Lo leí en dos tardes. Lo hice disfrutando cada
palabra, cada giro, cada golpe de tambor que resonaba en mis oídos. Es un libro,
que como dice Díaz-Granados, cautiva y atrapa; esa es la magia del pathos.
El logos está precisamente en el título que resume muy bien la narración
que vamos a encontrar en sus páginas y el ethos que nos va a permitir decodificar
los símbolos de la cultura del Pacífico y del Valle del Cauca colombianos.
También encontramos la magia de la poiesis en un lenguaje lleno de
musicalidad y de poesía que nos recuerda a la literatura oral. Porque esta
novela epistolar es para ser escuchada; y ojalá con maracas, tambores,
guitarras y con la voz de las negras del Pacífico colombiano. Me refiero a los alabaos.
También es para bailar al son de su lectura en voz alta. Pienso en un currulao,
en un mapalé, en una salsa o en un bolero. Música que está ancorada en lo más
profundo de la cultura del Pacífico colombiano. Sin olvidar esa danza sensual que
es el tango y que estremece cada poro de la piel de las personas que crecimos
escuchando ese género argentino. En cierta forma muchos de nosotros
consideramos a Gardel no sólo como colombiano sino como nuestro amigo y
confidente más íntimo.
Y antes de continuar quisiera resaltar lo que yo
considero un gran acierto lingüístico de esta novela. Me refiero a la
utilización permanente de la palabra negro. Una palabra que ha sido
borrada del habla y de los medios colombianos desde hace unas dos décadas por
considerarla políticamente incorrecta. Al nacer en el mismo año que León
Valencia pude crecer con un lenguaje en que la palabra negro aún no estaba
proscrita. Es cierto que desde siempre ha tenido una connotación que es muy
ambigua ya que puede significar cariño como desprecio u odio. Todo depende del
contexto y del tono que se utilice en el discurso coloquial. Y eso es
precisamente lo que hace Valencia. En cada página de esta novela, a todas luces
sorprendente, nos encontramos con esta palabra al menos unas cinco veces, sin
que nunca signifique ni cacofonía ni desprecio del escritor frente a un pueblo
valiente que ha sabido levantarse una y otra vez ante los embates políticos,
religiosos y culturales de un país extremadamente racista, clasista y
aporofóbico como es Colombia. Las personas que utilizan ese eufemismo de afrocolombiano
olvidan o ignoran que el Homo Sapiens proviene de ese continente maravilloso y
mágico que es África; esto, al menos hasta que las investigaciones
antropológicas y hallazgos arqueológicos no demuestren lo contrario. Cabría
recordar que todos los colombianos, sin excepción, somos afrocolombianos. Una
herencia genética y cultural que debería llenarnos de orgullo a todos y cada
uno de los habitantes, ya no sólo de Colombia sino de este planeta llamado Tierra.
Mary Grueso, nuestra poeta del Pacífico, y primera mujer
negra en formar parte de la Academia de la Lengua de Colombia, lo dice
claramente en su poema Negra soy:
¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color
Yo tengo una raza que es negra
Y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
Diciéndome de color
Disque pa endúlzame la cosa
Y que no me ofenda yo.
Yo tengo mi raza pura
Y de ella orgullosa estoy
De mis ancestros africanos
Y del
sonar del tambó.
Nicolás
Guillén lo dice así en su Son # 6:
Yoruba soy, lloro en yoruba
lucumí.
Como soy un yoruba de Cuba,
quiero que hasta Cuba suba mi llanto yoruba,
que suba el alegre llanto yoruba
que sale de mí.
Yoruba
soy,
cantando
voy,
llorando
estoy,
y
cuando no soy yoruba, soy congo, mandinga, carabalí.
Por su
parte, Chimamanda Ngozi Adichi, la gran escritora nigeriana y autora de Americanah,
se define a sí misma como negra, sin que dicho apelativo tenga ninguna
connotación ni racista ni excluyente.
Pasemos
ahora a la escritura propiamente dicha de La vida infausta del negro
Apolinar.
Volvamos
al lenguaje.
Los
capítulos, en su gran mayoría, tienen una extensión larga y están escritos como
cuando se le cuenta a alguien nuestra propia vida, no por escrito sino
oralmente. No hay puntos ni comas, ni puntos apartes, ni puntos seguidos; sólo
comas; y eso con el fin de respirar. Y esa forma de escribir ya es por sí sola
un desafío. Recordemos que El otoño del patriarca está escrito
precisamente sin signos de puntuación. Otra alusión de Valencia a GGM.
Esta
forma de escribir le da a los dos amigos una gran fluidez y una gran libertad
al momento de derramar en el papel sus recuerdos, sus batallas, sus traiciones,
sus alegrías y sus derrotas.
Y si
hablo de derrotas es porque estas dos historias se concatenan la una a la otra
a través de todo el libro hasta conformar una sola historia. La historia de la
amistad de dos amigos que creyeron, lucharon y vivieron para crear un mundo
mejor y con una sociedad más justa; para encontrarse al final de sus vidas con una
pandemia a nivel global. Una hecatombe tan grande como la que se vivió cien
años atrás con La Gripe Española. En otras palabras, con la derrota
tanto a nivel personal como colectivo. Es un libro que habla sobre la condición
humana, sobre su miseria y su repetición; cómo si fuese una serpiente que se
come eternamente la cola. No hay escape, ni mañana, ni esperanza. Cuando la
esperanza alumbra, en algún pequeño recodo del camino, es para ser inmediatamente
aplastada por innumerables razones: desde las políticas -tomadas por una
sociedad y por un Estado elitistas y sanguinarios- hasta por esa mísera
condición a la que acabo de hacer alusión. Los dos personajes recuerdan sus
vidas, en cierta forma sus diferentes avatares, tratando de escapar a sus
propios demonios, para encontrarse al final de frente con ellos mismos y darse
cuenta que en esa huída no sólo no escaparon de sí mismos, sino que la bofetada
de la existencia es aún más ruidosa que lo que nunca imaginaron.
Pasemos
a la construcción de La vida infausta del negro Apolinar:
Al ser
una novela epistolar su estructura narrativa no tiene mayor complejidad. No se
trata de una novela como Cien Años de Soledad ni como Pedro
Páramo; para no nombrar sino dos pilares de la narrativa latinoamericana.
León Valencia, aunque no maneja los intríngulis de una novela que rompe con
paradigmas narrativos, conoce lo que es ser lector; y sobre todo un buen
lector. Este género literario, tan válido como cualquier otro, permite al
lector conocer más profundamente a los personajes principales y a los evocados,
ya que la narración en primera persona permite develar todos los secretos
anidados en su interior. Los dos se despojan de todo prejuicio narrativo, no
hay cedazos por los que la historia tenga que pasar para dejar a un lado secretos
y culpas demasiado graves. Es una confesion, de parte y parte, sin pudor, sin
trabas. Esto es posible porque Apolinar es el alter ego de Valencia y
viceversa. Los dos respiran porque el otro respira. Al final, con la muerte de
Apolinar, Valencia podrá seguir respirando precisamente porque pudo recobrar una
parte de su vida con las confesiones de Apolinar. Me explico. Valencia recupera
una parte de su vida que estaba escondida o aprisionada en el alma negra
de Apolinar. Y Apolinar muere tranquilo porque sabe que su historia, la que le
faltaba a Valencia, va a ser contada y que los arcanos que escondía serán
develados a su hija Damiana.
Ahora
pasamos a hablar de las mujeres.
La
vida infausta del negro Apolinar es, también, un paseo por la
literatura; o sea, un paseo por las novelas y por la poesía. Es un libro que
nos muestra que ese acto íntimo de la lectura no es sólo para clases acomodadas
y ociosas sino para las clases trabajadoras cuyo acceso a los libros, a veces,
por no decir la mayoría, es casi que imposible. Este paseo literario nos
muestra que esa idea es sólo otro de los prejuicios que reinan en las élites;
posiblemente para demostrar que esa clase trabajadora -los brutos, como
a veces los llaman- son incapaces de acceder a la belleza, al análisis y a la
crítica. Y detrás de los relatos escuchamos hablar todo el tiempo de un joven
escritor que luego se suicida. Una alusión clara a Andrés Caicedo. Ese joven
autor que removió las simientes de la clase privilegiada a la que pertenecía. Aún
hoy sigue enrostrándoles en su rostro sus vejámenes en contra de ese pueblo que
ella oprime para seguir conservando los privilegios de una clase rancia, maloliente,
clasista, racista y violenta en grado sumo. No en vano esa es la columna
vertebral del Estado que ellos sostienen; sin él sus privilegios de clase se
irían por las alcantarillas.
La
vida infausta del negro Apolinar es un libro hermoso, emotivo, a
veces se siente como las lágrimas afloran en los ojos; o la rabia que nace del
desdén al que los negros deben enfrentarse en su día a día. Es también
un libro de resiliencia, combativo. Es un testimonio ficcional y no ficcional
de la historia de Colombia; al menos de la historia del siglo XX y de lo que
llevamos del XXI. Es, también, el testimonio de un antiguo guerrillero que se
dio cuenta bastante tarde que los sueños de su juventud eran demasiado
ambiciosos: Destruir el Estado, la familia, la religión y la propiedad privada.
Al menos ésto es lo que afirma León Valencia en la entrevista que le hizo Andrés
Osorio Guillott; y a la que aludí al comienzo del presente ensayo: “No, pues cómo no nos íbamos a
frustrar, si en la adolescencia queríamos acabar con Dios, el Estado, la
familia y la propiedad privada. Casi nada.”
La
vida infausta del negro Apolinar es un libro que leí con pasión,
casi de una sola sentada; desde el principio me dejó perpleja, asombrada, no
quería parar de leer; y esa sensación, casi de alucinación, me sucede muy raras
veces.
Chapeau,
Leon Valencia! Tu negro Apolinar tiene ahora una silla privilegiada en mi
sistema límbico.
NOTAS
1. https://cambiocolombia.com/cultura/leon-valencia-la-novela-de-una-vida-y-una-vida-de-novela
2. https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/leon-valencia-habla-sobre-su-novela-la-vida-infausta-del-negro-apolinar-noticias-hoy/
3.
Recuérdese que el barco negrero eran los barcos de la infamia donde los
españoles, franceses e ingleses traían a los negros para venderlos como
esclavos en el continente americano. Se cree que en poco más de tres siglos
habrían llegado a este continente aproximadamente entre unos 8 a 12.5 millones
de personas en esa trata perversa y denigrante que fue la Trata de Esclavos
y que ha dejado una herida muy difícil de cerrar.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955) es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, antologadora, crítica literaria y de arte. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado doce libros, más siete escritos al alimón con Floriano Martins (esta escritura al alimón comprende cuatro piezas de teatro, dos novelas cortas y un poemario). Ha recibido seis premios de poesía; tres con obra publicada. Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en revistas como Altazor (Chile), Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura, revista Acrobata (Brasil), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry, La Otra (México), AErea (Chile y España), EntreTmas (Nueva York) y Aleph (Colombia). Es una colaboradora asidua de las publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE y del programa de radio Pegando la Hebra, dirigido por María Vicenta Porcar Pedro (Valencia-España) donde colabora con el aparte Palabra de Poeta y además tiene un espacio llamado Poliedros; dedicado a entrevistas y a la presentación de libros. Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, portugués, rumano, griego, italiano e inglés.
BRIANDA ZARETH HUITRÓN (México, 1990). Originaria de Temascalcingo de José María Velasco, México. Artista plástica y pintora surrealista. Realizó sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos en Ciudad de México. Sus múltiples facetas artísticas y personalidad curiosa la llevaron a descubrir el surrealismo, corriente en la que encontraría una manera de comunicarse con el mundo. Plasma interpretaciones poéticas donde lo cotidiano es transformado en una realidad fantástica y onírica. Pinturas mágicas que señalan los deseos de la vida por salir en un cuadro. Ha expuesto individualmente y de manera colectiva en México y en el extranjero. Exposiciones individuales: Museo Leonora Carrington de Xilitla, ENCUENTROS ONÍRICOS en el año 2025. Museo de la Mujer, REVELACIONES ONÍRICAS, en el año 2022. PAISAJES ONÍRICOS para el Festival Temascalcingo Honra a Velasco, en el Año 2021. VENTANA A MUNDOS ONÍRICOS, en el Centro Cultural Futurama, Ciudad de México, en el año 2020. Exposiciones Colectivas Col-art en la Galería Oscar Román año 2025 Muestra pictórica EL OFICIO DEL PINTOR, de la Academia de San Carlos, Año 2019. DIMENSIONS, Festival Wave Gotik Treffen, celebrado en Leipzig, Alemania, en el año 2018. Ha participado en la Cátedra por los 100 años del surrealismo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, impartiendo conferencia sobre surrealismo femenino. Recientemente su obra ha sido publicada en el libro Mujeres Mexicanas en el Arte, de la editorial Agueda y en THE ROOM SURREALIST MAGAZINE, revista de surrealismo internacional. Brianda Zareth Huitrón es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 263 | dezembro de 2025
Artista convidada: Brianda Zareth Huitrón (México, 1990)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com





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