terça-feira, 1 de junho de 2021

VIRGINIA AYLLÓN | Poetas bolivianas: la casa íntima

 


En 2019, la narradora cruceña Liliana Colanzi, acometió la tarea de organizar y editar una antología del ensayo feminista en Bolivia; tarea valiente, sin duda, no porque faltaran las ensayistas, sino porque, como debe suceder en otros confines, no se supone que ellas escriban ensayo. El resultado de esta osada aventura es La desobediencia. Antología de ensayo feminista (Colanzi, Liliana (Ed.) Santa Cruz: Dum Dum editora, 2019), en el que 11 escritoras compartimos un espacio de reflexión feminista en Bolivia. Participé en esa hermosa experiencia, con el ensayo “Una habitación pintarrajeada” que, a propósito de la habitación de Virginia Woolf, primero hacía un recorrido por la representación femenina en la pintura, con especial énfasis en las mujeres ante las ventanas, desde Fra Angélico, hasta Hopper, pasando por Dalí y, finalizando, con algunas pintoras y su representación de la mujer ante las ventanas y las habitaciones.

Pero la habitación woolfiana es, sobre todo, territorio de creación o, mejor, un camino hacia las profundidades en el que “la poesía sigue siendo la salida prohibida” (Woolf dixit). Por eso, la segunda parte de mi ensayo (que presento a continuación) lo dediqué al habitar de las poetas bolivianas en las habitaciones y también en el espacio interior, o la casa más íntima de la escritora —con una parada fundamental en la poesía de Blanca Wiethüchter. No solo se trataría de recuperar la tradición no dicha sino también la de cada una. La memoria a redimir es la que mira hacia atrás pero también hacia adentro. Y de eso solo sabe la poesía, de eso solo saben las poetas.

No se trata de la identidad -palabra marchitada con el tiempo-, ni del autoconocimiento -palabra que ha sufrido los embates del abuso-. Más bien se parece a un plano de viaje, una bitácora que da cuenta de los cuadrantes, círculos concéntricos o líneas que no concluyen, no fundan, ni establecen, simplemente se suceden, a veces rodando, a veces tropezando, a veces escurriéndose, o saltando, las más sangrando.

Nuestra habitación se erige cada día, palabra a palabra, silencio a silencio. ¿Hay un conjuro para no equivocar el plano y construir otras casas?

 

decidí amarlo / y pensé / seré yo su casa / juro que nunca / me había sentido / tan ordenada tan rígida tan / sola (Claudia Peña).

Quiero salir de este exilio / llamado hombre, / de este cielo y de este horizonte, / de este ciclo / de nacer / crecer, / multiplicarse, / sufrir, / y morir, / de estas ansias de querer ser fruto / sin haber sido tormenta (Marta Gantier).

Este cuarto, / gris de humo, / y, mi desesperación, / arañando muros (Rosario Aquim).

Las casas son pequeñas, / a ras del suelo / para que el hombre / se sienta grande / al traspasar la puerta (Mary Monje Landívar).

En el cuarto de la sirvienta / hay una pila / de palabras sin hacer (Jessica Freudenthal).

 


¿Y existe otro para deshacernos de nuestra manía por tener las habitaciones siempre ordenadas?

 

Todo está en su lugar / también el desconcierto / las omisiones / los desencuentros (Vilma Tapia Anaya).

Visto que la casa amordaza, urge el camino. ¿Cualquier camino?

Caminan los caminos / precipitadamente: / Llegan unos, / vánse otros / febrilmente, / atropelladamente. / ¡Caballos desbocados / son los caminos, / trotamundos sin rumor al oído! (Beatriz Schulze Arana).

Un camino, varios caminos, todos los caminos, porque ya “los ojos del tiempo / me miran airados” (Lola Taborga de Requena).

Ya no vale / escucharse / tras las puertas, / asomada a los patios, / inclinada y alerta (Silvia Mercedes Ávila).

A veces, siento deseos / de encerrarme en los / cuatro lados de un vacío / y soñar de pie (Mónica Velásquez).

Mi cuerpo es una casa de la que todos se han ido, / incluso yo. / Por eso me busco. Me mudo. Me hundo. / (…) / soy una casa vacía / de la que fui expulsada (Anabel Gutiérrez).

Lejos está el recinto / que ha de cobijarme / cuando en mi yo renazca / una dulzura nueva / y una sola alegría (María Eugenia Monroy).

nunca olvides / que detrás de las ventanas / te aguarda solitario / el ángel dulce y apacible / con las pupilas anochecidas de insomnio (Marlene Durán Zuleta).

¿Desde dónde siente sus límites la piel? (Rosario Quiroga de Urquieta).

El sol en la cima del cerro / y yo en pueblo ajeno (Elvira Espejo).

En la sombra de los pasos / se dormirá la luna / y cuando halle reposo en el milagro de la tierra / nueve mariposas de aire / volarán en torno (Milena Estrada Sainz).

No hay llegada ni conclusión o consumación, la clave es rendirse, y rendirse siempre.

Sobre este espacio / tan amplio como el círculo que trazo / dejo mis armas, / me rindo (Soledad Quiroga).

Y deshacerse, desabotonarse, encontrarse, estarse con esas muchas que habitan en y con nosotras

la lluvia / cae y yo miro la ventana desabotonada (Gladys Dávalos).

Desde las fosas comunes / las desaparecidas, las borradas / las amadas del desamor / las que enterraste dentro de ti / las de tu propio cementerio / empiezan una canción (Mónica Velásquez).

Lentamente / la casa se desteje / liberada de sí / y de la memoria / vuela / un hilo de polen / solo eso / grumos de luz (Soledad Quiroga).

me reconozco / esto soy yo, digo, / esto tampoco soy yo (Marcia Mogro).

Esta mujer no es Felipa, y callo / Esta mujer no se angustia / Esta mujer no quiere volver / Esta mujer se goza en la búsqueda y solo en la búsqueda / Parece que esta mujer soy yo, y callo (Virginia Ayllón).

amplios ventanales / dan luz / al pabellón de mi infancia. // Junto a mi voz / la de mis hermanas / (voces que pedí desde el fondo / desde la cima) (Vilma Tapia Anaya).

Estoy de viaje hoy día / en viaje de retorno / hacia aquella palabra sin orillas / que es el mar de mí misma / y de tu olvido (Yolanda Bedregal).

El aguayo de cuatro esquinas / la plaza de cuatro esquinas / y solo tú sabes lo que es (Elvira Espejo).

Morar este pequeño espacio / es ser un amasijo de almas (Paura Rodríguez).

Soy libre / la ventana de mi habitación lo sabe / Y mi cama también (Norah Zapata-Prill).

habíamos aprendido algo / desportillar el agua / triturar el mar en lo profundo (Zulma Montero).

En la cima de un monte solitario / termina mi calvario. / Sentándome en el borde del sendero / con la frente apoyada entre las manos / gozar de paz unos instantes quiero (Adela Zamudio).

 


Este recorrido de las poetas, este camino de conocimiento, que incluye la construcción de espacios, geografías y territorios, a veces vividos como lugares ajenos e imposibles, casi como no lugares, a veces rechazados, instalan más bien el tránsito, el pasaje hacia otras construcciones que tienen en su centro a ella misma. Una voz poética descentrada en busca de un centro que se dirime en polifonía de voces: la mujer habitada por múltiples mujeres y vivida a veces como desquicio, es otro camino hacia la celebración de tal polifonía.

Este camino de conocimiento se resume con magistralidad en la poesía de Blanca Wiethüchter, especialmente en aquella, calificada a veces como intimista (para diferenciarla, por ejemplo, de su vertiente más bien histórica): Territorial (1983), El rigor de la llama (1994), La Lagarta (1995) y Ángeles del miedo (2005).

En este conjunto de poemarios, que más bien los percibo como un mismo poema publicado en varios libros, la voz poética se embarca en un camino de autoconocimiento, hacia adentro. Salvo en La Lagarta, esta voz es femenina y escribe desde el yo. En La Lagarta, en cambio, la voz poética mira y describe el camino recorrido por la personaje, la lagarta.

Por otra parte, la estructura de El rigor de la llama, bien podría ser la de este gran poema; es decir, incluir los estados de los otros poemarios. Dividido en seis rigores, cada uno es, en realidad, una estación y, en conjunto, conforman un itinerario, una bitácora de viaje. Evidentemente, si el Primer rigor incluye los poemas “El desasosiego” y “El descenso”, el último, el Sexto rigor, incluye “La piedra” y “El reposo”. En medio, los otros rigores contienen “El destierro” o “El destello”. En este viaje, Ángeles del miedo, el último libro elegido, también puede explicar los anteriores porque la voz poética se dirige a Daniela, a quien le cuenta este viaje, a modo de confidencia.

En Territorial, se inicia el viaje, donde sobresalen los estados de desosiego, miedo y extravío en un territorio desconocido:

 

Dónde estoy

sin padre    sin madre

       sin mí

 

También en La Lagarta, la voz poética observa el camino de la otra, que se percibe como un no lugar, o la espera de otro lugar:

 

—Habito un lugar en el que no estoy

En otro sitio yo me espero.

 

Pero al igual que en el verso de Soledad Quiroga, esta voz poética se rinde, “clandestina y disponible”, ante este nuevo territorio o, más bien, ante este nuevo viaje:

 

Errante y vagabunda

celebrando los cielos

de todos los días

sorprendiendo los ojos

de toda espera

clandestina y disponible

aquí estoy

 

En El rigor de la llama, se reinstalan las estaciones visitadas ya en Territorial, como asentando, precisamente, la edificación de un territorio:

 

¿Y existe acaso el fuego para mí?

       —pregunté entonces.

Miré alrededor.

Un silencio mudo

       buscándome

observando con ojos de viva luz.

       Y me dio miedo

       porque soy mujer, creo.

Porque no sabía quién era yo

       ni quién sería

       ni sabía decir, ni tampoco reír

ni cansarme

solo percibir

el rigor de la llama

anunciando el desierto.

 

Pero ya en los últimos versos Territorial se produce un destello, que a la par de relacionar su búsqueda con los otros poemarios y establecer la base para la voz polifónica, advierte que una es varias, al menos dos, a construirse (“siempre / otra / en cuerpos / entrelazados / y errantes”):

 

Por mi modo de andar

algo descubierto un poco esperando

cambio frecuentemente de parecer

conmigo no puedo vivir segura.

Habito un jardín de palabras

que han dejado de nombrarme

para nombrarla. No me atrevo

pero es necesario decirlo. Es un secreto.

En realidad somos dos.

 

Ahora debo inventar la otra.

 

A veces, este encuentro con las otras, acusa un carácter agónico, porque son los “espantos de lo que soy”:

 

Ahí estaban. Feroces las enemigas secretas.

Espantos de lo que soy. Ahí estaban.

Sentadas en el comedor de ébano.

Harapientas, mendigando la luz

de mis mejores días.

Hurtando felicidad ajena a su desgracia

corrompiendo la luz con su opaca presencia.

Ahí estaban. Las furiosas mujeres pordioseras.

Las mujeres silenciadas.

       Las mujeres perturbadas.

 


Sin embargo, estos pavorosos seres, rechazados inicialmente por las marcas de nuestra memoria, pueden convertirse en acogedores entes que nos acompañan en este viaje, como la loba, transformada luego en vaca:

 

Pero esa vaca, durante toda la noche

me ofreció sus blandas ubres.

Bebí la leche hasta emborracharme de gozos

y viajar ensimismada hasta la cuna.

Al día siguiente fue ella

quien me llevó de retorno.

 

En “Destello” del Tercer rigor de El rigor de la llama, si bien la pregunta sobre el lugar (“¿qué fuego?”) permanece, es impresionante cómo la voz poética inicia su camino de desdoblamiento; mirándola a ella, parece que me estoy mirando:

 

Y con la noche llena entre los labios

y una lengua por espada

quiero el fuego, diciendo

¿quién es esa mujer?, preguntando

¿quién es?, decía

¿quién soy?

buscando, ¿qué fuego?

 

Y “El reposo”, última estación de El rigor de la llama, ordena, finalmente, dos espacios. El primero, un paraje “preciso” habitado por una niña, una mujer y una madre que, si bien pueden referirse a las temporadas de una misma, ahora en armonía; nada impide apreciarlo como un lugar donde cada una de estas mujeres son instancias individuales, encontradas o recuperadas en el viaje profundo hacia adentro y que conviven en una morada común: 

 

de regreso al lugar preciso

el reino intacto

de las madres:

       la morada.

Ahora, reposo junto al fuego

contemplando la montaña.

Una niña, una mujer, una madre,

como quemándose, me acompañan.

 

Y es en los últimos versos de “El reposo” donde este camino parece haber llegado a una pascana: una casa propia de alguien que ya no es la misma por el camino recorrido:

 

Entro en mi casa

y me alojo en su centro

esperando la temperatura

que enmudece los ruidos inútiles.

(…)

Ya no soy la misma

y mis pasos en la voz

resuenan más oscuros.

 

En Ángeles del miedo, la voz poética precisa este lugar, que si antes preciso, intacto y morada encontrada, ahora también casto y dulce. Y si aquel enmudecía los ruidos inútiles, ahora es el reino del silencio. Las preguntas han cesado, lo que permanece es el camino:

 

Percibo belleza en este casto lugar.

Y no sé si también dulzura.

Aquella que dirime cualquier dolor

Y se disculpa.

 

Desde que toco el Silencio el Silencio me toca.

 

En alianza con los árboles

ya no pienso en preguntas, Daniela.

Estoy de pie y camino.

 

Esta fogosa carretera hecha de colores, sombras, versos y mujeres me deja la sensación del poema “La muralla” del alejandrino Cavafis, que evoca el exilio, no de quien ha sido echado, sino de quien ha sido encerrado adentro, irremediablemente. La promesa del adentro es la pertenencia, el confort y el resguardo (aun sea de una breve ventana); la de afuera es el caos, lo desconocido y posiblemente la libertad; el afuera no existe, hay que construirlo. Afuera estoy yo. ¿Quién? Yo, la múltiple, la oscura, la ininteligible. Lo dice mejor Marcia Mogro:

 

…somos el original no modificado / el pasado invisible / la cifra de las cosas somos / el secreto sumergido / somos la zona inapropiada / las cosas de papeles que se te ocurren / un caso bien difícil somos / imagen fija adornada en exceso / pintarrajeada somos. 

 

VIRGINIA AYLLÓN es poeta, narradora y crítica literaria boliviana. Es autora de Búsquedas: cuatro relatos y algunos versos (1996); Búsquedas: las discapacidades (2004); Liberalia: diez fragmentos sobre la lectura (2006), su traducción al portugués (2021). Sus cuentos se han publicado en revistas y suplementos literarios de Bolivia y algunos de ellos han sido traducidos y antologados en publicaciones de Bolivia, Estados Unidos, Suecia, Argentina y México. Ha formado parte de los colectivos editoriales de Correveidile, revista boliviana de cuento, Mar con Soroche, revista de poesía boliviano chilena y Alejandría, revista boliviana de literatura. Dirige la editorial alternativa Pirotecnia, entre cuyas publicaciones destaca la poesía de la poeta indígena Elvira Espejo, un homenaje a Víctor Hugo Viscarra, así como un volumen miniatura de homenaje a Arturo Borda. Entre otros, ha editado y prologado la Obra completa de Lindaura Anzoátegui, la segunda edición de Pirotecnia de Hilda Mundy, dos tomos de la Obra completa de Yolanda Bedregal, la tercera edición de la novela Íntimas de Adela Zamudio y de esta misma autora sus Cuentos y su Poesía (en coautoría con Mónica Velásquez). Además, en 2019 ha publicado El pensamiento de Adela Zamudio; en 2015 Antología del nuevo pensamiento boliviano (en coautoría con Silvia Rivera); en 2000, La otra mirada. Antología del cuento boliviano escrito por mujeres (en coautoría con Ana Rebeca Prada, editada por Santillana). Actualmente prepara la edición y el estudio introductorio de la Obra reunida de Adela Zamudio para la Biblioteca Boliviana del Bicentenario.



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Número 172 | junho de 2021

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