Desgarrador
es su comienzo puesto que en él queda planteado el abandono del hijo y la consecuente
búsqueda del padre a petición de la madre mancillada. Pedro Páramo es la sempiterna historia hispanoamericana del canalla
que engendra y abandona.
Esta historia
puede caber en un diálogo de tipo freudiano: “Mamá, ¿quién es mi padre?”. A lo que
la madre responde: “Un gran rencor”. Luego el hijo recrea el modelo de su progenitor
y también lo harán sus hijos, en una cadena que manifiesta una grave falla social
que reaparece en nuestra sociedad a modo de represión: el inconsciente pugna por
liberarse de los recuerdos dolorosos, arrinconados en las sombras de la memoria,
y al entrar en contacto con otras estructuras psíquicas y sociales, producen violencia.
El padre
ausente se convierte en carencia, deseo, voluntad que exige saciar, a costa de lo
que sea, los vacíos que éste le produjo. Una niña nicaragüense de nombre Raquel
nos da el ejemplo: al abrazar a Daniel Ortega (1945) en televisión nacional, incitada
por la madre, la niña rompe en llanto y dice las siguientes palabras arrobada por
la emoción y con un nudo en la garganta: “Gracias mi comandante por hacer linda
a mi Nicaragua”. La madre grita exultante: “¡Se te cumplieron tus deseos!”.
Decía
el escritor André Gide (1869-1951): “Es una simpleza pensar que hay sentimientos
simples”. Nada de simple hay en las palabras de Raquel. Tampoco en el júbilo y la
socarronería de la madre. Detrás de las frases de ambas hay claroscuros, negruras,
incurias y los más perversos sentimientos que, de principio, inspiran horror, y
luego, al pensar en la orfandad de ambas, lástima.
Las cifras
son escandalosas. De acuerdo con la Dirección de Orientación y Protección Familiar,
cuarenta por ciento de los hogares nicaragüenses -sesenta por ciento en Managua-
carecen de una figura paterna. No hay que olvidarlo: el sandinismo nació por acción
de Carlos Fonseca Amador (1936-1976) y Tomás Borge (1930-2012), ambos de padres
ausentes. Muchos de sus seguidores tienen esta marca indeleble y se cubren con la
misma e invariable máscara en la que vemos reflejados el deseo del abrazo del padre,
sus cariños, sus palabras de amor, su protección. Pero también el rencor por el
abandono.
En Hispanoamérica
las ausencias paternales producen mesías. Quiénes siguieron con fervor religioso
a Fidel Castro (1926-2016), Hugo Chávez (1954-2013) y lo hacen ahora con Nicolás
Maduro (1962), Andrés Manuel López Obrador (1953) y Daniel Ortega, ven en sus rostros
la figura del salvador.
Los sandinistas
que como la madre de Raquel reciben los “abrazos” y dádivas del padre en forma de
pollos y láminas de cinc, lo hacen con la ilusión de que, al igual que Vladimir
Lenin (1870-1924) y Joseph Stalin (1878-1953), Daniel Ortega les dé un lugar en
la historia. Sin embargo, fueron Lenin y Stalin quienes idearon los Gulags y las
Checas que durante el siglo XX produjeron cien millones de muertos, más que los
cobrados por la Primera y Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española y todos
los conflictos civiles en el mundo hasta entonces.
Daniel
Ortega ha convertido a Nicaragua en su Gulag tropical. Los campos de exterminio
e intimidación tienen los nombres más absurdos, jamás ideados por los escritores
del Realismo Mágico, cuya imaginación nos dejó perplejos. Se llaman La Modelo y
La Esperanza. Allí Edwin Carcache, Irlanda Jerez, Yubrank Suazo, Amaya Coppens,
Cristhian Fajardo, María Adilia Peralta, Medardo Mairena, Miguel Mora y Lucía Pineda,
por nombrar algunos, fueron vejados y torturados atrozmente. En La Modelo también
fue asesinado a quemarropa Eddy Montes Praslím. Todavía permanecen en La Esperanza
y La Modelo decenas reos políticos.
Pero antes
todos pasaron por El Chipote, el remedo de Ortega del legendario monte de la Segovia
nicaragüense en el que Augusto César Sandino (1895 – 1933) estableció su cuartel
general durante su lucha contra la intervención norteamericana en Nicaragua.
Por su
parte, Fidel Castro, el padre ideológico de Daniel Ortega, engendró y abandonó a
decenas de hijos e hizo de los cubanos, adoctrinados durante sesenta años de revolución,
los discípulos que asisten a una triste cena de pascua, sin saber que están más
empobrecidos económica y espiritualmente que nunca, y que jamás les llegó la redención
prometida por su salvador. En esta concordia caribeña un médico gana veinte dólares
al mes y un jubilado recibe diez por su pensión.
Lo mismo
sucedió en la Venezuela de Chávez. La gran potencia económica de Hispanoamérica
durante la segunda mitad del siglo XX, a la que llegaban inmigrantes de diversas
partes del mundo por su prosperidad, es hoy uno de los países más pobres del planeta
y sufre una galopante inflación sin parangón en la historia.
Ya nadie
va a Venezuela. Millones la han abandonado. Los que aún quedan mueren de hambre
y falta de medicinas a cada minuto en los hospitales, mientras que las reas políticas
ceden a las demandas sexuales de sus carceleros a cambio de un mendrugo de pan o
a fin de evitar torturas. No obstante, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y sus familiares
se cuentan hoy entre los más ricos del mundo sin haber trabajado nunca.
Daniel
Ortega, asesino confeso y violador de su hijastra Zoilamérica Narváez, ese señor
de grueso bigote y mirada torva que los sandinistas ven como el emancipador de los
pobres y el autor de sus días, es el padre que ellos piensan que les da cobijo y
amparo. Pero es el hombre más acaudalado de Nicaragua. En esa figura mesiánica depositan
sus esperanzas.
Su valedor
es nada menos que aquel que en 1987, en plena guerra civil, le dijo a la periodista
Claudia Dreyfus en una entrevista para la revista Playboy: “Yo había participado en el ajusticiamiento, o asesinato si
usted lo quiere poner así, del principal verdugo de las fuerzas de seguridad de
Somoza, este tal Gonzalo Lacayo. En agosto de 1967 participé en esa acción para
matarlo”.
Los “desamparados”
que buscan el abrazo de papá en Daniel Ortega son los que, desde el 19 de abril
de 2018, se encapuchan el rostro para disparar a muerte contra los que luchan por
deshacerse de la peor dictadura en los anales de Nicaragua.
Los fieles
hijos de Daniel Ortega son la Juventud Sandinista, los Consejos del Poder Ciudadano,
la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua, el Ejército Nacional, la Policía
Nacional, entre otros; entidades que a raíz de la Insurrección de Abril hacen las
veces del Comité de Salvación Pública fundando durante el Reino del Terror de la
Revolución Francesa (1789) bajo el lema de Maximilien Robespierre (1759 – 1794):
“El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible”.
A diferencia
de Pedro Páramo, que si bien abandonó a muchos hijos murió de amor por Susana San
Juan, Daniel Ortega no es capaz de amar. A su lista de crímenes hay que añadirle
los sesenta mil jóvenes muertos en la guerra civil de los ochenta, la masacre de
los Misquitos en la Navidad Roja (1982), los más de quinientos muertos desde abril
de 2018, los miles de desaparecidos y lisiados por la represión, el narcotráfico,
y el ecocidio de las reservas naturales Bosawás e Indio Maíz, que componen el cinco
por ciento de la biosfera mundial. La tala de árboles y los misteriosos incendios
de los que Daniel Ortega no se preocupa por apagar, han destrozado el hogar de especies
nativas de animales que lentamente mueren de hambre.
La líder
campesina doña Francisca Ramírez (1977), cuyo padre fue forzado a ir a la guerra
en los ochenta, abandonándola a ella y a su madre con otros cinco hijos, es testigo
de esto. Doña Francisca, junto con Medardo Mairena, ha sido la voz de los campesinos
e indígenas asesinados a quienes Daniel Ortega ha robado las tierras bajo la farsa
de construir un canal interoceánico en Nicaragua. Hoy sabemos el desenlace de ese
cuento chino.
Daniel
Ortega es la violencia personificada, y los “hijos” que lo siguen por su “bondad”
la reproducen de mil maneras. Como su padre, también ellos mienten, matan y roban.
La crueldad de su progenitor es repetida bajo los mismos patrones: hurtos, asesinatos,
violaciones y torturas.
Los sandinistas
creen haber encontrado en Daniel Ortega al padre que los abandonó, y emulan su crueldad
al disparar contra los manifestantes que luchan por la libertad, y al torturar a
los presos políticos con los métodos más horrendos ideados en Cuba y la Unión Soviética.
Por proteger el trono y los caudales de su creador reciben prebendas.
Pero mientras
Daniel Ortega es dueño de una billonaria fortuna, sus “hijos” se conforman con el
sueldo de mil córdobas cada tanto tiempo para servir de sicarios y matar a civiles
desarmados que desde el 19 de abril de 2018 han venido gritando ¡Nunca más! Los
otros, los “hijos” de menor rango, los espurios conocidos como “rotonderos” ganan
doscientos córdobas por enarbolar, bajo la fuerte lluvia o el inclemente sol, la
bandera sandinista o bailar al son de la cumbia “Daniel se queda”.
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
Poderoso
caballero
es don
Dinero.
¡Qué huérfanos están los sandinistas! Si los asistiera
el reconocimiento de su fracaso, exclamarían: “Padre, ¿por qué nos has abandonado?”.
__________
ROBERTO CARLOS PÉREZ (Granada, Nicaragua, 1976). Músico, narrador y ensayista. Estudió Música en Duke Ellington School of the Arts y se licenció en Música Clásica por Howard University, en Washington D.C. En la Universidad de Maryland estudió una maestría en Literatura Medieval y en los Siglos de Oro. Es autor del libro de cuentos Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia (2012), de las novelas cortas Un mundo maravilloso (2017) y Rodrigo: un relato sobre el Cid (2020), y del libro de ensayos Rubén Darío: una modernidad confrontada (2018). Roberto Carlos Pérez es miembro correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua y cofundador y editor en jefe de la revista Ágrafos.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 187 | novembro de 2021
Curadoria: Daisy Zamora (Nicarágua, 1950)
Artista convidada: Berta Marenco (Nicarágua, 1949)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
Nenhum comentário:
Postar um comentário