terça-feira, 14 de dezembro de 2021

SANANA WALD | Recuerdos de Álvaro Mutis

 


Me encanta la palabra francesa raconteur. El diccionario lo traduce como “aficionado a contar, a relatar, cuentero”. A mí me conecta a mi padre, quien, como Álvaro Mutis, tenía un talento enorme para contar cosas. Personas como él eran muy apreciadas antes de que existiera la televisión o el Internet; durante miles de años los humanos se reunían alrededor de estos talentos para escucharlos hablar, contar, fabular.

A Álvaro Mutis le brillaban los ojos contando cosas, se le iluminaba el rostro, se erguía su torso, se enfocaba su voz. Era una dicha poder escucharlo. Él gozaba de su éxito y no dejaba de usar este maravilloso don. Lo he oído contar, fabular cosas antes de que las incluyera en sus textos que ahora son del dominio público. La sensación al leerlo era como la que se da cuando decimos que una película está bien, pero era mejor leer el libro en que se basaba. Es decir, Álvaro Mutis era capaz de comunicar, de insertarse en el alma de quienes lo oían. Sin su voz y su vibración personal, sus mismas palabras tenían un sabor diferente. Contaba con muchos amigos, participaba de forma muy viva en el mundo de la literatura y el arte. Era muy amigo de Gabriel García Márquez y lo estimulaba y acompañaba en aventuras a veces inverosímiles. 

 




 

 Tengo dificultad en describir a Mutis, porque no había nada trillado ni banal en él. Era bastante alto —o se lo sentía alto—; daba la sensación de estar seguro de sí. Era buenmozo, de agradable contextura física. Nacido en Colombia, era cálido, generoso, vividor. Amaba el buen comer y era conocedor a fondo de los buenos vinos y licores, es decir, era muy sensual y muy sensible. Era hombre de mundo. Nació en la familia de un diplomático. Desde sus primeros años de adolescencia le tocó viajar a Europa con su padre. Experto en castellano y francés, era profundo conocedor de la literatura de estas y otras lenguas. Desde sus veinticinco años conoció el mundo editorial. Exploró en su poesía personajes que luego desarrolló en sus novelas. En su obra se percibe su alma de aventurero, de trasgresor, siempre en busca de lo desconocido.

Nuestro encuentro con Álvaro Mutis fue todo un proceso que comenzó con el entusiasmo que animaba a Ludwig Zeller la lectura de la revista que dirigía en Colombia el joven Santiago Mutis. Se estableció una correspondencia entre estos dos editores y escritores cuya amistad floreció mutua y entusiasta.

La revista en marras se llamaba Gradiva. Hay que detenerse en este nombre que evocaba muchos símbolos muy caros a los dos poetas. Gradiva, cuyo significado es “la que camina” es una imagen que aparece en una novela de Wilhelm Jensen. Allí el relato menciona un personaje, joven arqueólogo, quien, en Pompeya, lejos de la ciudad alemana de la que viene, encuentra el amor de su vida, una joven mujer que sin él saberlo es una vecina suya. Esto mientras investiga un bajorrelieve tallado en mármol, una escultura clásica. La novela breve de Jensen habría caído en el olvido a no ser porque llamó la atención de Sigmund Freud quien escribió sobre la obra un análisis, el más extenso de los que produjo sobre una obra literaria. Tanto la imagen misma de la mujer que camina como la novela se convirtieron en verdaderos arquetipos. Por un lado, por el aspecto estético del bajorrelieve y por el otro por el análisis que hace Freud de lo que los surrealistas llaman azar objetivo, y la idea de que lo que se busca está al alcance de la mano.

Gradiva era una buena revista literaria y fue el eslabón que llevó a una copiosa correspondencia. En una de sus cartas a Zeller, Santiago Mutis confirmó que, efectivamente, él era hijo de Álvaro Mutis.

Vivíamos en Toronto y Álvaro Mutis, quien vivía en la Ciudad de México, vino a visitarnos. Ni que decir: desde el primer instante nuestro encuentro con él fue como con un pariente a quien no se ha visto por un largo tiempo. Al igual que Mutis ni Zeller ni yo perdíamos el tiempo en banalidades o cosas trilladas. Quizás por eso desde el primer instante la conversación giró en asuntos que interesaban profundamente a los tres. Su visita nos abrió un nuevo mundo y fundó una amistad duradera.


Nos tocó viajar a México muchas veces y siempre nos deteníamos en Ciudad de México para visitar a Álvaro y Carmen Mutis. En una oportunidad, estando en su casa, nos presentó a dos de sus conocidas que estaban encargadas de organizar la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Esto derivó en que se hiciera la presentación de la obra de Zeller en la FIL de 1991.

Pinté un retrato de él que no sé si sobrevivió el disgusto con que lo recibió. Creo que le frustraba que yo no lo retratara como un personaje de la nobleza española del siglo XVII, en elegante traje negro y con la mano en el pecho. Pienso que en ese siglo se habría encontrado muy a sus anchas. En cambio, yo lo vi más cercano a mí, más en el tiempo de finales del XX.

Me toca un destino excepcional y dentro de éste se inscribe la gran fortuna de haber conocido a Álvaro Mutis. Sus libros me han fascinado, sus relatos me llenaron de bellos momentos. Además de gran ser humano, fue una gran luminaria de la literatura en lengua hispana. Me da mucho gusto saber que su obra ha sido reconocida como tal y premiada.




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[A partir de janeiro de 2022]
 

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Número 194 | dezembro de 2021

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