CT | Siento la necesidad de hacer
haiku cuando comprendo su intemporalidad tan necesaria a mi alma, cuando me encuentro
en su “presente continuo” que me llama permanentemente para respirar la vida en
todas las cosas que me rodean.
OJGH | ¿Por qué llamaste tu libro:
Callada escritura y por qué indicas que son: poemas breves? ¿Qué hay entre lo uno
y lo otro?
CT | El nombre del libro “callada
escritura”, quisiera ser en sí mismo un homenaje al haiku. Ansío haber logrado honrarle
con la sencillez y confección delicada de silencios que le es tan natural. Siempre
Lo más simple es lo más difícil, aunque ello suceda frente a nuestros ojos de manera
permanente y callada.
A mis haikú les llamo “poemas breves”
para expresar mi respeto amoroso por la forma original de su escritura, a pesar
de no sentirme urgida por cumplirla a cabalidad, en el entendido que no es el rigor
formal el que garantiza el esplendor del poema.
OJGH | Esa relación inexorable con
la naturaleza que tiene el haikú oriental, ¿cómo se da en tú naturaleza occidental,
si podemos hablar así o no?
CT | La relación con la naturaleza
es para cualquier hombre, incluso a su pesar, la iniciación con lo sagrado. El lugar
nunca importa, no existe para el haiku, como no existe el tiempo. La tradición de
los viejos maestros zen en Oriente exploró esta conexión poético espiritual desde
hace siglos, quizá antes que el hombre occidental atisbara esa fuente.
En tal sentido, el encuentro con el haiku
es un encuentro ineludible con la naturaleza y sus hermosas fuerzas ocultas, visibles
a la vez, para quien abre todos sus sentidos con gratitud a la existencia, en unidad
con cuanto le rodea.
OJGH | ¿Cuál ha sido tú metódica
sensitiva para hacer este libro y que se diferencia de tus otros libros o tienen
un hilo en que relacionan o no y por qué?
CT | No hay en mi poética haiku
una metódica en términos propiamente técnicos, salvo si estimo la especie de “llamamiento”
al que me he visto subyugada en los últimos años, cuan si fuese un culto irrenunciable.
La contemplación es mi receta. La gratitud
en la mirada, oído generoso, manos abiertas, saberse parte de la respiración de
todo lo que respira a tu alrededor.
La conexión con mis libros anteriores,
quizá es el hallazgo y la búsqueda a la vez, de la sacralidad que se esconde tras
lo cotidiano. Además identifico otro lazo con mi otra poética; el peregrinaje adentro,
siempre adentro de mí, y por supuesto de todas las cosas y seres que me habitan
y habito.
OJGH | ¿Podría decirnos por qué el
libro está estructurado con títulos por capítulo como: Ofrendas del paraíso, Tarde,
Pájaros, Fuego, Agua, Cielo y qué sentido tienen y por qué?
CT | Ir tras los cuatro elementos,
(fuego/aire/agua/ tierra) y sus combinaciones secretas, es algo así como una lectura
sobre la alquimia velada que asiste todas las formas; una suerte de obsesión literaria,
tras la cual se busca asir la vida en sus leyes, en sus ciclos, en su naturaleza
divina… el sueño de ser lo observado, de habitar la luz donde vive la vida misma…
El sueño, la búsqueda de cielo acá en la tierra.
OJGH | En cada haikú o poema breve,
que es lo que hay de tensión dialéctica entre el silencio y la soledad, ¿qué busca
tratar allí?
CT | Sólo en el silencio y la soledad,
el “ser” de cada cosa se encuentra así mismo. En el haiku las cosas son lo que son.
Para ver los seres en su verdadera esencia se requiere el despojamiento, la desnudez
más pura que reserve a la mirada sólo el fuego de lo mirado. Ese milagro, ese momento
de revelación requiere de la serenidad del silencio y de la plenitud de la soledad.
Entre ese par de fuerzas en tensión,
se da el alumbramiento del espíritu. He ahí el haiku, la poesía de la poesía.
OJGH | Todo este mundo de percepciones
en las que revela un momentuum de lucidez,
¿le es hermosamente tormentoso y luminoso y por qué sí o por qué no?
CT | Es sobretodo hermosamente
luminoso, en el entendido de que las cosas se entregan con su verdad, con su sencilla
intimidad.
La ilusión no tiene cabida, ni las pasiones
nacidas del ego, ni los adornos, ni los artificios, ni la pirotecnia verbal. Todo
ello sucumbe frente a lo verdadero, frente a la luz del ser de cada cosa.
Allí la aceptación, la comprensión con
la “no razón”.
En el haiku no hay dualidad, ni muerte,
ni polaridad. Sólo transformación, cambio sublime y permanente de la vida. Sólo
unidad eterna y ancestral para nombrar la piedra ó el río ó la flor.
El haiku evidencia la paradoja, pero
sólo para reemplazarla por la plenitud de la unidad, del tiempo sin tiempo, del
intenso devenir en el que todo acaece sin codicia, sin esfuerzo.
Sentir la otredad, habitar el otro, ser
eso otro en comunión con ello, es tal vez la médula de desgarradora objetividad
que identifica al haiku.
OJGH | ¿La observación y la intuición,
se mezclan aquí, en su escritura y de qué forma sí y o no, cuál es su destino?
CT | Ese par de vertientes alimentan
siempre toda poesía.
Cuando el poeta trata de ser humilde
observador de las leyes que le circundan, está ejercitando su descontaminación,
su purificación hacia lo observado, a la par que se sabe mirado por eso que observa,
percibiendo su pequeñez en la totalidad, reverenciando en silencio el orden inmutable
en el que se halla inmerso. Entonces, allí sucede el poema… aunque poco le quedará
al poeta por decir, pues comprende que el poema es el mundo mismo.
Pero de otro lado, el poeta trae su equipaje,
su intuición, su palabra. Con este regalo Divino interpreta la existencia, trata
de entenderla, busca saber, busca saberse. Con este regalo crea, edifica, sueña,
vive y luego se silencia. De nuevo, allí también sucede la poesía. Mi callada escritura
intenta ser la hija de esta mirada reverente. Procuro allí la discreción, el borramiento
de mi yo, el aplazamiento de mi urgencia que da paso a la suave prisa de la naturaleza.
¡Ruego a los dioses hayan acudido en mi deseo!
OJGH | ¿Considera que el haikú, tiende
mucho hacia el efecto, causar un efecto y si es así, cuál sería el efecto en su
Callada escritura y como se evidencia
o no?
CT | No busco propiamente un efecto
estético por encima de un impacto verdaderamente interior. Si bien lo primero es
de cuidar, ya que el haiku es un dibujo, un jardín para la mirada de quien le cultiva;
lo segundo toca mágicamente el centro, encendiendo el fuego sagrado que le es propio,
allí donde el poema ha sabido comprender con todo su sentido el mundo que pretende
asir.
El “efecto” tras el que voy cuando leo
un haiku, es que allí se revele de manera contundente, pero a la vez sutil, la secreta
relación que vincula las cosas en el universo. Algo así como un fractal del gran
telar cósmico, que en una finísima ecuación de eficiencia te deje ver el “gran sentido”
de todo, y tu papel en ese todo. ¡Bella pretensión! Por supuesto, deseo con todo
el corazón que aunque sea un solo verso de mi callada escritura, eclipse de esta
manera a los lectores. En ese momento entonces, el lector se torna a su vez, poeta.
Esa recompensa sería tan inmensa para mí.
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