El 20 de enero de 1985 que
Ernesto cumplió sesenta años, lo sorprendí regalándole un poema de título nerudiano:
“Cincuenta versos de amor y una confesión no realizada a Ernesto Cardenal” y se
lo leí en el anfiteatro de Ciudad Darío, durante el Maratón de Poesía Rubén Darío
celebrado cada año por el Ministerio de Cultura. Alguien tomó una foto en blanco
y negro del momento en que, después de la lectura, Ernesto me abrazó. Yo aparezco
de espaldas y sólo se ve su rostro conmovido y con expresión paternal, igual que
su abrazo. El poema se refiere a nuestra amistad y nuestras conversaciones, y también
a nuestro encuentro y los recuerdos compartidos.
Cincuenta versos de amor y una confesión
no realizada a Ernesto Cardenal
De haber conocido a Ernesto como aparece
en una foto amarillenta que Julio me mostró:
flaco, barbón, camisa a cuadros y pantalón de lino,
las manos en los bolsillos y un aire general de desamparo,
me hubiera metido por él en la rebelión de abril.
Juntos habríamos ido a espiar a Somoza
en la fiesta de la embajada yanqui.
¿Quién sería su novia en esos días?
La Meche o la Adelita o tal vez Claudia,
Ileana o Myriam. Muchachas eternamente frescas
que sonríen desde viejas fotografías
traspapeladas en quién sabe qué gavetas.
Myriam sale de la iglesia con su vestido amarillo
entallándole el cuerpo moreno y grácil.
Ileana pasa distante
más lejana que la galaxia de Andrómeda,
la Adelita palidece al doblar la esquina
y encontrarse de pronto con él;
Claudia prefiere las fiestas y las carreras de caballos
a un epigrama de Ernesto.
Meche es la más misteriosa.
Conocí a Ernesto en el año 72, oficiando
en el altar de la ermita de Solentiname.
Ni me habló; apenas me concedió el perfil.
Es la fecha y no se acuerda siquiera
de haberme visto entonces.
Después de la insurrección del 78 al fin reparó en mí.
Se apareció en la clandestina Radio Sandino
interesado en conocerme al saber que yo era poeta
y combatiente.
Ni en mis sueños más fantásticos imaginé
que el encuentro sucedería así:
Allí venía tranquilo como que si nada
caminando entre el monte recién llovido.
Entró al caramanchel y preguntó por mí.
¿Para qué preguntó? Ese encuentro fue decisivo.
Desde el principio me entendí con él casi tan bien
como en otros tiempos con mi abuelo.
Allí es que comienza una larga historia:
Cuatro años ayudándole a inventar el mundo,
organizando el Ministerio de Cultura
con el fervor y la fe de un niño
en la madrugada de su Primera Comunión.
Esos años fueron casi felices (como diría Mejía-Sánchez).
Aunque a estas alturas
lo conmueva
todavía algún recuerdo
usted jamás se conformó con ninguna:
ni con Claudia, ni con todas las otras que no menciono.
Como San Juan de la Cruz o Santa Teresita—no quería una
muñeca
sino todas las muñecas del mundo—
sólo estuvo conforme cuando poseyó todo, todito el Amor.
Ahora posee a Dios a través del pueblo: ¡Esposo de Dios!
Por eso cuando le digo que de haber sido yo su novia
en ese entonces, sus versos para mí
no habrían sido en vano,
él me contesta: “qué lástima, no nos ayudó el tiempo”,
pero yo ni
caso le hago.
Naturalmente que también hablábamos de poesía y de libros y de muchos otros
temas y cosas mundanas. Ernesto leía constantemente y de él salía prestarme libros
con la advertencia de que se los devolviera, pero a veces me regalaba uno que otro
libro que acababa de terminar, porque le parecía que era para mí. Uno de ellos
fue The Chalice and The Blade: Our History, Our Future de Riane Eisler. Sólo me lo dio y dijo, esto es para vos. Entendí por qué me lo daba y me
conmovió su gesto. Con su parquedad acostumbrada me estaba diciendo: no creás que
no te escucho cuando me contás cómo es la vida para las mujeres.
En 1994 escribí este poema sobre el arte de amar. No tiene nada que ver con
la obra de Ovidio sino con la poesía de amor místico de Ernesto, y también con esas
pláticas que teníamos sobre Dios, el amor, la política, el poder y, en fin, la vida.
ARS AMANDI
A Ernesto Cardenal
Yo nací también para un
amor extremista.
Y conozco a tantos y tantas
que buscan ese amor
y no lo encuentran. Y cuántas
y cuántos
que sin saberlo siquiera,
lo poseen.
Yo, que no soy deidad, ni
mucho menos,
pero que soy mujer
entrenada en el amor desde
en los tiempos de la Diosa,
puedo asegurarlo: quienes
amamos
vivimos en universos paralelos.
Sin conocer a Dios, sé lo
que es dar vida
dando ya la muerte.
Que salga desde dentro de
mí una criatura
diferente a mí, pero que es mi reflejo—
independiente de mí, pero perteneciéndome.
El amor espiritual
no es sentimental ni mercenario.
Me atrevo a decir que el
amor por la criatura propia
también puede ser perfecto:
ni aridez ni ausencias lo doblegan.
Amar a Dios como opuesto
porque lo opuesto se junta:
simbiosis mística.
El celibato es matrimonio.
Los que amamos somos eternamente
célibes.
La dulzura del enamoramiento
es pasajera.
Una tarde en París, a la
luz del otoño,
parejas apasionadas en cines,
parques, plazas,
me hicieron llorar. Y son
incontables las veces
que las caricias de otros
me conmueven.
Está fuera del juego erótico.
. . y no me río.
Probó ya nada menos que
el placer Divino,
tan intenso como un dolor
insoportable,
tan definitivo como morir
en vida.
Dios y su alma fundidos
en la caricia sin tacto:
la perfección del erotismo
puro.
Pero la historia de un amor
verdadero
es siempre una historia
de amor y soledad.
De honda soledad, de soledad
sola, así, parada en seco.
La suerte de ser correspondido.
Sor Juana, por ejemplo,
también amó en extremo
y Dios no le dio entrada.
El cielo se cerró hostil
al ambicioso vuelo de su
espíritu.
La noche de Sor Juana fue
en verdad oscura,
noche inmensa, construida
a pulso sobre el vacío.
Experto en erotismo sin
los sentidos,
debe entender la angustia
del poeta Bandeira
por su alma, que le arruinaba
el amor
al no encontrar satisfacción
en otra alma.
Las almas —decía, son incomunicables.
Y también dijo: . . . al
contacto de mis manos lentas,
la sustancia
de tu carne
es igual a la
del silencio.
Si de no esperar nada se
trata el amor místico,
puedo entenderlo:
La sustancia del amor está
hecha de silencios,
de plenitud de ausencia.
Sin vislumbrar el Rostro
de la Belleza,
amo lo bello efímero,
pero también amo lo que
no es:
. . . que unos párpados
cerrados
recuerden un poema de Éluard
y que se acaricie en unos
brazos
alguna cosa más allá de
la carne, que se los toque
como al ámbar de una tarde.
Lo erótico va más allá del
cuerpo.
El que amo ha de morir,
y yo moriré también.
En el gozo del más íntimo
abrazo
tiemblan estremecidos nuestros
cuerpos
que morirán, no importa
cuánto nos amemos.
Pero mi amor no se engorda
ni aburguesa,
y el rostro del amado, para
mí, no envejece.
Amar aceptando que no poseo
al otro,
y que yo me pertenezco sólo
a mí misma.
Nuestros cuerpos se unen
respondiendo al deseo con
el deseo,
pero nunca serán un sólo
cuerpo.
Amar sin miedo a la soledad
y al tiempo.
Los convencionalismos son
enemigos del amor.
Vivir en el amor es asumir
los riesgos.
Inauguraron el nuevo mausoleo
donde reposará Su Eminencia.
Asistió: “. . . toda la
clase política,
que se dieron la paz y se
abrazaron.”
(Una secuencia de Fellini)
Afuera, bajo el crisol del
sol, la multitud espera:
Las tres cuartas partes
de los grandes momentos históricos
se han pasado, en todas
partes, esperando.
Jerarcas y políticos son
enemigos del amor.
Han idealizado el poder
de la espada,
pero hablan en nombre de
Dios y del amor,
y viven de eso.
La transformación del sistema,
ni usted ni yo la veremos.
La multitud, en todas partes,
sigue esperando.
Mujeres de los políticos,
me dan lástima.
(¿Creerán en ellos?)
Compañeras clandestinas
de curas y jerarcas,
me dan más lástima.
Entiendo su renuncia por
amor a Dios
porque es amor verdadero.
(Usted no esconde a ninguna
pobre mujer bajo su cama.)
Renuncia y entrega también
es amor.
(Por eso nunca entendí el
poder)
Conozco a extremistas del
amor
que ni siquiera tienen el
consuelo divino,
ni el poder,
sólo el poder de su amor
extremo.
No todos los versos de amor
se escriben en vano.
En
febrero de 2002 Ernesto vino a San Francisco a dar un recital. Ya habíamos quedado
de vernos con él y nos llamó por teléfono para darnos la dirección del hotel donde
se hospedaba. Nos dijo, estoy en un hotel que parece burdel del Oeste o salido de
un cuento de Edgar Allan Poe. Lo fuimos a visitar en su habitación del hotel y ciertamente
que los cortinajes y el espejo y todo el mobiliario parecían del viejo Oeste. George
nos tomó una foto cómica a Ernesto y a mí posando en un antiguo diván o chaise longue,
y cada vez que la veo me da risa. Salimos a la calle, y como Ernesto andaba puestas
sus infaltables sandalias, yo estaba más preocupada por él que él mismo por sus
pies morados en aquel frío de febrero. La segunda vez que Ernesto vino fue en mayo
de 2015 y se hospedó en un apartamento de los jesuitas en la Universidad de San
Francisco. Lo fui a ver y me dijo que tenía hambre y lo llevara a cenar a mi casa.
Enseguida llamé a George y le pedí que descongelara lo más rápido posible una carne
que había en el congelador, porque Ernesto llegaba a cenar con nosotros. En eso
llegó un poeta (de la organización patrocinadora de su viaje y recital) para llevárselo
a cenar al restaurante que él escogiera. Le dije, vaya Padre. Pero él, sin hacerme
el menor caso, abruptamente dijo al poeta: No, gracias, voy a comer donde la Daisy.
Y no añadió ni una palabra más. Aunque la comida que preparé a la carrera creo que
fue mediocre, Ernesto dijo que estaba muy rica y la comió con buen apetito. Pasó
alegre contándonos muchas historias y hasta nos dio una receta de cómo se hacen
los huevos revueltos más ricos del mundo. Estuvimos muy contentos y hasta muy tarde,
acompañados también de Luz Marina Acosta y de nuestra amiga Demetria Martínez, escritora
y poeta chicana que teníamos de huésped en esos días.
Además
de los encuentros que he mencionado, yo veía a Ernesto en Nicaragua cada año que
llegaba a visitar a mi familia durante las vacaciones de verano y también en las
de diciembre. A San Francisco regresaba hasta después del 20 de enero que era su
cumpleaños. En esos meses siempre lo acompañaba a sus talleres de poesía para niños
y niñas con cáncer del hospital La Mascota de Managua. Él me pidió hacer la corrección
de texto de dos antologías de esos talleres que fueron publicadas.
En
abril de 2018 empezó en Nicaragua la insurrección cívica que fue brutalmente reprimida
por la dictadura Ortega Murillo. Ese año ya no pude viajar, ni el siguiente, porque
en el 2019 la represión empeoró; los asesinatos y encarcelamientos se multiplicaron
por todo el país y más de cien mil nicaragüenses salieron al exilio. Pasé, pues,
dos años sin ver a Ernesto. En ese tiempo su salud se fue deteriorando y lo hospitalizaron
varias veces. Supe que ya no recibiría su correspondencia directamente, pues su
asistente estaba a cargo de recibir todo y transmitirle la información. Entonces
ya sólo quedamos comunicándonos por teléfono, pero su sordera progresiva le incomodaba
y era renuente a los audífonos. Aunque le hablara por altavoz casi tenía que gritarle
para que escuchara. Dos años sin verlo fue mucho tiempo.
El
primero de enero de 2020 por fin pude viajar a Nicaragua y fui a visitarlo. Lo encontré
lúcido como siempre, pero muy frágil. Le dije que lo estaría llegando a ver y él
sonrió y me dijo, bueno, claro que sí, qué privilegio el mío. Pero en las tres semanas
que estuve en Managua lo hospitalizaron dos veces y por varios días, y las personas
que estaban cargo de él me decían que estaban prohibidas las visitas. Sin embargo,
pude verlo a solas por última vez el día de su cumpleaños. Llegué muy temprano en
la mañana y entré en su habitación. Conversamos como antes. Me preguntó si volvería
en las vacaciones del verano porque tal vez él ya estaría mejor para que comiéramos
unas bocas (tapas) sabrosas y tomáramos unos tragos del whisky que acababa de regalarle.
Ahorita no me dejan, dijo con la sonrisa cómplice de siempre. También, como antes,
le devolví el libro que me había dado a leer hacía dos semanas y platicamos sobre
eso. Pensé que tal vez el libro era para mí, pero no me atreví a pedírselo ni él
me lo dio (como antes). Alguien llegó a urgirme que saliera porque había un grupo
de personas esperando para saludarlo y me fui.
El
siguiente poema escrito entre el 12 de agosto de 2019 y el 6 de marzo de 2020 se
refiere a esos dos últimos años, y también a la muerte de Ernesto y a lo sucedido
después, en su funeral.
MENSAJE DE AMOR Y DESAGRAVIO A ERNESTO CARDENAL EN SU GALAXIA
No
recibirás mis palabras. Serán interceptadas, retorcidas, deformadas para que se
estrellen en el silencio y no las escuchés; lo sé muy bien ahora que anciano y frágil
no podés ser aquel indoblegable con la mentira que amedrentabas a los anfibios de
aguas turbias enarbolando la verdad como una bandera de pureza. Cuánto lamento,
Padre, no estar como entonces a tu lado ahora que dicen que te has dulcificado y
quienes te adversaban entran apañados a tu casa como si fuera de ellos, deseosos
de sacarte el último provecho. Cómo han de hostigarte creyéndote domesticado como
un animalito; cordero dispuesto para el banquete, y vos, anuente a que te despedacen
porque estás en tu galaxia y ya dejaste todo aquello atrás, y no te importa que
cada quien se lleve su pedazo.
II
Pero
ahora te has muerto. Qué alivio entre los batracios
ansiosos de manosearte. En el Olimpo acuoso del poder croan tu nombre, te alaban
y se enorgullecen con falsa gratitud, pues creen que sí te has muerto y podrán robar
palabras tuyas que les atemorizan para decirlas como si fueran propias y nadie va
a percatarse del engaño. Viven en el engaño y del engaño de que algo dicen y no
dicen Nada, son maestros de la Nada, de la que vienen y a la que volverán, mientras
vos ascendés a tu galaxia y tu palabra, viva entre nosotros, se esparce por la Tierra
y alza vuelo al Universo adonde ahora estás, abrazado a Dios.
III
Libre ya del cerco y del acoso, volviste a ser el mismo rajatabla. Qué poder en tus palabras, las últimas que dejaste dichas, esgrimiendo la verdad de frente ante el engaño. Desde tu estrella habrás visto desatada la furia de la del bosque estéril. Sus huestes enardecidas cercándote en tu muerte, inútilmente. Tus cenizas son ya tierra de Nicaragua y la tierra en Solentiname ya es sagrada. Hasta allá llegarán peregrinos de todas partes a honrarte en tu santuario. Y los que hoy hasta en la tumba te persiguen, serán sólo podredumbre engusanada. Dormí tranquilo, Padre. El Amor ganará.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 187 | novembro de 2021
Curadoria: Daisy Zamora (Nicarágua, 1950)
Artista convidada: Berta Marenco (Nicarágua, 1949)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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