El número 3 de la revista Mange Monde, que dirige en Cordes sur ciel
el poeta Paul Sanda, incluye una interesantísima entrevista de 24 páginas a Jean-Pierre
Lassalle. En unos tiempos de vaciedades, flacideces y falsificaciones, Jean-Pierre
Lassalle sorprende por su honradez, por su energía y por su lucidez. Como señala
la presentación de Mange Monde, Lassalle,
“testigo del Surrealismo en su segundo periodo, miembro del grupo, observador atento
de los acontecimientos”, “forma parte de los pocos en poder testimoniar lo que fue
este movimiento esencial del siglo XX, rompiendo un cierto número de tópicos en
torno a él”.
Abriendo
el fuego, Lassalle responde a la pregunta acerca de lo que perdura de “ese vasto
movimiento que fue el Surrealismo”: “Es una cuestión muy importante, porque el Surrealismo
presenta una semejanza con el Romanticismo, son movimientos que casi cubren un siglo
entero. Hay una analogía, y si se considera que el Surrealismo es un poco la secuencia
del Romanticismo, todo resulta muy sorprendente. El Romanticismo comienza en los
años 20, y Hugo muere en 1885, cubriendo su obra prácticamente todo el siglo. El
Surrealismo resulta aún más extraordinario, ya que no solo ha comenzado por la misma
época, es decir 1920-1924, un siglo más tarde, sino que se ha prolongado todo el
siglo XX. Y continúa aún”.
En este
punto, Lassalle se refiere a los grupos que perduran por el mundo (aunque –dirá
luego– el de París le parezca periclitado con la muerte de André Breton): “Hay un
grupo en los Estados Unidos, y otros un poco por todas partes”. Y es que la decisión
schusteriana de que ya no había grupo surrealista “no ha impedido la continuación
del Surrealismo”.
Lassalle
entra en contacto con el grupo surrealista al dirigirle varias cartas a Breton,
“hombre cortés”, que siempre le respondía. Estamos en 1959, y, como señala Lassalle,
el fundador del surrealismo había perdido a tres piezas claves: Paalen, Péret y
Duprey. “La actividad era la preparación de la exposición EROS en la galería Cordier,
sobre el tema del erotismo, algo bastante audaz para la época, ya que existía la
censura. Jean-Jacques Pauvert había sido llevado casi a la ruina, porque había publicado
los libros de Sade, etc. Un ambiente sumamente represivo, y yo me he encontrado
en ese ambiente”. Lassalle evoca la ceremonia sadiana de Jean Benoît, en casa de
Joyce Mansour y luego la propia exposición, con la idea que tuvo Meret Oppenheim
del festín sobre la dama desnuda. Lassalle regresa, por motivos de salud, a su ciudad
natal (Toulouse), pero sigue viendo a Breton y al grupo en sus visitas a París,
y mantiene la relación con aquel hasta su muerte en 1966, incluso con encuentros
veraniegos en Saint-Cirq-la-Popie.
Uno
de los pasajes más importantes de esta entrevista lo tenemos en la reivindicación
que Lassalle hace del surrealismo posterior a la guerra. El período de posguerra
lo considera “esencial”, pero la actividad surrealista “ha sido ocultada por diversos
fenómenos”, léase el existencialismo y el estalinismo. “Era un ambiente terrible.
El Surrealismo se ha encontrado con serias dificultades, pero eso no quiere decir
que no haya hecho nada. Ha hecho cosas muy importantes, y, a mi juicio, las revistas
de ese período, como Médium, Le Surréalisme, même, La Brèche y L’Archibras, última revista, han aportado cosas importantes. También
estaban las exposiciones. El problema radicaba en que los surrealistas molestaban
a la crítica. Molestaban a los existencialistas, a los comunistas, porque Breton
se decía trotskista, aunque de manera romántica, se puede decir. Había mucho que
decir sobre Trotsky, pero como había sido asesinado, tenía un poco la aureola de
mártir. El Partido Comunista, que era muy poderoso, ha marginado al Surrealismo
y lo ha reducido al ostracismo. Para mí, e insisto en decirlo, convencido de que
esto acabará por entrar en la cabeza de las gentes, el Surrealismo de posguerra
era muy importante, y en absoluto una especie de supervivencia penosa. En absoluto.
Yo me sitúo por completo en su interior”. Palabras contundentes y admirables, que
debieran zanjar tanta palabrería barata y tantas repeticiones de loros como se han
vertido y se siguen vertiendo sobre esta cuestión.
De André
Breton ha guardado “una imagen muy positiva, muy solar”, la de “un personaje resplandeciente
que me ha aportado muchas cosas”. Pero Jean-Pierre Lassalle no deja de apuntar,
creo que acertadamente, los descarríos políticos del grupo, por ejemplo a propósito
del manifiesto sobre Argelia y del castrismo. Cuando los surrealistas se apuntan
a firmar el llamado “Manifiesto de los 121”, le escribe una carta a Breton para
decirle que no estaba de acuerdo con todo el manifiesto, ya que le era imposible
sentir simpatía hacia los musulmanes del FLN, que “no han cometido sino horrores”:
“Lo que me molestaba era ver a los surrealistas, no a Breton en especial, sino a
Jean Schuster, y a todo un equipo, firmar ese manifiesto. Todo el tiempo aparecían
mezclados con los existencialistas de Les
Temps Moderns, con Péju, y a menudo con Marguerite Duras, y eso no me agradaba,
porque ese no era mi medio”. Más adelante, Lassalle dejará claro que la inscripción
política del grupo no le interesaba lo más mínimo: “Me parece simpático decirse
trotskista, pero eso no va muy lejos, a mi entender. En cambio, lo que me ha interesado
siempre en el Surrealismo es el contacto y la apetencia por las ciencias ocultas.
En ese sentido, podría decir que me sitúo en la corriente del surrealismo esotérico.
Es el aspecto esotérico lo que me interesa del Surrealismo”. O sea, lo contrario,
por ejemplo, de haberse metido en el callejón castrista: “En un número de L’Observateur, al principio del castrismo,
o sea cuando todo el mundo estaba a su favor, salieron informaciones sobre gente
que había sido detenida en condiciones arbitrarias y sobre dignatarios de la francmasonería
cubana que habían sido encarcelados sin juicio alguno. Los surrealistas se han precipitado
todos en el castrismo, diciendo que Fidel Castro era extraordinario. Esa no es mi
tendencia. Me lo han reprochado a menudo, pero yo soy partidario del surrealismo
esotérico. Y me siento muy próximo en ello de André Breton. Él en esto se contradecía
a sí mismo, pues era él quien había llevado el Surrealismo hacia el territorio político”.
Señalemos, como hemos hecho ya en alguna ocasión, la posición tan lúcida que en
torno a la cuestión cubana tuvo Nicole Espagnol, y lo bien que la expone Alain Joubert
en Le mouvement des surréalistes ou la fin
mot de l’histoire. Añadamos también que Jean-Pierre Lassalle apunta a la “corriente
Artaud”, hecho decisivo, ya que también he expuesto en otro lugar que la ruptura
del grupo surrealista con Artaud me parece la única verdaderamente significativa
en la historia del movimiento.
Hablando
de Breton como poeta, Lassalle lo considera “un gran poeta”, que ha escrito “muy
bellos poemas”, pero que carecía de la “facilidad” de Péret, quien “escribía como
respiraba, como hablaba”. Oponiéndose a Yves Bonnefoy, para quien Breton es un “poeta
menor”, Lassalle se niega a reducir la poesía a la escritura de los poemas: “Es
toda una actitud, todo un conjunto de textos en torno a la poesía, y desde este
punto de vista no estoy de acuerdo en que se minimice la poesía de Breton”. Es grato
ver a Jean-Pierre Lassalle reprobar en Bonnefoy, además, el rechazo del movimiento
que lo ha llevado a la poesía, ya que “Bonnefoy era ultra-surrealista en 1948”.
“O bien se mantiene uno constantemente al margen, como es el caso de Michaux, o
bien se participa en un movimiento y se evita luego renegar de él. Hay que ser coherente”.
Pero
las tonterías de un Bonnefoy, a fin de cuentas, son insignificantes al lado de los
estragos causados por Jean-Paul Sartre, quien “nunca ha comprendido la poesía”.
“Ha querido escribir sobre la poesía y no ha dicho sino estupideces, como las de
su libro sobre Baudelaire, que no vale nada”. El existencialismo “fue hermético
a la poesía”, aunque entre quienes se consideraban existencialistas se dé la excepción
de Boris Vian, “muy cercano al surrealismo por su creatividad, su sentido de las
imágenes”. La misma paradoja señala en los miembros del Colegio de Patafísica, mucho
más cercanos al surrealismo que al existencialismo.
Estos
apuntes son sin duda muy jugosos, como otros sobre Dalí (de quien destaca, no su
pintura, sino algunos textos críticos “fabulosos”), Freud (“un hombre genial, pero
a la vez un espíritu positivista, pequeño burgués”), Elisa Breton (evocada con su
loro sobre la espalda y los chales que arrastraba por el suelo, y de quien señala
que era “una artista notable”), Péret (y su deseo de bautizar a su hijo como “Desertor”:
“Ahí estamos en la subversión total. El empleado de las escrituras del consulado
de Francia en Brasil rehusó y Péret decidió llamarlo Geyser, lo que fue aceptado,
sin la menor verificación. Aquí estamos a la vez en la poesía y en la subversión”),
Alain Jouffroy (“que ha escrito muy bellos poemas”), Élie-Charles Flamand (“un excelente
poeta”), Noël Arnaud (que lo ha influido mucho y al que también considera poeta
de gran valía)... No concordamos, en cambio, con la valoración en conjunto negativa
que hace de Alexandrian, en nada acorde con la imagen que guardo yo de él, tras
haberlo tratado en sus últimos años, por no hablar de las lecturas exhaustivas que
he hecho de sus escritos; cuando Lassalle dice del contenido de Supérieur Inconnu que “se parecía mucho al
de las precedentes revistas surrealistas”, choca también con los que, como Édouard
Jaguer o yo mismo, lamentábamos precisamente su apertura a colaboraciones a veces
dudosas, y en cuanto al choque con Jouffroy, ya en estas mismas páginas traducimos
una carta soberbia suya, para confrontarla al miserable testimonio póstumo de Jouffroy.
Jean-Pierre
Lassalle sale verdaderamente airoso de las preguntas que lo llevan a hablar de los
Lacanes, los Derridas y los Deleuzes, y sus palabras también merecen ser resaltadas.
Con respecto a la tesis lacaniana de que la poesía está por completo del lado del
significante, dice: “Breton ha tenido en cuenta el significante, evidentemente,
en tanto que ha hecho, sobre todo al principio, todo un conjunto de juegos sobre
las sonoridades. Y también ha tenido en cuenta la forma. Pero si hay alguien que
tiene en cuenta el significado y toda la red de significaciones que se organiza
alrededor de las connotaciones, ese es Breton. Se ha mantenido siempre al margen,
casi con hostilidad, de las experiencias estrictamente formales, como por ejemplo
las del Oulipo, o de todos esos juegos del Colegio de Patafísica. Noël Arnaud, al
contrario, era un lúdico, a diferencia de Breton. O sea, el significante, sí, pero
falta el significado. La poesía es el sistema significante/significado y toda la
red de las connotaciones. Cómo llegar a construir un poema con todo lo que nos viene
del inconsciente y que constituye una red connotativa, he ahí la cuestión”. En cuanto
a Derrida y Deleuze, “no son mis pensadores”, y con ellos “se está lejos de la poesía,
e incluso de la filosofía. La deconstrucción, en el plano filosófico, ya es bastante
discutible, pero además no conduce a nada en el plano poético. Quien de las nuevas
generaciones se interese por el Surrealismo, debe acudir a los textos fundamentales
del Surrealismo y ver la evolución, las correcciones que han hecho evolucionar ese
pensamiento, el de Breton en particular. Los Entretiens de 1952 son muy importantes, pues corrigen muchas cosas.
Hay que leer no solo a Breton, sino también a Aragon, a Artaud y a muchos otros.
Al desvío por Derrida, en cambio, no le veo, sinceramente, ventaja alguna. Yo tengo
la impresión de empobrecerme leyendo a Derrida”. Así de claro ha respondido Jean-Pierre
Lassalle a la idea de que Derrida habría hecho la labor de “crítica de la crítica
del Surrealismo” que las nuevas generaciones supuestamente precisarían. Por el contrario,
celebra las ideas sobre la metáfora de Paul Ricoeur: “Siento una inmensa admiración
por Paul Ricoeur. Su libro sobre la metáfora es un libro fundamental. Toda poesía
es metafórica o no es, como diría Lautréamont. Breton es un hombre de la metáfora.
Él lo ha dicho y vuelto a decir en su obra. Los poetas surrealistas son poetas de
la metáfora y de toda suerte de tropos”.
Lautréamont
ha sido, precisamente, una de las grandes preocupaciones de Lassalle, habiendo viajado
para sus pesquisas incluso a Montevideo. Es él quien hizo el curioso hallazgo de
que el mítico rinoceronte del canto sexto fue inspirado por uno exhibido en aquellos
años al final de la Rue de Castiglione.
Al final
de la entrevista, Jean-Pierre Lassalle habla de su interés por Alfred de Vigny,
sobre quien ha publicado en Fayard una monografía definitiva. Vigny, como es bien
sabido, no ha gozado de gran predicamento entre los surrealistas, aunque se dé la
excepción de Stello y de “La casa del
pastor”. Lassalle señala aspectos a su juicio valiosos, que resultan convincentes,
y observa cómo Ducasse no lo criticó en sus Poesías,
haciéndolo escapar, como a Nerval, de sus demoledoras fustigaciones.
Tras
la entrevista, hay un apartado bibliográfico, aunque solo de publicaciones independientes,
y una miniantología de cinco poemas. Entre aquellas se encuentra un estudio hoy
difícil de localizar: Ubu et quelques mots
jarryques, publicado en Toulouse en 1976. A lo largo de 33 páginas, Jean-Pierre
Lassalle indaga 26 de las palabras más peculiares de ese gran inventor que fue Alfred
Jarry, incluidas “Ubu”, “bordure, “chandelle verte” y “palotin”, y recurriendo,
en un verdadero tour de force sobre uno
de los escritores básicos del surrealismo, a las más dispares fuentes: textos y
grabados alquímicos, figuraciones heráldicas, el tarot, la cábala fonética, Rabelais,
los Tartarines...
***
Jean-Pierre Lassalle
no solo es un original poeta (La Fuite Écarlate,
Poémes Presques suivis de La Grande Climatérique,
L’Écart Issolud suivi d’Agalmata, los
tres editados en Toulouse entre 1998 y 2001), sino que ha sido un hombre fiel a
su fervor surrealista desde que, en 1959 le enviara una carta a André Breton, que
este publicó en el n. 9 de Bief. Breton
le dedicará uno de sus libros con estas palabras: “A Jean-Pierre Lassalle, que sabe
acariciar el pájaro en la piedra”. Varios cuadernos publica en años sucesivos: Le Grand Patagon (1962), el artaudiano Retour de Rodez (1963), Brusquement les oiseaux (1968), Diramant (1969), Enfin Lepante (1971).
Insólita
obra es Agalmata, compuesta de poemas
gráficos, collages, dibujos y postales desviadas, todo de fines de los años 50,
pero seguida de un manifiesto posterior, soberbio, con la idea de la creación de
una orden de caballería poética en que esplenden las figuras de Isidore Ducasse,
Alfred Jarry, Raymond Roussel, Antonin Artaud, André Breton y... el Gran Patagón.
Medio
siglo después de Bief y de Agalmata, Jean-Pierre Lassalle aparece en
Brumes Blondes (n. 8, 2010), como poco
antes lo hacía en S.u.rr... (con unas
muy bellas respuestas a su encuesta sobre el sueño, el lenguaje y la imagen) y en
Supérieur Inconnu. Y es que, tras haber
pertenecido al grupo bretoniano de 1959 a 1966, con valiosas publicaciones entre
1962 y 1971, Lassalle reapareció con fuerza en la órbita surrealista hacia 1998,
recuperando sus escritos junto a los documentos que redescubrió por azar en 1995.
***
En el n. 50 de los masónicos
Cahiers d’Occitanie, junio de 2012, encontramos
sorprendentemente las reseñas de tres obras que abordamos en estas páginas: el catálogo
de la exposición de Grandville Un autre monde.
Un autre temps, el de Georges Sebbag Chassé-croisé
Dada-Surréaliste y, del mismo Sebbag, el potente ensayo Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie.
Nos
interesan sobre todo las reseñas dedicadas a los libros de Sebbag, que firma Ariel-Pelléas
Serain, uno de los nombres esotéricos de nuestro amigo Jean-Pierre Lassalle. La
de Surréalisme et philosophie continuará
en el n. 51.
Ariel-Pelléas
Serain muestra ser no solo un óptimo conocedor de los entresijos del surrealismo,
sino haber sido un buen amigo de los surrealistas, sobre quienes aporta interesantes
apuntes.
Una
de las obras que destaca es Emoción (1927)
de Georges Malkine, “representando una ventana ojival cerrada por una plancha, perfecto
ejemplo de una pintura-imagen poética surrealista”. También, Brujas, de Kurt Seligmann, Es mediodía menos 3, de Claude Tarnaud, Fiesta, de Kay Sage. Serain nos cuenta que
era en casa de Robert Benayoun, uno de los pocos miembros del grupo surrealista
de París que tenían televisión, donde Breton fue a ver la emisión sobre los cátaros
de Claude Santelli, y que Benayoun intentó sin éxito que Breton leyera los relatos
de Lovecraft, a quien tanto él como Gérard Legrand habían “descubierto” en 1953.
De otro
gran surrealista escribe: “Adrien Dax, a quien hemos conocido de 1959 a 1979, fecha
de su muerte, fue el surrealista de Tolouse, gran amigo de André Breton y Benjamin
Péret. Ingeniero de Genio Rural, tenía un dominio extraordinario del dibujo, y una
muy viva inteligencia. Durante su cautiverio en un stalag de Alemania, leía y releía
incansablemente las Enéadas de Plotino.
Su cultura era inmensa. Solo ahora se comienza a medir la importancia que ha tenido
en el Surrealismo”.
De Jean-Claude
Silbermann, a quien también conoció bien, nos dice que Radovan Ivsic se admiraba
con su apellido: “el hombre de plata”. A la adorable Mimi Parent la llama “mujer
de gran saber y de gran refinamiento”, y de Toyen revela haberle siempre emocionado
“profundamente” el extraordinario lienzo En
el castillo de Lacoste (que a mí me impactó tanto como para originar mi largo
relato Cité Toyen).
Por
último, Ariel-Pelléas Serain echa en falta, en el capítulo fotográfico, a Roger
van Hecke y destaca, en el de “Pleno margen”, a Félix Labisse, “a menudo y erradamente
minimizado”, juicio con el que coincidimos. De Labisse podemos repordar, por ejemplo,
su precioso cuadro Al otro lado del mes de
las vendimias o la curiosidad satisfecha (1980), donde sustituía al apelotonado
grupo de hombres de traje negro y sombrero hongo de El mes de las vendimias (Magritte, 1959) por nueve selenitas.
La crítica
de Potence avec paratonnerre es, evidentemente,
de otro carácter, pero igual de interesante, espléndida incluso. A mi juicio, complementa
a la que yo hice, ya que el autor se ocupa de aspectos descuidados por mí, y quizás
pueda decirse viceversa. Una cuestión de palabras creo que se manifiesta cuando
discrepa de la consideración que hace Sebbag al decir que “el surrealismo no es
ni irracionalista ni esotérico”. No es irracionalista porque busca las armonías,
y como mucho ha insistido en los aspectos “irracionales” por su carácter reprimido
en nuestra civilización, y no es esotérico porque algo muy diferente es interesarse,
aunque sea apasionadamente en algunos casos, por el esoterismo –un interés por cierto
que no se advierte en algunos grupos de las últimas décadas, aunque ello se me apetece,
desde luego, más una carencia que otra cosa.
***
Se ha publicado recientemente,
en la colección “Bouquins” de Robert Laffont, un volumen de más de 1100 páginas
sobre la masonería. El interés nuestro va hacia la colaboración de Jean-Pierre Lassalle,
ya que se ocupa del surrealismo y la francmasonería, tema que ya había abordado,
como A. Crystallo, otro de sus nombres esotéricos, en los Cahiers d’Occitanie. Enumeraba él entonces a una serie de surrealistas
que han pertenecido a la masonería: Philippe Soupault (aunque después de dejar el
surrealismo), Pierre Mabille, René Alleau, Henri Seigle, Bernard Roger, Guy-René
Doumayrou, Roger van Hecke, Élie-Charles Flamand y –¡nombre predestinado!– Marie-Dominique
Massoni, nombres a los que suma ahora, entre otros, los de Fernand Dumont y Jean
Palou, y a los que se pueden sumar el de Endre Rozsda y el de Ithell Colquhoun,
quien tenía un verdadero entusiasmo por las órdenes esotéricas: en 1952 entró en
la Orden del Templo de Oriente, en 1955 en la Logia de la Nueva Isis, en 1963 fue
iniciada como maestra masona y en 1965 se consagró diaconisa de la Antigua Iglesia
Céltica (por algo la ha definido Michel Remy como “el surrealismo en perpetuo estado
de fantasmagia sobre los caminos convulsivos
del ocultismo”).
En este
breve trabajo, Jean-Pierre Lassalle analiza la actitud de André Breton, con su “no
estoy para los adeptos”, pero también con su estima hacia “los francmasones príncipes
del enigma, como Martines de Pasqually, Louis-Claude de Saint-Martin y, contemporáneos
suyos, Pierre Mabille, Robert Amadou y René Alleau”. Al final alude a una obra que
hemos reseñado con entusiasmo en estas páginas: la de Patrick Lepetit Le surréalisme. Parcors souterrain, donde
se señalaba cómo “el surrealismo ha sido impregnado por el Arte Real, y no solamente
por el psicoanálisis o el compromiso político”.
Página ilustrada com obras de Singwan Chong li (Chile), artista convidada desta edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 107 | Fevereiro de
2018
editor geral | FLORIANO MARTINS
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editor assistente | MÁRCIO
SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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MARTINS
revisão de textos & difusão
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equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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