que crean personajes y escritores
que crean situaciones. Quiroga crea,
además de situaciones cuentísticas, personajes
extraordinarios.
Borges, en cambio, no necesita crear
personajes,
como no necesitaba (sic) crear personajes
Kafka ni Poe.
ABELARDO CASTILLO
[1]
Clarice
se devora a sí misma. […]. No situa seres:
acumula máquinas de sentir.
LÚCIO CARDOSO [2]
En este artículo nos proponemos, a partir de la lectura de obras de ambos
escritores, pensar y dialogar acerca de algunos textos de Lispector y Castillo;
dos autores que pueden constituirse en faros para el trabajo de escritura y/o investigación,
y para disfrutar de una lectura reflexiva.
Ubicándolos en el contexto de la primera mitad del siglo
pasado, sus literaturas empiezan a conocerse en las décadas del 40 al 60.
Nos enfocaremos en la construcción de sus personajes
femeninos y las temáticas que dichos personajes desarrollan. Ello facilitará que
se verifique cómo retratan un contexto social desfavorable y discriminatorio.
En el caso de Abelardo Castillo también vamos a encarar
el tema del antes nombrado (despectivamente) marica y la consideración del nombrado
(paródicamente) macho.
En el caso de Lispector serán la mujer y el varón en
la vida cotidiana (a veces representados por animales). Encontraremos hondas reflexiones
y descripción de vivencias de los personajes femeninos, retratos de su vida y su
sentir.
Un punto de coincidencia, a nuestro criterio, entre
ambos autores, es que no establecen juicios de valor o críticas directas, específicas.
El objetivo principal de este trabajo es destacar los
recursos en ambas literaturas que son los que facilitan plantear esta “conversación”.
Y también mostrar cómo la utilización de la parodia y la ironía, hasta la crueldad
incluso, han sido herramientas de gran valor para amplificar literariamente los
fenómenos que en décadas posteriores se constituirán, a veces hasta el fanatismo,
en cuestiones de género.
Cabe aclarar que lejos estamos en esta propuesta de
categorizar a estos autores como “feministas” (o machistas); sí como “detectores”
y “presentadores”, a través de lo ficcional, de injusticias que requerían ciertos
cambios sociales.
Escritor de
su época, Abelardo Castillo (1935-2017) narra múltiples contradicciones humanas
que indican, según nuestra perspectiva, el comienzo de un cambio de enfoque social
en la aceptación de las diferencias, o al menos la necesidad de lograrlo. De hecho,
la voz narrativa a veces pide perdón o muestra arrepentimiento e incluso limitaciones
profundas para cambiar. Entendemos que, como mínimo, está refiriéndose a la sociedad
argentina…
Por su parte Clarice Lispector (1920-1976) construye
su narrativa describiendo la vida cotidiana y las emociones y reflexiones de sus
personajes, a veces representados por animales. Reconocemos nuestro acuerdo con
una afirmación que hizo un gran amigo de Lispector, el escritor Lúcio Cardoso, acerca
de la literatura de la autora: “Clarice […] No sitúa seres: acumula máquinas de
sentir. No hay personajes: hay maneras que tiene Clarice de inventar […]. Clarice
no delata (sic), no cuenta, no narra y no dibuja – ella abre un túnel donde de pronto
repone el objeto perseguido en su esencia inesperada –.” [3]
ABELARDO CASTILLO
En su caso tomamos como referencia
principal –aunque no la única– su libro Cuentos
completos (en la edición del año 2000, subtitulado “Los mundos reales”). Él
quiso ordenar su obra de cuentos ya que en cada nueva publicación o reedición Castillo
seguía haciendo modificaciones. Su pareja, la escritora Sylvia Iparraguirre, sugirió
ese subtítulo por demás paradigmático en tanto abre el diálogo/ debate sobre la
ficción y lo que llamamos la realidad. En palabras de Peter Orner […]. “Me parece
mezquino juzgar una historia por el hecho de que haya sucedido realmente. Para mí
todas las historias son ficción. La única pregunta que vale la pena hacerse es:
¿le hace cosquillas a tu alma o no?” [4]
Lo que aquí
mostraremos es que la crueldad en sus personajes y la parodia, recursos aplicados
en temas como la sexualidad, la traición, el amor y la violencia en los vínculos
interpersonales, fueron un sello personal de Castillo que manejó esas características
dándoles un valor re-constitutivo para el ser como totalidad plena de contrasentidos.
Otro importantísimo elemento de identidad en sus obras fue la referencia a las crisis
de nuestro país, sus aconteceres histórico-sociales (temas que no se tratarán en
este escrito).
Citando a
su prologuista en Cuentos completos, Marta
Morello-Frosch, podemos señalar que […] “en algunos cuentos, Castillo se presenta
como un escritor maldito. Pero no es ese el caso. La crueldad no es gratuita ni
fortuita, sino una moneda de variado intercambio social […]. Y quizá la mejor definición
de esta particular forma de acción la proporciona el propio Castillo en el epígrafe
de William Blake que abre su libro Cuentos
crueles:
La crueldad tiene un corazón humano
y los celos un rostro humano,
el terror tiene la divina forma humana
y el misterio tiene el vestido del
hombre. [5]
Algunos de
los recursos de nuestro autor, entre otros el del narrador testigo y/o protagonista,
la parodia más impiadosa en ciertas oportunidades, la crueldad, son elementos muy
importantes en su obra. No todos ellos se pueden desarrollar con amplitud en esta
presentación. Destacaremos, eso sí, cómo funcionan en algunos personajes constituyéndose
en lupas amplificadoras. Especialmente en este caso, como se dijo, nos enfocamos
en los roles asignados a la mujer, el varón (parodiado macho) y el llamado (en forma
despectiva) marica.
La hipótesis
central de este análisis es que, con la enorme tarea del autor en el tratamiento
de los personajes, Castillo realiza la reivindicación del lugar y la fortaleza de
la mujer tanto como del marginado “marica”. Ambos son reconocidos, desagraviados
y valorados positivamente en esta cuentística que presentamos y no agota – ni mucho
menos – la obra del autor. Se tomaron, como ejemplos para desarrollar estas temáticas,
algunos cuentos distintivos ya que es ineludible hacer un recorte.
En primer
y destacado lugar comentamos “La madre de Ernesto”, que da comienzo al libro Las otras puertas (de 1961). Un cuento tan duro como atrapante, una
historia que abre el primer capítulo: Los iniciados. Los temas que se abordan son
varios e intentaremos resumirlos por si alguien no leyó aún esta narración que,
nos permitimos decir, llega (a esta escritora) como una trompada en el estómago
y también como un derrame angustiante. Un grupo de jóvenes adolescentes envalentonados,
escondidos en esa complicidad que muchas veces produce lo grupal y resueltos a transgredir
(y más, atravesar un límite del que eventualmente no podrían volver, alcohol por
medio), se disponen a tener experiencia con una prostituta que hace poco se había
instalado en El Alabama (restorán y club nocturno del pueblo). Esa mujer es la madre
de uno de ellos, la madre de Ernesto. Él, por ese motivo, hace mucho que no aparece
por los alrededores. La voz narrativa, testigo actuante, en primera persona del
singular y del plural y en tercera persona alternativamente, nos dice que alentaban
al instigador del hecho cautivados por algo “monstruosamente atractivo”. El nivel
de destrato hacia esa mujer (que conocieron de chicos en la casa de su amigo y les
parecía atrayente y provocadora), es enorme en el desarrollo de la historia y los
diálogos, ya desde el comienzo; también es muy ambivalente. […] “–Esto es una asquerosidad,
che. –Tenés miedo, dije yo. –Miedo no, otra cosa. Me encogí de hombros. –Por lo
general, todas estas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser. –No es lo mismo. A
Ernesto lo conocemos. Dije que eso no era lo peor. […]. Lo peor era que ella nos
conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido
de una cosa: cuando ella nos mirase, iba a pasar algo.”
Y ellos van
y, aunque haya que adelantarlo, es imprescindible decir (para captar el planteo
de reivindicación) que esa mujer se engrandece, se nos planta con un empoderamiento
materno impactante cuando los mira y claro, los reconoce. […] “Después pareció haber
entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces
lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé
lo dijo.”
Entonces:
no armó un “escándalo” de aquellos que facilitaban por entonces tildar a la mujer
como “histérica”; ese era su trabajo (fuera cual fuese el motivo de su elección
o incluso su no elección pero sí necesidad – motivo del que no se ocupa el cuento).
Su único terror, la situación más temida, era en este caso imaginar que podía haberle
pasado algo a su hijo. Se enaltece la figura de la madre, sí, pero también la de
la trabajadora sexual en esta visión que proponemos. Ambas son una y la misma mujer.
En el cuento
“Hernán”, también de Las otras puertas, se
presenta una situación asimismo contradictoria y a la vez insoportable, pero con
otro derrotero. El narrador habla en primera persona del personaje que es referido
al comienzo como otro, Hernán, y a medida que avanzamos se va descubriendo que es
él mismo, narrador-narrado-protagonista quien humilla públicamente en el aula a
su profesora (con la complicidad de sus compañeros). La descripción de esa docente
tanto como muchos comentarios y situaciones, generan risa o sonrisa y piedad en
el mismo movimiento. Además, exaltan la burla y la crueldad, […] “ ´Me parece que
la vieja…´, le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto
que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras
de pájaro […] cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja,
íntima, como si la recitara para ella. –Este Hernán es un degenerado. Te admiraban,
Hernán. –Pobre vieja, te fijaste: ahora se le da por pintarse. Porque, de pronto,
la señorita Eugenia que leía a Bécquer empezó a pintarse absurdamente los ojos,
de un color azulado, y la boca” […].
Pero el narrador
nos deja la tarea de reparación a los lectores. ¿Por qué proponemos esta hipótesis
que nos sugiere la realización de un esfuerzo especial? Porque sostenemos uno de
los enfoques que plantea la parodia como “un lenguaje que ataca a su objeto no refiriéndose
directamente a él, […] para criticar sus falencias y ponerlo en ridículo.” [6] Usualmente la ironía y la risa acompañan
a la parodia así considerada. En el presente caso la burlada es la señorita Eugenia,
sin embargo, el que asume una crueldad ridícula e innecesaria es él, Hernán (y son
ellos, el público que la risa paródica requiere según Henri Bergson). Riéndose de
“la señorita Eugenia”, imitándola en ocasiones y humillándola, quedaron, sus alumnos,
en el lugar de la auto humillación: en nuestra perspectiva la acción se volvió contra
los jóvenes en un rebote como de espejo, desnudando sus debilidades de manera amplificada.
La parodia “aparenta” ser contra la docente cuando en verdad los desnuda a ellos.
El atisbo de arrepentimiento de Hernán no alcanzó a tapar su cobardía de “macho”
ganador, incrementada por el rebote del recurso paródico.
Otra labor
enorme que hace nuestro autor con el personaje femenino está en “Patrón”, del libro
Cuentos crueles (1966). En dicho texto
se trata de una mujer-niña que es entregada/vendida por su abuela al hombre más
rico del pueblo, dueño de una gran estancia, dueño también de las personas que trabajaban
para él. Y la abuela era una de sus posesiones a quien había “ayudado” al morir
su hijo (peón de ese lugar) y padre de nuestra protagonista, Paula. Y ahora ella
era solicitada por el viejo que al fin consiguió casarse con la muchacha. […] “–Todo
lo que quiero es mujer en la casa, y un hijo, un macho en el campo –Antenor señaló
afuera, a lo hondo de la noche agujereada de grillos; en algún sitio se oyó un relincho–.
Vení, arrimate. Ella se acercó. –Mande, le dijo. –Todo va a ser para él, entendés.
Y también para vos. […] –Vení a la cama. […] No la consultó. La tomó, del mismo
modo que se corta una fruta del árbol crecido en el patio.”
Hay un leve
giro en el desarrollo del “derecho de pernada feudal”, y es que este patrón decide
casarse y dejar su herencia a esta mujer-niña y su hijo.
Sabemos que
es una simplificación, pasan muchísimas cosas en el cuento, pero es necesario destacar
que ese personaje femenino va creciendo desde la cosificación y el ultraje violatorio,
hasta el lugar de una mujer muy inteligente y también calculadora que, no habiendo
logrado escapar del designio de “servir a su amo y señor”, planifica con precisión
una venganza pensada como liberadora. No podemos dejar de insistir en una observación:
Castillo siembra cierto aspecto reparatorio en el personaje masculino (que ofrece
casamiento y herencia para esa mujer cuya condición es “darle” un hijo, un macho).
Es decir, en algún momento hay cierta paridad en las actitudes “crueles” de ambos,
aunque todavía a favor de Antenor. Sin embargo después el equilibrio de fuerzas
se modifica y el personaje femenino se agranda, posee más fortaleza, astucia y una
gran capacidad para elegir, dentro del contexto en el que vive: puede planear y
concretar una serie de acciones que pondrán en riesgo la vida del esposo-padre-diablo
y del fruto de su relación con él, ese hijo no deseado-diablo (“llevar una criatura
adentro como un bicho enrollado”, dice el cuento en su inicio).
Una vez más,
Abelardo Castillo y su literatura nos dejan sin aliento mientras la incertidumbre
ocupa su reinado dentro y fuera de “Patrón”. El abandono coloca punto final a una
historia que puede derivar en distintos caminos para cada uno de los tres personajes:
Paula, Antenor y el bebé. Convengamos que para el lector es un lugar incómodo y
lo lleva a ponerse a favor o en contra de alguno de los miembros de esta “pareja”.
El cuento sacude, cuestiona y nos hace cuestionar. En este caso, más que en otros,
Castillo denuncia un patriarcado feroz que lleva (y llevó) a resultados atroces.
Si hasta acá
vemos protagonistas femeninas de una fortaleza lograda a costa de sobreponerse (aunque
no del mismo modo) al infortunio, el maltrato y la humillación, pero de un valor
que supera toda apariencia masculina de “macho bravío”, al leer “El marica” (Las otras puertas) nuestro escritor nos conmueve
trabajando su personaje por medio del narrador testigo, también protagonista y cómplice,
que en una suerte de carta-confesión se dirige a César. Y sus lectores, sentimos
que somos César. De nuevo al amparo de un grupo de muchachos, se esconden la discriminación,
el engaño y la violencia contra este joven diferente (para ese grupo y buena parte
de la sociedad), de manos y gestos suaves, de un caminar y una forma de hablar también
distintos a los de la mayoría.
El narrador,
en este caso, llamado Abelardo (recurso que Castillo utiliza en más de una ocasión),
en gesto egoísta y generoso en un mismo movimiento, pide perdón, se excusa de algún
modo y además nos muestra a un César que califica como de un valor humano superior
al de todo el grupo participante. […] “Pero ellos se reían, y uno también, César,
acaba riéndose, acaba por reírse de macho que es y pasa el tiempo y una noche cualquiera
es necesario recordar, decirlo todo.”
El joven Abelardo
de esta historia de iniciación sexual confiesa en la adultez su equivocación, su
bestialidad, la culpa, y acaso su amor por César.
Recorriendo
estos cuentos una y otra y otra vez nos encontramos con una buena cantidad de narraciones
donde la mujer, el “marica” y el hombre (no olvidemos ni la fecha de nacimiento
del autor ni la ubicación tempo espacial donde se hallan los protagonistas – en
general es en pueblos o incluso en sitios alejados de pueblos y aunque no se explicita,
es fácil identificar las décadas del 40 al 60 del siglo pasado –, y tampoco hay
que olvidar las fechas de publicación de los cuentos que ya fueron mencionadas),
historias, decíamos, donde los personajes se destacan en una dimensión tan atrapante
como dolorosa y además re-constitutiva. Decimos dolorosa como podemos designar cruel,
atrapante como se puede calificar de humanamente contradictoria (identificatoria
e insoportable muchas veces), re-constitutiva –como ya quedó señalado– debido al
valor otorgado a esos personajes (por presencia o ausencia de ciertas características
personales).
¿Cómo hace
el narrador para que podamos tolerar y agradecer a la vez el trabajo que realiza
con sus personajes? Porque los reivindica, los enaltece y en ocasiones, incluso,
les pide perdón (y a través de ellos nos demanda perdón y nosotros lo pedimos también)
por el destrato que en la época recibieron esas “minorías”: nos referimos, se entiende,
a las mujeres y los homosexuales en este caso, sin olvidar que bien pueden estar
representando a otras minorías – los pobres, los negros de piel, por mencionar las
más frecuentes –.
Al mismo tiempo
Castillo pone su lupa amplificadora también sobre el rol asumido por los varones
de un tiempo en el cual el “macho” asumía un lugar de poder socialmente aceptado
(tengamos presente que el binarismo era “masculino-femenino”, “masculino-maricón”
y ocasionalmente “femenino-lesbiana”). Dicha posición ocultaba en muchas ocasiones
una identidad endeble que era necesario tapar bajo un manto de mentiras y violencia
contra los demás. Y estos son los sitios donde la ironía se vuelve despiadada, duele
pero nos hace sonreír o reír porque es crítica y paródica. Podemos vernos, o ver
a otros, en esos territorios.
De manera
complementaria con esta perspectiva, se hará una breve referencia a algunos textos
en los que el cuentista nos muestra limitaciones no reconocidas por el hombre, se
trate de narrador testigo o protagonista u omnisciente (para la muestra que pretendemos
dar no es eso lo más importante). Dificultades personales, entonces, también ocultas
detrás de una fachada hostil, por ejemplo, en “Fermín” (Las otras puertas), “Una estufa para Matías Goldoni” (Cuentos crueles) y “Los ritos” (Cuentos crueles) entre otros. Por razones
de espacio se resumen solo éstos.
Dichos textos
nos conectan con la impotencia de ciertos hombres (narradores o narrados), de muy
diversas maneras, pero con elementos en común: su relación violenta y/o sometida
en estos casos con “el sexo opuesto; el sexo débil”.
Fermín, alcohólico,
maltrata a su mujer. Él dirá que “unos cuantos garrotazos por el lomo y la mujer
se calma”, pero un político, que hace un discurso donde plantea que muchos se hacen
los machos en la casa, pero si el dueño de una sala de juego “los grita no hacen
la pata ancha”, lo hace reflexionar. Esas palabras sí le llegan. Trata de cambiar
a partir de escuchar ese discurso, pero es incapaz de lograrlo y termina emborrachándose
con un amigo, perdiendo su dinero al “siete y medio” y yendo a un prostíbulo (se
infiere que nada cambiará en su vínculo con “la Paula”. De manera que el intento
resultó fallido al menos cuando el cuento termina.
El protagonista
que narra en “Los ritos” es un violento seductor que culpa a las mujeres de sus
desdichas: “son todas unas hijas de puta”, dice, mientras no puede dejar de pensar
en una novia con la cual se enoja por su mal gusto, la manera obsesiva de acomodar
los adornos en su casa (figulinas y otros objetos de los que se desprende). Pero,
de esa mujer que seriamente expresó “– Vos no sabés querer. ¿Nunca te lo dijeron?”
De ella, no pudo deshacerse. Y entró en un circuito donde el alcohol y el engaño
lo dejaron sumergido en su verdadero ser, donde ni su intelectualidad logró ponerlo
a salvo de la deshonra. En este encuadre podemos incluir también su novela El que tiene sed.
En síntesis, este estudio muestra el enorme trabajo
de nuestro autor con sus personajes al desarrollar “mujeres” y un “marica” marginados,
oprimidos, pero de una fortaleza y un valor que les permitieron superar humillaciones
y ultrajes; y en contrapunto a “hombres” que no pudieron superar sus debilidades.
Es como mínimo difícil no sentir, no identificarse con varios de esos personajes
y por ende es imposible no agradecer esta labor – aunque incómoda para el lector
– de Abelardo Castillo; no percibir, en definitiva y en varias ocasiones, “esto
es lo que sentí más de una vez”.
CLARICE LISPECTOR
En el caso de Lispector, por requerimiento
de acotar el trabajo y ajustarnos a la temática, para este análisis consideramos
solo algunos de sus cuentos del libro CLARICE
LISPECTOR. Cuentos reunidos (Siruela, 2008) y también ciertos datos que aporta
la Profesora Nadia Battella Gotlib en la biografía literaria Clarice. Una vida que se cuenta (Adriana
Hidalgo, 2007).
No obstante
tal necesidad, es necesario primero enfatizar que nuestra autora se encuentra entre
las voces más destacadas y también complejas de América Latina en el siglo XX. Y
ello se debe al entramado donde se insertan vida y obra, cuerpo y escritura, la
manifestación de los desafíos de la vida cotidiana para las mujeres junto a la construcción
de un lenguaje nuevo mientras Clarice Lispector indaga y desnuda profundamente los
límites del mismo. Así, nos dice en su libro Agua viva: […] “pero estoy
intentando escribirte con todo el cuerpo, enviarte una flecha que se hinque en el
punto tierno y neurálgico de la palabra” […].
La profundización
hasta el hueso mismo del lenguaje, el recurso de la introspección de nuestra autora
y también de sus personajes, una casi fenomenología de vivencias y sensaciones con
un enorme detallismo, muchas veces la ironía y el humor en el tratamiento de temas
vinculados a la sexualidad, las angustias, frustraciones y placeres de los personajes
femeninos, son apenas algunos de los sellos distintivos de la escritura personalísima,
única, de Clarice Lispector que no es posible ni deseable “clasificar” y mucho menos
agotar en este trabajo.
Sin embargo,
desde nuestra perspectiva al menos, es posible hipotetizar que así como en su obra
se destacan rasgos de una literatura de interioridad, fluir de conciencia, emociones
y experiencias, escritura innovadora y prontamente reconocida en su país, también
sostenemos que vida y obra de Lispector tienen tantos puntos en común y a la vez
suficientes diferencias como para mostrar y al mismo tiempo ocultar su identidad;
eso que muchos han dado en llamar “el misterio”.
Veamos ahora
algunos textos para enfocarnos en el tema que nos ocupa. En “La partida del tren”,
o “La salida del tren” según las versiones (segundo cuento de su libro Silencio o ¿Dónde estuviste de noche? en la traducción de Cristina Peri Rossi;
1974), asistimos al viaje y a la vez somos ese viaje que va ahondando más y más
en el sentido de la vida: en la vejez, el amor, la muerte, el abandono.
Destaquemos
que con mucho humor e ironía como recursos, así como expusimos en Castillo, Clarice
trabaja las diferencias sociales entre hombres y mujeres; también las referencias
a dos mujeres distanciadas en edad y condición económica (sus protagonistas son
una “vieja” de setenta y siete años y una mujer de treinta y siete; la primera viaja
para ir a vivir sus últimos años a la casa del hijo y la otra a visitar a sus parientes
pues está recién separada). En el caso de “la vieja” como ella la llama, mujer rica
que enviudó y trata de consolarse diciéndose “soy rica, soy rica”, tiene una hija
con un trato de “beso helado” que la sube al tren como un paquete para ir a vivir
con el hijo varón; aquí el hombre es receptivo y se ocupará de su madre a diferencia
de su hija mujer (que era lo típico) que es profesional activa, exitosa y casi envidiada
por el personaje materno.
En la situación
de la joven, nuestra autora hace mucho hincapié en la huida de un vínculo de pareja
muy “dispar” e insatisfactorio. Ángela Pralini, personaje que retomará en su último
libro publicado póstumamente, está abandonando a Eduardo y parece justificarse,
así como disculparse por abandonar también a su perro Ulises (el perro de Clarice
se llamaba Ulises). Ángela huye del hombre y el posible suicidio; escapa de la inteligencia
superior de él que le achaca su “temperamental” humor. Y la protagonista piensa.
“Huí de ti, Eduardo, porque tú me estabas matando con tu cabeza de genio” […]. Y
luego “Y tú, que eres el mismo fulgor del raciocinio, aunque no lo sepas eras alimentado
por mí. Tú, superintelectual y brillante y dejando a todos admirados y boquiabiertos.”
Un planteo similar hace la autora en su temprano cuento “El triunfo”, de 1940.
No es posible
soslayar que en esos tiempos la mujer era considerada “sensible” y el hombre “racional”.
En La partida del tren (y en muchos textos de la autora), más que reivindicación
se muestran múltiples contradicciones (tanto internas como de la sociedad que rodea
a los personajes), y en muchas circunstancias mujeres de fortaleza “superior”.
Estos cuentos
nos permiten conectar con algunos personajes desarrollados por Abelardo Castillo,
marginados, pero de gran fortaleza. En Lispector, una mujer huye de la superioridad,
pero también de la debilidad del hombre incapaz de reconocer en positivo la inteligencia
y las emociones de ella. Otra mujer, en cambio, se despide de la frialdad de su
hija para ir a los brazos del hijo (aquí no hay alusiones a fortalezas y debilidades
sino a la “consideración” de la vejez). Dualidades y discrepancias humanas y de
época que los personajes representan. Ambos van hacia un lugar más amoroso, de reconocimiento.
El abrigo de la familia los espera.
Ahora bien,
una gran congoja une a las dos protagonistas, aunque las espere un lugar mejor.
Nos preguntamos ¿se puede pensar en un desdoblamiento, la Clarice joven y la “pensada”
futura vieja? ¿O en una joven y la imagen de una vieja que representa a la madre
que nuestra autora no llegó a tener más allá de los 9 años? ¿O es pura ensoñación
de duermevela mientras el tren se demora en partir? Y respondemos ¿acaso importa
tener esas certezas?
En el cuento
“Amor” (publicado en Lazos de familia;
1960), probablemente escrito por los años 50, el personaje femenino plantea más
directamente las dudas, deseos y múltiples confusiones de una mujer ante las costumbres
y mandatos de la época.
La relatora,
como otras veces en Clarice, es una tercera persona femenina y omnisciente que ingresa
sin dificultad en el sentir y pensar de la protagonista. En el cuento “Amor” todo
comienza cuando se pone en marcha, en este caso no el tren sino el tranvía. Allí,
Ana describe con orgullo a su familia, marido y dos hijos, su casa, la vida “ordenada”,
digamos, su rol de madre, esposa y ama de casa. Pero enseguida anuncia que “Cierta
hora de la tarde era la más peligrosa.” Ella perdía protagonismo, ya no era necesaria.
Hasta que plantea: “Había emergido de ella muy pronto para descubrir que también
sin felicidad se vivía” […]. También expone que por diversos caminos había llegado
a un destino de mujer.
Hay en este
cuento un in crescendo de inquietud y
una manera primero sutil de afianzar a la protagonista en su más profunda intimidad.
Hasta que una ruptura, simbólica, ocurre cuando Ana descubre a un ciego en una parada
mascando chicle. Entonces repentinamente ingresa a otro mundo. Se rompen huevos
que traía en una bolsa de red y ella se distrae y se extravía, baja del tranvía
en un lugar equivocado para ingresar al Jardín Botánico y experimentar las raíces
del bien y el mal, perderse en una nueva identidad que interrumpe la rutinaria y
metódica vida doméstica. Es un cuento donde visita ese otro lado donde la protagonista
se cuestiona “Ella había apaciguado tan bien a la vida, había cuidado tanto que
no explotara”. Pero al fin, cargada de culpa y humillación, vuelve a su casa y retoma
su vida normal. Elige. ¿Elige o se somete por miedo?
Como vemos,
de muy diversas formas, con registros donde Castillo puede encarnar lo que llamamos
escritura de hechos o acontecimientos y acciones, y Lispector por su parte nos sumerge,
aún a partir de hechos, en las emociones y vivencias de sus personajes; ambos describen
el mundo circundante, los contextos sociales donde los roles femeninos y masculinos
estaban inscriptos; también las contradicciones sociales y obviamente de los personajes
que las representan. Ambos también parecen avizorar o más bien anunciar los cambios
que la sociedad necesita y empieza a gestar en torno a la superación de las diferencias
y marginaciones.
La gallina se salva en ese momento… pero seguirá
teniendo cabeza de gallina y el final predecible de ser sacrificada (es decir, la
muerte, destino de todo ser).
En “Triunfo”,
cuento breve ya citado, cuando nuestra escritora tenía apenas 20 años, ya se encuentra
el germen de muchos de los planteos de Clarice con respecto a los lugares de la
mujer y el varón en la pareja y la sociedad en general, las contradicciones de la
relatora protagonista (recurso muy utilizado por ella) y los juegos de poder y sometimiento.
Luisa despierta y describe minuciosamente el estado que va causando el ingreso del
día en su cuerpo. Gradualmente pasa a reflexionar acerca de la pelea con su pareja
y el abandono; va y viene de la conciencia de la partida, transmite la angustia
porque cree que no podrá continuar sola. Recuerda la discusión “Se habían peleado.
Ella, callada, frente a él. Él, el intelectual fino y superior, vociferando, acusándola,
señalándola con el dedo. Y aquella sensación ya experimentada otras veces cuando
se peleaban: si se va me muero, me muero. Oía aún sus palabras. – ¡Tú, tú me atas,
me aniquilas! ¡Guárdate tu amor, dáselo a quien quieras, a quien no tenga nada que
hacer! ¿Me entiendes? ¡Sí! ¡Desde que te conozco no produzco nada! Me siento encadenado.
¡Encadenado a tus cuidados, a tus caricias, a tu celo excesivo, a ti! ¡Te detesto!,
¡piénsalo bien, te detesto! Yo…”
Luisa duda,
piensa que va a volver, también siente que lo trata con ironía y le presta mucha
atención…hasta caer en la cuenta de que la casa está vacía y en silencio. Entre
tanto, encuentra una carta-confesión de él. Luego de muchas oscilaciones entre la
pena y el descreimiento, la tristeza y la felicidad, el amor y la rabia, afirma:
“De repente tuvo una sonrisa, un pensamiento. Él volvería. Él volvería. Miró a su
alrededor la mañana perfecta, respirando profundamente y sintiendo, casi con orgullo,
su corazón latiendo cadencioso y lleno de vida. Un tibio rayo de sol la envolvió.
Se rió. Él volvería, porque ella era la más fuerte.”
Este cuento
inicial, como dijimos, ya presenta muy resumidamente una de las temáticas que Lispector
irá retomando y desarrollando en textos posteriores: el lugar del varón, los conflictos
de pareja, el lugar que la mujer se otorga y el que le otorgan a ella más las múltiples
y variadas discrepancias en torno a ello.
En nuestra
opinión, estas escrituras muestran, describen la época y no juzgan. Hasta el momento,
el trabajo ficcional en torno a la fortaleza de muchos personajes femeninos y la
debilidad de algunos masculinos están presentes en ambas literaturas, pero el tratamiento
de Castillo, tantas veces feroz en los actos, en Lispector suele ser brutal, pero
en las vivencias, el sentir y los pensamientos.
Clarice tiene
también en su vasta obra cuentos donde el cuerpo sensual y deseoso se abre paso
por el avance activo de la mujer, incluso el autoerotismo que no se detiene en las
mujeres consideradas “viejas”. En su libro El
vía crucis del cuerpo (editado en 1974 y parece ser el único que escribió a
pedido), el cuento “Mejor que arder” muestra el pasaje de la mortificación del cuerpo
de la madre Clara (que primero le indica una amiga y luego continúa por el consejo
de un sacerdote ante quien formalmente se confiesa) a dejar los hábitos y casarse.
Hay pasajes muy significativos que merecen ser citados y muestran en forma patente
el entramado ficción/contexto histórico-social: “Era alta, fuerte, con mucho cabello.
La madre Clara […] empezó a cansarse de vivir solo entre mujeres. […] Hasta que
le dijo al padre en el confesionario: – ¡No aguanto más, juro que no aguanto más!
Él le dijo meditativo: – Es mejor casarse que arder. […] Se fue a vivir a un internado
para señoritas. […] Antonio le prometió que no la tocaría si fueran al cine juntos.
Aceptó. […] Se casaron por la iglesia y por lo civil. […] Ella regresó embarazada,
satisfecha y alegre.”
En un registro
similar, del mismo libro, “Miss Algrave”, una mujer Londinense extremadamente puritana
y soltera, recuerda una escena infantil de acercamiento íntimo con su primo Jack
a los siete años. La culpa empezó entonces. Hasta que un día ocurre un hecho del
orden de lo fantástico que le cambió la vida: un hombre de Saturno, invisible, le
quita la virginidad y a ella le encanta. Todo se transforma. Otra vez una mujer
que no aguanta y se acuesta, después de ese acontecimiento casi milagroso, con un
hombre que le paga. Y más adelante: “Primero compraría el vestido rojo escotado
[…]. Y hablaría así con el jefe: – ¡Basta de mecanografía! […] ¡Acuéstese en la
cama conmigo desgraciado!, y además: ¡Págueme un buen salario mensual, imbécil!”
Estos personajes
señalan, claro está, la sexualidad prohibida para los religiosos, el goce sensual
y sexual permitido solo después del casamiento, tanto como la maternidad definida
en el seno de una familia civil y religiosamente constituida (cuento “Mejor que
arder”). En Miss Algrave, antes descripto, se destacan los deseos reprimidos desde
la infancia que parecen derivar en una soltería “casta”, hasta el desborde de ansiar
y en parte concretar la prostitución luego de haber perdido la virginidad siendo
soltera. Resulta muy interesante cómo los personajes femeninos oscilan entre la
represión de los deseos, la castidad, la elección (o no) del matrimonio, la búsqueda
del placer autoerótico o en la prostitución.
Hemos puesto
a conversar estas magníficas literaturas, parcialmente, claro, en la construcción
de algunos personajes a la luz de la época en que nuestros autores vivieron, heredera
de circunstancias y prejuicios anteriores (algunos presentes al momento de escribir).
Con recursos similares en ocasiones y también muchas diferencias de registros, tanto
Lispector como Castillo reflejaron contrasentidos sociales que los personajes encarnaron.
Y lo hicieron con la genialidad de quien dice entrelíneas o en los guiones creados
para sus personajes. Sin juicios, sin moralejas, y en muchas ocasiones con una crudeza
que el lector tiene, si quiere, que digerir.
NOTAS
1. Castillo, Abelardo. En Villanueva, Liliana. Maestros de la escritura. Ciudad Autónoma
de Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2018.
2. Cardoso, Lúcio.
Comentario de Lúcio C. en una muy buena crítica a la obra de Lispector. En Gotlib,
Nádia. Clarice. Una vida que se cuenta.
1ª ed. Buenos Aires:
Adriana Hidalgo Editora, 2007.
3. Ibíd.
Comentario de Lúcio Cardoso a la obra de Clarice Lispector.
4. Orner, Peter. ¿Hay alguien ahí? 2ª reimpresión. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Chai Editora, 2022,
5. Morello-Frosch, Marta. En Castillo, Abelardo. CUENTOS COMPLETOS. 1ª edición. 1ª reimpresión.
Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000. Prólogo.
6. López Winne, Hernán. Lo cómico, la risa, la crítica. La parodia como ejercicio crítico en la revista Barcelona. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2010.
Bibliografía
BATTELLA GOTLIB, Nádia: Clarice. Una vida que se cuenta. Biografía literaria de Clarice Lispector. 1ª edición.
Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo editora, 2007.
BERGSON,
Henri. La risa. Ensayo sobre el significado
de la comicidad. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2011.
CASTILLO,
Abelardo. CUENTOS COMPLETOS. 1ª edición.
1ª reimpresión. Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000.
CASTILLO,
Abelardo. Ser escritor. 1ª edición. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Seix Barral, 2020.
LISPECTOR, Clarice. Cuentos reunidos. Ediciones Siruela, 2008. Madrid, España.
LÓPEZ WINNE, Hernán. Lo cómico, la risa, la crítica. La parodia como ejercicio crítico en la
revista Barcelona. 1ª edición. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2010.
MORELLO-FROSCH,
Marta. En Castillo, Abelardo. CUENTOS COMPLETOS.
1ª edición. 1ª reimpresión. Argentina: ALFAGUARA, julio de 2000.
ORNER,
Peter. ¿Hay alguien ahí? 2ª reimpresión.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Chai Editora, 2022.
STRUCCHI,
Emilce. “Clarice Lispector. La escritura del cuerpo y las máquinas de sentir”. En
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/09/emilce-strucchi-clarice-lispector-la.html
STRUCCHI,
Emilce. Vivir duele. Clarice Lispector. Una mirada desde la literatura
y la ciencia. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones Godot, 2014. Reimpresión
corregida, 2019.
VILLANUEVA, Liliana. Maestros de la escritura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2018.
EMILCE STRUCCHI (Argentina). Lic. en psicología. Es narradora, poeta, ensayista y conferencista. En 2023 recibió en su país el RAL, Reconocimiento a la trayectoria y actividad literarias. En 2019 recibió en Uruguay la Distinción Horacio Quiroga por su aporte a la Literatura. Editó Relatos y Cuentos: Pleno de ausencia (Simurg, 2001); Poesía: Los trofeos del abandono (Ed. Del Dock, 2003), La luz es otra cosa (Ed. del Dock, 2004), AMANSALVA (Deldragón, 2006), No toda belleza redunda en felicidad (Compiladora de poetas argentinos contemporáneos, Ediciones Godot, 2008), PALABRAS POZO. Historia de apasionadas (Ediciones Godot, 2010), Antología de su obra en poesía: Baile de tules (Summa Poética, Editorial Vinciguerra, 2016), Neuronal (edición de autor, 2017), Poemas naturales (Editorial Vinciguerra, 2023); Novela: Andar ligero (Ediciones Godot, 2007; 2ª edición, 2010; reimpresión revisada 2019; 3ª edición 2021), El mundo incinerado (Ediciones Ruinas Circulares, 2020), MOIKO. Misterios en Isla de Pascua (Ediciones TRES GUINEAS, 2023); Ensayo: VIVIR DUELE. Clarice Lispector. (Ediciones Godot, 2014; reimpresión revisada, 2019). Fue parcialmente traducida al inglés, italiano, catalán y portugués. Primer premio en poesía, Concurso Internacional Raúl Rivero (Cuba, 2004); Segundo premio en poesía, Concurso Nacional Leopoldo Marechal (Buenos Aires, Argentina, 2003); Los trofeos del abandono fue finalista del grupo latinoamericano en el Concurso Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, 2003; su primera novela Andar ligero fue finalista del Concurso Internacional Territorio de La Mancha (con sedes en España y EE. UU., 2006); su cuento “El otro lado”, de Pleno de ausencia, fue seleccionado por la Fundación Jorge Luis Borges (Argentina, 2006) para su revista Proa.
ANA MARIA PACHECO (Brasil, 1943). Escultora, pintora e gravadora. Sua obra possui um acento impressionante estabelecido no centro das relações entre sexualidade e magia, sem descuidar da tensão inevitável entre Eros e Tanatos. A personificação de sua escultura encontra amparo vertiginoso nas lendas, mitos e em sua própria biografia. Tendo sido inicialmente atraída pela música, nos anos 1960 foi exímia concertista, porém o piano iria encontrar melhor abrigo, com sua força rítmica sugestiva na narrativa que acabou aprendendo a compor, a partir de sua fascinação pela escultura barroca policromada e o ideário ritualístico das máscaras africanas. Nos anos 1970 viajou para estudar na Slade School of Art em Londres e ali mesmo resolveu mudar definitivamente de endereço. Com o tempo foi desenvolvendo uma maestria singular, a criação de conjunto escultórico que se destacava como a representação tridimensional de uma narrativa. Embora tenha igualmente se dedicado à pintura, com seus trípticos fascinantes, é na escultura que esta imensa artista brasileira se destaca, com o uso de recursos teatrais e a mescla de elementos constitutivos de diversas culturas. É também uma valiosa marca sua a montagem de cenas emprestadas da literatura ou de evidências do cotidiano. Agradecimentos a Pratt Contemporary, Dictionnaire Universel des Créatrices, AWARE – Archives of Women Artists, Research & Exhibitions. Graças a quem Ana Maria Pacheco se encontra entre nós como artista convidada da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 260 | abril de 2025
Artista convidado: Ana Maria Pacheco (Brasil, 1943)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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