terça-feira, 29 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Joaquín Morales

RONALD HALADYNA | Un buzón lleno de sorpresas: Postales de Bizancio de Joaquín Morales

 


¿Cuántos libros de poesía en lengua castellana empiezan con un epigrama del Tractatus Logico-Philosophicus (1921) del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein y en alemán nada menos? Personalmente no tengo la menor idea, pero me aventuraría a adivinar que muy pocos. Encontré uno hace unos días en Postales de Bizancio (1984) del paraguayo Joaquín Morales. [1] Aunque la selección de un título apropiado para una obra literaria convencionalmente debería sugerir la esencia de la temática sin pecar de obviedad, el uso de un epigrama no siempre obedece los mismos criterios, razón por la cual esta elección de Morales me intrigó aún más después de leer este interesante libro.

Muchos años después de la publicación del Tractatus, Wittgenstein sugiere en su Investigaciones filosóficas (1953) que todas las palabras (significantes lingüísticos) están integradas en “juegos de lenguaje”. Cada “juego” lingüístico es definido por un sistema de reglas que gobiernan la manera en la cual se usan las palabras dentro de ese contexto. En este sentido el lenguaje se parece a un juego —como el ajedrez— que tiene reglas que determinan cómo se pueden mover las piezas. Lo importante de esta teoría es que nuestros juegos modifican la manera en que experimentamos el mundo y la idea convenció tanto a teóricos como a escritores de este siglo a abandonar la perspectiva realista en favor de una perspectiva no realista o constructivista. Los constructivistas subrayan que es el lenguaje que da acceso al mundo; lo que nosotros llamamos el “mundo verdadero” no es más que una creación social siempre en evolución. [2]

En las dos últimas décadas uno no se extraña al encontrar que los poetas no sólo tienen conocimientos de la filosofía moderna y de la teoría crítica sino que también incorporan en su poesía los mismos estilos y temáticas teóricas que absorben en sus lecturas. Por lo tanto hemos visto en años recientes evidencia de estas influencias en la obra de argentinos como Roberto Jurroz y Alberto Girri, en la del mexicano David Huerta y ahora en Postales de Bizancio.

Esta obra de Morales es, en gran parte, una poesía crítica. Aunque mucha poesía expresa implícita o explícitamente su propia arte poética, la poesía crítica dicta en forma concentrada la agonía de la insuficiencia de la potencia de las palabras para transmitir las ideas o del temor de no poder decir nada en absoluto. [3] Encontramos a lo largo de los 53 poemas de Postales de Bizancio varias referencias al uso de las palabras y del lenguaje que demuestran una constante preocupación y un asiduo cuestionamiento no sólo de la adecuación de las palabras para expresar la realidad, sino también de la posibilidad de una percepción sensorial del «mundo verdadero», de la formulación de ideas, de la veracidad de la memoria y de la re-creación de experiencias, recuerdos y conceptos en palabras. En esencia, se nos plantean en Postales de Bizancio muchas cuestiones axiales de las cuales se han ocupado los filósofos, teóricos y comentaristas durante gran parte de este siglo. Tal vez su “Arte poética 1” resulte tan buen lugar como cualquiera donde empezar:

 

Palabras de papel,

palabras de viento.

Se van, se pierden,

se olvidan,

no sirven para nada

y no dan de comer.

 

Pero como lectores conscientes enfrentamos un dilema: ¿Debemos tomar estas palabras en serio si el poeta mismo no parece darles importancia a ellas? Mi respuesta es un enfático “sí” porque el poema está expresando —con un razonamiento nada postmoderno— un posible paradigma postmoderno, uno que refleja un cuestionamiento fundamental del logos que ha sido formulado desde el siglo pasado por Friedrich Nietzsche y en éste por Ferdinand de Saussure, Hans Georg Gadamer, Martin Heiddeger, Jacques Derrida y por cierto el ya citado Wittgenstein.

Pero también es posible contestar que “no” porque en realidad está expresando algo — con estas palabras— que parece muy cierto. Postales de Bizancio es una poesía a punto de ser postmoderna. Varios poemas en este libro definitivamente no son nada postmodernos; pero en el arranque de otros se nota una tendencia hacia un lirismo coloquial de situaciones y tonos aptos para todo público. Pero en estos poemas la placidez del ambiente cambia repentinamente con la intromisión de lo que se parecería una sorpresiva falta de buenos modales. Es así que el lector experimenta una sacudida en poemas como “Li Po, muerto” en el cual entre las disculpas y el arrepentimiento del poeta ante el espíritu del célebre poeta chino cambia de opinión y promete emborracharse; o en “Inminencia de la casa” donde “volver a casa significa… el viejo placer de orinar en el jardín”; o en “Apuntes para una épica urbana” en el cual el poeta confiesa que en su adolescencia se mas turbaba y se enamoró de una tía solterona; o como vemos en “Ratones en el piano”, donde utiliza un raticida para asegurar el éxito de un concierto del “lirismo de Liszt”. La inclusión de actos escandalosos irrumpe así en los momentos menos esperados sugiriendo que en el ámbito de los poemas, tal como ocurre en la vida, todos los registros de comportamiento pueden presentarse sin la menor advertencia. Estas sorpresas exigen al lector su constante vigilia porque algo sorpresivo puede ocurrir a la vuelta de cualquier esquina, sentando así la base de un importante consejo del postmodernismo: no tomar nada por sentado.

Otros poemas se concentran en los mismos temas que han ocupado la atención de los postmodernistas en los últimos treinta años: cuestiones relacionadas a la aprehensión visual, la percepción y el olvido, la metapoesía, la fenomenología, un cuestionamiento de la teoría de la correspondencia y temas nietzscheanos. La incorporación de estos tópicos en sí es sugerente de un texto postmoderno por las ideas radicales que proponen con respecto, por ejemplo, al lenguaje. En el poema “Contra las palabras” el poeta se arremete contra la arbitraria asignación de significado a las palabras, un tema central de pensadores desde Nietzsche hasta Derrida:

 

palabras, meras palabras,

fraguado polvo de ruido

 

Y esta confusión, sinceramente,

me preocupa:

pero la ordenación de las cosas

es insulto a cada una

si el pegarles rótulos

y barajarlos con cuidado

nos deja en las vitrinas un olor rancio,

sequedad de pergamino.

 

Tanto Friedrich Nietzsche como Ferdinand de Saussure han dejado sus huellas aquí. Aquél por su insistencia en respetar la infinita riqueza y variedad de la realidad, una realidad que sufre injustificables reducciones cuando se intenta representarla con palabras. Éste por su desvinculación de significante y significado; un ataque frontal contra la teoría de la correspondencia entre la palabra y la realidad que propone representar.

Nietzsche y Wittgenstein están dondequiera en esta poesía que toca lo fundamental del Tractatus —la relación entre realidad y lenguaje— como se evidencia en estos fragmentos de “Proyecto de fin de semana”:

 

Un mundo sin porqués ni desdecuándos,

ni evidencia para ningún nombre

ni nombres para lo que no tiene evidencias

[…]

Todo enunciado

una generalización no comprobable,

una aseveración presuntuosa,

una apuesta para diversión

de dioses aburridos

(apenas habitantes de enciclopedias):

en que no haya término de acción ninguna

ni precedentes, ni tendencias,

ni reminiscencia en que apoyar

la sospecha de haber estado allí antes…

 

Si bien Nietzsche apachurró la validez de los conceptos usados por los filósofos para establecer las “verdades” del mundo moderno, Wittgenstein posteriormente pisoteó la idea de que el uso del lenguaje surge por un encuentro trascendental del sujeto con un mundo objetivo. La oposición aquí a las generalizaciones y los conceptos; esta desconfianza en el lenguaje y en la confianza tradicional en su capacidad de re-presentar la realidad; todo refleja la filosofía y el tono de Nietzsche. El filósofo alemán no sólo negaba el afán del Occidente de crear conceptos con palabras; también creía que el lenguaje era la realidad y que todo lenguaje está al servicio de los poderosos de las sociedades que querían ejercer con él su voluntad de dominar. Son ideas seminales que siguen ejerciendo una enorme influencia en el pensamiento occidental del siglo XX y que han hecho eco en la literatura, aquí en la poesía de Joaquín Morales.

Unos años antes del Tractatus, Wittgenstein advierte en el Tagebücher que

 

comprendemos el mundo como sistema. Puedo reducir la descripción del mundo a una forma unitaria, colocando sobre él una red como, por ejemplo, la descripción del mundo que hizo Newton. No hay que confundir esto con la comprensión. [4]

 

He dicho que esta poesía es casi postmoderna porque parece estar en un proceso de transición. Como ocurre en la poesía del poeta mexicano David Huerta, las frecuentes incursiones de la problemática del lenguaje —central en el discurso teórico de los últimos veinte años— en la misma poesía de Morales incide en una paradoja sin salida: la aparente inutilidad del lenguaje sólo puede ser comunicada con el mismo lenguaje. Comunicada, pero no demostrada todavía en la poesía de Joaquín Morales que sigue desenrollándose de una manera tan clara y convincentemente que parece desmentir sus propias afirmaciones.

La presencia de Wittgenstein (el de Investigaciones filosóficas) es notable especialmente en poemas posteriores que no iban a aparecer hasta la publicación de Muestra de poesía (Arandurá, 1995) como si el poeta quisiera poner en práctica la idea wittgensteiniana sobre el lenguaje como un juego. En unos fragmentos del poema «Hurras a Bizancio”, [5] encontramos un virtual paradigma del lenguaje en juego:

 

metahistorieta hiperculta post(u)moderna semicomics megakitsch polidramática politraumática paraliteraria transretorizante intertextual antiparnasiana hipertrófica antipirética epigástrica protonocturna versificada profusamente anotada cuasi encantamiento y ensalmo celebratorio medio kachiái de los decires cultos y de nación, glosas floriculturales y musicales ortopedias de robusta poética bien temperada al uso de los antiguos maestros de capilla flamencos y borgoñones y grecoguaraníticos puesta en materia poética según la celebrada y gloriosa tectónica de la Casa Torta y el literario Mbaipy Parnasiano regados por abundante Zeitgeist de la mejor cosecha, id est Secunda Reconstmctio…

 

Según Wittgenstein, el uso del lenguaje constituye un juego, consistente sólo con las propias reglas establecida para los fines del juego, reglas siempre establecidas por los usuarios del mismo. Este torrentoso caudal de palabras de todo registro de Hurras a Bizancio — satirizando la exagerada sofisticación de los textos de teoría crítica, filosofía, historia y sociología— del “Newspeak” científico adoptado en los círculos humanísticos. No sólo se burla de tipos académicos como nosotros sino que, y más importante, demuestra gráficamente una conclusión fundamental de los filósofos y teóricos del siglo XX —algo que no le sorprendería a la gran mayoría de una población ya dolorosamente enterada de los abusos del poder— que las palabras sólo son palabras. Tras las máscaras de los textos de la sofisticación científica o humanística, de la grandilocuencia política, de la cuidadosa selección de «las noticias más importantes» por los medios de la comunicación masiva, las palabras —como diría Wittgenstein— están siempre en juego y los que establecen las reglas del juego —de acuerdo con Nietzsche— siguen ejerciendo su voluntad de dominio.

En un artículo anterior yo había mencionado que la poesía paraguaya sigue siendo dominada por la lírica de la tradición románticasimbolista, una opinión que todavía sostengo. Pero Joaquín Morales está abriendo a machetazos un camino por bosques desconocidos; una poesía interesante por la novedosa perspectiva que aporta; y prometedor porque hay mucho bosque verbal por delante. Con «Hurras a Bizancio» ha empezado a practicar lo que antes sólo presentaba como una posibilidad teórica. Que siga su exploración.

 

NOTAS

1. “El que me entienda debe arrojar la escalera luego que por ella haya escalado. Él debe superar esas frases y luego verá correctamente el mundo”. Traducción de Helena Rauskin.

2. Stanley J. Grenz, A Primer on Postmodernism (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans, 1996).

3. “Poesía crítica”, un término acuñado por Octavio Paz para aquella poesía que expresa escepticismo hacia el lenguaje y que cuestiona su propia construcción. Ver Thorpe Running, The Critical Poem, (Lewisburg, Pennsylvania: Bucknell University Press, 1996).

4. Tagebücher 1914-1916. Ed. por G.E.M. Anscombe. (Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag, 1969), citado en Gerd Brand, los textos fundamentales de Ludwig Wittgenstein. (Madrid: Alianza Universidad, 1975,97-98).

5. Ver Muestra de poesía (Asunción: Arandurá; Montevideo: Banda Oriental, 1995).

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Amaral, Raúl. Prólogo. “La poesía natural y profunda de Carlos Villagra Parsal”. El júbilo difícil. Por Carlos Villagra Marsal. Asunción: Don Bosco, 1995.

Altieri, Charles. Self and Sensibility in Contemporary American Poetry. Cambridge, MA: Cambridge UP, 1984.

Hassan, Ihab. The Postmodem Turn: Essays in Postmodern Theory and Culture. Columbus: Ohio State UP, 1987.

Milán, Eduardo. “Roberto Echavarren: Posiciones. El contexto general”. Poemas largos. De Roberto Echavarren. Montevideo: Arca, 1989. 5-13.

 



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