JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO | En memoria de Josefina Pla (1909-1999)
Esta polifacética intelectual –residente
en el Paraguay desde 1927– fue uno de tantos españoles que transportaron grano a
grano la mies de nuestra cultura a esas tierras hermanas e ignoradas frecuentemente
como son las hispanoamericanas. No estamos ante la personalidad que se enfrentó
a las circunstancias del exilio político del año 39, y que tanto engrandeció el
hermanamiento intelectual entre España e Hispanoamérica; estamos frente a quien
se marchó de motu propio, y, de paso, alimentó la relación firme entre
nuestra cultura y la de un país de un continente que maneja el mismo código que
nosotros. Ella nos ha dejado, pero ha forjado a lo largo de casi sesenta años un
sustrato cultural y de hermanamiento que sigue vivo. Sin embargo, esta española
madre de la cultura paraguaya contemporánea, y Dama de la Orden de Isabel la Católica
nombrada en 1977, es una personalidad poco conocida en España y de cuya muerte apenas
se han publicado noticias breves de agencia para tristeza de quienes observamos
la paupérrima presencia de Paraguay en la crónica de la humanidad, en el mundo cultural
y en la prensa.
Pero Josefina Pla fue una figura intelectual
insigne. El día que conocí la noticia de su fallecimiento, releí por enésima vez
aquel currículum que me entregó personalmente en su casa de Asunción en agosto de
1995, actualizado por su secretario dos meses antes. Sus veintinueve páginas con
párrafos escritos a un espacio dan que pensar sobre todo cuando las obras que en
ellas figuran se traman en un país tan poco proclive a tener autores con una obra
extensa como es Paraguay. Examinando sus distinciones y homenajes, además del que
ya he citado de Dama de Honor de la Orden de Isabel la Católica, se encuentran algunos
curiosos, entre otros, como Miembro de la Academia Internacional de Cerámica (con
sede en Ginebra), Miembro fundador del Pen Club paraguayo, Trofeo Ollantay a la
investigación teatral de Venezuela (1984), Mujer paraguaya del año (1977), Medalla
del Bicentenario de los Estados de Unidos de América (1976), Consejera del Viceministro
de Cultura paraguayo, la Orden Nacional al Mérito en el Grado de Comendador del
gobierno de Paraguay (1994), a su defensa de los derechos humanos por la Sociedad
Internacional de Juristas, Medalla de Oro de las Bellas Artes de España (1995),
o la Medalla Johann Gottfried von Herder. Junto a estos galardones, figuran nombramientos
como el de miembro de la Academia Paraguaya de la Lengua, y sus homónimas de la
Historia paraguaya y española, y otras menciones que hoy en día parecen olvidadas
como el haber sido finalista en el concurso de méritos para el Premio Príncipe de
Asturias en 1981, y su postulación y candidatura para el Premio Cervantes entre
los años 1989 y 1994, recordando que en 1989 lo obtuvo Augusto Roa Bastos, el conocido
escritor paraguayo. Su currículum continúa con una interminable relación de actividades
y publicaciones artísticas, entre las que destacan sus estudios sobre el barroco
hispano-guaraní y sobre cerámica y artesanía paraguayas. Algunas de sus cerámicas
pueden encontrarse en los fondos del Museo Nacional de Cerámica de Valencia (España),
junto a las de quien fue su marido, el insigne artista paraguayo de este arte tan
nuestro, Julián de la Herrería, descendiente de españoles que conquistó el amor
de Dña. Josefina mientras ampliaba estudios en España con una beca. Las pinturas
de nuestra compatriota sobre motivos indígenas son muy apreciadas, y cualquier reproducción
de una de ellas alcanza un precio elevado en Asunción.
Y por no hablar de su literatura infantil
o de su actividad teatral. Ella expandió la afición al teatro en Paraguay, y autores
actuales reconocen sentirse agraciados con su participación en la difusión del arte
dramático dentro de la Escuela Municipal de Arte Escénico “Roque Centurión Miranda”
de Asunción. Junto al autor que dio nombre a esta escuela escribió algunas obras,
pero de las individuales destacan sus piezas cortas de un acto, plenamente emparentadas
con el espíritu lorquiano de “La Barraca” y de la tercera etapa –la vanguardista–
de “El Búho” valenciano, que sin duda conoció, y de obras como Burlilla de don
Berrendo, doña Caracolines y su amante de su último director, José Ricardo Morales,
autor valenciano impulsor del nuevo teatro chileno. Entre sus ensayos sobre dramaturgia
destaca su obra en tres tomos Cuatro siglos de teatro en el Paraguay, punto
de referencia básico para todo estudioso de la literatura dramática de aquel país.
No olvidemos que Josefina Pla aparece en aquella antología de teatro hispanoamericano
que publicara la célebre y desaparecida editorial española Escélicer allá por 1972.
Su narrativa es cuantiosa y valiosa.
De ella destaca su libro El espejo y el canasto (1981), recopilación de algunos
cuentos escritos a lo largo de su vida en Paraguay. E incluso escribió una novela
en colaboración con Ángel Pérez Pardiella titulada Alguien muere en San Onofre
de Cuarumí (1984), donde se aprecia su estilo vigoroso, con frases imitativas
de los registros populares, y con cierto sentido vanguardista de la rebeldía ortográfica.
Sus concisos artículos sobre la narrativa de su país publicados en tantas revistas
científicas internacionales han sido el punto de partida para que otros estudiáramos
las obras de sus compatriotas de adopción muchos años más tarde. Su periodismo ha
sido un modelo seguido sobre todo por las mujeres paraguayas dedicadas al articulismo.
Y su poesía, que camina desde el posromanticismo amoroso de su primer poemario,
El precio de los sueños (1934), hasta la dureza de la lírica más expresiva
del intimismo en La llama y la arena (1987), pasando por las influencias
del modernismo y las vanguardias, ha sido considerada como iniciadora del movimiento
renovador de la poesía paraguaya, junto con la de otros autores compañeros de generación
como Hérib Campos Cervera y el propio Augusto Roa Bastos, en aquel grupo de principios
de los cuarenta llamado Vi’a Raity (“El nido de la alegría”). Como bien me
comentó una vez el investigador Raúl Amaral, Dña. Josefina renovó el espíritu y
los temas de la poesía paraguaya; no sus formas, pero sí la concepción de los contenidos
del género.
Así, pues, su labor social e intelectual
–como literata, pintora, ceramista, dramaturga, periodista, indigenista y hasta
como bordadora de tejidos típicos paraguayos–, inmensa como el infinito, ha sido
apreciada por los paraguayos y creo que merece un reconocimiento explícito de los
españoles. Su biografía cultural es un ejemplo y un modelo de trabajo realizado
con generosidad y sin ánimo materialista, justo al contrario de lo que ocurre en
la actualidad. Y en el Paraguay, donde se vive un provincianismo cultural asfixiante,
resulta sorprendente la práctica unanimidad de la valoración positiva de su obra
y de su papel impulsor de la cultura, dentro de un país con escasos intelectuales
de verdad y con un ambiente plagado de disputas, donde las dictaduras, sobre todo
la tan extensa de Stroessner, provocaron que la vida cultural destacara por la corrupción
y los enfrentamientos personales, característica aún vigente en la actualidad.
Por eso, desde mi pequeño papel de conocedor
de la cultura y de la literatura paraguaya deseo exponer también algunas impresiones
personales sobre Dña. Josefina surgidas a raíz de mis contactos con ella, contactos
personales y como lector.
Nació el 9 de noviembre de 1909, según
consta en su currículum, aunque esta fecha suele ser motivo de duda y discusión,
porque parece que nació antes –el 9 de noviembre de 1902 como ha comunicado recientemente
Paco Feito–, en Fuerteventura; concretamente en Isla de Lobos. Hay quien ha comentado
que nació en San Sebastián y otros que nació no se sabe cuándo. La coquetería alimenta
la esperanza del divino tesoro de la juventud, y es posible que ésta fuera la razón
que condujo a Josefina Pla a quitarse algunos años de encima. Algunos creemos en
su origen mediterráneo, no su nacimiento, por sus apellidos oriundos de estas zonas,
y por algunos datos que permiten plantear dudas biográficas, aunque es cierto que
naciera en Canarias y que su ascendencia fuera alicantina, en concreto de la localidad
de Villajoyosa. Y en Villajoyosa conoció a quien sería su marido. Pero el lugar
de nacimiento es indiferente, porque, como dijo nuestro Max Aub, uno es de donde
hizo el bachillerato. Oí hace poco que se es universal cuando se pertenece a una
tierra concreta y no existen muros alrededor de ella. Josefina Pla era hispano-paraguaya,
pero también universal, hecho que acredita su preocupación constante por la mujer.
En mayo de 1996, Juan Manuel Bonet,
director del Instituto Valenciano de Arte Moderno, me informó de la existencia de
un ejemplar de El precio de los sueños de Dña. Josefina en la librería de
viejo “El Cárabo”. El ejemplar fue uno de los que repartió a su paso por Valencia
–en una de sus varias estancias en esta ciudad– poco antes de nuestra Guerra Civil.
Correspondía a la edición de 1934 de Editorial El Liberal de Asunción, con carátula
y ex-libris de su marido Julián de la Herrería. Además de la belleza visual de la
portada –realizada con modernas tipografías y con un motivo alusivo a la cerámica
de simbólico cromatismo– es importante la dedicatoria autógrafa en una caligrafía
perfecta que figura en la primera página y que cito literalmente: A l’il-lustre
valencianista i poeta en Josep Mª Bayarri; amb tota estimació. Josefina Plá.
17 maig 1936. Difícil era escribir en valenciano de esta forma para una mujer
canaria o guipuzcoana que ha vivido unos años en Paraguay, si no se había educado
en algún lugar de Valencia. La autora firmaba el libro con su nombre y apellidos
completos: María Josefina Pla Guerra Galvany. La dedicatoria al poeta Josep
Mª Bayarri es lógica porque él publicaba por aquel entonces las revistas El vers
valencià y Ribalta, con lo que el contacto entre Dña. Josefina y el primer
gran poeta valenciano de signo anticatalanista –recordemos que fue autor del ensayo
El perill català y de opúsculos gramaticales con una serie de normas muy
sui generis–, era posible por simple casualidad. Menos casualidad es que
Bayarri era amigo del prior Guerra-Galvany, quien realizó una carrera importante
en las altas esferas eclesiásticas españolas. ¿Es posible que existiera una relación
familiar entre Dña. Josefina y el prelado valenciano Guerra-Galvany? Todo apunta
afirmativamente, pero no hay documentos en los que se constate de forma vehemente.
Sí parece que Dña. Josefina tuvo una hermana viviendo siempre en Valencia, que estuvo
casada con un hombre de la banca. Así, su relación con Valencia parece más notable
de lo que en principio se puede pensar. Las biografías contienen datos sorprendentes,
pero es más importante la universalidad de la obra del autor que su circunstancial
topografía biográfica, y la obra cultural de Dña. Josefina posee importancia universal,
además de haber sido un ejemplo de filantropía con un país tan necesitado culturalmente
como Paraguay.
Un día, visité a Josefina Pla. Su gesto
fue extraño cuando le respondí a su pregunta sobre de qué lugar de España yo era,
Valencia, gesto que contenía expresión de agrado mezclada con algo de fastidio.
Evidentemente, ella guardaba grandes recuerdos de Valencia, recuerdos que nunca
desveló profusamente. Yo, sin embargo, conservo grabada en mi mente mi visita y
estancia en su casa en el 95, allá en la calle Estados Unidos 1146 esquina con Colombia
de Asunción, no muy lejos del centro de la ciudad. Ya algunas personas me habían
hablado de su deteriorado estado de salud, pero no esperaba encontrarme con detalles
distintos a los de una anciana de piel arrugada por los 93 años vividos. En virtud
de su importancia cultural, esperaba encontrar una casa majestuosa, si bien descuidada,
pero sólo con la sensación del desorden particular de la extravagancia bohemia de
mucha gente de la literatura y de la pintura. No fue así. Llegué a su casa a las
once de la mañana del día 13 de agosto de ese 1995. Encontré una muralla donde por
el hueco de la reja de la puerta se veía una selva en lugar de un jardín armónico;
esa selva virgen, exenta de fracturas provocadas por la mano del hombre, con plantas
sin poda y desastradas, que se encuentra entre el amor al abandono y a la naturaleza
pura. Llamé al timbre y apareció su secretario, de nombre Marciano, quien abrió
amablemente y me permitió pasar. Me comentó que esperara un rato. Yo iba acompañado
de mi esposa, algo que recordé cuando casi se sienta encima de un gato al tomar
aposento. Entonces descubrimos que había felinos caseros por todas partes; felinos
ariscos a más señas, y los observábamos con algo de pavor porque eran los verdaderos
dueños de la casa. De repente salió Dña. Josefina con su bata casera al ser invierno
allá, bastante desaliñada, algo normal en muchos poetas, y terriblemente casi ciega
y sorda. Su personalidad me impuso un respeto como nunca he sentido jamás. Me presenté,
se alegró de que un español volviera a visitar su casa –posiblemente yo fuera de
los últimos a quienes concedió una–, y estuvimos conversando bastante tiempo, a
pesar de que Marciano intentaba que no se quebrantara más su salud. Dña. Josefina
ya no ofrecía entrevistas, ni apenas hablaba, pero realizó una excepción conmigo,
detalle que siempre le agradeceré con mi fidelidad, siempre con la condición de
que no fuera grabada. Entre saltos de gatos, pudimos seguir conversando sobre todo
de España y de sus impresiones sobre la vida. Estaba conversando con una persona
que prácticamente había dicho que ya no deseaba vivir más. Sentía lástima porque
no podía leer a causa de su avanzada pérdida de vista. Sin embargo, entre detalles
de senectud, daba muestras de lucidez juvenil, como cuando se le ocurrió encargarme
el rastreo de un libro sobre los indígenas payaguá de un alemán llamado Lehmann-Nitzsche
(nada que ver con el célebre filósofo), por si lo encontraba en una librería de
viejo o en la Biblioteca Nacional de Madrid. Nunca lo encontré y es una deuda que
tendré siempre pendiente con ella y que espero no me reclame en el Parnaso o en
el Paraíso. Conservo entre mis reliquias esa nota suya donde me anotó el título
y autor de la obra, de enorme significado para mí por ser un certificado de mi hipoteca
con ella. También recuerdo que me solicitó el recorte de prensa de su nombramiento
como miembro de la Orden de Isabel la Católica, detalle que sí correspondí, aunque
no sé si le llegó porque ella no solía responder a la correspondencia que no fuera
vital en los últimos años.
Más tristeza sentí cuando me enseñó
su desordenado archivo. Los gatos dormían placenteramente entre papeles, libros
y periódicos. Un archivo tan importante destrozado por el tiempo, las fieras y el
desorden. Dña. Josefina fue una mujer de carácter fuerte, dominante, y nunca dejó
que le ordenaran sus asuntos, papeles y trabajos. Por eso pudo soportar el ser una
gran poetisa metida en una sociedad fuertemente dominada por el hombre, como la
paraguaya. Y con la vejez el carácter se acentúa y se vuelve irreversible. Si leemos
su relato titulada “La muralla robada” descubrimos su terror a que le hurtaran todas
sus pertenencias, incluso los muros de su casa. De ahí que no fuera de extrañar
encontrar su archivo abandonado y sin posibilidad de integrar los fondos de alguna
biblioteca importante. Es evidente que su carácter y la escasa influencia que poseemos
los españoles que investigamos la cultura paraguaya en España han dejado perder
una cantidad importante de material. Espero que el Centro Cultural “Juan de Salazar”
de la Embajada Española en Paraguay haga lo posible por salvarlo del posible extravío,
si es que no se ha extraviado ya.
Me despedí de ella entre la esquizofrenia
de querer escapar del ambiente dominado por los felinos domésticos y el deseo de
quedarme a seguir conversando con la madre de la relación cultural real hispano-paraguaya
contemporánea (el padre podría ser Viriato Díaz-Pérez). Le di dos besos de agradecimiento,
saludé a Marciano, quien me facilitó la dirección de Osvaldo Salerno, el galerista
que vendía las reproducciones de sus cuadros de figurines indígenas, creo que guaikurúes,
no sé cierto. Sentí pena por irme y por el estado de Dña. Josefina y de su casa,
que no era pequeña, pero sí un laberinto del desorden. Mi impresión personal sigue
siendo la misma: ella es Dña. Josefina, la más grande intelectual española en Paraguay,
la impulsora de la cultura, y, como piensan la mayor parte de las escritoras de
allá –así lo he oído de Renée Ferrer, Lourdes Espínola, Susy Delgado y otras–, la
mujer que abrió las puertas a que ellas puedan tener protagonismo en asuntos públicos
culturales. Las escritoras paraguayas tienen dificultades para “competir”, pero
no tantas como cuando Dña. Josefina se enfrentaba al dominio absoluto del varón.
Sus labores sociales y culturales han dejado herencias firmes en las voces de escritores
como Carlos Villagra Marsal, Guido Rodríguez Alcalá, Renée Ferrer, Helio Vera y
otros. Ellos la recuerdan, la recordamos en un Encuentro de Escritores del Paraguay
celebrado en la Casa de las Américas en 1996, y la recordaremos siempre como esa
mujer infatigable que ha unido las culturas española y americana. La pena es que
los españoles no puedan gozar de su literatura y de su largo elenco de escritos,
como ocurre con toda la de los escritores paraguayos, a excepción de Roa Bastos.
Pidamos su recuerdo. Josefina Pla merece un homenaje nuestro, el mejor posible de
la España profunda, para lo cual valgan estos versos suyos de amor con los que finaliza
el último poema de su primer libro, El precio de los sueños:
Te encontraré por fin, amor perfecto
y sumo.
¡Amor que serás toda la muerte, en un
abrazo
total, como las gotas de la lluvia en
el vaso
y las savias diversas en la llama y
el humo!
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§ Conexão Hispânica §
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