SALVADOR MADRID | Conversa con Amanda Castro
SM | Los primeros años…
AC | Comencé
a escribir poemas a los 12 años, poemas que eran como viñetas de las cosas que veía
y me impactaban. El primero de ellos que recuerdo, era una escena de un hombre que
empuja una carreta que llevaba leña, una mujer que echaba tortilla, personas que
buscaban el pan.
Yo,
la niña de El Sagrado Corazón, les veía desde el autobús, y descubría por primera
vez las diferencias de clases y los privilegios que tenía sobre aquellas personas;
yo no tenía que trabajar o pedir como los niños que miraba por las ventanas. Creo
que desde entonces comprendí que se podía hablar a través de la poesía de las separaciones
y de los dolores que estas separaciones provocan.
Posteriormente,
mi filiación con los artistas plásticos del Taller Dante Lazaroni, me dio la oportunidad
de poner en palabras (cuentos y poemas) las historias que tejía a partir de las
imágenes de sus cuadros. Recuerdo haber escrito cuentos sobre los cuadros de Víctor
López, Aníbal Cruz, Ezequiel Padilla y Virgilio Guardiola. Esa relación me ayudó
mucho a cultivar la poética visual que siempre he tenido.
Posteriormente,
en 1985 abordé un avión rumbo a EE.UU. para comenzar un viaje de estudios que aún
no concluyo. Este primer avión, esta primera separación, esta primera experiencia
desde el exilio y la otredad, (donde yo ya no era la niña “blanca” clase media,
sino una “mujer extranjera y de color”) fue instrumental para forjar mi conciencia
de raza y de género. El choque cultural, sin embargo, fue tan grande que me sentí
extraviada completamente y como resultado me alejé de la poesía. Entre el 85 y el
87 no volví jamás a levantar las plumas.
Al finalizar
mis estudios de maestría en 1988, a través de mi trabajo de tesis sobre la poesía
de Juan Ramón Molina, algunos de mis maestros des-cubrieron mi vocación poética
y comenzaron, prácticamente a forzarme a hacer las paces con ella, con la poesía.
Desde entonces nuestro amor sólo ha crecido.
El racismo
sufrido en el norte, me obligó a buscar mis raíces indígenas y a comprender el híbrido
que soy: mujer mestiza producto de la violación del blanco contra la india, mujer
migrante para quien a veces el inglés es más fácil que el español, mujer hecha de
retazos de esperanzas puestas en el alma por otro/as que estuvieron de paso también
en el norte, allí todos reconstruimos como pudimos, lo mejor, lo que más amábamos
de nuestras culturas. Yo opté por la raíz indígena, esa mitología hermosa que se
refleja en Onironautas; adopté tanto creencias religiosas como posturas políticas
también híbridas.
La experiencia
de la muerte ajena, mi diagnosis en 1994 y la sentencia de sólo cinco años de vida
que me dieron entonces, fue quizás la última experiencia personal que más ha influenciado
no sólo mi escritura, sino también mi vida misma. De la simple existencia —a veces
casi vegetación— salté a la pasión por vivir; a vivirlo todo por primera y última
vez, a ver el reloj moviendo sus manijas, a escuchar su tic tac, a monitorearlo
como monitoreo el tanque de oxígeno que arrastro paso a paso entre las multitudes,
para poder decir estoy aquí, existo y eso ya es bastante. Hago lo que mi escaso
aire me permite y más, porque el tiempo que me queda es poco y no lo puedo desperdiciar.
Por eso, creo, escribo lo que escribo y me comprometo con las cosas y las personas
que me comprometo.
SM |
¿De sus siete libros de poesía publicados cuáles
son los más emblemáticos para usted?
AC | Me parece
que el más ambicioso sería Onironautas (2001), pues con él me propuse y creo haber
alcanzado la capacidad de hilvanar una serie de aspectos que para mí son vitales.
En primer
lugar, la escritura de este libro me permitió, como ya dije, abrazar completamente
mis raíces indígenas y acercarme a los ancestros y a sus voces, recobrando con ello
un pensamiento mítico. En segundo lugar, me parece que Onironautas me ha permitido
mostrar que nuestra cultura es, como dice el Maestro Roberto Sosa, una cultura de
la violencia, lamentablemente.
Se hilvanan
en este libro las raíces de la existencia debatidas entre el espíritu creador y
el espíritu de la descomposición (la placenta podrida hace surgir a Odosha, el espíritu
del mal), de la destrucción. Todo esto presentado al comienzo de la existencia,
vuelve a resurgir a la hora de la conquista; hecho violento claro está, pero del
cual surge la vida nuestra, porque nuestro mestizaje deviene del choque de culturas.
Posteriormente, en nuestra historia, reaparece ese choque violento en el marco también
de una nueva reconquista que provoca nuevamente la destrucción y el desequilibrio
de las fuerzas de la naturaleza, me refiero específicamente a la “guerra fría”,
instrumento represor de los conquistadores del norte.
Pero,
Onironautas también es un espacio en el que, a través de invocaciones chamánicas,
se utiliza el sueño como elemento de curación que nos puede permitir sanar la humanidad.
El chaman, canta y con sus cantos cambia los sueños de la gente. Éste es un principio
chamánico compartido por varias culturas y que se parece mucho a la función de el/la
poeta. Confiamos en que nuestros cantos permitirán dar testimonio de nuestra presencia
y de nuestra postura ante el dolor humano.
Por
otro lado, Quizás la sangre… es para mí también un libro muy importante ya que marca
mi salida del clóset poéticamente; aunque mi discurso poético ha sido siempre lésbico,
muchos y muchas se han negado a verlo como tal, porque había estado dirigido a Honduras
tratada como mujer, y eso en nuestra cultura sí es admisible, mientras que una mujer
escribiéndole poemas de amor a otra mujer de carne y hueso está prohibido.
Quizás
la sangre… propone precisamente un juego de simbiosis entre todas las mujeres que
he amado, todos esos cuerpos femeninos que son: mi Honduras, con sus verdes caderas,
montañas y húmedos valles, la poesía con la humedad de su lengua envuelta en el
más exquisito placer oral que pueda gozarse, la sangre recobrada como elemento no
sólo de sufrimiento y muerte, sino como símbolo de la reproducción y de la fuerza
productiva que cargamos las mujeres en nuestras propias entrañas. Y, finalmente,
la muerte, otra mujer que me acompaña siempre, que nos acompaña a todos aunque nos
neguemos a verla.
Quizás
la sangre… vuelve mi discurso político y público hacia lo personal, logrando de
esa manera que mis opciones personales, en este caso mi preferencia sexual, se vuelva
una postura política que me libera permitiéndome ser públicamente la persona que
soy en privado. Si no me hubiera atrevido a escribir y publicar Quizás la sangre…
no habría posteriormente podido ganar el I Premio Hibueras de Relato Corto (Honduras,
2006) con un texto de temática lésbica y con tinte bastante erótico por momentos.
Este
libro, como le digo, es importante porque me ha permitido verme directamente al
espejo y soltar cualquier tipo de vergüenza cultural o religiosa que me había impedido,
hasta entonces, vivir en paz conmigo misma. Y ha sido literalmente como encarar
otra forma de decirme, de decir mi mundo en el cual mi amor por las mujeres es primordial
y obviamente primigenio; mis proyectos literarios actuales son eminentemente lésbicos
y me abren otras formas, otros formatos, otras posibilidades de Ser y de vivir siempre
consecuentemente con lo que pienso y con lo que escribo.
SM | Su trabajo de investigación y promoción de la poesía
escrita por mujeres es clave para entender tal contexto de la literatura hondureña.
Nos amplia al respecto.
AC | Aunque
en los últimos 10 años se ha empezado a reconocer en Honduras que habemos muchas
mujeres escribiendo, y algunas de muy buena calidad, me parece que aún falta mucho
por hacer. El canon literario de los colegios y universidades sigue siendo en un
99% masculino; si buscamos en los libros de historia de la literatura, las antologías
y hasta en la internet, encontramos que los nombres que aparecen son, en su mayoría,
de hombres; en algunos casos figuran hombres no muy talentosos, mientras que mujeres
de larga trayectoria y con obras bastante importantes, no aparecen.
Personalmente,
me he sentido comprometida con las mujeres de mi país y, sobretodo, con las escritoras,
no por sexismo y separatismo —pues muchos de mis mejores amigos son hombres—, sino
por solidaridad y completa empatía. Como mujer escritora que comenzaba a escribir
en los principios de los ochentas, sé en carne propia lo difícil que es para una
mujer de nuestra sociedad reunir los ovarios para atreverse a hacerlo.
Porque
escribir para las mujeres es, no sólo en Honduras, sino en todas las culturas patriarcales,
un acto de rebeldía. La mujer, cuya voz ha sido acallada por los diferentes aparatos
represivos de la sociedad, como la familia, la educación, la iglesia y la sociedad
en general, supone NO hablar, no pronunciar sus pensamientos en voz alta, y mucho
menos, atreverse a publicarlos.
Las
mujeres que escribimos, porque estamos hechas de palabras, sabemos, al igual que
algunos hombres, que si no se escribe se muere o se enloquece. Pero, las mujeres
que escribimos nos vemos forzadas a utilizar un discurso eminentemente masculino,
falocéntrico y cuyas prácticas han sido, durante mucho tiempo, reflejo de los roles
de género que debemos mantener. Esto, sin embargo, es un arma de doble filo, por
un lado aunque la mujer escritora utilice un lenguaje masculino (y por lo tanto
lo reproduce hasta cierto punto), también lo reconstruye, lo subvierte, lo reinventa
al utilizarlo para expresar una experiencia eminentemente femenina.
Así,
la escritura de mujeres llega a convertirse en un ejercicio de búsqueda que no necesariamente
ocupa a los escritores; las escritoras ponemos y quitamos del lenguaje vocablos,
sonidos y conceptos que nos permiten recobrar nuestra sujetividad, liberándonos
de nuestra condición de objetos; mientras que para algunos escritores puede existir
la falacia de que el lenguaje realmente les nombra como sujetos, lo que les impide
cuestionarse cuál es realmente su condición social. Las mujeres hemos sabido desde
niñas que nuestro espacio supone estar supeditado al espacio masculino, los hombres,
por muy pobres que sean y por muy mal que estén socialmente, son por precepto cultural,
independientes y su lugar en la sociedad no está supeditado a nadie (excepto a otros
hombres, — quizás los que posean una falacia más grande).
Para
mí, dar a conocer la literatura de las mujeres hondureñas y centroamericanas en
los Estados Unidos, ha sido siempre un compromiso ético y moral, una necesidad vital
impulsada por el deseo de lograr que estas mujeres se conozcan y por lo tanto trasciendan
nuestra cerrada y miope sociedad. También, obviamente existe un compromiso social,
ideológico y político que me obliga a buscar y vivir de manera coherente y consecuente
con lo que escribo.
SM | Su vida es una suma de acciones y trabajos. Ha escrito
poesía, ensayo, investigación, ha publicado antologías, traducciones de poetas nuestras,
hace enormes esfuerzos por editar poetas jóvenes del país, trabajado en temas de
género; obtuvo en Pittsburgh su doctorado en sociolingüística española, en fin…
y todo contra la mezquindad del medio. Nos habla de sus relaciones intelectuales
con los artistas hondureños, tanto de las letras como de las artes visuales.
AC | Como
mencioné antes, desde hace mucho tiempo me esfuerzo por dar a conocer a los artistas
de Honduras fuera de ella; quizás desde que me fui, me acompaña lo que podría interpretarse
como culpa o como afán de distribuir mis remesas con la comunidad artística. He
apoyado y apoyo causas y personas en las que creo, quizás a veces ellas mismas no
crean en sí mismas, yo intento apoyarlas para que den un paso que les permita asumir
su arte y su condición de artistas como tal.
Yo tuve
la suerte de tener varios maestros, amigos y personas que me han apoyado en mi propio
proceso de desarrollo artístico. Antonio José Rivas, sobre cuya obra escribí hace
25 años una tesis, fue el primero en enseñarme de poesía. Julio Escoto, Eduardo
Barh, Ana María Rodas, Nela Río y el fantasma de Alejandra Pizzarnik son sólo algunos
de los nombres de personas cuya obra me ha marcado. De pintura aprendí con Ezequiel
Padilla y Aníbal Cruz en los años 80, y desde los 90, Gustavo Armijo ha sido un
verdadero compañero de Ixbalam y nuestro proceso de desarrollo, sensible hombre
que nos acompaña constantemente.
Por
lo general, trato de mantener buenas relaciones con todas las personas con las que
me relaciono, sin embargo, en nuestro medio es difícil para lo/as artistas congregarnos
y olvidarnos de la crítica y la zancadilla, por lo que ha sido difícil, hasta el
momento, organizar un colectivo de mujeres escritoras y artistas que mantengan su
interés en realizar actividades que sean más perecederas que los típicos recitales.
Quizás
por eso he optado por agruparme con una colección de artistas con quienes formamos
un collage multidisciplinario que nos permite crecer verdaderamente. En la actualidad
coordino el Colectivo Ixbalam y además hemos comenzado el grupo artístico “Siguatas”
produciendo espectáculos de música y poesía, integramos este grupo: Iris Mencía,
Paloma Zozaya, Susan Arteaga, Rosario Rodríguez, Karla Lara, Balbina Olivera, recibiendo
el apoyo de Nordestal Yeco, Camilo Corea, Alexis Sagastume, Carlos Umaña, Ricardo
Zavala y Danilo Lagos. Además, mantenemos estrechas relaciones con grupos como el
Grupo Teatral Bambú, terco Producciones, Mujeres en las Artes, Paíspoesible, el
Teatro Laboratorio de Honduras.
Existen
en Honduras muchas condiciones para que los y las artistas empecemos a unirnos y
a luchar como un frente común, ante un sistema para el cual el arte se ha convertido
en una simple comodidad que se utiliza sin ser realmente valorada a profundidad.
Aún guardo la esperanza de lograr que nuestra comunidad artística obtenga el respeto
y el reconocimiento que se merecen por los organizadores de las políticas de desarrollo
del país; creo fielmente que sólo el esfuerzo común puede resultar en un bien común.
SM | Respecto a la crítica que se les hace a algunas mujeres
escritoras debido a su postura estética simplista sobre algunas temáticas; igual,
bien podría hacerse la misma crítica a muchos hombres escritores. Usted que es una
investigadora, puede darnos su valoración.
AC | Lo que
en un hombre se interpreta a veces como romántico y sensible, llega a interpretarse
como cursi en las mujeres, porque existen dos medidas diferentes; como en todo,
las mujeres debemos demostrar las cosas tres veces para que nos crean que tenemos
la capacidad de hacerlas, mientras muchos hombres sólo tienen que alardear de sus
triunfos para que todos se quiten el sombrero a su paso. Esa es una realidad cultural,
en nuestra hondura, el hombre “posee la verdad”; no debería extrañarnos entonces
que las mujeres recibamos el filo más cortante de la crítica, al fin y al cabo,
nosotras ni siquiera escribimos Literatura, sino esa denominada “literatura de mujeres”.
Esta
postura, este pre-juicio, contamina entonces cualquier apreciación que pueda hacerse;
así, las flores, el amor, el campo, el mar y las estrellas, son señales de pobreza
en el lenguaje y un intento de escribir que nunca llega a cuajar. ¿Y cómo? si las
mujeres no tenemos derecho a hablar, cómo vamos a aprender a escuchar nuestros pensamientos,
algo malo deben de tener, ya que se nos prohíbe hablarlos y a veces hasta tenerlos.
Esta
desautorización a las palabras que vivimos las mujeres, nos lleva a nosotras mismas
a un problema peor: la autocensura y el escapismo, que a su vez, pueden conducir
a algunas de nuestras escritoras a referirse a sus escritos como “algunas cositas”,
diminutivo que infantiliza nuestra escritura y nos condena ante la crítica.
Pienso
que para que las mujeres hondureñas recobremos plenamente la voz, debemos primero
recobrar nuestro cuerpo, el erotismo, nuestra lengua y los placeres orales que con
ella logramos hilvanar en el silencio. Si no podemos vernos desnudas al espejo,
tampoco podremos decirnos sin tapujos y eso me parece que es condenable, pero debemos
recordar que todo es un proceso, todas hemos pasado por allí, vamos cada una llegando
a su tiempo y con su ritmo a recorrer con las palabras el camino de la restauración
de nuestro ser, desde nuestra otredad diversa.
SM | Su libro Una vez un barco, desde mi percepción, es una
de sus mejores publicaciones. Es un libro que aspira al viaje entre las sensaciones
del amor, entre el intento por alcanzar los ideales personales y el antagonismo
y las contradicciones que la realidad atrevidamente nos impone.
AC | Una
vez un barco es el primer poemario que escribí después de una pelea larga que tuve
con la poesía, entre 1985 y 1987, después de muchos intentos y más de 120 poemas
iniciales, las tachaduras y los agregados, dieron como resultado este breve poemario
alegórico, en el cual el/la personaje/a barco/a, Blanca, zarpa del puerto y se extravía.
No es Ulises ni su retorno lo que importa, sino esa barca consumida en su viaje
por sí misma, buscándose en las noches, en las profundidades interiores y en la
profundidad del mar. Honduras en retorno, amigos que quedaron, manos que siguieron
pintando la esperanza. Barca a la deriva que busca desesperada una noción de pertenencia
y que sólo podía pertenecerse a sí misma y a la mar.
Poemas
primigenios y primeros poemas de reencuentros y amores tronchados a medias, poemas
que me forzaron a hilvanar mi escritura con la de otras mujeres que, como yo, habitaban
el espacio del “no sé dónde”. Poemas que introducen una poesía que mira a Honduras
desde afuera, con mirada radiográfica y a veces lapidaria.
Una
vez un barco me abrió las puertas a las palabras y precisamente por eso, como usted
dice, es un libro de vital importancia para mí.
SM | Le decía que de sus libros, prefiero en la totalidad
Una vez un barco, y su última publicación, El paso de la muerte, donde su poesía
nos acerca a la anécdota sobre personas conocidas o queridas suyas. El libro convoca
desde la intimidad a personas conocidas en nuestro arte, tanto de la plástica cómo
de la literatura. Es un libro bastante doloroso.
AC | El paso
de la muerte reúne, como su nombre advierte, los poemas que surgen cuando la muerte
pasa. La muerte que nos pasa de lejos sin tocarnos, pero rozándonos con su viento,
para que la veamos, la fotografiemos y la recordemos. O podría referirse también
a ese paso que es morir, la muerte propia, el paso de esta vida a la siguiente.
Ese paso indetenible como el tiempo. Porque sólo con la muerte podemos contar la
muerte propia y la ajena.
Desfilan
en la primera parte de este libro, los recuentos y recuerdos de 22 años de amigo/as,
familiares y conocido/as muerto/as, todo/as a destiempo. Personajes importantes
del Arte en Honduras y en América Latina, en general, Antonio Cornejo-Polar, Alfredo
Roggiano, Gloria Anzaldúa, Aníbal Cruz, Obed Valladares, entre otros. Mi padre,
mi abuelo y mi tía, cada uno recogido entre palabras que se niegan a dejarlos ir.
La segunda
parte del libro reúne los poemas que, a manera de preparación, he escrito para adelantarme
a la muerte, para salirle al paso, reconstruyendo con símbolos mis pulmones hechos
pedazos y estas ansias de vivir y de hacer cosas, habitada de palabras. Poemas de
catarsis que sin reparar tejidos devuelven a mis manos, con las plumas la esperanza.
El paso de la muerte ha sido mi reconciliación con mi vida y con mi muerte.
SM | ¿Cuánto debe comprometerse un poeta con su tiempo, con
su país, con la conciencia histórica?
AC | Para
mí, un/a poeta se mide a través de sus compromisos y la consistencia que mantiene
entre su escritura y su experiencia de vida. Por eso habemos buenos y malos poetas,
porque unos asumimos plenamente la maldita bendición de las palabras, mientras otro/as,
las usan para nombrar superficialmente lo que no creen, ni viven, ni sienten.
Cuando
viajo entre la Hondura y sus montañas, me asalta de continuo la pregunta: ¿Cómo
puede no amarse este país? Y entonces, alguien, con su carro medio millonario, golpea
torpemente contra el pasto, llevándose de encuentro cuatro estudiantes caminando
hacia la escuela, una familia entera o una anciana de lento caminar: no hay remedio,
perdemos a paso agigantado nuestra propia humanidad.
Creo
firmemente que la poesía, en todas sus manifestaciones (el canto, la música, el
drama, la pintura, la arcilla, la danza de los cuerpos y el amor), es la única que
puede ayudarnos a recobrar nuestra historia, a hilvanar nuestra conciencia con las
palabras y el recuerdo, que no muere y tampoco perdona.
SM | ¿Hay alguna especie de compromiso entre el escritor y
sus lectores?
AC | En mi
caso personal, entiendo que el poema sólo está terminado cuando es leído por el/la
otro/a, y para que yo perciba esa sensación de conclusión, debe producirse una lectura
pública, un recital que me permita ver en los ojos de la audiencia los estragos
de las palabras que salieron de mis corneas, a mi zona de broca, para precipitarse
por mis yemas en su líquido primigenio y oscuro, sobre el papiro virgen que las
preserva, y norma el mundo.
Sólo
el estremecimiento, la grifa carne del lector o la lectriz, pueden establecer la
calidad o el éxito que han tenido mis poemas, de vez en cuando descubro que, en
efecto, de entre miles, hay una mujer, un hombre, que llora o ríe cuando lee uno
de mis poemas, y eso en mi opinión lo completa.
SM | ¿Escribir poesía es la puesta en escena de las vocaciones,
técnicas, inteligencia, sensibilidad e intuición propia del artista? ¿Cabe aquello
de un compromiso al margen de lo literario?
AC | Me parece
que todos los elementos que usted menciona se amalgaman en el proceso de la escritura,
la vocación que debe existir obviamente, para que la poesía salga fluida y no forzada,
como podría sentirse cuando se domina sólo la técnica. La sensibilidad e intuición
son indispensables para lograr armonizar, en palabras las sensaciones, sentimientos
y experiencias que nos mueven y que deseamos transmitir a los demás. Y la inteligencia,
debe utilizarse para lograr hilvanar artísticamente y de forma estética, todos los
elementos.
En cuanto
a compromisos, me parece que el primer compromiso que todo/a artista debe tener
es con su propio arte. Si no respetamos la poesía propia y la ajena de nada servirán
nuestras palabras; hablo de ese compromiso que se logra cuando una/o se vuelve una/o
profesional de la poesía y vive de manera consecuente con ello.
Para
mí la poesía no sólo es mi profesión y mi arte, sino también mi forma de vida, un
camino que sigo de la misma manera que se sigue una religión; y es que para mí la
poesía es, como ya dije, una práctica de chamanismo. Desde esta perspectiva, me
parece que la poesía se ve altamente comprometida con todas las acciones que realizamos.
Yo en lo personal extiendo mi compromiso poético, o compromiso individual, a mi
compromiso social, de tal manera que mi escritura debe, a mí juicio, revelar mis
posturas ideológicas, políticas y mis creencias culturales.
En suma,
creo que la poesía comprometida va mucho más allá del panfleto o del texto urgente,
que aunque necesarios, no llegan a hacer mella estéticamente. La poesía si busca
perdurar, debe trascender los bordes del tiempo y el espacio.
SM | Nos habla de su trabajo al frente de Ixbalam, uno de
los esfuerzos editoriales y de creación de espacio para los creadores hondureños.
AC | Después
de muchos años de ausencia, decidí volver a Honduras y lo he hecho de manera gradual,
a partir del 2001 cuando saque una pensión por invalidez de la Universidad Estatal
de Colorado, donde laboraba. Esos ingresos me han permitido realizar algunos de
los sueños que siempre he tenido, el más importante, fundar una casa editorial que
tenga como objetivo fundamental:
Estimular,
financiar y publicar obras de gran calidad intelectual que propongan aproximaciones
novedosas en las áreas estratégicas del conocimiento y cambios en los comportamientos
estereotipados de las culturas patriarcales, misóginas y homofóbicas, dando especial
consideración a la producción de autores hondureños, y sobre todo a la de las mujeres.
Empresa
colectiva que empezamos con Rebeca Becerra, Ezequiel Padilla, María Arechaga y Evaristo
López. Después de 4 años de existencia, Ixbalam Editores cuenta con once títulos
publicados y cuatro números de la Revista Ixbalam de Estudios Culturales y Literarios.
Hemos
estado a punto de cerrar muchas veces, pues es un trabajo muy duro que no cuenta
con muchos recursos de financiamiento, y como el objetivo fundamental es el de publicar
por mérito, no cobramos a los autores por nuestros servicios. Por el contrario,
somos la única editorial que paga el 25% por derechos a sus autore/as.
Además,
ya que tratamos de mantener una imagen colectiva, nos negamos a hacer presentaciones
de libros de forma individual y manejamos los procesos de edición en conjunto, por
ejemplo, en el 2006 se publicaron 5 libros y una revista, los que por cierto aún
no se han terminado de imprimir porque aún no se han terminado de pagar.
Es este
afán de hacer publicaciones en masa, o al menos de cinco en cinco, veces se obstaculiza
el trabajo porque no se puede completar el proceso hasta que no se invierte una
cantidad de dinero bastante fuerte (que nos es difícil reunir cuando nuestro único
ingreso es mensual y limitado). Nos gusta la idea de pensar que la editorial y el
proceso editorial es colectivo, no se logra publicar el libro de una persona primero
que el de lo/as otro/as, más bien si se atrasa uno se atrasan todos. Seguimos batallando,
sin embargo, para esta segunda mitad del 2007 quisiéramos tener la oportunidad de
publicar otros 5 libros y dos números de la revista. A continuación le presento
una lista de las publicaciones que llevamos hasta el momento:
1. Voces
por la paz/Voices for peace, una antología bilingüe que incluye poemas relacionados
con la paz, escritos por tres importantes poetas latinoamericanas y bastante reconocidas
por la crítica de literatura femenina. Se trata de Nela Rio (Argentina), Ana María
Rodas (Guatemala) y la hondureña Amanda Castro. 104pp.
2. Sobre
las mismas piedras poemario por la poeta hondureña Rebeca Becerra. 98pp.
3. Los
versos están en todas partes poemario por la poeta hondureña Blanca Guifarro. 130pp.
4. Exacta
poemario por la poeta hondureña Juana Pavón. 110pp
5. El
palacio de Eros relatos por el escritor y poeta dominicano Fernando Valerio-Holguín.
140pp.
6. Una
vez un barco poemario escrito por la poeta hondureña Amanda Castro. 52pp.
7. 2da
Estación poemario por el poeta hondureño Edgardo Florián. 99pp.
8. Recuerdos
del Mañana poemario por el poeta hondureño Alexis Ramírez. 57pp.
9. El
Paso de la Muerte poemario por la poeta hondureña Amanda Castro. 86pp.
10.
Jornadas para las Mujeres 2004: Memoria-Antología. Vario/as poetas hondureño/as,
compilada por Amanda Castro. 72pp.
11.
Las Palabras del Aire poemario por la hondureña Rebeca Becerra. 53pp
12.
Revista Ixbalam de estudios Literarios y Culturales números 1, 2, 3 y 4.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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