JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Otto Raúl González: La poesía nombra, significa
Nos acomodamos en la amplia biblioteca de Otto Raúl.
Él enciende el primer cigarrillo de una larga serie que habrá de fumar con parsimonia
a lo largo de esta conversación en la que aún suenan sus contagiosas carcajadas.
JAL | ¿Qué significado tiene la niñez
en tu poesía, qué representa para ti ese mundo inicial de cada hombre?
ORG | Creo que es un buen tema para
escribir poemas. Las añoranzas de la infancia, los recuerdos y anécdotas de la niñez
son terreno fértil para la creación literaria, para mantener encendida la imaginación.
Yo vuelvo a vivir con frecuencia sucesos de la infancia y de la primera juventud,
como un ejercicio alentador, estimulante.
JAL | Hay poetas que tienen la corazonada,
la fantasía, quizás de que serán escritores o artistas ¿fue ese tu caso?
ORG | Sí, por supuesto. En primer
lugar porque en la casa de mis padres y de mis tíos había muchos libros y era un
ambiente que me estimulaba mucho en dirección de las letras. Así que como a los
siete años escribí mi primer poema, o algo que yo creía que era un poema. Tendría
acaso unos cinco años cuando un primo me prestó un libro de El Quijote de la
Mancha con ilustraciones de Doré. Me llamó poderosamente la atención la obra
y siempre sostengo que a los cinco años me inicié en la lectura de esta gran obra.
Obviamente no sabía leer letras, pero los dibujos de Doré me enseñaron algunas escenas
de esa historia del hombre de la larga figura y me condujeron años más tarde a conocer
lo que encerraba su escritura. Cuando ya sabía leer, como a los siete años de edad,
me encontré con un libro de Víctor Hugo y me llamó la atención la forma como estaban
dispuestos los renglones, cortos y organizados en grupos. Traté de imitar ese modelo
sin entender ni saber siquiera que era la prosa y qué eran los versos. Pero yo hacía
cositas que pretendían parecerse a lo que después entendí que eran poemas. Ya en
la escuela secundaria tuve un maestro que luego sería un escritor famoso, don Edelberto
Torres, autor de la biografía de Rubén Darío y de Gómez Carrillo. Escribía muy bien
y era un gran biógrafo, además de gran maestro. A mí me enseñó gramática. Acostumbraba
a encargar textos de composición, cuentos, relatos, historias. Recuerdo que le gustaban
mucho mis escritos y me estimulaba para que continuara elaborándolos.
Mi primer premio literario lo tuve a los 16 años
de edad, cuando gané un concurso de poemas convocado entre los estudiantes de mi
grupo. El premio fue un libro. En bachillerato mi vocación por la poesía se hizo
evidente, pues incluso escribía mis versos en el pizarrón del aula. Incluso algunos
de mis compañeros acostumbraban a copiarlos. Más tarde supe que lo hacían para enamorar
a las muchachas. Fue entonces que con algunos estudiantes formamos la Asociación
de Artistas y Escritores Jóvenes. En 1940 publiqué en el principal periódico de
Guatemala, El Imparcial, mis primeros poemas. Por esa época vivía en Guatemala
Fedro Guillén, pues su padre, que había sido gobernador de Chiapas, estaba exiliado
en mi país a causa de la caída de Madero y la toma de poder en manos de Victoriano
Huerta. Allá crecieron sus hijos. Fedro impulsó mucho al grupo. Nos reuníamos en
su casa y allí dimos forma al grupo Acento y a nuestra revista que llevaba el mismo
nombre. Publicamos varios números, unos doce, a lo largo de tres años y con diversas
periodicidades. La actividad literaria se mezcló con la política y participamos
en la caída del dictador Jorge Ubico. Seguí cultivando la poesía y en mi haber tengo
36 libros de poemas, cuatro novelas, cuatro libros de ensayos y cuatro de cuentos.
Sin contar con los libros inéditos, que han de sumar unos diez, y en los que sigo
trabajando con cierta constancia.
JAL | ¿Qué escritores hoy conocidos
fueron parte de tu generación y de ese grupo de juventud que mencionas?
ORG | Los poetas fueron Enrique Juárez
Toledo, Edmundo Zea Ruano, Carlos Illescas y Raúl Leiva, estos dos últimos vivieron
en México. En la narrativa destacaron, en primer lugar, el famoso Augusto Monterroso
y otros dos menos conocidos. Yo era líder político del grupo y participé en la recaudación
de firmas de una carta que le enviamos al general Ubico. Era un documento hermoso
que le exigía abandonara el poder. La carta la firmábamos 311 ciudadanos guatemaltecos.
También participamos en una manifestación que terminó siendo reprimida de manera
brutal. Yo recibí un sablazo en la frente. Un compañero vio cómo un militar a caballo
me atacaba y yo caía herido al suelo, sin conocimiento. Sin pensarlo fue a casa
y le gritó a mi mamá: “Señora, ya mataron a Otto Raúl.”
Yo logré recuperarme y fui a casa de un amigo que
era primer secretario de la Embajada de México. Desde allí me comuniqué con mi madre
y le desmentí mi deceso. Ella en verdad creyó que había muerto porque hubo mucha
gente que perdió la vida en esas manifestaciones. Carlos Illescas, abrumado por
esta falsa noticia, escribió “Poema a la muerte de Otto Raúl González”.
Pero como ya entonces me perseguía y vigilaba la
Policía Secreta salí junto con otros diez compañeros hacia México. A los pocos días
el dictador abandonó el país y se refugió en Miami. Lo sucedió otro general. Entre
quienes vinimos en tren esa primera ocasión a México estaba Mario Méndez Montenegro,
Manuel Galich, el mejor dramaturgo de Guatemala, y otros líderes estudiantiles.
Me enamoré de una mexicana y esgrimí el pretexto de que, como aún me sangraba la
herida del sablazo en la frente, necesitaba recuperarme y para ello debía quedarme
unos días más. Ellos regresaron y fueron recibidos como héroes en Guatemala. Tiempo
después, Mario Méndez Montenegro fue candidato a la presidencia y lo mataron, pero
su hermano Julio César sí llegó a gobernar el país y fue después embajador en México.
Tras la caída de Ubico, una junta militar estuvo preparando durante un año las elecciones
que debían ser libres. El primer presidente demócrata fue el doctor Arévalo.
En 1951 concluí mi carrera de abogado. Por cierto,
allá en Guatemala los escritores o literatos eran en su mayoría abogados, pues como
no existían escuelas de Filosofía y Letras, la carrera de Derecho incluía en su
currícula materias ligadas a la literatura. Volví a Guatemala y conocí a una hermosa
joven guatemalteca, Haydeé Maldonado, con quien me casé y con ella acabo de celebrar
48 años de casados. Me especialicé en derecho agrario para hacer una Reforma Agraria
en mi país. Mi jefe era un militar que saboteaba la reforma agraria que, por otro
lado, era muy tibia, pues sólo tocaba las tierras no cultivadas, pero la acción
puso a temblar a los latifundistas, que vieron la iniciativa como una práctica comunista.
Se lo hice notar al presidente Jacobo Árbenz, con quien nos reuníamos una vez a
la semana, en mi calidad de subjefe de la Reforma Agraria, pero ya no hubo tiempo
de enmendar el error, tiempo después fue derrocado y junto con él me vi forzado
a abandonar Guatemala en 1954. No volví a Guatemala sino 35 años más tarde, cuando
se acabaron los grupos paramilitares que nos tenían amenazados de muerte a mí y
a muchos otros compañeros.
En México hallé lo que me negó mi patria, libertad,
trabajo y bienestar. Desde entonces me he ganado la vida con lo que llamo oficios
colaterales, cursos, talleres, artículos periodísticos, conferencias y los premios
que siempre traen ese dinerito que nunca cae mal a los escritores pobres, y seguramente
tampoco a los ricos. Hoy puedo decir que tengo dos patrias, una donde nací y otra
que elegí. Estoy de acuerdo con Luis Cardoza y Aragón en que no hay segundas patrias,
sino patrias de elección. México ha sido mi hogar, aunque nunca me haya hecho mexicano.
Aquí, afuera de casa, en el jardín, hay una jacaranda que plantó mi esposa cuando
decidimos vivir en este lugar, hace 40 años. Nosotros somos ese árbol.
JAL | Durante esa época de juventud,
1943, publicaste Voz y voto del geranio. ¿Cómo surgió ese libro que evidencia
ya desde el título una vocación y un compromiso político?: “Oh, pétalos de geranio;/
creced y multiplicaos./ Invadid el mundo,/ benditos pétalos de geranio./ Mis hijos
también lucirán/ un pétalo de geranio en la solapa./ Camaradas,/ el símbolo y la
consigna/ es un pétalo de geranio/ condecorando la espalda del universo.”
ORG | Tenía entonces unos 18 años
y al igual que mis compañeros nos parecía absurdo el no poder ejercer nuestro voto,
el no poder decidir democráticamente el destino del país. El geranio era para mí
la figura proletaria de las flores y representaba además la juventud. Mi poesía
se caracterizó durante muchos años por su carácter comprometido, por su esencia
política o izquierdista, pero también por la fuerte presencia de asuntos relacionados
con el amor, los placeres, la amistad, la alegría de vivir. Así, frente a la negativa
de elegir a nuestros gobernantes escribí ese primer libro de corte evidentemente
político, aunque sea en un sentido figurativo y metafórico, pues los geranios son
los pobres.
JAL | Además de ese compromiso
político, tu poesía evidencia un enorme gusto hacia lo sensorial, hacia la parte
sensual de las personas y las cosas, de la naturaleza. Le das brillo a tu entorno
con una luz interior plena de gusto y de alegría.
ORG | Sí, eso ha caracterizado a
mi obra, el optimismo. Tal vez por ello me sienta libre para ejercer no sólo el
verso libre, sino y sobre todo las formas clásicas. Soy un enamorado del soneto,
de los romances, de las octavas reales. Recuerdo que, al principio de mi carrera
como escritor, hacía romances con un inevitable sabor a García Lorca, pero inmediatamente
los destruía, pues tenía conciencia de su significado.
JAL | Observo que tu obra no
se quedó prendida a lo político e ideológico, no obstante tu declarada convicción
izquierdista, si no que ha corrido por otros senderos donde la alegoría y la euforia
no se sienten con sabor contestatario, donde no hay acusación, sino invención pura,
juego poético sin ataduras ni remordimientos sociales.
ORG | Cantar la alegría es vocación
en mis poemas, que siempre aderezo con humor. Cultivo el buen humor. Odio los poemas
tristes, aunque a veces sea inevitable leerlos y escribirlos. No puedo sustraerme
a esa otra cara de la vida en la que el pesar cala hondo y dejas huellas. El dolor
es parte de la dicha, pero yo prefiero dedicarle mi trabajo a la alegría y el optimismo.
JAL | Algunos títulos de tus
libros, como Oír con los ojos (Guatemala, 2001), y muchos que le dan nombre
a poemas ponen de manifiesto tu vocación sinestésica, es decir, de otorgarle distintas
virtudes perceptivas a los sentidos. ¿Cuál es la intención al marcar dicha característica?
ORG | Deber ser porque soy mexicano-guatemalteco
o guatemalteco-mexicano (carcajadas). No, no sé. Me salen así ese tipo de metáforas.
Así como inventé colores nuevos inventé también flores. ¿Por qué no acercarnos al
mundo de múltiples formas.
JAL | ¿Qué poetas incidieron
en ti cuando llegaste a México?
ORG | Me enamoré de López Velarde
y de Pellicer. Me encantaba Díaz Mirón, su fuerza telúrica. Fui conociendo también
a otros poetas mexicanos y latinoamericanos, como Nicolás Guillén, de quien fui
amigo, a Pablo Neruda, a Efraín Huerta. Cuando estuve en Ecuador, un par de años,
también hice amistad con Jorge Carrera Andrade y con Jorge Enrique Adoum. Para mí
los seis grandes de la poesía latinoamericana son López Velarde, Pellicer, Días
Mirón, Neruda, Vallejo y Nicolás Guillén. A Octavio Paz no lo cuento porque nunca
me gustó su poesía, aunque reconozco en él a un gran poeta y admiro su escritura.
Tengo un libro que se llama Galería de gobernadores
del soneto, que está por sacar al público el Instituto de Cultura del Estado
de México Me han prometido que estará listo para febrero del 2002. Allí están cuando
menos 70 maestros del soneto. Entre ellos la santísima trinidad del soneto español:
Góngora, Quevedo y Lope de Vega, y después una gama de poetas que han trabajado
esta forma, aunque no sean estrictamente sonetistas como pueden ser García Lorca,
Miguel Hernández, López Velarde, los contemporáneos, y muchos otros que sí han caracterizado
su obra por su culto al soneto.
JAL | ¿Cómo escribes? ¿Cómo eliges
o te elige la forma en que ha de ser vertida la sustancia literaria?
ORG | Ocurre, simplemente. Cada obra
viene ya con su formato, trae su recipiente. Por ejemplo, se me ocurre una idea
y comienza a crecer en forma de cuento, o aparece un tema que me empuja hacia una
novela o hacia el ensayo. Insisto, las cosas me vienen en forma de verso o de prosa,
yo sólo las dejo nacer y crecer. Una simple flor puede traer su propuesta y convertirse
en un poema, como me sucedió ayer con esa bugambilia que está allí en el jardín
de la entrada de mi casa. De pronto la miré, después de tanto años de contemplarla,
y me despertó la necesidad de concebirla en otro terreno y con distinto aroma. Así
nacieron, como un niño, con el sexo definido, los versos de la bugambilia. Muchas
veces sólo nace la idea, la semilla, el tema o los balbuceos de la obra, y guardo
los papeles, los archivo con la esperanza de volver a ellos cuantas veces sea necesario
para corregirlos una y otra vez hasta que adquieran su figura o para concluir la
obra. Si algo caracteriza al buen poeta es su escrupuloso afán de corrección, aun
cuando ya están publicados los textos. Su espíritu perfeccionista nunca está satisfecho.
Soy un escritor noctámbulo, pero no me resisto a
las mañanas. Si algo no fluyó en la noche me duermo y al día siguiente temprano
vuelvo a insistir o encuentro algo distinto que me pide cauce.
JAL | En tu amplia producción
poética, ¿cuáles son tus libros favoritos?
ORG | Los que hablan del amor y de
la esperanza, por ejemplo Oír con los ojos, Voz y voto del geranio,
otro de poemas eróticos que se llama Diamante negro. Ya podrás imaginarte
a que me refiero con el diamante negro, y si la mujer es rubia se llamaría melocotón
dorado, y si fuese pelirroja sería una antorcha.
Volviendo a tu pregunta, no puedo dejar fuera al
libro Diez colores nuevos, que tanto éxito ha tenido.
JAL | ¿Ha ocurrido que alguien
le haya puesto el nombre de alguno de tus colores a una niña o a un niño, o quizás
a otra cosa?
ORG | Sí, como no. Un poeta panameño,
amigo mío, me llamó para pedirme permiso de llamar Dunia a su hija, y lo mismo hizo
otro poeta mexicano --hojeamos el libro y leemos fragmentos del poema: ”Dunias
son las sonrisas que intercambian,/ bobalicones los enamorados,/ dunia es la flor
que no se mira nunca,/ y es dunia también la primera sonrisa/ de un recién nacido/
(...)/ Lo no tocado todavía es dunia,/ como la atmósfera de los espejismos/ y las
plumas de los pájaros/ que oímos cantar, pero no vemos./ Los lagos y los ríos que
nadie ha descubierto/ en estas selvas vírgenes de América/ agitan aguas dunias/
que dejarán de serlo en cuanto sean vistas./ Dunia...Dunia...Dunia.”
Me han ocurrido mucha anécdotas en torno a mis colores
–continúa Otto--. El color Anadrio ha suscitado varias situaciones interesantes,
pues por él recibí un millón de pesos, que por entonces estaban sobrecargados. Hoy
esa cantidad no sería más que un diez por ciento de los pesos actuales, mas para
efectos prácticos imaginemos un millón de lo que sea. Un arquitecto, muy honrado,
me estuvo buscando durante meses y un día me localizó. Pidió verme y nos encontramos.
Me preguntó cuánto costaba el uso del anadrio, pues había leído mi librito y le
había encantado. No entendí la pregunta y me explicó que estaba construyendo un
conjunto habitacional en Puerto Vallarta y deseaba llamarlo así, Anadrio. Se me
vino a la boca la cantidad más fácil para ahuyentarlo: “Un millón”, le dije como
quien lanza un disparate. El hombre se me quedó viendo unos instantes y yo sonreí
suponiendo que la había parecido una petición desmesurada. “De acuerdo, mañana le
entrego un cheque”, me contestó sin vacilar. Quedamos de vernos en un café y allí
estaba el arquitecto con el documento: “Un millón por el anadrio”, me dijo mientras
me extendía el cheque. Cuando mis amigos escucharon la historia les pareció tonta.
“Pendejo, le hubieras pedido cuando menos diez millones de pesos”, me reclamaron
al unísono. Para mí, un millón representaba un gran volumen de dinero, aunque fuese
de devaluados pesos.
Bueno, eso evidencia la relación tan estrecha que
hay entre la poesía y la publicidad. Los publicistas son unos ladrones de imágenes
y de ideas que generan los poetas. Me parece que ya es tiempo de que nosotros nos
apropiemos de la publicidad para hacer poemas. Aunque debemos reconocerlo, la publicidad
es puro cascarón, efecto puro sin sustancia, ocurrencia que vende y no cultiva.
Sería válido apoderarnos de algunos buenos lemas
publicitarios. Muchos escritores han producido magníficos juegos verbales o frases
que han pasado a la historia de la publicidad.
JAL | ¿Cómo salieron los nombres
de los diez colores nuevos?
ORG | Buscando palabras, combinándolas.
Como surgen todas las cosas: indagando sus posibles existencias. A través del juego.
Pronuncias la palabra y una mujer te pregunta: “¿cuál es ese color anadrio?”, y
tú le respondes, “del color de tus ojos”. Y es verdad, cuando ella escucha la definición
su mirada se enciende y adquiere el color anadrio, porque es el color de la felicidad,
de la alegría, de la buena suerte. En una ocasión, una compañía trasnacional de
pintura me pidió la fórmula del anadrio a cambio, por supuesto, de una cantidad
de dinero a pactar, cosa que nunca sucedió, pues me pedían la composición química
y yo les di la fórmula exacta, pero no la comprendieron:
“Quien primero vio una nube de color anadrio/ era
un joven pastor de diecisiete abriles/ que más tarde fue monarca de su reino/ y
hombre feliz hasta decir ya no,/ porque el anadrio es el color de la alegría/ y
de la buena suerte/ (...) / Un pescador vio una sirena cuya cola/ era anadria y
desde entonces/ pescó y pescó y pescó y pescó y ahora/ es dueño de una flota ballenera;/
porque el anadrio es el color de la alegría/ y de la buena suerte./ (...)/ Vendía
periódicos un niño,/ rapaz sin desayuno, de pobreza trajeado,/ y un día en su camino
vio una piedra/ que era, por supuesto, de color anadrio./ Ese niño actualmente es
accionista/ de una inmensa cadena de periódicos;/ porque el anadrio es el color
de la alegría/ y de la buena suerte./ Pinte usted/ las paredes de su casa/ de color
anadrio/ y le irá bien.”
El color contrario al anadrio es el anab –continúa
el poeta--. Éste es un color horrible, es el color de la podredumbre, de la corrupción,
de la decadencia, del horror, de la crueldad, de los infelices, de la pesadilla.
Esta palabra limpia, bella, sencilla, contiene el misterio de lo siniestro:
“Suave como la adormecedora lluvia/ es el color
anab, color que prolifera/ en el interior de las frutas/ que se pudren lentamente
sin que nadie/ las corte de los árboles.”
Alguna vez leí un libro, que supongo era científico,
acerca de las capacidades del ojo humano para distinguir muchos más colores y matices
que los que conocemos o hemos denominado como primarios y sencundarios: amarillo,
rojo y azul, y verde, violeta y añil, respectivamente. Entonces reflexioné acerca
de la posibilidad de nombrar algunos más, que podrían ser terciarios o cuaternarios.
Me salieron diez colores nuevos. Cinco años pasó en la gaveta ese librito que no
encontraba editorial. Hasta que un amigo de Tabasco, Andrés González Pagés, me pidió
un libro para incluirlo en un proyecto de publicaciones que tenían un grupo de literatos
tabasqueños. Apareció en 1967. Desde entonces y de manera sorprendente ha sido traducido
a varios idiomas y ha sido publicado en otras ediciones en español que incluyen
algunos comentarios acerca de sus contenidos y significados.
JAL | Oir con los ojos, título
de uno de tus libros recientes, denota el sonido, aunque sea de las imágenes. ¿Es
la música una preocupación en tu poesía?
ORG | No, no soy muy apasionado de
la música. Cuando era joven mis amigos más cercanos, entre ellos Carlos Illescas
y Tito Monterroso, criticaban mi poco afecto a la música clásica. Quizás no la comprendía
y me aburría. A veces me reunía los domingos con Illescas y hacía enormes esfuerzos
por educar mi oído poniéndome tremendas sinfonías. Luego, para despejarme, nos íbamos
al cine. Eso sí me encantaba. Qué le voy a hacer, llevo la música por dentro, y
a veces choca con la externa.
Hay palabras antipoéticas que pueden significar
cosas bellas o terribles, pero uno jamás las elegiría para insertarlas en poemas.
¿Se te vienen algunas a la cabeza ahora?
Se me ocurre disentería, gonorrea, palabras que
no sólo son feas sino significan cosas para mí imposibles de ser poetizadas. Una
vez platicaba con Edmundo Valadés y decidimos elegir cada uno las tres palabras
más bonitas del idioma. Él dijo “magia”, y me pareció perfecta. Yo dije “pierna”,
y a él le pareció fabulosa. Fue tal el impacto de la imaginación de ambas palabras
que decidimos dejar para más adelante la búsqueda de las siguientes. Nunca más retomamos
el tema.
JAL | Me hubiese gustado proponerles
la palabra pubis. ¿Cómo ves?
ORG | Es bellísima, la acepto. Por
cierto, noto que también tú juegas mucho con las palabras en tus poemas. Esa palabra-gentilicio
Duranguraños para referirte a los durangueños me gusta mucho.
JAL | A veces las palabras, como
tú dices, rebelan significados y se invierten mostrándote otras posibilidades. Por
ejemplo, te habías dado cuenta de que Adán es nada leída al revés y sin acento.
“La nada, Adán de todo”. Invocación de los sentidos. Hay por cierto una faceta por
la que no te he preguntado, tu palindromanía. ¿Qué representa para ti en el quehacer
literario?
ORG | Los palindromas o palíndromos
como los llaman los españoles, son una de mis especialidades. Desde hace más de
un año me publican todos los días un palindroma en el diario Excelsior. A
cien pesos cada texto, pero ya hace más de tres meses que no me pagan --se dirige
a un armario y trae un álbum que contiene recortes de periódico donde aparecen sus
palindromas. Lee algunos: “Acá la calaca”, “Avellana Ana lleva”, “Manú a la Unam”,
“Amar drama”, “aportan una tropa”, “a Cruz Amalia baila mazurca”, “Romanos sones
sus senos son amor”, “amor alegre vergel aroma”.
Cierra con parsimonia su palindromaníaca colección,
apaga un cigarrillo más, intenta encender otro y al parecer un pensamiento lo disuade.
Se pasa la lengua por lo labios. Mira hacia la gran ventana que da a la calle desde
su abundante biblioteca y se levanta de su asiento con un traviesa sonrisa. Hurga
en un rincón y regresa con una botella en la mano, en la otra sostiene un plato
con sal y limones. Mientras garrapateo unas líneas --que a la hora de transcribir
y redactar la entrevista emergen con su sello: “Otto ese Otto”, “anula ojo a luna”--,
se me acerca y me pregunta si deseo un tequila, y sin esperar respuesta me extiende
una copa. “Ya son las dos de la tarde. Es buena hora para darle color a la garganta”,
me dice. Cuando la bebida surte su efecto en el cuerpo y lo calienta pienso en el
color Tuang, porque “Tuang es el color de los viajes/ imprevistos/ a desconocidas
tierras/ y a ignotos mundos/ (...)/ Todo lo inesperadamente maravilloso/ es tuang...”.
Otto me mira y advierte silencioso: “El orjuz es el primero y el último color del
mundo,/ la pincelada precisa de la vida y de la muerte.”
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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