Si bien comencé
a escribir a temprana edad, no fue hasta la publicación, en 2007, de mi primer libro,
Fragmentos de la memoria. Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980),
que asumo la escritura con conciencia de escritora. Fragmentos surgió de una necesidad muy profunda e íntima: la de sanar
una experiencia de dolor extremo, los cinco años de cautiverio y sus imborrables
cicatrices. Desde que recuperé la libertad, la cárcel me acompañaba de manera casi
permanente, venía a mí en forma de pesadillas o de recuerdos angustiosos persistentes.
Escribir mis memorias de la prisión fue un acto reparador, un proceso terapéutico
y concientizador. A medida que sanaba heridas –las que en realidad nunca sanan del
todo, quedan como marcas hondas grabadas a fuego en la memoria– con el tiempo, y
a través del acto escritural, fui viéndolas con mirada nueva, logré ubicarlas en
el momento histórico y en el espacio colectivo. Cuando una se despega de la situación
y experiencia egoica, y logra sentirse hermanada en el dolor a lxs que padecieron
y padecen los mismos males sociales, difícilmente abandona la escritura. Para mí
la escritura es quehacer de compromiso con la historia al que me obligan los dolores ajenos, en palabras
de Juan Gelman. No solo me permite sanar heridas propias, sino crecer en conciencia
y contribuir a la sanación del cuerpo social, igualmente afectado y enfermo.
¿Cuál fue la experiencia límite que logré sanar, aunque no completamente, gracias
al poder de la escritura? Me permito narrarla en las páginas que siguen y ubicarla
en el momento histórico en que se enmarcan los años de persecución y el cautiverio.
La participación
de las mujeres como militantes y activistas políticas en las décadas del sesenta
y setenta fue un rasgo distintivo de las luchas de liberación en Latinoamérica.
La respuesta del sistema patriarcal falogocéntrico al poder cuestionador y desestabilizante
de los grupos marginados fue instaurar una pedagogía
de la crueldad, en palabras de la antropóloga argentina Rita Segato. Por esta
razón, las mujeres fuimos perseguidas, torturadas, tomadas como rehenes, desaparecidas
y/o asesinadas. Sobre el cuerpo de la mujer vejada el patriarcado exhibe las marcas de la pertenencia. Sus
cuerpos, nuestros cuerpos son el territorio conquistado.
En ese contexto
social y político se enmarca mi experiencia de mujer militante, activista sindical
y prisionera política durante la última dictadura cívico-militar-financiera, la
que diezmó Argentina entre los años 1976–1983. Formo parte de una generación de jóvenes abocada a la lucha
por cambios estructurales. La época se nutre con la filosofía de la educación liberadora
de Paulo Freire y del discurso de la Teología
de la Liberación. En ambos movimientos, particularmente en la filosofía educativa
de Freire, encuentro el fundamento de mi labor como educadora en la escuela parroquial
donde me desempeñaba como maestra de primaria. Asimismo, aplico las ideas freirianas
en la villa miseria próxima a mi barrio, donde trabajaba, voluntariamente, como
alfabetizadora de mujeres y niños. En la escuela, como en la villa miseria, trabajé
junto a sacerdotes que proponían la prédica del Evangelio ligada a las necesidades
de lxs pobres. El sueño de enseñar a leer y escribir a los menos afortunados, el
que Evita Perón me inspirara en la infancia y adolescencia, se materializaba ahora
bajo la propuesta iluminadora de Paulo Freire y su pedagogía de los sueños posibles.
Por tener sueños y por defenderlos me encarcelaron, me confinaron, casi desnuda, a habitar
espacios restringidos, sin libros, sin lápices ni cuadernos. Estuve un año recluida
en una cárcel semiclandestina de Rosario, ciudad de la que soy originaria; y cuatro
años en la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires. La convicción en la justeza
de nuestra lucha y el apoyo moral e incondicional de las mujeres con las que compartí
el cautiverio fueron los pilares sobre los que me sostuve y resistí al plan de aniquilamiento
al que nos sometieron militares y carceleros. La imaginación y la memoria fueron
mis armas de combate, espacios a los que jamás accedieron mis captores. Trepada a la ventanita
de la celda donde me mantenían recluida, canté en silencio, y a veces a viva voz,
las canciones poéticas de Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez, en cuyos versos
encontré soporte, deleite y la razón de mi lucha. Me repetía una y tantas veces,
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Me sentía acompañada por el poeta de Orihuela, y con él declamaba la elegía a Ramón
Sijé, y en su nombre canté y lloré a todxs mis muertxs y desaparecidxs. Y con Silvio
entregué una canción, como un disparo, /
como un libro, una palabra, / una guerrilla / como doy el amor.
Convivir durante cinco años, día a día con la muerte, me
llevó a abrazar aun más la vida. Como un recordatorio venían a mí las palabras del
poeta turco, Tu más serio quehacer será vivir,
y si moría, pensaba como Nazim Hikmet, que moriría sabiendo que nada es más hermoso, más cierto que la vida.
La idea seductora de la muerte como escape de la realidad material y búsqueda de
Dios, ya no me inspiraba ni me movía como en la adolescencia y juventud primera.
No es chacota la vida. / –me repetía–. La tomarás en serio,
/ –nos repetíamos– / pero en serio a tal
punto / que, puesto contra un muro, por ejemplo, / con las manos atadas, […] / tú
morirás porque vivan los hombres, / aun aquellos hombres / cuyo rostro ni siquiera conoces. Solía recitar estos versos cuando me encontraba sola
y aislada, o escribir con una hebilla del cabello o cualquier objeto que sirviera
para dejar impresos los versos en las paredes de la celda. Si alguna vez desprecié
la vida por ir en busca de la otra, la sublime, ahora me aferraba a ella, la necesitaba,
al menos para decir, para gritar, para denunciar tanta injusticia, tanta rabia y
dolor contenidos, tanta vida arrebatada.
Me montaron en un avión y partí.
Era mi primer viaje aéreo. El del trasladado de la cárcel de Rosario a la de Buenos
Aires no lo considero viaje sino vuelo de terror. Iba nerviosa, entre sorprendida
y desconfiada ante las atenciones y las sonrisas de las azafatas, invadida de imágenes
y emociones disociadas. Deseaba llegar, encontrarme con compañerxs, conocer otra
gente, otro ambiente, otra cultura. A la vez, anhelaba el regreso, aunque difícil
de emprender. A la dictadura le restaban años de poder, si bien cada vez más debilitado.
No podía mirar atrás, pero hubiese querido trazar en el aire un camino imaginario
que me retornara al origen. Así viví los primeros años, en el borde, entre las ciudades
que temporalmente me acogían, Oakland y Nueva York, y el sur, el que siempre fue
mi norte. Por eso andaba ligera de equipaje, lista para partir, como imagino habrán
vivido tantos seres quienes, en distintos lugares y tiempos, fueron condenadxs al
destierro. Los versos que el poeta y dramaturgo Bertold Brecht se repetía, No pongas ningún clavo en la pared / y tira tu abrigo
en el diván. /No hagas planes para más de cuatro días, / mañana mismo estarás de
regreso, podrían haber sido mis propios versos.
Con el tiempo,
el sueño del retorno se fue desvaneciendo. Atrapada en una nueva realidad en la
que me tocó reinventarme y rearmarme para sobrevivir, fui dándole cabida a otros
sueños. Estos sueños no me alejaban del origen, sino que, como un cordón umbilical,
me ligaban a la tierra a través del poder mágico y redentor del arte y la escritura.
Cuando se ha experimentado
cualquier tipo de desarraigo se carga una herida, la del golpe y el tajo propinado
por la mano que lo arrancó de un lugar fijo, estable –el hogar, la tierra, el mundo
familiar, el que se concibe y guarda como espacio propio. Entonces, como acertadamente
afirma Judith Buttler, hay que reinventar otras
formas de refugio que no dependan de una falsa idea de hogar como hogar seguro.
Y ese nuevo hogar es el lenguaje. El lenguaje es mi refugio, lugar en el que no
tienen cabida mis captores ni los que viven al acecho para seguir cercenando mi
carne amputada. Instalada en ese espacio, la
casa donde mora el ser, para decirlo en palabras del filósofo Martin Heidegger,
y, como “pastora” que habita esa morada, resignifico la lengua hasta encontrar y
nombrar la palabra justa y precisa, la que contiene la emoción que me desborda y
traduce la idea.
Para habitar ese espacio, morada del ser, se necesita
acallar todas las voces. En el silencio, el lenguaje me habla, es donde puedo hundir
la pala de la palabra, llegar a la raíz del dolor, contemplar y revivir los desgarros
de la carne y el alma, y transformarlo en arte, en poesía. Para lograrlo, además
de valor, tuve que atreverme a abrazar la libertad; libertad para nombrar, para
develar, para restañar heridas; libertad y arrojo para restaurarme y habitar la
nueva casa. La poesía, además de ser mi casa, me abre la puerta a nuevos universos
y me otorga el don de crear, de proclamar lo que podría llegar a ser, lo posible.
MARGARITA DRAGO (Argentina, 1946). Reside en Nueva York desde que salió de la cárcel, donde ejerce como profesora de Lengua y Literatura Hispanoamericana en York College (CUNY). Como exprisionera política y escritora ha participado en congresos, coloquios, ferias del libro y festivales de poesía en los Estados Unidos, Argentina, Perú, Brasil, México, Honduras, El Salvador, Guatemala, República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Canadá, España, Francia, Inglaterra y Rumania. Es autora de Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980) (Editorial Campana, 2007) –declarado de interés cultural por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina– y de la edición ampliada del mismo, Fragmentos de la memoria. Mi vida en dos batallas (Editorial Dunken, 2022); de la edición italiana Frammenti della memoria. La mia vita in due battaglie (Officine Pindariche Editore, 2023); de los poemarios: Con la memoria al ras de la garganta (Editorial Campana, 2013), Quedó la puerta abierta (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Hijas de los vuelos (Editorial El Mono Armado, 2016), Un gato de ojos grandes me mira fijamente (miCieloediciones, 2017), Heme aquí (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017), Con la memoria al ras de la garganta/Con la memoria stretta in gola (Associazione Culturale Agape, 2018 y Officine Editore, 2022), Sé vuelo (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2018); Un cuerpo que aún palpita (Editorial Novel Arte, 2023); Palabra ardiente (El Ángel Editor, 2023); del estudio académico Sor María de Jesús Tomelín (1579-1637), concepcionista poblana: La construcción fallida de una santa (Editorial Pliegos, 2019); Nosotras en libertad (Editorial Caravana, 2022). Es coautora de Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992), (UCA Editores, 2016). Es subdirectora de la revista semestral de literatura EntreTmas Revista Digital y curadora, junto a Juana M. Ramos, de Palabra-Imagen-Escena, un espacio artístico creado para la difusión de las creaciones de poetas, narradores, dramaturgos y artistas visuales que producen su obra en español en Nueva York. Sus poemas, relatos y ensayos han aparecido en antologías y publicaciones impresas y digitales en Estados Unidos, América Latina, España e Italia.
RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 262 | setembro de 2025
Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com










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