– ¿Le preocupa
el olvido, Don Juan?
– En absoluto. Me preocupa la obra.
El primer acervo de libros editados incluye: Periplo (1931), libro
de viajes; ¡Estafen! (1932), Op Oloop (1934) y Caterva (1937),
novelas; Balumba, (1933) y Finesse (1939), poemas; más Aquende
(1935), un texto de una “geografía musical de la Argentina” como le gustaba aseverar
a Filloy.
El segundo acervo se da con las reediciones de las dos primeras novelas,
prosigue con Yo, Yo, y Yo (1971) un libro de monodiálogos e Ignitus,
además incluye las novelas La potra (1973), Vil & Vil (1975) libro
que le cuesta la detención por el gobierno de esos años, dado que la tapa llevaba
la imagen de un general pisando la cabeza de un presidente, además, de ciertos haceres
en la carrera de los militares y L´Ambigú (1982); Usaland (1973),
poemas; Urumpta (1977), ensayo y dos relatos: Los Ochoa (1972) y Tal
cual (1980). Y por último se encuentra Karcino (1988) un tratado de Palindromía
donde Filloy fundamenta la condición de Campeón mundial; Gentuza y Mujeres,
relatos cortos ambos en (1991); La purga (1992), Sexamor (1996) y
Decio 8 A (1997), novelas: Esto fui (1994) memorias de la infancia,
Sagesse (1994), Elegías (1994) y Sonetos (1996).
Más tarde, podríamos denominar tercera etapa, se encuentran las antologías,
las rediciones y las distintas traducciones, como Op Ollop y Caterva
al holandés. [1]
La escritura de Filloyana vitaliza, asienta una poética de gran osadía,
singularidad y valentía. Una primera constatación es su afición por los títulos
de siete letras en todos sus libros, y no sólo eso, sino que también suman siete
o múltiplo de siete la cantidad de partes en que se dividen algunos de ellos, como
así también los personajes en sus novelas, Op Oloop y Caterva.
Escribió Julio Cortazar, en Rayuela:
– La cloche, le clochard, la
clocharde. Pero si hasta han presentado
una tesis en la Sorbona sobre la piscología de los clochards.
– Puede ser –dijo Olivera–. Pero no tienen ningún Juan Filloy que les escriba
Caterva. ¿Qué será de Filloy, che? Naturalmente la Maga no podía saberlo, empezando
porque ignoraba su existencia. Hubo que explicarle por qué Filloy, por qué Caterva.
Poema del libro Balumba:
MENAJE
Tu alma era un recinto vacío.
Yo la amueblé con mi emoción.
Puse al confort de una vida estudiada.
Compré el menaje de la felicidad.
Y cuando el hogar estaba listo
Tiraste todo por la ventana…
Noche vendrá en que alguien,
Extrañado del silencio de tu alma,
Pregunte si está habitada por fantasmas.
Cuando se habla de Filloy, estamos obligados a proferir de la palabra,
siempre de la palabra, como búsqueda (extrema) de la belleza. Claro que no es su
rehén la palabra ni tampoco la imagen persecutoria, es su potencia la que agudiza
de bruñida lindura su literatura, tanto poética como narrativa.
Se saca el potingue, descarga incesantemente el chasco sobre el espejo
(papel) de lo recóndito y lo urde a pura entonación y sostenida cadencia. Escribe
con arrebato la lírica rudeza entre el alma y el hombre, esa ánima dispar entre
lo que se dice y lo que se es.
Su escritura infunde, inyecta, crispa el instante, bosqueja efigies del
abismo y de la marginalidad. La exclusión, el abandono es un tema central en toda
su obra. La misma ausencia de luz de algunos de sus personajes dan la partida como
lugar habitado, porque ellos también y aún sumergidos en la derrota tienen algo
para perder, como decía Joseph Brodsky:
… Sólo por la inmensidad que pierde/ es el hombre
mortal equiparable a Dios.
…Porque paraíso es el lugar de la impotencia.
Esculpe (por lo antagónico) lo magnífico del concepto/noción que enraíza
en que “nada hay de abstracto”. Su obra se adecenta a partir de vivencias reales,
pensamientos que se desprenden (sospecho) de las lecturas de los clásicos, de los
alegatos, testimonios y vestigios esparcidos por su tierra y, cimentalmente, de
la ralea misma del paisaje, es ahí, donde habitan todos sus personajes, su gran
inventiva.
En ningún instante, se bosqueja dislocar/luxar la jerga para su propia
exteriorización, más bien, descifra, glosa y estruja las renuencias del idioma o
lenguaje, escudriñando coexistir la laya abisal del idioma con la de su propio ser.
Del libro Elegías:
ELEGÍA DEL RESURRECTO INSOMNE
Punido por el fraude de mi muerte
Al común ostracismo de los vivos
Sufro la pena de ser
Nada más que un facsímil humano
Como un orífice de la palabra, trabaja desde la natura, es desde ahí donde
afina la gama del sentimiento y de la emoción, labra, altera y amalgama al grafema.
Todo gran artista, es la armonización de dos voces. Una es la de los materiales
(entiéndase como material lo otro, lo ajeno, por decirlo de alguna manera) y la
suya, la propia, su propia voz (su mirada, su capacidad, su escucha), esa comunión
es la que le da visibilidad a la natura como arte.
Del libro Decio 8 A:
Y con todos los síntomas de la desnutrición, con todos
los harapos percudidos, entró a su casa. Mejor, entró a su regazo nostálgico, nido
de ternura superior a cualquier amparo seguro.
La escritura halla su lid y validez en la lucha compositiva: pugna entre
el sentido socialmente ungido de lo real que amañan los habitantes y la irrealidad:
atisba a través de la desgracia. Ni refuta ni apuntala, pero si, se emiten señales
que conflagran en lo más íntimo del ser.
Su escritura se anida en un cuidadoso punto entre luminosidad y lobreguez,
mostrándose no sólo a modo de una simple osamenta literal, sino también temoso,
desatando una fuerte tirantez que, casi siempre, se resuelve hacia el lado de la
umbría. Esa breve luz que asalta desde (bien) lo recóndito de los textos nos empuja,
aún más acuciantemente a la oscuridad, una penumbra que se adueña de los personajes
de manera visceral.
La obsesión es una constante en su obra (por ejemplo, Op Ollop). La misma
obsesión es la conquista del trabajo literario. Con el tesón de la escritura es
como se va construyendo su gran y monumental obra, tanto poética como narrativa.
Desde ese yugo es donde aparece siempre la mirada poética, Filloy es un poeta, ante
todo.
Del libro Op Ollop:
Unigénito del método y la perseverancia, Op Ollop
era la más perfecta máquina humana, la más insigne creación de autodisciplina que
conociera Buenos Aires, cuando se llevan compulsos y seriados desde la pubertad
los fenómenos más importantes del universo y los actos fallidos más leves del ser,
se puede afirmar con seriedad que el sistema ha sido constreñido a su mínima expresión:
vale decir endiosado a su mayor jerarquía metodológica; ¡porque la grandeza del
método se revela en su soberanía sobre lo nimio!
Su literatura nunca queda enroscada o enrollada en la esfericidad de ningún
cóncavo, sino simplemente, en una extremada contemplación de lo que lo circunda
hasta secar agostando las chances de un todo, no hay aborrecimiento en su atisbo
sino peculiaridad, se podría decir que de alguna manera, se recuperan ciertas sustantividades
refutadas, pignoradas por ciertos mecanismos, el arte no es más que una simple frase
o exégesis, de esas diminutas cosas, situaciones cuotidianas es de donde se nutre
la obra de Filloy, por ejemplo en Estafen, caso que el escritor ve mientras
trabaja como juez en la ciudad de Río Cuarto, Córdoba.
Del libro ¡Estafen!:
– En efecto, yo…
– Omita todo comentario. Lo sé.
No salía de su asombro. Y contemplando al estafador
apuesto y sonriente, meneó la cabeza como diciéndole:
– ¡Qué redomado pillo es usted!
Pero él, intelectivamente, captó su intención.
La obra transita por la periferia de la periferia, quizá ahí, se macilenta
la bizarría, porque esa forma de escribir es una forma de vida, de ver al mundo,
recordemos que el escritor escribe para tomar revancha del analfabetismo de sus
antepasados, seguramente la fuerza que lo hace desplazar la mano y escribir ejerce
un acto de justicia, toma ese cierzo plañido de llanto y lo hace resollar.
Leer la obra de Juan Filloy es sumergirse en lo abisal y
refinado de la cultura, abanicando un harnero de los clásicos.
No es cierto que haya que –obligatoriamente– leerlo con el diccionario para poder entender sus
textos, las raras palabras usadas no lo impiden, por supuesto, es un pecado no recurrir
al diccionario y sacarnos la duda del significado de esas palabras.
El escritor impide –intencionalmente– que la palabra sea tan sólo un estadio minucioso de
prolijidad estilística. El lenguaje es una de las pocas cosas que tenemos, aunque
uno nunca lo llegue a comprender del todo.
Filloy utiliza esas palabras sin perder como faro lo genuino. Busca y halla
los silencios más puros. Sin dejar de lado la fértil e inagotable fuente de la imaginación.
Del libro Aquende, de una originalidad asombrosa:
¿Quién piensa en el alma de los rincones? Oculta en
la sombra de las cornisas, retraídas del tráfico de los umbrales, posada en la indiferencia
de los capitales, el alma de los rincones vive a la intemperie su desdén. Estoico
desdén por el énfasis de las acrópteras, por la jactancia de los fustes, por la
robustez burguesa de los zócalos… La nieve tiene la intuición de tu belleza recatada.
Por eso va hacia ti, ¡oh dulce alma de los rincones!, a brindarte el blanco homenaje
de su emoción más pura.
Hay que leerlo con la mano asida, asida a la raíz de lo coligado a la existencia
de la natura, del orbe social y de la palabra poética.
Sus palabras llevan alas, difuminan una ilusión permanente de limpidez
y fugacidad. Cada palabra tiene un peso singular, talladas –por su perfección–, lograda
a fuerza de lecturas y de superar los obstáculos propios del habla cotidiana, esa
cristalización arroja calor e intimidad –para los
amantes de las palabras– forja un mundo
lleno de estrellas.
Del libro Sonetos:
Un dulce encanto de mujer madura
trasciende en todo su mirar las cosas:
quiere igual el repollo que las rosas
hacer panqueques como hacer costura.
La juventud es tonta, sin cordura:
para ella es sólo el gas de las gaseosas,
vanas burbujas, prácticas tediosas,
horas de fiebre, lampos de locura.
Ya no procura en lúcidos espejos
ver más de lo que fue, sino reflejos
de una mujer en la sazón más grata,
garrida, sin desdén ni desaliño
que quiere sólo amor y lo aquilata
ya en ruta del amor hacia el cariño.
Leer y releer sus libros como así sus entrevistas (que son de gran aporte
a la literatura) es ser honestos a esa riba de oro de la vida que es lo poético.
Le preguntaron:
¿Aspira al éxito?
Contestó:
En absoluto. Es una fatalidad. Viene de arriba, como
el don del Espíritu Santo en Pentecostés. O como un fragmento de cornisa en el momento
justo al pasar.
POEMA LAMPO
No esperes que se cumplan
tus planes, tus deseos.
Atisban en las sombras
seres hostiles
duendes funestos.
Confía en el albur:
¡único cierto!
Lo inesperado
salta de pronto
– liebre
de luz
de su propio silencio.
ESQUEMA DEL TIEMPO
Mi congoja se deshoja
como el block del calendario.
Da la ilusión que merma
cada día
cada mes…
Mas acabando el año
la congoja se repone
como el block del calendario.
LAS DOS VEREDAS DE LA CALLE PRINCIPAL
Igual que la calle principal
tu alma tiene dos veredas:
una asolada
llena de encanto y variedad;
y otra lóbrega
turbia de recovecos ancestrales.
-Querida, no hables más:
crucemos enfrente.
EL PARAÍSO PERDIDO
Me convencieron
que era un pecado
soñar despierto
con la heroína
y otros narcóticos.
-¿Para qué drogas?
¡Qué gasto inútil!
Ven hippy amigo
donde la patria
gratuitamente
ofrece un viaje
alucinante…
Y fui al infierno
y el aquelarre,
al clan de arañas
y de chacales,
a la ignominia
y moribundia
que era Vietnam.
DIÓGENES MODERNO
No encuentro seres en los que
la malicia no se enrosque;
personas en quienes
virtudes y bienes
sean del árbol no del bosque.
NOTA
1. Basado en
el libro Juan Filloy: libertad de la palabra, de Stella maris Colombo y Graciela
Tomassini, Editorial Fundación Ross, (2000).
Agulha Revista de Cultura
Número 250 | abril de 2024
Artista convidado: Javier Marin (México, 1962)
editora | Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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