Fuera de esas “batallas” me aburría. Ocho años, y las matemáticas
nunca fueron mi fuerte. Pero estaba el inmenso laboratorio de Química, sito en frente
de la Biblioteca Departamental, blanca, impecable. Allí me toleraba, en un rincón
el “eterno” profesor de química, “Coco” –en las dos acepciones- de los bachilleres
del entonces mejor colegio de la Arenosa, el padre Espinal, aparentemente “loco”,
era un genio, y, tal vez por ende, oveja negra de la “Compañía”.
Esmirriado y enteco, desde los ventanales del laboratorio
no me costaba ningún trabajo escurrirme del colegio, atravesar la calle de las “Flores”,
y toparme, en la Biblioteca con ese, para mí desconocido “Ángel de la Guarda” rubio
y amoroso, de manos aladas como orquídeas, que recibía a todos, grandes pequeños,
ricos y humildes, con su amoroso gesto dulce y mirada feérica.
Ese jueves no hablamos mucho. Su apacible mirar, que cabe
gentilmente en el Madrigal de Gutierre de Cetina… “Ojos claros, serenos, que de
dulce mirar sois alabados, si cuanto más piadosos, más claros parecéis a quien os
mira…” no ameritaba más conversación. “El amor verdadero habla muy poco”, dice una
canción del Maestro Biava.
Y, no obstante mi ansiedad y mis nervios por haberme volado
de la clase e ingresado en recinto tan solemne (limpísimo, impecable, bien aireado),
ella me recibió como Dios Manda. A pesar de sus ires y venires por las salas de
lectura, la de recibo, la de consulta, segundo piso, amén de codearse en su espaciosa
oficina con señorones de impecable terno de lino inglés, no solo me prestó atención,
sino que me condujo a una pequeña sala dedicada a lecturas para niños y puso en
mis manos: además de poetisa, psicóloga, una linda y sencilla versión del Quijote
para niños. Me dejó cebado. Al poquitico tiempo, lo impensable. Fue nuestra muda
y rendida declaración de afecto. Sin dificultad ni reticencia alguna me dejó llevarme
a casa, a dos cuadras de allí en la calle Santander, un libro cuyo préstamo estaba
absolutamente prohibido, por una marca roja que, según me aseguraba la Señorita
Pérez, con su sempiterno medio-luto, falda negra y moña entrecana, el otro Ángel
Negro de la Biblioteca que hoy, con elemental justicia ostenta el nombre del amoroso
tema de estas páginas, nuestra Meira Delmar.
Era, para mi edad de paquito y Ratón Pérez, un libraco enorme
y portentoso. De sus inolvidables páginas “Versos Universales”, “La Hora del Niño”,
“El Libro de los cómos y por qués” y sus hermosos grabados a duo-tone, comenzó mi
verdadera educación. Me cupo el gran honor de que fuera la Señorita Meira quien
abriera mis ojos a la vida del verso y la aventura. Leía y releía como hechizado
cada tomo que, y puntualmente, intercambiaba por otro cada fin de semana, y allí,
en ese sitio de silencios y de música de alas (en el 2º piso auspiciaba generosamente
una bien dotada Sala de Música) comenzó la amistad: veneración y gratitud, la llamaría,
por la condescendencia de ese prodigioso ser espiritual, tan pródigo, que, sin exigirme
carné ni papelito, corrió el riesgo de perder uno de los valiosos 20 tomos del “TESORO
DE LA JUVENTUD”, cediéndoselo, sin más, a un suscrito que no es lo que se dice un
René Descartes de cordura, cumplimiento, o sensatez.
“Para todas las cosas hay razón; todo tiene su tiempo bajo
el cielo: época de danzar, y tiempo de reír, tiempo para la poda, y época de endechar”
dice El Eclesiatés, (III – 1) Y nuestra poetisa no es la excepción. En sus 38 años
de labor fatigante unas veces, me consta, hubo tiempo de gozo y tiempo de congoja.
De alegría sobre todo para nosotros, tirios y troyanos, que contamos con el honor
de tenerla a ella como cabeza y epicentro de uno de los puntos culturales más neurálgicos
del Departamento, y por qué no, de Colombia, en la medida en que Meira acogió como
anfitriona, y participó en otras ciudades del país, de encuentros culturales relativos
a su oficio de autora y connoisseuse de libros.
Ella, una “Niña bien” barranquillera, con su mansión, sus
adorados padres, su piano, la guitarra, sus canciones, amigos y amigas distinguidos,
su Bellas Artes, la gerencia del Centro Artístico, incluido arduo trabajo secretarial,
que ella, “orgullosa y bonita” como dice la canción, insistía, responsable hasta
el final, en hacerlo ella solita; con el agregado de sus compromisos sociales: Las
cenas, recepciones donde llevaba la palabra feliz de bienvenida, agasajos recitales,
de ambas clases, -de música o poesía- con solistas invitados y artistas de todo
género (En ese entonces el peso tenía “peso”, casi tanto como el del dólar), por
tanto no se hace difícil creer que en la época de Meira, el Centro Artístico de
Barranquilla se dio el gran lujo da escuchar prodigios internacionales de la talla
de Marian Anderson, el mejor arpista de su era, Nicanor Zabaleta, quien, dicho sea
de paso, se amañó tanto entre nosotros que, con el Maestro Biava al piano dio un
memorable Concierto, nade menos que en el “Cine La Bamba” tachonado de estrellas
y repleto a rabiar… hasta el mejor grupo de voces blancas del mundo entero “Los
Niños Cantores de Viena”. destacados visitantes que atendía en su casa del barrio
el Prado, en cuya esquina fui testigo del hermoso concierto-serenata coral que una
treintena de antioqueños le dedicaron al pie de su ventana, con canciones cuya letra
eran cantábiles poemas de la poetisa misma.
Pero ella, imperturbable, la misma Olga Isabel de siempre,
sencilla, cumplidísima, llegaba siempre antes que muchos de sus subalternos, en
bus de su casa a la otra, la de sus amados libros. Tenía como toda mamá que se respete,
sus predilecto que por razones obvias protegía en especial: todo lo del “Salón Colombiano”,
lleno de nuestra historia y su poesía, mas sus “sagrados” textos, Carísimos, tanto
para ella cuanto para su exiguo presupuesto) de Matemáticas, Arquitectura, Medicina
Arte e Historia, pues bien estaba ella al tanto de las necesidades de sus lectores
tanto casuales como aquellos pertenecientes a los colegios y Universidades populares
cercanos.
Sólo, para no contrariarle, me referiré a una, entre las muchas,
“duras” que le tocó afrontar, pues en ese caso, dejaba de ser la mansa y arcangélica
poetisa, para convertirse toda una Olga, rusa, o Helga germánica, una tesa que,
a pesar de tenerlo todo en su apacible residencia, no desdeñaba, primero, tomar
su bus del Prado-Boston, y caminar, haciendo un hito en la añorada Librería Nacional
de la calle de “Jesús” hasta el paseo Bolívar y retomarlo a casa. Segundo, a pesar
de su magro presupuesto luchó, para ampliarlo con justeza como una auténtica felina
con tantísimos contralores y burócratas borgesianos que enfrentó con una dignidad
y un carácter, que pocos le conocen, “arisco y morisco” para defender lo suyo (lo
nuestro) cuidar, clasificar, hacer encuadernar, mimar y proteger periódicos, revistas
especializadas, libros, y esos volúmenes y Enciclopedias especiales. Cuando manos
vandálicas actuaban por allí, Meira empalidecía (“No me miréis con ira, oh fanales
serenos!”) conflagrantes de verde atigrado sus de otro modo dulces y apacibles ojos
de aceituna, al verlos mutilados, destrozados por lectores irresponsables que infortunadamente
nunca faltan en nuestras Bibliotecas. He escrito demasiado. Fue una época de oro,
de casi cuarenta años de magia, cultura, sabiduría y ternura, si las hubo, pasión,
encanto, harto trabajo y mucha dulcedumbre. ¡Meira, por muchos años!
Olga Chams Eljach, poeta colombiana mejor
conocida como Meira Delmar, nació
en Barranquilla en 1922, descendiente de padres libaneses. Estudió en el Colegio
para Señoritas y en el Conservatorio Pedro Biava de la Universidad del Atlántico,
y posteriormente Historia del Arte y Literatura en Roma, Italia. Antes de cumplir
los veinte años viajó con sus padres y hermanos al Líbano en una travesía por el
Atlántico que considera inolvidable.
Meira Delmar ha recibido importantes
reconocimientos y galardones nacionales. La Universidad del Atlántico le otorgó
el Doctorado Honoris Causa en letras. Los galardones que tiene en su haber son,
entre otros, la Medalla Simón Bolivar del Ministerio de Educación; la Medalla de
Colcultura; la Medalla Puerta de Oro de la Gobernación del Atlántico; la Placa Venera
de la Sociedad Interamericana de Escritores. En 1995 recibió su más importante galardón,
el Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento, que otorga La Universidad de Antioquia
cada cuatrienio en reconocimiento a una obra poética de muchos merecimientos.
Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, desde 1989;
Miembro del Centro Artístico de Barranquilla; de la Comisión Interamericana de Mujeres;
del Club Zonta Internacional de Mujeres Profesionales y Ejecutivas; y de la Sociedad
de Mejoras Públicas.
Fue, en su ciudad natal, profesora de Historia del Arte y
Literatura (Universidad del Atlántico) y Directora, durante treinta y seis años,
de la Biblioteca Pública Departamental, que hoy lleva su nombre.
Ha publicado Alba del Olvido (1942); Sitio del Amor (1944); Verdad del Sueño
(1946); Secreta Isla
(1951), Reencuentro
(1981); Laúd Memorioso
(1995); Alguien Pasa
(1998). Su poesía se halla publicada asimismo en numerosas antologías colombianas,
hispanoamericanas y algunas personales como Huésped Sin Sombra (1971) y Poesía (1962),
edición bilingüe español-italiano impresa en Siena, Italia.
En 2003 la Universidad del Norte publicó Meira Delmar poesía y prosa, un nutrido volumen preparado
en su honor por María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ariel Castillo Mier.
SOLEDAD
Nada igual a esta dicha
de sentirme tan sola
en mitad de la tarde
y en mitad del trigal;
bajo el cielo de estío,
y en los brazos del viento,
soy una espiga más.
Nada tengo en el alma.
Ni una pena pequeña,
ni un recuerdo lejano
que me hiciera soñar…
Sólo tengo esta dicha
de estar sola en la tarde
¡con la tarde no más!
Un silencio muy largo
va cayendo en el trigo,
porque ya el sol se aleja
y ya el viento se va;
¡quién me diera por siempre
esta dicha indecible
de ser, sola y serena,
un milagro de paz!
SONETO MARINERO
Digo tu nombre, mar, tu nombre ardido
de soles y de júbilo creciente,
y el corazón enamorado siente
más clara la presencia del latido.
Velero que navega repetido
por los quietos espejos de la frente,
regresa tu paisaje lentamente
como si retornara del olvido.
Y surge tu comarca marinera
con una trashumante primavera
de espumas en la mano de cristal.
Y tu voz de colores, y tu alada
corona de blancura trabajada
en gaviotas y pétalos de sal.
OFELIA
Con paso de gacela vulnerada
cantando vienes por el bosque umbrío
coronada de juncos,
ramos , lirios.
Oculto entre los árboles
un silencio de pájaros anuncia
tu presencia,
y te llama el arroyo con los lentos
ademanes del sauce.
Enajenada sigues recogiendo
las últimas violetas. En tus manos
la postrera corona es la más bella.
Pronto la linfa sentirá tu peso
de seda,
y un breve instante flotará en su espejo
tu memoria.
CAMPO ELÍAS ROMERO F (Colombia, 1944-2001). Escritor, periodista, crítico de arte y docente. Graduado de Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, prosiguió estudios de arte en varias universidades de Estados Unidos como Bowdoin College, la Universidad Católica de América de Washington D. C. y Harvard. Desarrolló una intensa labor cultural en Barranquilla, desde su posición de profesor de Humanidades y de Arte en las universidades del Norte y del Atlántico. Fue además columnista de los diarios del Caribe y El Heraldo de Barranquilla, reportero y pianista. Fue el creador del primer museo virtual de arte de la Costa Caribe, el Museo Virtual de Estética de la Universidad del Norte.
ALICE MASSÉNAT (Francia, 1966). Residente en París, donde trabaja como correctora. En el dibujo, ha realizado algunos trabajos con Willem den Broeder (1951). Sus libros de poesía incluyen: Le Catafalque aux miroirs (2005), Ci-gît l’armoise (2008), À bras-le-corps (2012), La Vouivre encéphale (2013), Glossolalia des ongles (2019), La Balafre au minois (2020) y L’Ombre à cœur (2021). Alice busca una libertad que siempre pueda llevar más allá de todas sus expectativas. En 1983-1984, tuvo dos encuentros que resultarían decisivos: Jimmy Gladiator (presentador de las revistas Le Mélog, La Crécelle noire, Camouflage etc.), que la introdujo en un mundo poético habitado por el surrealismo y donde la imaginación ocupa el primer lugar; Pierre Peuchmaurd, cuya inspirada escucha le permitió elegir sus propias palabras, incluso para dar rienda suelta a su ira. Más tarde, frecuentó el grupo surrealista de París. Desde entonces, ha publicado sus textos poéticos en revistas y en forma de folletos o antologías. Alice Massénat es la artista invitada de la presente edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 07 – ARQUITRAVE (COLOMBIA)
Artista convidada: Alice Massénat (Francia, 1966)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com







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