La invención del
collage por Max Ernst, le abrió un camino a la poesía, que se encuentra aún muy
lejos de cerrarse. El surrealismo que estaba a punto de ser formulado en sus lineamientos
principales por André Bretón, ya había hecho su aparición en la escritura automática,
antes de la publicación del Primer Manifiesto
del Surrealismo en 1924. En 1919 André Bretón y Philippe Soupault comenzaron
a experimentar con ese método, cuyo resultado fue la recopilación de textos automáticos
“Los Campos Magnéticos”. En ese mismo
año, Max Ernst comenzó a realizar sus
primeras ilustraciones con collages en colaboración con Hans Arp, titulados Fatagaga. El nacimiento del surrealismo se
encuentra pues en esa fecha, gracias a obras realizadas en colaboración por cuatro
grandes figuras poéticas del siglo XX.
El collage surrealista
es, fundamentalmente, un escenario donde las imágenes son subvertidas en un espectáculo
imaginario. Si de acuerdo con la fe cristiana el verbo se hizo carne, prosiguiendo con la surrealista, el ¡Hágase!
del Génesis se liberó del logos divino,
para realizar una función humana: la poesía visual del collage. Como un acontecimiento
de lo maravilloso, el collage nos monta un espectáculo seductivo. ¿Cómo evitar la
tentación de penetrar en su espacio para continuar habitando dentro de él? Ese fue
el gran reto de Max Ernst: obligarnos a saltar hacia ese otro lado, donde infinitas
sorpresas poéticas nos aguardan.
Los surrealistas
se nutrieron por tanto de esas posibilidades, porque intuyeron no sin razón, que
por la vía de lo maravilloso podían continuar soñando con la vieja utopía de realizar
un espacio habitable. Espacio donde la imagen poética recuperara los poderes perdidos,
que siempre han sido su punto de mira. Lautréamont acercó objetos disímiles sobre
una mesa de disección, declarando que esa unión tan inesperada como insólita, creaba
un vínculo con la belleza. Antes que el autor de Maldoror, los hermetistas habían afirmado que todo se encuentra en todo,
creencia cuyo magnetismo no se le escapó a Breton o a Max Ernst. Muchos emblemas
alquímicos muestran ese principio. Lautréamont y los alquimistas confluyendo por
los caminos que iba trazando la imaginación, cultivaron el terreno donde el collage
vio la luz.
No fue por mera
coincidencia entonces, que M. E. Warlick escribiera un libro titulado Max Ernst and Alchemy: a magician in search of
a myth (1). En el laboratorio mental
de este pintor, se inició una obra que
combinaba toda suerte de elementos entresacados de diversos libros de ilustraciones,
para que aparecieran las proyecciones visuales de los nuevos mitos (o “paramitos”
como Max Ernst los llamara), que desde temprana fecha los surrealistas comenzaron
a elaborar. En otro hermoso libro (2), Victoria Cirlot interpreta bajo una perspectiva
atrayente, los misterios que se esconden tras los procedimientos de Max Ernst, al
acercarlos a las visiones de la monja del siglo XII, Hildegard de Bingen. En ese
libro queda trazada entonces una línea ininterrumpida de comunicación que une diversas
creencias y tradiciones, algunas aparentemente opuestas entre sí. ¿Pero acaso no
es esa unión o mestizaje, lo que hace posible la existencia del collage?
El collage pues
se sitúa en una zona subversiva y a la vez reveladora, como las obras pictóricas
de los dementes o los objetos rituales de los primitivos, ofreciendo una suerte
de atemporalidad protectora contra los desgastes de las modas, y de los dogmas de
los críticos académicos. En esa zona marginal los collages de Ludwig Zeller conviven
con lo mejor de la producción poética del surrealismo. ¿Cómo funciona entonces su
propuesta dentro del contexto surrealista? Las imágenes de sus collages, ¿qué le
aportan a la temática de un movimiento, cuyo contenido visionario gravita aún sobre
la expresión de un siglo recién comenzado?
En primer lugar
detrás de lo real siempre se encuentra el atractivo de lo posible, como fuente de
una polisemia que cuestiona el conocimiento absoluto. Werner Heisenberg abrió la
caja de Pandora de la indeterminación
como principio que pone en tela de juicio la lógica tradicional. Alfred Jarry por
su parte, hizo que el Doctor Faustroll inventara la Patafísica para explicar la
ciencia de las soluciones posibles. La miríada de personajes, objetos y animales
con los cuales Ludwig Zeller compone sus collages, nos remiten a la Patafísica y
al cuestionamiento de Heisenberg. Contradicen la lógica, aunque están confeccionados
con una precisión matemática. Los collages de Zeller le proporcionan al surrealismo
la continuación de un proceso de investigación sobre la realidad, iniciado desde
que el automatismo verbal y visual hiciera su aparición dentro del seno del movimiento
surrealista.
El desmontaje
del viejo inventario de la realidad y su reconstrucción en otro nuevo, uniendo los
elementos más dispares entre sí, nos propone como consecuencia, una hermenéutica
polisémica. Partiendo de sus juegos aleatorios (cuya raíz podemos descubrir en una
tradición tan lejana como la que iniciara Raimundo Lulio), Ludwig Zeller nos brinda
su conocimiento mágico, sometiéndolo a una estimulante experiencia visual. La participación
de todos los reinos de la naturaleza en esas ambivalencias que nos trasmiten sus
composiciones, muchas de carácter erótico o anticlerical, nos hacen rastrear su
origen en las analogías que Breton situara como savia del surrealismo. El gesto surrealista –podemos decirlo con
palabras de Victoria Cirlot aplicándoselas a Zeller– es apocalíptico (porque) socava
lo que existe para crear lo nuevo (3). Lo nuevo habría que añadir, partiendo
de las analogías, le restaura a la realidad su dimensión mágica. Cuando penetramos
en el mundo de Zeller, nos damos cuenta que pisamos un terreno donde los pueblos
primitivos y los hermetistas han dejado sus huellas.
Un aire de frescura
se desprende de esas constantes modificaciones de los elementos que Zeller utiliza
para realizar sus collages, inducido por la aparición de seres híbridos o de armazones
fabulosas. Si nos remontamos a siglos anteriores, veremos cómo en plena Edad Media,
la imaginación de los iluministas de Libros de Horas o de tratados apocalípticos,
elaboraron todo un bestiario fantástico llamados droleries, en los márgenes de sus incunables. Esos seres que aparecen haciendo toda suerte de acrobacias grotescas
y eróticas, pudieran ser los antepasados que pueblan ahora los collages de Zeller.
Su alfabeto imaginario también nos remonta a las iniciales con las cuales los iluministas
ornaban sus libros. En los Ars Memorandi que
se popularizaron durante el siglo XVI, descubrimos unas composiciones mnemotécnicas
que se encuentran cercanas a los montajes de Zeller.
Por otra parte,
sus referencias verbales nos vienen de lo mejor de la poesía surrealista, donde
las metáforas revelan los encuentros más insólitos y lo inespesperado se manifiesta,
porque todo convive en estrecha correspondencia, al igual que pensaban los hermetistas.
En los collages de Zeller presenciamos esa convivencia. Zeller nació en una zona
“cargada” del norte de Chile, experimentando de cerca los secretos que esconde esa
región desértica. Más tarde se dedicó a escuchar en un asilo de locos, un lenguaje
donde radica la esencia de muchas de sus imágenes. ¿Cómo no pensar entonces que
sus collages nos hablan con un antiguo lenguaje: el lenguaje de los pájaros, tan buscado por los alquimistas y escuchado
por los dementes y los primitivos? Para él, el camino hacia el surrealismo pasaba
por esos lugares. Pero ningún poeta transita impunemente por los mismos. La huella
que ese paso ha dejado en su memoria se encuentra visible en sus composiciones y
poemas, también cargados de “lugares” mágicos.
El silencio acorrala
a quien vea demasiado. Es el llamado silentium
post clamores que místicos y algunos alquimistas cultivaron, después de haber
sido cegados por la luz de sus visiones. Como ejemplo de ello se encuentra la negativa
de Santo Tomás de Aquino de continuar su “Suma Teológica”, porque según le dijera
a su amanuense, todo lo que había escrito le parecía como un montón de paja después
de lo que había visto. Esas experiencias
nos enseñan también, que lo que aparece como lo posible en el horizonte, merece
ser vivido y expresado. Artistas como Max Ernst o Ludwig Zeller, escogieron la vía
de una creación donde un elemento esencial los ayudaba a realizar sus exploraciones:
el juego. Nada más asociado a la naturaleza del surrealismo que la actividad lúdica.
Entre éstos se encuentra uno que me parece que define los collages de Ludwig Zeller:
Los “cadáveres exquisitos”. Si observamos su estructura, veremos las afinidades
que guardan con el mundo del poeta. En términos generales, los collages de Max Ernst
están concebidos como un “campo magnético” donde se funden en un solo espectáculo,
los diferentes componentes de los mismos. De ahí que el pintor prefiriera que fueran
reproducidos, evitando de esa manera que los contornos de sus recortes quedasen
al descubierto. Los de Ludwig Zeller en cambio, están diseñados en su mayoría verticalmente,
sugiriendo el procedimiento preferido en los “cadáveres exquisitos” de ir yuxtaponiendo,
como unos tótems, imagen sobre imagen. Sabemos que la sorpresa que despiertan estos
“cadáveres”, consiste en que están realizados sin que el que los comienza y después
quienes lo prosiguen, conozcan de antemano su resultado. Ludwig Zeller por su parte,
recurre a la espontaneidad del encuentro fortuito, es decir, que su versión de los
“cadáveres” constituye para él, un juego solitario que tiene lugar en un espacio
poblado de imágenes, prestas a ser reinterpretadas por el poeta. Breton se refirió
en alguna ocasión, a la soledad del creador que debe buscar su propio “vellocino
de oro”. Esa es también la soledad del que “ve”, que como pensó Paul Eluard, hace
posible que otros vean. Ludwig Zeller pertenece a la rara estirpe de poetas que
injerta su mirada en la nuestra para permitirnos “ver”.
NOTAS
1. M. E, Warlick: “Max Ernst and Alchemy, a magician in
search of a myth”. University of Texas, Austin, 2001. Foreword by Franklin Rosemont.
2. Victoria Cirlot: “Hildergard Von Bingen y la Tradición
Visionaria del Occidente”, Herder, Barcelona, 2005.
3. Ibid.
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CARLOS M. LUIS (Cuba, 1932-2013). Poeta y ensayista, estudioso del surrealismo. Página
ilustrada con obras de Ludwig Zeller (Chile, 1927).
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Agulha
Revista de Cultura
Número
104 | Novembro de 2017
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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