JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI | Sobre José María Eguren
Los poetas de la República no heredaron
de los poetas de la Colonia la afición a la poesía teológica -mal llamada religiosa
o mística- pero sí heredaron la afición a la poesía cortesana y ditirámbica. El
parnaso peruano se engrosó bajo la República con nuevas odas, magras unas, hinchadas
otras. Los poetas pedían un punto de apoyo para mover el mundo, pero este punto
de apoyo era siempre un evento, un personaje. La poesía se presentaba, por consiguiente,
subordinada a la cronología. Odas a los héroes o hechos de América cuando no a los
reyes de España, constituían los más altos monumentos de esta poesía de efemérides
o de ceremonia que no encerraba la emoción de una época o de una gesta sino apenas
de una fecha. La poesía satírica estaba también, por razón de su oficio, demasiado
encadenada al evento, a la crónica.
En otros casos, los poetas cultivaban el
poema filosófico que generalmente no es poesía ni es filosofía. La poesía degeneraba
en un ejercicio de declamación metafísica.
El arte de Eguren es la reacción contra
este arte gárrulo y retórico, casi íntegramente compuesto de elementos temporales
y contingentes. Eguren se comporta siempre como un poeta puro. No escribe un solo
verso de ocasión, un solo canto sobre medida. No se preocupa del gusto del público
ni de la crítica. No canta a España, ni a Alfonso XIII, ni a Santa Rosa de Lima.
No recita siquiera sus versos en veladas ni fiestas. Es un poeta que en sus versos
dice a los hombres únicamente su mensaje divino.
¿Cómo salva este poeta su personalidad?
¿Cómo encuentra y afina en esta turbia atmósfera literaria sus medios de expresión?
Enrique Bustamante y Ballivián que lo conoce íntimamente nos ha dado un interesante
esquema de su formación artística: “Dos han sido los más importantes factores en
la formación del poeta dotado de riquísimo temperamento: las impresiones campestres
recibidas en su infancia en Chuquitanta, hacienda de su familia en las inmediaciones
de Lima, y las lecturas que desde su niñez le hiciera de los clásicos españoles
su hermano Jorge. Diéronle las primeras no sólo el paisaje que da fondo a muchos
de sus poemas, sino el profundo sentimiento de la Naturaleza expresado en símbolos
como lo siente la gente del campo que lo anima con leyendas y consejas y lo puebla
de duendes y brujas, monstruos y trasgos. De aquellas clásicas lecturas, hechas
con culto criterio y ponderado buen gusto, sacó la afición literaria, la riqueza
de léxico y ciertos giros arcaicos que dan sabor peculiar a su muy moderna poesía.
De su hogar, profundamente cristiano y místico, de recia moralidad cerrada, obtuvo
la pureza de alma y la tendencia al ensueño. Puede agregarse que en él, por su hermana
Susana, buena pianista y cantante, obtuvo la afición musical que es tendencia de
muchos de sus versos. En cuanto al color y a la riqueza plástica, no se debe olvidar
que Eguren es un buen pintor (aunque no llegue a su altura de poeta) y que comenzó
a pintar antes de escribir. Ha notado algún crítico que Eguren es un poeta de la
infancia y que allí está su virtud principal. Ello seguramente ha de tener origen
(aunque discrepemos de la opinión del crítico) en que los primeros versos del poeta
fueron escritos para sus sobrinas y que son cuadros de la infancia en que ellas
figuran”.
Encuentro excesivo o, más bien, impreciso,
calificar a Eguren de poeta de la infancia. Pero me parece evidente su calidad esencial
de poeta de espíritu y sensibilidad infantiles. Toda su poesía es una versión encantada
y alucinada de la vida. Su simbolismo viene, ante todo, de sus impresiones de niño.
No depende de influencias ni de sugestiones literarias. Tiene sus raíces en la propia
alma del poeta. La poesía de Eguren es la prolongación de su infancia. Eguren conserva
íntegramente en sus versos la ingenuidad y la réverie del niño. Por eso su
poesía es una visión tan virginal de las cosas. En sus ojos deslumbrados de infante,
está la explicación total del milagro.
Este rasgo del arte de Eguren no aparece
sólo en las que específicamente pueden ser clasificadas como poesías de tema infantil.
Eguren expresa siempre las cosas y la Naturaleza con imágenes que es fácil identificar
y reconocer como escapadas de su subconsciencia de niño. La plástica imagen de un
“rey colorado de barba de acero” -una de las notas preciosas de “Eroe” poesía de
música rubendariana- no puede ser encontrada sino por la imaginación de un infante.
“Los reyes rojos”, una de las más bellas creaciones del simbolismo de Eguren, acusa
análogo origen en su bizarra composición de calcomanía:
Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
Por la luz cadmio,
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
Nace también de este encantamiento del alma
de Eguren su gusto por lo maravilloso y lo fabuloso. Su mundo es el mundo indescifrable
y aladinesco de “la niña de la lámpara azul”. Con Eguren aparece por primera vez
en nuestra literatura la poesía de lo maravilloso. Uno de los elementos y de las
características de esta poesía es el exotismo. Simbólicas tiene un fondo
de mitología escandinava y de medioevo germano. Los mitos helenos no asoman nunca
en el paisaje wagneriano y grotesco de sus cromos sintetistas.
Eguren no tiene ascendientes en la literatura
peruana. No los tiene tampoco en la propia poesía española. Bustamante y Ballivián
afirma que González Prada “no encontraba en ninguna literatura origen al simbolismo
de Eguren”. También yo recuerdo haber oído a González Prada más o menos las mismas
palabras.
Clasifico a Eguren entre los precursores
del período cosmopolita de nuestra literatura. Eguren -he dicho ya- aclimata en
un clima poco propicio la flor preciosa y pálida del simbolismo. Pero esto no quiere
decir que yo comparta, por ejemplo, la opinión de los que suponen en Eguren influencias
vivamente perceptibles del simbolismo francés. Pienso, por el contrario, que esta
opinión es equivocada. El simbolismo francés no nos da la clave del arte de Eguren.
Se pretende que en Eguren hay trazas especiales de la influencia de Rimbaud. Mas
el gran Rimbaud era, temperamentalmente, la antítesis de Eguren. Nietzscheano, agónico,
Rimbaud habría exclamado con el Guillén de Deucalión: “Yo he de ayudar al
Diablo a conquistar el cielo”. André Rouveyre lo declara “el prototipo del sarcasmo
demoníaco y del blasfemo despreciante”. Mílite de la Comuna, Rimbaud tenía una psicología
de aventurero y de revolucionario. “Hay que ser absolutamente moderno”, repetía.
Y para serlo dejó a los veintidós años la literatura y París. A ser poeta en París
prefirió ser pioneer en África. Su vitalidad excesiva no se resignaba a una
bohemia citadina y decadente, más o menos verleniana. Rimbaud, en una palabra, era
un ángel rebelde. Eguren, en cambio, se nos muestra siempre exento de satanismo.
Sus tormentas, sus pesadillas son encantada e infantilmente feéricas. Eguren encuentra
pocas veces su acento y su alma tan cristalinamente como en “Los Ángeles Tranquilos”:
Pasó el vendaval; ahora
con perlas y berilos,
cantan la soledad aurora
los ángeles tranquilos.
Modulan canciones santas
en dulces bandolines;
viendo caídas las hojosas plantas
de campos y jardines.
Mientras el sol en la neblina
vibra sus oropeles,
besan la muerte blanquecina
en los Saharas crueles.
Se alejan de madrugada
con perlas y berilos
y con la luz del cielo en la mirada
los ángeles tranquilos.
El poeta de Simbólicas y de La
Canción de las Figuras representa, en nuestra poesía, el simbolismo; pero no
un simbolismo. Y mucho menos una escuela simbolista. Que nadie le regatee originalidad.
No es lícito regatearla a quien ha escrito versos tan absoluta y rigurosamente originales
como los de “El Duque”:
Hoy se casa el duque Nuez;
viene el chantre, viene el juez
y con pendones escarlata
florida cabalgata;
a la una, a las dos, a las diez;
que se casa el Duque primor
con la hija de Clavo de Olor.
Allí están, con pieles de bisonte,
los caballos de Lobo del Monte,
y con ceño triunfante,
Galo cetrino, Rodolfo Montante.
Y en la capilla está la bella,
mas no ha venido el Duque tras ella;
los magnates postradores,
aduladores
al suelo el penacho inclinan;
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.
Y a los pórticos y a los espacios
mira la novia con ardor...
son sus ojos dos topacios
de brillor.
Y hacen fieros ademanes,
nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:
¿Quién al gran Duque entretiene?
¡ya el gran cortejo se irrita! ...
Pero el Duque no viene;...
se lo ha comido Paquita.
Rubén Darío creía pensar en francés más
bien que en castellano. Probablemente no se engañaba. El decadentismo, el preciosismo,
el bizantinismo de su arte son los del París finisecular y verleniano del cual el
poeta se sintió huésped y amante. Su barca, “provenía del divino astillero del divino
Watteau”. Y el galicismo de su espíritu engendraba el galicismo de su lenguaje.
Eguren no presenta el uno ni el otro. Ni siquiera su estilo se resiente de afrancesamiento.
Su forma es española; no es francesa. Es frecuente y es sólito en sus versos, como
lo remarca Bustamante y Ballivián, el giro arcaico. En nuestra literatura, Eguren
es uno de los que representan la reacción contra el españolismo porque, hasta su
orto, el españolismo era todavía retoricismo barroco o romanticismo grandilocuente.
Eguren, en todo caso, no es como Rubén Darío un enamorado de la Francia siglo dieciocho
y rococó. Su espíritu desciende del Medioevo, más bien que del Setecientos. Yo lo
hallo hasta más gótico que latino. Ya he aludido a su predilección por los mitos
escandinavos y germánicos. Constataré ahora que en algunas de sus primeras composiciones,
de acento y gusto un poco rubendarianos, como “Las Bodas Vienesas” y “Lis”, la imaginación
de Eguren abandona siempre el mundo dieciochesco para partir en busca de un color
o una nota medioevales:
Comienzan ambiguas
añosas marquesas
sus danzas antiguas
y sus polonesas.
Y llegan arqueros
de largos bigotes
y evitan los fieros
de los monigotes.
Me parece que algunos elementos de su poesía
-la ternura y el candor de la fantasía, verbigratia- emparentan vagamente
a veces a Eguren con Maeterlinck -el Maeterlinck de los buenos tiempos. Pero esta
indecisa afinidad no revela precisamente una influencia maeterlinckiana. Depende
más bien de que la poesía de Eguren, por las rutas de lo maravilloso, por los caminos
del sueño, toca el misterio. Mas Eguren interpreta el misterio con la inocencia
de un niño alucinado y vidente. Y en Maeterlinck el misterio es con frecuencia un
producto de alquimia literaria.
Objetando su galicismo, analizando su simbolismo,
se abre de improviso, feéricamente, como en un encantamiento, la puerta secreta
de una interpretación genealógica del espíritu y del temperamento de José M. Eguren.
Eguren desciende del Medio Evo. Es un eco
puro -extraviado en el trópico americano- del Occidente medioeval. No procede de
la España morisca sino de la España gótica. No tiene nada de árabe en su temperamento
ni en su espíritu. Ni siquiera tiene mucho de latino. Sus gustos son un poco nórdicos.
Pálido personaje de Van Dyck, su poesía se puebla a veees de imágenes y reminiscencias
flamencas y germanas. En Francia el clasicismo le reprocharía su falta de orden
y claridad latinas. Maurras lo hallaría demasiado tudesco y caótico. Porque Eguren
no procede de la Europa renacentista o rococó. Procede espiritualmente de la edad
de las cruzadas y las catedrales. Su fantasía bizarra tiene un parentesco característico
con la de los decoradores de las catedrales góticas en su afición a lo grotesco.
El genio infantil de Eguren se divierte en lo grotesco, finamente estilizado con
gusto prerrenacentista:
Dos infantes oblongos deliran
y al cielo levantan sus rápidas manos
y dos rubias gigantes suspiran
y el coro preludian cretinos ancianos.
“Y al dulzor de virgíneas camelias
va en pos del cortejo la banda macrovia
y rígidas, fuertes, las tías Adelias,
y luego cojeando, cojeando la novia.
(“Las Bodas Vienesas”)
A la sombra de los estucos
llegan viejos y zancos,
en sus mamelucos
los vampiros blancos.
(“Diosa Ambarina”)
Los magnates postradores
Aduladores
al suelo el penacho inclinan
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.
(“El Duque”)
En Eguren subsiste, mustiado por los siglos,
el espíritu aristocrático. Sabemos que en el Perú la aristocracia colonial se transformó
en burguesía republicana. El antiguo encomendero reemplazó formalmente sus principios
feudales y aristocráticos por los principios demoburgueses de la revolución libertadora.
Este sencillo cambio le permitió conservar sus privilegios de encomendero y latifundista.
Por esta metamorfosis, así como no tuvimos bajo el Virreinato una auténtica aristocracia,
no tuvimos tampoco bajo la República una auténtica burguesía. Eguren -el caso tenía
que darse en un poeta- es tal vez el único descendiente de la genuina Europa medioeval
y gótica. Biznieto de la España aventurera que descubrió América, Eguren se satura
en la hacienda costeña, en el solar nativo, de ancianos aromas de leyenda. Su siglo
y su medio no sofocan en él del todo el alma medioeval (En España, Eguren habría
amado como Valle Inclán los héroes y los hechos de las guerras carlistas). No nace
cruzado -es demasiado tarde para serlo-, pero nace poeta. La afición de su raza
a la aventura se salva en la goleta corsaria de su imaginación. Como no le es dado
tener el alma aventurera, tiene al menos aventurera la fantasía.
Nacida medio siglo antes, la poesía de Eguren
habría sido romántica, aunque no por esto de mérito menos imperecedero. Nacida bajo
el signo de la decadencia novecentista, tenía que ser simbolista (Maurras no se
engaña cuando mira en el simbolismo la cola de la cola del romanticismo). Eguren
habría necesitado siempre evadirse de su época, de la realidad. El arte es una evasión
cuando el artista no puede aceptar ni traducir la época y la realidad que le tocan.
De estos artistas han sido en nuestra América -dentro de sus temperamentos y sus
tiempos disímiles- José Asunción Silva y Julio Herrera y Reissig.
Estos artistas maduran y florecen extraños
y contrarios al penoso y áspero trabajo de crecimiento de sus pueblos. Como diría
Jorge Luis Borges, son artistas de una cultura, no de una estirpe. Pero son quizá
los únicos artistas que, en ciertos períodos de su historia, puede poseer un pueblo,
puede producir una estirpe. Valerio Brussiov, Alejandro Block, simbolistas y aristócratas
también, representaron en los años anteriores a la revolución, la poesía rusa. Venida
la revolución, los dos descendieron de su torre solariega al ágora ensangrentada
y tempestuosa.
Eguren, en el Perú, no comprende ni conoce
al pueblo. Ignora al indio, lejano de su historia y extraño a su enigma. Es demasiado
occidental y extranjero espiritualmente para asimilar el orientalismo indígena.
Pero, igualmente, Eguren no comprende ni conoce tampoco la civilización capitalista,
burguesa, occidental. De esta civilización, le interesa y le encanta únicamente,
la colosal juguetería. Eguren se puede suponer moderno porque admira el avión, el
submarino, el automóvil. Mas en el avión, en el automóvil, etc., admira no la máquina
sino el juguete. El juguete fantástico que el hombre ha construido para atravesar
los mares y los continentes. Eguren ve al hombre jugar con la máquina; no ve, como
Rabindranath Tagore, a la máquina esclavizar al hombre.
La costa mórbida, blanda, parda, lo ha aislado
tal vez de la historia y de la gente peruanas. Quizá la sierra lo habría hecho diferente
Una naturaleza incolora y monótona es responsable, en todo caso, de que su poesía
sea algo así como una poesía de cámara. Poesía de estancia y de interior. Porque
así como hay una música y una pintura de cámara, hay también una poesía de cámara.
Que, cuando es la voz de un verdadero poeta, tiene el mismo encanto.
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