22.
Schutz, A. La construcción significativa del mundo social.
129.
23.
Schutz y Luckmann. Las estructuras del mundo de la vida,
29.
24.
PNUD (2013). Aprendiendo a vivir juntos. Convivencia y desarrollo
humano en Costa Rica. San José, Costa Rica: PNUD. Este Informe Nacional
de Desarrollo Humano ofrece una mirada de conjunto acerca de los patrones contemporáneos
de convivencia en Costa Rica. Para ello analiza discursos y prácticas relacionados
con la sociabilidad, el pluralismo, la afiliación y la democracia. En este informe
aparece un componente de la vida social costarricense que quizá no aparecía con
total claridad en el libro de Láscaris: la desigualdad, la creciente desigualdad
que experimenta Costa Rica en el presente y que marca todos los ámbitos de la convivencia.
25. Láscaris, 1975,
32.
26. Láscaris, 1975,
34.
27. …lo que me interesa
destacar como descripción geográfica de Costa Rica. Que es puro monte. Láscaris,
El costarricense, 21.
28. Ibíd., 32.
29.
González, Alfonso (1994). Costa Rica, el discurso de la patria.
San José de Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 17.
30. Ibíd., 61.
31.
Láscaris, El costarricense, 53.
32.
González, Alfonso. op. cit., 61-62.
33. Ibíd., 63.
34. Láscaris, 1975,
53.
35.
Acuña Víctor Hugo, “La invención de la diferencia costarricense”, en Revista de Historia. San José-Heredia, Número 45. (Enero-junio.
2002), 191-228
36.
Láscaris. El costarricense, 477.
37. Ibíd.,
8.
38. Ibíd., 185.
39. Ibíd.,180.
40. Ibíd.,186.
41. Idem.
42.
Para conocer cómo ha sido constituido y cómo funciona el ideologema de la clase
media en Costa Rica, George García Formación de la clase
media en Costa Rica. Economía, sociabilidades y discursos políticos (1890-1950).
Tesis de Maestría en Historia. Universidad de Costa Rica. 2011.
43.
Láscaris, El costarricense, 9.
44. Ibíd., 10.
45. Ibíd., 53.
46. Ibíd., 34.
47.
“Pulpería” designa una pequeña tienda en la cual se consiguen artículos de primera
necesidad. Normalmente administrada por una red familiar, la pulpería ha sido, sobre
todo en el mundo rural costarricense, uno de los centros de socialización más importantes.
48. Barahona, 1975,
35-39.
49. Barahona, 1975,
38.
50.
En contraste con el llamado a una ilustración religiosa, proveniente de un pensador
cristiano como Barahona, Constantino Láscaris imagina a Costa Rica desde una mirada
pagana y liberal. Esto implica la ausencia de juicios éticos y llamados religiosos,
pero también la presencia de una mirada desencantada, más interesada en dibujar
las estructuras de la vida cotidiana que en dar soluciones espirituales. Un joven
Luis Barahona parece proponer más bien un tipo de juicio moral de las prácticas
cotidianas del campesino costarricense. Un Constantino Láscaris más maduro, en cambio,
parece orientarse por un tipo de descripción analítica y fenomenológica.
51. Láscaris, 1975,
55-65.
52.
Ibíd.,
57.
53.
Ibíd.,124.
54.
Ibíd.,
113.
55.
Idem.
56.
Ibíd.,
94
57. He analizado estos
razonamientos en mi libro El imposible país de los filósofos.
El discurso filosófico y la invención de Costa Rica. San José: Editorial
de la Universidad de Costa Rica, 2008.
58.
Ibíd.,
133.
59.
Ibíd.,
134.
60.
Jiménez Alexander (2008). El imposible país de los filósofos.
El discurso filosófico y la invención de Costa Rica. San José: Editorial
de la Universidad de Costa Rica.
61. Habermas, Jurgen (1990). Pensamiento postmetafísico. Madrid: Taurus.
*****
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Número 171 | maio de 2021
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