terça-feira, 16 de setembro de 2025

MARGARITA DRAGO | La escritura: punto de fuga

 


Escribo porque la vida, si bien me enamora, me duele. Escribo porque la soledad del acto me insta a confrontar mi universo interior; porque en el espacio textual me miro, me contemplo y, ante mi propio espejo, me interrogo, me armo, me desarmo, me defino. Escribo para conocerme y para conocer el mundo que me ha tocado habitar. La escritura es punto de fuga por donde mana el dolor de las pérdidas y el desarraigo, y, también, el bálsamo que lo amortigua.

Si bien comencé a escribir a temprana edad, no fue hasta la publicación, en 2007, de mi primer libro, Fragmentos de la memoria. Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980), que asumo la escritura con conciencia de escritora. Fragmentos surgió de una necesidad muy profunda e íntima: la de sanar una experiencia de dolor extremo, los cinco años de cautiverio y sus imborrables cicatrices. Desde que recuperé la libertad, la cárcel me acompañaba de manera casi permanente, venía a mí en forma de pesadillas o de recuerdos angustiosos persistentes. Escribir mis memorias de la prisión fue un acto reparador, un proceso terapéutico y concientizador. A medida que sanaba heridas –las que en realidad nunca sanan del todo, quedan como marcas hondas grabadas a fuego en la memoria– con el tiempo, y a través del acto escritural, fui viéndolas con mirada nueva, logré ubicarlas en el momento histórico y en el espacio colectivo. Cuando una se despega de la situación y experiencia egoica, y logra sentirse hermanada en el dolor a lxs que padecieron y padecen los mismos males sociales, difícilmente abandona la escritura. Para mí la escritura es quehacer de compromiso con la historia al que me obligan los dolores ajenos, en palabras de Juan Gelman. No solo me permite sanar heridas propias, sino crecer en conciencia y contribuir a la sanación del cuerpo social, igualmente afectado y enfermo.

¿Cuál fue la experiencia límite que logré sanar, aunque no completamente, gracias al poder de la escritura? Me permito narrarla en las páginas que siguen y ubicarla en el momento histórico en que se enmarcan los años de persecución y el cautiverio.

La participación de las mujeres como militantes y activistas políticas en las décadas del sesenta y setenta fue un rasgo distintivo de las luchas de liberación en Latinoamérica. La respuesta del sistema patriarcal falogocéntrico al poder cuestionador y desestabilizante de los grupos marginados fue instaurar una pedagogía de la crueldad, en palabras de la antropóloga argentina Rita Segato. Por esta razón, las mujeres fuimos perseguidas, torturadas, tomadas como rehenes, desaparecidas y/o asesinadas. Sobre el cuerpo de la mujer vejada el patriarcado exhibe las marcas de la pertenencia. Sus cuerpos, nuestros cuerpos son el territorio conquistado.

En ese contexto social y político se enmarca mi experiencia de mujer militante, activista sindical y prisionera política durante la última dictadura cívico-militar-financiera, la que diezmó Argentina entre los años 1976–1983. Formo parte de una generación de jóvenes abocada a la lucha por cambios estructurales. La época se nutre con la filosofía de la educación liberadora de Paulo Freire y del discurso de la Teología de la Liberación. En ambos movimientos, particularmente en la filosofía educativa de Freire, encuentro el fundamento de mi labor como educadora en la escuela parroquial donde me desempeñaba como maestra de primaria. Asimismo, aplico las ideas freirianas en la villa miseria próxima a mi barrio, donde trabajaba, voluntariamente, como alfabetizadora de mujeres y niños. En la escuela, como en la villa miseria, trabajé junto a sacerdotes que proponían la prédica del Evangelio ligada a las necesidades de lxs pobres. El sueño de enseñar a leer y escribir a los menos afortunados, el que Evita Perón me inspirara en la infancia y adolescencia, se materializaba ahora bajo la propuesta iluminadora de Paulo Freire y su pedagogía de los sueños posibles.


Convencida de que los ideales de cambios sociales se concretan en una praxis política, me uní a lxs jóvenes de mi generación, idealista, si se quiere romántica, que por ir en pos de la utopía se entregó a la lucha hasta dar la vida para alcanzar los sueños que proponía la pedagogía freiriana de la esperanza. Nunca hablo de la utopía como una imposibilidad […]. decía Freire. […] Por el contrario, hablo de la utopía como necesidad fundamental del ser humano… […] Mi discurso a favor de los sueños, de la libertad, de la democracia, es el discurso de quien se niega a acomodarse y no deja morir dentro de sí el gusto de ser humano […] (Freire, 2015). Esta declaración, tomada de un ensayo inédito del filósofo brasileño, resume el pensamiento de la generación a la que pertenezco.

Por tener sueños y por defenderlos me encarcelaron, me confinaron, casi desnuda, a habitar espacios restringidos, sin libros, sin lápices ni cuadernos. Estuve un año recluida en una cárcel semiclandestina de Rosario, ciudad de la que soy originaria; y cuatro años en la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires. La convicción en la justeza de nuestra lucha y el apoyo moral e incondicional de las mujeres con las que compartí el cautiverio fueron los pilares sobre los que me sostuve y resistí al plan de aniquilamiento al que nos sometieron militares y carceleros. La imaginación y la memoria fueron mis armas de combate, espacios a los que jamás accedieron mis captores. Trepada a la ventanita de la celda donde me mantenían recluida, canté en silencio, y a veces a viva voz, las canciones poéticas de Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez, en cuyos versos encontré soporte, deleite y la razón de mi lucha. Me repetía una y tantas veces, Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Me sentía acompañada por el poeta de Orihuela, y con él declamaba la elegía a Ramón Sijé, y en su nombre canté y lloré a todxs mis muertxs y desaparecidxs. Y con Silvio entregué una canción, como un disparo, / como un libro, una palabra, / una guerrilla / como doy el amor.

Convivir durante cinco años, día a día con la muerte, me llevó a abrazar aun más la vida. Como un recordatorio venían a mí las palabras del poeta turco, Tu más serio quehacer será vivir, y si moría, pensaba como Nazim Hikmet, que moriría sabiendo que nada es más hermoso, más cierto que la vida. La idea seductora de la muerte como escape de la realidad material y búsqueda de Dios, ya no me inspiraba ni me movía como en la adolescencia y juventud primera. No es chacota la vida. / me repetía. La tomarás en serio, / nos repetíamos / pero en serio a tal punto / que, puesto contra un muro, por ejemplo, / con las manos atadas, […] / tú morirás porque vivan los hombres, / aun aquellos hombres / cuyo rostro ni siquiera conoces. Solía recitar estos versos cuando me encontraba sola y aislada, o escribir con una hebilla del cabello o cualquier objeto que sirviera para dejar impresos los versos en las paredes de la celda. Si alguna vez desprecié la vida por ir en busca de la otra, la sublime, ahora me aferraba a ella, la necesitaba, al menos para decir, para gritar, para denunciar tanta injusticia, tanta rabia y dolor contenidos, tanta vida arrebatada.


El 3 de septiembre de 1980 me liberaron de la cárcel de Villa Devoto. La noche que se abrieron ante mí los portones de la cárcel cerraba un ciclo tormentoso de horror e incertidumbre. Ante mí se desplegaba un mundo desconocido, ancho, ajeno, impuesto: el de la libertad y el desarraigo. Difícil colocar en la balanza lo reconquistado y lo perdido; difícil mantener el equilibrio entre los arrebatos del gozo y el quebranto de la pena. Di una última mirada a la ciudad, a lo que dejaba atrás y, con un desgarrón que todavía duele, me despedí de seres amados y me lancé a transitar otro camino sin espejo retrovisor. Estados Unidos era mi destino, el país que no elegí, el que decidieron mis captores. Jamás lo hubiese escogido entre los siete países que me habían ofrecido residencia; era el país agresor al que denunciábamos y oponíamos resistencia. La declaración de libertad rezaba que me acogía al derecho constitucional de opción de salir del país. No sé a qué derecho se referían, cuando la constitución, ley suprema de la nación, fue desautorizada e invalidada durante los años que tomaron por asalto la nación y su destino. Cuando reclamé la libertad de vivir en mi país me respondieron que en Argentina no me querían por indeseable, y que cuidara mis pasos porque la próxima vez no habría cárcel, sino tumba.

Me montaron en un avión y partí. Era mi primer viaje aéreo. El del trasladado de la cárcel de Rosario a la de Buenos Aires no lo considero viaje sino vuelo de terror. Iba nerviosa, entre sorprendida y desconfiada ante las atenciones y las sonrisas de las azafatas, invadida de imágenes y emociones disociadas. Deseaba llegar, encontrarme con compañerxs, conocer otra gente, otro ambiente, otra cultura. A la vez, anhelaba el regreso, aunque difícil de emprender. A la dictadura le restaban años de poder, si bien cada vez más debilitado. No podía mirar atrás, pero hubiese querido trazar en el aire un camino imaginario que me retornara al origen. Así viví los primeros años, en el borde, entre las ciudades que temporalmente me acogían, Oakland y Nueva York, y el sur, el que siempre fue mi norte. Por eso andaba ligera de equipaje, lista para partir, como imagino habrán vivido tantos seres quienes, en distintos lugares y tiempos, fueron condenadxs al destierro. Los versos que el poeta y dramaturgo Bertold Brecht se repetía, No pongas ningún clavo en la pared / y tira tu abrigo en el diván. /No hagas planes para más de cuatro días, / mañana mismo estarás de regreso, podrían haber sido mis propios versos.

Con el tiempo, el sueño del retorno se fue desvaneciendo. Atrapada en una nueva realidad en la que me tocó reinventarme y rearmarme para sobrevivir, fui dándole cabida a otros sueños. Estos sueños no me alejaban del origen, sino que, como un cordón umbilical, me ligaban a la tierra a través del poder mágico y redentor del arte y la escritura.


La cárcel, como el exilio, marcaron profundamente mi vida y la escindieron en dos. Distanciada de la experiencia traumática, y relocalizada en un espacio extraño y ajeno, he tenido que revisar mi pasado, restaurar y reconstruir un yo roto y disperso. Ese camino solo pude transitarlo a través del poder sanador de la palabra y del incondicional soporte de tantos brazos solidarios. Puedo decir que fue en Nueva York donde más claramente comprendí y reafirmé mi localización. En palabras de bell hooks, sostengo que: I am located in the margin. I make a definite distinction between that marginality which is imposed by oppressive structures and that marginality one chooses as site of resistance –as location of radical openness and possibilities (“Choosing the Margin as a Space of Radical Openness”). Siempre estuve en el margen porque a ese lugar me confinaron los que tienen el poder para dividir, pero, sobre todo, porque conscientemente lo escogí como espacio de resistencia. En Argentina me opuse abiertamente a la injusticia y a todas las ideas que atentasen contra la libertad del ser humano. Desde entonces he mantenido la misma línea de conducta, lo considero una cuestión de principio. Y esto se refleja en mi escritura. No puede ser de otra manera. Nunca podría escribir sujeta a modelos culturales, políticos e ideológicos antagónicos a los míos.

Cuando se ha experimentado cualquier tipo de desarraigo se carga una herida, la del golpe y el tajo propinado por la mano que lo arrancó de un lugar fijo, estable –el hogar, la tierra, el mundo familiar, el que se concibe y guarda como espacio propio. Entonces, como acertadamente afirma Judith Buttler, hay que reinventar otras formas de refugio que no dependan de una falsa idea de hogar como hogar seguro. Y ese nuevo hogar es el lenguaje. El lenguaje es mi refugio, lugar en el que no tienen cabida mis captores ni los que viven al acecho para seguir cercenando mi carne amputada. Instalada en ese espacio, la casa donde mora el ser, para decirlo en palabras del filósofo Martin Heidegger, y, como “pastora” que habita esa morada, resignifico la lengua hasta encontrar y nombrar la palabra justa y precisa, la que contiene la emoción que me desborda y traduce la idea.

Para habitar ese espacio, morada del ser, se necesita acallar todas las voces. En el silencio, el lenguaje me habla, es donde puedo hundir la pala de la palabra, llegar a la raíz del dolor, contemplar y revivir los desgarros de la carne y el alma, y transformarlo en arte, en poesía. Para lograrlo, además de valor, tuve que atreverme a abrazar la libertad; libertad para nombrar, para develar, para restañar heridas; libertad y arrojo para restaurarme y habitar la nueva casa. La poesía, además de ser mi casa, me abre la puerta a nuevos universos y me otorga el don de crear, de proclamar lo que podría llegar a ser, lo posible.




MARGARITA DRAGO (Argentina, 1946). Reside en Nueva York desde que salió de la cárcel, donde ejerce como profesora de Lengua y Literatura Hispanoamericana en York College (CUNY). Como exprisionera política y escritora ha participado en congresos, coloquios, ferias del libro y festivales de poesía en los Estados Unidos, Argentina, Perú, Brasil, México, Honduras, El Salvador, Guatemala, República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Canadá, España, Francia, Inglaterra y Rumania.  Es autora de Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980) (Editorial Campana, 2007) –declarado de interés cultural por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina– y de la edición ampliada del mismo, Fragmentos de la memoria. Mi vida en dos batallas (Editorial Dunken, 2022); de la edición italiana Frammenti della memoria. La mia vita in due battaglie (Officine Pindariche Editore, 2023); de los poemarios: Con la memoria al ras de la garganta (Editorial Campana 2013), Quedó la puerta abierta (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016),  Hijas de los vuelos (Editorial El Mono Armado, 2016), Un gato de ojos grandes me mira fijamente (miCieloediciones, 2017),  Heme aquí (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017), Con la memoria al ras de la garganta/Con la memoria stretta in gola (Associazione Culturale Agape, 2018 y Officine Editore, 2022), Sé vuelo (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2018); Un cuerpo que aún palpita (Editorial Novel Arte, 2023); Palabra ardiente (El Ángel Editor, 2023); del estudio académico Sor María de Jesús Tomelín (1579-1637)concepcionista poblana: La construcción fallida de una santa (Editorial Pliegos, 2019); Nosotras en libertad (Editorial Caravana,  2022).  Es coautora de Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992), (UCA Editores, 2016). Es subdirectora de la revista semestral de literatura EntreTmas Revista Digital y curadora, junto a Juana M. Ramos, de Palabra-Imagen-Escena, un espacio artístico creado para la difusión de las creaciones de poetas, narradores, dramaturgos y artistas visuales que producen su obra en español en Nueva York. Sus poemas, relatos y ensayos han aparecido en antologías y publicaciones impresas y digitales en Estados Unidos, América Latina, España e Italia.




RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 262 | setembro de 2025

Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2025


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