Introducción
“¿Cómo
se puede narrar la violencia, sobre todo cuando alcanza niveles de desmesura y horror
que arrasan con todo lo que de humano hay en el hombre?”, se pregunta el crítico
uruguayo Gustavo Lespada (2015), refiriéndose a la violencia en la literatura latinoamericana
reciente. Desde otra perspectiva, cabría preguntarse: ¿es posible dejar de narrar
esa violencia sin límites que atraviesa la historia y la cultura de esta región
del mundo, con denominadores comunes y particularidades específicas por época y
país? ¿Y cómo abordarla desde el lenguaje propio de la narrativa de ficción, claramente
diferenciado del discurso sociológico?
La violencia abarca un amplio espectro, que
incluye entre sus manifestaciones más visibles la guerra, la represión estatal,
la pobreza, el hambre, el crimen organizado y la violencia de género, término que,
según Naciones Unidas, “se utiliza principalmente para subrayar el hecho de que
las diferencias estructurales de poder basadas en el género colocan a las mujeres
y niñas en situación de riesgo frente a múltiples formas de violencia”, y además
describe “la violencia dirigida contra las poblaciones LGBTQI+, relacionada con
las normas de masculinidad/ feminidad o las normas de género” (ONU Mujeres).
El presente artículo analiza el tratamiento
de la violencia de género en el cuento hondureño del siglo XXI, específicamente
la violencia contra las mujeres y las niñas, en cuatro narraciones publicadas entre
los años 2012 y 2019, correspondientes a tres autoras y un autor: Mimí Díaz Lozano,
Jessica Sánchez, Rebeca Becerra Lanza y Kalki Martínez. Para los fines de este artículo,
se ha considerado relevante el contexto biográfico de las autoras y el autor, si
bien se entiende que estas circunstancias no determinan el valor literario que se
pueda atribuir a las obras.
Los cuentos se presentan en orden cronológico,
atendiendo a la fecha de su publicación.
“La prisionera”, de Jessica Sánchez
Nacida
en Lima, Perú, en 1974, la escritora hondureña Jessica Sánchez es licenciada en
Letras y una voz reconocida de los movimientos feministas en el ámbito hondureño
y latinoamericano. Su gestión en cargos directivos de sociedad civil ha contribuido
a generar espacios para la organización y creación artística de las mujeres, incluyendo
concursos literarios y la fundación de una Escuela de Narrativas Feministas. Como
defensora de derechos humanos, brinda acompañamiento a mujeres víctimas de violencia
de género, de la que ella misma es sobreviviente (entrevista de Óscar Estrada, 2016).
Infinito cercano (2010) recoge siete cuentos
en los que tres generaciones de mujeres enfrentan una violencia cotidiana, manifiesta
en golpes y humillaciones, pero también en secretos y silencios. En palabras de
Gustavo Campos, el mérito del libro reside en que su trama biográfica encuentra
su sentido en la construcción imaginaria y la memoria, retratando a “mujeres prisioneras
de un modelo de sociedad, pero también su liberación” (Campos, 2012).
En estos cuentos encontramos imágenes intensas
y bien construidas que evidencian la capacidad de la autora de convertir al lenguaje
de la ficción narrativa la memoria y la denuncia de un modelo de sociedad que normaliza
la violencia, como se puede apreciar en estos ejemplos: “Palabras gruesas y obscenas,
que hubiera jurado ante peligro de muerte no oírlas jamás de su boca, salían atropelladas,
ruidosas, como pasajeros de un autobús desbordado saliendo por las puertas, por
las ventanas, por las grietas del techo”. “—Apagá esa luz. —No puedo, madre, está
prendida en mis párpados”.
En “La prisionera”, narrado en primera persona,
la protagonista es una mujer que tiene el hogar conyugal por cárcel. Su carcelero
y verdugo es el hombre que prometió amarla y acompañarla; sin embargo, la promesa
de felicidad se convierte pronto en amenazas, golpes, y la angustia de comprender
que para sobrevivir es necesario escapar. La víctima se sumerge en un silencio sumiso;
sin embargo, de alguna manera está preparando las condiciones para su liberación,
a costa de un dolor extremo, expresado en la metáfora de limar los barrotes con
sus propios dientes, percibiendo el sabor a óxido y sangre.
Finalmente, toma la decisión de dejar todo
atrás e iniciar muy lejos una nueva vida. Sin embargo, el pasado subsiste en pesadillas
recurrentes que la hacen retornar una y otra vez a la prisión. Pese a todo, el epílogo
de la historia es esperanzador: “De los carceleros mejor ni hablar, ellos están
muertos y a los muertos se les oye desde lejos, se les pone flores, velas y, por
último, se brinda, hasta se baila en su honor. Nosotras, por otro lado, seguimos
vivas y brillantes. Estamos fuera”.
“Virgen”, de Kalki Martínez
El
escritor Kalki Martínez nació en 1980 en San Pedro Sula. Ha escrito poesía y cuento.
Ejerció la docencia durante muchos años en su ciudad natal, hasta que recientemente
se vio forzado a migrar junto a su familia, como resultado de la misma violencia
de la que ha dado testimonio: “...la conozco [la violencia], la he padecido, me
he revestido y disfrazado en ella para sobrevivir. Ahí perdí la inocencia, me corrompí,
entrené mi alma y mi comportamiento” (Martínez, 2018, en entrevista de Leda Lozier).
Virgen y otros cuentos (2017) aborda el fenómeno
de la violencia instaurada en San Pedro Sula, ciudad considerada en 2012 y 2013
como la más violenta del mundo (Conexihon, 2013), e incluida en 2018, junto con
Tegucigalpa, entre las 50 ciudades más violentas del mundo (Consejo Ciudadano para
la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 2019). Sus personajes son “jóvenes separados
por la violencia de los barrios sampedranos”; al inicio del libro, son “muchachos
normales”, pero a medida que se suceden los relatos se convierten en “muchachos
brutales que han perdido la inocencia, están en guerra con el mundo y no entienden
el porqué de su malestar. La violencia es lo único que parece satisfacerlos y los
hace sentirse distintos e importantes” (Arita, 2018).
Las maras y pandillas, como lo señala el
propio Martínez en la entrevista antes citada, han sufrido una mutación en Honduras
desde sus inicios en los años noventa, hasta el crimen organizado, especialmente
la extorsión y el sicariato. Un estudio reciente señala que entre 2010 y 2019 comenzaron
a tener “una vida híbrida, entre la clandestinidad y lo público”. La inestabilidad
política y el deterioro institucional han permitido que “pandilleros y simpatizantes
se infiltren en cuerpos policiales, militares, juzgados y en puestos de gobierno”
(Asociación para una Sociedad Más Justa, 2020).
“Virgen”, el cuento que da título al libro,
narra la historia de Suyapa, una joven pandillera, desde el punto de vista de un
adolescente que la ha amado por mucho tiempo de forma platónica. La joven ha sido
asesinada, y la visión de su cuerpo expuesto a la curiosidad morbosa de los habitantes
del barrio desencadena en el muchacho los recuerdos de su amistad con ella, que
era el centro del deseo masculino, pero también objeto que pasaba de mano en mano.
Por medio de estos recuerdos, intercalados con eventos presentes, el autor presenta
el panorama de un vecindario sometido por completo al poder de las maras.
El feminicidio, según Rita Segato (2013)
“utiliza el significante cuerpo femenino para indicar la posición de lo que puede
ser sacrificado en aras de un bien mayor, de un bien colectivo, como es la constitución
de una fratría mafiosa”. El sacrificio del cuerpo de Suyapa se describe sin concesiones,
con detalles como los abundantes tatuajes, heridas, signos de violación. Los pájaros
han empezado a devorar el cadáver. Tanto en vida como después de muerta es revictimizada
por los comentarios soeces de todo el barrio, especialmente de los hombres. La ejecución
de Suyapa, haya sido o no responsabilidad directa de la mara, constituye el corolario
de lo que se podría considerar una fraternidad masculina que la sentenció desde
que a los nueve años fue violada por su padre. En contraste con este contexto de
cosificación, la genuina amistad entre el protagonista y Suyapa pone un toque de
ternura.
El simbolismo del cuento va más allá, considerando
que en el título se asocian las connotaciones del estereotipo de la virginidad en
el marco de una sociedad patriarcal, como también el hecho de que el nombre de la
joven asesinada es la advocación de la virgen de Suyapa, representativa del imaginario
en el que se sustenta la idea de la nación hondureña (véase Amaya, 2005). El cuerpo
utilizado y finalmente asesinado de Suyapa podría compararse con el estado actual
de un país saqueado hasta la destrucción por una clase gobernante cuyos vínculos
con el narcotráfico han sido reconocidos internacionalmente (véanse, por ejemplo,
los informes de Insight Crime).
“En el lago”, de Mimí Díaz Lozano
Mimí
Díaz Lozano nació en Tegucigalpa el 21 de mayo de 1928 y falleció en San Pedro Sula
el 14 de mayo de 2021. Se tituló como licenciada en Filosofía por la Universidad
Nacional Autónoma de México. Hija de la reconocida escritora Argentina Díaz Lozano,
vivió persecución política desde temprana edad, cuando sus padres fueron enviados
al exilio por el régimen de Tiburcio Carías Andino. A lo largo de su vida mantuvo
una militancia activa por la consecución de ideales revolucionarios, incluyendo
la lucha por la liberación de sus hijos en Honduras durante la década de los ochenta
(Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras, 2021).
Su único libro de cuentos, Sendas en el abismo,
publicado por primera vez en México en 1959, ha sido calificado como “un libro clave
de la literatura hondureña” que “merece ubicarse dentro de las mejores narrativas
del país, pues constituye un signo de modernidad literaria en las letras hondureñas”
(Funes, 2009); sin embargo, su valía ha pasado desapercibida.
Más de sesenta años después, fue México también
el país que contribuyó a revalorar a Mimí Díaz Lozano. En 2020, se publicó Vindictas,
antología de cuentistas latinoamericanas del siglo XX, en el marco de un proyecto
conjunto de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Editorial Páginas de
Espuma, que reivindica a autoras injustamente relegadas. La autora seleccionada
por Honduras, luego de considerar otras propuestas, fue Díaz Lozano, con su cuento
“Ella y la noche”.
Durante el proceso de recopilación de datos
para la presentación de la propuesta de autoras hondureñas para Vindictas, la autora
de este artículo pudo constatar el casi total desconocimiento que existe en Honduras
de la obra de Mimí Díaz Lozano. Sesenta años después de su primera publicación,
se imprimió una reedición de su obra, con el nombre Sendas en el abismo y otros
cuentos, mediante un esfuerzo estrictamente familiar, lo cual explica la ausencia
de cuidado editorial, especialmente en los cuentos inéditos agregados, lo que se
refleja incluso en evidentes errores ortográficos. No se tiene un dato preciso sobre
la fecha en que fueron escritos estos nuevos cuentos; sin embargo, de acuerdo con
su hijo Ruy Díaz, son posteriores al año 2000 (Díaz, comunicación personal, 13 de
mayo de 2021). Esta circunstancia, y la persistencia de la violencia como eje de
sus relatos, convertirían a la autora en un puente entre la narrativa hondureña
del siglo XX y la del siglo XXI.
De los cuentos agregados en la edición de
2019, se ha seleccionado para esta muestra “En el lago”, narrado en primera persona,
en la voz de un pescador. El personaje, solitario, vive junto a un lago, donde recibe
las visitas de su sobrina, una niña que se presume pronta a entrar en la adolescencia.
Por medio de las palabras cariñosas que el protagonista le dedica, nos enteramos
de que la niña es huérfana de madre (la hermana del personaje), y de que su madrastra
le aplica castigos físicos extremos, además de obligarla a hacer trabajos domésticos.
A primera vista, el ejercicio de minuciosa
recreación del paisaje y la reconstrucción fonética del habla rural hondureña que
aparecen en el cuento son más propios del costumbrismo, lo cual representaría un
retroceso, considerando que justamente el gran aporte de Mimí Díaz Lozano en 1959
fue su carácter de “precursora de las innovaciones narrativas que surgieron a finales
de la década de los sesenta en el país [...] cuando la mayor parte de los narradores
hondureños todavía seguían apegados a la expresión romántica-modernista vertida
en moldes criollistas” (Umaña, 2009).
Sin embargo, a medida que transcurre la lectura,
la autora logra transmitir una sensación de inquietud que, en un espacio brevísimo
(el cuento apenas tiene poco más de una cuartilla), llega a convertirse en terror,
cuando identificamos el grado de violencia oculto detrás del paisaje bucólico y
el canto de los pájaros. La sensación de horror e impotencia que produce la lectura
se incrementa cuando en los últimos párrafos nos enteramos de que el protagonista
del cuento ejerce de forma continuada abuso sexual contra su sobrina, justificándose
en una pretendida demostración de afecto.
La tensión y la fuerza narrativa, así como
la magistral construcción del personaje del abusador por medio del monólogo, permiten
trascender la anécdota. De tal manera, el relato es significativo y cumple un elemento
esencial de los buenos cuentos identificado por Julio Cortázar (1971): “algo estalla
en ellos mientras los leemos y nos propone una especie de ruptura de lo cotidiano
que va mucho más allá de la anécdota reseñada”.
“Sopa marinera”, de Rebeca Becerra Lanza
Rebeca
Becerra Lanza nació en Tegucigalpa en 1970. Es licenciada en Literatura y tiene
una amplia trayectoria como escritora. En 1992 obtuvo el Premio Único de Poesía
Centroamericana Hugo Lindo, con su libro Piedra y luna. Pertenece a una familia
de reconocida militancia en las luchas políticas y sociales. Su hermano Eduardo
fue desaparecido y posteriormente asesinado en la década de los ochenta, siendo
presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras. Rebeca Becerra
ha denunciado persecución política y laboral a raíz del golpe de Estado de 2009,
incluyendo vigilancia en su domicilio, amenazas de muerte y detención ilegal por
varias horas, junto con una de sus hijas, en ese entonces de seis años de edad (Kaos
en la Red, 2010).
En su libro de cuentos Enigma del gato ciego
(2019) se encuentran “las huellas de la profunda incertidumbre contemporánea en
un espacio global en donde el ser humano ha perdido las certezas que le inyectaban
fe y optimismo” (Umaña, 2017). “Sopa marinera” narra la historia de una mujer que
se prepara, después de veinte años, para reencontrarse con el hombre que fue su
pareja. Entusiasmada y ansiosa, le cocina una sopa marinera, platillo símbolo de
la gastronomía caribeña. Mientras tanto, recuerda que el hombre, un músico de temperamento
volátil, tiene antecedentes de alcoholismo y fue abusado sexualmente durante su
infancia. Ella, por su parte, atrapada en el ciclo de una relación violenta, se
ha esforzado durante el tiempo transcurrido desde su separación por adquirir habilidades
que él practica: “No quise convertirme en él, pero también aprendí a tocar la quena”.
La protagonista se esmera en organizar todos
los detalles del encuentro de manera que a él le resulten satisfactorios: el color
del mantel, las flores. Se angustia porque la mesa es cuadrada y a él le gustan
redondas. Viéndose ante el espejo, en simbólica alusión a su búsqueda de identidad,
recuerda episodios del pasado en los que el hombre la agredió físicamente, ahorcándola,
golpeándola en el rostro, pateándola. El cuento describe minuciosamente el ciclo
clásico de violencia doméstica: después de cada episodio, el hombre lloraba, pedía
perdón y terminaban haciendo el amor “como locos”.
La violencia psicológica también se aborda
en el cuento, incluyendo la pérdida de identidad de la protagonista en su afán de
complacer las preferencias masculinas. Acudiendo al recurso de la minuciosa descripción
de los ingredientes y procesos necesarios para preparar la sopa, la autora establece
un paralelo con las circunstancias que se suman para completar la receta de una
relación desigual.
Finalmente, se produce el reencuentro, pero
resulta decepcionante para la protagonista, al constatar que para el hombre la relación
no ha tenido el significado trascendente que tuvo para ella. Desesperada, encuentra
fuerzas para reclamarle y devolverle de algún modo los golpes recibidos. Casi a
las puertas de una reconciliación, decide terminar de una vez por todas con el ciclo.
La muerte del agresor, aunque sea a costa de la vida de la víctima, representa también
una forma de liberación.
Conclusiones
Las
escritoras y el escritor incluidos en este artículo no solo escriben sobre, sino
desde la violencia que han experimentado de primera mano: violencia doméstica, política,
y violencia generada por maras y pandillas en el marco de un Estado fallido. Los
cuatro cuentos están narrados en primera persona, y en tres de ellos se hace alusión
directa al abuso sexual infantil, tanto de niñas como de niños.
La literatura, como el arte en general, se
crea en un marco histórico y social determinado. De allí que la violencia, en un
país como Honduras, sea una constante en la narrativa, incluyendo la violencia de
género en todas sus manifestaciones. Pero además de la violencia expresa, hay otra
subyacente, manifiesta en la reproducción de un canon literario y académico que
reduce el panorama de la literatura, y especialmente de la narrativa, a determinados
autores y muy pocas autoras, prácticamente ninguna, a partir de una lectura generalmente
masculina.
El prólogo de la antología Vindictas apunta
la necesidad de “desestabilizar y cuestionar un canon sujeto a un espacio heteropatriarcal
blanco, que fundamenta una lectura excluyente y, por tanto, crea una invisibilidad”.
Mimí Díaz Lozano, fallecida recientemente, es el caso emblemático de una obra que,
a pesar de su brevedad, representa un aporte que trasciende en el tiempo; sin embargo,
ha sido prácticamente ignorada en los círculos literarios hondureños, con excepción
de unas pocas miradas más inclusivas, como las de Helen Umaña y José Antonio Funes.
Los cuatro cuentos aquí reseñados tienen
un tratamiento literario que satisface la idea de significación vinculada con la
intensidad y la tensión (Cortázar, 1971). Este rasgo distintivo se manifiesta también
en narraciones producidas recientemente por autoras emergentes que abordan la violencia
de género. Por otra parte, es importante señalar que dentro de la academia hay nuevas
generaciones de investigadoras, como también algunos investigadores, que ya no solo
se plantean como tema de estudio la obra producida por autores hombres. Por tanto,
cabe la esperanza de que en un futuro no muy lejano se logre superar el estigma
relacionado con la discriminación de género, mediante la construcción de nuevos
espacios y paradigmas para la publicación y difusión de obras literarias.
Referencias
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Letra Negra.
Venegas,
Socorro; Juan Casamayor, editores (2020). Vindictas. Cuentistas latinoamericanas.
México: UNAM/Editorial Páginas de Espuma.
Agradecimientos
La
autora agradece a Carolina Torres, Dennis Arita, Suny Arrazola, Andrea Portillo
Ramos y Dulce María Núñez Zaldívar las aportaciones brindadas para este artículo,
como también a la Editorial Universitaria por haber facilitado una de sus publicaciones
en forma digitalizada.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 195 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidada: Scarlett Rovelaz (Honduras, 1987)
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