Como la cultura, sobre todo la nuestra, porosa, mestiza, híbrida y como
los propios sistemas lingüísticos, especialmente, el español de América, la poesía
es en sí misma diversidad y manifestación de absoluta libertad. De manera que cuando
empleamos la expresión diversidad cultural, en relación con la poesía, estamos rayando
casi en un pleonasmo. Porque, no es múltiple la cultura en sus fundamentos, argumento
que daría lugar al discutido multiculturalismo, sino que es diversa en sí misma,
polisémica, medularmente multívoca, rica en recursos y elementos procedentes de
plurales orígenes étnicos, históricos y geográficos.
La noción de diversidad cultural nos permite trabajar las diferencias,
a veces marcadas y otras veces no tan marcadas, en sociedades, pueblos, naciones
o agrupaciones humanas en sentido amplio, de acuerdo con Roberto Mora Martínez (2011),
más allá de la de multiculturalidad, que
remite a una adición o sumatoria étnica o cultural sin establecer diferencias; o
bien, la pluriculturalidad, que refiere
la abundancia en algo de determinados rasgos distintivos. Será, pues, la idea de
interculturalidad, por su esencia dialógica
y democrática, la que permitirá el trato franco entre las distintas culturas, aun
en un mismo contexto, pero donde se respete el derecho a la diferencia y al disenso
como fundamento de un nuevo humanismo.
La poesía, con su intensa expresividad intrínseca y su capacidad única
para comunicar una pluralidad de mensajes con muy pocas palabras, nos invita a reflexionar
Raquel Lanseros (2015), constituye una poderosísima herramienta de comunicación
social, siendo, al mismo tiempo, una de las más admiradas e inmanentes manifestaciones
de la literatura, y también del habla popular, en todos los tiempos y en todas las
culturas.
Lo que nos reta en la cultura y la sociedad actuales no es la diversidad,
que se da, como principio, por sentada, especialmente, en Latinoamérica y el Caribe,
donde un concierto de lenguas, dialectos y variantes sociolectales constituyen el
magma, el crisol por excelencia de una enorme diversidad étnica y sociolingüística,
y consecuentemente cultural, que tiene en la lengua española, o si se quiere, el
castellano, en algunos casos, un denominador común. Lo que debe llamarnos a reflexión
es la vocación de unidimensionalidad, la intentona de homogenización, de homologación,
el recurso capcioso de la tiranía de lo igual que quieren imponernos el modelo económico-político
neoliberal y la globalizado como único horizonte ontológico y de futurición posible
para la humanidad y para sus expresiones de naturaleza estética.
En una imagen que resulta interesante, Bauman (2012) compara el advenimiento
de la globalización con el de la venganza de las culturas nómadas y recolectoras
frente a las culturas sedentaristas, por cuanto, lo globalizado representa procesos
autopropulsados, espontáneos, erráticos y sin planificación. La globalización representa
un nuevo desorden mundial que se impone al poder institucionalizado de los estados
soberanos. Se trata de una especie de vuelta atrás en el gran relato histórico según
el cual los asentados habrían triunfado sobre los nómadas. Es en este tenor que
el filósofo francés Michel Maffesoli (2009) describe como nuevas tribus las formas
de agrupación y el sentido de pertenencia al grupo por parte de los individuos de
la posmodernidad, al tiempo que ve en esta una convivencia de lo arcaico y lo contemporáneo.
Así las cosas, ¿de qué es pertinente hablar hoy día en el ámbito de la
poesía como un imbatible acto de comunión de razas, naciones y clases, según la
aspiración de Octavio Paz (1979), más que de simple instrumento de comunicación
a través del lenguaje? ¿De una poesía, tal vez, que aspira a ser singular, única
en una cultura cada vez más diversificada y plural? ¿O tal vez, de una poesía que,
reconociendo su fundamento de diversidad, en tanto que lengua y cultura, procura
ser parte, porque no puede evadirlo, del proceso de globalización, sin que se la
reduzca a la lógica del mercado y el dinero, como tampoco a la comercialización
o industria del espíritu, signada por las tendencias actuales de la meditación enlatada,
la vigorexia, la bulimia narcisista, el trastorno dismórfico de la personalidad,
el fitness como doctrina y la comida light, mucho menos a la instantaneidad y simultaneidad
ubicua de la enajenante cultura digital propia del universo online o el cibermundo?
Considero el poetizar como un acto de pensamiento. El poeta pensador que
vio siempre Heidegger (1983) en Hölderlin sigue teniendo valor hoy día. De la misma
forma en que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (2013) define al filósofo como la
persona dotada de un acceso directo a la razón pura, a la razón despojada de las
nubes del interés mezquino, veo en la figura del poeta a la persona facultada para
acceder directamente a la emoción, a la intimidad del espíritu y a la problemática
de los sentimientos del individuo solitario, en permanente crisis existencial que
libra su existencia en la contemporaneidad globalizada. Harold Bloom (2015) alude
la función que el poeta Wallace Stevens adjudicaba a la poesía, en el sentido de
que esta nos ayuda a vivir nuestras vidas. Pero, reforzado por Freud, el crítico
oriundo del Bronx newyorkino y catedrático de la Universidad de Yale, se conforta
más en la prueba de la realidad, que no es sino aprender a soportar la mortalidad.
De manera que la poesía es útil para aliviarnos la carga cotidiana del camino de
la trascendencia. Aunque no sana la violencia de la sociedad, desde esta perspectiva
es válido asumir, que la poesía cumple, al menos, la tarea de sanar al yo, con lo
que se rebate el aserto de W. Auden según el cual, la poesía no hace que ocurra
nada.
Ahora bien, para llegar a la diversidad, habría que pasar antes por la identidad.
La diversidad representa un concierto, un determinado universo de identidades individuales
o colectivas, que, a simple vista, se aglutinan por similitudes y se fragmentan
o distancian por diferencias. Pero ¿qué es la identidad en la modernidad tardía
que abandera la globalización? Para aproximarse bien al problema de la identidad
en el sujeto posmoderno, habría que partir de los paradigmas que sitúan, en su origen,
decadencia y evolución las fases de la modernidad, y las características de orden
económico, político, individual y social, y particularmente, de los vínculos humanos,
que imperan en cada una de ellas, y cómo esos procesos inciden sobre la estructura
identitaria del individuo o de un grupo de individuos. Las raíces, si las hubiere,
del sujeto posmoderno en su espacio vital y en su tiempo, en su intimidad y su cultura
habrán de ser superficiales. La errancia es parte de su fundamento existencial.
Lo autóctono se debilita ante lo transculturado e importado. La simultaneidad y
la ubicuidad marcan el signo de nuestro tiempo.
El proceso de disolución que acompaña la globalización ha hecho que lo que eran
estamentos sólidos referenciales de una identidad perceptible como valor social
duradero y como argumento racional o emocional colectivo se hayan desvanecido. Aquella
identidad única se ha transformado en una multiplicidad de identidades, que al igual
que un producto determinado en el mercado, los individuos deberán buscar y proveerse
por sí mismos. La búsqueda de identidad en el mundo globalizado, donde ya muchas
cosas no se encuentran en el lugar que creíamos natural para ellas, donde los referentes
del pasado ya se han diluido, genera en el individuo un elevado grado de ansiedad.
De este hecho deriva la dificultad de poseer una identidad fija en un contexto socioeconómico
de múltiples posibilidades y en el que todo es desechable, efímero o con caducidad
programada y con vínculos humanos y cohesión social cada vez más débiles y fugaces.
Existen, pues, amenazas a la vigencia de la poesía en un mundo que, en las batallas
por la identidad y la diversidad, en la agónica sobrevivencia de lo local frente
a la aplastante tendencia de lo global, oscila como péndulo entre el comunitarismo,
el multiculturalismo, la ortodoxia del singularismo cultural e identitario, la interculturalidad
y las pretensiones de los radicalismos y fundamentalismos, tanto de orden político,
lingüístico como religioso, de instaurar Estados en los que prevalezcan una ilusión
de destino o una suerte de supremacía nacional, cultural o racial, colocando fronteras
a un mundo cada día más abierto y plural. Otras amenazas se relacionan con la esclavitud
de las políticas de vida al consumismo desenfrenado, la manipulación algorítmica
de la voluntad de los individuos y los grupos sociales, el imperialismo lingüístico
de nuevo cuño que pretende subsumir, so pretexto de una lengua comercial, en la
lógica socioeconómica y políticamente dominante todas las lenguas que le sea posible,
socavando las tradicionales y las variantes sociolectales dentro de una misma lengua.
He aquí un reflejo más de la perniciosa ideología de la homogenización de la vida.
Además, existe el peligro de la subsunción homologadora de lo distinto en las
culturas propio de la tiranía de lo igual del consumismo y la alienación digital,
última que vende la ilusión de que estar hiperconectados es, en realidad, estar
comunicados, y de que las redes sociales y el medio digital son la expresión de
la democracia en la comunicación y la información, y no una forma de autoexplotación,
de culto al rendimiento laboral en detrimento del ocio, del tiempo libre para crear
y para cultivar el juego. Todo ese lastre se traduce en degradación de la calidad
estética y humana del lenguaje poético y en mutilación de su intrínseca e inmanente
diversidad.
La poesía, en tanto que abstracción simbólica, evoca su concreción en el poema
como hecho de lenguaje, como un concreto de pensamiento, a lo que agrego su condición
subjetiva de concreto de sentimiento. En la génesis del poema estriba la construcción
de un universo cerrado, en términos de literariedad, de sintaxis, de núcleos léxicos,
pero, al mismo tiempo, un universo abierto, en términos de sentido, de significación
de lo escrito o dicho. La apuesta mayor de sentido del poema consiste en que, siendo
de naturaleza lingüística, logre trascender verbalmente el mundo, para instalarse,
como pieza de testimonio vital y de época, en las cimas de la posteridad. Es de
esta forma como la diversidad inherente al lenguaje estético, y en particular, a
nuestra lengua española, podrá sobreponerse a las fuerzas de uniformización de la
lógica inhumana del mercado, el consumismo delirante y la pretensión de homologación
manipulada del pensamiento y del espíritu de los individuos que vivimos en la modernidad
tardía.
Desde el español de América soy, tengo un lugar en el mundo y me doy a la tarea
de construir, de batallar por mi identidad, única y diversa a la vez. Poseo mi lengua
y ella me posee. A la hora de la génesis del poema, soy su instrumento y ella mi
firmamento. Mi lengua es, volviendo a Henríquez Ureña, mi magna patria, la que desde
su diversidad intrínseca hace particular mi modo de expresión.
La poesía encarna un acto verbal de libertaria resistencia frente a las injusticias,
las manipulaciones ideológicas, los intereses espurios y frente a la frenética autodestrucción
a la que parece abocarse la humanidad presente. Más allá de los conflictos de todo
género, de las pugnas supremacistas en las lenguas, las culturas y las naciones,
y de las amenazas globales, estamos en el deber de defender la vigencia de la poesía,
en su calidad de la más elevada expresión estética de una lengua, porque palpita
en ella el hálito de una esperanza mayor: la de la voluntad del ser humano en reafirmarse
como ente gregario y en preservar, a pesar de los fracasos y los horrores, los valores
esenciales del pensamiento, la sensibilidad y el espíritu de que la poesía es máxima
portadora. La poesía armoniza la diversidad cultural y lingüística del mundo presente.
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Henríquez Ureña, P.
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JOSÉ MÁRMOL. Poeta y ensayista. Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1960. Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Estudió, además, licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), posgrado en Lingüística Aplicada en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), Maestría en Filosofía en un Mundo Global en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Fundador, en 1985, de la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea. Premio Anual Salomé Ureña de Poesía en 1987 y 2007; Premio Pedro Henríquez Ureña de Poesía en 1992; Premio Casa de Teatro de Poesía y Accésit al Premio Internacional de Poesía Eliseo Diego, revista Plural (México), en 1994; XII Premio Casa de América de Poesía Americana (España) en 2012; Premio de la Academia Dominicana de la Lengua 2012; Premio Nacional de Literatura por toda su obra (Ministerio de Cultura y Fundación Corripio, Inc.) en 2013 y el Premio de la Asociación de Periodistas y Escritores “Caonabo de Oro” 2017. Miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua. Profesor Honorario de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en 2013 y Doctor Honoris Causa por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA), en 2017. Ha publicado diversos títulos de poesía, ensayos, aforismos y fragmentos filosóficos, entre los que figuran el ojo del arúspice (Colección Luna Cabeza Caliente, Santo Domingo, 1984), Lengua de paraíso y otros poemas (Amigo del Hogar, Santo Domingo, 1997), La invención del día (Bartleby Editores, Madrid, 2000), Deus ex machina y otros poemas (Visor Libros, Madrid, 2001), Lenguaje del mar (Visor Libros, Madrid, España, 2012), Ética del poeta (Amigo del Hogar, Santo Domingo, 1997), Estación de perplejos. Aforismos, sentencias y fragmentos (Editora Búho, Santo Domingo, 2012), Las nuevas estrategias de vida y sus angustias (Bartleby Editores, Madrid, 2019), Identidad en la modernidad líquida globalizada. Una lectura de Zygmunt Bauman (Visor Libros, Madrid, 2020), El concepto de poder en Nietzsche (Editora Búho, Santo Domingo, 2021) y Paradoja identitaria y escritura poética (Editora Búho, Santo Domingo, 2021), entre otros.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 191 | dezembro de 2021
Curadoria: Soledad Alvarez (República Dominicana, 1950)
Artista convidado: José García Cordero (República Dominicana, 1951)
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