En este texto busco comunicar mi experiencia como
lector de los poemas de Jaime Sáenz, poeta boliviano nacido en La Paz en 1921,
misma ciudad donde murió en 1986. Aquí, comunicar significa narrar mis
conjeturas sobre los acaecimientos que sus poemas representan y sugieren, de
las confrontaciones por las cuales me involucran, de la manera como sus aristas
han tocado mi ser lector. Su lectura me ha penetrado, inevitablemente, con las
tensiones dramáticas y las escenas donde se realiza la búsqueda metafísica de
la que se vale el poeta para interrogar sobre el sentido real y el mítico que
exasperan los sentimientos del ser humano.
El
encuentro con la obra de un poeta, con su estilo y sus maneras de aprehender lo
que nombra o deja en la zozobra de su no nombrar, se realiza como un súbito que
consigue intrigarnos, disponernos para los contenidos e incógnitos que la
lectura nos irá revelando. Es iniciarnos en el vacío donde el poeta ramificó el
surgir de un mundo que crece y se desprende por las vetas donde se descifra la
realidad, donde se contiene la otredad. Aproximarnos a la escritura de un poeta
es escarbar en las huellas de las palabras con las que él se internó buscando
aprehender los significados y los silencios de esas mismas palabras.
No
otra cosa nos propicia la lectura de la obra de Jaime Sáenz, el encuentro con
sus poemas que crecen en imágenes igual a un murmullo ritual, murmullo
constante en las ascuas de su nombrar, palpar, recorrer en el aniversario de
las visiones que nos ofrece, en las rasgaduras hechas por él en la piel del
habla, las mismas que dispone en la página como fuentes para el asombro y la
memoria donde danza el mundo y se realiza el drama de un aprehender y un
desaprehender. En sus imágenes duermen y despiertan palabras hacia el saber del
hielo y el fuego donde pernocta el instinto humano.
Para
su vida y su crear poético Jaime Sáenz parece haber escogido un tiempo cuyo
sino es el de vivir en un estado de ascuas permanente. Entendiendo esas ascuas
como la opción por la cual el poeta asume el ardor que significa vivir cada
instante sin acudir al consuelo de un dogma donde se justifique un acá o un más
allá de la vida. Vivir en un estado de alerta cada instante como si fuera el
primero, el último.
Descubrir
la escritura de un poeta como Jaime Sáenz es adentrarse por una nebulosa donde
el tiempo irradiado por su materia sucede en los inicios de una realidad cuyas
secuencias están siendo elaboradas en un sueño. Sueño en el que el poeta ve sus
poemas fundiéndose en una lógica de olores, de raíces y memorias. En unas
memorias sin principio ni término en la infancia de una sensación, de una
visión, de un tacto penetrando hacia el vacío donde acontece tal asomo de
realidad.
La
consistencia de las palabras usadas por el poeta para elaborar las imágenes en
sus poemas sale de los asedios y retorcimientos a los cuales las somete, pues
con ellas quiere dar cuenta del prístino donde se cuece el fósil eco del
universo: el real y el metafísico. Lo dramático de las tensiones que logra con
ellas nos recuerda de cuanto está hecho el ser humano de lenguajes, ante todo
el de las palabras que es el más preciso y ambiguo, abstracto y concreto, es
materia abrasando la espiral significante de lo humano en el universo. Palabras
tendidas por el poeta para decir en los umbrales del tiempo las emanaciones
surtidas por el frío, el miedo, la distancia, el tacto, la muerte, la visión,
el olvido.
En
las palabras asumidas por Jaime Sáenz para la escritura de sus poemas resuenan
el asombro mítico y las oquedades del habla cuando es vertida por cicatrices de
ruido y de leyenda. Con ellas, el poeta explora las emanaciones reales y
metafísicas realizadas por la memoria humana en su tiempo histórico e
imaginario, emanaciones donde, sospecha, sucede la intemperie de la conciencia.
Sus poemas se sostienen en imágenes tramadas por la higuera frágil del habla
donde se escriben. Fragilidad en espiral, sin principio ni fin, sucediendo.
Permitiendo el súbito cognoscitivo del instante.
Sus
poemas nos dejan en las ascuas de un tiempo que pareciera ser una máscara tras
la cual se refugian todos los tiempos no resueltos por el ser humano para el
continuo de su devenir. Un tiempo vertido en las facciones de esa máscara donde
cunden el asco, la desazón y el extravío. Un tiempo donde se guardan las raíces
de ese extravío y el mítico misterio donde yace el abracadabra de su verbo.
Entonces es inevitable no sentirse ante el poeta Jaime Sáenz como ante un augur
que hace de su cuerpo y de su vida el lugar para el desciframiento de lo
nombrado y lo innombrado en los tejidos del asombro, un augur que bebe la
materia constante del universo.
Es
característica de estos poemas su extensión distribuida y conectada por
apartados numerados que producen en el lector un vértigo próximo al
desconcierto y al asombro. También se caracterizan por la estructura de versos
escritos entre la prosa y el versículo. En ellos la puntuación no siempre se
acoge a las normas, en muchas ocasiones responde a los ritmos y caprichos del
poeta.
Para
la elaboración de este texto, he trabajado sobre los poemas: Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), El frío (1967) y Recorrer esta distancia (1973). Iniciemos:
El
poema Muerte por el tacto nos
introduce y extravía por ámbitos sacados “de
las edades y de las lluvias”, por atmósferas míticas, conectadas a través
de laberintos vueltos memorias tras las cuales se oculta el olvido, el mismo
que desde sus cenizas le hace señas al poeta buscando resurgir entre sus versos
“para que del olvido sólo surja el
olvido" e impere “en el caos de
la mirada”, donde cunden sus semillas, el ruido enfurecido del tacto, las
extremidades de sus silencios, el perenne hielo para el canto lustral, todo
cuanto arrastra lo humano en su descendencia.
El
suceder del poema presenta cortes súbitos y por momentos su decir es
compulsivo, dando la sensación de que el poeta habita una orfandad
comunicativa, la misma que le permite aprehender del olvido: “y es así que salgo encorvado a contemplar
el interior de la ciudad y uso del tacto desde mis entrañas oscuras / en el
secreto deseo de encontrar allá, allá el medio propicio para hacer que el mundo
sea envuelto por el olvido / para que el olvido impere en las primeras máscaras
inventadas por la humanidad”. La ciudad escenario inventado, curtida piel
donde se realiza la muerte hecha tacto, entrañas. Ciudad y entrañas haciéndose y deshaciéndose,
emanando en el olvido como realidad.
En
el poema Muerte por el tacto el poeta
parece involucrarnos en un recorrido antropológico por los sentidos oscuros del
devenir humano, por la densa piel donde pernocta su memoria. Pareciera
clasificando palabras en el hilo de una cosmogonía del olvido, enhebrándolas a
través del tacto que se adentra en la muerte, ¿la muerte como acto
apocalíptico, como revelación entre el conocer y el ignorar?, la muerte,
morfología de la memoria en el origen del olvido, máscara arquetípica
reflejando la convicción humana de la naturaleza como escenario de creencias
entre el suceder universal y la breve existencia cotidiana, entre lo macro y lo
micro. Entonces, acudiendo al olvido visible, al olvido invisible, al contacto
con lo mítico en un eco de palabras e imágenes ahítas de intemperie, nos dice
la voz que figura el poema: “soy
partidario de las lombrices y de los peces / de las estrellas que cantan /
guardo devoción por la mirada de los niños / y me gusta dibujar cuando llueve /
y cuando se humedecen mis ojos, me es necesario poder hablar el idioma secreto
originado durante el triunfo de las cosas”.
Muerte por el tacto es un poema
cuyo misterio se mantiene en el aliento devorador que impulsa su escritura, más
acá o más allá del olvido ontológico donde cunde el caos inicial de lo humano.
Acudir al poema como laberinto en expansión es la oferta que nos deja el poeta.
Acudir, ser tacto que arde en las ascuas del caos para regresar en la escritura
leída por el poema. Lo sugiere cuando nos dice: “Yo te digo: te esperaré a través de todos los tiempos. Siempre estaré
aquí o allá, estaré siempre tanto en ti como en las cosas / y tú lo sabrás
cuando te rodees de la melancolía por el tacto”.
Las
imágenes en los poemas de Jaime Sáenz revientan como semillas que crecen en la
página en un suceder mutante y complejo, de ahí el súbito que consiguen en el
lector y la desestabilidad por donde lo avecinan. Son imágenes perdiéndose en
un caluroso silencio, siendo desteñidas en el acaparador frío del olvido y es
así como, paradójicamente, consiguen involucrarse en el movimiento de lo
existente en el universo, movimiento que no cesa en su continuo.
Lo
anterior, para adentrarnos en Aniversario
de una visión, poema cuyo contenido surge de las aristas nombradas del
amor, de los actos acumulados del amor como imaginario del origen humano. El
amor entre el colorido de la primavera y la oscuridad del olvido entregado a la
memoria de un instante, libido delirante en las ascuas del universo, en el
laberinto de su enigma. “Lo flotante se
pierde, y toda la vida se queda en la luz de la primavera que ha traído tu
mirar”, así se inicia el poema, y en esa luz surtida por ese mirar surge el
ritmo, la atmósfera por donde la voz del poeta se introduce buscando el
incógnito azuzado por ese mirar, buscando abrasarse en el instante del poema
vuelto magma que recorre y evidencia el ensimismamiento producido por el
imaginario de otro al cual se le atribuyen formas y maneras del amor, del amar.
Si
en el poema Muerte por el tacto la
muerte es conocimiento, estación propicia para el hallazgo del tacto, para el
reconocimiento desde el tacto en lo abstracto del olvido, en el poema Aniversario de una visión la muerte
sale del ser amado hacia lo abstracto de lo soñado, de lo oculto en el amor,
pues, como nos dice el poema: “oscuro,
muy oscuro deberá de ser el tono, si se quiere hacer desencadenar lo que el
amor oculta”. El amor desde el adentro de “las oscuridades” vueltas acotaciones rumorosas de los antepasados
que han alcanzado las oquedades de la luz donde nace la noche.
En
Aniversario de una visión caemos en
el vértigo de la permanencia destructiva, constructiva, en la materia de ese
vértigo que es el religar amar, el arcaico deseo donde se fundó la epifanía, el
árbol que disparó el origen: “Hazme
saber, perdida y desaparecida visión, qué era lo que guardaba tu mirar / -si
era el ansiado y secreto don, / que mi vida esperó toda la vida a que la muerte
lo recibiese”.
Y
llegamos a El frío, poema que se
inicia con siete versos en los cuales el poeta nos dice de las propiedades por
donde nos avecinará, del momento aprehendido por él para vivenciar su escritura. Después nos encontramos con unas líneas
donde nos participa de su habitar y escribir en el frío. Nos prepara para
asumir el itinerario por el poema.
“¡Qué enigma, qué
terrible enigma encierra la temperatura!”, verso, grito
imprimiéndose en las moradas del “frío de
la luz”, en cuyas aristas se prefiere ignorar el retorno. Y es cuando junto
a ese “tú” aparece la caravana de “los
hijos del hielo y del fuego” que “pululan en el mundo” labrando con sus
huesos lo real e irreal de la realidad, narrando con sus gestos las rasgaduras
de su labrar: “-tu cara es como el
olvido. / En ella reflejan su carne viva y su espíritu los habitantes, / en
ella se configura el genio de la ciudad y solamente cuando ha caído la noche
reconozco su gesto”. Rostro, caravana apareciendo y desapareciendo con sus
huesos, con los rasgos de su abecedario, con lo marchito de su alimento, con el
miedo de su estirpe.
La
escritura del poema El frío sale del
frío igual que de un bloque de piedra la presencia de una forma cuando es
esculpida, una forma cuyo soporte siempre será la piedra. En el hecho de este
poema el frío es su soporte en un tiempo y en un espacio concreto, abstracto,
tangible e intangible como la vida. Así pide ser leído, pues como dice en uno
de sus versos: “el frío es tu nombre en
la transición, en el secreto, en lo repentino, en el ruido”.
Consumirse
en su escritura parece ser el origen de las palabras que Jaime Sáenz lleva al
poema, consumarse hasta “caer al abismo”,
al silencio de donde nuevamente surgen a través de la mirada del lector.
Palabras en resurrección evocando un “vacío
en la naturaleza”, o “el cálido adiós
que el mundo murmura con los insectos y las aguas”. El frío es un poema en el cual el poeta nos comunica la raíz donde
sucede su otredad, la esencia de su ser en la realidad de un mundo en ascuas.
Y
en el poema Recorrer esta distancia,
estamos ante las evidencias de quien desde su infancia se ha mirado en un
espejo tautológico. Nido de espejos donde él ha crecido y se ha derretido hasta
volverse hueco, sombra, aliento, tacto y fuego recorriendo una distancia, “contemplando los huesos” que se han
hincado “contando las oscuridades”.
El poema ocurre, es embriaguez de imágenes que se proyectan buscando la
distancia donde ocurre el hechizo de vivir, la pavura de vivir “al contacto del secreto que fluye, del
tiempo que se detiene, del fuego que se consume, y del hielo eterno y presente”.
Evidencias consumiéndose hacia el olvido en busca del ojo metafísico del fénix.
Imágenes
adentrándose por el ojo del fénix igual a un ebrio sobre una cuerda intentando
recorrer las distancias visibles e invisibles en el espejo. ¿Cuál realidad
están aprehendiendo? Son imágenes nombrando la luz y la oscuridad de la
distancia, el impacto de su recorrido o su ausencia, el origen del eco, el
recorrido de la escritura penetrando el vacío “que es causa y origen del terror primordial, del pensamiento y del
eco”.
En
Recorrer esta distancia el poeta
consigue de la piel del lenguaje lo oscuro que le permita penetrar hasta la
empuñadura de sus usos, pues “lo
verdadero, lo real, lo existente; el ser y la esencia, es uno y oscuro”,
nos dice. ¿En este poema asistimos a un encantamiento del habla hurgando en sus
presencias, en sus presentimientos: “más
allá del más allá de todos los caminos, / en que trasciende el olor de este
cuerpo”? Lo cierto y lo incierto es la necesidad del poeta por asirse en la
distancia como quien acontece en medio de una ecuación metafísica.
En
este poema, en el suceder de sus imágenes, queda la sensación de una multitud
de máscaras que no poseen ningún rostro, que sólo cubren el recorrido
apropiándose de la distancia. Máscaras desvaneciendo lo concreto, signando
ruidos del mundo, conociendo los olores del abismo, “el aire” cuando “es devorado
por la oscuridad”, máscaras aprehendiendo las sombras de aire y de agua en
el carnaval de olvidos convocados en el poema.
Empero,
la voz del poeta en Recorrer esta
distancia también asume y comunica el poder de rasgar las costras del abismo
hasta el hallazgo del súbito instante donde la vida se revela:
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del río.
En la humedad del
ambiente.
En el calor del verano,
en el frío del invierno, en la luz de la primavera
-en un abrir y cerrar de
ojos.
Rasgando el horizonte o
sepultándose en el abismo,
Aparece y desaparece la
verdadera vida.
Aquí
es necesario anotar que en la poesía escrita en Hispanoamérica en el siglo XX,
la obra poética de Jaime Sáenz se distingue por su aventura metafísica y por la
manera como él lleva al poema los interrogantes y ámbitos que esta le entregó.
Maneras suyas muy diferentes al ejercicio practicado hoy día en Occidente y que
consiste en convertir el cuerpo del poema en zona para reproducir un discurso
filosófico, ejercicio que distorsiona el origen mismo de la poesía cuyo
lenguaje surge del súbito cognoscitivo de la vida, no de una disertación
cercana a la misma.
*****
OMAR CASTILLO (Colombia, 1958).
Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros publicados son: Obra poética 2011-1980, (2011), Huella estampida, obra poética 2012-1980,
el cual se abre con el inédito Imposible
poema posible, y se adentra sobre los otros libros publicados por Omar
Castillo en sus más de 30 años de creación poética, (2012), el libro de ensayos:
En la escritura de otros, ensayos sobre
poesía hispanoamericana, (2014) y el libro de narraciones cortas Relatos instantáneos, (2010). De 1984 a
1988 dirigió la revista de poesía, cuento y ensayo Otras palabras, de la que se publicaron 12
números. Y de 1991 a 2010, dirigió la revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20 números. En 1985 fundó y
dirigió, hasta 2010, Ediciones otras
palabras. Ha sido incluido en antologías de poesía colombiana e
hispanoamericana. Poemas, ensayos,
narraciones y artículos suyos son publicados en revistas y periódicos de
Colombia y de otros países. Contacto: ocastillojg@hotmail.com. Página ilustrada con obras de Kenichi
Kaneko (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.
*****
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 22 | Dezembro de 2016
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
SIMÕES
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