terça-feira, 20 de julho de 2021

MIGUEL MÁRQUEZ | La poesía de Leonardo Gustavo Ruiz

 


Somos ritmos extraños, disonancias

de estos pasos ausentes, no miradas, rumor

que no oigo más en las pisadas

pero que me descubren las distancias.

LEONARDO GUSTAVO RUIZ

 

La escritura poética de Leonardo Gustavo Ruiz seguramente tiene que ver, como mínimo, con esa particular forma de decir mientras construye las preguntas, de atender con cuidado a la relación de las palabras y el poeta, al vínculo de la poesía con el presente y el pasado, y a esa especie de condición suya para ubicarse en una relación paródica, de diamante, de geometría paradójica y lúdica con la gente y el mundo. Desde que lo conozco, y ya son nutridos los años, es alguien que cultiva el saber con gracia, es decir, con ligereza, al hablar de libros y autores, ideas y filósofos, temas y contextos. Ha leído y estudiado mucho. Hablo de alguien muy elaborado en las ideas literarias y culturales. Y el hablar con él siempre pasa por esa distinguida amabilidad que le da al buen trato con los otros dentro de un sistema de humor muy al día, sin excluir los esporádicos bajos fondos de la rabia y el sarcasmo.

Esta antología poética que le publicó Monte Ávila Editores Latinoamericana, en 2007, con el título El poeta perdido y otros textos, incluye varios libros suyos: Poemas dispersos (1977-1998), Heráclito Caín (1998), Libro de muertos (1999), Las proezas del solo (2001) y Fragmentos de un libro del poeta perdido (2004). Pienso que ya es hora de hacerlo, de acercarme con el mismo interés que tengo siempre por su poesía, por unas palabras que vienen apareciendo en estos días con una insistencia a la que debo atender, pues quizá es un hilo que debo entresacar porque que de algún modo extraño (como su obra) me busca y habla. Entonces, lo que me trae a esta aventura de su decir, de su escribir, es la estela de un contacto que inicié al escribir unas palabras para presentar un libro suyo en Caracas, en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Las proezas del solo, 2001) , y si no encuentro esos papeles, no olvido que en el comentario mencioné el encanto con esos versos, donde la modalidad del soneto era brillante y elocuente y traté de cifrar los enigmas de aquella materia envolvente con una escritura poética como barroca que, a manera de contrapunto lírico, era una manera poética de saludarlo y darle bienvenida a unos poemas por completo fuera de lo común y muy actuales en su decir y en su belleza. Hay que leerlos, pues son muchas las significaciones que seguro pueden encontrarse allí. Fue bonito aquel momento. En la actualidad conservo ese espíritu de entusiasmo para volver a sus páginas, cuando son cinco los libros que reúne esta muestra de 2007, y lo que traigo de nuevo es el tiempo y las ganas de hablar con sus poemas desde un deseo de diálogo y difusión que me lleva a sus versos. Así que la historia está escrita: los comentarios pasan, quedan los poemas. ¡Qué bueno!

Leonardo (1959) nació en Barinas, capital del estado con el mismo nombre (dato curioso en un escrito sobre él, ya que esa palabra es una ciudad y es un estado, una palabra que es una cosa y es otra y seguro que varias cosas más). Hijo del historiador, político, antropólogo y poeta, José Esteban Ruiz Guevara y de Carmen Tirado Villafañe. Para afinar más el clima intelectual de la familia, es pertinente mencionar que todas sus hermanas y hermanos también escriben: Tania es periodista, Mercedes historiadora, Federico periodista y poeta, y el mayor, Wladimir, era un erudito asombroso y político (como casi toda esta familia). Leonardo es el menor. Hizo estudios de letras en la Universidad de Los Andes. Está casado con la poeta Ana María Oviedo Palomares. Además de sus libros de poesía ha publicado varios libros de ensayos.

Para iniciar esta lectura que quiere dibujar algunas figuras que señalen directrices en fuga en una poesía a la que en la actualidad encuentro muy cercana con su inédita mensajería, selecciono con arbitrariedad una palabra que se presenta al visualizar la antología y hará la función acá de eje temático y de imán. Se trata de la noción de pérdida que está en la palabra que nos recibe: “perdido”, El poeta perdido y otros textos. (Hubiese podido seleccionar “Heráclito” o “río” o ambas y haber avanzado por la ruta de otra lectura. Algún día lo haré a ver qué pasa.)

Al revisar el índice veo que el libro que le da título a la antología no está en su integridad en estas páginas, sino que hay Fragmentos de un libro del poeta perdido (2004). Estos fragmentos como unidad parcial de libro están divididos en cuatro partes: “El polizonte”, “Casa llevada”, “Perdidas sombras de cosas, letras, voces”, “Poeta perdido” y “El río y la carretera”. Esta estructura llama la atención, pues este libro son fragmentos de una unidad que no está, es decir, configuran una ausencia hasta donde es posible configurarla. Lo que le que le da al conjunto y a los poemas el propósito de traer, recoger, atrapar, encontrar, dibujar, develar, darle rostro a la ausencia, a lo que desapareció y exige un esfuerzo para hacer de nuevo acto de existencia. Es la recuperación de la memoria hasta donde esto sea posible, hasta donde llegue la voluntad de ver y saber sobre el pasado y lo que queda de aquello que pueda ser asimilable y útil en el presente. Se parte de algo que no está, que se quedó en el camino y se tuvo en algún momento. Según el poeta pasó lo siguiente (lo dice en el prólogo): “Fragmentos de un libro del poeta perdido nació como El poeta perdido en 1996. El extravío en una editorial terminó por encajarlo en la propia temática del título; como su reconstrucción total fue imposible, logré reunirlo a pedazos”. Entonces, lo recuperado son como los restos de un naufragio. Fragmentos (pedazos) de un acontecimiento fundante en un origen de drama. Y no solo esto, sino que también este drama en tanto desintegración de lo que se tiene o se tuvo en un momento, mina y contamina a la existencia y a los libros. Dice el poeta en el mismo lugar: “Estos Fragmentos… seguirán fragmentándose hasta que desaparezcan aquellos rasgos que pudieron dar fisonomía, en un momento, a una imagen demasiado borrosa del poema y del poeta”. Que es a lo mejor a lo máximo que podamos aspirar: a ese borrón, a esa tachadura, a ese resto.

Estos Fragmentos de un libro del poeta perdido tiene varias secciones, y abren varias vías de averiguación. La primera sección y la primera pregunta es por el nombre de la misma: “El polizonte”, que, según el Diccionario panhispánico de dudas, es un coloquialismo “con valor despectivo, «agente de policía»”. Y busqué allí el significado porque me parece que en Venezuela lo utilizamos también para lo que el DRAE llama “polizón”: “1. Persona que se embarca clandestinamente. Y 2. Persona ociosa y sin destino, que anda de corrillo en corrillo”. Sin embargo, al buscar en el Diccionario del habla actual de Venezuela (de Rocío Núñez y Francisco Javier Pérez), ese vocablo, polizonte, no aparece. A nuestros efectos, ese policía en despectivo nos coloca ante varios temas hipotéticos que después veremos cómo se organizan de verdad en el texto. Hablo de la ley, de los defensores de la ley y de los que la infringen, de los que persiguen y de los que son perseguidos.  Plano policial y jurídico, tanto como psicológico por la culpa y el culpable, el esbirro y el sadismo, la fuga y la persecución. Si fuese la idea de quien se embarca clandestino en un transporte o que anda por ahí a la deriva, pues en lugar de la marca de una ley estamos en los predios quien se desmarca de los límites de costumbre de la geografía humana y pasa de un lado a otro, de una geografía a otra, sin ceñirse más que por su continuo devenir, por su continua errancia. Es alguien como al margen de la ley y sospechoso de inmediato para esta.

Luego está “Casa llevada”, sección segunda con un título tan sugerente. La entiendo como casa llevada por las lluvias, por el invierno, por los ríos de la memoria. Y casa que se emparenta con el camposanto en esta sección del libro. El poeta coloca otra figura en el mapa de esta parte, la casa, y se introduce por la ventana el sabor de la despedida y la vivencia precisa del desamparo.

Escribe en el poema “El Carmen”:

 

Crecen las tumbas al nomás recordar

el jardín de las viejas puestas de sol,

el olor de unos cedros en aquel cielo de agua

donde juego y dolor son lo mismo.

 

Y unos versos después:

 

Las cartas se hacen ilegibles en las verjas

del abandonado cementerio El Carmen

                         como ecos sin voces,

y esos líquidos pútridos dan sentido de vida

a un silencio roto a veces

por el lánguido suspiro de una efigie.

Esas lápidas parecen páginas desencajadas

                           en el vacío

mientras vuelves tu rostro hacia el camino

con el cigarro aún humeante en estos labios

que nunca pudieron decir las palabras

ya sin memoria, sin destellos.

 

Teníamos lo que llamamos lo policial-jurídico y ahora la casa como asiento, pero vista como casa en disolución, en desintegración, en “chillidos espantosos” que también eran la infancia. El poema tal vez como lo que se pudo hacer ante la dureza y los recuerdos. Y esos borrones, esos pedazos, esos fragmentos, es lo que permanece. Así creo que lo escribe en el poema “La espera”, cuando adviene, además, una presencia femenina y creadora que al parecer los hace viables:

 

La casa donde escribo es tan vieja como este poema

y en sus alrededores los años tardan en cruzar el jardín,

¿cuántos granos de arena?, ¿cuánta agua del río?

Mas entra, el día menos pensado, una mujer

 

Y se sienta en el borde haciendo la cama

olorosa al velador que hace años nadie rondó

 

¿Cuáles versos escribe y tacha, escribe y tacha?

 

Ella es sutil en su presencia, casi una figura

vaciada de sentido, pero sabe muy dentro de sí misma

lo intuido en los árboles por la época de su amor

 

¿Cuánta tinta ha hecho oscuro su reloj de sangre

para que ella presienta otros pasos en las hojas?

 

La casa está tranquila, ella se inclina para ver cómo

la casa está tranquila y sola.

 

Pasamos al tercer grupo de poemas de estos fragmentos y leemos el título: “Perdidas sombras de cosas, letras, voces”. Dice el DRAE de la pérdida: “Carencia, privación de lo que se poseía. 2. f. Daño o menoscabo que se recibe en algo”. El título habla de la pérdida de las sombras, de esas materias sutiles con las que evocamos a personas y a muy diferentes objetos. Materias que son puentes. Si perdemos esa dimensión de sombra es posible que no sean recuperables los objetos, las letras y las gentes. Y si uno pierde esto pierde la luz también. O sea, entre la luz y la sombra hay una continuidad de alma tal vez frágil, tal vez donde es preciso hilar muy fino para que no se desprendan entre sí, para que no se caotice la cosa, la cosa interior que nos alumbra y preserva bajo el alero de la interioridad. Es una zona de riesgo. De alto riesgo. En uno de los primeros poemas de la antología escribe el poeta:

 

La sombra es, para el otro, cuerpo.

La sombra es para el otro cuerpo.

La sombra es para el otro.

La sombra se para.

La sombra separa.

La sombra se para frente al cuerpo.

La sombra es.

La sombra es

la sombra.

 

Y aquí se percibe bien la atención del poeta a las perspectivas sonoras y poéticas de las palabras. Lugares y perspectivas, ángulos de visión y trabajo con la materia de los versos que lo acompañan desde hace bastante con los valores de la plasticidad y de la riqueza poliédrica de su escritura. Ruiz es un poeta enamorado de las palabras y hechizado por las mismas. Creo que en la vida con la oralidad, uno de sus mayores disfrutes puede que sea el juego con ellas. Y juega muy bien.

La otra sección es propiamente el “Poeta perdido”. Un poeta puede estar perdido por varias razones: éticas, psicológicas, metafísicas, físicas y patafísicas. Ya veremos (o no) cómo se da en él este asunto. Lo que sí quiero agregar es que esa forma de decirlo el poeta viene a ser como ocasión de pensarse y rehacerse a partir de la pérdida, en contacto con la carencia de una brújula fundamental, si es que con la palabra nos mantenemos en la ficcionalización de orbes que posibilitan una reconciliación en el sentido y el sinsentido de la vida y la muerte. Lo que me llama la atención es el acento de nuevo en el límite, en la franja de lo imposible, de la orientación y la desorientación. Además, “Poeta perdido” viene a ser una señal condensadora, metafórica, ¿de qué?

Escribe el poeta:

 

La poesía desanda hacia el pasado que trae.

 

Aspira inventar un tiempo al que le falta tanto

y sin embargo se mueve,

respira por la herida del rayo más antiguo,

enloquece, a fuer de lucidez, a sabios y doctos,

ilumina a aquel que solo lee un cuerpo con sus manos,

poesía que ahonda el artificio de los aviones nocturnos

que zarpan sin que haya niebla o pájaros,

según papel llevado en un bolsillo

a la hora de la muerte   ¿de quién?

pero el cadáver del escindido jamás leerá.

 

¿Cuántos escriben con esta sola mano?

¿Cuántos leen el poema con los ojos de otro?.

 

Y al decirlo, al hablar de partes, al hablar de estos poemas en esta parte del libro como lo que quedó de una unidad perdida, estamos hablando también de que hay o hubo algo o está siendo todavía de los que estas palabras son testimonio. Se da cuenta de una experiencia. Escuchemos el epígrafe de la poeta Enriqueta Arvelo Larriva que parece dar pistas:

 

Regresar al punto donde comienzan los caminos.

Convivir con los signos, con los presentires,

con los horóscopos.

Y ajustarse de nuevo el alma.

 

Sabia la poeta… Sabía mucho. Hasta donde es razonable suponer, pienso que no es en demasía imaginar una experiencia de renacimiento en ese regresar del que habla la poeta hacia un punto de origen, un punto de comienzo envuelto entre signos y presentimientos donde, ella dice, junto a los horóscopos, o sea, junto a ciertas líneas de la vida que pueden leerse por los datos justamente de las coordenadas del nacer, uno ajusta de nuevo los desórdenes del alma, se reajusta de alguna manera por la vía de los actos, de lo que sucede, de lo que permite un tal arreglo del alma consigo después de los desequilibrios. Y para esto hay que regresar, andar hacia atrás, en dirección “al punto donde comienzan los caminos”. En este sentido, asistimos a una doble tarea: recuperación y reinvención. Hacer del regreso al pasado el patrimonio de una transformación que tiene la mira en no seguir tal cual por donde se iba y en precipitar las modificaciones verbales que le permitan al alma continuar. Se trata, quizás, de preservar el alma, y ajustarse de nuevo en esa forma (de ver y sentir, de hablar y escribir) que requiere un esfuerzo específico.

El primer poema de estos Fragmentos…, en la primera sección, se llama “Desde mi puerto”. Es la consideración en cuanto a un sitio en tránsito hacia viajes probables. Escribe el poeta, entre otros versos:

 

Desde mi puerto de aguas dulces

veo venir lanchas que soñaban

                                                el olvido.

(…).

 

El segundo poema de “El polizonte” es un poema que estimo muy valioso para seguirlo con detenimiento y encontrar una elaboración del poema y las ideas poéticas que iluminan el camino de lectura con lo que los versos dicen y a su vez ocultan. Se llama “Historial”. Es un poema largo. Lo leeré por períodos tratando de encontrar momentos diferenciados y continuidades. Es una historia, eso afirma el título. Es un recuento. Pero no solamente es una historia. Un historial es otra cosa, es una especie de documento sobre ese pasado, una relación de hechos en función de levantar una causa que dé cuenta. Dice el DRAE de “historial”: “Reseña circunstanciada de los antecedentes de algo o de alguien”. Escribe el poeta:

 

El bar junto al muelle desde donde viajar

es como una rosa que empieza

a marchitarse entre los dedos,

arrima la imagen de un trigal lejano.

La amapola atrae la vista, y gira

la imaginación con vueltas de molino

hacia el tiempo recuperado

de la ensoñación de unas cervezas.

 

Bueno, dije antes que quería seguir la pista a estos poemas. Seguir una pista es hacer ideas de trabajo y avanzar en la experiencia de la lectura de un libro sin un planteamiento teórico previo. No somos críticos literarios. Ni esto es una tesis. Nos gusta y motiva la lectura como momento para discernir en aquello que nos suscita un punto de partida de reconocible admiración.  Lo que quiero es escuchar y hablar en torno a estos versos. No pretendo una verdad objetiva, pues me anima lo que sucede en el encuentro con estas palabras. Un encuentro por entero subjetivo. Es por esto la digamos “confianza” para ir de un lado a otro. Al leerlo lo hago como un juego de alma en el diálogo por la vía de la piel, del contacto de lector con el universo de lo que lee. Es una experiencia donde el cuerpo está involucrado, no solo la mente. Están también los sentimientos, los afectos: una subjetividad con lo más y menos referenciable o precisable.

En estos versos citados de la primera estrofa creo que pasan muchas cosas. Se refrenda la idea del viaje. Estamos en un río del llano. Hay varias locaciones: el bar y el muelle. Elementos: una rosa, un trigal lejano, una amapola, unas cervezas. Circunstancias interiores y exteriores: un proceso de marchitamiento, una imagen fresca a la distancia, la imaginación en pleno movimiento, un tiempo recuperado, un instante de ensoñación que anuncia la atracción por las vísperas y lo marchito. Por la ilusión y el fracaso. Como autores que se deslizan entre las palabras: Proust y Cervantes. En busca del tiempo perdido y a lo mejor, esas aspas de la imaginación que con amapolas tienen un aire de Quijote a la deriva en sus amores y en sus duendes.

Hay un lugar entonces, un lugar de interioridad bien diseñado.

Segunda estrofa:

 

Imágenes del viaje aquí en esta casa

que se mueve como barco,

casi una metáfora de la sombra.

Casa y viaje, caverna de otro ensueño

abierto en el cuaderno, garrapateando

bajo el árbol cuanto he escrito al dorso

de un sobre ensalivado en el arroyo.

 

Lo que veo aquí es al poeta mientras lee lo que va escribiendo. Interpreta lo que escribe y dice que se trata de un viaje y de un viaje interior. Sucede en una casa, una casa-barco, una casa de bar y barco y especifica: “casi una metáfora de la sombra”. Qué importante, pues a este efecto de oscurana se le convierte o es compañía a la que hay que cuidar porque, nada menos, es metáfora de la casa y el viaje que testimonia en sus poemas. Y dice, a consecuencia de lo que venía diciendo:

 

viaje al fondo de la sangre

diseñando los mapas de una casa.

 

No está de más preguntar por ese viaje al origen y ese particular gerundio del “diseñando”, pues pudiera entenderse que en ese extremo de la sangre están las líneas de ese horóscopo del destino y el carácter. O bien que al ir a ese fondo se podrán otra vez rediseñar los mapas. Tal vez las dos son trenzas hermanas.

Tercera estrofa:

 

El extranjero sabe ausente

el gesto de la amante. Busca entonces

otra sombra que le siga,

la voz de una lengua que le hable,’

la mirada de la Otra no menos ausente.

Sabe fugaces las caricias

apagándose las voces, los susurros,

ciegas y huidizas las miradas.

 

Si nos mantenemos en la idea de que todo viaje también es un exilio, de alguna manera el que lo hace encarna la figura del extranjero para aquellos adonde llega y para él en cuanto a lo que descubre como nuevo y en relación a aquello que abandona y lleva a cuestas. El tema es que hay un terreno diferente y constata una ausencia específica, la del “gesto de la amante”. Y ante esa falta busca otra sombra, otra lengua, porque no hay gesto ni mirada de esa Otra en mayúscula que se ha ido y está vinculada a la piel, a las caricias, los susurros, a miradas huidizas que son ciegas. Extranjero quizás desde esa mítica distancia que queda tan a lo lejos. El asunto es que quien anda vaga solo, solo con las letras de la ausencia, solo con la sombra de una amante que no tiene.

Cuarta estrofa y uno versos más:

 

Dios, algún dios, habita estos confines,

crea desde los rincones el mundo.

Si no existiera habría que hurgar más adentro

para hallar el maná en las alacenas vacías.

 

El vacío está lleno de vacío

en el lugar de Nadie donde mediovivimos.

 

Si hay un dios, sigamos buscando

por los rincones hasta desaparecer.

 

Claro que es complejo lo que pasa y lo que no pasa, y lo que no se puede pasar por alto. Lo que pasa es complejo porque convoca a Dios a estar presente. El trazo de las líneas demarcadoras del circuito, el que da el alma al alma. Ese que crea el mundo, que le da forma y figura, geografía de cuerpo al cuerpo. Antes se hablaba de un cosmos. Ya no damos para tanto, pero Dios, aunque muerto, es el mismo que viste y calza, es un ápice y una garantía, porque si no existe acá hay que seguir buscando, porque “El vacío está lleno de vacío” y alguien tiene que poner el fin y el principio. No todo puede ser un caos. Un mediovivir entre cero mata ceros. Dice el poeta en una escritura ya no sujeta a la distribución estrófica, sino a las urgencias metafóricas, que:

 

Nadie se ausenta ¿de dónde?,

de una tierra prohibida, la pequeña

parcela virtual que nos contiene.

 

Qué trío de versos, pues hay una marca que señala la “tierra prohibida”, y al mismo tiempo, con ese principio hay algo que viene también como por ejercicio de la misma: esa parcela virtual que nos contiene con el dibujo del terreno y los límites de las diferentes geografías, aquellas líneas de arquitectura existencial, de arreglos para poder estar. Continúa:

 

No hemos muerto en el tiempo

                                      si hay gusanos.

No hemos fracasado

                                      si hay dolor.

No hemos partido nunca si arribamos

a la tierra de Nadie

                                      ¿para qué?.

 

¿Será que el que mucho niega mucho afirma y sí estamos muertos por las evidencias, y hay fracaso en tanto dolor, y el viaje no se hace y no se ha hecho porque no se parte nunca, porque no se sale de allí y solo se da vueltas en círculos sobre el eje de una tierra de Nadie? Oigamos:

 

Me devuelvo hacia delante.

La ruta de los ojos no te engaña.

La línea, el horizonte de la mano,

destina tal vez lo no deseado,

pero allí está la oscuridad

como una especie de salida.

                                        Me devuelvo

a soñarte aun a tientas, terrón de Nadie.

 

Y volvemos a Enriqueta Arvelo Larriva y a esas líneas de la mano donde se escribe el destino, y apunta el poeta que tal vez lo que espera es el destino de lo no deseado, la realización tupida de la oscuridad como salida, un regresar hacia el futuro y dejar atrás lo que es preferible que se quede allá. No salir tanto y mejor acaso entregarse a los sueños desde el terrón que le corresponde. Y sigue:

 

El extranjero sigue aquí, mezclado

con el barro y Nadie allá

                                       nostálgico,

el poeta y su exilio sempiternos,

simultáneos.

 

Estas cursivas no sé de dónde vienen, pero pueden estar cerca de los versos de un poeta que Leonardo conoce bien y de un cantante que le puso voz y música a un amargo exilio. Hablo de Luis Cernuda y Paco Ibáñez. El poema: “Un español habla de su tierra” (dice el poeta de Ocnos en algún momento: “Caínes sempiternos, / de todo me arrancaron. / Me dejan el destierro”).

Regreso al poema “Historial” y lo recién citado antes acentúa la condición de exilio permanente en el poeta y la instalación de la nostalgia. Pasemos a los versos siguientes:

 

Catalejo, minúsculo instrumento

de lo grande. Ningún poema lava sangres.

 

¿Será que introduce elementos para pensar en la función de la escritura del poema? Es posible. La imagen del catalejo como propia de la condición óptica del verso ya es bastante. Todo un instrumento de visualización, de formalización, de acabado en el descubrimiento. Por otro lado, esa sangre del poema, esa sangre que el poema no lava, esa herida abierta que no cesa, que no se cura. Agrega el poeta:

 

Pasa esta tarde como un silencio

                                      en la acera, forastero

con la extrañeza de todos en los labios,

sabor amargo, dulce, tan lejano.

Bebe vino nuevo en odres viejos,

Cata el agua salobre de otras cráteras.

 

La voz del extranjero pregunta ya lo mismo

Y su respuesta me traspasó la cabeza

como el agua atraviesa un tamiz”.

 

Bellos versos estos que cita en cursivas el poeta y que me vienen con un aire bíblico que no ubico. Lo que sí reitera el poema es lo forastero, la extrañeza, lo amargo y dulce de la experiencia y un enigmático beber en odres viejos, que sí es bíblico y bien localizable. Creo que andamos por los predios del libro sagrado para darle paisaje de fondo a una condición atávica. Y continuamos:

 

Esta tierra del extraño, qué es,

este desierto, esta montaña nevada,

esta llanura pelada, estos arrozales,

eriales, baldíos, qué son,

tendidos eléctricos, vías férreas,

caminos empedrados cómo son,

estaquella tierra donde todo es lo mismo.

¿Adónde vamos sino en idéntica dirección

o a ninguna parte, al sol,

al azimut, al cenit, al abismo?

¿hacia arriba o hacia abajo?

¿el río del extranjero viene, va?

¿remonta acaso el mar los riachuelos del monte

                                        donde no nací?

 

Extraña esta tierra del extraño, poblada de preguntas en torno a aquello que le rodea con una sequía de proverbio y esa falta evidente de respuestas, esa acústica en la nada. El tema es que se está en ese momento sin saber de qué se trata. El viaje, sí, pero adónde, ¿a ninguna parte?, ¿hacia el norte o el sur? Por aquí se pierde horizonte en tanto se pierde la brújula. ¿El horizonte del polizonte? Quién sabe. Y me pregunto, ¿cuál es la epifanía que puede surgir en este desierto metafísico? Luego dice entre paréntesis:

 

(Por poco tiempo sigue el gato

al que huye, enemigo del laberinto

que no aguante un cerrarse de once puertas

en despedida, que no oye

la guitarra del final en la taberna

como hilo del olvido. El gato

que no arranca las páginas

lanzadas a canales y torrenteras

en pos de lo no escrito –inolvidable–

como un salto mortal).

 

Así es, un salto de acróbata que me recuerda al Zaratustra de Nietzsche viendo al equilibrista cuando “había comenzado su tarea: había salido de una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda, la cual estaba tendida entre dos torres, colgando sobre el mercado y el pueblo. Mas cuando se encontraba justo en la mitad de su camino, la pequeña puerta volvió a abrirse y un compañero de oficio vestido de muchos colores, igual que un bufón, saltó fuera y marchó con rápidos pasos detrás del primero. «Sigue adelante, cojitranco, gritó su terrible voz, sigue adelante, ¡holgazán, impostor, cara de tísico! ¡Que no te haga cosquillas con mi talón! ¿Qué haces aquí entre torres?»”. Es así, grandes preguntas entre grandes abismos y la tarea de avanzar en el aire sobre una cuerda que es tal vez la cuerda del poema y de un poeta que no concuerda con la vida. Están también el gato (ojos, mirada, inteligencia, agilidad de movimientos de equilibrista sabio), el laberinto, como corresponde, la guitarra que suena en una taberna como la sabe rasgar el olvido.

Tierra misteriosa la del poema y la de la experiencia interior. Tierra que se anota en el desenvolvimiento, la muestra, la geografía del poema en su vertiente dolorosa (por su despedida de enigma) y en la de dar la bienvenida con lo único que tiene: los poemas. Escribe Leonardo:

 

Difícil es elegir el lugar imposible,

por más que esté en el tiempo florido

el polvo disperso de la esfera;

difícil elegir el momento de llegar

adonde Nadie sabe.

Y sin embargo, estas palabras…

 

Foráneo, forastero,

fuereño con un diario de hojas secas,

abatido por dudas, por olvidos,

garrapateados en la penumbra,

extraño renovado en un hotel

del extrarradio, con una panorámica

de humo negro, de camiones grotescos,

retraído ante vaharadas de angustia

y cerveza,

enroscando medusas, espaguetti,

maniatando el deseo, esa bestia.

 

Que es como decir la casa arde en estas cursivas que queman, porque aquí ya habla Nadie, Nadie tiene voz para sonar de eco en el momento de la ausencia, de la carencia. El salto mortal que no se empina sobre el desafío. Esa tierra donde todo es lo mismo y los odres son viejos. Habla Nadie entonces y abre las puertas del oráculo para decir lo que tiene que decir al orante desgraciado y le pega en la cara las hojas secas, el diario abatido por la lengua, por el encono, por la duda y el olvido donde Nadie reina y no cede un milímetro de su ancho territorio. Oh, el Señor de la caverna, el Señor del abismo agarra una pala y toma lo que le pertenece con ese humo negro y los camiones grotescos de su cofradía. El deseo, esa bestia, ya está en su sitio, en su celda.

Y dice el poema en la estrofa final:

 

¿Adónde va, de dónde viene el polizonte?

Al perdón y al olvido de la furia del pasado

en que las oscuras aguas ansiaba,

de los que ninguno ha de salvarse

ni estancias del silencio

ni debajo del cielo más apartado.

¿Adónde va furtivo el impostor

sino a la tierra prometida –ese espejo

de otra identidad allende el tiempo?

Los lugares le son desconocidos.

Los sitios de llegada no le esperan.

La novia no le aguarda allá en el puerto.

Los ojos del malecón no le ven.

¿Adónde entonces va, de dónde viene?

 

Qué buen final abierto al tiempo de la lectura y a los regresos posibles para encauzar de algún modo lo que veníamos haciendo con los versos y que en este momento vemos o palpamos obstáculos, como el de que efectivamente “polizonte”, en ciertos circuitos de Venezuela, es una palabra para hablar del “furtivo impostor” y de su viaje camuflado por identidad desconocida. Polizonte, porque el tema es la identidad, el pasar agachado en la aduana sin decir quién vive ni quién va. Es como pasar agachado con una muerte en vida, con una vida bajo figura de muerte. La identidad aquí se inventa y transmuta como por arte. Aquí como que, si no en balde, casi como en balde, como sin destino y sin respuesta, está alguien atravesado por el pico de las preguntas, por no decir atragantado y desolado en medio del desorden. Eso es lo que tenemos como resto, lo que queda en preguntas enunciado. No se sabe de dónde viene ni adónde va. Es una estación de tránsito el poema sin un destino conocido. Un boleto abierto a ningún lado. Más adelante, el poema “Propiedades”, le dará otras vueltas:

 

la palabra indecible rompe el silencio:

                                                                instaura

el espacio sagrado del poema,

la palabra del poeta con sus signos ganados

a un orden que es el cosmos.

 

Y esta es la epifanía en la vida del poeta: su escritura.

En la sección “Casa llevada”, hay un cambio importante, se atenúan las interrogantes de origen o destino, la identidad y el sinsentido, el yo y el otro, las polaridades enfrentadas, y un tono más arraigado, “a ras de música” y cariño, de nostalgia y recuerdos, de lírica y sentimiento, allana los conflictos con una mirada al parecer más integrada desde el comienzo de los tiempos. Es como una canción. Estas modificaciones, estas diferencias las explica bastante bien el mismo Leonardo al decir en el prólogo de la antología unas palabras que hay que tener muy en cuenta para navegar mejor en este río que tiene diversos raudales: “Los libros se van formando de la reunión, a veces arbitraria, de poemas; pero un libro de libros, hecho antología personal, retrotrae la diversidad de momentos en que aquellos fueron concebidos y labrados. La verdadera identidad del poeta es esa especie de capa o máscara de momentos en que sus versos se reconocen como diversos, casi como ajenos porque, entre otras cosas, el poeta va cambiando sus respuestas –o sus interrogaciones– frente al rayo, la ciudad y a la muerte. Si alguien está seguro de seguir cambiando hasta el último hálito de vida, ese es el poeta. Por ello, reunir libros de poesía escrita por uno mismo es constatar la existencia de las distintas personas que han buscado aflorar disfrazadas de palabras en el momento de cada poema y de cada libro”. Y esto se cumple a cabalidad en esta antología de Leonardo Gustavo Ruiz, donde no pocas veces me ha venido a la mente un verso de Jorge Luis Borges cuando habla de, en “Mateo XXV, 30”, entre la suma infinita de acontecimientos con los que ha contado un poeta para decir lo que hay que decir, que contó también con “días más populosos que Balzac”. Es decir, con un amplio espectro de lo humano. Ese abanico de espejos uno lo observa en estas páginas donde cambian los enfoques, los tonos y las maneras (por ejemplo, el muy bello y logrado libro Las proezas del solo, escrito en sonetos y sextinas).

En este sentido, creo que lo mejor es invitar a la lectura de estos poemas, de estos libros que dan fe de una dimensión poética que en lo particular admiro por la intensidad de sus preguntas y respuestas, elucubraciones y versificaciones ficcionales sobre la vida y la escritura. Es una poesía que me entusiasma y hace sentir bien con sus investigaciones y hallazgos. Siempre, esto hay que decirlo, el poeta está sumergido a pleno sol y a plena luna en el compromiso de lo que dice. Y esto lo celebro y también se siente en el sistema eléctrico de sus emociones. 

Para finalizar esta lectura voy a seleccionar y comentar algunos versos de la tercera parte de los fragmentos, la que lleva por título: “Perdidas sombras de cosas, letras, voces”.  Son muy significativos los dos títulos de entrada: “Personaje/Poema” y “Simulaciones”. Juego de apariencias, de máscaras, de personas, actores, guiones, personajes. Contradicciones: “Las cosas no parecen lo que son”, y en el mismo poema: “todas las cosas le parecen lo que no son”. Entre sones y no sones hay una pared desnuda, digo, una referencialidad desprendida, alterada, afectada en lo más íntimo. Lo que es. ¿Qué es lo que es además del teatro? Como si fueran ecos las cosas. Como si las cosas fueran ecos. El aire de la ausencia hace sonidos. El vacío suena. Y el poeta entonces con las letras ve cómo despiertan micromundos que estaban como a su espera. Y escribe:

 

Perdidas de todo posible contexto, algunas letras

se me acercan como seres, cosas reales,

urdimbres de hablas insólitas

para aludir al sinsentido.

 

La ele sube al piso de mi cuarto hasta el cielo.

la be es una persona desnuda en un estanque

mientras la zeta raya en el horizonte de papel.

(…)

 

Es como si las palabras se distanciaran de las cosas, al punto en que las letras se autonomizan y crean relaciones espaciales y musicales entre ellas que distan cada vez más de los significados al uso, de las personalidades al uso, y es el desuso el que toma la partida en las manos como un jugador que lanza la apuesta en el repique astral de las ballenas.

Es otra lógica la que sale del agua entre “Algunas letras perdidas del poeta perdido”. Ya sobran los nombres propios.  Y así vamos buscando una clave hipotética en un libro virtual que a lo mejor no existe. Una señal de entendimiento, un signo de los acuerdos que conserve algo de clarividencia, de videncia clara. Y a lo mejor lo óptimo está en no encontrar nada que soporte y sea distinto a las palabras y repasar con atención los toques de preguntas en estos versos interrogantes y acuciosos, que andan haciendo laberintos como lo más apropiado para decir: “Esto soy, esto es el mundo, esto el poema”.

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