sexta-feira, 11 de junho de 2021

AGATHI DIMITROUKA | Bolívar, eres bello como un griego [Parte 3]

 


Agulha Revista de Cultura, dirigida por el poeta, dramaturgo, traductor, editor y artista plástico Floriano Martins se une al proyecto liderado por la poeta, escritora y traductora griega Agathi Dimitrouka en el cual reúne a voces latinoamericanas que publican poemas cuya temática es la cultura helénica o la Grecia actual. Este proyecto, que va a acabar en una antología en libro natural, lleva como título el famoso verso del poeta y pintor griego y surrealista Nikos Engonópulos “Bolívar, eres bello como un griego” y se publica por la revista de cultura Χάρτης (hartismag) presentando a poetas de América Latina. Y eso porque sus países, los que otrora fueron colonias de España, se animaron por la Revolución Griega de 1821 y lucharon por su propia Independencia con el Libertador Simón Bolívar. Además, fueron de los primeros países que reconocieron a Grecia como país independiente. Así, pues, armado cada uno con su pluma, y con único estandarte la poesía, nos reunimos cada mes para celebrar los doscientos años desde aquella llama que nos ha unido y nos sigue uniendo.

 

ELSA CROSS (México, 1946), ha publicado numerosos libros de poesía, ensayo y traducción. Catorce libros suyos han sido publicados en otros países. En los últimos años obtuvo el Premio Roger Caillois (París, 2010), la Medalla Bellas Artes (México, 2012), el Premio Poestate (Lugano, Suiza, 2015), el Premio Nacional de Artes y Literatura (México, 2016), máxima distinción literaria que se otorga en México, y el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (México, 2019).

A raíz de viajes y residencias en Grecia, ha escrito cuatro libros de poemas: Cantáridas (1999), Ultramar. Odas (2002), El vino de las cosas. Ditirambos (2005) y Cuaderno de Amorgós (2007; Premio Xavier Villaurrutia), así como otros poemas. Los últimos tres libros aparecieron también en Inglaterra, traducidos al inglés. En 2019 participó en el XI Festival Iberoamericano de Literatura en Atenas (LEA).

Ha desarrollado paralelamente un trabajo académico; es maestra y doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, donde es profesora titular de Filosofía de la Religión.

 

MARCO ANTONIO CAMPOS (México, D.F., 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016). Es autor de un libro de piezas breves (El señor Mozart y un tren de brevedades) y uno de aforismos (Árboles).

Ha traducido libros de poesía, entre otros, de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Antonin Artaud, Blaise Cendrars, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Cesare Pavese, Emilio Coco, Georg Trakl, Carlos Drummond de Andrade y Nuno Júdice, y en colaboración con Stefaan van den Bremt, a los poetas belgas Miriam van hee, Roland Jooris, Luuk Gruwez, André Doms y Marc Dugardin. Libros de poesía suyos han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al italiano, al neerlandés y al rumano.

Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), Nacional de Letras Sinaloa (2013), el Iberoamericano Ramón López Velarde (2010), y en España el Premio Casa de América (2005), el Premio del Tren Antonio Machado (2008) y el Premio Ciudad de Melilla (2009). El Festival de Montreal le otorgó en 2014 el premio Lèvres Urbaines, en Quito, Ecuador, se le dio el Premio Festival de Poesía Paralelo Cero (2018) y en el Festival Internacional de Poesía de Bucarest el Premio Anton Pann (2019).

 

*****

 

1/ ELSA CROSS

 

LAS OLAS

 

En memoria del poeta mexicano

JOSÉ CARLOS BECERRA

 

en bas la mer aux flots amers

 

Estelas votivas

para abrir el camino de los muertos.

Junto a la diosa aparecen

niños que llevan un gorrión,

una joven que ofrece o recibe un cofre pequeño,

¿sus sueños venturosos?

 

El cuerpo apresa al aire la idea del vuelo—

allí donde yacen bajo las piedras

genios desalados.

O alguien mira desde los farallones

el mar amargo y bello

de su propio naufragio.

 

La imagen sobrepuesta

toma las formas, acomoda facciones,

ritmos,

              luces

a lo entrevisto en ese vuelo pálido.

Fulguran sus giros lúdicos

como llamas en los altos pebeteros.  

 

Si más se acercan la muerte y lo real,

más humanos los dioses

  ¿o divinos los hombres?

 

Sueños como plegarias,

dardos que se disparan

hacia un blanco invisible;

formas de la pasión,

de la visión

entrecruce de huellas.

 

 De libro Ultramar. Odas (2000)

 

 

ASFÓDELOS

(Fragmento)

 

anclamos aquí entre los asfódelos

J. SEFÉRIS

 


Cuando caía el verano en los portones

y el sol alternaba en el muro

el destello de un ala

con el brillo de la cal

y se asentaba en la boca el sabor del vino

 

cuando el verano detenía el aire

en las ramas de la higuera

y daba alas al estremecimiento

de las frondas y un repiqueteo

en la espalda hacía eco

del grito agudo de las golondrinas

 

cuando se alzaban voces varoniles

adhiriéndose a los muros

mientras la flauta imitaba

las peripecias de la hiedra en el balcón,

y se tendía al horizonte

el incesante indecible

fulgor

 

ah, esos brillos abiertos

llenaban mirada y corazón

 

cuando el verano tocaba

en los confines de la calle Fanouríou

altos en los dinteles,

esos portaestandartes y su estela de óxido

 

cuando secaba el musgo en la piedra caliza

y daba apenas un respiro

al aire cayendo como cortina densa

 

esos murmullos

lentas reiteraciones del corazón

no presintieron

en el instante vuelto ya

sólo fulgor

la muerte que llegaba

 

Del libro Nadir (2010)

 

ATHENA POLIAS

(Sobre la estatua de Atenea en el frontispicio de su antiguo templo en la Acrópolis)

 

Para Nora Moreleón y Pere Romero

 

Manto bordado de serpientes

y la sonrisa con que derrota al gigante

                                      que refunde en el mar.

Su paso inclina el cuerpo todo

  fuerte y flexible

                          como lanza clavada en la tierra

vibrando todavía.

 

En los rizos rojizos

y los ojos de gato,

y otros rizos pequeños en la frente,

                        serpientes mínimas.

Y más rizos caen sobre la espalda

duplicando los pliegues de su peplo.

 

El gigante en el mar

  rezonga a veces

                          y hace temblar la tierra o estallar un volcán.

Y ella

sonríe,

              invicta,

desplegando su manto de serpientes.

 

[Inédito]

 

 

GUERRERO AGONIZANTE

(Sobre un relieve del templo de Aphaia en Égina)

 

Sosteniéndose todavía de su escudo

se alza apenas

sobre una mano

ya cediendo a la sombra

que va tomando lenta

sus tendones

sus músculos y nervios

 

Por la herida se escapa

   su fatiga mortal

sin perturbar el rostro

               apenas grave

 

Toma la sombra ya sus ojos

y su memoria,

que desanda

velocísima

los pasos

hasta la aldea que nunca más verá.

 

[Inédito]

 

ESTELA FUNERARIA DE UN JOVEN DE SALAMINA

 

En homenaje a Constantinos Cavafis

 


Bajo un friso de palmetas

el joven melancólico

 se alza

en la memoria de su fuerza,

mirando con ojos incoloros

más allá de la bahía

su vida truncada.

 

Acaso el mundo al que se ha ido

es también incoloro,

aunque guarde

 —como en la estela—

rincones de púrpura.

O no es quizá muy distinto

del mundo de aquí

y hay ríos con riberas floridas,

gatos que atrapan al vuelo

 una libélula.

O sólo es un reino de sombras.

 

Pero el joven parece mirar

aquello que para siempre se detuvo

en Salamina.

Y acaso su valentía

 que el mármol rememora

fue tal que concentró

 en un instante

lo que una larga vida deparaba.

 

[Inédito]

 

TEXTO DE ELSA CROSS

 

Obsesionada con Grecia desde los 12 años, a partir de entonces tuve un intenso deseo de viajar allí, lo cual logré casi cuarenta años después. Antes del viaje temía encontrar algo muy distinto de lo que había idealizado durante tanto tiempo; pero estar allí, respirar ese aire, oír esa lengua, ver esos paisajes sobrepasó todo lo que había soñado.

 

*****

 

2/MARCO ANTONIO CAMPOS

 

EN UN BURDEL DE ATENAS

 

En un burdel de Atenas, aquella tarde Dimitria me decía: “Me llamo Dimitria, un nombre común entre las griegas. Soy la puta más bella de la Hélade”. La tarde ya entraba en el crepúsculo; el bruto me ofrecía más prostitutas, como quiera, sí ¿un vino?, un attimo, signore. No hablaba inglés ni italiano, apenas griego; apenas deletreaba las monedas.

¿Yo? Yo nací hace mil siglos. Mi padre fue el padre de estas tierras, mi madre, flor de Italia. Me parezco a la sombra de esos arcos, a la sombra de esos barcos, a mi sombra. Mi cuerpo se pudre en los museos, así mi amada. Adiós siglo de oro hecho ceniza, adiós mis ojos: la gaviota está muerta junto al lago.

Dimitria se levanta, abre los ojos: “¡No es cierto! ¡No es cierto!” Y me mira como el sueño en el sueño de un cadáver.

 

1975

 

EN LAS PLAYAS DE CORFÚ

 

¡La niebla se enredaba, volvía, era un gato maullando

entre los árboles!

Mi padre, esperándome en la playa,

me gritaba: “Hijo ¿desde cuándo la sombra te persigue?

¿De qué sombra o mujer vienes huyendo?

¿Qué escuchaste –¿qué voz?—detrás del eco?

Fuiste huella, los nombres de los hombres

Aún te quedan el sol y el pensamiento

 

1975

 

ESA VOZ EN EL PIREO

 

a Ida Vitale y Enrique Fierro

 

Desde lejos,

como algo inesperado llegó

En el Pireo, sentadas en hilera,

cantaban las mujeres

“Estás en tu casa”, te dijeron

Abriste bien los ojos

 

Esa voz, Dios mío,

 era la mía

 

1975

 

LA VIDA ES HERMOSA

(Kokkari)

 

El vagamundo tocó los olivos,

las uvas negras, el sol en la vid.

Vio el mar incendiado que lejos

se disolvía en azul vaporoso

hasta ser bruma azul. Tomó en un puño

un puño de tierra, y lentamente

lo dejó por la tierra,

 lentamente.

Las abejas zumbaban, eran miel,

dulcísimas las uvas, oh verano

innumerable que lo escucho ahora:

“La vida es hermosa como la isla

pero los desfiladeros la cercan”.

 

1989

 

VERANOS GRIEGOS

 

Por llanuras verdes y áridas montañas bajo el sol,

Por peñas voladas volanderas robadas al amarillo cobre,

Por pueblos pescadores dispuestos con inocencia

por una mano blanca,

Por esas viejas que hilvanan a la sombra

en corredores o en terrazas de pequeñisimos

pueblos de islas pequeñísimas,

Por arenas de oro que hacen al mar más azul

y al mar más vela para las navegaciones,

Por los moradores al alba que miran el mar

desde cualquier templo o cima,

Por viñas verdinegras y por olivos de luna

bajo la verdinegra luna de mar oliva,

Por el horizonte al cárdeno o al violeta

desde el vértigo y la altura de una montaña

que medía las alturas de Cefalonia,

Por el farallón cerca de Nauplia

que sabe del adiós de las navegaciones

y del saludo de los regresos,

Por los dioses y héroes que marchan por los caminos

y a veces se disfrazan de piedra o árbol,

Por lo que quedó debajo del corazón o la piel

como iluminación interior o sonido de campanas,

Por eso, por eso digo, me pregunto, insisto:

¿Dónde, dónde hallamos más poesía, dónde,

que en los veranos griegos?

 

1989

 

GRECIA O CARTA TARDÍA PARA HUGO GUTIÉRREZ VEGA

 

a Francisco Torres Córdova

 


Ahora que se cumplen cuatro años de tu fallecimiento, querido Hugo, recuerdo en especial como platicábamos largamente, sobre todo por teléfono, acerca de ciudades italianas y griegas. Sin embargo, alguna vez comenté que ningún país me dio en su conjunto una emoción tan sostenida en un viaje como Grecia en el invierno de 1975. Si hay dos países donde al solitario no le llega el tedio y la monotonía son Italia y Grecia.

Era principios de diciembre. Huía del frío y la lluvia del norte europeo. Era un tiempo cuando empezaba a entender lo que era la palabra desesperación y la palabra fuga. Había estado en Roma y me daba vueltas visitar Grecia. Ninfa Santos, segunda secretaria de la embajada, a quien tanto quisimos, me prestó unos libros y me fui en tren a Bríndisi, donde cinco años y medio antes, poco antes de llegar al puerto para embarcarse y navegar a Grecia, se había matado en un accidente automovilístico José Carlos Becerra, a quien recordabas entrañablemente. Compré un boleto de tercera clase y esperé hasta la tarde noche para tomar el traghetto Bríndisi-Corfú. En la espera me venía un verso de Dante que hace decir en el Purgatorio a Virgilio sobre su cuerpo: “Napoli l’ha e da Brindizio è tolto” (III, 25-27).

Era la primera vez que navegaba en el mar. Puedes imaginar lo que es viajar en tercera clase, pese a que uno tenga veintiséis años y sea delgadamente fuerte. Pero ya a la mañana siguiente la sola contemplación del mar Jónico me llenó de gozo y en las cercanías de Corfú y luego de Patras, aquello era una exultación. Oía dentro de mí el viento musical de Mikis Theodorakis y de Manos Hadjidakis y me venían mis lecturas de Homero y de los líricos arcaicos.

De Patras me fui en autobús a Atenas, donde me alojé en un hotel modesto. Fueron dos semanas de vértigo. Todo el tiempo me volvía una y otra vez, como si la oyera, la música de Theodorakis. Llevaba en los ojos de la memoria la imagen de una muchacha mexicana que tenía un bello nombre y un apellido estrepitoso. Pese a la escasez de dinero, no la sentía, por la felicidad solitaria y el deleitoso asombro de estar en Atenas. Caminar Plaka, permanecer horas en la Acrópolis, conocer una prostituta bellísima que llamaremos Dimitria, las caminatas reflexivas en El Piero, las salidas nocturnas con unas jóvenes malayas y un grupo de italianos e italianas del hotel a las tabernas donde la música y el baile eran un vértigo… Recuerdo que luego de una desvelada atroz visité el Museo Arqueológico Nacional, donde se encuentra la llamada máscara de oro de Agamemnón. Era tal la belleza de las estatuas que el cuerpo olvidó la fatiga y volvió a tener la ligereza del aire.

En el único tour que he hecho en mi vida que ha valido la pena me tocó una guía culta, amabilísima, con quien hablaba en francés, y quien tal vez vio en mí al único de ese grupo que estaba interesado en algo más que lo sabido y lo anecdótico. A menudo la ficción histórica se impone más que la realidad misma. Luego de cuarenta y cuatro años jamás he olvidado la llanura de Maratón que parecía un solo aliento y la Tebas reconstruida luego de la destrucción por los romanos. Si en la Grecia antigua los dioses caminaban junto a los hombres, en la Grecia moderna uno puede hacerlo con los personajes históricos y literarios. Al llegar a Micenas, aún fuera de la cinta de la ciudad, la guía señaló en dos momentos dos puertas pentagonales: “He aquí las tumbas de Clitemnestra y Agamemnón”, y sentí como un golpe en el estómago, y me volvieron pasajes de la desesperada Electra, quien vivía en la tragedia de Sófocles lo que a su manera repetiría Hamlet muchos siglos después.

Luego, al llegar al anochecer a Nauplia, subí la fatigosa escalera del promontorio y vi, no sin honda melancolía, el mar bajo las estrellas, y me dije que el mar en ese sitio llevaba en las olas las palabras última despedida. En el atardecer del día siguiente, en Epidaurus, un arquitecto italiano nos pidió silencio y dejó caer una pequeñísima hoja de papel y se oyó en todo el teatro el sonido de la hoja y ese mínimo hecho –ese levísimo sonido- aún me resuena en los oídos de la memoria, y lo vuelvo a oír emocionado cuando quiero.

Aún regresaría a Grecia en los veranos de 1988 y 1989. En un poema y en un breve texto en prosa he recordado el sol ardiente sobre el Jónico, que me parecía describir los versos de Odisseas Elytis; los cinco días que pasé en la bellísima isla de Cefalonia, y las nuevas caminatas por una Atenas ahora sofocante. En Delfos oía –trataba- de oír las rocas proféticas y el correr del agua purificadora, y tenía a la vista Itea, el mar y las muchachas leves que el sol no olvida.

En 1989, a través de la embajada de México en Austria, pedí que te escribieran para ver si se podían conseguir entrevistas con Elytis y Theodorakis. No, no era posible, contestaste, pero para mi gran sorpresa vi tu magnífica disposición y mandaste un largo listado. Sí, lo mejor sería Iannis Ritsos, pero como era verano se había ido a su casa de Samos, sí, desde luego, en la embajada podían reservarme el avión desde Atenas y un modesto hotel en la isla.

En la embajada desde el primer momento desapareció la desconfianza que nos teníamos desde hacía unos quince años. Me diste tus primeras Peregrinaciones, es decir, tu primera reunión de poemas, la cual leí en el viaje a Samos. En la pequeñísima Karlóvassi entrevisté a Ritsos en su casa de verano una mañana de julio. No, Ritsos no era un intelectual, como Borges, Paz o Luzi; análogamente al argentino Enrique Molina las respuestas tenían un vuelo lírico que íntimamente concentraban una reflexión. Durante la entrevista, en aquella breve casa aislada de la isla, la hija de Ritsos entraba y salía…

Al final Ritsos me dedicó la amplia antología que leí con una caligrafía bellísima como del siglo XIX. Se sorprendió que el libro fuera la traducción al alemán. Le dije que vivía en Austria y no tenía acceso a otras traducciones suyas. Vaya sorpresa: un año más tarde Ritsos murió.

Al regresar a Atenas te hice la entrevista sobre tus Peregrinaciones que publicaría Huberto Batis en Sábado. Coincidimos en algo: Grecia era nueva cada día. Por la embajada andaba nuestro querido amigo Francisco Torres Córdova. Me presentaste a Victor Ivanovici, un griego-rumano que tenía el don de las lenguas, y a Titos Patrikios, maestro del epigrama en la poesía y en la conversación. Comentaste en una cena que sí, en efecto, para el sábado siguiente podía ir a Corinto y entrevistar a Mikis Theodorakis. “Extraordinario”, dije. Victor Ivanovici alzó la mano para acompañarme, lo cual habría hecho más fáciles las cosas, pero en el último momento Theodorakis canceló. Lamenté mucho no poder decirle lo que su música y sus canciones significaron para mí desde mis veinte años. A Victor Ivanovici lo vi otra vez en mayo de este 2019 en Bucarest y te recordamos en las cenas atenienses. “Era un amigo extraordinario”, me dijo en algún instante.

Años después, cuando volviste a México de Puerto Rico, maltratado por las autoridades de la SRE de entonces, fuiste publicando una a uno tu bellísima trilogía griega (Los soles griegos, Cantos del despotado de Morea y Una estación en Amorgós) que te dieron un sitial de privilegio en la poesía mexicana del siglo XX. Desde entonces conversamos numerosamente por más de veinte años y fuiste para mí uno de mis amigos más entrañables.

Que tú y la inolvidable Lucinda tengan buenos vientos en las navegaciones que lleven en los países de la noche. Donde estén y adonde vayan. Tal vez, me digo, una nueva Grecia.

 

2019 

 

 

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Número 173 | junho de 2021

Artista convidada: Louise Bourgeois (França, 1911-2010)

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