domingo, 23 de abril de 2023

LUCÍA RIVADENEYRA | Y frente al caos, transformar la realidad

 

En esta aterradora traslación del útero al sepulcro, que se

acostumbra llamar vida, colmada de miserias, duelos,

mentiras, decepciones, traiciones, pestilencias y

catástrofes; en este desierto del mundo a la vez tórrido y

helado, en este retroceso eterno de toda justicia, ¿qué

sería del ser humano sin esta luz que es el arte? 

LEON BLOY

 

¿De qué manera los fenómenos políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos, entre otros, afectan la creación artística? Es difícil saberlo con certeza. Sin embargo, en etapas agudas siempre quedan testimonios en algunas o en todas las bellas artes de lo que se aprehendió o aprendió de los acontecimientos, a veces muy dolorosos. La pregunta provoca a la memoria y la memoria habla. Sí, escribo de memoria.

Quizá cuando cientos de miles en el siglo XXI comenzaban a creerse casi inmortales, en 2020 el miedo abrazó al planeta con una pandemia no anunciada: el COVID-19. La vida, es decir, nuestra vida fue más frágil que nunca durante semanas y luego meses, largos meses. Se debatió entre la duda, la incredulidad y el temor, este último fue creciendo día tras día. Los hechos, una vez más, rebasaban. Los medios de comunicación y las redes sociales colaboraron a informar y, en ocasiones, a inquietar. 

En los noticieros hubo todo tipo de datos y de incertidumbres, aciertos y desaciertos. Era previsible porque todo era nuevo, todo. Algunos empezaron a resguardarse y si salían era con mascarillas y diversas protecciones. Al volver, se lavaban las manos hasta enrojecerlas, desinfectaban los billetes y todo lo adquirido en cualquier tienda. Otros salían a la calle en una especie de reto, con la más absoluta impunidad, sin distancia, sin cubrebocas, se besaban en la calle, a la salida del metro, se tallaban los ojos, tosían o estornudaban con desparpajo. De cualquier forma, todos se acostaban con temores y así despertaban.

Con mayor frecuencia, se volteaban los ojos a los medios de comunicación, a internet y, en muchos casos, a los libros. Se leyó o releyó La peste de Albert Camus o El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago o Diario del año de la peste de Daniel Defoe o La Biblia o Muerte en Venecia de Thomas Mann, entre muchos otros. Es importante señalar que la adaptación de esta obra de Mann al cine en 1971, bajo la dirección de Luchino Visconti, es memorable y fue preciso para muchos volverla a ver. La coyuntura casi lo exigía. Acabábamos de ver en televisión, periódicos o redes sociales las callejuelas de Venecia y su Plaza de San Marcos dolorosamente vacías. La muerte rondaba, como siempre, pero se le veía más cerca.

Se habla con frecuencia del miedo a lo desconocido; entonces, se hablaba en concreto del miedo a una enfermedad desconocida. “La enfermedad nos hace sentir repugnancia de la muerte y queremos sanar, lo que es una manera de querer vivir… Todo enfermo es un prisionero”, afirma Marguerite Yourcenar. La prisión era el hartazgo, pero era mayor el miedo. Había una emergencia sanitaria.

 Y aunque Friedrich Nietzsche afirmó que “Lo que caracteriza al conjunto del mundo es, desde toda la eternidad, el caos”, en medio del caos, la vida se empezó a “organizar”. La burocracia, las empresas, los mercados, los transportes, el área académica, todo y todos se tenían que adaptar. Al principio no se sabía cómo salvar el semestre o el año escolar.

En la medida de las posibilidades, en México, se apostó por redes sociales y luego el zoom se fue apoderando de la enseñanza básica, el bachillerato y las universidades. Hacia el mes de agosto en las tiendas departamentales las laptops estaban agotadas. La escuela, una vez más, dentro del hogar se vislumbraba. En casas en las que no había más que una computadora o ninguna, de pronto hubo dos o más. En algunas familias eso no fue posible. En otras, los niños aprendieron a jugar por zoom con los compañeros del colegio. Los jóvenes hacían fiestas ídem. Algunos adultos, como quien esto escribe, establecieron reuniones llamadas, en tono de broma, tequilazoom o whiskyzoom. 

A pesar de que había “organización” diversos espacios se fueron desmoronando: papelerías, farmacias independientes, pequeñas empresas, tiendas de convivencia; algunos restaurantes austeros resistieron y se generalizó el servicio a domicilio. El WhatsApp empezó a tener una fuerza inusitada. El llamado home office se convirtió con cierta rapidez en una opción. Las clases por zoom eran una moneda de dos caras: algunos alumnos tenían abierta su cámara y otros no, pero participaban y otros… La clase terminaba y 3 o 4 no se desconectaban, se les hablaba, se les informaba que la sesión había concluido y no contestaban, quizá estaban en el quinto sueño. Entre colegas había quejas telefónicas y hombros digitales para llorar.

En la Ciudad de México, en junio de 2020, hubo un temblor de 7.5 grados a las 10:30 de la mañana. Todas las personas salieron de sus departamentos, de sus casas y casi todas olvidaron el cubrebocas. El temor en esta zona telúrica es agudo. Unos segundos después, las redes sociales se inundaron de fotos, videos, bromas… sí, bromas y memes. Uno muy famoso fue el de un joven que en lugar de cubrebocas traía un pan sobre la boca*. Otros, con diversas figuras decían: “Covid, quédense en casa. Temblor, salgan de casa”. Unos más, ya anunciaban la arena del Sahara, que también llegó. La creatividad se desbordó. Esto fue a partir de un fenómeno natural, pero la creatividad ya inundaba de diversas formas casi todas las naciones. Como una necesidad, se buscaban y encontraban apuestas por recrear la realidad incluso de manera jocosa para atenuar un poco la tragedia, ya que las cifras de muertos se incrementaban día tras día. La muerte acechaba. La frase “Polvo eres y en polvo te convertirás” era algo más que una cruz en la frente.

“Sólo tenemos un recurso con la muerte: hacer arte antes de que ocurra”, aseveró el poeta francés René Char. Había que ponerse a trabajar. De diferentes partes del país iniciaron las solicitudes a narradores y poetas para leer y grabar.

En México se cree que cuando una persona tiene un gran susto, el pan llamado bolillo (una especie de baguette) ayuda a aligerarlo. “Recoge la bilis”, dicen.

Se organizaron lecturas con motivo de homenajes a escritores e incluso se montaron obras y se realizaron conciertos por medio de varias plataformas, así como encuentros de creadores por zoom.

Imposible olvidar a las personas de tocaban diversos instrumentos y cantaban desde sus balcones o se tomaban un café de balcón a balcón. Internet, sin duda, fue un aliado. Uno se volvía a encontrar, nos volvíamos a ver con los conocidos y amigos, aunque fuera en pantallas. Escuchábamos palabras más allá del ámbito familiar. Hubo quienes hicieron diarios de pandemia en redes sociales; también se solicitaron poemas o testimonios o cuentos para antologías sobre el tema o se participaba en comités editoriales o como miembros de jurados de diversas disciplinas.

A la par, todos los correos que llegaban con cualquier tipo de petición o información iniciaban, palabras más, palabras menos: deseo que usted y su familia se encuentren en perfecto estado de salud. Al mismo tiempo, recibíamos noticias de amigos, familiares, conocidos, vecinos, colegas que estaban contagiados, se estaban muriendo o habían muerto. Por desgracia, varios nombres de la agenda se hacían humo. Hubo días en que abrir redes sociales, por diciembre de 2020 y enero de 2021 era ver un obituario. Paul Valéry aseveró: “Nosotras, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”.


 La lectura, la adquisición de libros, las fotocopias, los periódicos impresos se fueron a la baja. Aparecieron cosas valiosas e insólitas de manera gratuita en internet. Las compras por este medio crecieron de manera sorprendente. El servicio de mensajería en taxis por convenio, igual. Todo extraño, todo nuevo, todo era una sorpresa. El miedo, ante tantas muertes y tanto dolor, era un común denominador. La sociedad, los grupos sociales ya habían aceptado que la pandemia era real y mundial. “Nadie puede sentirse, a la vez, responsable y desesperado”, dijo Antoine de Saint-Exupéry. Además de trabajar, era importante crear.

La rapidez con que la emergencia sanitaria avanzaba consiguió que en todos los continentes apareciera -una vez más- la necesidad de crear y recrear su mundo, a pesar de que el mundo de alguna manera se quebraba. Con una inmediatez sorprendente, en marzo de 2020, los publicistas Emma Calvo, Irene Llorca y José Guerrero crearon por medio de Instagram el Museo de Arte del Coronavirus (The Covid Art Museum) y recopilaron obras de artistas de más de 50 países. A la fecha, entre fotografías, dibujos, videos, collages, imágenes de obras clásicas “actualizadas” de acuerdo con el desarrollo de la crisis sanitaria, tiene más de 500 obras. Como es obvio, el acervo es 100% virtual.

Es una experiencia extraordinaria entrar a este mundo intangible, pero real. Según datos de la UNESCO, de alrededor de 95 mil museos que hay en el planeta, durante la pandemia, se cerraron unos 85,000 con los costos de todo lo que eso implicó. Sin embargo, el mundo virtual fue la salvación de miles o millones. Se habló mucho de que en el confinamiento los seres humanos advirtieron que podían vivir sin muchas cosas, pero no podían evitar ver cine, escuchar música, leer, ver videos de danza o “visitar” museos. Sí, en 2020 había otras opciones de “salir al exterior”, aunque fuera a través de una pantalla.

Entrar al Covid Art Museum es fabuloso. Una gran experiencia descubrir la imaginación trasladada sólo a imágenes. Se aprecian los cubrebocas que asemejan las olas y el mar, guantes de diversos tipos, termómetros o jeringas alucinantes como las que hieren la versión de san Sebastián mártir, quien por cierto es el patrono contra la peste y otras epidemias.

Es muy interesante observar al pintor Salvador Dalí con cubrebocas; la magia es que sus bigotes traspasan la tela. La Gioconda, en versiones inimaginables, aparece con cubrebocas, con los brazos llenos de papel sanitario, con mascarilla o recibiendo la vacuna. La mexicana Frida Kahlo usa un cubrebocas que reproduce su pintura “Las dos Fridas”. Hay también una obra hecha con flores, pero a su lado hay botellas de cloro y otro tipo de desinfectantes; aparece también un servilletero que se convierten en “cubreboqueros”.

Un empaque semiabierto remite al de los condones, pero no muestra un condón sino un cubrebocas doblado. En “El nacimiento de Venus” de Boticelli, ella aparece con tapabocas casi transparente y en otro diseño se aprecia con un hisopo dentro de la nariz para la prueba Covid; a la Mona Lisa le ocurre lo mismo. Y se puede apreciar al David con ropa protectora, mascarilla y ligeramente encorvado o a la Estatua de la Libertad con cubrebocas al igual que “La joven de la perla” de Johannes Vermeer trastocada por la mascarilla y además el tapabocas. Y en el imaginario colectivo, René Magritte con “Los amantes” estuvo más presente que nunca. 

Arte inspirado en la pandemia a partir de otras obras y muchas nuevas a partir de sorpresas y pesares. Fotografías y videos de capitales del mundo, entre marzo y abril de 2020, como Viena, Moscú, Estambul, Nueva Delhi, diversas de América Latina o la soledad de la Plaza Mayor en Madrid o la de San Marcos en Venecia, caracterizadas por desbordarse de turistas y que, en aquellos días, ya se comentó, mostraban un vacío angustiante, ojalá irrepetible. 

El fotógrafo español Manuel Ballester, por medio de la tecnología, decidió poner en cuarentena a personajes de cuadros emblemáticos y mostrarlos sin gente, como La última cena de Leonardo da Vinci o de El jardín de las delicias de El Bosco o Las meninas de Velázquez, por mencionar algunos. Además, les cambia el nombre; por ejemplo, a “El jardín de las delicias” le llama “El jardín deshabitado”. Realmente es impactante ver los cuadros “vacíos”, es decir, sin nadie. Imposible no mencionar otro giro al respecto, el de los personajes famosos de cuadros clásicos “escapándose” de las pinturas que los han tenido presos por décadas o siglos, para tener amoríos con los del cuadro de enfrente o de al lado. Muy promovidas en redes sociales. Todas las que se apreciaron en esos meses fueron memorables.

Por supuesto, también hay películas, documentales, obras musicales y muchos jóvenes y no tan jóvenes, ya en la segunda ola, iniciaron los conciertos vía diversas plataformas, incluso con un módico cobro de por medio. Los músicos, los bailarines, los actores, los cantantes fueron muy golpeados económicamente por la pandemia. Es preciso subrayarlo.

Y un día, llegó la vacuna y hasta a la Mona Lisa y a la Venus de Boticelli se la pusieron, como ya se comentó. Era el momento de dudas, pero también de esperanza. La producción artística había disminuido en su forma habitual. Se hizo lo que se pudo y eso ya fue un logro. Es obvio que no toda la producción artística se hace sobre la marcha. Muchas obras no se producen en el momento porque, generalmente, se tienen que dejar reposar las emociones o asimilar las vivencias o entender los acontecimientos. En muchas ocasiones, es precisa la investigación e ir al lugar de los hechos; “levantar imagen” le llaman.

En principio, mucha gente podría pensar que un virus no es objeto poético ni fuente de inspiración para los artistas. No obstante, a través de la historia los desastres, las guerras, los desamores, los terremotos, los huracanes, etcétera han sido fuente de inspiración en todas las bellas artes.

Habrá muchas novelas y cuentos. En poesía ya hay mucho material sobre el tema y mucho más vendrá. Para pruebas un botón. En agosto de 2020, la escritora y activista Margaret Randall (Nueva York, 1936) publicó el libro Estrellas de mar sobre una playa. Los poemas de la pandemia. Al respecto, escribió en su Facebook personal, según relata el periódico La Jornada el jueves 13 de agosto de 2020: “No debemos permitir que el cubrebocas se convierta en una venda en los ojos, que el distanciamiento se vuelva desdén o que un estado de excepción sean nuestras vidas”. En una cápsula de audio dice, entre otras cosas, que “el nuevo ritual de lavarnos las manos es como una plegaria silenciosa ante esta nueva plaga”. Toca temas relacionados con el miedo, la esperanza e incluso los cantos desde los balcones. He aquí dos poemas, uno en verso y uno en prosa:

 

LA MEMORIA TRATA DE LLAMARNOS LA ATENCIÓN

 

La memoria deambula por la tierra en esta era

de pandemia y de miedo.

Susurra historia de pasadas plagas,

nos hace acordar de holocaustos

y genocidios, nos dice que esto también pasará.

 

La memoria trata de llamarnos la atención

con libros, canciones, figuras,

incluso con humor, nos asegura

que el contacto amistoso

que hoy extrañamos

mañana va a seguir ahí.

 

Pero la memoria también está exhausta,

vapuleada por el asedio de

mensajes ambivalentes, libros de historia

con capítulos que faltan,

noticias tendenciosas

y escribas autoproclamados.

 

Ella insiste en que es tan oportuna como la ciencia

y la esperanza, trata de ocupar su lugar

en la mesa de expertos,

nos hace verla como lo que es

en un momento en que sabe

que se la necesita como nunca.

 

Escuchemos el llamado de la memoria. Pidamos

a nuestros ancianos que nos cuenten sus cuentos

de hazañas y dolor,

de bondad y relevancia.

Ella va a darles la mano

si ustedes le dan la suya.

 

ESTRELLAS DE MAR SOBRE UNA PLAYA: UNA FÁBULA PARA EL 2020

 

Pienso en una historia que Bárbara contaba siempre, acerca de un hombre en una playa salpicada de miles de estrellas de mar. Él las iba recogiendo una por una, y las arrojaba de vuelta al agua. Otro hombre que pasaba (parece que en esas historias siempre son hombres los que aparecen) se detuvo, se quedó mirando un rato y después dijo: nunca las vas a poder devolver a todas. ¿Cree que lo que hace importa de verdad? El primer hombre recogió otra estrella, la lanzó a las olas y le respondió: A esa le importa.

Pienso en esa historia ahora, en el contexto del COVID-19, la plaga que enferma y mata gente en todo el mundo. Oí que, tanto los que creen en la ciencia como los cristianos y demás fundamentalistas, sugieren que es un sacrificio. La tierra está limpiándose la super población, librándose del excedente humano, por así decirlo. Los fundamentalistas cambiarían la palabra Tierra por Dios.

Lo que me lleva al siguiente pensamiento: incluso si no podemos salvar a todos los que se enferman, tenemos que hacer lo posible por proteger a tantos como se pueda. Tal vez no les importe a todos, pero seguro a ese le va a importar.

 

El caso Randall es uno entre otros cientos o miles que han tenido la necesidad de transformar su experiencia, su visión, su desconsuelo en palabras. Ideas y experiencias a corto plazo, quizá a mediano, porque a largo es difícil concretar lo que puede producirse. Quizá los que se arriesgaron en plena pandemia (aún no ha terminado) con tonos de desenfado o humor, traen a la memoria el fragmento del poema “Muerte sin fin" de José Gorostiza:

 

(Baile)

(fragmento)

 

Desde mis ojos insomnes

mi muerte me está acechando,

me acecha, sí, me enamora,

con su ojo lánguido.

¡Anda, putilla del rubor helado,

anda, vámonos al diablo!

 

En México, en febrero de 2023, según cifras oficiales, se estima que ha habido 347,041 defunciones; alrededor de 7,780,334 casos positivos; 6,687,704 recuperados y 26, 855 casos activos. La consigna fue: “Quédese en casa. Si puede, quédese en casa”. Prever qué viene es complejo. Se decía que la gente iba a cambiar. Lo escuchamos por todos los medios. Algunas y algunos no lo creímos. Hoy en día, en la cotidianidad, constatamos que la gente no cambió ni siquiera luego de haber tenido duelos intensos o aparentemente intensos, como las viudas, los viudos, los huérfanos niños o adultos. Aunque, a veces, sí se cambia para mal. Quizá lo más importante son las personas salvadas por algún ser humano, como las estrellas de mar, según el poema de Randall. Y de una u otra manera muchos aprendimos a volar en el encierro y ya lo hacemos desde diversas ramas. Ojalá el vuelo continúe en libertad.

 

 

Bibliográficas

Antaki, Ikram. Celebrar el pensamiento. Joaquín Mortiz. México, 1999.

Bartra, Agustí. Antología poética de la muerte. Pax-México. México, 1967.

Camus, Albert. La peste. Ediciones Sol 90. Buenos Aires, 2003.

Defoe, Daniel. Diario del año de la peste. Seix Barral. Barcelona, 1969.

La Biblia. Ediciones Paulinas. España, 1992.

García Márquez, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Diana. México, 1985.

Mann, Thomas. Muerte en Venecia. Seix Barral. México, 1966.

Saramago, José. Ensayo sobre la ceguera. Santillana Ediciones. México, 2010.

Sontag, Susan. La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas. Santillana Ediciones. España, 2005.

 

Filmográficas

Visconti, Luchino. Muerte en Venecia. (Adaptación de la obra homónima de Thomas Mann). Reparto: Dirk Bogarde, Silvana Mangano y Björn Andrésen. Italia, 1971.

 

Electrónicas

https://www.jornada.com.mx/2020/08/13/cultura/a05n1cul

https://escarabajoeditorial.com/site/wp-content/uploads/2021/02/ESTRELLAS-DE-MAR-SOBRE-UNA-PLAYA.pdf


  

LUCÍA RIVADENEYRA (México 1957). Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras, en la misma Institución. Desde 1981, es catedrática de la FCPyS. Ha participado en mesas redondas, conferencias y seminarios sobre periodismo y literatura, así como en programas de radio y televisión. Con dichos temas ha impartido cursos, coordinado talleres y asistido a diversos congresos y encuentros de escritores, tanto nacionales como internacionales. Ha publicado ensayos de carácter académico, editados fundamentalmente por la UNAM. Ha ejercido el periodismo en medios de circulación nacional como unomásuno y sus suplementos páginauno y universitas, en la revista Día Siete del periódico El Universal, en la revista fem (durante ocho años), en el blog mujeresnet.info, (durante 9 años), entre otros espacios. Sus poemas y ensayos se han difundido en decenas de revistas y suplementos culturales de carácter nacional e internacional. Entre otros reconocimientos, ha sido merecedora del Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”; del V Concurso Nacional de Poesía “Enriqueta Ochoa”; del Premio Nacional de Literatura “Efraín Huerta”. En 2002, obtuvo uno de los estímulos económicos del programa Artes por todas partes, proyecto del Gobierno del exDistrito Federal. Se realizó el “Primer Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Morelia, 2013”, dedicado a Lucía Rivadeneyra. En marzo de 2023, la UNAM le entregó el “Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz” por trayectoria profesional. Su material poético se ha difundido en revistas, periódicos, suplementos culturales impresos y digitales; en internet y redes sociales. Entre sus libros sobresalen: Rescoldos (1989); En cada cicatriz cabe la vida (1999); Robo calificado (2004); Rumor de tiempos. Antología 1986-2006; De culpa y expiación (2017) y en 2020, In ogni cicatrice c’è la vita. Antologia poetica (En cada cicatriz cabe la vida. Antología poética), edición bilingüe italiano-español con la traducción de Emilio Coco. Está incluida en unas cuarenta antologías.

 

DESMOND MORRIS (Reino Unido, 1928). Sus grandes pasiones son los animales y el arte. Es zoólogo, con doctorado en Oxford, etólogo, pintor surrealista y experto en sociobiología humana. Ha publicado 48 artículos científicos, escrito 80 libros y ha sido traducido a 43 idiomas. Entre 1956 y 1998, presentó más de 700 programas de televisión. También pintó más de 3400 cuadros y presentó 60 exposiciones individuales. (Fuente: U.Porto) Uno de sus libros más destacados es The Naked Ape (1967), además de ser conocido por su programa de televisión Zoo Time, en la década de 1960, en ITV.





Agulha Revista de Cultura

Número 228 | abril de 2023

Artista convidado: Desmond Morris (Reino Unido, 1928)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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