FRANCISCO TREJO
I
¿Qué buscamos al leer un poema, qué motiva el proceso de
esa lectura? ¿Qué descartamos y qué retenemos? No sabemos exactamente lo que buscamos,
ni tampoco lo que encontraremos o nos acompañará después de haberlo leído. ¿Qué
versos echaremos al olvido? ¿Cuál guardaremos en la memoria? Conocemos, sin embargo,
que la poesía no se escribe para complacer los caprichos de nadie. Un poema no es
lo que queremos que diga, sino lo que muestra a quienes deseen entrar para compartir
lo que en él habita. Leemos. Nada nos impide acercarnos a la experiencia que el
poema contenga, lo que palpite solapadamente en el lenguaje. No hay que importunarse
con la intención del poeta, solo recoger la impresión que deja la lectura. Partiendo
de esa impresión me acerco a la antología Sumario de los
ciegos, del poeta mexicano Francisco Trejo con quien compartí en el Primer
Encuentro Internacional de Poetas “Germán Cardona Cruz” (UCEVA), celebrado en 2017
en la acogedora ciudad de Tuluá, en Colombia. En aquella ocasión no pudimos conversar
sobre su poesía. Sin embargo, lo que no pudimos hablar durante aquellos días de
tan grata experiencia festiva llega ahora en la presencia física de esta antología
como si estuviéramos dialogando frente un paisaje de infinitos horizontes. Ciertamente
la poesía es este paisaje cuyo camino adelantará algunos referentes que nos llevarán
a reflexionar sobre el sentido de este libro. Pero para el propósito de mi lectura
me detendré en tres poemas que proyectan una línea divisoria sobre un fondo de experiencias
en el tiempo.
Cada poema funda uno y otro
acontecimiento que determinará la hondura expresiva que lo sostiene. Por eso queremos
ver, antes de adelantarnos, lo que nos dice Francisco Trejo sobre su oficio: Escribir es dar forma a los aspectos de la soledad, en la que el
ojo carece de sentido. La composición de un poema puede conducir a la legibilidad
de las pasiones, como el dolor o el goce, cuando se manifiesta la incomprensión;
entonces el aislamiento, el hondísimo hueco de la existencia, tiene imágenes y sonidos
en los vocablos que edifican el poema. (…) Lo
que se ve en el poema es una imagen fugaz, y lo que suena en su estructura son crepitaciones,
la fragilidad de los hechos del mundo (…). Este señalamiento pone en perspectiva la relación
del poeta con su entorno y las cosas que gravitan sobre su vida. Esa relación con
el mundo representa los temas que caracterizan esta poesía. Por ejemplo, al señalar
el motivo de la ceguera en la Nota Preliminar,
el poeta nos brinda unas claves del escenario físico y espiritual en el que se desplaza.
Un mundo de contrastes donde la vida parece un drama de sorpresivas situaciones.
Es decir, de un lado las experiencias de la cotidianidad y, del otro, las exigencias
de un lenguaje que busca darle forma a esa latente realidad que nos relaciona con
la intimidad del yo lírico. Esa intimidad permitirá destacar la ceguera espiritual
que, paradójicamente, proveerá un sentido más hondo y de mayores perspectivas al
relacionarnos con los textos. Por eso, intuimos que la ceguera a la que se refiere
el autor representa aquí un modo más sensible de percibir el mundo, nos recuerda
que los grandes creadores de la literatura universal, desde Homero hasta Borges,
ofrecieron a la humanidad una visión más profunda de la vida y del universo. En
este contexto podríamos situar esta poesía de corte reflexivo y estético que nos
lleva a captar una realidad mucho más profunda del ser o de la ceguera física de
muchos. Un universo conocido desde la órbita iluminadora de un lenguaje que es también
la suma de múltiples experiencias y evocaciones. Por eso nos dice …la ceguera en cuestión no viene de la carne, de lo íntimo, sino
de afuera, de la falta de luz y el sentimiento ancestral de la orfandad cósmica.
Esta orfandad cósmica tendrá que ser considerada tomando en cuenta ese
imaginario como la única razón para vivir, esto
es, sentir la poesía como una forma y conocimiento más humano del mundo.
MONÓLOGO
DEL BUFÓN
Poeta,
¿qué es la risa?
“Es
un puente sobre las aguas del llanto construido”
EMILIA AYARZA DE HERRERA
Todos
somos víctimas
en
la puesta en escena que seguimos escribiendo.
Pero
no todo juega a ser lágrima en el drama, Abigael.
Siempre
hay humor para elegir morirnos de la risa.
Y
a veces somos magníficos bufones,
merecedores
del aplauso,
cuando
aprendemos a reír
de
la tragedia
de respirar con apremio en el sollozo.
He aquí
un poema que construye sobre la cotidianidad una forma de resistencia para que la
vida sea menos dolorosa. He aquí un poema montado sobre experiencias que posiblemente
han costado al hablante un sinnúmero de desengaños. Un bufón es el protagonista
de este poema, un bufón que oculta su vacío en la risa. La risa es una fachada,
una apariencia que se desprende de la realidad que lo hiere. Así el humor amortiguará
su confrontación con la vida cuando todo en la vida se transforme en comedia. Pero
¿cómo es la vida para un bufón? ¿qué piensa de nosotros el bufón? ¿A quiénes habla? Tendremos
que montar las piezas del texto. Nada es fruto del azar, miremos qué sucede: estamos
en un escenario al aire libre. Vemos a Abigael junto al bufón. El lector aparece
allí no como personaje del escenario, sino como espectador anónimo. Pero nada ayudará
a cambiar la realidad del bufón: ni lo que hagamos ni lo que pensemos. Estamos leyendo.
No leemos un poema festivo, no leemos un poema cómico. El poema no va a introducirnos
a los deleites o desdichas del amor, sino a mostrarnos la doble realidad de la vida.
Estamos observando y no podemos intervenir. Tenemos al bufón frente a nosotros pero
no podemos exigirle nada, tampoco podríamos llevarle la contraria. El bufón gime
dentro de su vivir,
está
dentro de sí mismo. Su angustia impregna el monólogo, no puede evadirla. Su corazón
agoniza, pero su rostro sonríe. Él es su propia dualidad, es una criatura que necesita
renacer para disfrutar de la vida. Estamos ahora mirando a Abigael, y a través de
sus ojos miramos al bufón. A través de su mirada se nos introduce a otra dimensión:
alguien escribe, alguien ha reservado este momento para que veamos el mundo del
bufón, no para que sintamos conmiseración sino para que entendamos cómo siente,
cómo ríe, cómo agoniza un bufón. No obstante, debemos entender que la poesía no
es suficiente, y probablemente nunca será suficiente para cambiar la vida del bufón.
La realidad exige una mirada más penetrante para comprender las circunstancias de
este ser cuya existencia tendríamos que vivirla para comprenderla. Las siguientes
palabras nos señalan un camino: Siempre hay humor para elegir morirnos
de la risa. Y a veces somos magníficos bufones…, reitera
el yo.
Ciertamente
el humor pretende ocultar la angustia de este ser anónimo que desea saltar fuera
de su realidad. Pero ¿y si todos por un momento fuéramos este bufón? Quizás el poeta
quiere evocar esta verdad, quiere que no cerremos los ojos a la realidad: Todos somos víctimas… dice
para ocultar su dolor, y ríe para que su máscara sea menos dolorosa. Por eso se
debería …reír
/ de la tragedia / de respirar con apremio en el sollozo para
amortiguar la dureza del mundo.
Pasemos ahora de largo ¿vemos al bufón? Su mundo
no es muy diferente al nuestro, pero más enigmático. Para comprenderlo tendríamos
que escuchar el monólogo
del
bufón, poner el corazón sobre la tierra y acompañar al bufón por los caminos de
la vida.
II
Nunca sabremos ciertamente
qué ocurre cuando se escribe un poema. La prehistoria del texto poco o nada aporta
al análisis, sin embargo no debería ser esto un impedimento para intuir las posibilidades
de interpretación que un poema contenga. Iniciamos, pues, nuestra lectura y una
palabra nos detiene, más adelante otra ilumina su contenido. Entramos al reino del
poema, vamos a vaciar su contenido, pero ¿qué significa vaciar el contenido de un
poema? ¿Cómo podríamos justificar con seguridad lo que hemos leído o lo que imaginó
o padeció el autor?
Asomémonos
al poema que aparece en la sección “Balada con dientes para dormir a las muñecas”
(2018):
EL ANCLA
¿Hay un misterio en el mar o es el mar
el misterio que me aflige?
Las anguilas, tamaño del miedo, se incendian
en silencio
mientras navega el hombre en la espina
dorsal de las aguas.
¡Ancla! Existe un ancla de carne viva
que se hunde, lenta y suave,
en las caderas de la isla. El sol es
centinela del puerto, la serpiente
que muerde su cola y el secreto aéreo
del día. La luna es carne,
ovario de la noche vagabunda. [¿Y si
mi soledad la fecundara?].
La brisa arrulla a los niños que sueñan
con sirenas y despierta
a las sirenas que sueñan a los niños
dormidos en acantilados: las
criaturas se unen con la humedad salobre
de los mares. [Voy a soltar
el ancla en el punto donde se escriben
partituras con la tinta de los
pulpos].
Este
es un poema cuyo título traza una línea invisible que va de la realidad a la fantasía.
El poeta ha querido sumergirnos en un mar imaginario, en una escena fantástica,
una contemplación cuyo referente se concreta en la realidad visual del texto. Lo
que refiere no es real, pero surge de conceptos reales que al juntarlos responden
a esta visión poética. No hay zonas intermedias, sino un conjunto de referencias
que crea la intensidad de esta contemplación. El lenguaje mismo parece ofrecernos
las cosas de un modo natural, pero la visión no es tan sencilla. Tenemos que imaginarnos
solos frente al mar. El paisaje es tan solitario como la soledad que traspasa el
corazón del poeta. Parece que la vida allí tiende a diluirse en el azul infinito,
pero no es así; el ancla sujeta
al hablante a la realidad. Todo es alegoría: el mar no es el mar, las anguilas no
son las anguilas, el ancla no es real. Son representaciones que aluden a la realidad
más profunda del ser, a su realidad existencial. Un mundo interior vertido sobre
otro mundo alucinante, ése que sostiene toda la realidad inmediata del poeta: su
estar
y
moverse, su modo de sentir el peso de la soledad. Y es que la realidad existencial
del poeta no puede desatenderse de su yo lírico. Conoce en cada observación de la
naturaleza que lo que ocurre en la cotidianidad es parte de su destino. Lo que nace
en la primera aurora y desaparece en las luces del atardecer le recuerda su finitud,
es decir, su leve presencia sobre la tierra. Reconoce también que las palabras no
son una búsqueda, son una guía, son un destino. Un destino que dura lo que dura
el canto de un pájaro a ras de tierra. Lo vemos reencontrándose con las cosas que
le afligen, lo que existe como referente de su propio ser. Por eso está sumido en
el misterioso mar: el mar de la incertidumbre, el mar de la orfandad, el mar sin
riberas y geografías. Allí están las criaturas de su imaginación, está su niñez
que lo asiste para enfrentar las experiencias que sujetan su ancla imaginaria,
el ancla que lo regresará al plano de su entorno real. Pero, ¿qué puede fecundar
la soledad frente al oleaje relampagueante de ese mar imaginario? ¿Qué puede lograr
la poesía? El mar siempre estará allí presente como un territorio donde la existencia
adquirirá inefables dimensiones. A partir de estos cuestionamientos, y en las profundidades
de esas dimensiones, buscará el poeta comprender la razón que aflige su vida, pero
no podrá evadirse del mundo. Ese mar misterioso proyectará una y otra vez la fragilidad
de la vida. Ya vemos al poeta buscando un punto de apoyo en la poesía que
lo rescatará de la soledad, lo vemos ya en el horizonte lanzando el ancla…
III
PATRIA VERDADERA
A Saúl Ibargoyen
El poeta
no muere una vez:
se despide,
en cada verso, de las cosas del mundo,
como
un Midas que pierde lo que toca.
Sin
embargo, hay un epitafio en común
para
los poetas del exilio
en el
país como mancha de tinta:
Murió de pie, con el pañuelo
de la amada,
para que alguien amarre
sus huesos al rosal de la existencia,
porque vendrán a la espina
otros pájaros migrantes
con el mismo hueco en la
elegía.
Desde
la condición del exilio miraremos esta composición para interpretar el motivo que
ordena este poema dedicado a uno de los extraordinarios poetas de la poesía hispanoamericana,
Saúl Ibargoyen (Uruguay, 1930-México, 2020). El poema responde a la expresión trascendental
de la vida en la palabra poética. Una evocación adscrita no al nebuloso paisaje
de la muerte, sino a la grandeza humana de Saúl Ibargoyen, la hondura de su obra
poética y el entrañable recuerdo de quienes lo conocimos. El poema “Patria verdadera”
refleja el amor que en emotivo homenaje dedica el poeta mexicano al poeta uruguayo.
Porque Ibargoyen traspasa el horizonte de su estar en el
mundo para descansar ya en la solemnidad imperecedera de su poesía. El poeta que
supo armonizar desde el exilio los enigmas del amor y la vida, sobrevive en el signo
límpido de su palabra para que contemplemos los rasgos definitorios de su “Patria
verdadera”: El
poeta no muere una vez: se despide, en cada verso, de las cosas del mundo, subraya
el poema transcrito. No es extraño pues que en el mundo de la poesía sean los poetas
los que más impactan la obra de otros poetas. ¿Qué
es lo que nos dice un poeta? ¿Hay algo absoluto en algún poema? Dejemos volar la
imaginación. Veamos al poeta en la metáfora de ese rey Midas que transforma las
cosas en poesía. Establezcamos semejanzas entre el rey y el poeta desatendiéndonos
por un momento del sentido de la realidad. Que sea la fábula griega la que resplandezca
no la soledad del exilio, sino la imagen de este poeta llamado Saúl Ibargoyen, de
este poeta ciudadano del mundo, de este poeta que encontró una nueva patria en México,
la tierra de la consolación. Dejemos que su misma poesía sugiera la imagen de esa
patria:
Ya no puedo volver
¿cuál es mi patria?
Me han pedido
que descanse el corazón
que resucite
la insistencia lograda
tenazmente
que retiene mi intención
por el perfume
de las pálidas estrellas imprevistas.
[…]
(“Patria
perdida” de Saúl Ibargoyen)
En la patria de Ibargoyen podemos ya reencontrarnos
sin temor a ser perseguidos, ya nadie puede considerarse un extraño. Esto lo sabe
bien Francisco Trejo, y comprende que la esencia del poeta es lo que permanece en
la poesía, y levanta vuelo y desafía la injusticia. Pero recordemos algo más: “…hay
un epitafio en común / para los poetas del exilio / en el
país como mancha de tinta”, advierte Trejo. Pensemos
que el “epitafio” de este verso es solo un artificio sospechoso, está puesto allí
para desviar nuestra atención pues Trejo comprende que los grandes poetas no tienen
fin. Siempre regresan a invitarnos a su reino, luego desaparecen inadvertidamente
dejando sus versos estampados en nuestras vidas.
Rememorando
la vida de Ibargoyen, en la hondura de su clara amistad, nos lo describe otro poeta
que ha hecho también de México su patria, el amigo argentino Jorge Boccanera: Fue un poeta que amasó su
obra con sueños y sangre. Un poeta que amasó su obra con indagaciones a fondo de
lo humano, tal cual lo hicieran grandes poetas latinoamericanos, empezando por César
Vallejo. Eso significa Saúl para mí, un maestro que a través de la amistad, destilaba
sabiduría. Ciertamente la amistad es un don milagroso, y la poesía
también. Quienes se acercaron alguna vez al poeta Saúl Ibargoyen y compartieron
con él conocen de esa experiencia entrañable que enlazó el corazón de Boccanera
a aquella sincera amistad, y la que trasluce ahora el emotivo homenaje que Francisco
Trejo revela en estos versos:
Murió de pie, con el pañuelo
de la amada,
para que alguien amarre
sus huesos al rosal de la existencia,
porque vendrán a la espina
otros pájaros migrantes
con el mismo hueco en la
elegía.
NOTA
Francisco Trejo, Sumario de los ciegos (Antología personal), Nueva York, Colección Piedra de la locura, New York Poetry Press, 2020. Los poemas de esta antología provienen de cinco libros cuyos títulos indico en este espacio: El tábano canta en los hoteles (2015), Canción de la tijera en el ovillo (2017), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), y Penélope frente al reloj (2019).
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