Pero la habitación woolfiana
es, sobre todo, territorio de creación o, mejor, un camino hacia las profundidades
en el que “la poesía sigue siendo la salida prohibida” (Woolf dixit). Por eso, la segunda parte de mi ensayo (que presento a
continuación) lo dediqué al habitar de las poetas bolivianas en las habitaciones
y también en el espacio interior, o la casa más íntima de la escritora —con una
parada fundamental en la poesía de Blanca Wiethüchter. No solo se trataría de recuperar
la tradición no dicha sino también la de cada una. La memoria a redimir es la que
mira hacia atrás pero también hacia adentro. Y de eso solo sabe la poesía, de eso
solo saben las poetas.
No se trata de la identidad
-palabra marchitada con el tiempo-, ni del autoconocimiento -palabra que ha sufrido
los embates del abuso-. Más bien se parece a un plano de viaje, una bitácora que
da cuenta de los cuadrantes, círculos concéntricos o líneas que no concluyen, no
fundan, ni establecen, simplemente se suceden, a veces rodando, a veces tropezando,
a veces escurriéndose, o saltando, las más sangrando.
Nuestra habitación se
erige cada día, palabra a palabra, silencio a silencio. ¿Hay un conjuro para no
equivocar el plano y construir otras casas?
decidí amarlo / y pensé / seré yo su casa
/ juro que nunca / me había sentido / tan ordenada tan rígida tan / sola
(Claudia Peña).
Quiero salir de este exilio / llamado hombre,
/ de este cielo y de este horizonte, / de este ciclo / de nacer / crecer, / multiplicarse,
/ sufrir, / y morir, / de estas ansias de querer ser fruto / sin haber sido tormenta
(Marta Gantier).
Este cuarto, / gris de humo, / y, mi desesperación,
/ arañando muros (Rosario Aquim).
Las casas son pequeñas, / a ras del suelo
/ para que el hombre / se sienta grande / al traspasar la puerta (Mary
Monje Landívar).
En el cuarto de la sirvienta / hay una pila
/ de palabras sin hacer (Jessica Freudenthal).
Todo está en su lugar / también el desconcierto
/ las omisiones / los desencuentros (Vilma Tapia Anaya).
Visto que la casa amordaza, urge el camino.
¿Cualquier camino?
Caminan los caminos / precipitadamente:
/ Llegan unos, / vánse otros / febrilmente, / atropelladamente. / ¡Caballos desbocados
/ son los caminos, / trotamundos sin rumor al oído! (Beatriz
Schulze Arana).
Un camino, varios caminos, todos los caminos,
porque ya “los ojos del tiempo / me miran airados” (Lola
Taborga de Requena).
Ya no vale / escucharse / tras las puertas,
/ asomada a los patios, / inclinada y alerta (Silvia
Mercedes Ávila).
A veces, siento deseos / de encerrarme en
los / cuatro lados de un vacío / y soñar de pie (Mónica
Velásquez).
Mi cuerpo es una casa de la que todos se
han ido, / incluso yo. / Por eso me busco. Me mudo. Me hundo. / (…) / soy una casa
vacía / de la que fui expulsada (Anabel Gutiérrez).
Lejos está el recinto / que ha de cobijarme
/ cuando en mi yo renazca / una dulzura nueva / y una sola alegría
(María Eugenia Monroy).
nunca olvides / que detrás de las ventanas
/ te aguarda solitario / el ángel dulce y apacible / con las pupilas anochecidas
de insomnio (Marlene Durán Zuleta).
¿Desde dónde siente sus límites la piel?
(Rosario Quiroga de Urquieta).
El sol en la cima del cerro / y yo en pueblo
ajeno (Elvira Espejo).
En la sombra de los pasos / se dormirá la
luna / y cuando halle reposo en el milagro de la tierra / nueve mariposas de aire
/ volarán en torno (Milena Estrada Sainz).
No hay llegada ni conclusión o consumación,
la clave es rendirse, y rendirse siempre.
Sobre este espacio / tan amplio como el
círculo que trazo / dejo mis armas, / me rindo (Soledad
Quiroga).
Y deshacerse, desabotonarse, encontrarse,
estarse con esas muchas que habitan en y con nosotras
la lluvia / cae y yo miro la ventana desabotonada
(Gladys Dávalos).
Desde las fosas comunes / las desaparecidas,
las borradas / las amadas del desamor / las que enterraste dentro de ti / las de
tu propio cementerio / empiezan una canción (Mónica
Velásquez).
Lentamente / la casa se desteje / liberada
de sí / y de la memoria / vuela / un hilo de polen / solo eso / grumos de luz
(Soledad Quiroga).
me reconozco / esto soy yo, digo, / esto
tampoco soy yo (Marcia Mogro).
Esta mujer no es Felipa, y callo / Esta
mujer no se angustia / Esta mujer no quiere volver / Esta mujer se goza en la búsqueda
y solo en la búsqueda / Parece que esta mujer soy yo, y callo
(Virginia Ayllón).
amplios ventanales / dan luz / al pabellón
de mi infancia. // Junto a mi voz / la de mis hermanas / (voces que pedí desde el
fondo / desde la cima) (Vilma Tapia Anaya).
Estoy de viaje hoy día / en viaje de retorno
/ hacia aquella palabra sin orillas / que es el mar de mí misma / y de tu olvido
(Yolanda Bedregal).
El aguayo de cuatro esquinas / la plaza
de cuatro esquinas / y solo tú sabes lo que es (Elvira
Espejo).
Morar este pequeño espacio / es ser un amasijo
de almas (Paura Rodríguez).
Soy libre / la ventana de mi habitación
lo sabe / Y mi cama también (Norah Zapata-Prill).
habíamos aprendido algo / desportillar el
agua / triturar el mar en lo profundo (Zulma Montero).
En la cima de
un monte solitario / termina mi calvario. / Sentándome en el borde del sendero /
con la frente apoyada entre las manos / gozar de paz unos instantes quiero (Adela Zamudio).
Este camino de conocimiento
se resume con magistralidad en la poesía de Blanca Wiethüchter, especialmente en
aquella, calificada a veces como intimista (para diferenciarla, por ejemplo, de
su vertiente más bien histórica): Territorial
(1983), El rigor de la llama (1994),
La Lagarta (1995) y Ángeles del miedo (2005).
En este conjunto de poemarios,
que más bien los percibo como un mismo poema publicado en varios libros, la voz
poética se embarca en un camino de autoconocimiento, hacia adentro. Salvo en La Lagarta, esta voz es femenina y escribe
desde el yo. En La Lagarta, en cambio,
la voz poética mira y describe el camino recorrido por la personaje, la lagarta.
Por otra parte, la estructura
de El rigor de la llama, bien podría ser
la de este gran poema; es decir, incluir los estados de los otros poemarios. Dividido
en seis rigores, cada uno es, en realidad, una estación y, en conjunto, conforman
un itinerario, una bitácora de viaje. Evidentemente, si el Primer rigor incluye
los poemas “El desasosiego” y “El descenso”, el último, el Sexto rigor, incluye
“La piedra” y “El reposo”. En medio, los otros rigores contienen “El destierro”
o “El destello”. En este viaje, Ángeles del
miedo, el último libro elegido, también puede explicar los anteriores porque
la voz poética se dirige a Daniela, a quien le cuenta este viaje, a modo de confidencia.
En Territorial, se inicia el viaje, donde sobresalen
los estados de desosiego, miedo y extravío en un territorio desconocido:
Dónde estoy
sin padre sin madre
sin
mí
También en La Lagarta, la voz poética observa el camino
de la otra, que se percibe como un no lugar, o la espera de otro lugar:
—Habito un lugar en el que no estoy
En otro sitio yo me espero.
Pero al igual que en
el verso de Soledad Quiroga, esta voz poética se rinde, “clandestina y disponible”,
ante este nuevo territorio o, más bien, ante este nuevo viaje:
Errante y vagabunda
celebrando los cielos
de todos los días
sorprendiendo los ojos
de toda espera
clandestina y disponible
aquí estoy
En El rigor de la llama, se reinstalan las estaciones
visitadas ya en Territorial, como asentando,
precisamente, la edificación de un territorio:
¿Y existe acaso el fuego para mí?
—pregunté
entonces.
Miré alrededor.
Un silencio mudo
buscándome
observando con ojos de viva luz.
Y
me dio miedo
porque
soy mujer, creo.
Porque no sabía quién era yo
ni
quién sería
ni
sabía decir, ni tampoco reír
ni cansarme
solo percibir
el rigor de la llama
anunciando el desierto.
Pero ya en los últimos
versos Territorial se produce un destello,
que a la par de relacionar su búsqueda con los otros poemarios y establecer la base
para la voz polifónica, advierte que una es varias, al menos dos, a construirse
(“siempre / otra / en cuerpos / entrelazados / y errantes”):
Por mi modo de andar
algo descubierto un poco esperando
cambio frecuentemente de parecer
conmigo no puedo vivir segura.
Habito un jardín de palabras
que han dejado de nombrarme
para nombrarla. No me atrevo
pero es necesario decirlo. Es un secreto.
En realidad somos dos.
Ahora debo inventar la otra.
A veces, este encuentro
con las otras, acusa un carácter agónico, porque son los “espantos de lo que soy”:
Ahí estaban. Feroces las enemigas secretas.
Espantos de lo que soy. Ahí estaban.
Sentadas en el comedor de ébano.
Harapientas, mendigando la luz
de mis mejores días.
Hurtando felicidad ajena a su desgracia
corrompiendo la luz con su opaca presencia.
Ahí estaban. Las furiosas mujeres pordioseras.
Las mujeres silenciadas.
Las
mujeres perturbadas.
Pero esa vaca, durante toda la noche
me ofreció sus blandas ubres.
Bebí la leche hasta emborracharme de gozos
y viajar ensimismada hasta la cuna.
Al día siguiente fue ella
quien me llevó de retorno.
En “Destello” del Tercer
rigor de El rigor de la llama, si bien
la pregunta sobre el lugar (“¿qué fuego?”) permanece, es impresionante cómo la voz
poética inicia su camino de desdoblamiento; mirándola a ella, parece que me estoy
mirando:
Y con la noche llena entre los labios
y una lengua por espada
quiero el fuego, diciendo
¿quién es esa mujer?, preguntando
¿quién es?, decía
¿quién soy?
buscando, ¿qué fuego?
Y “El reposo”, última
estación de El rigor de la llama, ordena,
finalmente, dos espacios. El primero, un paraje “preciso” habitado por una niña,
una mujer y una madre que, si bien pueden referirse a las temporadas de una misma,
ahora en armonía; nada impide apreciarlo como un lugar donde cada una de estas mujeres
son instancias individuales, encontradas o recuperadas en el viaje profundo hacia
adentro y que conviven en una morada común:
de regreso al lugar preciso
el reino intacto
de las madres:
la
morada.
Ahora, reposo junto al fuego
contemplando la montaña.
Una niña, una mujer, una madre,
como quemándose, me acompañan.
Y es en los últimos versos
de “El reposo” donde este camino parece haber llegado a una pascana: una casa propia
de alguien que ya no es la misma por el camino recorrido:
Entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
(…)
Ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.
En Ángeles del miedo, la voz poética precisa
este lugar, que si antes preciso, intacto y morada encontrada, ahora también casto
y dulce. Y si aquel enmudecía los ruidos inútiles, ahora es el reino del silencio.
Las preguntas han cesado, lo que permanece es el camino:
Percibo belleza en este casto lugar.
Y no sé si también dulzura.
Aquella que dirime cualquier dolor
Y se disculpa.
Desde que toco el Silencio el Silencio me
toca.
En alianza con los árboles
ya no pienso en preguntas, Daniela.
Estoy de pie y camino.
Esta fogosa carretera
hecha de colores, sombras, versos y mujeres me deja la sensación del poema “La muralla”
del alejandrino Cavafis, que evoca el exilio, no de quien ha sido echado, sino de
quien ha sido encerrado adentro, irremediablemente. La promesa del adentro es la
pertenencia, el confort y el resguardo (aun sea de una breve ventana); la de afuera
es el caos, lo desconocido y posiblemente la libertad; el afuera no existe, hay
que construirlo. Afuera estoy yo. ¿Quién? Yo, la múltiple, la oscura, la ininteligible.
Lo dice mejor Marcia Mogro:
…somos el original no modificado / el pasado invisible / la cifra de las cosas somos / el secreto sumergido / somos la zona inapropiada / las cosas de papeles que se te ocurren / un caso bien difícil somos / imagen fija adornada en exceso / pintarrajeada somos.
VIRGINIA AYLLÓN es poeta, narradora y crítica literaria boliviana. Es autora de Búsquedas: cuatro relatos y algunos versos (1996); Búsquedas: las discapacidades (2004); Liberalia: diez fragmentos sobre la lectura (2006), su traducción al portugués (2021). Sus cuentos se han publicado en revistas y suplementos literarios de Bolivia y algunos de ellos han sido traducidos y antologados en publicaciones de Bolivia, Estados Unidos, Suecia, Argentina y México. Ha formado parte de los colectivos editoriales de Correveidile, revista boliviana de cuento, Mar con Soroche, revista de poesía boliviano chilena y Alejandría, revista boliviana de literatura. Dirige la editorial alternativa Pirotecnia, entre cuyas publicaciones destaca la poesía de la poeta indígena Elvira Espejo, un homenaje a Víctor Hugo Viscarra, así como un volumen miniatura de homenaje a Arturo Borda. Entre otros, ha editado y prologado la Obra completa de Lindaura Anzoátegui, la segunda edición de Pirotecnia de Hilda Mundy, dos tomos de la Obra completa de Yolanda Bedregal, la tercera edición de la novela Íntimas de Adela Zamudio y de esta misma autora sus Cuentos y su Poesía (en coautoría con Mónica Velásquez). Además, en 2019 ha publicado El pensamiento de Adela Zamudio; en 2015 Antología del nuevo pensamiento boliviano (en coautoría con Silvia Rivera); en 2000, La otra mirada. Antología del cuento boliviano escrito por mujeres (en coautoría con Ana Rebeca Prada, editada por Santillana). Actualmente prepara la edición y el estudio introductorio de la Obra reunida de Adela Zamudio para la Biblioteca Boliviana del Bicentenario.
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EL SALVADOR | GUATEMALA | HONDURAS | MÉXICO |
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REP. DOMINICANA | URUGUAY | VENEZUELA |
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 172 | junho de 2021
Artista convidada: Elvira Espejo (Bolívia, 1981)
Curadora convidada: Vilma Tapia Anaya
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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