Ni
ese año ni esa postal duraron demasiado. Más allí o más aquí, se sabe o se va descubriendo
que ese cambio de década resultó prodigioso para la música independiente sudamericana.
El nuevo pop chileno y el indie de La Plata habían puesto de cabeza dos tradiciones
musicales hasta ese momento en horas bajas, irradiando su efecto revitalizador por
todo el continente. Así, a partir de 2007 y durante casi cinco años, se reconfiguró
el horizonte de lo que era posible hacer desde acá, con nuestros recursos, intereses
y necesidades. Todo esto con un epicentro en extremo cercano a Bolivia, que se iba
quedando sin excusa para que las únicas formas de rock viables en el país fueran
actos de oldies en incubación o figuras tan quijotescas como inexplicables.
No en vano todo esto era parte de un proceso global, que había arrancado con el
nuevo siglo, acelerándose a partir de 2005, con la accesibilidad expandida a los
medios de grabación, distribución y comunicación que trajo la tecnología digital.
El albor de una era extraña, que en lo que hace a la música indie encumbró artistas
como Animal Collective, Deerhunter, Girls, Grizzly Bear, LCD Soundsystem o Arcade
Fire, que si bien a casi dos décadas de distancia no conservan el caché que una
vez merecieron, o han terminado asentados en las lógicas industriales de las majors,
en su momento encarnaron las posibilidades de este nuevo paradigma. Más que un estilo
o sonido, aunque compartían referencias generacionales y hasta formales, se trataba
de crear sin restricciones aparentes, con lo que estuviera al alcance de un estudiante
universitario, autoeditar y difundir, como se hizo desde siempre, ahora con la visibilidad
y proyección que permitían la internet e incipientes redes sociales a esa militancia
DIY.
Antes
incluso de esa visita a Santa Cruz se percibían señales de que estas transformaciones
no iban a quedar sin correlato en Bolivia. En Cochabamba medios impresos, radiales
y digitales estaban empujando a espacios de discusión más amplia estas nuevas músicas,
mientras aparecían artistas que exploraban el post-rock y la electrónica desde sus
idiosincráticas posibilidades. A su vez, el underground paceño intentaba engendrar
lo insólito en las fronteras del hip hop y el ruidismo. El ánimo en esos circuitos
era germinal. Sin embargo, lo sabemos ahora, ni siquiera con el paso de los años
esos esfuerzos lograrían consolidarse más allá de iniciativas aisladas y esporádicas.
En cambio, en Santa Cruz se había formado en 2010 un grupo de artistas apenas veinteañeros,
llegados del audiovisual, el diseño, las letras y la música, que decidieron montar
un sello discográfico para consolidar en torno a una entidad colectiva el ramillete
de lo que les era heterogéneo y común. Capitalizando esto y la inercia del lustro
anterior, el mismo 2011 que vio consagrarse a Alex Anwandter, Mueran Humanos, Los
Mundos y Bam Bam, entre otros próceres de la movida indie latinoamericana, sería
el año de la explosión de ese colectivo, que con tino y socarronería premonitorios
se bautizó como Perfecto Discos.
El
anuncio de ese acontecimiento llegó con “La bomba”, de Un millón de veces, una canción
que literalizaba lo que tal vez, de cualquier modo, desbordaría la metáfora. No
era la banda más célebre del sello; de hecho, este era su primer corte, pero sí
que había compuesto la canción ideal para presentarse como colectivo. En menos de
cuatro minutos de un indie que no escondía la huella Laptra, con el mantra como
fundamento lírico y una música igual de simple y contundente, “La bomba” desencadenaba
lo que era profecía, amenaza y constatación: “Vamos a explotar, que el mundo entero
espera. Vamos a explotar.” Una hibris que es puro rocanrol, por supuesto. También,
una obra que sintetizaba ese anhelo y potencia típicos de los momentos en que algo
grande está ocurriendo y por poco se le escapa de las manos a sus creadores, en
los que no hace falta feedback popular ni racionalización, pues ya desbordan la
autoconfianza para permitirse proclamarlo. Piensen en los Stone Roses y su “I wanna
be adored”. Si el texto no fuera suficiente para percibirlo, después de la lambada,
la canción boliviana más internacional tiene que ser “La bomba” de Azul Azul --
además el sambenito sempiterno del pop made in Santa Cruz. Por accidente
o diseño, la última aventura de Perfecto Discos, un sello que tomó forma no demasiado
lejos de los bares y discotecas en los que se consumaba la decrepitud de la música
alternativa cruceña, encarnaba la evidencia de que, como en las escenas indie de
países vecinos, algo también estaba sucediendo en estas fronteras.
En
2021, la historia de Perfecto Discos es un caso preservado en ese singular formol
que encontramos en el detritus online: perfiles de redes sociales abandonados, información
apenas rescatable con la Wayback machine, links rotos y un sitio de Bandcamp
que comienza a contar esta historia. Allí tenemos una declaración de principios
entrecortada, resaltando lo colectivo, la oposición a lo comercial y la ambición
de su arraigo contemporáneo. No se termina de leer la explicación del nombre, pero
hay mejores pistas. El logo es pura mímesis, con un can donde Laptra tendría un
felino y ese triángulo que no podría ser más 2011 si se lo propusiera. La tipografía
y paleta de colores igual recuerdan a Quemasucabeza y Vale Vergas Discos, este último
un colectivo mexicano que supo usar a Evo Morales en su material promocional cuando
intentó el rebranding de Estados Unidos de América Latina. La página se ha mantenido
bien, considerando la década transcurrida. Toda la música sigue disponible, hay
créditos dispersos y hasta los links de descarga siguen activos. Encontramos doce
lanzamientos, de una decena de artistas distintos, la mayoría fechados en 2011,
excepto dos obras de Charango; un EP de 2007 y su debut en largo de 2010, ambos
difundidos de manera independiente con anterioridad, plegándose al sello al identificar
similitudes estéticas y organizativas. También son anteriores dos lanzamientos de
Inalámbrico, uno de 2005 y otro 2010, agrupación que comparte miembros con Charango
y podría haberse unido al colectivo, trayendo su obra precedente, por idénticas
razones.
Es
posible que Perfecto Discos siguiera operando más allá de ese final de 2011. Varios
de los artistas involucrados hoy siguen en activo. Sin más evidencia disponible
para iluminar esa desactivación repentina, la página y el sello adquieren una condición
singular, que invita esta retrospectiva. Tenemos en su página de Bandcamp un Chichen
Itza o Tiwanacu del indie local, un monumento de preservación parcial y azarosa,
que nunca se sabrá porqué o cómo fue que se abandonó de manera tan súbita. Y, al
igual que con las ruinas arqueológicas, las conjeturas que formamos al regresar
y escuchar, una década después, dicen más del lugar y persona que las enuncia que
de las realidades que un día habitaron esos espacios.
Charango,
que había precedido en su creación a la formación del sello, es la única banda de
su catálogo que permanece vigente en 2021. Es, también, la más prolífica y la que
posee lo más parecido a una obra de entre todas las que aparecen en el sitio de
Bandcamp de Perfecto Discos. Especulamos, pero es posible que fueran el motor del
sello, dada la participación de sus músicos en la mayoría de los lanzamientos de
Perfecto Discos en 2011. Al menos se trataba, en ese trascendental año, del grupo
más consolidado de entre los que formaban el colectivo con un EP debut editado en
2007 y un disco largo de 2010. De hecho, ese año ya los había visto crecer y alcanzar
espacios poco habituales para una banda de ese estilo en Santa Cruz. Su primer largo,
Radio Insecto, había sido recibido con entusiasmo por el creciente nicho
indie y la prensa especializada. Todo esto apuntaba a que Charango podría ser la
punta de lanza del nuevo movimiento, igual que ocurrió en Laptra con El mató a un
policía motorizado. Curiosamente, es probable que hayamos descubierto ambas bandas
en el mismo lugar, el blog JSFree. De allí nos descargamos su EP autotitulado, un
trabajo tentativo y casero en el sentido completo del término. No mucho más que
unas demos, sin la capacidad deslumbrante de los chicos de La Plata, pero no por
ello faltas de encanto.
En
ese momento Charango eran Sebastián Guerrero, Cristóval Ulloa, Carolina Vilar y
Rocío Velázquez. Ulloa hacía las veces de compositor principal y en ese sentido
se puede afirmar que el EP es un aprendizaje público del oficio. A momentos se notan
demasiado las costuras de la confección, las fuentes y afectos. La sombra de Cerati,
como en un importante segmento de los músicos nacidos después de 1980, es inocultable.
Excesiva. Quizás “Escalera” sea donde se percibe con mayor claridad, si nos restringimos
a la canción rock, y “Surmarino”, que quiere ser la clase de balada sobre loops
electrónicos que patentó por estas latitudes el argentino en su periplo solista,
la conexión con Inalámbrico, banda paralela de Ulloa y Guerrero, muy tocada por
la IDM que dejó Cerati en sus coqueteos con la electrónica. En todas falta grano,
enjundia, experiencia vital para vender los ambientes y textos que se perfilan.
Sin embargo, es algo que no sucede con “Años platónicos”, entre la relectura vernácula
de la new wave y el indie con inflexiones retro que se podría ver en ese momento
en MGMT o Deerhunter, punto más alto del EP. Una canción que trasciende lo imitativo
por la fuerza de su empaque melódico, por sus letras con la vaguedad ideal para
flotar sobre lo íntimo, a la altura de la identificación generacional de los que
en ese 2007 empezábamos a ser post-adolescentes, perfilando un mini hit muy tarareable
y convocante. Casi su “Amigo piedra”, si vamos a seguir con las equivalencias con
Él mató.
El
salto que dieron en su primer disco largo es mayúsculo. De inmediato es evidente
la explosión en los recursos melódicos e instrumentales, las formas compositivas
se abordan con destreza y lo pop que se insinuaba en su debut, aquí se inocula de
una experimentación bien resuelta. Si por un lado se acentuaron las influencias
de The Cure y New Order, jugando incluso con algunas texturas de guitarra que, si
bien no serían dream pop en sentido estricto, los acercaban a satélites del género
como Cranes, también se conectaban con la tradición de la música alternativa continental.
En lugar de la raíz Ceratiana de su EP autotitulado, en Radio Insecto asomaban
Congelador, la Julieta Venegas de Bueninvento, los Café Tacvba de “El polen”,
por no hablar de Laptra y su estela, mejor metabolizados que en el caso de sus pares
generacionales y compañeros de sello.
Pero
este para nada es un disco que solo mire atrás; “Migraña” predice el retorno a las
guitarras alternativas de Chini & the Technicians y Dan Dan Dero, casi sugiriendo
una bifurcación cruceña de Panal. En ese sentido, la presencia de la voz
femenina es un valor indispensable. En esta encarnación, Charango la integraban
Arturo Tapia, Sebastián Guerrero, Toño Ulloa, María Fernanda García, Kathia Simón
y Cristóval Ulloa. Lo que había comenzado como un dúo con invitadas vocales, usando
programaciones e instrumentos emulados, se fortaleció como un sexteto con inusual
(para el rock boliviano) presencia femenina. Dos chicas, además, que habían llegado
desde un proyecto under disuelto, para contaminar la insularidad sintética del Charango
primigenio. Así, lo que logran en “Nada”, resignificando lo que de otro modo sería
un texto trillado y pedestre, puntúa lo obvio de su aporte, también señalizado por
una portada con aura de ícono, en la que dos niñas muestran una herida abierta en
el pecho mientras las cabezas les estallan en colores.
Es
cierto que en Radio Insecto todavía hay algunos experimentos a los que les
falta densidad (“No pretendo existir”) y pervive la fascinación por la electrónica
inglesa de principios de los noventa (“Galería de susurros” es un downtempo en la
línea de “Extremo vivo” de su EP), pero elude por completo los titubeos de su primer
trabajo, haciendo virtud de las limitaciones técnicas. Por ejemplo, el beat enlatado
y la mezcla lo-fi de “Personal” hacen de la canción un bocadillo glam industrialoso,
el groove claustrofóbico logrado en “De ahí para siempre” sería inviable lejos de
lo elemental de sus recursos, lo mismo que la tambaleante base programada de “Galería
de susurros”, que gana enormemente al compartir aire con los matices vocales. Mirando
hacia lo pop, ante el reto del recrear “Años platónicos”, en “Menta” los cruceños
dan con una mutación más melancólica y de poso menos cándido que su hit primigenio,
tomándose casi seis minutos para desarrollar una atmósfera que caracterizaría al
grupo, al punto de que este fue el corte promocional del álbum y la única canción
con videoclip en la carrera de Charango.
En
total, Radio Insecto es un disco audaz y a su manera obstinado. Trastornada
por el hechizo de su propia creación, la banda cruceña acabó entregando una obra
que todavía no podía medirse con los titanes de ese 2010 -- Mena, Odisea, Dënver
--, pero que sí era un logro mayor en el arco de su carrera y de lo que se podría
denominar escena independiente boliviana. No habían desterrado a los imitadores
de Scott Weiland, pero tampoco habían quedado tan lejos del parteaguas simbólico
que en su momento fue Nueva América de Quiero Club, que catapultó a la banda
independiente vía cameo de Jorge González a un sitial que si bien no conservaron,
le abrió las puertas a todos los que estaban llegando apenas detrás. Es decir, Radio
Insecto era además de un gran disco para 2010 o cualquier otro año, una ruta,
un modelo, un ideal de álbum debut como gran declaración. Una lección que aprendieron,
si nadie más, Último Glaciares, seguramente la banda indie boliviana más interesante
de este otro cambio de década. Un desafío que quizás ni los mismos Charango han
conseguido solventar.
En
el sitio de Bandcamp del sello también está el EP debut de Un millón de veces y
dos trabajos de Inalámbrico, desvíos de paisajismo electrónico de los Ulloa y sus
invitados. Intrigan las posibilidades no perseguidas por ese último proyecto, ya
que la indagación de fuentes sonoras inusuales, en las fronteras del ambient y las
grabaciones encontradas, de Inalámbrico no parecen haber encontrado continuidad
en la escena. En el otro extremo está Don Adhelky, punk rock de manual, a pesar
de su vocación crossover, y quizás una concesión del colectivo a sus predecesores
espirituales, pues el debut del grupo es de 2006. Sería una anécdota de no ser porque
“No me siento representado”, la canción de Don Adhelky que lanzó Perfecto Discos,
resultó convirtiéndose en la pieza más representativa de esta banda. También hallamos
un single acreditado a SIX, espantoso, el death rock de unos Visiones de terror
que seguían buscando su versión final, el turismo instrumental de Wou! y unos Cosmódromo
que son una rareza que suena entre el power pop, el punk melódico y el garage revival
de los primeros años de los 2000s. De todas las demás se sabe poco más de lo que
las canciones en esta página de Bandcamp abandonada nos pueden revelar. Todas las
excavaciones adicionales dan con callejones sin salida y yacimientos estériles.
Esa
incertidumbre es en algún caso una bendición, pues de Charango sí sabemos cómo siguió
la historia. La banda regresó en 2019, tras casi una década en la que esporádicas
apariciones en vivo habían hecho poco por delinear lo que vendría en su tercer álbum,
el segundo de formato largo, titulado Noche 3. Es una figura cruel, que me
tendría que obligar a mirar al espejo, pero si algo hay que decir es que, quizás
por culpa de la dilatada espera, Charango retornó envejecida y con empacho; con
un puñado de canciones largas y abstrusas, persiguiendo una sofisticación que se
malentendía y en algunos momentos se enroscaba en una innecesaria complejidad. Nunca
volvieron a la efervescencia de “Años platónicos”, sería una tontería esperarlo,
pero escuchando Noche 3 invade la sensación de una madurez mal procesada,
en la que el exceso de texto, ideas y profesionalismo se traduce en autosabotaje,
homogeneidad y extravío. Es como si, además del impuesto del silencio de la propia
Charango, ahora formada por Cristóval Ulloa, Toño Ulloa, Sebastián Guerrero, Juan
Rodríguez y Kathia Simón, todos los proyectos paralelos se hubieran reabsorbido
en este desnortado álbum. Como si el peso del tiempo y de las historias, de las
promesas rotas a los otros y a uno mismo, no dejase respirar al grupo.
Por
supuesto que quedan momentos preciosos en la paleta de Charango, como “Planta”,
que se sumerge en la forma canción y pulsea con una tradición más señera que lo
indie o el mismo rock. Un tema que recuerda la evanescencia de Pesadilla de conejo,
un proyecto de cortísima vida perpetrado entre el inquieto Cristóval Ulloa y la
ex Charango, María Fernanda García. Es una solitaria excepción. En el otro lado
de la balanza, ideas prometedoras como las de “Agua” terminaban aplacadas por trazas
de butt rock. Un espectro que volvía a emerger en “Calavera soul”, una canción
con matices del rock alternativo boliviano de los noventa, el mismo que Perfecto
Discos había intentado superar. Una percatación decepcionante que hace de Noche
3 el disco que encaja con mayor facilidad en la anquilosada y miope definición
de rock del establishment musical boliviano. Lo que sumado a otros traspiés no podía
sino hacer que su esperado regreso sonara varias veces demodé.
En
esa década sin música nueva de Charango, naturalmente, el mundo no se había detenido.
Pablo Miño, camarada de Ulloa y Guerrero en varios proyectos, tomó las riendas de
Un millón de veces y la reseteó como La Luz Mandarina. Visiones de terror perdió
las últimas dos palabras, editó un par de singles y trató de tomar el testigo de
Perfecto Discos con Sixpack Producciones, aunque había poco que hacer sin el capital
humano y las confluencias irrepetibles de ese momento. Lo que es lo mismo que decir
que ni Sixpack ni nadie podrían tener un año tan bueno como ese 2011 de Perfecto
Discos. En La Paz y Cochabamba se imitó la idea de lo asociativo, dando lugar a
recopilatorios y festivales, a sus maneras exitosos, aunque no en la manera del
ya mítico sello cruceño.
Hay
herederos más jóvenes, por supuesto. Lo que, más que un tema de edad corresponde
a hablar de artistas adaptados a los tiempos actuales. Las cosas han cambiado en
lo artístico, tecnológico y mercantil, con nuevos canales para la difusión de la
música, otras posibilidades de producción casera y hasta distintas sensibilidades
en los públicos. En la escala que se puede permitir la escena alternativa boliviana,
por ejemplo, se ha dado también el efecto Captured Tracks. Las Lesbis Fútbol Club,
una banda cruceña surgida en tiempos post-Perfecto, tiene temas como “Tanto, pseudo-Demarquiana
y casi una de las nuevas melancólicas de América Latina. En las Lesbis lo espacial
y lisérgico de Deerhunter y las bandas pioneras de Laptra ha sido reemplazado por
lo ultra lo fi y un humor memero para exorcizar el desasosiego profundo de la primera
juventud; un poco como sucede con Rebe o Marcelo Criminal, Santino Amigo o las Yumbeñas.
También puede ser que hoy tenga poco sentido montar un sello. En poco más de un
año, las Lesbis han subido a su Soundcloud más música que el plantel completo de
Perfecto Discos.
Es
por esto paradójico que los de Miño se hayan pasado la década reescribiendo, sin
disimulo, las mismas canciones ad infinitum, en iteraciones cada vez más deslavazadas.
Su disco debut Paliza, de 2016, incluye las peores versiones posibles de
“Verano del 86” y “La bomba”, esta última primero grabada como Un millón de veces.
Hay varios singles y EPs anteriores en los que se repiten “Los reyes del lugar”,
“Vampiros” o “Siberia”. Tal vez es su manera de lidiar con la amenaza de la gran
obra, que sus compadres de Charango solventaron una vez en Radio Insecto,
a coste de diluirse y languidecer. El destino opera otro capricho cuando, al escuchar
Los días de furia y oro, EP de 2019 de La luz mandarina, nos percatamos de
que, mirándose en Ases Falsos, Shaman Herrera y el nuevo indie motevideano, la banda
de Pablo Miño ha encontrado una madurez plena, que en Noche 3 pareció resistírsele
a Charango. Lo que sucederá mañana, por tanto, vuelve a fundirse en el misterio.
Y
así es como, diez años después, regresamos al microcentro cruceño, donde La Luz
Mandarina filmó el vídeo de “Sin mirar atrás”, una canción que hace parte de Los
días de furia y oro y que aniquila la puerilidad lírica de sus primeros trabajos.
y que parece querer cerrar el ciclo rodando en la misma zona en la que algún día
tuvimos que sufrir la ranciedad del post-grunge camba. Si se está atento, también
se puede ver que La luz mandarina no han dejado de acreditar a Perfecto Discos en
algunos lanzamientos de su página de Bandcamp. Algo que Charango, en su disco de
2019, no hizo.
Cuando
se cuenten las historias del indie, cruceño, boliviano, latinoamericano, va a ser
importante recordar cuán profundo era el pozo del que había que salir en esos años
finales de los 2000s. Ahora que ex integrantes de Perfecto Discos están organizando
festivales de experimentación sonora, con una elaboración ideológica emancipatoria
robustísima, o a La Luz Mandarina les regalan covers de sus viejos temas bandas
con músicos diez años más jóvenes, es fácil que se emborrone lo mágico que fue que
el sello existiese así, en ese instante y lugar, con esos músicos y preceptos.
En
un periodo de algo más de un año, Perfecto Discos pusieron en el mapa una música
tan fresca y fértil como no se había visto en Bolivia en mucho tiempo. Al menos
fuera de los circuitos que sin ser formales o industrializados, como podría ser
el caso del folklore o la música tropical, sí tienden a la producción copiosa y
comercial. Una explosión que permitió creer que la utopía continental de la renovación
indie podía encontrar arraigo y réplica en Bolivia. Una lectura tal vez ingenua,
pero que no se puede imputar al sello, que había madurado tanto y tan rápido que
incluso albergaba clónicos de sus primeras espadas: ¿No es Ella escucha voces, otra
banda perteneciente al catálogo de Perfecto Discos, la versión de marca blanca de
Charango circa Radio Insecto? A Laptra le tomó bastante más tiempo llegar
a eso.
Olvidando
lo que corresponde a las cuentas y anécdotas, para mirar a lo sensible, lo hecho
por Perfecto Discos es aún más notable. En tiempos en los que la noción de obra
es algo desacostumbrado, ahora que la omnicanalidad ha permitido generar y distribuir
contenido de toda índole, a menudo sin demasiado interés o sentido, Radio Insecto
se yergue como un pico tanto más difícil de coronar. Por algo fue que sus propios
autores fallaron, al intentarlo algunos años después. Ni hablar de los compañeros
de sello que apenas sobrevivieron al cambio de calendario en ese 2011 irrepetible.
En
este punto se diluye el relato, como se desvanece la evidencia que dejamos conservar
a lo digital, a la web, a esa nube que promete lo infinito y es tanto más frágil
que las ideas y sensaciones que asumimos va a preservar. Este texto, la música de
Perfecto Discos, podrán desaparecer en simultáneo, descoordinadas, saboteando o
exaltando a la otra. En este punto no hay claridad de juicio ni rigor de examinación
que puedan darnos la perspectiva necesaria para contrastar lo que en la memoria
fue perfecto. Ningún retorno, ninguna evocación reconstruida a partir de recuerdos
y los retazos que ha podido preservar la Internet. Tal es la distancia de esta crónica.
Por fortuna no todos los objetos son silenciosos y nos espera la música, que es
la gran partera de lo que en verdad es eterno.
JAVIER A. RODRÍGUEZ-CAMACHO escribe sobre cine y música desde 2004. En 2009, fue elegido por la revista Crawdaddy! (EE.UU.) como The Next Great Rock Critic. Ha publicado en medios impresos y digitales de Bolivia, España, Colombia y Estados Unidos. Entre 2006 y 2008 fue codirector del programa de radio La música que escuchan todos, además el primer podcast boliviano. De 2012 a 2015 dirigió el podcast Radioactividad. Desde 2014 es colaborador regular del webzine Tiny Mix Tapes (EE.UU.). Tiene textos en los volúmenes colectivos Bolivia a toda costa (Editorial El Cuervo, 2011) y Seismographic Sounds: Visions of a new world (Norient, 2016). Ha ganado premios como periodista a nivel nacional e internacional. Es doctor por la Universitat Autònoma de Barcelona y desde 2016 es profesor en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
*****
SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
ARGENTINA | BOLIVIA | BRASIL | CHILE |
COLOMBIA | CUBA | ECUADOR | |
EL SALVADOR | GUATEMALA | HONDURAS | MÉXICO |
NICARAGUA | PANAMÁ | PERÚ | |
REP. DOMINICANA | URUGUAY | VENEZUELA |
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 172 | junho de 2021
Artista convidada: Elvira Espejo (Bolívia, 1981)
Curadora convidada: Vilma Tapia Anaya
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
Nenhum comentário:
Postar um comentário