sexta-feira, 16 de julho de 2021

ROLANDO REVAGLIATTI | Entrevista con César Cantoni

 


César Cantoni nació el 23 de febrero de 1951 en la ciudad de La Plata, donde reside, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Allí han sido publicados sus diez poemarios: Confluencias, 1978; Los días habitados, 1982; Linaje humano, 1984; La experiencia concreta, 1990; Continuidad de la noche, 1993; Cuaderno de fin de siglo, 1996; Triunfo de lo real, 2001; La salud de los condenados, 2004; Diario de paso, 2008; El fin ya tuvo lugar, 2012. Ha sido incluido en más de quince antologías (Poesía entre dos épocas (Argentina 1976-1983 / Inglaterra 1930-1939), 70 poetas argentinos, 1970-1994, Entre la utopía y el compromiso. 16 poetas argentinos, Poesía hacia el nuevo milenio. Antología de poetas argentinos. Tomo I, Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata…). Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y catalán. En tres ocasiones le fue concedida la Faja de Honor de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, así como en 1996 por la sede central de la Sociedad Argentina de Escritores. Integró dos grupos literarios: “Latencia” entre 1977 y 1979 y “Tuerto Rey” durante 2006 y 2007. Formó parte en 2005 y 2006 de la redacción de la revista de poesía El Espiniyo y de Jurados en certámenes organizados por instituciones públicas y privadas.

 

RR | En una entrevista concedida a Carina Velo hiciste referencia a tu timidez durante la pubertad, al menos en lo que concierne a compartir con alguna persona los poemas que comenzabas a intentar, imitando a los que reproducían los libros de lectura escolar. ¿A qué tipo de poemas “arroja” la timidez? Con el amor y la desesperación desplegados por el joven Pablo Neruda, sobreentendí que afirmabas en aquella entrevista, te identificabas. ¿Y ahora?

 

CC | Cuando era chico, escondía todo lo que escribía en la parte inferior de un diván. Nadie conocía mi secreto, ni familiares ni amigos. Mi timidez tenía que ver, entonces, con el pudor de mostrar los sentimientos (siempre he sido poco expresivo en este sentido). Pero también me atemorizaba la reacción que pudieran experimentar los otros al conocer mi afición por un arte tan singular y misterioso como la poesía. Aunque parezca absurdo, aquel temor no era en extremo descabellado: actualmente, cuando confieso que soy poeta, muchos me miran como si fuera tonto o estuviera loco. La timidez, por otra parte, no me “arrojó” a ningún tipo de poemas en especial. A la hora de escribir, carezco de prejuicios e inhibiciones y sólo procuro ser fiel conmigo mismo. La poesía constituye, en mi caso, una forma de sinceramiento que está por encima de todo. En cuanto a Neruda, su libro “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, que leí entre los dieciocho y los diecinueve años, me produjo un deslumbramiento tan grande que llegué a escribir un poemario completo (“Las estaciones del amor”) imitando su estilo. Como ya dije en otras entrevistas, Neruda era, a fines de los años 60, un poeta emblemático en muchos aspectos. La sintonía amorosa y el compromiso político de su poesía tenían, en aquella época de fervor revolucionario, un fuerte atractivo para quienes empezábamos a deletrear versos y sueños. Si bien sigo admirando a Neruda, su influencia, como es natural, ya no gravita en mi creación. La realidad y el lenguaje cambian continuamente y el desafío del poeta consiste en acompañar esos cambios para no repetir ad infinitum a sus queridos maestros.

 

RR | Manifestabas también que no te considerabas escritor, claramente cuando escribís, corregís, trabajás un poema. Convengamos que cuando incursionás en la crónica, en la semblanza —en la prosa-—, te posicionás como escritor (acabo de leer tu “Latencia: poesía y dictadura”, artículo ya difundido en Internet). ¿Diferencias entre el hablado por la poesía (según el poeta argentino Ricardo Zelarayán, no existe el poeta, sino el hablado por la poesía) y el ensayista, el hacedor de artículos y críticas literarias?

 

CC | En la entrevista que mencionás, digo también que nunca escribí un poema con el propósito de hacer literatura, y en esto radica, a mi juicio, la diferencia entre el poeta y el escritor. Para mí la poesía es mucho más que un género literario; es un acto de vida, algo imponderable que me sucede cuando escribo, una experiencia que trasciende la mera retórica de la escritura. Es cierto que, además de poemas, escribo prólogos, contratapas, artículos, críticas, reseñas de libros, etc., pero este quehacer literario no deja de ser circunstancial; podría desentenderme del mismo sin angustiarme demasiado. En cambio, la creación poética forma parte de mi respiración, es mi modo de ser y estar en el mundo, la única cosa capaz de ofrecerme algún argumento existencial. Desde otra perspectiva, coincido con Zelarayán en que el poeta no es más que un instrumento de la poesía, el “hablado” por ella. Borges solía decir al respecto que su función se limitaba a escribir lo que “alguien” le dictaba.

 

RR | Sé que tus primeros poemarios los destruiste sin llegar a publicarlos. ¿Recordarías para nosotros los títulos?

 

CC | En una etapa de aprendizaje, uno cree que los últimos poemas que escribe son siempre los mejores. Por eso, cuando publiqué “Confluencias”, mi primer libro, en 1978, destruí todo lo que había escrito anteriormente. Vi en ese acto una especie de depuración. Al fuego purificador fueron a dar seis poemarios, la mayoría de los cuales habían recibido el primer premio en diversos certámenes de poesía inédita. Más adelante, descubrí un aforismo de Antonio Porchia que dice: “Te depuras, te depuras… ¡Cuidado! Podría no quedar nada”. Pero ya era demasiado tarde. Todavía recuerdo los títulos de esos libros incinerados: “Las estaciones del amor”, “Poemas en blanco y negro”, “Habitante solo”, “Eco de poemas” (este título nunca me gustó, pero no encontré otro mejor en su momento), “Invasión de los días” y “Tentativas y deslices”. De ellos, sólo se salvaron unos pocos poemas, que habían sido publicados en diarios y revistas.

 

RR | Quienes pinchen en www.lospoetasnovanalcielo.blogspot.com.ar se encontrarán con testimonios fotográficos, muestras poéticas, informaciones de la Capital de la Provincia más densamente poblada de nuestro país: la ciudad de las diagonales, la que entre 1952 y 1955 se llamara Eva Perón, la ciudad de los tilos, la primera de Sudamérica en tener el servicio de tranvía eléctrico. Expresado todo esto, César, ¿qué añadirías sobre La Plata, la así llamada por el Río de la Plata?

 

CC | Siempre viví en La Plata, ciudad cuyo nombre, como bien decís, fue tomado del río homónimo y aprobado en la legislatura bonaerense a instancias de José Hernández, que lo propuso cuando era senador. Desde su origen hasta su diseño urbano (un cuadrado perfecto, que incluye simetrías y malabares aritméticos), La Plata es una ciudad con características singulares. Fue concebida políticamente para ser Capital de la Provincia de Buenos Aires y fundada por Dardo Rocha en 1882 en medio del desierto. Se trata, pues, de una ciudad joven, nacida de una idea y, por lo tanto, más pensada que soñada. Su fundación significó, de alguna manera, la coronación del pensamiento liberal de la generación del 80 (algo que muchos no le perdonan). El propio Sarmiento sostuvo por entonces: “La Plata es el pensamiento argentino, tal como viene formándose e ilustrándose hace tiempo, sin que nadie se dé cuenta de ello”. Sin embargo, hay que decir también que esta ciudad sufrió con singular ensañamiento la represión castrense de la última dictadura y que en ella se gestaron no pocos movimientos políticos y sociales que reivindicaban y reivindican los derechos humanos (son mujeres platenses las que hoy presiden organismos como Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo). Lo cierto es que La Plata creció en sus comienzos más que cualquier ciudad del mundo, hasta que la crisis económica que afectó a la Argentina a fines de la primera década del siglo XX detuvo su pujanza inicial. A propósito de ese crecimiento, un viajero francés, P. M. de Corvetto, escribió un artículo titulado “La Plata o el poder creador de la Argentina”, publicado en 1885, en el que expresa: “en ningún lugar del mundo el presente se transforma tan rápido en pasado; ayer el desierto, hoy un plano y jalones, mañana una ciudad”. Paradójicamente, La Plata era, al mismo tiempo, una ciudad silenciosa y apacible. Sus plazas y paseos, sus anchas avenidas arboladas, el bosque con su lago, invitaban a la ensoñación y a la melancolía. Esa mansedumbre provinciana está muy bien reflejada en la poesía de Francisco López Merino y dio origen a la llamada “Escuela de La Plata”. Pero el progreso irracional y descontrolado no iba a eludir su realidad. Ya a principios de la década del 50, advertía el poeta y editor Marcos Fingerit: “La nerviosidad de la vida contemporánea ha llegado hasta ella trastornándola, mejor dicho, trastocándola. El silencio, la soledad, la quietud que la individualizaran, por lo menos para los viajeros, casi han desaparecido por completo, hasta de sus zonas en donde lo campestre ceñía lo ciudadano”. Hoy, por lo demás, no se diferencia mucho de otras ciudades del país. A los rótulos con que suele señalársela y que vos mencionás en tu pregunta, cabe añadir “Ciudad Universitaria” y “Ciudad de los Poetas”, este último discutido por algunos, aunque es bien conocida su fuerte tradición poética.

 

RR | Tu madre, fallecida en 2005, según informabas en un reportaje que te hicieran en “El Día”, ese periódico más que centenario de tu ciudad, llegó a leer tus primeros nueve libros. ¿Qué te trasmitía a propósito de ellos? Y, por extensión, otros familiares no vinculados con la escritura poética: ¿han leído poemarios tuyos? ¿Qué opinaron (los que opinaron)? ¿Y qué te parece que les pasó (o no les pasó)?

 

CC | La poesía no es un arte demasiado convencional. Tampoco es común que en las familias haya un poeta, de modo que cualquier reacción que el asunto suscite en el ámbito hogareño resulta entendible. Como dije al comienzo, yo escribía poemas que escondía en la parte inferior de un diván, hasta que un día mi madre, haciendo la limpieza de la casa, encontró el cuaderno que los contenía. No sé si fue el hecho de escribir poemas o el de esconderlos lo que más le llamó la atención, pero me consta que vivió preocupada durante un tiempo, temerosa, quizá, de que yo sufriera algún trastorno psicológico. Mi padre, por su parte, no supo que yo escribía hasta que obtuve la Faja de Honor de la SEP (Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires) y mi nombre apareció en el diario “El Día”. Tanto mi madre como mi padre confiaban en mis facultades líricas, pero no tenían parámetros para emitir un juicio equitativo. El resto de mis familiares me ponderaban y guardaban con cariño los ejemplares que yo les regalaba. Sin embargo, como siempre he sido bastante descreído y despreocupado, no me inquietó saber qué les pasaba o dejaba de pasarles con la lectura de mis libros. Por lo demás, he comprobado que aun el lenguaje poético más sencillo es de difícil comprensión para los no iniciados en poesía.

 

RR | Fui enterándome de tu admiración por Ezra Pound, Edgar Lee Masters, T. S. Eliot, Fernando Pessoa, William Carlos Williams, Constantino Cavafis, Wallace Stevens, Yorgos Seferis, Eugenio Montale, Yannis Ritsos, Salvatore Quasimodo. Lo que me ha promovido interesarme por saber cómo te llegan, por ejemplo, las poéticas de Nicanor Parra, Enrique Blanchard, Charles Bukowski, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Antonin Artaud, Manrique Fernández Moreno, Pablo de Rokha, Néstor Perlongher, Monique Wittig, Emeterio Cerro, Francois Villon.

 

CC | Siempre sentí admiración por las vanguardias de comienzos del siglo XX, que produjeron una transformación profunda en la poesía y fijaron un punto de no regresión. Obviamente, algunas me importan y me atraen más que otras. Fuera de ellas, de mi entusiasmo inicial por Neruda y de leer con enorme placer a los poetas griegos e italianos, mis preferencias líricas apuntaron, durante mucho tiempo, a la poesía anglosajona, sobre todo, a la norteamericana. En general, me seducen las poéticas conceptuales y realistas; o sea, aquellas capaces de expresar una intuición o una idea que puedan hacer reflexionar, sin perder de vista la circunstancia y el clima de la época. Con respecto a tu curiosidad acerca de los autores que enumerás al final de la pregunta, debo decirte que estimo, en particular, a Villon, Artaud y de Rokha. A Bukowski, asimismo, le dediqué un poema (“Bukowski o le mal de vivre”) que, por ser breve, aprovecho para transcribirlo: No escribía al dictado del corazón,/ sino del hígado cirroso./ No escribía para los hombres satisfechos,/ sino para aquellos que sufren/ la quemadura de la vida./ No escribía porque la poesía/ fuera capaz de redimir al mundo,/ sino porque estaba seguro/ de que no existe salvación”. Por último, quiero agregar que, en cuanto a la concepción del arte en todas sus formas, comparto la visión de Ingmar Bergman cuando afirma: “Sólo con luz se puede iluminar la oscuridad, no con más oscuridad”.

 

RR | Desde luego, es satisfacción la que produce hallarse incluido en una buena o muy buena antología. ¿Qué nos podrías comentar sobre esto?, inquiero mientras releo el par de poemas de tu “Cuaderno de fin de siglo” incorporados en el volumen “El cine y la poesía argentina” (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011, con selección y ensayo de Héctor Freire). En efecto, el cine, ese mundo, y algunas películas te han inspirado poemas. ¿Qué trayectorias de realizadores te resultan impecables? ¿Qué personajes te fascinan?

 

CC | Ciertamente, resulta satisfactorio hallarse incluido en una buena selección poética porque evidencia algún reconocimiento. Sé que dos poemas míos integran la antología de Freire, pero no tengo el libro. Conozco, además, la lista de los autores seleccionados y puedo decir que todos cuentan con una trayectoria aquilatada. El cine me apasiona desde chico, si bien mis conocimientos acerca del mismo no son académicos y, por lo tanto, sólo me cabe hablar como aficionado. Vi muchas películas en las décadas del 80 y del 90, cuando apareció el video y el llamado séptimo arte era una de las expresiones que, a mi juicio, mejor reflejaba la realidad. Es asombroso comprobar cómo en dos horas, aproximadamente, puede resumirse una novela de 500 páginas o, más aún, una vida completa sin que se adviertan saltos o fisuras. Claro, esa idea de totalidad no siempre está lograda. Sería demasiado largo enumerar las películas que más me gustaron. Otro tanto ocurre con los actores y las actrices que me parecen más convincentes. A título ilustrativo, sólo voy a mencionar algunos directores por los que siento singular estima: Serguei Eisenstein, Charles Chaplin, Alfred Hitchcock, Orson Wells, Vittorio De Sica, Federico Fellini, Ettore Scola, Claude Chabrol, Wim Wenders, Werner Herzog, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Woody Allen, Clint Eastwood… Los personajes que más me fascinan son los antihéroes, los perdedores… Los héroes hollywoodenses y los “happy end” se me antojan bastante huecos.

 

RR | ¿Qué lujos no podés, no podrías darte?… ¿Qué cuestiones no son tus predilectas?… ¿Qué asuntos no son tus favoritos?… ¿Qué apreciaciones no apreciás?… ¿Qué imprecisiones preferís?… ¿Qué preferís no preferir?… Algunas cosas, descuento, te llegan al corazón: ¿a dónde te llegan otras cosas?…

 

CC — Para que la exposición sea más clara voy a responder estas preguntas escalonadamente, una por una.

—¿Qué lujos no podés, no podrías darte?…: Me gustaría poder leer y escribir sin premura, sin presiones, sin sobresaltos, pero no estoy seguro de que la vida me permita alguna vez este lujo.

—¿Qué cuestiones no son tus predilectas?…: En principio, las que tienen una finalidad exclusivamente material.

—¿Qué asuntos no son tus favoritos?…: Los ajenos a la cultura, las artes y el periodismo.

—¿Qué apreciaciones no apreciás?…: Las de los políticos en época de elecciones, las de los economistas que fueron funcionarios y fundieron el país, las de los comerciantes cualquiera sea el producto que quieran venderme…

—¿Qué imprecisiones preferís?…: Las del simbolismo en literatura y las del impresionismo en pintura.

—¿Qué preferís no preferir?…: Prefiero no tener que preferir entre el olvido y el perdón.

—Algunas cosas, descuento, te llegan al corazón: ¿a dónde te llegan otras cosas?… Otras me pegan en la entrepierna, pero hago flexiones y sigo…

 

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