quarta-feira, 8 de setembro de 2021

EMILCE STRUCCHI | Clarice Lispector, la escritura del cuerpo y las máquinas de sentir

 


Yo, que entiendo el cuerpo. Y sus crueles exigencias. Siempre

conocí el cuerpo. Su torbellino atolondrante. El cuerpo grave.

(Personaje mío todavía sin nombre.)

CLARICE LISPECTOR

 

¡Usted mató a mi personaje!

(Clarice L., en la víspera de su muerte, en el Hospital Da Lagoa, Brasil) [1]

 

Introducción

La Dra. Clarissa Pinkola Estés, psicoanalista junguiana, poeta y narradora de cuentos, ha estudiado la biología de la fauna salvaje y de los lobos en particular. Nacida y criada en medio de la naturaleza, como ella lo describe (nació en los límites entre Estados Unidos y México, después de la Segunda Gran Guerra), durante su infancia ya había empezado a vislumbrar los rasgos comunes entre las mujeres y los lobos. Puedo resumir los más importantes sin ampliar esta temática que constituye sólo un camino hacia el desarrollo de este trabajo; “tienen en común los lobos sanos y las mujeres sanas: sutil percepción, vigor lúdico, gran capacidad para la demostración del afecto, tenacidad y resistencia física, defensa de “la manada”, coraje, lealtad y adaptabilidad. Aunque también tienen en común el hecho de haber sido perseguidos y hostigados, acusados de agresividad o debilidad (…)” [2]

Pinkola Estés también plantea que la voz de la mujer, tan sonora y nítida como la de los lobos, aún a la distancia de siglos puede ser oída y comprendida por cualquiera que así lo desee.

Estoy de acuerdo con su planteamiento en relación al cuerpo, cuyas raíces antiguas la mujer trae grabadas en su psique instintiva. Parte de mi experiencia clínica lo reconfirma. El arquetipo de La Loba o La Huesera se resume en este relato que transcribo parcialmente: “Hay una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del Este, la vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los buscadores acudan a verla. (…) La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. (…) Pero su especialidad son los lobos. Se arrastra, trepa (...) en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, (...) y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego (...) se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba. La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar. La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece (...). En algún momento (...), el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte (...) si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y quizás te has extraviado (...) y te sientes algo cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma.” [3]

No hay duda o al menos no tengo duda de que Clarice Lispector hizo una literatura de atravesamientos, permanentes actos de libertad en pos de superar el límite de un lenguaje-debo también decir del silencio-imperante por entonces para la mujer en general y las escritoras y artistas de otras áreas en particular.

Si retomamos el mito de La Huesera o La Loba, podemos decir que Clarice cantó con honda voz, desde las entrañas cantó, desde sus raíces; y dio a luz una literatura nueva en Brasil y en Latinoamérica: escritura de sensaciones, no de acontecimientos (“no soy intelectual, escribo con el cuerpo” dijo nuestra autora).

Como en el mito redescubierto veinticinco años después, ella canta para infundir vida a lo que está enfermo o necesita recuperarse. [4] Y lo hace en soledad, en íntima conexión con lo propio. Recobra el cuerpo, digo, lo revive en medio del desierto social-y de su desierto personal-en que estaba sumido; cantaescribe emociones y estremecimientos que la cultura logo-falo-centrista había ignorado y hasta caratulado como “debilidad” propia de las mujeres. En una hipótesis tal vez algo arriesgada podría si no afirmar, al menos preguntarme si lo que intentaba revivificar era el suyo o el cuerpo materno… [5]

 

Desarrollo

La detallada biografía literaria que compone Nádia Battella Gotlib acerca de la vida y obra de Clarice Lispector más la lectura atenta de sus textos nos pone, o al menos a mí, en estado de interrogación.

Acaso las múltiples visiones acerca del carácter de la mujer escritora, sus argumentos y acciones incluso, más la sucesión de acontecimientos vitales tremendamente dolorosos y conmocionantes que vivió desde su nacimiento; y además su necesidad de reiterar una y otra vez que su escritura era no autobiográfica ¿estarán señalando un juego figura fondo y fondo figura que tiende a confundir persona de la escritora y personaje/s creado/s y/o asumidos por ella?


Reconozco mi acuerdo con una afirmación que hizo un gran amigo de Lispector, el escritor Lúcio Cardoso, acerca de la literatura de nuestra autora: “Clarice se devora a sí misma (…). No sitúa seres: acumula máquinas de sentir. No hay personajes: hay maneras que tiene Clarice de inventar (…). Clarice no delata, no cuenta, no narra y no dibuja –ella abre un túnel donde de pronto repone el objeto perseguido en su esencia inesperada (sic).” 

Desde el inicio es preciso plantear que un trabajo de esta acotada extensión debe necesariamente hacer un recorte importante en la trayectoria de esta enorme escritora con obra tan vasta, y a la vez enfocar sólo algunos eventos de vida sin pretender abarcar su gran complejidad. En cuanto a la obra, y por lo que recién mencionamos, se harán referencias a su novela inaugural Cerca del corazón salvaje, y sus últimos libros: La hora de la estrella y Un soplo de vida.

Para seguir dando un panorama de cuestiones “originarias” del nacimiento y la infancia, ésas que instalan huellas hondas, duraderas, es necesario compartir, además, que Clarice L. nació en Ucrania “alrededor” de 1920 (mientras la familia huía de los pogroms), y fue criada en Brasil, país cuya nacionalidad luego adoptó. Y digo “alrededor” porque la documentación es algo confusa, se trata de traducciones (y de comienzos del siglo pasado) y también podría tratarse del año 1921; el mes, octubre o diciembre. Ni qué decir, Clarice alguna vez habló (¿por coquetería?) del 1925 y por alguna extraña razón varios estudiosos de su obra tomaron ese año como el de su nacimiento (aunque si uno investiga sus años escolares y sus mudanzas, la fecha debe haber sido casi con seguridad 1920). Nacida en tránsito, a principios del siglo XX-que no es ningún dato menor-, entonces, durante los tumultuosos años de post Primera Guerra Mundial, era la menor de las tres hijas del matrimonio Lispector.

En su niñez Clarice perdió a la madre; en su juventud, al padre. Ni bien se recibió de Abogada se casó y durante 16 años viajó por el mundo junto a su esposo diplomático, cumpliendo el rol socialmente estipulado (“todo ese mes de viaje no hice nada, no leí, ni nada-soy enteramente Clarice Gurgel Valente” le escribió a su amigo Lúcio Cardoso). Matrimonio y maternidad, también se constituyeron en tránsito, fuera de su querido Brasil.

Entonces, para tratar el tema de sus personajes, las máquinas de sentir y la identidad personal, se puede comenzar por preguntar: ¿quién era Clarice? ¿Una persona sufriente que profundamente conocedora de sus múltiples facetas, las tomó para usarse a sí misma y dispersarse, como escritora, en distintos personajes? ¿O además una persona que en su literatura se ocultó como identidad completa, aparentando construir personajes, y nos convocó a sus lectores para ingresar en esa trama donde la interioridad más honda se da de bruces contra el lenguaje y ya no tiene manera de representarse?

“(…) Llevo una vida común y corriente. Crío a mis hijos. Cuido mi casa. Me gusta ver a mis amigos, el resto es mito”, le escribía en una carta a su amiga Olga Borelli en 1975. [6] Un mito que la propia Clarice parece haber contribuido a crear o al menos dejar que otros crearan y diseminaran. Si tenemos en cuenta que este dato está fechado cuando sus hijos ya no convivían con ella, durante sus últimos años de vida en los que consta que no se encontraba bien de salud psicofísica, hacía auto internaciones, recurría mucho a calmantes, y también tenía un vínculo muy inconstante con sus amigos, es una declaración que puede resultar como mínimo llamativa.

Las visiones dispares de sus personas cercanas, desde los vecinos hasta sus familiares y amigos íntimos, nos hablan de una personalidad compleja que mostraba y hasta jugaba ciertos roles de maneras que parecían muchas veces conscientes, y en otras ocasiones sugerían falta de plena consciencia. Por ejemplo durante un viaje de su amiga Olga, con quien vivió en sus últimos ocho años, la llamó para decirle que se sentía muy mal, que regresara y cuando ella interrumpió el viaje y volvió le dijo que estaba mejor, que no era para tanto, que no había que creerle todo…                                                                                                                                                                                                                                                                                           Enigmática o misteriosa para algunos, distante y solitaria para otros, atractiva o vanidosa, orgullosa y altiva, cortés y sensible, amable o huidiza, bella, aislada y visionaria, insoportablemente inteligente, fueron algunos calificativos con los que la describieron. Pero la mayoría de las personas entrevistadas por su biógrafa, y especialmente los más cercanos como su hermana Tania, o amigos muy íntimos y escritores o compañeros de trabajo, destacaron que era una persona muy sufrida, marcada por la soledad, alguien que veía demasiado y era castigada por una inmensa y misteriosa cantidad de estímulos. Algunos dicen incluso que Clarice mantenía esa angustia existencial y la extremaba como recurso para desorientar a su entorno y también para escribir. En 1977, luego de su muerte, recordando afirmaciones de la escritora, el periodista Paulo Francis manifestó: “Ella dijo varias veces que terminaría trágicamente. Se convirtió en su propia ficción. Es el mejor epitafio posible para Clarice.” [7]

Parece existir un fuerte entrecruzamiento entre vida y representación, importantes lazos entre su biografía y su escritura en donde los personajes parecen tanto encarnarla como ocultarla.

En otras palabras, digo, hipotéticamente hablando: no quiero ser un mito pero me aíslo y genero un gran misterio alrededor de mi persona y mi historia; lo que escribo no es biográfico pero doy a conocer información personal en cartas, entrevistas radiales, notas de diarios, crónicas, charlas con amigos –información que luego los lectores y estudiosos encontraremos en su obra –. A modo de síntesis de lo que se viene planteando, en la introducción a su libro póstumo Un soplo de vida plantea la escritora: “Sé que este libro no es fácil, aunque sí lo es para quienes creen en el misterio. Al escribirlo no me conozco, me olvido de mí. Yo, que aparezco en este libro, no soy yo.” [8]

Lo autobiográfico, o no biográfico (según afirmaciones de Lispector), no sólo aparece como tema en la obra antes citada y en varios de sus cuentos, también se puede considerar ya en su primera novela, Cerca del corazón salvaje. Es posible afirmar que el núcleo principal de esta obra se refiere al intento de narrar la biografía del personaje femenino central, Joana (Juana), una joven nordestina de Brasil. La protagonista pierde a la madre de pequeña, vive con el padre que también muere y ella no puede aceptar o no se resigna a admitir esa muerte. También desarrolla un vínculo amoroso sumamente conflictivo con Octavio, relación que sugiere infidelidad del hombre (a este hombre-personaje más adelante se referirá su marido Maury Gurgel Valente cuando intente reconciliarse luego de la separación planteada por Clarice quince años después).

Esta ficción fue escrita por nuestra autora en su juventud y fue publicada y presentada a sus 23 años justo después de casarse y antes de irse por varios años a vivir al exterior con su marido diplomático. En su biografía consta que a Clarice le gustaba mucho la idea de ser o considerarse nordestina (llegados a Maceió con ella siendo bebé, al poco tiempo fueron a vivir a Recife donde transcurrió buena parte de la infancia y pubertad de Lispector). También se sabe la fuerte relación con su padre intensificada sobre todo a partir de la muerte de la madre de Clarice Lispector (a sus 9 años). A los 19, de manera repentina y en una operación de apendicitis murió el papá, Pedro.

Con esta información es admisible entonces también señalar que el grado de entrecruzamiento entre Cerca del corazón salvaje y la biografía de su autora es significativo y nada le resta al marcado reconocimiento por la originalidad de su escritura. La persona de nuestra escritora y el personaje de la novela no parecen muy distanciados: de hecho la muerte de la madre, del padre, la consideración de Clarice como nordestina; más la descripción de vivencias y sensaciones de una interioridad femenina sufriente con todos sus recuerdos en carne viva – en buena medida por esas muertes y sobre todo la del padre –, coinciden, para gusto o disgusto de los teóricos, con los datos de su historia personal.

Asimismo, en esta obra inicial que fue tan bien considerada por la crítica, aparece una relación sumamente problemática con la pareja, entre la dependencia y el desamor – y la existencia de una tercera persona –, todo lo que ha quedado sugerido en parte y en parte también explicitado por Clarice en las cartas a sus hermanas refiriéndose a su flamante marido antes de viajar a Europa. [9]


Ya desde el comienzo, así como en su obra se destacan rasgos de una literatura de interioridad, fluir de conciencia, sensaciones y vivencias, escritura innovadora y prontamente reconocida en su país, también sostengo que vida y obra de Lispector tienen tantos puntos en común y a la vez suficientes diferencias como para mostrar y al mismo tiempo ocultar su identidad.

Por otro lado, sobre el final de su vida, donde escribe esos libros magníficos que son La hora de la estrella y Un soplo de vida, la escritora utiliza una herramienta que acentúa aún más en Un soplo […]: se trata de la existencia y vida y escritura paralelas de dos heterónimos (el Autor y Ángela Pralini), y ella misma (ortónimo, Clarice) como partes de la trama de la obra. Eximia escritura que nos recuerda también al brillante escritor portugués Fernando Pessoa que cultivó con exquisitez el recurso estilístico de los heterónimos.

Ya que se mencionó La hora de la estrella, libro que Lispector alcanzó a ver publicado, cabe destacar que vuelve a aparecer la nordestina, la huérfana, sufrida e insignificante mujer que el escritor va construyendo como el intrincado personaje de Macabea. El relator es un yo masculino que nos presenta una penetrante visión del absurdo que supone una existencia anodina como la de esta Macabea, una escuálida y pobre joven nordestina. “Lo que escribo es más que una invención, es obligación mía hablar de esa muchacha, de entre millares de ellas. Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su vida. Porque tiene derecho al grito. Entonces yo grito.” [10] (…) (“Esta muchacha me incomoda tanto que me he quedado vacío. Estoy vacío de esta chica. (…) ¿Por qué no reacciona ella? ¿Dónde está su fibra? No tiene, es dulce y obediente.) [11]

Reformulemos entonces algunas preguntas. Clarice Lispector ¿era una persona que conocía sus múltiples facetas y las usaba para dispersarse en distintos personajes para que, con el tiempo, la encontraran allí, la reconocieran, o acaso para huir de sí? ¿O era también una persona que se ocultó como identidad en algunos personajes y nos convocó a sus lectores para ingresar en esa apretada trama donde la interioridad más intolerable se precipita contra el lenguaje, se fragmenta y ya no tiene manera de representarse?

A título personal, consciente de que son hipótesis teóricas, consciente además de que en honor a Clarice Lispector los planteos deben tomarse de manera condicional – así como indica el tiempo verbal –, mi respuesta es que sí, todo lo anterior “podría ser posible”. Porque alguien que buscara ocultarse “mostrándose” en los personajes diseñados, los haría poniendo en ellos apenas mínimas partes de su vida y sus señas personales (pero, en definitiva, construyéndolos de manera reconocible). En los heterónimos de sus libros finales, y a la luz de su biografía, esto se hace al menos bastante visible. Asimismo alguien que intentara mostrar que algún personaje como totalidad nada tiene que ver con su persona, lo podría pintar por entero tal como le sucedieron las cosas – en este caso a Clarice o a alguien de su familia o entorno –, pero afirmando que eso es una “interpretación”, un “mito” armado por los críticos o el público lector.

Aunque sea provisoriamente me pregunto: ¿si el trabajo de Lispector no es autobiográfico, por qué tanta necesidad de remarcarlo, reafirmarlo constantemente tanto en entrevistas como en sus libros? “No es autobiográfico, vosotros no sabéis nada de mí. Nunca te he dicho y nunca te diré quién soy. Yo soy vosotros mismos.” [12]

La búsqueda de identidad y de una salida es tema de buena parte de sus escritos; y es también búsqueda de un lugar que es país-casa-cuerpo, vida cotidiana, pasión y literatura. En su libro Silencio (en la magnífica traducción de Cristina Peri Rossi), en sus dos primeros y perturbadores relatos, Clarice nos sumerge desde los renglones iniciales en la esencia de su escritura: una suerte de caída inicial en ese hueco desconocido (o inconsciente) que parece aludir a Alicia en el país de las maravillas: Le parecía que […] había entrado por una especie de estrecha abertura […] como si hubiera entrado de soslayo por un agujero hecho sólo para ella. El hecho es que cuando se dio cuenta, ya estaba adentro.

Ese primer relato del libro se llama “La búsqueda de la dignidad”. Así, vertiginosamente y sin defensas, nos despeñamos en el pozo ¿o la maravilla? de la vejez del cuerpo: [...] perdida en los meandros internos y oscuros del Maracaná, ya arrastraba pies pesados de vieja. Y también caemos en la sexualidad de ese cuerpo de mujer un agujero hecho sólo para ella; cuerpo viejo, apenas tocado, más bien rechazado en varios de sus cuentos y casi sin identidad para un mundo que ya aplaudía una juventud por demás efímera. Por otra parte, no me resulta difícil imaginar la gestación de una creencia en una niña de 8 años que vive con su madre enferma como una vieja (joven).

Como si nos llevara de la mano y literalmente con su mano de eximia escritora que nos arrastra por las páginas de sus libros, caemos con Lispector, leyéndola; sufriéndola descendemos con ella en ese pozo, mientras buscamos y redescubrimos nuestra dignidad-y su menoscabo-. [13]


En el párrafo previo hablé de caída; caída pero también nacimiento, estrecha abertura en medio de los escombros (para mí una clara alusión al cuerpo de la mujer en el instante en que está pariendo), y al mismo tiempo símbolo de penetración había entrado por una especie de estrecha abertura-lo que abre la puerta al tema de la sexualidad-. En el segundo cuento del libro antes mencionado asistimos al viaje y a la vez somos ese viaje en “La partida del tren” que va ahondando más y más en el sentido de la vida: en la vejez, el amor, la muerte, las diferencias sociales entre hombres y mujeres (sus protagonistas son una vieja de 77 años y una mujer de alrededor de treinta y cinco; la primera viaja para ir a vivir sus últimos años a la casa del hijo y la otra a visitar a sus parientes pues está recién separada).

Desde su ser en el mundo y una angustia existencial flotante que se capta en cada lectura, Clarice nos hace aseverar su indagación en la filosofía, la psicología y quizás incluso el ocultismo para trascender su cuerpo y reflexionar sobre la condición humana, Dios, el mundo, la libertad. Tal vez su obra paradigmática (y genial) con respecto a esta búsqueda de la esencia del ser, la constituye La pasión según G. H. donde la creencia de la muerte de una cucaracha que al fin sobrevivió, la lleva a identificarse y preguntarse por la esencia del ser.

La escritura de Lispector, desdoblada casi hasta el desquicio, despliega una mirada sagaz y despiadada hacia afuera y adentro de sí; busca alguna respuesta para el dolor y la soledad de la-de nuestra-existencia humana. [14]

Con maestría singular su biógrafa, Nádia Battella Gotlib, nos trae muchos datos que iluminan la niñez dolorosa y a la vez “despreocupada” de Lispector. Como una señal desde el inicio, la niña reía y al mismo tiempo buscaba con poco éxito amigos con quienes jugar; o anhelaba comprar un libro al que no podía acceder y por el cual era capaz hasta de someterse para conseguirlo. O era capaz de inventar e interpretar al piano una bella y a la vez llena de horror pieza musical en el año de la muerte de su madre. Tantas y variadas contradicciones luego se verían amplificadas con esplendor único en su escritura, como una conmovedora y ansiosa búsqueda de sentido, con su rabia muchas veces y una melancolía de la que no desaparece nunca una ironía en ocasiones bastante cruel. Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras éramos planas. (…). Pero qué talento tenía para la crueldad. (…) toda ella era pura venganza. [15]

Por todo lo anterior, esta presentación sostiene la peculiar modalidad que asume la “escritura de cuerpo que se narra” en Clarice Lispector, o que busca un soporte narrativo como manera de contrarrestar su mismidad de raíces sumamente inestables.

Es un cuerpo que solicita y hasta exige; y Clarice que lo escucha y le pone voz y canta como pocas: canta desde fingimientos y condicionantes sociales hasta nuestra desnudez. Así es narrado su ¿personaje? Lori, de la novela Aprendizaje o el libro de los placeres: […] hasta que su rostro blanco de polvo parecía una máscara, estaba poniendo sobre sí misma algún otro: ese alguien era fantásticamente atrevido […] La máscara la molestaba, para colmo sabía que era más guapa sin pintura. O en un cuento de El vía crucis del cuerpo, donde hace referencia a la máscara debajo de la cual late el rostro desnudo. Clarice es brillantemente capaz de trascender la frontera del género para presentar la desolación del ser y la existencia nuestra como humanos; será por eso que resulta tan fácil tenerla cerca, como compañera de ruta.

Si la identidad es nombrar el cuerpo como propio (mi cuerpo, cuerpo mío, o bien yo habito este cuerpo mío), ese acto significa que existe un Yo diferenciado del resto del mundo viviente. Y en Lispector este Yo asume una forma corporal casi siempre femenina, en ocasiones infantil o joven y muchas veces madura o vieja: un cuerpo dueño de un dolor psicológico angustioso por la conciencia que tiene de su envejecimiento y mortalidad. “Me da rabia pero la acepto” dijo en una entrevista en referencia a la vejez. Por otra parte, en sus trabajos como cronista y en sus relatos, o en la correspondencia que mantenía con su íntimo amigo Lúcio Cardoso, por ejemplo, nos muestra a una mujer que se percibe “tironeada” entre su “función estatuida” (esposa de un diplomático, madre, ama de casa) y sus ansias de escapar de toda rutina y escribir y escribir. Gran parte de su obra plantea esta batalla de roles identitarios. Por cierto, ella transportaba su máquina de escribir colgada al cuello y la apoyaba en su falda mientras acompañaba y veía jugar a sus hijos...

Y si la identidad se configura a través de modelos de identificación y de rechazo, el relato erótico “Mejor que arder” del libro Vía crucis del cuerpo, nos conecta fuertemente una vez más con el tema de cuerpo recuperado, y notas de la época y la herencia de condicionamientos; también con las rebeliones de la autora. [16]

Llegada a este punto, soy consciente de que es necesario dar un cierre, provisorio por supuesto, a este trabajo. Remarco entonces la búsqueda interior incesante de Lispector, y la recuperación del cuerpo en una voz nueva, original, que se arriesga a mostrar cabalmente su desesperación. Ella transcribe con su máquina de escribir, sus máquinas de sentir. En resumen, nuestra escritora asumiría un paradigma de cuerpo que se narra como intento de configurar una identidad de raíces sólidas.

Lo que a mi entender la hace única es que produce una obra literaria capaz de superar las barreras personales, y de la literatura, y de su época. Sin temor ambas-la creadora y su obra-se plenifican e iluminan entre sí curiosamente simbiotizadas en una multiplicidad de asociaciones. Clarice Lispector fue capaz de mirarse, escucharse, traducir y transcribir la voz de su inconsciente; trató de no dejarse atrapar del todo por él. Podemos hablar en presente: Clarice “es” capaz; ella vive y nos inspira con su magnífica creación.

 

NOTAS

1. Battella Gotlib, Nádia. Clarice. Una vida que se cuenta, p. 530. Declaración de Olga Borelli a. Sáo Paulo, 12/03/1992: “En la víspera de su muerte, Clarice estaba en el hospital y tuvo una hemorragia muy fuerte. Quedó muy pálida y exangüe. Desesperada, se levantó de la cama y caminó en dirección a la puerta, queriendo salir del cuarto. La enfermera impidió que ella saliese. Clarice miró con rabia a la enfermera y, trastornada, le dijo: – ¡Usted mató a mi personaje!”

2. Strucchi, Emilce. El canto de la mujer salvaje. (Artículo inédito, en www.emilcestrucchi.com.ar)

3. Pinkola Estés, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos: mitos y relatos del arquetipo de la Mujer Salvaje. Ediciones B, 2001. Barcelona (España)

4. No hay que olvidar esa inagotable fuente de dolor y culpabilidad que ella reiterara en una nota dada al Diario Clarín poco antes de su muerte, donde Clarice se refería a la culpa constante por haber defraudado a sus padres, sobre todo a su madre que padecía una enfermedad que en su tiempo decían que se podía curar al tener un bebé. Así fue como “buscaron” y nació Clarice. Pero su madre siguió empeorando hasta morir cuando nuestra escritora tenía alrededor de 9 años.

5. Una infección (probablemente sífilis), afectó el sistema nervioso de su madre y le provocó parálisis general progresiva e invalidez hasta su temprana muerte.

6. Gotlib, Nádia: Clarice. Una vida que se cuenta. Biografía literaria de Clarice Lispector. 1ª edición. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2007, p. 59. (Clarice Lispector. Carta a Olga Borelli.)

7. Ídem, p. 71. Paulo Francis, nota en Folha de Sáo Paulo, 15/12/1977.

8. Lispector, Clarice. Un soplo de vida, p.20

9. Lispector, C. Queridas mías, pp. 43, 44, 45.

10. Lispector, C. La hora de la estrella, p.15.

11. Ídem, p. 26.

12. Lispector, Clarice. Un soplo de vida. Pulsaciones, p.20

13. Su muy conocido cuento “Una gallina”, del libro Lazos de familia, que fue publicado en 1960 e incluye cuentos escritos con anterioridad y algunos de ellos publicados antes, es un ejemplo de la temática general que aborda en éste y otros libros: la mujer como madre y esposa, en sus relaciones peligrosas con familiares y amigos y, por sobre todo, con ella como ser humano. En el prólogo de Clarice Lispector. Cuentos reunidos, Miguel Cossío Woodward afirma (…) “toda una alegoría de la condición femenina, la maternidad, la libertad y la salvación por medio de la creación” (…). En el cuento esa gallina, perseguida y atrapada para ser luego matada y comida, del susto puso un huevo y se convirtió en la reina de la casa.

14.  (…) “suelto mis amarras: mato lo que me molesta y, como lo bueno y lo malo me molestan, voy definitivamente al encuentro de un mundo que está dentro de mí, yo que escribo para librarme de la difícil carga de ser una persona.” nos dice, magistralmente, Clarice en Un soplo de vida, libro concluido en 1977 en vísperas de su muerte.

15. Lispector, Clarice. Felicidad clandestina. En Cuentos reunidos. Ediciones Siruela, 2008. Madrid, España.

16. “Había entrado en el convento por imposición de la familia (…). Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. (…). La amiga le aconsejó: -Mortifica el cuerpo. (…). Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. (…). No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo. (…). Hasta que le dijo al padre en el confesionario: -¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más! Él le dijo meditativo: -Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.”

 

Referencias bibliográficas

Butler, Judith. Artículo de Sabsay, Leticia consultado en http://singenerodedudas.com

Gotlib, Nádia Battella. Clarice. Una vida que se cuenta. 1ª ed. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007.

Lispector, Clarice. La pasión según G. H. El Aleph Editores. 1ra. edición, 2000. Barcelona, España.

___. Cuentos reunidos. Madrid, Ediciones Siruela, 2008.

___. Revelación de un mundo. 1ª ed. 3ª reimp. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008.

___. Un soplo de vida. (Pulsaciones) 5ª edición. Madrid, Ediciones Siruela, 2008.

___. La hora de la estrella. 5ª ed. (6º edición en ES). Madrid, Ediciones Siruela, 2009.

___. Queridas mías. Madrid, Ediciones Siruela, 2010.

___. Cerca del corazón salvaje. Madrid, Ediciones Siruela, 2012.

Pinkola Estés, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos: mitos y relatos del arquetipo de la Mujer Salvaje. Ediciones B, 2001. Barcelona (España)

Strucchi, Emilce. El cuerpo: ese experto en creatividad. (Artículo inédito, 2008)

___. El canto de la mujer salvaje. (Artículo inédito, 2009)

___. “La escritura del cuerpo recuperado en Clarice Lispector. Una perspectiva psicológico-literaria”. En revista Triplov de Artes, Religiões e Ciências. Nova Série, 2010, n° 2.

___. Vivir duele. Clarice Lispector. Una mirada desde la ciencia actual. Buenos Aires: Ediciones Godot, 2014 (2ª. Edición revisada, 2018/9)

 


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