quarta-feira, 17 de novembro de 2021

DAISY ZAMORA | Ernesto Cardenal en mi memoria

 


Ernesto Cardenal y mis padres fueron contemporáneos. No solamente de la misma generación, sino que él y mis padres nacieron en el mismo año de 1925. Ernesto en enero, mi padre en marzo y mi madre en junio. Ernesto participó en la rebelión de abril de 1954 contra el dictador Anastasio Somoza García. Mi papá también participó y estuvo preso e incomunicado. Si se conocieron entonces, nunca lo sabré. Por años escuché anécdotas de la rebelión de abril contadas por mi padre, pero atenida a que él estaba en la plenitud de su vida y tendría su presencia por mucho tiempo más, nunca pregunté lo que debería de haberle preguntado en el momento y ahora quisiera saber. Su muerte repentina ocurrió cuando yo estaba muy joven y atareada en demasiadas cosas, entre ellas, conspirando contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, hijo de Somoza García. En las conversaciones con Ernesto a lo largo de cuarenta y dos años de estrecha e intensa amistad, tampoco le pregunté sobre este detalle en el que ahora pienso. Quizás el vínculo inicial y el más antiguo entre Ernesto y yo sea que él y mi padre estuvieron involucrados en la misma rebelión contra el primer Somoza.

El 20 de enero de 1985 que Ernesto cumplió sesenta años, lo sorprendí regalándole un poema de título nerudiano: “Cincuenta versos de amor y una confesión no realizada a Ernesto Cardenal” y se lo leí en el anfiteatro de Ciudad Darío, durante el Maratón de Poesía Rubén Darío celebrado cada año por el Ministerio de Cultura. Alguien tomó una foto en blanco y negro del momento en que, después de la lectura, Ernesto me abrazó. Yo aparezco de espaldas y sólo se ve su rostro conmovido y con expresión paternal, igual que su abrazo. El poema se refiere a nuestra amistad y nuestras conversaciones, y también a nuestro encuentro y los recuerdos compartidos.

 

Cincuenta versos de amor y una confesión

no realizada a Ernesto Cardenal

 

De haber conocido a Ernesto como aparece

en una foto amarillenta que Julio me mostró:

flaco, barbón, camisa a cuadros y pantalón de lino,

las manos en los bolsillos y un aire general de desamparo,

me hubiera metido por él en la rebelión de abril.

Juntos habríamos ido a espiar a Somoza

en la fiesta de la embajada yanqui.

 

¿Quién sería su novia en esos días?

La Meche o la Adelita o tal vez Claudia,

Ileana o Myriam. Muchachas eternamente frescas

que sonríen desde viejas fotografías

traspapeladas en quién sabe qué gavetas.

 

Myriam sale de la iglesia con su vestido amarillo

entallándole el cuerpo moreno y grácil.

Ileana pasa distante

más lejana que la galaxia de Andrómeda,

la Adelita palidece al doblar la esquina

y encontrarse de pronto con él;

Claudia prefiere las fiestas y las carreras de caballos

a un epigrama de Ernesto.

Meche es la más misteriosa.

 

Conocí a Ernesto en el año 72, oficiando

en el altar de la ermita de Solentiname.

Ni me habló; apenas me concedió el perfil.

Es la fecha y no se acuerda siquiera

de haberme visto entonces.

 

Después de la insurrección del 78 al fin reparó en mí.

Se apareció en la clandestina Radio Sandino

interesado en conocerme al saber que yo era poeta

y combatiente.

Ni en mis sueños más fantásticos imaginé

que el encuentro sucedería así:

Allí venía tranquilo como que si nada

caminando entre el monte recién llovido.

Entró al caramanchel y preguntó por mí.

 

¿Para qué preguntó? Ese encuentro fue decisivo.

Desde el principio me entendí con él casi tan bien

como en otros tiempos con mi abuelo.

Allí es que comienza una larga historia:

Cuatro años ayudándole a inventar el mundo,

organizando el Ministerio de Cultura

con el fervor y la fe de un niño

en la madrugada de su Primera Comunión.

Esos años fueron casi felices (como diría Mejía-Sánchez).

 

Aunque a estas alturas

       lo conmueva todavía algún recuerdo

usted jamás se conformó con ninguna:

ni con Claudia, ni con todas las otras que no menciono.

Como San Juan de la Cruz o Santa Teresita—no quería una muñeca

sino todas las muñecas del mundo—

sólo estuvo conforme cuando poseyó todo, todito el Amor.

 

Ahora posee a Dios a través del pueblo: ¡Esposo de Dios!

Por eso cuando le digo que de haber sido yo su novia

en ese entonces, sus versos para mí

no habrían sido en vano,

él me contesta: “qué lástima, no nos ayudó el tiempo”,

       pero yo ni caso le hago.

 


Teníamos muchas pláticas y discusiones sobre Dios. Sobre el amor de Él a su creación y sus criaturas y sobre el amor a Él, y también sobre su existencia. La verdad es que, al fin de cuentas, Ernesto y yo creíamos en lo mismo: en el amor y la vida en el amor, pero yo siempre porfiándole que no es imprescindible creer en Dios y en su amor para sentir amor por los demás y el universo, pues sólo basta con la voluntad de amar —pero sin dejar de amarse también a una misma cuando se es mujer. Este era el punto en el cual diferíamos, porque Ernesto era un místico poseído por Dios y pleno de su amor divino. Él me dejaba hablar y sonreía con bondad, o quizás sería compasión. Y como alguna vez le contara que de niña había admirado mucho a Teresa de Lisieux, me decía: entonces te pasa lo de Santa Teresita; aunque se dedicó a ser santa toda su vida, dudaba de Dios. Aún en el último momento, dudó de la existencia de Dios.

Naturalmente que también hablábamos de poesía y de libros y de muchos otros temas y cosas mundanas. Ernesto leía constantemente y de él salía prestarme libros con la advertencia de que se los devolviera, pero a veces me regalaba uno que otro libro que acababa de terminar, porque le parecía que era para mí. Uno de ellos fue The Chalice and The Blade: Our History, Our Future de Riane Eisler. Sólo me lo dio y dijo, esto es para vos. Entendí por qué me lo daba y me conmovió su gesto. Con su parquedad acostumbrada me estaba diciendo: no creás que no te escucho cuando me contás cómo es la vida para las mujeres.

En 1994 escribí este poema sobre el arte de amar. No tiene nada que ver con la obra de Ovidio sino con la poesía de amor místico de Ernesto, y también con esas pláticas que teníamos sobre Dios, el amor, la política, el poder y, en fin, la vida.

 

ARS AMANDI

 

                   A Ernesto Cardenal

 

Yo nací también para un amor extremista.

Y conozco a tantos y tantas que buscan ese amor

y no lo encuentran. Y cuántas y cuántos

que sin saberlo siquiera, lo poseen.

 

Yo, que no soy deidad, ni mucho menos,

pero que soy mujer

entrenada en el amor desde en los tiempos de la Diosa,

puedo asegurarlo: quienes amamos

vivimos en universos paralelos.

 

Sin conocer a Dios, sé lo que es dar vida

                                             dando ya la muerte.

Que salga desde dentro de mí una criatura

                   diferente a mí, pero que es mi reflejo—

                   independiente de mí, pero perteneciéndome.

 

El amor espiritual

no es sentimental ni mercenario.

Me atrevo a decir que el amor por la criatura propia

también puede ser perfecto:

                   ni aridez ni ausencias lo doblegan.

 

Amar a Dios como opuesto

porque lo opuesto se junta: simbiosis mística.

El celibato es matrimonio.

Los que amamos somos eternamente célibes.

 

La dulzura del enamoramiento es pasajera.

Una tarde en París, a la luz del otoño,

parejas apasionadas en cines, parques, plazas,

me hicieron llorar. Y son incontables las veces

que las caricias de otros me conmueven.

 

Está fuera del juego erótico. . . y no me río.

Probó ya nada menos que el placer Divino,

tan intenso como un dolor insoportable,

tan definitivo como morir en vida.

Dios y su alma fundidos en la caricia sin tacto:

la perfección del erotismo puro.

 

Pero la historia de un amor verdadero

es siempre una historia de amor y soledad.

De honda soledad, de soledad sola, así, parada en seco.

 

La suerte de ser correspondido.

Sor Juana, por ejemplo, también amó en extremo

y Dios no le dio entrada. El cielo se cerró hostil

al ambicioso vuelo de su espíritu.

La noche de Sor Juana fue en verdad oscura,

noche inmensa, construida a pulso sobre el vacío.

 

Experto en erotismo sin los sentidos,

debe entender la angustia del poeta Bandeira

por su alma, que le arruinaba el amor

al no encontrar satisfacción

en otra alma.

Las almas —decía, son incomunicables.

Y también dijo: . . . al contacto de mis manos lentas,

                    la sustancia de tu carne

                    es igual a la del silencio.

 

Si de no esperar nada se trata el amor místico,

puedo entenderlo:

La sustancia del amor está hecha de silencios,

de plenitud de ausencia.

 

Sin vislumbrar el Rostro de la Belleza,

amo lo bello efímero,

pero también amo lo que no es:

 

. . . que unos párpados cerrados

recuerden un poema de Éluard

y que se acaricie en unos brazos

alguna cosa más allá de la carne, que se los toque

como al ámbar de una tarde.

 

Lo erótico va más allá del cuerpo.

El que amo ha de morir, y yo moriré también.

En el gozo del más íntimo abrazo

tiemblan estremecidos nuestros cuerpos

que morirán, no importa cuánto nos amemos.

 

Pero mi amor no se engorda ni aburguesa,

y el rostro del amado, para mí, no envejece.

 

Amar aceptando que no poseo al otro,

y que yo me pertenezco sólo a mí misma.

Nuestros cuerpos se unen

respondiendo al deseo con el deseo,

pero nunca serán un sólo cuerpo.

 

Amar sin miedo a la soledad

y al tiempo.

 

Los convencionalismos son enemigos del amor.

Vivir en el amor es asumir los riesgos.

 

Inauguraron el nuevo mausoleo

donde reposará Su Eminencia.

Asistió: “. . . toda la clase política,

que se dieron la paz y se abrazaron.”

 

(Una secuencia de Fellini)

 

Afuera, bajo el crisol del sol, la multitud espera:

Las tres cuartas partes de los grandes momentos históricos

se han pasado, en todas partes, esperando.

 

Jerarcas y políticos son enemigos del amor.

Han idealizado el poder de la espada,

pero hablan en nombre de Dios y del amor,

                                           y viven de eso.

 

La transformación del sistema, ni usted ni yo la veremos.

La multitud, en todas partes, sigue esperando.

 

Mujeres de los políticos, me dan lástima.

(¿Creerán en ellos?)

 

Compañeras clandestinas de curas y jerarcas,

me dan más lástima.

 

Entiendo su renuncia por amor a Dios

porque es amor verdadero.

(Usted no esconde a ninguna pobre mujer bajo su cama.)

Renuncia y entrega también es amor.

(Por eso nunca entendí el poder)

 

Conozco a extremistas del amor

que ni siquiera tienen el consuelo divino,

ni el poder,

sólo el poder de su amor extremo.

 

No todos los versos de amor se escriben en vano.

 


En 1997 salí de Nicaragua con mis dos hijos menores para los Estados Unidos. Un tiempo después llegó mi hija mayor. Pero ahora dos de ellos, más mi nieto y nietas, viven en Nicaragua. Yo sigo en San Francisco de California con mi esposo George Evans, poeta y escritor estadounidense.

En febrero de 2002 Ernesto vino a San Francisco a dar un recital. Ya habíamos quedado de vernos con él y nos llamó por teléfono para darnos la dirección del hotel donde se hospedaba. Nos dijo, estoy en un hotel que parece burdel del Oeste o salido de un cuento de Edgar Allan Poe. Lo fuimos a visitar en su habitación del hotel y ciertamente que los cortinajes y el espejo y todo el mobiliario parecían del viejo Oeste. George nos tomó una foto cómica a Ernesto y a mí posando en un antiguo diván o chaise longue, y cada vez que la veo me da risa. Salimos a la calle, y como Ernesto andaba puestas sus infaltables sandalias, yo estaba más preocupada por él que él mismo por sus pies morados en aquel frío de febrero. La segunda vez que Ernesto vino fue en mayo de 2015 y se hospedó en un apartamento de los jesuitas en la Universidad de San Francisco. Lo fui a ver y me dijo que tenía hambre y lo llevara a cenar a mi casa. Enseguida llamé a George y le pedí que descongelara lo más rápido posible una carne que había en el congelador, porque Ernesto llegaba a cenar con nosotros. En eso llegó un poeta (de la organización patrocinadora de su viaje y recital) para llevárselo a cenar al restaurante que él escogiera. Le dije, vaya Padre. Pero él, sin hacerme el menor caso, abruptamente dijo al poeta: No, gracias, voy a comer donde la Daisy. Y no añadió ni una palabra más. Aunque la comida que preparé a la carrera creo que fue mediocre, Ernesto dijo que estaba muy rica y la comió con buen apetito. Pasó alegre contándonos muchas historias y hasta nos dio una receta de cómo se hacen los huevos revueltos más ricos del mundo. Estuvimos muy contentos y hasta muy tarde, acompañados también de Luz Marina Acosta y de nuestra amiga Demetria Martínez, escritora y poeta chicana que teníamos de huésped en esos días.

Además de los encuentros que he mencionado, yo veía a Ernesto en Nicaragua cada año que llegaba a visitar a mi familia durante las vacaciones de verano y también en las de diciembre. A San Francisco regresaba hasta después del 20 de enero que era su cumpleaños. En esos meses siempre lo acompañaba a sus talleres de poesía para niños y niñas con cáncer del hospital La Mascota de Managua. Él me pidió hacer la corrección de texto de dos antologías de esos talleres que fueron publicadas.

En abril de 2018 empezó en Nicaragua la insurrección cívica que fue brutalmente reprimida por la dictadura Ortega Murillo. Ese año ya no pude viajar, ni el siguiente, porque en el 2019 la represión empeoró; los asesinatos y encarcelamientos se multiplicaron por todo el país y más de cien mil nicaragüenses salieron al exilio. Pasé, pues, dos años sin ver a Ernesto. En ese tiempo su salud se fue deteriorando y lo hospitalizaron varias veces. Supe que ya no recibiría su correspondencia directamente, pues su asistente estaba a cargo de recibir todo y transmitirle la información. Entonces ya sólo quedamos comunicándonos por teléfono, pero su sordera progresiva le incomodaba y era renuente a los audífonos. Aunque le hablara por altavoz casi tenía que gritarle para que escuchara. Dos años sin verlo fue mucho tiempo.

El primero de enero de 2020 por fin pude viajar a Nicaragua y fui a visitarlo. Lo encontré lúcido como siempre, pero muy frágil. Le dije que lo estaría llegando a ver y él sonrió y me dijo, bueno, claro que sí, qué privilegio el mío. Pero en las tres semanas que estuve en Managua lo hospitalizaron dos veces y por varios días, y las personas que estaban cargo de él me decían que estaban prohibidas las visitas. Sin embargo, pude verlo a solas por última vez el día de su cumpleaños. Llegué muy temprano en la mañana y entré en su habitación. Conversamos como antes. Me preguntó si volvería en las vacaciones del verano porque tal vez él ya estaría mejor para que comiéramos unas bocas (tapas) sabrosas y tomáramos unos tragos del whisky que acababa de regalarle. Ahorita no me dejan, dijo con la sonrisa cómplice de siempre. También, como antes, le devolví el libro que me había dado a leer hacía dos semanas y platicamos sobre eso. Pensé que tal vez el libro era para mí, pero no me atreví a pedírselo ni él me lo dio (como antes). Alguien llegó a urgirme que saliera porque había un grupo de personas esperando para saludarlo y me fui.

El siguiente poema escrito entre el 12 de agosto de 2019 y el 6 de marzo de 2020 se refiere a esos dos últimos años, y también a la muerte de Ernesto y a lo sucedido después, en su funeral.

 

MENSAJE DE AMOR Y DESAGRAVIO A ERNESTO CARDENAL EN SU GALAXIA

 


I

No recibirás mis palabras. Serán interceptadas, retorcidas, deformadas para que se estrellen en el silencio y no las escuchés; lo sé muy bien ahora que anciano y frágil no podés ser aquel indoblegable con la mentira que amedrentabas a los anfibios de aguas turbias enarbolando la verdad como una bandera de pureza. Cuánto lamento, Padre, no estar como entonces a tu lado ahora que dicen que te has dulcificado y quienes te adversaban entran apañados a tu casa como si fuera de ellos, deseosos de sacarte el último provecho. Cómo han de hostigarte creyéndote domesticado como un animalito; cordero dispuesto para el banquete, y vos, anuente a que te despedacen porque estás en tu galaxia y ya dejaste todo aquello atrás, y no te importa que cada quien se lleve su pedazo.

 

II

Pero ahora te has muerto. Qué alivio entre los batracios ansiosos de manosearte. En el Olimpo acuoso del poder croan tu nombre, te alaban y se enorgullecen con falsa gratitud, pues creen que sí te has muerto y podrán robar palabras tuyas que les atemorizan para decirlas como si fueran propias y nadie va a percatarse del engaño. Viven en el engaño y del engaño de que algo dicen y no dicen Nada, son maestros de la Nada, de la que vienen y a la que volverán, mientras vos ascendés a tu galaxia y tu palabra, viva entre nosotros, se esparce por la Tierra y alza vuelo al Universo adonde ahora estás, abrazado a Dios.

 

III

Libre ya del cerco y del acoso, volviste a ser el mismo rajatabla. Qué poder en tus palabras, las últimas que dejaste dichas, esgrimiendo la verdad de frente ante el engaño. Desde tu estrella habrás visto desatada la furia de la del bosque estéril. Sus huestes enardecidas cercándote en tu muerte, inútilmente. Tus cenizas son ya tierra de Nicaragua y la tierra en Solentiname ya es sagrada. Hasta allá llegarán peregrinos de todas partes a honrarte en tu santuario. Y los que hoy hasta en la tumba te persiguen, serán sólo podredumbre engusanada. Dormí tranquilo, Padre. El Amor ganará.



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[A partir de janeiro de 2022]
 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 187 | novembro de 2021

Curadoria: Daisy Zamora (Nicarágua, 1950)

Artista convidada: Berta Marenco (Nicarágua, 1949)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

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