1. Surrealismo y revolución
La dialéctica materialista, o el materialismo histórico, como teoría del conocimiento
del marxismo, nace con Hegel envuelta en nubes idealistas que rompe Marx para una
teoría clara a todos los fenómenos históricos que sirven de fundamento al socialismo
científico. Así, dentro de la civilización burguesa, se desarrolla una nueva teoría
económica –ante y frente a ella–, cuyo empuje crítico no puede resistir un sistema
que ya se había planteado, consigo mismo, problemas fundamentales irresolubles:
superproducción, acumulación y obreros parados.
La dialéctica materialista adquiere nueva significación
después de haber recorrido felizmente aun a riesgo de perderse en el laberinto de
las teorías de Feuerbach de la inefable orilla tranquila de Hegel a la agitada y
racional de Marx.
El socialismo científico rompe con un pasado de caos
y desintegración dando a la humanidad el contenido integral de una nueva cultura.
Hegel, racionalista, sometido a la disciplina lógica
de su sistema, aun a pesar de ser profundamente sensible a la estética, en su ascensión
hacia lo absoluto, encontró que el arte había quedado rezagado, impotente para alcanzar
la categoría del pensamiento y la reflexión modernos: los intereses materiales y
políticos: el arte, en su más alto destino,
es y sigue siendo un pasado para nosotros. En cierta forma Hegel rompe de una
manera indirecta con el concepto de que el
arte debe vencer a la naturaleza con la forma.
Más tarde, Schleiermacher, no conforme con sus antecesores,
incluye el arte en el apartado de su filosofía correspondiente a la ética: filosofía
del espíritu (psicología), dando valor estético a las imágenes producidas durante
el estado de sueño. Schleiermacher coloca ya la estética en su verdadero camino,
valorador de la única fuente positiva del arte: la subconsciencia.
(Existe, además
de la conciencia clara, la conciencia marginal (o de penumbra) y más allá de esta
aún, la conciencia subliminal, conciencia misteriosa y oscura de la que emerge,
en la conciencia clara, nuestro mejor yo. De esta conciencia nacen las inspiraciones
del artista, las visiones a distancia de la telepatía, así como los fenómenos de
la vida religiosa mental. Lo mejor de nosotros es lo inconsciente; lo consciente
representa solo un residuo sin importancia de la evolución.) Rieles del surrealismo.
Pero Schleiermacher, atado aún a los viejos principios,
termina reconociendo que el sueño es un proceso caótico, sin estabilidad, orden,
conexión y medida. Entonces el arte pone freno a la espontánea expresión del subconsciente,
y es en el freno en lo que se diferencia del surrealismo. El surrealismo no tiene
miedo en apartarse del arte porque entonces cae dentro del campo de la experimentación,
de la ciencia, y de esta manera es de la que va a servir más y mejor al materialismo
científico, como documental para la estructuración de la nueva cultura.
Después de 1917, en que Apollinaire encuentra justa
etiqueta para la libre expresión del subconsciente, comienza una lucha interna,
lucha de ideas para encontrar el verdadero camino de la nueva tendencia, que descubre
por fin André Breton y aclara más tarde Aragon diciendo que es el método del conocimiento del mecanismo real del pensamiento, y de las relaciones reales de la expresión, y las relaciones verídicas
del pensamiento expresado y del mundo sobre el que la obra verdaderamente.
Entonces es cuando surge un horizonte nuevo para el
surrealismo y cuando adquiere valor de dato científico a confrontar en su día con
la cultura proletaria.
Embarcados ya definitivamente en estas definiciones
traicionan su origen burgués (que no niegan) y asisten en 1930, Jorge Sadoul y Aragon,
en representación del grupo surrealista revolucionario francés, al congreso de Kharkov
siendo el único grupo de artistas revolucionarios –habiendo quedado exclusivamente
los Remy, Istrati y Barbousse– que ingresó oficialmente como grupo revolucionario
al servicio y para la defensa del partido comunista francés.
El surrealismo rompe violentamente con todo lo que
se opone a la natural expansión del subconsciente, rompe con las formas de la misma
manera que el impresionismo había roto con los colores. (En pintura, el surrealismo
es a la forma lo que el impresionismo es al color.) Los impresionistas corroen con
luz los objetos de la misma manera que los surrealistas destruyen los cuadros clásicos
con vitriolo.
En el amanecer verde del primer día, comienza la estructuración
entre viejos escombros, de un mundo alegre y joven, un mundo a la medida –justo,
exacto–, para una humanidad mejor.
Antes de este momento nada. Nada que tenga un valor
verdaderamente nuevo. No más hablar de un falso arte proletario. Todo lo más arte
al servicio de la revolución, de la destrucción. Lo único que puede tener valor
constructivo, a pesar de su aparente valor destructivo, es el surrealismo. Él no
pretende ser la justa expresión proletaria –como se ha pretendido ya disparatadamente
en literatura– sino una de las primeras piedras que pueden aprovecharse en la ordenación
de la nueva estructuración.
Los países capitalistas en época de guerra lo sacrifican
todo a la guerra: sus pensamientos mejores al ejercicio de la destrucción del enemigo.
Los proletarios del mundo estamos en constante lucha
por la implantación de nuestros principios, para la destrucción de un sistema cansado.
¡Cómo no vamos a sacrificarlo también todo por el éxito de nuestras ideas! Después,
cuando el mundo se afiance en nuevos cimientos, ya desaparecidas las luchas y las
clases, sin proletarios ni burgueses, en ese día primero de un mundo mejor; comenzará
la preparación cultural nueva que llegado cierto nivel creará su arte y sus artistas,
y el artista a su vez creará su pueblo, y en esta justa correspondencia alcanzará
la cultura su ciclo más alto.
Gaceta
de Arte # 9, octubre de 1932
2. Psicogeología del surrealismo
A1 principio, descolgados por fenómenos hipnóticos encontrados, intentábase
equivocadamente bucear en las turbias corrientes del subconsciente, esquivas a toda
captura. Luego más expertos en procedimientos, los nuevos geómetras apuntalando
y midiendo los nuevos subterráneos caminos de los viejos países del espíritu.
Así, en el campo de la ciencia, iban precipitándose
en terreno psicoanalítico, prodigiosamente, una carrera en que al terminar la primera
vuelta –sin desarrollar aún los músculos primeros– había ya un segundo corredor
dispuesto a continuarla –portador de bastantes experiencias– y hasta un tercero
–conocedor de todos los obstáculos, ejercitando los músculos mejores–. Atropellando
sistemas y academias, rompiendo el silencio que imponía a la ciencia una moral estúpida,
se iban sucediendo Mesmer, Charcot, Freud…
Con Freud comienza el más sencillo procedimiento de
análisis psíquico: la interpretación de los sueños. Durante el sueño, el subconsciente
va proyectando las infinitas impresiones almacenadas, oscuras aguas estancadas en
profundas alcantarillas del olvido, en imágenes incomprensibles –sin colores, entonada
en la sola escala que va del blanco al negro, como el cine– que es necesario interpretar,
en la oscuridad de la noche, ante los infinitos silenciosos espectadores, en la
negra pantalla del sueño, las escenas cruzadas, yuxtapuestas, enlazadas desesperadamente,
transparentándose unas sobre otras las representaciones de un yo reprimido, estrangulado,
inflexiblemente por la consciencia.
Hay dos maneras reales de discurrir en la vida, dos
caminos paralelos: países de la consciencia y de la subconsciencia, de tal manera
que no se sabe cuándo se pierde uno para continuar el otro, como cuando en el zafir doble, pez querube, el cuerpo
ya no se sabe si resbala en las profundidades o si en el denso azul del cielo sube
a atracar en la arena o en la nube.
Es tan inmenso el campo del espíritu que todos los
que discurren por él se han encontrado de pronto ante paisajes completamente desconocidos,
tan vastos que son impotentes para captarlos. El terror enorme ante tanta inmensidad
ha hecho que los psicólogos se hayan siempre aferrado desesperadamente a la tabla
de sus pequeños sistemas. Freud se vio, cuando menos lo pensaba, envuelto en el
enorme mundo del sexo, sin poder otear sus linderos, un mundo inexplorado, ausente
en toda carta científica, en el norte de sus investigaciones, Navegando por él,
sujeto al análisis, fue capaz de soportar toda su teoría llegando hasta aquel extremo
cínico (para los académicos) en que se demuestra que el hombre desde su prehistoria
viene envuelto en el estigma profundo de la libido.
Dalí, Miró y Max Ernst traen un enorme documental de
sus respectivas investigaciones subterráneas. Breton, Aragon, Tzara, Éluard (la
poesía se ha introducido siempre por todos los resquicios de la ciencia) las anotaciones
interiores más interesantes. Pero todo ya –y aquí estriba el talento del movimiento
surrealista francés– impulsado en una determinada dirección, conectado al concepto
materialista de la historia, a la teoría del conocimiento del marxismo. André Breton,
el más caracterizado dentro del movimiento surrealista francés, autor de los manifiestos
surrealistas publicados en 1929 y 1930, marca una ruta completamente definida de
la expresión del surrealismo. Ha publicado desde su primer libro, en 1919, Mont de piété, hasta este ahora, en 1932,
Les vases communicants, una colección
de obras inmejorables alrededor del mismo tema.
Ante los diferentes horizontes de su teoría, Breton
va en este libro desde Nadja a la revolución
y marca un camino hacia el porvenir, estudia el devenir de la nueva teoría, su yuxtaposición
con Freud y el mundo sexual, así como con la dialéctica materialista que va de Hegel
a Marx, también el amor en la revolución, pero, además de estudiar en su obra el
pretérito y futuro del surrealismo, nos da una perfecta obra de creación lírica,
como material precioso donde trabajar su personalidad.
Este libro, por los innumerables paisajes que descubre,
merece ser inspeccionado y estudiado en todas sus esquinas.
Es Paul Éluard el primer poeta surrealista francés,
el que más profundamente ha podido penetrar por los resquicios del consciente a
las profundidades abrasadoras del subconsciente, el que ha logrado dentro de su
modalidad sacar más limpiamente las imágenes, eliminando todo lo vulgar e innecesario,
con una delicadísima expresión, con una sencillez grande: exactamente como dos gotas
de agua.
El surrealismo debe mucho a Paul Éluard, pero cuánto
no debe Paul Éluard al surrealismo, aunque bien difícil es pensar en Paul Éluard
sin el surrealismo y en el surrealismo sin Paul Éluard.
Gaceta de Arte # 13, marzo de 1933.
3. ¿Qué es el Surrealismo?
Hasta ahora –hasta entonces: la primera palabra definidora del nuevo concepto,
hasta el primer manifiesto surrealista de 1924– todo el arte venía contendiendo
dialécticamente –lo que tiene de prejuicio el arte– entre el fondo y la forma, sin
poder alcanzar una síntesis salvadora. Sobre el riel demasiado fácil de lo acostumbrado
discurría perezosamente la crítica artística, sobre lo más insustancial y desvaído
–ahora y siempre– porque toda costumbre acaba con la personalidad y clama necesariamente
por la anarquía liberadora, y la anarquía por un nuevo orden.
En el precipitado carrusel del arte de posguerra iban
las tendencias más encontradas girando vertiginosamente, las ideas más individuales
esparciéndose por el espacio, en vuelo sin motor, incomprendido; las más colectivas,
haciendo escuela, luchando impetuosamente por alcanzar el centro; por sobre todas,
como cumbre del caos, se centraba graciosamente el dadaísmo.
Nace, pues, el surrealismo de una necesidad grande
revolucionaria de destrucción que arruinará definitivamente los conceptos familia,
patria, religión. Necesidad apremiante para poder construir el espíritu de la moderna
juventud. Romper con todos los prejuicios de una civilización caduca; desescombrar
a la humanidad de una cultura gastada; desacreditarla, arrastrar por las calles
las galas de la burguesía. Porque para el surrealismo no hay más realidad que la
realidad interior, la verdadera expresión personal libre de toda conveniencia social,
de todo control razonado, de toda dictadura moral.
Algo ha escapado siempre en nosotros a la censura.
De los terrenos subconscientes, los globos cautivos de los deseos reprimidos aflorando
en campos conscientes, desvirtuados por extrañas asociaciones. Algo que nos avergüenza
y que ha venido a ser la única expresión de verdadero valor personal. Los psicólogos
haciendo una labor policía descubriendo nuevos napoleones del espíritu:
Swift
es surrealista en malicia.
Sade
es surrealista en sadismo.
Chateaubriand
es surrealista en exoticismo.
Constant
es surrealista en política.
Debordes-Valdemore
es surrealista en el amor.
Bertrand
es surrealista en el pasado.
Rabbe
es surrealista en la muerte.
Poe
es surrealista en la aventura.
Baudelaire
es surrealista en moralidad.
Mallarmé
es surrealista en confidencia etc.
Por la puerta entreabierta de la ciencia –de la psicología,
de la magia– se introdujo el surrealismo –que daba vueltas desprovisto ele todo
valor científico en tiempo de dadá en
campos inexplorados. En las subterráneas aguas de la mente, país del subconsciente,
reino del sexo, Freud vino a apuntalar el mejor lado del surrealismo, como la dialéctica
materialista vino a darle movimiento y continuidad, ratificando su valor revolucionario
y su entronque, como documental psíquico, en la obra del socialismo científico.
Nada es bello o feo, bueno o malo. Cuando más sujeto
a una teoría se encuentra convenientemente clasificado todo lo bueno, surge otra
que eleva a más alto plano lo malo hundiendo en la nada todo lo anteriormente bueno.
Y así sucesivamente. Todo depende del modo de ir enhebrando en una teoría los fenómenos
artísticos, que por otra parte nada más esquivo a una rígida clasificación.
En una obra de arte hay que valorar lo que tiene de
perfección, pero no hay que olvidar que toda obra lleva en sí el estigma de su época,
y más aún, la intención, movimiento de voluntad, del artista, ele lo que la obra
de arte no ha podido separarse nunca aun en los periodos de mayor independencia.
El surrealismo es portador de una teoría fundamental lógica que ordena los mejores
conceptos. Y aún en el caso de que confunda el arte con la ciencia como exponente
psíquico, Taine confunde el arte con las ciencias
naturales; los veristas franceses lo barajan con la observación histórica documentada;
el formalismo de los herbatzianos confunde el arte con las matemáticas etc.
El artista surrealista deja libre paso a la espontánea
expresión del subconsciente haciendo de médium de sí mismo, atrapando desde las
más altas ventanas los más bajos paisajes del espíritu. Paisajes entrecruzados,
asociados a las más insospechadas escenas, abarrotando a veces desmesuradamente
el cuadro (como ocurre frecuentemente en las obras de Dalí) o consiguiendo paisajes
de una delicada sencillez (característica principal de Miró).
(Óscar Domínguez, pintor surrealista, que expone del
4 al 15 de este mes en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife, consigue un equilibrio
entre estos dos diferentes modos, con expresiones sinceras de un alto valor documental,
sin la perfección en pequeños detalles de los cuadros de Dalí, pero todos perfectamente
entonados y felizmente logrados. Óscar Domínguez, de un valor surrealista integral,
es la mejor promesa de las Islas.)
Porque no es ni más ni menos artista un artista porque
tenga más o menos aprendizaje. Ni construya de esta u otra manera. Porque el arte
es así y de otro modo.
Ante un cuadro hay que situarse, completamente solo,
del mismo modo que el primer hombre el primer día ante la naturaleza. Con una ligereza
tal que pueda parecer absurdo lo más natural y que pueda, en un momento dado, hacer
algo antinatural que venga a ser la cosa más natural del mundo: como el primer hombre
al aislarnos en estrechos límites de pecaminosidad.
El arte no se logra discurriendo trabajosamente una
horizontal estúpida, académica, sino que cae sin saber cómo a manera de gracia sobre
el artista, verticalmente. De la misma manera que aquella tarde de abril caía sobre
Salinas –tan gracia inesperada, tan dádiva caída, sola, porque ella quiso– sin creer
que fuera, para él, la alegría.
La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 10 de mayo de 1933.
La juventud –la última juventud– de entonces regresaba de los campos de batalla.
En el frente, entre escombros, quedaron amontonados los prejuicios, los conceptos
más firmes –aquellos que habían tenido fuerza suficiente para arrastrarles– envueltos
en desengaño y asco. Fue entonces, en 1919, cuando comienzan a destacarse en un
fondo de ruinas las figuras de las primeras vanguardias, de aquellas vanguardias
que afloraron en campos literarios, primero –época de manifiestos combativos–, y,
más tarde, en todos los aparcelados terrenos del arte. El entonces afortunado término
vanguardia –que vino más tarde a menos
y por último a extinguir– cubría todos los audaces movimientos artísticos. Tantos
y de tan dispares intenciones que el arribismo vino a adulterarlo hasta el extremo
de llegar a desvirtuar todo movimiento realmente joven.
Entonces, Documents
internationaux de l’Esplit Nouveau llegó a clasificar dieciséis ismos (futurismo, expresionismo, cubismo,
ultraísmo, dadaísmo, purismo, constructivismo, neoplasticismo, abstractivismo, babelismo,
zenitismo, simultaneísmo, suprematismo, primitivismo, panlirismo, superrealismo)
y a precisar que todos ellos valen un solo espíritu nuevo mundial: descentralización.
Los ismos
más firmes, los más dentro de la época, aquellos que habían abandonado el concepto
del arte por el arte, avanzaban prodigiosamente. Algunos enrolados en las ideas
políticas más avanzadas –o más reaccionarias llegaban por último a perderse en fórmulas
ideológicas, rígidas, donde la flexibilidad del arte había agotado ya todas sus
posibilidades. Otras, renegando de su escandaloso origen, iban replegando a campos
abstractos, descolgando disimuladamente sus etiquetas.
De todos los ismos
el más audaz, el único que supo recoger todo el espíritu combativo de nuestro tiempo,
el que enrolándose al marxismo supo conservar su independencia, fue el movimiento
surrealista francés. Movimiento revolucionario, antiburgués. La única expresión
joven que ha encajado perfectamente en la tercera internacional, como arte al servicio
de la revolución. (Congreso de Kharkov en 1930.)
El surrealismo –firme en las teorías más audaces y
más serias– es el campo de experimentación más inmenso que ha podido encontrar el
socialismo científico como documental real –sin trucos– de la libre expresión del
subconsciente. El surrealismo, como forma artística documental, va contra los estrechos
límites de lo regional, de lo nacional, hacia un internacionalismo. Más aún, hacia
un universalismo. Es la tendencia amplia que abarca desde los más abstractos cuadros
de Miró y Klee hasta los más objetivos de Dalí.
En estos mares, por las turbias aguas de la psiquis,
navegando entre los altos complejos sexuales –puerta entreabierta de la teoría freudiana–
va Óscar Domínguez, pintor joven, surrealista, una de las más altas esperanzas de
la isla.
La pintura de Óscar Domínguez responde a los elementos
y exigentes principios surrealistas. En sus cuadros consigue tonalidades y transparencias
insospechadas. Desde las más ocultas esquinas, las formas más audaces ensamblándose
prodigiosamente. Formas sexuales deformadas por una fantasía exuberante. Figuras
alargadas; fondos tenebrosos.
Los cuadros de Óscar Domínguez (colgados en el segundo
salón del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, del 5 al 15 de este mes) –más sobrios
que los de Dalí– silenciosos, fríos, como puñales, en el pecho de todos los espectadores.
La Tarde, Santa Cruz de Tenerife, 17 de mayo de 1933.
5. Aureola y estigma del Surrealismo
En París, en la Galería de Pierre Calle, se ha celebrado recientemente una exposición
con lo más auténtico y representativo plásticamente del movimiento surrealista francés,
de ese movimiento surrealista al servicio de la revolución, animado por dos elementos
de un valor indudable como André Breton y Paul Éluard. En ella figuraban esculturas
de Miró, Arp, Dalí y Giacometti; objetos surrealistas de André Breton, Man Ray,
Max Ernst, Yves Tanguy y Salvador Dalí; cuadros de Hugo, Tanguy, Ernst, Dalí, Duchaux
y otros.
Esta exposición de ahora no tuvo aquel efecto explosivo
de la de 1930 cuando los camelots du roi
irrumpieron violentamente en la sala donde se proyectaba L’Age d’or destrozando todos los cuadros que se exponían en el vestíbulo.
Y hay quien ha señalado que la virtud del surrealismo está en estas manifestaciones
explosivas y que cuando la explosión no se produce es porque ya es cosa pasada y
no tiene razón de ser. Y es esto un error, porque ahora que el surrealismo discurre
sobre verdaderos rieles, sin oposición casi, por senderos conocidos, con todas sus
estampas ordenadas, es cuando se vislumbra claramente su verdadero mañana. Es necesario
hacer seriamente un balance de todo aquel pasado caótico del surrealismo, y más
que del pasado caótico del surrealismo, de la mala literatura y peor crítica que
bajo y sobre el surrealismo se ha hecho por quienes no han sabido separar el surrealismo
de la explosión dadaísta y ven en aquel una continuación de esta, una expresión
insincera y falta de sentido, dando un enorme salto de lo que tiene ya rango científico
al camelo organizado.
Ocurre también con frecuencia en la débil inteligencia
crítica (mejor, inteligencia vivaz), fácil a nuevos rumbos de insospechados nortes,
afanosos por ensayar nuevos itinerarios, el que las manifestaciones surrealistas
sean confundidas con las aportaciones plásticas simbólicas típicas de los esquizofrénicos,
descubriendo en campos de introversión, atravesando enormes océanos patológicos,
verdaderas américas del espíritu. Como siempre, los artistas y los críticos de arte
en el centro del laberinto viendo imaginarias puertas. Jugando al escondite en las
arcadas al fondo de la explanada de cualquier cuadro de Chirico. De las arcadas
dentro o fuera del cuadro. Aún a doscientos kilómetros de un lado cualquiera. Porque
todo cuadro tiene sus arcadas donde infaliblemente juegan el artista y el crítico,
y sus explanadas para ensayar carreras de caballos donde ganar la vez. El éxito
está de parte de quien llegue primero al campo contrario. Porque si el crítico entra
primero en el campo del artista sus conceptos formarán conciencia de este y será
un eterno seguidor suyo. Picasso, Napoleón antes de Waterloo, campeón de los cien
metros en todos los campos, al frente de un batallón de críticos defraudados, seguidores
y perseguidores.
El surrealismo haciendo veredas en el fango hacia una
cloaca de inmundicias hizo distraer la mirada de preciosos paisajes exteriores (de
aquellos paisajes dulces de los violados atardeceres, del azul pálido de los cielos
esmaltados, de las fotografías iluminadas, de los cielos congelados de ángeles en
paracaídas, del oro de los galeones, de los poemas inflamados, de los títulos y
diplomas en anchos marcos, de los pesados consejos familiares) para hacerla discurrir
vertiginosamente por el tobogán de los más retorcidos pensamientos.
Al principio el movimiento dadaísta fue la voz sin
sentido que hizo asomar a los más altos ventanales las más altas conciencias, aquellas
que más tarde habían de precipitarse en el expresionismo: abandono de lo exterior
objetivo hacia lo interior subjetivo. Y es tan inevitable el camino interior que
ya no queda quien seriamente centrado en nuestra época –envuelto en sus problemas,
en los graves problemas a lomo de lo económico– deje de llevar en su bolsillo la
inevitable íntima estampa surrealista. Porque nuestras excavaciones nos llevaron
a aquellas subterráneas alcantarillas –tan profundamente enterradas por nosotros
mismos en otros tiempos– de las que hemos extraído estas inmundicias que hoy paseamos
con orgullo.
Un cuadro es algo real, temporal, un pensar realizado.
Una copia de la naturaleza puede ser realizada en cualquier momento por cualquier
artista con igual realización técnica. Es lo que se acostumbra llamar arte naturalista,
pero el naturalismo completo no es ningún
arte, porque no hay en él ninguna solución a las necesidades no colmadas de la vida.
La fotografía en colores puede despertar recuerdos agradables, pero el arte no es
eso (Pfister). Una aportación subconsciente, realizada plásticamente, no se
puede repetir ni aun pretendiendo realizarla el mismo artista un momento después
de haber terminado un cuadro, porque en el transcurso de la realización –a pesar
suyo– va asociando los objetos más insospechados. En realidad, ningún artista surrealista
produce un cuadro, sino que en un momento determinado está el cuadro ahí –o lo esencial
del cuadro, una vez aportado un objeto estímulo–y él no hace más que aprehender
lo que ya está, extraerlo sin que pierda al salir por la intrincada red de los pensamientos
lo esencial, es decir, lo que puede tener de más valor el cuadro.
Las exposiciones, publicaciones y otras manifestaciones
surrealistas van marcando un paso seguro de ascensión, construyendo, por una clara
pista que van señalando Breton, Aragon y Éluard.
Breton y Aragon, con una inteligencia ordenada, puesta
la vista fija en el fin de sus concepciones, saltando los pequeños encuentros de
fáciles teorizantes; Éluard y Crevel, con una inteligencia crítica marchando a contrapunto
con todas las manifestaciones surrealistas, apuntalando las verdaderas conquistas;
Dalí, Miró, Tzara, Tanguy, Hugo, Ernst y Duchaux, con inteligencia vivaz, aprehendiendo
rápidamente –pero sin superficialidad– todas las diferentes representaciones subconscientes.
Así, organizado de esta manera, marcha hacia un frente
de pacotilla de museo y falsos conceptos esta tropa única de avanzada sobre el caos
de esta generación destrozada. De los 16 ismos, de la desintegración, de los pueblos
triturados, sale este batallón rojo con una fe tan grande en sus principios, en
el olear de un horizonte claro, que las más aparente ordenadas tendencias no significan
nada frente a la acción integral de esta nueva corriente surrealista.
Gaceta de Arte # 19, septiembre de 1933.
DOMINGO LÓPEZ TORRES (Espanha, 1907-1937). Poeta, ensaísta e artista plástico, que desempenhou um grande papel no desenvolvimento do intelectualismo revolucionário nas Ilhas Canárias. Publicou artigos incendiários em várias publicações trabalhistas, como La Tarde e Gaceta del Arte. Muitos dos seus escritos ligavam o Surrealismo ao marxismo. Em 1930, fundou a revista cultural, ideológica e política Cartones . Em 1935, abriu uma livraria-tabacaria que se tornou um ponto de encontro da extrema esquerda da elite política e literária canária. Além de sua poesia, onde cabe destacar a importância de Lo imprevisto, livro que situa seu autor entre os poetas mais notáveis da geração, López Torres também deixou inúmeros ensaios, que pretendia publicar sob o título de Surrealismo, o que acabou não sendo possível. Em um desses escritos situou o artista surrealista como alguém que deja libre paso a la espontánea expresión del subconsciente haciendo de médium de sí mismo, atrapando desde las más altas ventanas los más bajos paisajes del espíritu. Em 1937 seu corpo foi lançado ao mar dentro de um saco, como resultado de um dos momentos mais abjetos do regime de Franco.
FRANKLIN CASCAES (Brasil, 1908-1983). Folclorista, ceramista, antropólogo, gravurista e escritor. Dedicou sua vida ao estudo da cultura açoriana na Ilha de Santa Catarina e região, incluindo aspectos folclóricos, culturais, suas lendas e superstições. Usou uma linguagem fonética para retratar a fala do povo no cotidiano. Seu trabalho somente passou a ser divulgado em 1974, quando tinha 66 anos. A Universidade Federal de Santa Catarina mantém um arquivo com a obra de Cascaes, aproximadamente 4.000 peças em cerâmica, madeira, cestaria, gesso, gravuras em nanquim e desenhos a lápis, além de um razoável conjunto de escritos que envolvem lendas, contos, crônicas e cartas, todos resultados do trabalho de 30 anos do escritor junto a população ilhoa coletando depoimentos, histórias e estórias místicas em torno das bruxas, herança cultural açoriana. Por sugestão de Elys Regina Zils, Franklin Cascaes é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 261 | junho de 2025
Artista convidado: Franklin Cascaes (Brasil, 1908-1983)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com










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