De ella leo uno de sus libros, donde
hay entereza y reflexión en su poesía. En él añade la prolijidad necesaria para
capturar la poesía y ratifica: “Las palabras huyen /huyen de hombres y mujeres que
desean poseerlas”. Ella se aparta de las acostumbradas quejas debidas a la sororidad
que llega, a las diatribas y la sucesión de escolios que casi convierten cierta
poesía en algo esquizofrénico y de remate. En ella, en su escritura, existe un ademán
crítico, casi en baja voz; en apariencia poco notorio, pero letal. Recorro, camino
las páginas de este libro que es como sentir el ritmo y su eficacia que traspira
en cada uno de sus poemas. O sea, para escribir la autora nos refiere algo que ha
visto, algo que la ha tocado, algo que difiere en cuanto a la poesía inventada ya
que ella la ha vivido. De ahí que podría retomar aquel aserto que señala como de
cada escritor sus poemas se constituyen en su autobiografía. Por esa razón leemos
poesía, algunos quieren habitar ya sea el empíreo personal, pero otros, sobre todo,
indagan por esos infiernos de quien escribe. De ahí que la poesía sea tan difícil
que atrape al lector, él siempre busca cierta afinidad, esa ascesis de ser atrapado
por esa escritura sin artificios, apenas mediada por las palabras que entrega, en
este caso, su autora.
Por supuesto, me refiero a Dominios cruzados de Eugenia Sánchez Nieto,
(Caza de libros, 2011), su antología personal. Siempre me ha llamado la atención
la razón por la cual un escritor o una escritora realiza una antología debido a
que en sus libros lo escrito revela la totalidad de esos temas que lo obseden. Muchas
veces él mismo deja de lado textos que considera que no encajan en algún proyecto,
pero luego le da otra mirada y entonces resultan las preguntas y las dudas por las
cuales los ha dejado de lado. Luego, al realizar su propia antología regresa a ese
espíritu de relegar más poemas para darse el gusto de decir que lo escogido es su
esencia, y cuando digo, es su esencia, no olvidemos que cada lector se previene
ya que cada uno posee de lo que es su antología. En pocas veces se coincide con
el autor. Pero es cierto, el autor deja de lado lo que considera que es su particularidad,
los poemas que lo expresan.
Cierto, al realizar su propia selección
no complace a los críticos habituales, quiero decir a nosotros, sus lectores, en
esos momentos de conversación con sus poemas durante los cuales identificamos poesía
con su autora, ya que en ellos buscamos su discurrir, queremos ahondar en su mundo
interior. En síntesis, el lector busca en sus textos a quien escribe, indaga en
ella, en su antología, y es entonces que al escudriñarla hay una presencia notoria
de la noche como el espacio transcendental de la poeta, ya que en la noche misma
al habitarla nos compromete con sus textos, ya que en ese lapso de tiempo donde
la oscuridad trae otras personas, otros saberes, otros sentires y otros sosiegos
queremos acompañarla en esa suerte de inframundo donde salen las criaturas en todo
su esplendor pero también en la elocuencia de la miseria como ámbito. La noche es
el momento de recogimiento, de silencio al regresar después de haber vivido el tráfago
diurno. En la noche misma somos otro ya que se deja de lado la vida cotidiana con
sus actuaciones nunca descarnadas, por ese motivo la noche al abrazarnos nos define
de otra manera. En la noche somos herederos de nosotros mismos, auscultamos el pasado,
este nos hace milenarios. En esa decisión y escisión propia de la noche ella, Eugenia,
define su concepto de la noche:
“…
fatigosas noches / rostros blancos me visitan mis hijos tienden / puentes movedizos
en mi dedo la alianza / entre la soledad y la noche.
“…desde
el fondo de la noche hay labios, amor y sonrisas”
“…lentamente
desde el día hasta la noche nos entregábamos / incansables en la búsqueda de imágenes”
“La
noche besa mi mejilla en el largo corredor figuras escurridizas”
“…noches calientes, pieles húmedas Segovia los
/ muros sangran en ese cuerpo miles / de cuerpos sus ojos abiertos miran…”
“Hermosas
noches se convierten en monstruos por calles”
Esa noche posee un cuadrivio particular,
donde ella habita sus calles, sus casas, sus lugares que prefiere, y donde el domo
de ese cielo de noche ella cubre no solo con su mirada aguda sino con sus pasos.
¿Por qué no nombra la ciudad? La ciudad al no nombrarla se desliza hacia cierta
reserva, que no es más que la afirmación de su presencia. Ella no la designa, pero
al no designarla no la olvida, prefiere vivir sus calles y mostrarnos sus recodos,
sus aceras, antros y parques, pero también su ignominia, y así, viviéndola más cercana
a nosotros lejos del pudor del ausente porque ella la camina y la sufre también.
Para el lector esta asimilación es ineludible, por qué no es completa, ya que, al
no hacerlo, la generaliza. No permite esa personalización que, de todas formas,
se desliza al lector. Así, en su displicencia incluso nos favorece para mantener
alerta, y así buscar su ciudad. Cuando leo su poema, Sin sombra, ella va silenciosa
e imperceptible, ya en la Ciudad de los vientos, prosigue su escritura y su trasiego.
En ella existen momentos de condescendencia
que se reflejan en su pensamiento y expresión. Esos puntos la han mantenido alerta,
pero no nos la ha entregado aun, como si quisiera esconderla, dejar esa ciudad para
su escritura. Es cierto, quizá cambien las formas de buscarla, de vivirla. Existe
una época en que se condena y se relega los nombres de la topografía citadina, otras
en que la ciudad atrae al nombrarla; un período en que uno se alegra cuando la poeta
María Mercedes Carranza la menciona, Bogotá 1982. Sí, la insinúa desde su displicencia
donde, parece que no tiene más cercanía en la literatura que sus arrestos políticos.
Cobo Borda también ha mencionado a Bogotá con ciertos atisbos borgeanos.
Pero volvamos a Eugenia que nos da de
todas maneras su cercanía con Bogotá, eso sí desde su lejanía.
“En
esta ciudad fría que he amado / llegaron a mi apartamento el miedo era un globo/
a punto de reventar..”
"La
ciudad se calienta / El asfalto amanece con huellas sombrías el hermoso rojo gotea
/en cada esquina invisibles personajes / colocan rejas sirenas acuden a mi espanto
a plena luz..”
“¿A
dónde fue mi querida ciudad?
los ángeles danzan el ritmo interminable
del acoso nada / tiene su lugar me desvanezco, duermo, muero el verde maravilloso
/ de la sabana se cuela en mi sueño”.
Pero en ella no hay exclusión, que nos
dé, a lo mejor, idea de una mención sombría, sin demarcaciones porque esa ciudad
ella sí la camina, solo que desde la lejanía no la menciona para caer en diversos
tópicos del olvido y del pudor solo que al determinarla en lo exterior si la narra,
pero también nos atrincheramos para saber cómo la poetiza en su interior. Sólo que
esos fondos y subfondos no son fijos, sino mutables cada que la menciona. Pero no
rechazamos su poesía no cabe para ella una forma de excluir, ella está precisamente
en nuestra voluntad de asimilarla donde permite que lleguemos debido a sus palabras,
y así descubrirla en su cosecha de poemas.
Tratamos de no apartarnos de su escritura
donde el espejo se convierte en uno de sus símbolos. Si he escrito la palabra espejo
es porque en ella el mirarse allí, al ver su doble la lleva a reflexionar. Hay tres
poemas que lo refieren: en “Paisajes secretos”, uno de sus poemas más intensos,
una mujer reflexiona sobre su vida y su marcha.
“Al
mirarme al espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel
rostro sólo poseía mi pensamiento”
En “Señales particulares”, reflexiona
sobre la otredad de esa mujer que se mira al espejo que cada vez le repite lo que
ella sabe que ve, pero al pensarse quiere huir.
“Al
mirarme al espejo no estaba allí alguien que no reconocía me observaba de aquel
rostro sólo poseía mi pensamiento”
“Lo que oculta el espejo”. Al mirar y
recrea su imaginación sentimos que ella se ve, reflexiona hechizada:
“Observo
el espejo un desasosiego invade mi ánimo allí un ser sonriente observa extasiado
un extraño temor invade, se adentra”.
Y ahora, ¿por qué Rostros, Máscaras y
Sombras? ¿Cuál es la razón para que la escritora acuda a estas palabras y las tenga
tan presentes? Ya sabemos que un rostro es lo que nos expresa, a través del tiempo,
es nuestra huella pública lo que todos ven, lo que reconocen en nosotros, así como
lo contrapuesto a la máscara que está ahí para cubrir ese rostro cuando se quiera
ser otro o mentir o esconderse. De ahí que cuando habla de extraños, ella se sitúa
reflexiva en la otra orilla, ya que necesita saber que ella también es una extraña
de sí misma, quien observa a esos seres que pasan porque ella mira, necesita que
le entreguen ese toque de saber que han sido mirados por alguien aún más ajenos
a ellos, la poeta. Sí, ella, Eugenia.
La poesía es esencialmente poder de discusión,
de subversión y sobre todo de apropiación del lenguaje para contar una experiencia.
Eugenia, sin cesar, poetiza los territorios que busca y la definen y así contribuye
a fijar su escritura cuando esos temas emergen sin cortapisas, en ella no desaparecen,
sino que logra referenciarlos al escribirlos, lejos de la felicidad idealizada.
De tal manera su escritura adquiere una forma más nítida, pues es lo ilimitado mismo
con su tono tan propio de ella. La imagino caminando, viendo, redefiniendo la ciudad
que no nombra, pero que siente sin adherirse a los límites que muchas veces otorga
el silencio, sino pasando desapercibida, para que su escritura misma no adquiera
la síntesis de ser una escritora con mayúsculas, sino esa transeúnte que necesita
fisgonear, sentir para ser tocada por eso que llaman halo creativo, y así entregarnos
su poesía en la circunstancia de su apartamiento, pero que al leerla establece un
puente entre la escritora y el hipócrita lector.
Toda aproximación a una escritura ajena,
a la de ella, me refiero a la de Eugenia Sánchez Nieto, también es arbitraria, el
lector, cada lector, observará algo distinto, y esto es lo que enriquecerá el diálogo.
En ella no merodea el fanatismo de la incomprensión, ni las diatribas sobre cierto
estado de cosas, lamentos desbordados. Nada de eso la define, ya que su escritura
no se desdora, sino que es presencia. Yo la he mirada a través de la ciudad que
define, a través de los rostros, y de las máscaras y de las sombras que la acechan
y ella acecha como si se desdoblara con quienes encuentra.
Estos primeros días de noviembre he leído
y visitado la poesía de Eugenia en lo que puede ser una visión de conjunto, arbitraria
de todas maneras, sin olvidar la totalidad de sus libros que es cuando todo se percibe
y todo se legítima en su palabra. De tal manera queda esa reserva personal escrita
en sus otros textos aún por descubrir que abren paso a diversas preguntas dentro
de su lenguaje, como una totalidad inmersa en este espacio y en este tiempo que
solo le corresponden a su ejecución, al dejar de lado el resto de sus poemas. Ella
misma nos propone su experiencia, por la que somos puestos a prueba para una tentativa
desigual, que se dispone, al no estar presente la relectura de los otros textos,
y leer de una manera desigual este libro donde resplandecen los poemas que ella
eligió.
No pude resistirme a leer de nuevo uno
de sus poemas. Dije, ¿uno de sus poemas?, debí decir, un excelso y fino poema. Eso
sí, lejos de la displicencia que mencioné antes. Es cierto, todas sus palabras y
objeciones, pausas y silencios me llevaron a este punto de encuentro:
La ciudad de
los vientos
Los vientos
se toman mi ciudad
recorren el
amanecer con el canto de los pájaros
despeinan a
las colegialas, levantan sus faldas
el sueño se
despereza, huele a pan fresco
transeúntes
del día con sus múltiples oficios
el hombre jalado
por sus perros, la muchacha y su blanco delantal
la mirada perdida
del oficinista
la maestra agobiada
por el murmullo infinito de sus estudiantes
el conductor
con su alegre tonada, el ciclista apuesta contra el viento
la modelo en
sus tacones haciendo malabares
la amante incansable
en busca de su lugar perdido
el guardián
abismado en su deseo, el deportista elevando su cometa
calles infinitas
recorren los barrios de la macarena, la soledad, teusaquillo
el viento murmura
una canción al oído de los tristes
eleva a los
ebrios, los jalona por calles que no conducen a ningún lugar
el viento los
abraza y los deja dormir
mi ciudad insondable
con sus secretos profundos
con calles asombrosas
que nos conducen a vértigos desconocidos
calles azules,
blancas, grises, rosadas,
puertas falsas,
invisibles, puertas abiertas al viento, puertas sin cerradura
la ciudad de
las furias con rostros bárbaros y miradas de miedo
los visitantes
que desdeñan mi ciudad la injurian la maldicen
y sin embargo
siempre se quedan
mi ciudad verde
asomada al sol del atardecer
con heridas
que lentamente va restañando
en medio de
los cerros me elevo recorro la sabana
su verde profundo
me abraza
mis deseos más
sentidos caen como lluvia
cruzo alucinada
por puertas invisibles, tejas naranjas, ventanas al cielo
paseo por lugares
perdidos, soy de esta ciudad de este clima
de este comportamiento
distante, ambiguo, critico
los amigos de
otros días con rostros transformados,
los amigos idos,
el hilo roto
allí en medio
de la plaza jóvenes cantan con sus banderas al aire
muchachas con
su belleza pálida sonríen a hombres enlutados
viajo por mi
ciudad me recuesto en el verde jardín
estoy atada
a ella por todos los costados
la tierra me
jalona, me atrapa
coros inusitados
penetran las blancas paredes
jóvenes resueltos
tiemblan en su sueño el cielo abierto los saluda
mi querida ciudad
abandonada y plena en busca de la más propia humanidad.
Esta tarde de noviembre he caminado Bogotá
con este agudo, soberbio poema. Me pregunto, ¿dónde fue, en qué lugar secreto de
la memoria o de los sueños, de las calles o de las aceras, de las plazas o salones
en penumbra se ha refugiado ella, sí, “la amante incansable en busca de su lugar
perdido”, para donarnos su lucidez? Había llegado a pensar que después de Mario
Rivero los poetas habían olvidado pronunciar y escribir sobre Bogotá, y ahora es
Eugenia que nos ha dado su poesía, y sobre todo, este poema; este puñado de poemas,
su antología.
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