quinta-feira, 29 de dezembro de 2022

YOLANDA BLANCO (Nicaragua, 1954)

LA CREACIÓN POÉTICA & SUS ESPEJOS

 


FM | Como creadora, ¿eres una perseguidora de imágenes o simplemente mantienes abiertas las puertas de la percepción para que entren?

 

YB | Persigo la música de las palabras, tejo notas alrededor de ellas.

 

FM | ¿Tienes una esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?

 

YB | Procuro una vida en comunión con la naturaleza y aspiro a que mi creación, como otra más de mis actividades, sea parte de ella.

 

FM | ¿Cómo percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?

 

YB | Sí, tengo la barra alta, soy muy autocrítica. Trabajo un texto y lo dejo reposar largo. Vuelvo a él y rompo, rompo, o pulso “delete”y lo vuelvo a pulsar. Con el tiempo la exigencia se ha agrandado, no ceja.

 

FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Italo Calvino descubre que el fuego real es el fuego oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura? ¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?

 

YB | Mi rito es intentar escuchar a la naturaleza, a pesar de vivir en una jungla de concreto. Escucho o imagino los sonidos que hacen los árboles creciendo, comunicándose entre ellos, contándose todo.

 

FM | ¿Crees que hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?

 

YB | Creo que no hay nada nuevo bajo el sol. Todo está dicho. Lo que intentamos hacer los que perseveramos obstinadamente es versionar, meter otras sazones, especias por aquí y por allá.

 

FM | ¿Cómo has contribuido a mejorar el mundo?

 

YB | No sé si lo he logrado o lo lograré. No obstante, creo que el arte sana, sirve de bálsamo. La realidad nuestra de cada día está llena de chaparrones o tormentas, pero el arte los amaina o ayuda a bandearlos.

 

FM | ¿Existe una realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?

 

YB | La América nuestra existe. La América que, como dijo Darío, “tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl”, esa tierra existe. Tiene “mil cachorros sueltos”. Y esa América habla español y portugués y se tiene que unir en propósitos comunes para no ser presa de “férreas garras”.

 

FM | ¿Qué sueles leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único material imprescindible para tu creación?

 

YB | Leo en español, en inglés y francés. Intento arrimarme a buenos árboles para que me den buena sombra, pero también veo y oigo y gusto y huelo y toco. La vida misma, el día a día es la gran maestra.

 

FM | ¿Crees en la existencia de la sociedad?

 

YB | Definitivamente, el ser humano es un ser social. Solo en comunidad crecemos, florecemos, echamos ramas y frutos.

 

FM | ¿Quién eres de todos modos?

 

YB | Soy un proyecto en vías de desarrollo.

 

FM | ¿Qué te parece la idea de incluir un poema propio, comentando algo que motivó su creación?

 

YB | En 1934 Neruda y García Lorca se juntaron para rendirle un imprescindible tributo a Darío. Para ello escribieron un poema a dos voces, valiéndose de la suerte taurina llamada “toreo al alimón” en la que “dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa”. Yo busqué emularlos y me desdoblé en mí misma --en Yolanda Blanco y en María Castillo, mis segundos nombre y apellido-- para homenajear a uno de esos toreros.

 

AL ALIMÓN SOBRE EL CUERPO Y LA OBRA DE

FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada

“toreo del alimón”, en que dos toreros

hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.

 Federico García Lorca/ Pablo Neruda

 

Yolanda:          Con un beso en la frente

 

María: y otro en el corazón, Yolanda y yo, amarradas por un alambre eléctrico, vamos a parir y repetir un nombre hasta que su poder lo plante vivo.

 

Yolanda:          Vamos a llamar: Federico, Federico, Federico...

 

María: de mañana, de noche, desde antes, a las cinco en punto de la tarde: Federico, Federico, Federico...

 

Yolanda:          Poema de la alegría, soneto del amor oscuro,

 

María: hombre deseado, enlutado naranjo, arrancarte quiero el aliento de limo, las enarcadas cejas del deseo, tus ríos largos de semen.

 

Yolanda:          Poeta más del lado de la muerte que de la filosofía; poeta más cerca del dolor que de la inteligencia; poeta más cercano a la sangre que a la tinta,

 

María: yo que te he sufrido, que he rasgado mis venas, tigre y paloma, sobre mi cintura, en duelo de mordiscos y azucenas te quisiera.

 

Yolanda:          Poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente ni tú mismo descifras,

 

María: tú, hombre, dame la muerte. Tú, hombre solo, a mí, ella, dame una muerte pequeña.

 

Yolanda:          Poeta verdadero que sabes que el junco y la golondrina son más eternos que la mejilla dura de la estatua,

 

María: déjame rozar tus hombros de pana gastados por la luna, tus muslos de Apolo virginal.

 

Yolanda:          Verso cubierto de vello jugando delicadamente con pañuelitos de encaje,

 

María: déjame hacerte gemir igual que un pájaro con el sexo atravesado por el viento.

 

Yolanda:          Poeta sin vergüenza de romper moldes, sin temor al ridículo o a llorar en medio de la calle,

María: poeta en Nueva York, yo también sé cómo cantas por los ombligos de los muchachos que juegan bajo los puentes.

 

Yolanda:          Poeta afianzado en la roja emoción; poeta de pie sobre la magia; poeta que cortas con desdenes las asepsias y rompes las nueces frías del intelecto; poeta que de uno y otro lado del Atlántico abres un cauce por donde corre violenta una pasión y otra; cauces donde tu ternura ha sembrado el más perfumado naranjo;

 

María: tú, Adán de sangre, que buscas un desnudo que sea como un río, un toro y un sueño que junte la rueda con el alga gimiendo en las llamas de tu ecuador oculto.

 

Yolanda:          A ti que te molesta el mito de la gitanería, a ti que de poeta salvaje no tienes nada, a ti que te peinas de azabache y de mañanas;

 

María: yo sé que silenciosos barcos de esperma te persiguen. Sé que tu rosa no busca la rosa. Sé que tu rosa busca otra cosa. Sé que en las gacelas del amor, cuatro galanes te ciñen del talle. Sé que, ay, por los arrayanes te paseas con el Rey de Harlem.

 

Yolanda:          Yo veo sensualidades salir de tus labios, veo a tu pluma difuminarlas;

 

María: déjame llegarme a tu casa como llega el verano con los labios rotos,

 

Yolanda:          porque tú nutriste ese grano de locura que todos llevamos dentro, que muchos matan para colocarse el odioso monóculo de lo libresco, y sin el cual es imprudente la vida.

 

María: Despierta. Calla. Escucha. Incorpórate, amigo. Comprendo que es

justo que el Amor te reparta coronas de alegría. El cielo tiene playas donde hacer tu vida y con velludos cuerpos repetirte en la aurora. No levanto mi voz contra el hombre de mirada verde que ama al hombre y quema sus labios en silencio. No levanto mi voz pero te amo.

 

Yolanda:          María Castillo, castellana, comprende y acepta tu acento para siempre oscuro de su claridad, para siempre tenaz y tuyo, delicado Giocondo, poeta, deseado amigo suyo, habitante del Reino de la Espiga.

 

María: Yolanda Blanco, nicaragüense, te percibe entre los juncos y la baja tarde. Ve claro tu nombre de Federico, tu voz ayer y siempre iluminada, tus soplos de gigante.

 

Yolanda

y María:           Nosotras, melancólicas mujeres mujeriles, en tu homenaje y gloria levantamos nuestros brazos, Federico García Lorca. ¡Que sea!

 

Nueva York, 1998

 

 


YOLANDA BLANCO (Nicaragua, 1954). Poeta, formó parte del grupo que en la década de 1970 tiñó de morado el lienzo de la poesía nicaragüense. Desde 1985 radica en la ciudad de Nueva York. Suyos son los poemarios Así cuando la lluvia (1974), Cerámica Sol (1976), Aposentos (1985) y De lo urbano y lo sagrado (2005).

 

 

 




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