terça-feira, 20 de julho de 2021

CARMEN VERDE AROCHA | El viaje candoroso de Amarú Vanegas

 


En la cabeza ronda un grito sólido

que en la entrepierna

precipita el rocío de pliegues.

AMARÚ VANEGAS

 

Cándido cuerpo mío de Amarú Vanegas es la reminiscencia de un viaje. El viaje que se hace desde el centro de uno mismo hacia el exterior, hacia el cuerpo: La luz nos cuece desde adentro. Buscando el conocimiento de nuestra propia piel en la piel del otro. Y la poesía, su palabra, ha registrado eso muy bien. La palabra como vía para la transformación de la sexualidad en algo estético, que podríamos llamar lo erótico, el deseo elevado. No se trata de adaptar un contenido a la forma poética —va mucho más allá—, la relación de la poesía con lo erótico se hace entrañable, sólida, anidada. Lo erótico se configura en la misma estructura del lenguaje que lo expresa.

Quizás el primero en percibir esta conexión entre poesía y erotismo fue Platón, el discípulo de Sócrates, sí, ese mismo, el de los diálogos, el mismo que nos advierte que esa tendencia orgiástica que existe en la poesía la desliga de la razón, la hunde en un patetismo. Platón no confiaba en la poesía, condenaba su cualidad imitativa, le parecía un peligro para el desenvolvimiento ético del buen Estado.

Michel de Certeau en La fábula mística habla de «¿Cómo hacer cuerpo a partir de la palabra?» y esto lo dice pensando en la poesía mística.

El cristianismo nos lleva a reflexionar sobre la pérdida de Cristo en su sentido material, pero, aunque resucita, igual se va, se eleva, queda su esencia, la pasión de un cuerpo que murió en la Cruz por nosotros. El cuerpo de Cristo no se puede poseer, pero contiene el ansia de su pasión, todos quieren tocarlo. Todos somos amantes de Cristo, anhelante de un cuerpo. En este sentido, el escritor es también un anhelante. El poeta es un amante, el amante que otrora nos recordaba San Juan de la Cruz.

El poema exige un cuerpo, su contenido exige ser expresado con la voz del deseo, con la voz anhelante, quebradiza, hervida, espumante. Y espumante es la voz de Amarú Vanegas en este poemario suyo, muy suyo que ha titulado Cándido cuerpo mío, tal vez sea una ironía, como lo anuncia el poema «Feroz» que se halla en la segunda parte del poemario.

Cándido cuerpo mío está dividido en cuatro partes. La primera, «Seducción», se inicia con los fuegos y los manjares, lo íntimo, en el amanecer, en el portal, en la vigilia, «He de cerrar los párpados / antes de mirar temblando / como se forman las nubes.». Vienen a mi memoria ciertas lecturas al Marqués de Sade, su poética del texto literario como cuerpo, y es que los poemas de Amarú Vanegas son cuerpos que viajan con el anhelo de encontrarse en el otro, en la boca del otro: «Pero nuestras bocas / aún no cruzan la primera palabra».

La segunda parte, «Cándido / Cuerpo / Mío», homónima al título del libro, se adentra en las aguas bautismales, esa furia que recorre todas las páginas del poemario, feroces, como tules: «Hay miseria en el alma / recibimos su furia». En estos poemas lo fisiológico es superado por la imaginación y el deseo: «Hagamos el amor. / Su secreto nos permite ser otros / dentro de nosotros mismos.» Lo mental promueve la victoria de Vanegas, de su palabra frente a los barrotes de la realidad. El cuerpo sufre, se queja, lastima: «Sexos mordidos como uñas, / bocas a merced del hielo.»

«Largo de la lengua», tercera parte, es el llamado de una voz que ama desde su propia profundidad, tibieza, líquido, vicio, extravío, delito, sacralidad. La poeta pareciera revelarnos algo y, al mismo tiempo, reiterar una alusión predicativa a los temas y tópicos presentes, a manera de espejo, entre técnicas, estructuras, yuxtaposición de visiones de lo real, lo salvaje, lo sagrado, mediante la creación y urdimbre de una madeja de anécdotas y sus matices, a lo largo de su indagación. Lo salvaje, lo sagrado y, también, lo profano, la experiencia amorosa, coexisten en el objeto creado, a partir de un rito. La poeta nos dice: «Arte de guerras salivales, / litúrgicas. Formas espirituales / consumadas en el mito / que la pasión narra.».

Octavio Paz confirma que la poesía es imaginaria. Sustento lingüístico que materializa la ensoñación evanescente. En su Llama doble —publicada en 1994— nos habla de «el agente que mueve lo mismo al acto erótico que a lo poético es la imaginación», es decir tanto lo erótico como lo poético surgen a favor de lo ficticio.

La última parte del libro es el «Epicentro». Son poemas que hablan del vértigo, de hilos, de la orfandad, de los prófugos, del arder, del tributo, de la marea… Se busca y se pretende que el lector vea, oiga, imagine, arme la posible dispersión del tiempo y del espacio; cada imagen, cada voz, fija y desfija un dibujo real, imaginario, sagrado, profano. Los versos, el poema, existen para ser representados, constituyen escritos-imágenes-hablas que crean remolinos que los unen. George Bataille decía que la relación entre imaginación, poesía y erotismo no es más que desvío, ya que con ellos se escapa del discurso, del mundo natural de los objetos. Entonces el acto poético se dirige hacia lo fantástico. La poesía tiene un objeto del deseo: lo desconocido. Al que accede. Pero acá lo desconocido es el mismo objeto del deseo. Y en esta última parte del poemario Amarú Vanegas va por un camino de permanentes estallidos, de sus visiones como resplandor, una «Isla negra», un «libro de Blake», «las erupciones volcánicas», la experiencia amorosa como único asidero tras cada estallido, confiesa: «Nos gusta amar / sin pensar / en el sacrificio de la mañana siguiente». Pero antes de entregarnos la poeta nos sumerge «como niños / en la magia del recreo».

El recorrido o viaje que la poeta registra es una experiencia amorosa, que finaliza o empieza, acaso continúa, con la visión del mar, de las aguas y la percepción de que «Así nos besa el mar con la boca de molusco. / En el orgasmo crecen sus espumas.».

 Poesía esta de Amarú Vanegas que nos recuerda a la gran poeta venezolana María Calcaño, y que además nos devuelve a las voces, no eróticas sino aisladas, de Enriqueta Arvelo Larriva con sus poemas que bordean con cierto pudor ese furor ilusorio que conquista nuestro lenguaje, y seduce como la palabra de Vanegas.

En Cándido cuerpo mío, el amante no ve a su amado, lo sueña, como se lee en los primeros versos del libro: «Vienes del sueño, / un incendio tamiza sus carbones. / Purificas celosamente / los filamentos del cuerpo.»

La poesía no aprehende lo real. Se abre paso hacia la ilusión. En este intenso poemario el erotismo y la poesía tienen en común los fantasmas que abrazan, como diría Octavio Paz. En estos poemas cargados de pasión se niega al amante, se niega al mundo para luego construirlo desde la experiencia interior. La lectura de Cándido cuerpo mío emerge de una búsqueda psicológica personal y subjetiva. La posesión de sus versos es absoluta. Invitamos, pues, al lector a profundizar en esta lectura, lo invitamos a adentrarse en estas páginas y hallar los himnos a los dioses, a las alabanzas de los que aman, al placer y al dolor que se juntan para no entristecernos nunca más.

 

INICIADOS

 

El hombre la sentó en sus piernas.

Los pies de la niña no rozaban el piso,

su humanidad de 10 años es tan menuda.

 

Empezó a besarla,

la hería con su lengua bífida,

mercenario le apretaba las tetas

con puños acerados y callosos,

poseso la zarandeó fuertemente.

 

Esa víbora dormida la apuntaba como relámpago.

 

Prendió la guerra, le dio su golpe de hacha,

partió su cuerpo entre agonía y goce.

 

Sus entrañas, animal en embestida, se retorcían.

A la mujer se le peló la piel de niña

como un cuero de culebra,

se enterró cual lagarto arenoso en la humanidad del hombre.

 

El hombre fue poco para el fuego que tragaba dedos y abismos.

Ella engulle con hambre de otros tiempos.

 

Bruja la mujer, quiso más.

Sacó de su abertura sangrada un anochecer

que devoró al hombre.

 

El hombre perdió su alma,

se convirtió en gusano en la entraña de la bruja.

Vinieron las moscas a cuajar sus huevos en los ojos de ella.

 

La bruja quedó ciega del pululante larvario,

así que los planetas se eclipsaron.

Los minutos como agujas rompieron el corazón de la bruja.

Su boca supo a cadáver,

se vistió de muerte y derramó un aguacero.

Allí renació la raza humana,

no es verdad que sean del barro,

ni del polvo de las estrellas;

la verdad es que son de la muerte de los otros.

 

 

HÍBRIDA

 

No hay fe.

Frota la máscara y arrodíllate, separa bien mis piernas.

Limpia tus malignas manos

antes de meterlas en mi entraña

y no hagas caso de los quejidos.

 

Saca de ahí a los hijos muertos que se estallaron en la frontera.

No los mires, son rostros sagrados que te harán polvo.

 

Ahora vete,

aléjate sin parar

que eres el único verdugo-testigo de mi agonía.

 

Recuerda que en adelante te vigilo.

 

Me quedaron agujeros en el pecho donde estaban los pezones.

Ya no hay leche que ofrecer

sólo sangre depravada, toxicómana.

 

Tiendo a los pequeños monstruos

que me arrancaron boca abajo,

las cabezas purulentas.

Me han desmembrado en el cerro.

 

Creo que alguien se acerca, estoy segura que alguien me sigue.

Todo empieza a temblar, ¿seré yo la que tiemblo?

 

La noche es una lengua de lagarto carrasposa

que me araña más la herida, lame mi cueva vacía,

lame a los hijos muertos.

 

Mariposas nocturnas aparecen

y cortan con sus alas como hojillas.

Disfruto el azote, soy Medea, saboreo el castigo.

 

Veo una argolla de muerte, me seduce con su sexo abierto,

los trozos de mi cuerpo van siendo licuados

y esparcidos en el cerro,

los cuerpos de mis hijos arrancados a dentelladas.

 

Ahora somos abono de la montaña.

 

 

 

 

DESPLAZADO

 

Llueve ácido, grito que nombra.

Eco temblando las paredes en las casas de colores.

 

Sí, les han vencido

con el surtido de efectos secundarios,

con la dinamita como colorete de infieles mejillas.

 

Falsa caricia hecha gente,

al ver más cerca, eran minas antipersonas.

Allí en la frontera hay gente

aunque parezcan sombras,

se disfrazan desde siempre

para que los cuervos se confundan

y no les encuentren entre el estiércol.

 

Hay hombres sin cabeza

que deambulan con sádicas contorsiones.

Como un circo, bailan al ritmo de pirulín pin pom,

o como dirían los cantantes:

son muertos sin cabeza,

sin pantalón ni camisa,

con las manos en el bolsillo

y una macabra sonrisa.

 

Los cuervos aplauden

el espectáculo de ojos saltando y brazos rotos,

se ríen como monos

y juegan al baloncesto con pedazos

que se han caído de los no combatientes.

 

Hombres espectrales siguen en fila a sus herederos,

les custodian cuando abandonan el campo

y cruzan la línea limítrofe.

 

Hasta ahí pueden llegar los fantasmas

porque no tienen pasaporte fronterizo

y no les alcanzan los pies para las trochas,

se despiden con manos borradas

y ojos secos de esos seres fangosos

que en un lejano tiempo les llamaron papá, hermano, hijo, esposo.

 

Se plantan en el puente como mástiles de azabache

porque desconocen sus tumbas, no saben regresar a ellas.

 

Ahí es el cielo de los desposeídos,

en idioma nativo se llama, puente internacional.

 

 

SUEÑO

 

Creo que si me tocasen me tornaría polvo.

Polvo azul.

Así terminamos las mariposas

CLEMENCIA TARIFFA

 

Vienes del sueño,

un incendio tamiza sus carbones.

Purificas celosamente

los filamentos del cuerpo.

 

Erguido, altivo,

hermoso como una isla,

diligente

en el entusiasmo creacionista.

 

Crepita la feliz herida

que has abierto en mi corazón.

Despiertas dentro del polvo.

 

 

ALTER EGO

 

Vivían uno en el otro, se palpaban

como dos pétalos no abiertos en el fondo

de alguna flor del aire.

EUGENIO MONTEJO

 

El otro en mí está en silencio,

está en la sucesión de hechos íntimos,

mirada oblicua

con la que dejo de apreciar las cosas tenues.

 

Es su boca

la que entiende el tiempo de una manera convexa,

impropia de la huida.

Por ello existe en el no-comienzo

lugar donde la palabra asoma su mancha.

 

Siempre calla.

Calla con todo mi cuerpo-suyo

las muchas promesas

de gente olvidada en la tempestad de la carne

—qué pequeña la carne—

umbral de la misma

cosa volando a otras pasiones.

 

Allí se erige como un templo mudo:

pantera brillante que observa

relegando todo a lo constante.

 

Su cabeza cobra vida en los ojos

en el parpadeo inconsciente

y nunca sé realmente

con la boca de quién beso.

Soy su borde

pero no le contengo.

 

El otro es un dedo que acaricia

y a la vez señala.

Su miedo promete la fisura en lo finito

una escala ascendente

simulada en el vapor de la ropa.

 

Aquel no es la otra mejilla de la ofensa, no.

Ni un dilatarse

hacia lo ausente-clandestino.

Es un mundo abierto

y acaba roto en la tierra,

impúber, huésped de lo absoluto.

 

Mi intimidad

se ve extendida en esa línea que es el otro,

campo de cuerpo

que no pertenece a ningún amo.

 

Sin embargo,

lo llevo puesto en los hombros

y su cansancio

—presagio del cuello caído—

es el peso que me hace entender el hallazgo de los años

para asediar a la muerte

y gozar su presencia de humo.

 

Decir al otro con palabras frívolas no es sencillo,

llegar a él resulta una ligereza;

una farsa que me desnuda en el gesto

arrastrando los pies

con el rictus cercano al dolor de la escisión.

 

Allí picotea mi carne como a las cerezas

y en la piel enrojecida celebra su ademán asesino.

Ruina habitada también en el regocijo.

 

Ese otro

no es más otro que la superficie de mi rostro,

máscara de la despedida.

Desagravio posible

de la entidad humana que se finge viva

después de una descarga eléctrica.

§§§§§

 


 


 





 


 


 





 


 


 




 


 

§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

2 comentários:

  1. Muy buen trabajo Amarú Vanegas, y una muy buena presentación la que hace Carmen Verde Arocha. Felcitiacioens, me late verte publicada en Agulha Revista de Cultura.

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    1. Corrijo: Felicitaciones, me alegra verte publicada en Agulha Revista de Cultura.

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