Debemos
la selección de esta poesía a la escritora argentina Marisa Martínez Pérsico, además
del luminoso ensayo que pone en perspectiva el hilo conductor de estos poemas y
los motivos que los caracterizan. Apoyémonos en esa metáfora del camino como un
viaje de ida y vuelta hacia la interioridad del ser: En este
camino de ida y vuelta el hombre ensaya un nuevo modo de percibir y de sentir el
mundo, construye una realidad primero extrañada y después íntima, más consciente
de sus propios límites, ritmos y miedos, nos dice Martínez Pérsico. Un
camino que en sentido figurado responde a un modo de vincularnos a la realidad que
se constituye como exploración del yo y referencia de la vida. Pero de una vida
centrada en la poesía y traspasada por la sensibilidad de la palabra que la proyecta
y trasciende convirtiendo la cotidianidad en una especie de visión cósmica y poética.
De ahí la referencia a los elementos espaciales que crean un sentido de relaciones
con las circunstancias humanas del poeta, pero también con las descripciones que
genera el vocabulario del libro. Su mundo, el que presenta El
camino de regreso, no solo describe la naturaleza que palpita al paso
del hablante poético sino también la visión cósmica que concreta el contenido de
lo que contemplamos. De modo que lo primero que veremos al abrir el libro es la
descripción del universo, la sensación que produce esa contemplación: La penumbra de las chispas estelares es ya un milagro. La zozobra
se curva, fluye una maraña de estrellas / el invisible movimiento de otros sistemas
solares (“Ya es de noche”). Esta descripción singulariza los sutiles
rasgos del planeta que habitamos, la belleza y el misterio del universo. El testimonio
visual de una mirada que se extiende más allá de lo que presentimos como una realidad
contundente pero que para muchos pasa desapercibida. Una mirada que recoge una serie
de eventos que configuran la intensidad de esa sensación desde el proceso que conlleva
la rotación del planeta sobre su propio eje y, también, del que logra plasmar la
imagen nocturna y diurna del planeta reflejada aquí en términos poéticos:
(…)
La luz desgarra la negrura, multiplica el efluvio
de la hierba y la penumbra estalla hasta romper
el día. En el cielo plomizo de Roma
el viento se detiene y hay pequeños seres filiformes
que planean sobre el techo: caen, extenuados, al instante
con la mente en planetas que se fugan y en lobos por
cuidar.
Al amanecer corren alegres en las palmas de mis manos.
El
poema “La luz dorada del desierto” recoge la fuerza devastadora de la naturaleza
intensificándola en el viento y la luz del paisaje. Desde el primer verso el viento
arrastrará todo a su paso hasta situarnos en las diversas representaciones de esa
realidad. Observamos la imagen personificada del viento que agita los brazos volcándose
precipitadamente sobre el entorno. Allí los zorros y lobos mansos son parte ya de
esa fauna que ha acompañado al hablante poético en otros libros (En la mirada del lobo), y que aparecen aquí como una
entidad representativa del mundo del poeta. La transformación del bosque, la sutil
brillantez de los copos de nieve, el paisaje que adquiere vida propia, proclaman
la exaltación misma de ese viaje impregnándolo de un matiz fantástico y misterioso
en un camino que recorre distintas direcciones. Cada acto de la vida parecería un
juego, como proclama el final del texto, pero sabemos que la historia de todo caminar
requiere de una fuerte voluntad para enfrentar el imaginario de ese viaje lleno
de incógnitas revelaciones:
(…)
Con luz diáfana llegan los copos de nieve
y el bosque se transforma en una crema suave.
Un paisaje con ojos bailarines
de zorros y lobos mansos y todo se derrumba
y, como si fuera un juego, rueda abajo empujado
por el viento enfurecido que agita los brazos.
En silencio he conversado con las nubes y esparcido
la soledad de un extremo a otro del viaje.
Al
leer un libro de poesía no tenemos porque avergonzarnos de no poder descifrar a
cabalidad lo que el poeta quiso decirnos. Leemos un poema y lo que sobreviva de
esa lectura, lo que nos ilumine, bastará para reflejar en nuestro interior lo que
intentábamos ver. Muchas veces bastan las circunstancias que llaman nuestra atención
y se evaporan ante nuestros ojos como el rocío mañanero. Esto es lo que parece querer
decirnos el poema que da título al libro: “El camino de regreso”. Sobre su superficie
la impresión se reduce a lo que observamos en ese caminar, ¿hacia dónde? Se nombran
las cosas pero siguen en un mismo lugar: buques, cielo transparente,
mar, montañas y ciudades de Europa; datos
geográficos, lugares donde los seres se mueven y pasan como la vida del hablante
a través del tiempo. Esto es lo que se proyecta en ese mundo abstracto que la poesía
busca concretar. Sentimos la impresión de lo que ocurre en el poema hasta llegar
al punto de aquello a lo que hacía alusión: No sueño el porvenir,
no lo conozco / mas quisiera entenderlo, que fuera parte de mí, de nosotros, de
mi fe. Pero seguramente, lo que busca el poeta es algo que queda más
allá de nuestra propia intuición, lo que queremos ver en ese paisaje de palabras
y del tiempo que toma recorrer el camino de regreso. Y es que en la poesía de Alessio
los seres y la visión aquí descritos irán entrelazados a un sentimiento aplicable
también a la naturaleza, al silencio, al olvido:
Sentado en la penumbra aguardo
las palabras. Cuando llegan
ya no soy el mismo pero hay otro
-tú no lo conoces-
que resiste y toma apuntes
y a mordiscos devora el retrato
de un hombre cansado, quieto
en la penumbra que desde hace días
espera partir. Se entrelazan largas
charlas sobre el año próximo
ojalá más sereno que este último
que ya se va, sangriento y desganado.
Sin pestañear el mar mira hacia el cielo
y más abajo, en el fondo cenagoso,
entre residuos africanos hay una fiesta
de peces de colores que fluyen en lo oscuro.
Entre deseo y rechazo, la cabeza
llena de visiones. Solamente el silencio
puede mostrar el fragmento de un mundo
que comienza. Dormimos acostados en el agua
anclados a algas y arrecifes
contemplando el viaje que se acerca.
No podemos recorrer
un camino sin que la naturaleza nos entregue sus colores, su geografía, la luz que
traspasa el crepúsculo como disimulando la caída de la noche. Estamos a la orilla
del camino: Entonces el sol sube y luego baja / se esconde
en el arbusto de la noche / espadas rojas que vibran sobre el agua / después se
muda rápido, entra en la sangre (“Entonces el sol sube y luego baja”).
Estos versos dibujan una puesta de sol. Cae la noche y también la oscuridad, el
silencio, el asombro. ¿Cuál es el significado de la soledad, y del viento que azota los muros de las casas y trae un ritmo / con ideas
sonoras, fuertes ángeles / que limpian el paisaje…? Posiblemente nunca
lo sabremos, pero concentramos nuestra atención sobre el paisaje pues alguien nos
contempla desde el centro del poema. Un verso nos remite a la ternura de una madre
y de sus hijos cobijados por el silencio de la noche: Tú
duermes como duermen nuestros hijos / existe quien protege vuestro sueño.
Éste es el motivo fundamental del poema. Un hecho que en plena soledad de la noche
traza una línea directa hacia esa visión para que comprendamos que vivir es un esfuerzo lleno de grandezas y vicisitudes.
La última estrofa filtra un ligero cambio de perspectivas para reclamar, de un modo
directo, el recuerdo de Goethe y del paisaje de Lacio, esa hermosa región de Italia
central a orillas del mar Tirreno. Estas dos visiones se funden como coordenadas
en el poema para expresar una visión del pasado. El poema “El horizonte oblicuo”
tiende, como algunos de los textos anteriores, un puente entre el título y lo que
nos comunica. Lo que se dice se origina en un recuerdo angustioso que proyecta las
duras experiencias de la vida: la soledad, el desamor, la felicidad perdida; realidades
que indudablemente golpean el corazón del hablante mientras recuerda esa otra dimensión
del amor: …nada quedará de nosotros que no sea el olvido
/ de este amor, las aventuras pasadas. Algunos versos nos sitúan, sin
embargo, un poco más allá, es decir, en el trasfondo mismo de la imagen que testimonia
esa dolorosa experiencia, pero igualmente de un pasado que estremece al poeta y
le recuerda su realidad temporal, ese horizonte que se esfuma sin más ganancias
que los recuerdos imborrables. Un tono nostálgico domina la atmósfera del texto:
Escarbo junto a un lago
entre piedras y espinos / buscando la felicidad perdida, la casa / crecida entre
los sueños, y proyecta la visión hacia un horizonte
oblicuo por donde se deslizan los recuerdos. Por otro lado, el poema,
“Te espiaba en la luz”, define también esas experiencias que configuran la estructura
lírica del poema: …hay que vivir con poco y no añorar ni
más ni / demasiado: / ¿qué importa, si después se nos exilia de los propios / sueños
y deseos? Hay en estos versos una forma de antagonizar el pasado, de
moverse hacia un plano donde las experiencias del amor produzcan un sentido más
duradero y profundo de la vida. Claro está, “sin víctimas ni héroes” como subraya
esta frase, y así elevarse espiritual y amorosamente sobre lo que daña esas relaciones.
… No dejes
que el futuro se esconda
o que termine para siempre enterrado.
Un pájaro canta entre las ramas
de la encina: no va a callarse ahora, si lo escuchas.
No es poca cosa el canto de un pájaro.
Su cántico puede conectarnos con lo esencial de la vida. La emoción que nos produce,
si somos sensibles, viajará en la profunda melodía de su cántico. Quizás no comprendamos
del todo, pero la esencia de lo que dice está en lo que implica su voz, pues no va a callarse ahora, si lo escuchas. Pero existe,
sin embargo, una condición para que su canto tenga efecto en nosotros: saber escuchar.
El pajarito se ha detenido en la rama y ha ocurrido el milagro: su cántico ha arrojado
una esperanza en el camino de la vida. El poeta lo ha colocado allí para que nos
recuerde que la dicha a veces está en detenerse a escuchar.
En el poema “Nada es tuyo” se utiliza
la imagen de un poste oxidado o la que sostiene la “vivacidad del bosque” para proyectar
las realidades del amor y las situaciones no dichas directamente pero que aluden
en el fondo a los conflictos del Oriente Medio. Por otro lado, “Un perro en el polvo”
explora las acciones que ilustran la amistad y el cariño por los animales, pero
vistas en el contexto de una expresión más humana de la vida: Un perro de cuclillas en el polvo / es una luz dudosa. / Un perro
hermano que gruñe a los sueños y hurga en las calles. Lo que refleja
el poema gira en torno a un perro imaginario que evoca el recuerdo angustioso del
pasado que inquieta al hablante. El perro representa la ternura que resguardará
al hablante de las relaciones que confunden el sentimiento amoroso con situaciones
engañosas: No juegues con palabras, con el turbio / sentido
de la vista que algunas veces miente, a veces / recita una parte, un estribillo,
busca todavía: / escarba, escarba en la carne viva del alma / en la lengua del perro
que husmea las heridas. Los elementos que concretan el poema son también
los que configuran ese otro mundo donde solo los sueños
podrían convertirse en un recurso contra la indiferencia y la soledad: Apúrate a poner en práctica los sueños / o será muy tarde para
despertar…, señala este verso. Ciertamente, apurarse
sugiere más de una connotación, podría corresponderse con la idea de refugiarse
en los sueños para aislarse de las acciones que
dejan el alma desolada.
El
poema “El blanco inquieto” ofrece nuevas perspectivas para regresarnos otra vez
al camino de la naturaleza. El universo es como una gran pantalla sideral donde
se refleja la vida. La vida misma va mostrándonos sus conquistas y agonías para
exponernos sobre la superficie de las cosas que podemos pensar con serenidad: Medianoche bajo el pueblo, el reverso / del tiempo en una estrella
fugaz. Un cohete / brilla atenuado en la carrera, fugaz / en su fulgor incandescente,
un testamento / sordomudo incrustado en la cúpula del cielo. Y en el
poema siguiente, “La luz viene de la oscuridad”, se abrirán los versos sobre la
realidad del amor y el desamor, la luz y las sombras que acontecen evocando el pasado;
el destino de seres que una vez cruzaron sus destinos, y de fotografías como testigos
mundos de profundas vivencias.
(…)
Los caracoles siembran la meta que fermenta debajo
de los pies mientras se nutre de plumas la cúpula de
Sant’ Ivo.
Descubrir los motivos de esta compañía zumbadora
hablar con moscas, abejas y mosquitos, proyectarse
dentro de uno mismo. Se proyectan huidas, incursiones:
cosas para hacer seguro que no faltan, ya esto es
un efecto. Se lamenta la hierba cortada, exige
una tumba propia, el fuego la convierte en hongo
en fases de vida. No me digas que lo hubieras deseado
hay un futuro que recomponer, un camino que conduzca
hacia regiones intactas. Nado entre delfines y cangrejos
los insectos tienen alas luminosas de reflejos cristalinos.
Al parecer no es un mundo complejo
el que nos comunica el poema, pero ciertamente lo es. Es el mundo donde entran como
símbolos representativos de la vida las cosas más insignificantes o más fastidiosas,
por decirlo con una palabra que se ajuste al contexto de nuestra realidad cotidiana.
Me refiero estrictamente a las moscas y mosquitos, insectos que no comunican una gran simpatía
pero, dentro del mundo de las cosas más elementales sirven de referencia para proyectar
la descomposición y transformación de la materia, y simbólicamente están allí para
representar ese cambio. Otros elementos referirán también al concepto del proceso
cíclico de la vida, que en conjunto con los otros elementos del poema nos permiten
imaginar el efecto de esa transformación: caracoles, moscas,
abejas, mosquitos, hongos y los seres de la vida marina, delfines y cangrejos, pues constituyen elementos significativos
que son además una referencia visual de ese mundo y del sentido que enfoca el poema.
Por lo tanto, no son menos importantes a los ojos del poeta que la hermosa luz de
un cielo estrellado o el esplendor de la flora sobre el paisaje. La flora y fauna
silvestre servirán para exponer la grandeza del mundo, aun aquellas pasiones que
puedan herir la vida. A cada paso el hablante irá reconociendo diversos caminos
en los que la naturaleza misma se alzará como un testigo mudo de su propia realidad
como ocurre, por ejemplo, con los elementos aquí evocados: el
tiempo, la luz, las estrellas, y asimismo las
huellas del lobo en la profundidad de la noche. Por eso, los recuerdos
representan la dureza de aquel sueño que presenciamos
en “El terreno baldío”. Este poema revelará el esfuerzo que requiere transformar
las experiencias dolorosas de aquel sueño por
relaciones que conduzcan a un camino más gratificante y humano. De ahí que la mayor
riqueza de este libro consista en advertirnos de las frágiles experiencias del amor
y la vida “cuando todo se apague”, y la poesía vuelva otra vez a conducirnos por
el camino de regreso:
Cuando todo se apague
más tarde, en torno al mediodía
subiremos los dos de nuevo el río
avanzando del brazo, con un poco de prisa.
Más allá de la desembocadura
hallaremos el inicio
y la razón, también,
de nuestro viaje
Cargaremos sobre nuestros hombros
la canoa blanda
de cañas y hojas
el vino rubio de mi padre.
NOTA
En esta antología se encuentran algunos poemas que nunca fueron traducidos al español. Son los poemas elegidos del libro Il volto e il viaggio, publicado en Italia en 2017. La escritora argentina Marisa Martínez Pérsico realizó la traducción, organización de los textos y el prólogo que pone en perspectiva la idea central del libro.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 173 | junho de 2021
Artista convidada: Louise Bourgeois (França, 1911-2010)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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