terça-feira, 1 de junho de 2021

JAVIER A. RODRÍGUEZ-CAMACHO | Historias del indie cruceño: Charango, Radio Insecto y La Luz Mandarina



Es junio de 2009 y una banda toma el escenario. Si tienen repertorio propio no se distingue, tocan covers malos de System of a Down y Stone Temple Pilots. Así pasa la madrugada de ese sábado en un bar del centro cruceño. No muy lejos hay otro boliche, este con nombre entre capicúa y tropical, si el del anterior evocaba la estratósfera. Allí se resiste a desaparecer una versión endémica de folclore hibridado con trova, sin percatarse de que tiene la fecha de caducidad vencida. Por la otra esquina andan unos chicos que procuran tropicalizar el rock argentino más decadente, aunque su inventiva apenas alcanza para imitar a Calamaro con un sombrero de saó. Es el ground zero del basurero musical boliviano. En La Paz o en Cochabamba tampoco tendríamos mejor suerte. Esto es lo que somos, esto es lo que hay.

Ni ese año ni esa postal duraron demasiado. Más allí o más aquí, se sabe o se va descubriendo que ese cambio de década resultó prodigioso para la música independiente sudamericana. El nuevo pop chileno y el indie de La Plata habían puesto de cabeza dos tradiciones musicales hasta ese momento en horas bajas, irradiando su efecto revitalizador por todo el continente. Así, a partir de 2007 y durante casi cinco años, se reconfiguró el horizonte de lo que era posible hacer desde acá, con nuestros recursos, intereses y necesidades. Todo esto con un epicentro en extremo cercano a Bolivia, que se iba quedando sin excusa para que las únicas formas de rock viables en el país fueran actos de oldies en incubación o figuras tan quijotescas como inexplicables. No en vano todo esto era parte de un proceso global, que había arrancado con el nuevo siglo, acelerándose a partir de 2005, con la accesibilidad expandida a los medios de grabación, distribución y comunicación que trajo la tecnología digital. El albor de una era extraña, que en lo que hace a la música indie encumbró artistas como Animal Collective, Deerhunter, Girls, Grizzly Bear, LCD Soundsystem o Arcade Fire, que si bien a casi dos décadas de distancia no conservan el caché que una vez merecieron, o han terminado asentados en las lógicas industriales de las majors, en su momento encarnaron las posibilidades de este nuevo paradigma. Más que un estilo o sonido, aunque compartían referencias generacionales y hasta formales, se trataba de crear sin restricciones aparentes, con lo que estuviera al alcance de un estudiante universitario, autoeditar y difundir, como se hizo desde siempre, ahora con la visibilidad y proyección que permitían la internet e incipientes redes sociales a esa militancia DIY.

Antes incluso de esa visita a Santa Cruz se percibían señales de que estas transformaciones no iban a quedar sin correlato en Bolivia. En Cochabamba medios impresos, radiales y digitales estaban empujando a espacios de discusión más amplia estas nuevas músicas, mientras aparecían artistas que exploraban el post-rock y la electrónica desde sus idiosincráticas posibilidades. A su vez, el underground paceño intentaba engendrar lo insólito en las fronteras del hip hop y el ruidismo. El ánimo en esos circuitos era germinal. Sin embargo, lo sabemos ahora, ni siquiera con el paso de los años esos esfuerzos lograrían consolidarse más allá de iniciativas aisladas y esporádicas. En cambio, en Santa Cruz se había formado en 2010 un grupo de artistas apenas veinteañeros, llegados del audiovisual, el diseño, las letras y la música, que decidieron montar un sello discográfico para consolidar en torno a una entidad colectiva el ramillete de lo que les era heterogéneo y común. Capitalizando esto y la inercia del lustro anterior, el mismo 2011 que vio consagrarse a Alex Anwandter, Mueran Humanos, Los Mundos y Bam Bam, entre otros próceres de la movida indie latinoamericana, sería el año de la explosión de ese colectivo, que con tino y socarronería premonitorios se bautizó como Perfecto Discos.

El anuncio de ese acontecimiento llegó con “La bomba”, de Un millón de veces, una canción que literalizaba lo que tal vez, de cualquier modo, desbordaría la metáfora. No era la banda más célebre del sello; de hecho, este era su primer corte, pero sí que había compuesto la canción ideal para presentarse como colectivo. En menos de cuatro minutos de un indie que no escondía la huella Laptra, con el mantra como fundamento lírico y una música igual de simple y contundente, “La bomba” desencadenaba lo que era profecía, amenaza y constatación: “Vamos a explotar, que el mundo entero espera. Vamos a explotar.” Una hibris que es puro rocanrol, por supuesto. También, una obra que sintetizaba ese anhelo y potencia típicos de los momentos en que algo grande está ocurriendo y por poco se le escapa de las manos a sus creadores, en los que no hace falta feedback popular ni racionalización, pues ya desbordan la autoconfianza para permitirse proclamarlo. Piensen en los Stone Roses y su “I wanna be adored”. Si el texto no fuera suficiente para percibirlo, después de la lambada, la canción boliviana más internacional tiene que ser “La bomba” de Azul Azul -- además el sambenito sempiterno del pop made in Santa Cruz. Por accidente o diseño, la última aventura de Perfecto Discos, un sello que tomó forma no demasiado lejos de los bares y discotecas en los que se consumaba la decrepitud de la música alternativa cruceña, encarnaba la evidencia de que, como en las escenas indie de países vecinos, algo también estaba sucediendo en estas fronteras.

En 2021, la historia de Perfecto Discos es un caso preservado en ese singular formol que encontramos en el detritus online: perfiles de redes sociales abandonados, información apenas rescatable con la Wayback machine, links rotos y un sitio de Bandcamp que comienza a contar esta historia. Allí tenemos una declaración de principios entrecortada, resaltando lo colectivo, la oposición a lo comercial y la ambición de su arraigo contemporáneo. No se termina de leer la explicación del nombre, pero hay mejores pistas. El logo es pura mímesis, con un can donde Laptra tendría un felino y ese triángulo que no podría ser más 2011 si se lo propusiera. La tipografía y paleta de colores igual recuerdan a Quemasucabeza y Vale Vergas Discos, este último un colectivo mexicano que supo usar a Evo Morales en su material promocional cuando intentó el rebranding de Estados Unidos de América Latina. La página se ha mantenido bien, considerando la década transcurrida. Toda la música sigue disponible, hay créditos dispersos y hasta los links de descarga siguen activos. Encontramos doce lanzamientos, de una decena de artistas distintos, la mayoría fechados en 2011, excepto dos obras de Charango; un EP de 2007 y su debut en largo de 2010, ambos difundidos de manera independiente con anterioridad, plegándose al sello al identificar similitudes estéticas y organizativas. También son anteriores dos lanzamientos de Inalámbrico, uno de 2005 y otro 2010, agrupación que comparte miembros con Charango y podría haberse unido al colectivo, trayendo su obra precedente, por idénticas razones.


Esto es lo que se ve cuando se visita la página de Bandcamp del sello, inactiva desde, precisamente, finales de 2011. En aquel estado, es una colección curiosa y, ante todo, representativa, que aguanta el paso del tiempo mejor que muchas otras obras contemporáneas, dentro o fuera de Bolivia. Es que ha envejecido mejor que, por ejemplo, esta reseña que escribimos, en ese mismo 2011, para el ranking de mejores discos del año, donde pusimos toda la producción de Perfecto Discos como la décima entrada de una lista repleta de pesos pesados.

Es posible que Perfecto Discos siguiera operando más allá de ese final de 2011. Varios de los artistas involucrados hoy siguen en activo. Sin más evidencia disponible para iluminar esa desactivación repentina, la página y el sello adquieren una condición singular, que invita esta retrospectiva. Tenemos en su página de Bandcamp un Chichen Itza o Tiwanacu del indie local, un monumento de preservación parcial y azarosa, que nunca se sabrá porqué o cómo fue que se abandonó de manera tan súbita. Y, al igual que con las ruinas arqueológicas, las conjeturas que formamos al regresar y escuchar, una década después, dicen más del lugar y persona que las enuncia que de las realidades que un día habitaron esos espacios.

Charango, que había precedido en su creación a la formación del sello, es la única banda de su catálogo que permanece vigente en 2021. Es, también, la más prolífica y la que posee lo más parecido a una obra de entre todas las que aparecen en el sitio de Bandcamp de Perfecto Discos. Especulamos, pero es posible que fueran el motor del sello, dada la participación de sus músicos en la mayoría de los lanzamientos de Perfecto Discos en 2011. Al menos se trataba, en ese trascendental año, del grupo más consolidado de entre los que formaban el colectivo con un EP debut editado en 2007 y un disco largo de 2010. De hecho, ese año ya los había visto crecer y alcanzar espacios poco habituales para una banda de ese estilo en Santa Cruz. Su primer largo, Radio Insecto, había sido recibido con entusiasmo por el creciente nicho indie y la prensa especializada. Todo esto apuntaba a que Charango podría ser la punta de lanza del nuevo movimiento, igual que ocurrió en Laptra con El mató a un policía motorizado. Curiosamente, es probable que hayamos descubierto ambas bandas en el mismo lugar, el blog JSFree. De allí nos descargamos su EP autotitulado, un trabajo tentativo y casero en el sentido completo del término. No mucho más que unas demos, sin la capacidad deslumbrante de los chicos de La Plata, pero no por ello faltas de encanto.

En ese momento Charango eran Sebastián Guerrero, Cristóval Ulloa, Carolina Vilar y Rocío Velázquez. Ulloa hacía las veces de compositor principal y en ese sentido se puede afirmar que el EP es un aprendizaje público del oficio. A momentos se notan demasiado las costuras de la confección, las fuentes y afectos. La sombra de Cerati, como en un importante segmento de los músicos nacidos después de 1980, es inocultable. Excesiva. Quizás “Escalera” sea donde se percibe con mayor claridad, si nos restringimos a la canción rock, y “Surmarino”, que quiere ser la clase de balada sobre loops electrónicos que patentó por estas latitudes el argentino en su periplo solista, la conexión con Inalámbrico, banda paralela de Ulloa y Guerrero, muy tocada por la IDM que dejó Cerati en sus coqueteos con la electrónica. En todas falta grano, enjundia, experiencia vital para vender los ambientes y textos que se perfilan. Sin embargo, es algo que no sucede con “Años platónicos”, entre la relectura vernácula de la new wave y el indie con inflexiones retro que se podría ver en ese momento en MGMT o Deerhunter, punto más alto del EP. Una canción que trasciende lo imitativo por la fuerza de su empaque melódico, por sus letras con la vaguedad ideal para flotar sobre lo íntimo, a la altura de la identificación generacional de los que en ese 2007 empezábamos a ser post-adolescentes, perfilando un mini hit muy tarareable y convocante. Casi su “Amigo piedra”, si vamos a seguir con las equivalencias con Él mató.

El salto que dieron en su primer disco largo es mayúsculo. De inmediato es evidente la explosión en los recursos melódicos e instrumentales, las formas compositivas se abordan con destreza y lo pop que se insinuaba en su debut, aquí se inocula de una experimentación bien resuelta. Si por un lado se acentuaron las influencias de The Cure y New Order, jugando incluso con algunas texturas de guitarra que, si bien no serían dream pop en sentido estricto, los acercaban a satélites del género como Cranes, también se conectaban con la tradición de la música alternativa continental. En lugar de la raíz Ceratiana de su EP autotitulado, en Radio Insecto asomaban Congelador, la Julieta Venegas de Bueninvento, los Café Tacvba de “El polen”, por no hablar de Laptra y su estela, mejor metabolizados que en el caso de sus pares generacionales y compañeros de sello.

Pero este para nada es un disco que solo mire atrás; “Migraña” predice el retorno a las guitarras alternativas de Chini & the Technicians y Dan Dan Dero, casi sugiriendo una bifurcación cruceña de Panal. En ese sentido, la presencia de la voz femenina es un valor indispensable. En esta encarnación, Charango la integraban Arturo Tapia, Sebastián Guerrero, Toño Ulloa, María Fernanda García, Kathia Simón y Cristóval Ulloa. Lo que había comenzado como un dúo con invitadas vocales, usando programaciones e instrumentos emulados, se fortaleció como un sexteto con inusual (para el rock boliviano) presencia femenina. Dos chicas, además, que habían llegado desde un proyecto under disuelto, para contaminar la insularidad sintética del Charango primigenio. Así, lo que logran en “Nada”, resignificando lo que de otro modo sería un texto trillado y pedestre, puntúa lo obvio de su aporte, también señalizado por una portada con aura de ícono, en la que dos niñas muestran una herida abierta en el pecho mientras las cabezas les estallan en colores.

Es cierto que en Radio Insecto todavía hay algunos experimentos a los que les falta densidad (“No pretendo existir”) y pervive la fascinación por la electrónica inglesa de principios de los noventa (“Galería de susurros” es un downtempo en la línea de “Extremo vivo” de su EP), pero elude por completo los titubeos de su primer trabajo, haciendo virtud de las limitaciones técnicas. Por ejemplo, el beat enlatado y la mezcla lo-fi de “Personal” hacen de la canción un bocadillo glam industrialoso, el groove claustrofóbico logrado en “De ahí para siempre” sería inviable lejos de lo elemental de sus recursos, lo mismo que la tambaleante base programada de “Galería de susurros”, que gana enormemente al compartir aire con los matices vocales. Mirando hacia lo pop, ante el reto del recrear “Años platónicos”, en “Menta” los cruceños dan con una mutación más melancólica y de poso menos cándido que su hit primigenio, tomándose casi seis minutos para desarrollar una atmósfera que caracterizaría al grupo, al punto de que este fue el corte promocional del álbum y la única canción con videoclip en la carrera de Charango.

En total, Radio Insecto es un disco audaz y a su manera obstinado. Trastornada por el hechizo de su propia creación, la banda cruceña acabó entregando una obra que todavía no podía medirse con los titanes de ese 2010 -- Mena, Odisea, Dënver --, pero que sí era un logro mayor en el arco de su carrera y de lo que se podría denominar escena independiente boliviana. No habían desterrado a los imitadores de Scott Weiland, pero tampoco habían quedado tan lejos del parteaguas simbólico que en su momento fue Nueva América de Quiero Club, que catapultó a la banda independiente vía cameo de Jorge González a un sitial que si bien no conservaron, le abrió las puertas a todos los que estaban llegando apenas detrás. Es decir, Radio Insecto era además de un gran disco para 2010 o cualquier otro año, una ruta, un modelo, un ideal de álbum debut como gran declaración. Una lección que aprendieron, si nadie más, Último Glaciares, seguramente la banda indie boliviana más interesante de este otro cambio de década. Un desafío que quizás ni los mismos Charango han conseguido solventar.


Ahora se sabe que nadie en el catálogo de Perfecto Discos estaría en la capacidad de escalar las mismas alturas que Charango en su debut en largo. No todas las bandas sucumbieron con el sello, aunque ciertamente no consiguieron escapar a su destino final por mucho que siguieran grabando más allá de 2011. Gato Diablo, proyecto paceño que igual que Charango existía antes que el sello, anunció su segundo álbum en Perfecto Discos, aunque lo terminó editando por cuenta propia en 2012. Entre el hardcore (y el post-hardcore), el punk (y el post-punk), el noise y la no wave, el mutable cuarteto se había presentado en 2007 con Pararrayos y demostró su intención de subir la apuesta con el single adelanto “La importancia de tener un cuerpo”, que anunció el venidero segundo disco en la página de Perfecto Discos, en noviembre de 2011. Hoy disgregados, algunos de sus integrantes han encontrado refugio creativo en la electrónica. Bajo diversos alias, Espíritu, aparente factótum de Gato Diablo, tuerce y se retuerce de mil formas distintas. A su vez, el productor/ingeniero de “La importancia de tener un cuerpo”, Sergey Koselov, hace años es un expatriado ruso-boliviano residente en Buenos Aires, entregado a la reconfiguración del sonido y las texturas sintéticas como Astrosuka. El disco, que al final llegó en 2012, La importancia de tener un cuerpo, es hoy una pieza de culto entre geeks musicales como los que refuentan RYM.

En el sitio de Bandcamp del sello también está el EP debut de Un millón de veces y dos trabajos de Inalámbrico, desvíos de paisajismo electrónico de los Ulloa y sus invitados. Intrigan las posibilidades no perseguidas por ese último proyecto, ya que la indagación de fuentes sonoras inusuales, en las fronteras del ambient y las grabaciones encontradas, de Inalámbrico no parecen haber encontrado continuidad en la escena. En el otro extremo está Don Adhelky, punk rock de manual, a pesar de su vocación crossover, y quizás una concesión del colectivo a sus predecesores espirituales, pues el debut del grupo es de 2006. Sería una anécdota de no ser porque “No me siento representado”, la canción de Don Adhelky que lanzó Perfecto Discos, resultó convirtiéndose en la pieza más representativa de esta banda. También hallamos un single acreditado a SIX, espantoso, el death rock de unos Visiones de terror que seguían buscando su versión final, el turismo instrumental de Wou! y unos Cosmódromo que son una rareza que suena entre el power pop, el punk melódico y el garage revival de los primeros años de los 2000s. De todas las demás se sabe poco más de lo que las canciones en esta página de Bandcamp abandonada nos pueden revelar. Todas las excavaciones adicionales dan con callejones sin salida y yacimientos estériles.

Esa incertidumbre es en algún caso una bendición, pues de Charango sí sabemos cómo siguió la historia. La banda regresó en 2019, tras casi una década en la que esporádicas apariciones en vivo habían hecho poco por delinear lo que vendría en su tercer álbum, el segundo de formato largo, titulado Noche 3. Es una figura cruel, que me tendría que obligar a mirar al espejo, pero si algo hay que decir es que, quizás por culpa de la dilatada espera, Charango retornó envejecida y con empacho; con un puñado de canciones largas y abstrusas, persiguiendo una sofisticación que se malentendía y en algunos momentos se enroscaba en una innecesaria complejidad. Nunca volvieron a la efervescencia de “Años platónicos”, sería una tontería esperarlo, pero escuchando Noche 3 invade la sensación de una madurez mal procesada, en la que el exceso de texto, ideas y profesionalismo se traduce en autosabotaje, homogeneidad y extravío. Es como si, además del impuesto del silencio de la propia Charango, ahora formada por Cristóval Ulloa, Toño Ulloa, Sebastián Guerrero, Juan Rodríguez y Kathia Simón, todos los proyectos paralelos se hubieran reabsorbido en este desnortado álbum. Como si el peso del tiempo y de las historias, de las promesas rotas a los otros y a uno mismo, no dejase respirar al grupo.

Por supuesto que quedan momentos preciosos en la paleta de Charango, como “Planta”, que se sumerge en la forma canción y pulsea con una tradición más señera que lo indie o el mismo rock. Un tema que recuerda la evanescencia de Pesadilla de conejo, un proyecto de cortísima vida perpetrado entre el inquieto Cristóval Ulloa y la ex Charango, María Fernanda García. Es una solitaria excepción. En el otro lado de la balanza, ideas prometedoras como las de “Agua” terminaban aplacadas por trazas de butt rock. Un espectro que volvía a emerger en “Calavera soul”, una canción con matices del rock alternativo boliviano de los noventa, el mismo que Perfecto Discos había intentado superar. Una percatación decepcionante que hace de Noche 3 el disco que encaja con mayor facilidad en la anquilosada y miope definición de rock del establishment musical boliviano. Lo que sumado a otros traspiés no podía sino hacer que su esperado regreso sonara varias veces demodé.

En esa década sin música nueva de Charango, naturalmente, el mundo no se había detenido. Pablo Miño, camarada de Ulloa y Guerrero en varios proyectos, tomó las riendas de Un millón de veces y la reseteó como La Luz Mandarina. Visiones de terror perdió las últimas dos palabras, editó un par de singles y trató de tomar el testigo de Perfecto Discos con Sixpack Producciones, aunque había poco que hacer sin el capital humano y las confluencias irrepetibles de ese momento. Lo que es lo mismo que decir que ni Sixpack ni nadie podrían tener un año tan bueno como ese 2011 de Perfecto Discos. En La Paz y Cochabamba se imitó la idea de lo asociativo, dando lugar a recopilatorios y festivales, a sus maneras exitosos, aunque no en la manera del ya mítico sello cruceño.

Hay herederos más jóvenes, por supuesto. Lo que, más que un tema de edad corresponde a hablar de artistas adaptados a los tiempos actuales. Las cosas han cambiado en lo artístico, tecnológico y mercantil, con nuevos canales para la difusión de la música, otras posibilidades de producción casera y hasta distintas sensibilidades en los públicos. En la escala que se puede permitir la escena alternativa boliviana, por ejemplo, se ha dado también el efecto Captured Tracks. Las Lesbis Fútbol Club, una banda cruceña surgida en tiempos post-Perfecto, tiene temas como “Tanto, pseudo-Demarquiana y casi una de las nuevas melancólicas de América Latina. En las Lesbis lo espacial y lisérgico de Deerhunter y las bandas pioneras de Laptra ha sido reemplazado por lo ultra lo fi y un humor memero para exorcizar el desasosiego profundo de la primera juventud; un poco como sucede con Rebe o Marcelo Criminal, Santino Amigo o las Yumbeñas. También puede ser que hoy tenga poco sentido montar un sello. En poco más de un año, las Lesbis han subido a su Soundcloud más música que el plantel completo de Perfecto Discos.


Pero las Lesbis y sus contemporáneas aparecen en escena siete u ocho años después de la desaparición del sello. Ante la ausencia de Charango, durante todo ese tiempo, la antorcha indie la mantuvo encendida en Santa Cruz una banda de la órbita de Perfecto Discos, La luz mandarina. Liderados por Pablo Miño, los ex Un millón de veces se han promovido del fondo del catálogo a elder statesmen de la movida indie cruceña. De entre esta nueva generación de músicos indie cruceños, Torkuatos y Ácido Domingo se les parecen más que a Charango, y hasta la refinación pop rock de Camarú podría haberse forjado en la admiración de La luz mandarina.

Es por esto paradójico que los de Miño se hayan pasado la década reescribiendo, sin disimulo, las mismas canciones ad infinitum, en iteraciones cada vez más deslavazadas. Su disco debut Paliza, de 2016, incluye las peores versiones posibles de “Verano del 86” y “La bomba”, esta última primero grabada como Un millón de veces. Hay varios singles y EPs anteriores en los que se repiten “Los reyes del lugar”, “Vampiros” o “Siberia”. Tal vez es su manera de lidiar con la amenaza de la gran obra, que sus compadres de Charango solventaron una vez en Radio Insecto, a coste de diluirse y languidecer. El destino opera otro capricho cuando, al escuchar Los días de furia y oro, EP de 2019 de La luz mandarina, nos percatamos de que, mirándose en Ases Falsos, Shaman Herrera y el nuevo indie motevideano, la banda de Pablo Miño ha encontrado una madurez plena, que en Noche 3 pareció resistírsele a Charango. Lo que sucederá mañana, por tanto, vuelve a fundirse en el misterio.

Y así es como, diez años después, regresamos al microcentro cruceño, donde La Luz Mandarina filmó el vídeo de “Sin mirar atrás”, una canción que hace parte de Los días de furia y oro y que aniquila la puerilidad lírica de sus primeros trabajos. y que parece querer cerrar el ciclo rodando en la misma zona en la que algún día tuvimos que sufrir la ranciedad del post-grunge camba. Si se está atento, también se puede ver que La luz mandarina no han dejado de acreditar a Perfecto Discos en algunos lanzamientos de su página de Bandcamp. Algo que Charango, en su disco de 2019, no hizo.

Cuando se cuenten las historias del indie, cruceño, boliviano, latinoamericano, va a ser importante recordar cuán profundo era el pozo del que había que salir en esos años finales de los 2000s. Ahora que ex integrantes de Perfecto Discos están organizando festivales de experimentación sonora, con una elaboración ideológica emancipatoria robustísima, o a La Luz Mandarina les regalan covers de sus viejos temas bandas con músicos diez años más jóvenes, es fácil que se emborrone lo mágico que fue que el sello existiese así, en ese instante y lugar, con esos músicos y preceptos.

En un periodo de algo más de un año, Perfecto Discos pusieron en el mapa una música tan fresca y fértil como no se había visto en Bolivia en mucho tiempo. Al menos fuera de los circuitos que sin ser formales o industrializados, como podría ser el caso del folklore o la música tropical, sí tienden a la producción copiosa y comercial. Una explosión que permitió creer que la utopía continental de la renovación indie podía encontrar arraigo y réplica en Bolivia. Una lectura tal vez ingenua, pero que no se puede imputar al sello, que había madurado tanto y tan rápido que incluso albergaba clónicos de sus primeras espadas: ¿No es Ella escucha voces, otra banda perteneciente al catálogo de Perfecto Discos, la versión de marca blanca de Charango circa Radio Insecto? A Laptra le tomó bastante más tiempo llegar a eso.

Olvidando lo que corresponde a las cuentas y anécdotas, para mirar a lo sensible, lo hecho por Perfecto Discos es aún más notable. En tiempos en los que la noción de obra es algo desacostumbrado, ahora que la omnicanalidad ha permitido generar y distribuir contenido de toda índole, a menudo sin demasiado interés o sentido, Radio Insecto se yergue como un pico tanto más difícil de coronar. Por algo fue que sus propios autores fallaron, al intentarlo algunos años después. Ni hablar de los compañeros de sello que apenas sobrevivieron al cambio de calendario en ese 2011 irrepetible.

En este punto se diluye el relato, como se desvanece la evidencia que dejamos conservar a lo digital, a la web, a esa nube que promete lo infinito y es tanto más frágil que las ideas y sensaciones que asumimos va a preservar. Este texto, la música de Perfecto Discos, podrán desaparecer en simultáneo, descoordinadas, saboteando o exaltando a la otra. En este punto no hay claridad de juicio ni rigor de examinación que puedan darnos la perspectiva necesaria para contrastar lo que en la memoria fue perfecto. Ningún retorno, ninguna evocación reconstruida a partir de recuerdos y los retazos que ha podido preservar la Internet. Tal es la distancia de esta crónica. Por fortuna no todos los objetos son silenciosos y nos espera la música, que es la gran partera de lo que en verdad es eterno.


JAVIER A. RODRÍGUEZ-CAMACHO escribe sobre cine y música desde 2004. En 2009, fue elegido por la revista Crawdaddy! (EE.UU.) como The Next Great Rock Critic. Ha publicado en medios impresos y digitales de Bolivia, España, Colombia y Estados Unidos. Entre 2006 y 2008 fue codirector del programa de radio La música que escuchan todos, además el primer podcast boliviano. De 2012 a 2015 dirigió el podcast Radioactividad. Desde 2014 es colaborador regular del webzine Tiny Mix Tapes (EE.UU.). Tiene textos en los volúmenes colectivos Bolivia a toda costa (Editorial El Cuervo, 2011) y Seismographic Sounds: Visions of a new world (Norient, 2016). Ha ganado premios como periodista a nivel nacional e internacional. Es doctor por la Universitat Autònoma de Barcelona y desde 2016 es profesor en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.



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