terça-feira, 30 de novembro de 2021

LUIS FERNANDO CUARTAS | Flor María Bouhot: una flor que no se ha dejado mancillar

 


Existe en Colombia un árbol que da unas semillas en forma de vasija, coquito, guaira, recipiente, que se llama Cóngolo, sonoro nombre que le da nominación a un barrio en el municipio de Bello. La palabra misma suena a fiesta y a conjuro. En 1949, vivió allí, una niña con el color imantado en toda su imaginación desbordada. Diseñaba la ropa de sus muñecas, jugaba a reinados infantiles con discursos y decorados que ella se inventaba. Cocinaba meriendas y “sancochitos” en lotes vacíos, donde fue creando un mundo fantástico entre el barrio y sus andanzas. Vivió en Puerto Berrio, un puerto del rio Magdalena, con el calor, el sabor, la lúdica porteña, entre el juego, la danza y el mestizaje. El color se fue apoderando de su sensibilidad creadora, entre retazos de la miscelánea de almacén de sus padres y el apoyo de un pintor italiano sumergido en los climas bravos del trópico, fue consolidando una fuerza para el dibujo y la pintura. Su obra es candente, salpicada de humor, sensualidad, erotismo y rebeldía. Creció entre poemas, recortes de revistas, pedazos de telas, sueños y tradiciones orales, entre mujeres negras, amorosas y tiernas, entre algo silvestre, crudo, fascinante, lujurioso y onírico.

Flor María inicia estudios de arte, en una época que ser artista es algo así como marginado, extraño, enloquecido o medio anacoreta en un mundo de soledades y de extravagancias. Más lo intentó, arranca con fuerza, sin pudores, lanza su fuego, levanta alarmas, seduce y establece alianzas, participa en grupos, crea afinidades y colegajes. Con sus excelentes calificaciones logró la beca para estudiar bachillerato, ganar confianza, hacerse ella misma profesora, crear una figura de reconocimiento en el medio. Duros comienzos donde había rechazos y mediaban “roscas” y conflictos de por medio entre artistas. De la época de Ethel Guilmour y Dora Ramírez, grandes artistas, tiempo en que fue formando su obra, que es un gesto solidario con los no nombrados, con las prostitutas, el mundo de la noche y sus fantasmas carnales, con los anónimos del carnaval y las francachelas. Las muchachitas de los pueblos, las mancilladas, las oscuras, el mundo del travesti y del homosexual, una mirada que enaltece a estos seres y les da sentido y dignidad a sus vidas.

Compulsiva con la fotografía, con las escenas urbanas, la calle, el bar, la fiesta, el sexo, la soledad, el desbordamiento de los sentidos, la tristeza, el carnaval y todo lo que implica un mundo de boato, maquillaje, adornos, danza, máscaras, la desnudez y los aquelarres. Su obra trata sobre los “no nombrados”, la cuidad y sus habitantes olvidados, pero no es un panfleto ni una diatriba, ni queja ni insulto, es una puerta abierta donde entran y salen personajes en una galería de asombros cotidianos. Sus colores son atrevidos, perturban, exaltan, crean magia, es el deseo y la provocación, el erotismo tropical abierto y sin tapujos. Hasta las frutas, los bodegones respiran una sensualidad sin límites. Explora la sordidez, las vidas truculentas y tormentosas, sin caer en una mirada mórbida, escatológica o descarnada, su mirada enaltece el mundo que ella comunica. Da dimensión humana a esos seres anónimos que se pierden entre las callejuelas urbanas.

Estuvo, entre muchas otras muestras colectivas, con María Teresa Cano, Martha Ramírez, Luis Fernando Uribe, Cristóbal Aguilar José Antonio Suárez, en Finale, en El Poblado, barrio de Medellín. La muestra tuvo gran repercusión en la ciudad.


Su vida no ha sido simple, perdió a su esposo en un lamentable atraco que le hicieron a él, a ella le han dado dos derrames cerebrales, los ha superado con una enorme fuerza de voluntad. Tuvo una época que perdió la memoria de algunas palabras, la ortografía, como en una escena garciamarquiana, apuntando todo en un libro de cosas cotidianas.

Flor es informal, abierta, cordial, siempre con una postura irreverente, su jovialidad no le quita esa altura moral, esa belleza de hacer una obra mucho más allá de los actos oficiales, los halagos y las condecoraciones. Ella es sencillamente una flor, y las flores no piden permiso para mostrar sus pétalos. Sin pudor y sin miedo la flor hace su jardín.

Precisamente para contemplar su obra y acercase a su biografía hay que pensarla como una mujer que en su época más juvenil se arriesgó a la noche, a los lugares de bohemia, en los intrincados urbanos y los recovecos de barriada. Egresada de artes plásticas de la Universidad de Antioquia, Medellin-Colombia, siempre le apostó a una carga explosiva del color, a lo urbano y lo marginal. Siendo niña aún con una maestra de nombre Otilia, le enseña dibujo basado en las revistas de diseño de ropas, cartonaje y modelaje, hasta que se fue saliendo del canon y logra sus propias creaciones. La mamá era trabajadora de Fabricato, una empresa textilera arraigada en Bello Antioquia. El padre bisnieto de un emigrante francés, fue empleado del ferrocarril. Por eso se traslada la familia a Puerto Berrio, puerto sobre el río Magdalena. Allí la familia monta un almacén de misceláneas. Allí se enamora de telas, texturas, objetos de perfumería, donde va creando un mundo mágico, más la visión portuaria de obreros y mujeres seducidas por malandros y marineros de agua dulce. Un ambiente sórdido escribe poemas, dibuja, crea personajes, que luego le servirán para su posterior trabajo creativo.

En Puerto Berrio un artista italiano-Basili-, le da elementos mucho más consolidados de dibujo y le proporciona materiales, pinceles y pinturas. En sus viajes a Medellín, toma clases con Lola Vélez una artista de Bello, que había estado en México y conocía a Siqueiros y a Rivera, con una mirada crítica sobre esa obra, montó un taller muy conocido en Bello. Allí estuvo Flor María como una adelantada estudiante; también estuvo en manos de Jorge Marín Vieco, de una distinguida familia de artistas.

Ya a los 18 años, en plena flor, regresa del todo a Medellín, termina bachillerato nocturno Liceo departamental Francisco Antonio Zea, que luego pasará a llamarse Bellas Artes. Bajo la influencia notoria inicialmente de artistas como Rafael Sáenz, Emiro Botero, Eduardo Echeverri, y con una gran admiración por Paul Gaugin, Toulouse-Lautrec y Matisse. Se gradúa como maestra en artes Plásticas en 1981, indudablemente se siente esa fuerza del color del puerto, de los habitantes de los prostíbulos, los homosexuales, los ebrios, los carnavales, la fiesta y el goce de los cuerpos. Hizo muchos registros fotográficos de barrios considerados marginales o de cierto temor moral para su momento. Su irrupción en las artes plásticas causó un efecto entre la admiración, el desconcierto y algunas formas de rechazo. Para los años 80 había un grupo de jóvenes creadores con propuestas y alternativas muy osadas, entre ellos estuvo Flor María. Eran los días de la generación Urbana y el grupo de los Once, todos ellos antioqueños. El color vibrante, el uso de nuevos materiales, con una carga emocional muy relacionada con la ciudad y sus devenires, algo que pocas veces se había sentido y que genera una explosión pictórica provocadora e iconoclasta.


Aparecen cuerpos desnudos ofrecidos como voyeur para los visitantes a las exposiciones, labios fogosos, metidos en las sombras de barrida, entre cantinas, bares, lugares de danza, carnavales y bazares. Crea un paisaje, o mejor recrea un paisaje de decorados como los del Art-Deco, pero puesto en otras dimensiones, camas, sillas, butacas, gobelinos, motivos de flores y lugares entre lo sórdido y lo festivo. Su obra trasgrede. logra dar un golpe al racismo, a las segregaciones sexuales, a prohibiciones mojigatas. Era una explosión de arte en una sociedad conservadora.

Es un goce orgánico ver su obra, un mosaico de la vida cotidiana de los no nombrados: el loco, el travesti, el habitante de la noche, toda una mirada pluri-etnica, muy abierta, donde exalta la diversidad sexual, las discapacidades, lo no nombrado en sociedades pacatas y llenas de temores.

Fue la esposa de Antonio Sierra destacado dibujante y caricaturista antioqueño, se casaron en una poética ceremonia realizada por el crítico de cine y a la vez sacerdote Luis Alberto Álvarez, en una iglesia cerca al centro Barrio Campo Valdés. En una casa, en otro barrio de Medellín, Bario Buenos Aires tuvieron un taller de linóleo, que duro más bien poco tiempo. En la década de los 90 se traslada a Bogotá y es cuando hace la serie de las amantes, instancias de estaxis, pinturas de Carnavales, con trajes coloridos, mujeres voluptuosas y contrastes de fondos floridos y mundos paganos de burdeles y lugares de lenocinio.

En el año de 1980, en un atraco callejero mataron a su esposo, un duro golpe para ella, que le produce un derrame cerebral, que lo pudo superar después de haber perdido movilidad y prácticamente la memoria. Una magia entre la poesía y el color, la pone en contacto con los bastones de mando ceremoniales, los rituales manticos y una vocación de afinidad y amor por los seres anónimos y olvidados de su tierra. Una fuerza espiritual sin precedentes supera las crisis y se va a vivir a México donde le ha puesto toda su energía por lo simbólico de las medicinas naturales y el contacto con saberes ancestrales.

Sus obras le han dado la vuelta a muchos países, muchos de sus cuadros están en colecciones privadas en Alemania, Holanda, Noruega, Estados Unidos, México, Venezuela, en el museo de Antioquia y en el museo Nacional en Bogotá.

Una mujer valiente que le ha tocado momentos muy difíciles, pero que sigue con ese beneplácito por la vida, esa sonrisa amable y ese gusto por la rebeldía, que le ha dado ese sello inconfundible.


He tenido la posibilidad de hablar con ella, no sólo en la emisora de la Universidad Nacional, en mi programa Taller de Luna y en el grupo de literatura y paisaje, siempre con esa cordialidad y esa disposición a compartir que la hace tan generosa y dulce. En esa cara amable y tierna habita una mujer talentosa, de un gran valor social e imaginativo, una mujer que encontró en el cuerpo urbano, en seres anónimos y en lugares “prohibidos a congéneres tan dignos y tan presentas sus historias que han sido llevados a sus cuadros con una honestidad y belleza inconfundibles. Es una verdadera estética del goce y el placer de los colores, la policromía del deseo y la reivindicación de las historias anónimas de ciudad.




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[A partir de janeiro de 2022]
 

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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 189 | novembro de 2021

Curadoria: Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1956)

Artista convidada: Flor María Bouhot (Colombia, 1949)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

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