terça-feira, 28 de dezembro de 2021

FIDELIA CABALLERO CERVANTES | Conversación con José Ángel Leyva

 


José Ángel Leyva vivió su infancia entre la Sierra Madre Occidental, cercana a los límites con Sinaloa, y la ciudad de Durango. Viene de una familia fundada en el magisterio y de amansadores de caballos, de origen campesino, por parte de su madre.

 

Tengo en las terminaciones olfativas la impronta de los útiles escolares y el olor de las coníferas, los cuentos de la infancia y el ruido insaciable del hacha y los aserraderos. El silencio dulce de mi abuela y su fascinación por el cine, que me hace recordar siempre las largas funciones vespertinas de tres películas por un boleto. Me persigue aún la velocidad futurista de los dedos de mi padre sobre una Remington o una Lettera durante noches enteras. Sus comedias escolares y sus poemas patrios. Mi infancia, indudablemente, es mi mole de guajolote.

 

— ¿Cómo ves la formación de los poetas jóvenes?

— Es muy buena y es muy mala. Hay centros académicos, centros especializados con becas para preparar poetas, incluso para hacer poetas. Mas la premisa es la misma: el éxito, no la poesía. Saben mucho de poetas y de preceptiva, pero ignoran por qué, para qué escriben. Son muy pocos a los que les va la vida en un poema.

 

Nacido en Durango, México, en 1958, José Ángel es poeta, narrador, ensayista, editor, académico y promotor cultural. Se tituló como Médico Cirujano en la Universidad Juárez del Estado de Durango, realizó estudios de maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México y ha dirigido importantes revistas nacionales. Fue codirector de la revista de poesía Alforja, coordinador general de Publicaciones de la Universidad Intercontinental, hasta enero de 2013 y es director general de la revista La Otra, una revista de poesía+Artes visuales+Otras letras.

 

Yo no sé cuál es mi generación o si pertenezco a una de-generación; ahora se clasifica como si se tratara de modelos automovilísticos. Sería modelo 50, de los de finales de esa década. No siento afinidad o identidad particular por grupos o colectivos. Aunque he ido construyendo puentes de amistad, no me es fácil. Siento que me es más fácil entrar en diálogo con artistas plásticos que con escritores. Me comunico más profundamente con quienes podrían ser mis padres o mis abuelos o con quienes podrían ser mis hijos. Extraño mucho a un joven como Juan Gelman quien me llamaba tratando de engañarme con acentos diferentes y pasábamos tardes de sobremesa riendo o llorando con historias. Un amigo escritor, modelo 40, dice que soy un poeta doméstico.

 

Durante esta temporada de encierro, José Ángel trabaja todos los días, todo el día. Cuando descubrió que para él no había otra opción que la literatura, pero sobre todo que la poesía era su destino, entendió que respondía a un impulso de salvación. “La poesía me salvó del aburrimiento, de la muerte, del mercado, de la impotencia, del autoengaño. La poesía no era ni es sólo la escritura de versos, sino una forma de vida, la vida. La palabra es carne de imagen; lectura permanente del otro que nos habita. Así que no soy un poeta puro, escribo de todo y de manera transversal en los géneros. Mi escritura es transgénero. Puedo estar en medio de un cuento, de una crónica, de un ensayo y ser atravesado por el rayo de un poema, entonces dejo todo para escribirlo, pero si estoy en el trance de un poema y viene la tentación de la prosa, no hay fuerza que me quite del poema. Y entre poema y poema suelo escribir reportajes, relatos, ensayos, crónicas y hasta novela”. Y sí, la poesía es enigmáticamente salvadora; nos salva de nosotros mismos, nos cubre y reconcilia con la vida. Indudablemente.

 

— ¿Qué cosa es la poesía mexicana y quiénes son sus protagonistas?

— La poesía mexicana era, fue, una poesía escrita en español por una mayoría apabullante de hombres. Fue también una poesía iberoamericana. Hoy ya no, la poesía mexicana es plural, pluricultural, multilingüe, no es una poesía masculina o femenina, es una tradición que mira hacia el primer mexicano de ascendencia española, Francisco de Terrazas, como se reconoce en la poesía del rey Nezahualcóyotl, y sin duda se admira de sí en el portento que es Sor Juana, por ser una excepción y un genio. Ya no es tampoco la poesía regida por fuerzas monolíticas, Alfonso Reyes y Octavio Paz, sino un camino de múltiples senderos. La poesía mexicana es todo lo que fue y lo que no es, lo que sabe y lo que ignora de sí misma. Lo que es visible, pero sobre todo lo que aún es invisible. Hay una ausencia crítica para poner las cosas en su sitio. Desde Poesía en Movimiento, una antología hecha por poetas, no por críticos, no ha tenido lugar otra acción de criba analítica. Es un jardín salvaje donde sólo protagonizan quienes saben ganar premios.

 


Gracias a La Otra y al trabajo editorial, lee poesía todos los días, aunque no se lo proponga. “La lectura es un alimento indispensable para mi búsqueda y mi urgencia escritural, que evito sea terapéutica, para darle su sentido revelador, su dinámica de conjuro”.

 

— ¿Qué se debería hacer para que se lea más poesía?

— Tal vez los poetas deberíamos dejar de escribir tanto y leer más a los verdaderos poetas. Que leamos a la gente la poesía de altos vuelos, la que admiramos, y dejemos de promover sólo la propia, que a menudo disuade más que persuade. La poesía se lee, aunque no vende. Un libro de poesía no se lee como se lee una novela o un ensayo. Normalmente los buenos lectores de poesía leen en dosis pequeñas, para hacer la digestión. Un poeta sabe, desde que elige ese camino o es elegido, cuando no tiene más opción, que la poesía es lo más irreconciliable con el mercado, con los grandes públicos, con las multitudes. La poesía es un milagro, porque una realidad íntima, individual, se puede convertir en un sentimiento y en una experiencia colectiva. La palabra dicha puede ser la gozosa desdicha de los otros.

 

Sobre si la poesía mexicana es endogámica en su esencia, José Ángel piensa:

 

México nunca fue un país de navegantes, nunca ha sido un país expansionista, ni con afanes hegemónicos. Ha sido una cultura de resistencias contra los invasores del Norte y de Europa. Somos un país muy castigado por ambiciones externas e internas. Al mismo tiempo es una nación con una geografía abierta por todos los costados, con un dibujo identificable desde el espacio exterior, como el mapa de Italia. El infierno del crimen organizado y el narco-estado han impulsado la diáspora campesina y de intelectuales. Ahora no es raro encontrar mexicanos en otros lugares del mundo en busca de una esperanza de vida. Antes sólo era a Estados Unidos.

Del centralismo estatal y cultural pasamos a la desesperanza generalizada. Lo nuestro no es la endogamia, sino lo contrario, el mestizaje. Un cosmopolitismo acomplejado, por decirlo de alguna manera. Nos encanta la fayuca, lo de fuera. Despreciamos por principio lo nacional, menos los clichés del patrioterismo. En literatura pasa lo mismo, navegamos entre la tentación vanguardista y el incienso conservador, la reconfortable tradición. La literatura y la poesía mexicana, su cultura, ha tenido fuertes influencias en América Latina sin proponérselo. Se le veía como el hermano mayor, culturalmente hablando.

El Fondo de Cultura Económica fue un barco insignia de nuestras letras y de lo mejor del pensamiento. Corre un grave peligro. Ni Octavio Paz ni José Revueltas fueron endogámicos; Alfonso Reyes y Sor Juana dialogaron con el pensamiento universal; los Contemporáneos y los Estridentistas. México es a su pesar, plural, lo suyo es la diversidad, la contradicción.

Pero la mediocridad sí es uniforme, endogámica, voraz. Los Contemporáneos y los Estridentistas encarnan el refinamiento y la trasgresión revolucionaria, la muerte del conservadurismo romántico, Chopin a la silla eléctrica, muera el cura Hidalgo, y el rescate de la tradición popular: viva el mole de guajolote, es nuestra marca cultural. Lo popular es el abrevadero insoslayable, es la fuente vital de nuestras letras y de nuestra cultura. Pero eso no nos hace endogámicos, son los veneros de nuestra identidad.

 

Funge como Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, dirigió el Taller de Creación Literaria en la Facultad de Economía de la UNAM, de 2007 al 2016, y conduce el programa radiofónico “Yo es Otro”, de Código Ciudad de México, de la Secretaría de Cultura de esta ciudad y ha publicado más de una veintena de libros.

 

— ¿Consideras que algunos poetas mexicanos estén sobrevalorados en nuestro país, con respecto a sus pares latinoamericanos o españoles, por hablar sólo de la lengua en que escribimos?

— No, no me parece que los poetas reconocidos en México estén sobrevalorados en México. Lo que me parece es que son muchos los poetas no valorados en México. Fuera de nuestro país son muy pocos los que gozan de reconocimiento. Eduardo Lizalde, por ejemplo, es desconocido fuera de nuestras fronteras, lo mismo Francisco Hernández o Coral Bracho. Pero los jóvenes saben mucho de poetas no mexicanos, particularmente de españoles. La mentalidad periférica determina la valoración de nuestros coterráneos, sobre todo si están vivos o son nuestros coetáneos. Es más fácil valorar lo de fuera que lo de dentro. Es una mentalidad provinciana, en el peor sentido del término; lo digo porque yo soy provinciano, en el buen sentido.


Después de algunos años de encontrarnos e irnos conociendo en Bajo el Asedio de los Signos, en Ciudad Obregón, Sonora, no me extraña que José Ángel diga: “Creo que el Estado tiene la responsabilidad de crear condiciones y propiciar el desarrollo de sus potencialidades culturales y para la expresión y crecimiento de ese bagaje cultural que nace y crece al margen de las políticas estatales. El Estado mata la creatividad y domestica la inteligencia, pervierte los vínculos con los creadores cuando instrumenta o genera una burocracia para ordenar, manipular, orientar y perfilar patrones estéticos.

Los jóvenes, sobre todo, siguen no los impulsos de su creatividad y su inconformidad, de su rebeldía formal; atienden más que nada los llamados de discursos políticamente correctos, competitivamente adecuados. No son malos, pero domina la homogeneidad, la inercia, el tedio. Eso sucede en prácticamente todas las artes, pero sobre todo en la poesía. El estado busca reducir el estado natural del artista”.

 

— ¿Cuál de tus libros es el que más te satisface, representa o define?

— Es muy difícil responder, pues los que han sido publicados son entrañables y me representan. Dice Jorge Boccanera en algún texto crítico sobre mi trabajo, que lo mío es un verso migratorio, lo define un impulso de mudanza. No me he propuesto forjar un estilo, sino un lenguaje. Y en esa intención, en esa constante reubicación soy extraño. Voy y vengo de mis obsesiones y mis sueños, de mis encuentros y desencuentros con la realidad. Pero en un afán de responder a tu pregunta, quizás aún me afecta la embriaguez de mi Catulo en el destierro.

 

Desde el año 2001 ocupó la Subdirección de Literatura del Instituto de Cultura del Gobierno del DF, en el 2002 y hasta junio del 2005 como director de Vinculación Cultural, y desde esa fecha hasta diciembre del mismo año como Coordinador de Vinculación Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF.

 

— ¿Podríamos hablar de una crítica literaria como género filosófico en México? ¿O cómo adviertes a la crítica?

— Yo creo que la crítica literaria y filosófica, la crítica de las ideas en general ha perdido terreno ante la meritocracia y el oportunismo político. Me gusta mucho el ensayo crítico y se echan de menos plumas como las de Emmanuel Carballo, José Joaquín Blanco, el propio Carlos Monsiváis, Luis Mario Schnneider, Margo Glantz, Roberto Bolaño, y sobre todo a Octavio Paz. No obstante, hoy uno puede leer a ensayistas meticulosos, aunque no críticos, como Marco Antonio Campos o Armando González Torres, algunos menos constantes como Víctor Manuel Mendiola, pero de colmillos afilados. Creo que la estafeta le queda a Evodio Escalante, para mí el más honesto y creativo crítico literario, con una formación filosófica sólida. Esperemos que no se nos canse pronto para que realice un análisis de la literatura y la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI.

Bueno, sabes que dirijo una revista de poesía desde hace 13 años, La Otra. Y antes participé con un grupo de poetas en el proyecto de la revista Alforja, y fui uno de sus más activos miembros y codirector. Eso me ha exigido leer la poesía contemporánea. Además, he impulsado la colección 20 del XX, una muestra de 20 poetas del siglo XX de cada país. Llevamos más de 12 títulos. También acabo de publicar Voz quema dura con la BUAP, tres volúmenes de entrevistas con poetas Iberoamericanos, desde los nacidos en 1916 hasta 1959. Es una selección, no están todas. Quedó en el aire un cuarto volumen con poetas nacidos en la década de 1960. Mantengo un diálogo con muchos poetas de distintas generaciones, desde Antonio Gamoneda, con quien suelo escribirme o llamar por teléfono, Juan Manuel Roca, Jorge Boccanera, Armando Romero, Madeline Millán, Silvia Tomasa Rivera, Alex Fleites, Nelson Simón, Odette Alonso, Pablo Molinet, Alfredo Fressia, Uberto Stabile, Floriano Martins, Luis Armenta Malpica, Jordi Virallonga, Jorge Humberto Chávez, Alina Dadaeva, Arturo Acuña o Manuel Sauceverde, por mencionar algunos. Mi interlocución es con ellos y con su poesía. Periodismo y poesía se dan la mano en ese afán dialógico.

 


Entre sus libros publicados están: Habitantos (breve antología personal), Elzahir, Colombia, 2010. Carne de Imagen (antología personal), Monte Ávila, Caracas, Venezuela, 2011. Tres Cuartas Partes, Mantis Editores-Escritores de Cajeme, México, 2012, publicado también en Ecuador (2014); Serbia, (2015) y Barcelona (2020). Destiempo (antología personal 2012-1993), col. Poemas y ensayos, UNAM, 2012. En el doblez del verbo (antología personal), Caza de Libros, Colombia, 2014. Taga el papalote (libro para niños), Libros de Godot, México, 2005. Lectura y futuro, Fondo Editorial del EDOMEX, 2015.

 

El Estado debería reducir al mínimo sus burocracias y elevar más sus apoyos, mejorar sus sistemas de evaluación con sentido de equidad y transparencia, de movilidad, y que no haya jueces y parte de los procesos. Cuando se dice que evalúen los pares es una trampa, lo que se busca es el contubernio. Pero en el caso de revistas culturales y de iniciativas culturales si, allí sí, todo el apoyo a las publicaciones periódicas, las pequeñas editoriales, las compañías de danza y teatro, de titiriteros, de cuenteros, de grupos musicales. Cuando trabajé en la Secretaría de Cultura de la CDMX echamos a andar un programa Artes por todas partes para difundir las obras de los creadores y formar nuevos públicos. Fue muy exitosa, muy bien recibido en zonas con poca oferta cultural. Vino una burócrata que odiaba a los artistas y era odiada por los artistas y jodió el programa.

Para mí, poesía es Novo y Pellicer, en cuanto a la poesía mexicana vital. La poesía actual, la verdadera, la auténtica poesía no puede estar lejos de la poesía de cualquier otro momento de la historia. La poesía es, como te decía, la revelación de la vida en su diálogo incesante con la muerte. Lo que los poetas de una época dicen no dista mucho de lo que motiva a otros de una época distinta, son temas recurrentes, lo que cambia es la forma, como la materia, no se crea ni se destruye, tan sólo se transforma. Pero a mí, más que los poetas, me llaman los poemas, ciertos poemas. De todo lo que uno escribe el tiempo criba y deja muy poco, a veces nada. Pero si logramos dejar un verso, un relato, una novela, un ensayo, un testimonio, una mano en el muro de nuestra breve aparición en la Tierra, estaremos saludando el corazón de otros por venir; esa será la semilla que florezca en la memoria, como el sueño que nos hizo buscar la poesía en nuestro vacío.

 

“Ya pasé la cuarentena, ando en la sesentena”, dice José Ángel con gracia, y como es tema que no podemos dejar pasar, me cuenta que en este encierro lee mucho y escribe menos. Mucho Zoom y Google Meet para asuntos laborales. “Dolores de cabeza derivados de la sobreexposición telemática”, cuenta. “La paso aprendiendo a convivir en un espacio limitado con mi familia, entre tareas domésticas e impulsos creativos. Percibiendo al ser humano en su expresión depredadora, en su fascinación por la muerte. Escuchando a Mahler del otro lado del tiempo”. Mahler, claro.




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[A partir de janeiro de 2022]
 

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Número 198 | dezembro de 2021

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