1.
Hemos incorporado desde
la colonia un arte inmutable y universal fundamentado en la consecución de una idea
de belleza ahistórica -a pesar de que dicho arte fue fundado en la Italia del siglo
XV-, por eso nos hemos resistido a considerar las radicales transformaciones en
el arte producidas por las vanguardias artísticas del siglo XX europeas cuando estas
ratificaron activamente el derrumbe del desgastado edificio de aquel arte.
Considerar las vanguardias artísticas habría significado reflexionar
acerca de las consecuencias de sus manifiestos que planteaban preguntas implícitas
como ¿qué es el arte en este tiempo y en este lugar actual? La mayor parte de los
países latinoamericanos lo hicieron, pero en nuestro país hemos mantenido, con
cierto sentido teológico, la idea de un arte universal, intemporal, como si sus
contenidos estarían más allá de las vicisitudes, las mezquindades y los acontecimientos
históricos, políticos, culturales o económicos; como si el arte estuviera al margen
de esas vicisitudes terrenales. No hace falta ser posmoderno para darse cuenta de
que esa supuesta universalidad del arte se deriva de categorías mentales idealistas
propias de la tradición moderna occidental del siglo XVII.
2.
Por otra parte, aun cuando la actual Constitución
del Estado Plurinacional abrió el concepto de cultura para hacerla ampliamente plural
y diversa, [1] en la práctica seguimos manteniendo la
cultura como sinónimo de “civilización” [2] y, en consecuencia, dos formas culturales:
una alta y desarrollada, calificada como refinada, sofisticada, elitista y además, sin utilidad ni función alguna, propia
de las “bellas artes” (ballet, música clásica, artes plásticas, danza, literatura,
etc.), y otra cultura, retrasada, popular, caracterizada por producir objetos artesanales
y eventos propios de las tradiciones populares.
Pero entonces, al advertir que esta dicotomía
jerarquiza la cultura “culta” sobre la cultura “popular” generando evidentemente
factores de exclusión, lo que se hace es invertir los factores y así se decreta
la preeminencia de “la cultura popular” sobre la llamada “cultura elitista”, pero
el hecho es que se sigue pensando en una dualidad dicotómica como si esta fuera
ontológica, cuando la dualidad es un concepto
occidental, opuesto al pluralismo integrador que promueve la misma Constitución.
De tal manera que seguimos implementando el simplismo del maniqueísmo y sus consecuencias
de exclusión.
Si bien, en tanto civilización, la cultura
marca ciertamente la diferencia entre los hechos específicamente humanos de las
acciones animales, la definición maniqueísta de cultura supone una abstracción muy
genérica de lo que los seres humanos hacen en tanto humanos. El problema de esa
definición es que no sirve para entender el quehacer humano que es siempre concreto,
contextual, plural y diverso. Es decir, no hay un solo lugar sino muchos y diversos
donde los seres humanos hacen y piensan cosas, no hay entonces nunca una cultura,
ni dos, sino muchas culturas, tal como afirma con claridad la actual Constitución.
3.
Así como hay un concepto de cultura occidental
que durante mucho tiempo pretendió la universalidad, del mismo modo hay un concepto
de arte que ha pretendido la universalidad, y ciertamente ambos fueron universales
por mucho tiempo en un sentido pleno, pero luego fueron contextuales también en
un sentido pleno. Esto puede parecer una contradicción, pero solo desde un punto
de vista occidental moderno, donde la verdad, desde la tradición platónica, es algo
estático que existe en sí y, por tanto,
no cambia y no puede ser otra cosa distinta nunca, pero desde otra perspectiva la
verdad es algo que se va haciendo en la historia; es algo así como la realidad para
la física cuántica: un proceso de construcción de la percepción o de edición, diríamos
hoy. Con el arte sucede lo mismo, es decir, ha cambiado tanto que ahora el arte
es lo que antes no era. Por eso el filósofo T. Adorno, a principios del siglo XX, al
tratar de explicar las radicales transformaciones que se estaban sucediendo en el
arte, se preguntaba: ¿Cómo se puede seguir llamando arte a algo cuyo contenido ha
cambiado tanto?, afirmando luego que el concepto de arte o su definición, ya no
puede ser fijo o inamovible, puesto que los artistas y su actividad van empujando
constantemente sus límites.
4.
La
historia del arte nos dice que en las recientes fases de su desarrollo, específicamente
empezando el siglo XX, el arte ha sufrido una gran ruptura que lo ha separado de
casi cuatrocientos años de continuidad histórica, lineal y progresiva; esa ruptura
no se refiere a un mero cambio de estilo artístico, sino a algo más importante como
es la refundación del arte, lo que dio lugar a otro arte; esto surgió desde la misma
historia del arte occidental, después de la evidente reiteración estéril y la parálisis
académica en que terminó agotándose el arte del pasado y a partir de las interrogantes
vanguardistas acerca de la especificidad del arte y su significado en la sociedad.
Pero como ya sabemos, todos los experimentos y las respuestas propuestas –me refiero
a los manifiestos artísticos de las vanguardias- no culminaron en esa nueva y única
gran verdad que se buscaba para el arte; pero sucedió que se multiplicaron las posibilidades
de pensar y hacer arte. Esta consecuencia se hizo práctica permanente, hasta asentarse
y convertirse en una característica -reflexiva, plural, experimental, abierta- del
nuevo arte, donde ya no existía, sin embargo, ningún propósito de verdad única.
Esta nueva práctica artística, fundada sobre un concepto permanentemente ampliado de arte, es lo que se llama precisamente
arte contemporáneo.
El punto que me interesa en esta historia
es aquél en el que el llamado “arte clásico” -siglos XV a XIX-, concebido como “arte
universal” a partir de su ombligo cultural occidental, definió las formas y los
acontecimientos estéticos de otras culturas como “artesanía” y/o “arte menor” o
“popular” utilizando criterios que todavía se usan aquí, cuando esos mismos criterios
han sido abolidos en occidente.
Del mismo modo se ha asimilado lo figurativo,
lo escultórico, lo pictórico como categorías inseparables de la estructura del arte.
Y sobre esta estructura se ha pretendido plasmar lo nacional y lo identitario de
nuestro país. El resultado es que las pinturas coloniales de arcángeles arcabuceros
y las pinturas representativas con temas indigenistas siguen constituyendo el arte
nacional, excluyendo así las formas abstractas de los indígenas originarios de oriente
y occidente, y aislándolas en el ámbito de la etnografía y el folclor.
Hemos
incorporado a tal punto el antiguo concepto de arte occidental, que no podemos comprender
que si el arte indígena no es representativo ni figurativo es porque su objeto busca
plasmar sintéticamente la función significativa de experiencias socioreligiosas
que son en sí mismas irrepresentables directamente. Estéticamente por lo menos,
hay más cosas en común entre la estética de los tejidos de los indígenas de tierras
altas y bajas y el propuesto por la abstracción geométrica de los vanguardistas
Mondrian o Kandinsky, que entre aquella estética indígena y el arte “nacional” que
exhibimos. Los rituales colectivos de los guaraníes o aymaras tienen más cosas en
común con los performances de artistas contemporáneos latinoamericanos que con las
pinturas decorativas “andinas” o representativas de “paisajes andinos” o “indiciecitas”.
Aquellos aspiran a la abolición de la frontera arte-vida, estos refuerzan artificialmente
esa frontera para poder vender arte “intemporal”.
5.
Lo
que quiero decir es que, en este desarrollo histórico de la verdad del arte, se
ha llegado a un punto en el que los artistas, desde principios del siglo XX, al
empujar constantemente con su reflexión y su práctica, los límites de la definición
de arte, han terminado por hacer del concepto de frontera, tanto en sentido artístico como cultural, un lugar de creación,
intercambio y rupturas, de diferencia y transacciones. Sin embargo, en las instituciones
especializadas de enseñanza artística de nuestro país, todavía se conservan aquellos
criterios del arte clásico para argumentar la división arte-artesanía, aún cuando,
como hemos visto, son evidentemente etnocentristas y excluyentes.
Quiero
mostrar brevemente de qué modo esos criterios fueron cuestionados desde principios
del XX por las vanguardias artísticas, acentuándose después más aún en la reflexión
y la práctica del arte contemporáneo:
- Se dice que “El arte no es utilitario, que no tiene una finalidad extra artística, a
diferencia de la artesanía que está colmada de funciones y aspectos utilitarios”.
Alrededor de
1930 comienzan a aparecer las primeras experiencias artísticas corporales donde
las formas se desprenden de determinadas funciones de carácter ritual o social;
ejemplo: las “experiencias” y los rituales performáticos avant la lettre
del brasileño Flavio de Carvalho en los años 1930 y del pintor venezolano Armando
Reveron en los años 1940; y están también las experiencias del argentino Portillo,
basadas en montajes de rituales populares, además de las propuestas corporales ritualistas
de Vito Acconci, Chris Burden, Bruce Nauman, el Accionismo vienés; el activismo
político de las Guerrilla Girls, la Escultura social de Joseph Beuys y sobre todo
esa determinante iniciativa del dadaísmo para disolver las fronteras entre el arte
y la vida. Son el conjunto de estas propuestas teóricas y el cuerpo como soporte,
lo que establece semejanzas evidentes entre estas prácticas y las manifestaciones
estético-ritualistas de los indígenas; en ambos es fundamental la participación
activa del espectador, la comunión del arte con la vida cotidiana, la integración
de distintas modalidades estéticas como la música, la danza, la pintura, la estética
objetual, etc.
- Se dice que “El arte es producto de una creación individual, en cambio en la artesanía
se disuelve lo individual, de hecho, el autor no firma para remarcar esa individualidad.”
En la década
de los 1970, el naciente arte contemporáneo comienza a cuestionar precisamente la
individualidad manifestada por la autoría, proponiendo obras sin firma alguna, o
proyectos artísticos concebidos para ser realizados mediante instrucciones interpretativas.
Por otra parte, el arte actual está lleno de ejemplos en los que la obra de arte
es un producto colectivo, tal como era, y son aún, las manifestaciones estéticas
de los indígenas.
- Se dice que “El arte se manifiesta en géneros artísticos diferenciados como música, artes
plásticas, literatura, danza, teatro, etc.”
Además de esta división, el arte tradicional
clásico, subdividía las llamadas “artes plásticas” en “categorías artísticas” como
pintura, escultura, grabado, cerámica, etc., pero durante las vanguardias estos
convencionalismos teóricos fueron cuestionados explícitamente por “artificiales”
y por una práctica que pretendía integrar arte y vida cotidiana. Esta integración
de géneros, categorías y medios se ha hecho natural en el arte contemporáneo, tal
como sucede con muchas de las manifestaciones estéticas de los indígenas.
- Se dice que “El arte posee algo en sí que es intrínsecamente artístico, por tanto es
autónomo, a diferencia de la artesanía que depende más de factores externos, factores
socioculturales, que de preocupaciones estéticas.”
Si bien esta posición no es solo sostenida
por la tradición clásica, sino también por la mayoría de las vanguardias artísticas,
pues en ambos estaba presente la suposición de una “Verdad”, de una especificidad
artística que hacía que un objeto se convirtiera en arte. No obstante, un vanguardista,
M. Duchamps, había puesto en evidencia la inexistencia de algo intrínseco u ontológico
en el arte, al proponer como artísticos, objetos manufacturados cotidianos (Ready mades) como la rueda de bicicleta,
el urinario, el portabotellas, etc., agregando que la obra de arte es legitimada
por el espectador después de haber sido propuesto por el artista. En efecto, estos
objetos cotidianos, sin especificidad artística aparente, fueron posteriormente
admitidos como arte. De hecho, se encuentran como tales en museos y en libros de
arte. Así Duchamps puso en evidencia que lo artístico no es una cualidad intrínseca
en el objeto, sino que depende de factores externos y plurales, tal como sucede
con las manifestaciones y los objetos estéticos de las culturas indígenas. Por cierto,
en el arte contemporáneo la obra de arte suele ser una forma de producción cultural,
o una metáfora epistemológica, no aislada, sin embargo, de determinados contextos
culturales, sociales y políticos.
Por otra parte es necesario agregar, como
afirma mi amigo Ticio Escobar, que esa división entre arte y artesanía no es ideológicamente
neutra, ya que cuando la obra de arte se presenta como independiente de cualquier
finalidad o función utilitaria, se afirma sin embargo, como mercancía, dependiente
de determinaciones extra artísticas donde predomina el valor de cambio sobre el
valor de uso. [4] En este mismo sentido,
García Canclini afirma que “la definición de lo estético como el predominio de la
forma sobre la función no es válido para todas las épocas sino para el arte producido
en el capitalismo…” [5]
6.
Resulta paradójico que el arte oficial,
ese que puebla el imaginario de la población y de muchas de sus autoridades, asuman
el arte clásico y su variante barroca-colonial como la referencia fundamental del
arte nacional, y paralelamente promuevan
un discurso permanente acerca de la recuperación de la identidad ancestral. Una
posible explicación para esa incongruencia es la ausencia histórica de un momento
de autoconciencia del arte, a diferencia de lo que sucedió en otros países de Latinoamérica,
donde esa autoconciencia, iniciada por las vanguardias artísticas, dio lugar a repensar
el arte desde el lugar de su práctica.
Al saltarse ese momento histórico de autoconciencia
crítica del arte, aquí se continuó conservando el concepto y la estructura básica
del arte clásico-académico occidental convirtiendo el arte nacional simplemente
en una variante de estilo de aquel. Estoy pensando en el arte colonial boliviano
y en esas “otras” pinturas empecinadamente representativas en las que los
pintores “con identidad” pintan lo más parecido posible a la realidad: indiecitas, llamitas, balcones
coloniales o bonitos paisajes del altiplano o los llanos. Si las vanguardias hubieran
sido reflexionadas por estos pintores no habría tanta ingenuidad acerca de lo que
entienden por realidad.
7.
A modo de conclusión me atrevo a señalar
algunas alternativas frente a este estado de cosas: a) Deconstruir la historia del
arte para mostrar las implicaciones políticas de los elementos que la conforman;
b) No se trata de decretar como artístico lo que antes era artesanal, sino de iniciar
un proceso de construcción de una nueva historia y una realidad artística desde
la estética de objetos, imágenes y rituales indígenas cuyos contenidos semánticos
sean de carácter cultural y cognitivo. Como en todo proceso los resultados pueden
ser impredecibles: desde revalorizar estéticas ancestrales hasta generar en los
artistas de hoy nuevas estrategias de aproximación resignificadora a la realidad
cotidiana contemporánea; c) Emprender una revalorización crítica del arte contemporáneo
como momento histórico en el cual el arte ha devenido una forma de producción cultural
y cognitiva, en un contexto de pluralidad intrínseca y sobre la base de una definición
de arte permanentemente integradora y abierta, donde la posibilidad creadora de
las culturas indígenas no puede circunscribirse ya a esa permanente mirada externa
de lo exótico-turístico.
NOTAS
1. Ver los artículos 1, 2 y 98 de la actual
Constitución Política del Estado.
2. Recordemos que “cultura” viene del latín
romano que significa “cultivo de la tierra”, y como metáfora está “el cultivo de
la especie humana”, por lo que para los romanos, “cultura” era sinónimo de educación,
pero también de “civilización” en la medida en que la educación solo es posible
en la ciudad (civis, ciudadano; civitas, ciudad). Por tanto, el campesino
no tenía cultura, no era civilizado, lo que para los romanos de aquellos tiempos
era sinónimo de “salvajismo” y “barbarie”.
3. Esa idea de verdad debería hacernos admitir como natural el hecho
por el cual el arte, después de haber sido inventado, como concepto al menos, por
los griegos en el siglo V a.C., en tanto saber
hacer artesanal; después de transformarse “universalmente” en el Renacimiento
como representación objetiva de la realidad
en términos de belleza racional, y excluir todas aquellas manifestaciones estéticas
de otras culturas; y después de haberse refundado esencialmente en las vanguardias
artísticas en tanto manifestación de carácter vital, interdisciplinar y plural,
termina finalmente convertido en un arte no solo esencialmente plural, interdisciplinario
y contextual, sino sin definición inequívoca o inmutable, por lo que, por derecho
propio, todas aquellas manifestaciones culturales que antes eran consideradas como
artesanales pueden ser hoy simplemente arte.
4. ESCOBAR, Ticio.
El mito del arte y el mito del pueblo. p.20.
5. IDEM, p. 23.
RAMIRO GARAVITO es artista visual, filósofo, docente y curador independiente. Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Universidad Central de Venezuela, Caracas. Participó del Atelier de Propositions Expérimentaux de la Peinture, École Nationale Supérieure des Beaux-arts (ensb-a), París, Francia. Es Egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes “Cristóbal Rojas” de Caracas, Venezuela. Fue Docente titular de Pintura, Estética, en la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA) de La Paz. Es Docente de Historia del Arte y Creatividad Artística, en el Conservatorio Nacional de Música Man Cesped, de Cochabamba. Es Fundador y Responsable de Artes Visuales del Proyecto Cultural mARTadero, Cochabamba. Fue Jurado de bienales y concursos nacionales en múltiples y diversas ocasiones. Curadurías: Bienal de “Arte Contemporáneo Boliviano” Contextos; 5a Versión de la Bienal Internacional de arte SIART. Tiene publicaciones varias de crítica de arte, artículos en medios nacionales e internacionales. Premio a “Mejor Crítica de Arte, Premio Único”, del Gobierno Municipal de la ciudad de La Paz, 2003. Ha dictado ponencias, seminarios, talleres y diplomados sobre arte y curaduría. Ha participado de exposiciones de arte individuales y colectivas en galerías y museos nacionales e internacionales. Participó en la Bienal de Mercosur. Ha recibido diversos premios y distinciones.
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Número 172 | junho de 2021
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