ELSA CROSS (México, 1946), ha publicado numerosos
libros de poesía, ensayo y traducción. Catorce libros suyos han sido publicados
en otros países. En los últimos años obtuvo el Premio Roger Caillois (París, 2010),
la Medalla Bellas Artes (México, 2012), el Premio Poestate (Lugano, Suiza, 2015),
el Premio Nacional de Artes y Literatura (México, 2016), máxima distinción literaria
que se otorga en México, y el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde
(México, 2019).
A raíz de viajes y residencias en Grecia,
ha escrito cuatro libros de poemas: Cantáridas (1999), Ultramar. Odas
(2002), El vino de las cosas. Ditirambos (2005) y Cuaderno de Amorgós
(2007; Premio Xavier Villaurrutia), así como otros poemas. Los últimos tres libros
aparecieron también en Inglaterra, traducidos al inglés. En 2019 participó en el
XI Festival Iberoamericano de Literatura en Atenas (LEA).
Ha desarrollado paralelamente un trabajo
académico; es maestra y doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma
de México, donde es profesora titular de Filosofía de la Religión.
MARCO ANTONIO
CAMPOS
(México, D.F., 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los
libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura
(1978), Monólogos (1985), La
ceniza en la frente (1979),
Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016). Es autor de un
libro de piezas breves (El señor Mozart y
un tren de brevedades) y uno de aforismos (Árboles).
Ha traducido
libros de poesía, entre otros, de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Antonin Artaud,
Blaise Cendrars, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore
Quasimodo, Cesare Pavese, Emilio Coco, Georg Trakl, Carlos Drummond de Andrade y
Nuno Júdice, y en colaboración con Stefaan van den Bremt, a los poetas belgas Miriam
van hee, Roland Jooris, Luuk Gruwez, André Doms y Marc Dugardin. Libros de poesía
suyos han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al italiano, al neerlandés
y al rumano.
Ha obtenido los
premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), Nacional de
Letras Sinaloa (2013), el Iberoamericano Ramón López Velarde (2010), y en España
el Premio Casa de América (2005), el Premio del Tren Antonio Machado (2008) y el
Premio Ciudad de Melilla (2009). El Festival de Montreal le otorgó en 2014 el premio
Lèvres Urbaines, en Quito, Ecuador, se
le dio el Premio Festival de Poesía Paralelo Cero (2018) y en el Festival Internacional
de Poesía de Bucarest el Premio Anton Pann (2019).
*****
1/ ELSA CROSS
LAS OLAS
En memoria del poeta mexicano
JOSÉ CARLOS BECERRA
… en bas la mer aux
flots amers
Estelas votivas
para abrir el camino
de los muertos.
Junto a la diosa
aparecen
niños que llevan
un gorrión,
una joven que ofrece
‒o recibe‒ un cofre pequeño,
¿sus sueños venturosos?
El cuerpo apresa
al aire la idea del vuelo—
allí donde yacen
bajo las piedras
genios desalados.
O alguien mira desde
los farallones
el mar amargo y
bello
de su propio naufragio.
La imagen sobrepuesta
toma las formas,
acomoda facciones,
ritmos,
luces
a lo entrevisto
en ese vuelo pálido.
Fulguran sus giros
lúdicos
como llamas en los
altos pebeteros.
Si más se acercan
la muerte y lo real,
más humanos los
dioses
¿o
divinos los hombres?
Sueños como plegarias,
dardos que se disparan
hacia un blanco invisible;
formas de la pasión,
de la visión‒
entrecruce de huellas.
De libro Ultramar. Odas (2000)
ASFÓDELOS
(Fragmento)
anclamos aquí entre los asfódelos
J. SEFÉRIS
y
el sol alternaba en el muro
el
destello de un ala
con
el brillo de la cal
y
se asentaba en la boca el sabor del vino
cuando
el verano detenía el aire
en
las ramas de la higuera
y
daba alas al estremecimiento
de
las frondas y un repiqueteo
en
la espalda hacía eco
del
grito agudo de las golondrinas
cuando
se alzaban voces varoniles
adhiriéndose
a los muros
mientras
la flauta imitaba
las
peripecias de la hiedra en el balcón,
y
se tendía al horizonte
el
incesante indecible
fulgor
ah,
esos brillos abiertos
llenaban
mirada y corazón
cuando
el verano tocaba
en
los confines de la calle Fanouríou
altos
en los dinteles,
esos
portaestandartes y su estela de óxido
cuando
secaba el musgo en la piedra caliza
y
daba apenas un respiro
al
aire cayendo como cortina densa
esos
murmullos
lentas
reiteraciones del corazón
no
presintieron
en
el instante vuelto ya
sólo
fulgor
la
muerte que llegaba
Del
libro Nadir (2010)
ATHENA POLIAS
(Sobre
la estatua de Atenea en el frontispicio de su antiguo templo en la Acrópolis)
Para
Nora Moreleón y Pere Romero
Manto
bordado de serpientes
y
la sonrisa con que derrota al gigante
que
refunde en el mar.
Su
paso inclina el cuerpo todo
fuerte y flexible
como lanza
clavada en la tierra
vibrando
todavía.
En
los rizos rojizos
y los
ojos de gato,
y
otros rizos pequeños en la frente,
serpientes
mínimas.
Y
más rizos caen sobre la espalda
duplicando los pliegues de su peplo.
El
gigante en el mar
rezonga a veces
y hace
temblar la tierra o estallar un volcán.
Y
ella
sonríe,
invicta,
desplegando su manto de serpientes.
[Inédito]
GUERRERO AGONIZANTE
(Sobre
un relieve del templo de Aphaia en Égina)
Sosteniéndose
todavía de su escudo
se
alza apenas
sobre una mano
ya
cediendo a la sombra
que
va tomando lenta
sus
tendones
sus
músculos y nervios
Por
la herida se escapa
su fatiga mortal
sin
perturbar el rostro
‒apenas grave
Toma
la sombra ya sus ojos
y
su memoria,
que
desanda
velocísima
los
pasos
hasta
la aldea que nunca más verá.
[Inédito]
ESTELA FUNERARIA DE UN JOVEN DE SALAMINA
En homenaje a Constantinos Cavafis
el
joven melancólico
se alza
en
la memoria de su fuerza,
mirando
con ojos incoloros
más
allá de la bahía
su vida
truncada.
Acaso
el mundo al que se ha ido
es
también incoloro,
aunque
guarde
—como en la estela—
rincones
de púrpura.
O
no es quizá muy distinto
del
mundo de aquí
y
hay ríos con riberas floridas,
gatos
que atrapan al vuelo
una libélula.
O
sólo es un reino de sombras.
Pero
el joven parece mirar
aquello
que para siempre se detuvo
en Salamina.
Y
acaso su valentía
que el mármol rememora
fue
tal que concentró
en un instante
lo
que una larga vida deparaba.
[Inédito]
TEXTO DE ELSA CROSS
Obsesionada
con Grecia desde los 12 años, a partir de entonces tuve un intenso deseo de viajar
allí, lo cual logré casi cuarenta años después. Antes del viaje temía encontrar
algo muy distinto de lo que había idealizado durante tanto tiempo; pero estar allí,
respirar ese aire, oír esa lengua, ver esos paisajes sobrepasó todo lo que había
soñado.
*****
2/MARCO ANTONIO CAMPOS
EN UN BURDEL DE ATENAS
En
un burdel de Atenas, aquella tarde Dimitria me decía: “Me llamo Dimitria, un nombre
común entre las griegas. Soy la puta más bella de la Hélade”. La tarde ya entraba
en el crepúsculo; el bruto me ofrecía más prostitutas, como quiera, sí ¿un vino?,
un attimo, signore. No hablaba inglés
ni italiano, apenas griego; apenas deletreaba las monedas.
¿Yo?
Yo nací hace mil siglos. Mi padre fue el padre de estas tierras, mi madre, flor
de Italia. Me parezco a la sombra de esos arcos, a la sombra de esos barcos, a mi
sombra. Mi cuerpo se pudre en los museos, así mi amada. Adiós siglo de oro hecho
ceniza, adiós mis ojos: la gaviota está muerta junto al lago.
Dimitria
se levanta, abre los ojos: “¡No es cierto! ¡No es cierto!” Y me mira como el sueño
en el sueño de un cadáver.
1975
EN LAS PLAYAS DE CORFÚ
¡La
niebla se enredaba, volvía, era un gato maullando
entre
los árboles!
Mi
padre, esperándome en la playa,
me
gritaba: “Hijo ¿desde cuándo la sombra te persigue?
¿De
qué sombra o mujer vienes huyendo?
¿Qué
escuchaste –¿qué voz?—detrás del eco?
Fuiste
huella, los nombres de los hombres
Aún
te quedan el sol y el pensamiento
1975
ESA VOZ EN EL PIREO
a Ida Vitale y Enrique Fierro
Desde
lejos,
como
algo inesperado llegó
En
el Pireo, sentadas en hilera,
cantaban
las mujeres
“Estás
en tu casa”, te dijeron
Abriste
bien los ojos
Esa
voz, Dios mío,
era la mía
1975
LA VIDA ES HERMOSA
(Kokkari)
El
vagamundo tocó los olivos,
las
uvas negras, el sol en la vid.
Vio
el mar incendiado que lejos
se
disolvía en azul vaporoso
hasta
ser bruma azul. Tomó en un puño
un
puño de tierra, y lentamente
lo
dejó por la tierra,
lentamente.
Las
abejas zumbaban, eran miel,
dulcísimas
las uvas, oh verano
innumerable
que lo escucho ahora:
“La
vida es hermosa como la isla
pero
los desfiladeros la cercan”.
1989
VERANOS GRIEGOS
Por
llanuras verdes y áridas montañas bajo el sol,
Por
peñas voladas volanderas robadas al amarillo cobre,
Por
pueblos pescadores dispuestos con inocencia
por
una mano blanca,
Por
esas viejas que hilvanan a la sombra
en
corredores o en terrazas de pequeñisimos
pueblos
de islas pequeñísimas,
Por
arenas de oro que hacen al mar más azul
y
al mar más vela para las navegaciones,
Por
los moradores al alba que miran el mar
desde
cualquier templo o cima,
Por
viñas verdinegras y por olivos de luna
bajo
la verdinegra luna de mar oliva,
Por
el horizonte al cárdeno o al violeta
desde
el vértigo y la altura de una montaña
que
medía las alturas de Cefalonia,
Por
el farallón cerca de Nauplia
que
sabe del adiós de las navegaciones
y
del saludo de los regresos,
Por
los dioses y héroes que marchan por los caminos
y
a veces se disfrazan de piedra o árbol,
Por
lo que quedó debajo del corazón o la piel
como
iluminación interior o sonido de campanas,
Por
eso, por eso digo, me pregunto, insisto:
¿Dónde,
dónde hallamos más poesía, dónde,
que
en los veranos griegos?
1989
GRECIA O CARTA TARDÍA PARA HUGO
GUTIÉRREZ VEGA
a Francisco Torres Córdova
Era principios de diciembre. Huía del frío
y la lluvia del norte europeo. Era un tiempo cuando empezaba a entender lo que era
la palabra desesperación y la palabra fuga. Había estado en Roma y me daba vueltas
visitar Grecia. Ninfa Santos, segunda secretaria de la embajada, a quien tanto quisimos,
me prestó unos libros y me fui en tren a Bríndisi, donde cinco años y medio antes,
poco antes de llegar al puerto para embarcarse y navegar a Grecia, se había matado
en un accidente automovilístico José Carlos Becerra, a quien recordabas entrañablemente.
Compré un boleto de tercera clase y esperé hasta la tarde noche para tomar el traghetto
Bríndisi-Corfú. En la espera me venía un verso de Dante que hace decir en el Purgatorio a Virgilio sobre su cuerpo: “Napoli l’ha e da Brindizio è tolto” (III,
25-27).
Era la primera vez que navegaba en el mar.
Puedes imaginar lo que es viajar en tercera clase, pese a que uno tenga veintiséis
años y sea delgadamente fuerte. Pero ya a la mañana siguiente la sola contemplación
del mar Jónico me llenó de gozo y en las cercanías de Corfú y luego de Patras, aquello
era una exultación. Oía dentro de mí el viento musical de Mikis Theodorakis y de
Manos Hadjidakis y me venían mis lecturas de Homero y de los líricos arcaicos.
De Patras me fui en autobús a Atenas, donde
me alojé en un hotel modesto. Fueron dos semanas de vértigo. Todo el tiempo me volvía
una y otra vez, como si la oyera, la música de Theodorakis. Llevaba en los ojos
de la memoria la imagen de una muchacha mexicana que tenía un bello nombre y un
apellido estrepitoso. Pese a la escasez de dinero, no la sentía, por la felicidad
solitaria y el deleitoso asombro de estar
en Atenas. Caminar Plaka, permanecer horas en la Acrópolis, conocer una prostituta
bellísima que llamaremos Dimitria, las caminatas reflexivas en El Piero, las salidas
nocturnas con unas jóvenes malayas y un grupo de italianos e italianas del hotel
a las tabernas donde la música y el baile eran un vértigo… Recuerdo que luego de
una desvelada atroz visité el Museo Arqueológico Nacional, donde se encuentra la
llamada máscara de oro de Agamemnón. Era tal la belleza de las estatuas que el cuerpo
olvidó la fatiga y volvió a tener la ligereza del aire.
En el único tour que he hecho en mi vida que ha valido la pena me tocó una guía
culta, amabilísima, con quien hablaba en francés, y quien tal vez vio en mí al único
de ese grupo que estaba interesado en algo más que lo sabido y lo anecdótico. A
menudo la ficción histórica se impone más que la realidad misma. Luego de cuarenta
y cuatro años jamás he olvidado la llanura de Maratón que parecía un solo aliento
y la Tebas reconstruida luego de la destrucción por los romanos. Si en la Grecia
antigua los dioses caminaban junto a los hombres, en la Grecia moderna uno puede
hacerlo con los personajes históricos y literarios. Al llegar a Micenas, aún fuera
de la cinta de la ciudad, la guía señaló en dos momentos dos puertas pentagonales:
“He aquí las tumbas de Clitemnestra y Agamemnón”, y sentí como un golpe en el estómago,
y me volvieron pasajes de la desesperada Electra,
quien vivía en la tragedia de Sófocles lo que a su manera repetiría Hamlet muchos
siglos después.
Luego, al llegar al anochecer a Nauplia,
subí la fatigosa escalera del promontorio y vi, no sin honda melancolía, el mar
bajo las estrellas, y me dije que el mar en ese sitio llevaba en las olas las palabras
última despedida. En el atardecer del
día siguiente, en Epidaurus, un arquitecto italiano nos pidió silencio y dejó caer
una pequeñísima hoja de papel y se oyó en todo el teatro el sonido de la hoja y
ese mínimo hecho –ese levísimo sonido- aún me resuena en los oídos de la memoria,
y lo vuelvo a oír emocionado cuando quiero.
Aún regresaría a Grecia en los veranos de
1988 y 1989. En un poema y en un breve texto en prosa he recordado el sol ardiente
sobre el Jónico, que me parecía describir los versos de Odisseas Elytis; los cinco
días que pasé en la bellísima isla de Cefalonia, y las nuevas caminatas por una
Atenas ahora sofocante. En Delfos oía –trataba- de oír las rocas proféticas y el
correr del agua purificadora, y tenía a la vista Itea, el mar y las muchachas leves
que el sol no olvida.
En 1989, a través de la embajada de México
en Austria, pedí que te escribieran para ver si se podían conseguir entrevistas
con Elytis y Theodorakis. No, no era posible, contestaste, pero para mi gran sorpresa
vi tu magnífica disposición y mandaste un largo listado. Sí, lo mejor sería Iannis
Ritsos, pero como era verano se había ido a su casa de Samos, sí, desde luego, en
la embajada podían reservarme el avión desde Atenas y un modesto hotel en la isla.
En la embajada desde el primer momento desapareció
la desconfianza que nos teníamos desde hacía unos quince años. Me diste tus primeras
Peregrinaciones, es decir, tu primera
reunión de poemas, la cual leí en el viaje a Samos. En la pequeñísima Karlóvassi
entrevisté a Ritsos en su casa de verano una mañana de julio. No, Ritsos no era
un intelectual, como Borges, Paz o Luzi; análogamente al argentino Enrique Molina
las respuestas tenían un vuelo lírico que íntimamente concentraban una reflexión.
Durante la entrevista, en aquella breve casa aislada de la isla, la hija de Ritsos
entraba y salía…
Al final Ritsos me dedicó la amplia antología
que leí con una caligrafía bellísima como del siglo XIX. Se sorprendió que el libro
fuera la traducción al alemán. Le dije que vivía en Austria y no tenía acceso a
otras traducciones suyas. Vaya sorpresa: un año más tarde Ritsos murió.
Al regresar a Atenas te hice la entrevista
sobre tus Peregrinaciones que publicaría
Huberto Batis en Sábado. Coincidimos en
algo: Grecia era nueva cada día. Por la embajada andaba nuestro querido amigo Francisco
Torres Córdova. Me presentaste a Victor Ivanovici, un griego-rumano que tenía el
don de las lenguas, y a Titos Patrikios, maestro del epigrama en la poesía y en
la conversación. Comentaste en una cena que sí, en efecto, para el sábado siguiente
podía ir a Corinto y entrevistar a Mikis Theodorakis. “Extraordinario”, dije. Victor
Ivanovici alzó la mano para acompañarme, lo cual habría hecho más fáciles las cosas,
pero en el último momento Theodorakis canceló. Lamenté mucho no poder decirle lo
que su música y sus canciones significaron para mí desde mis veinte años. A Victor
Ivanovici lo vi otra vez en mayo de este 2019 en Bucarest y te recordamos en las
cenas atenienses. “Era un amigo extraordinario”, me dijo en algún instante.
Años después, cuando volviste a México de
Puerto Rico, maltratado por las autoridades de la SRE de entonces, fuiste publicando
una a uno tu bellísima trilogía griega (Los
soles griegos, Cantos del despotado de
Morea y Una estación en Amorgós) que
te dieron un sitial de privilegio en la poesía mexicana del siglo XX. Desde entonces
conversamos numerosamente por más de veinte años y fuiste para mí uno de mis amigos
más entrañables.
Que tú y la inolvidable Lucinda tengan buenos
vientos en las navegaciones que lleven en los países de la noche. Donde estén y
adonde vayan. Tal vez, me digo, una nueva Grecia.
2019
*****
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 173 | junho de 2021
Artista convidada: Louise Bourgeois (França, 1911-2010)
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