todo lo que es causa de algo …
pase del no ser al ser es 'creación' …
todas las actividades que entran
en la esfera de todas las artes son creaciones
y los artesanos de estas, creadores o 'poetas' …
Pero … no se les llama poetas …
del concepto de creación se ha desprendido una parte,
la relativa a la música y al arte métrica …
'Poesía se llama tan sólo a esta,
y a los que poseen esa porción de 'creación', 'poetas'.
Platón, El banquete o del amor.
I | Una de las relaciones
entre la poética y la cultura la sugiere Octavio Paz en El arco y la lira:
“…lo poético no es algo que está fuera, en el poema, ni dentro en nosotros, sino
algo que hacemos y que nos hace” (Octavio Paz, El arco y la lira, México, F.C.E., 1979). Una poíesis que es
causa, en sentido griego, de la producción y la creación, la creación de la cultura
y la auto-creación humana, como de la creación y auto-creación del universo.
El poema, de cuya forma es
causa la poética (poíesis), es un ser de palabras del que emana una sustancia
que se resiste a transformarse en concepto, y que los griegos llamaron poesía. El
poema, dice Octavio Paz evocando a Juan Ramón Jiménez, es para una inmensa minoría,
pues deviene multitud. Y es que los lectores de poemas elevan su lectura solitaria
al plano de la universalidad de la cultura. Los pocos lectores de poemas se abisman
en lo inconmensurable para develar por un instante el infinito. Algo análogo afirma
Marguerite Duras de la escritura: “con el escritor todo mundo escribe.”
El lector de poemas abre
una dimensión poética transpersonal, a través de la otra voz. En Los hijos del
limo, lo advierte Octavio Paz: “Para los románticos, la voz del poeta es la
voz de todos; para nosotros es rigurosamente la voz de nadie. Todos y nadie son
equivalente y están a igual distancia del autor y de su yo. El poeta no es 'un pequeño
dios', como pensaba Huidobro. El poeta se desvanece detrás de su voz, una voz que
es suya porque es la voz del lenguaje, la voz de nadie y la de todos. Cualquiera
que sea el nombre que demos a esa voz —inspiración, inconsciente, azar, accidente,
revelación—, es siempre la voz de la otredad” (Paz, Los hijos del limo, Barcelona, Seix Barral, 1987). Permítanme agregar:
la voz de la cultura.
A diferencia de Octavio Paz,
considero que la lectura de poemas por toda la sociedad no es una experiencia exclusiva
del alba de la historia. Las familias de las comunidades indígenas, rurales y urbanas,
como antaño, todavía reescriben con la tinta de la noche las hazañas de los dioses
primeros, el origen de la tribu, el pueblo y las anécdotas sobre sus ancestros.
Gracias a esta poética del mito, el grupo forma parte de la cultura y el universo;
por los antepasados la comunidad habita el presente y se proyecta hacia el futuro.
Contar es cantar el origen del mundo de cada cual y de la cultura, que aviva el
fuego de las palabras que nos congregan Es esta poética de la cultura, que convoca
a vivos y muertos, la que me permite hablar de una cultura poética.
No importa si la poesía es
leída por minorías: la memoria colectiva salva y preserva a la comunidad y a la
cultura. La poética de la cultura cruza el océano del tiempo para apoderarse de
la imaginación colectiva, de los símbolos que vinculan a los pueblos, justo por
inagotables y enigmáticos, de los que Gilbert Durand en La imaginación simbólica
afirma: “El símbolo pertenece al universo de la parábola, en el sentido griego:
para='que no alcanza'. Es esta inagotabilidad la que esboza la frágil condición
del vínculo simbólico, pues pretende decir lo real en su vehemencia significativa,
excedido por esa inefabilidad que no alcanza a suturar la herida originaria, el
sentido secreto, la epifanía del misterio” (Durand, La imaginación simbólica, Madrid, Taurus, 1968).
Desde tiempos inmemoriales
se cantan cuentos, poemas en prosa, que después cicatrizan la piedra, luego pergeñan
el papel, más tarde se fijan en la letra impresa. Sin embargo, la permanencia de
la poesía es obra de una minoría, a partir de la que sociólogos y editores anuncian
su extinción. Pero tanto los relatos familiares y comunitarios, como las lecturas
públicas de poemas, alimentan una ancestral tradición que no parece agonizar.
Mientras la disipación produce
el olvido, contar, escribir y leer poemas, nos permiten entrar en mundos desconocidos
que revelan por un instante la tierra que nos vio nacer. El cuento y el canto iluminan
el sendero hacia nosotros mismos. Como advierte Martin Heidegger en Hölderlin
y la esencia de la poesía, la poesía es la única epistemología que es capaz
de aproximarse a la esencia del ser: “La realidad del hombre es en su fondo poética”;
un “morar poéticamente” en el que la metáfora supera al concepto como instrumento
de captación de la condición humana” (Heidegger, Hölderlin y la esencia de la poesía, Mérida, Universidad de los Andes,
1968).
Parece que hablo de una poética
de la cultura inútil, sobre todo en plena era de la comunicación global y de la
existencia apantallada, pero no imposible, pues las computadoras nunca podrán contar
cuentos, crear poemas, mucho menos hacer poesía, en tanto que revelación y oráculo
de nuestro destino. La poesía lleva a cabo los mismos ideales terapéuticos de la
religión, pero sin prometer la inmortalidad ni condenar la vida. Por ello, de los
relatores, escritores y lectores de poemas, aunque inmensa minoría, depende la permanencia
de la poesía y de la cultura.
Son pocos los best sellers que sobreviven a su éxito, pues
se reducen a mercancías. El fin de la cultura poética no es entretener, informar
o proporcionar objetos de consumo, pues la poesía no busca la inmortalidad sino
la resurrección. Lo sugiere Octavio Paz en Los hijos del limo: “Leer un texto
no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es re-sucintarlo.
Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que
es la abolición de la historia” (Paz, Los
hijos del limo, op. cit.).
Hoy la querella entre la
poiesis y el logos es más profunda, pues afecta la dimensión histórica
y espiritual. La disputa es entre una poesía rebelde a la modernidad y la burguesía
(creadora de la modernidad). Los románticos son hijos rebeldes de la modernidad,
que al desgarrarla la exaltan. La modernidad siempre ha estado en contra de sí misma;
esta ambivalencia es el secreto de su constante transformación.
II | La poesía es la palabra
que funda un pueblo. Por ello surge en todas las culturas. La antigua creencia de
que los poetas eran videntes y adivinos, hoy se afirma desde un pensamiento lingüístico
literario, en palabras de Jacques Lacan: “la verdad tiene estructura de ficción.”
El poeta sabe del futuro porque se abisma en los orígenes. Los textos poéticos son
las verdaderas escrituras de la fundación. Sin los poemas es imposible comprender
las culturas, pues su influencia ética, estética y filosófica es trascendente. La
poesía influye en la amistad, el placer, el erotismo, el amor a los dioses y al
prójimo. Lo dice Percy Shelley en Defensa de la poesía: “La Poesía es el
más infalible heraldo, compañero y seguidor del despertar de un gran pueblo que
se dispone a realizar un cambio en la opinión o en las instituciones. En tales períodos
hay una acumulación del poder de comunicar y recibir intensas y desapasionadas concepciones
respecto del hombre y de la naturaleza” (Shelley, Defensa de la poesía, Barcelona, Península, 1986:65). Una poética de
las pulsiones de Vida y de Muerte ha inspirado a enamorados y guerreros. Los narradores,
escritores y lectores de poemas son el alma de la cultura.
Hoy vivimos —dice Octavio
Paz en La otra voz— el grave desplazamiento de las humanidades, que han dejado
de ser el corazón de los sistemas educativos (Paz, “La otra voz”, O. C., México, F.C.E., 1994), dado que predomina
el cientificismo, una de las más prestigiadas supersticiones modernas, que traslada
los discursos de las ciencias naturales a la historia y a las pasiones humanas.
Y agrega Octavio Paz: “Ni Freud ni Einstein olvidaron nunca a los clásicos” (Paz,
“La otra voz”, O. C., México, F.C.E.,
1994). Aunque más funesta que la superstición cientificista es la multiplicación
de las ciencias sociales, enmascaradas en el formalismo cientificista, de graves
consecuencias políticas y estéticas, que desprecia a los clásicos y a la poesía,
en nombre de una supuesta herencia de la Ilustración.
Pero la crítica auténtica
se nutre de los textos heterodoxos y excomulgados. La fe en las ideologías y en
las ilusiones sin porvenir, desdeña la historia y la poesía, sujetas a lo imprevisible
y al accidente. Los ideólogos de las ciencias sociales consideran que el texto literario
es un tejido que encubre otra realidad, y que tienen por misión crítica descifrarlo,
desenmascarar al autor que, engañado, pretende engañarnos. La Odisea cuenta y canta
costumbres que pueden interesarle al historiador, pero no es un relato histórico
sino un poema. Interpretar un poema como una narración histórica —advierte Octavio
Paz— es como querer estudiar botánica en un paisaje de Monet.
Los poetas son la memoria
de los pueblos y de las culturas. Cada poeta, al crear nuevas imágenes, niega la
tradición cultural para inventar otra. Pero el pasado se inventa en el presente
para dirigirse al porvenir. Todos los poetas desean ser leídos en una forma más
profunda en el futuro. Desean eternizarse e inmortalizar a la poesía. Todo poeta
sabe que no es más que un eslabón de la poética del lenguaje, un puente entre el
pasado y el futuro.
Las formas poéticas son esenciales
a la poesía, pues retan a la muerte. La forma es voluntad de eternidad. Si la forma
se convierte en fórmula, el poeta debe crear otra, o descubrir una antigua y reinventarla.
La invención es la creación de una novedad antigua; cada ruptura es un homenaje
a los ancestros. El amanecer del siglo XX fue un tiempo de invención en todas las
artes, que hizo impopular el nuevo arte. El arte moderno, hoy admirado por muchos,
al principio sólo fue apreciado por una minoría.
En todos los tiempos y culturas
se ha cantado al amor, a la alegría y al duelo comunitario. Son cantos entonados
en templos, plazas, tabernas y lechos de amor. La vitalidad de la cultura poética
se constata en el respeto a los músicos y poetas, que satisfacen deseos íntimos
y colectivos. Por ello los poetas buscan formas y ritmos, ecos de la lengua, la
ciudad y el campo, para abismarse en los enigmas del alma. Porque la poética, como
sugiere Roger Caillois en Approches de la poésie, es el conjunto de signos,
que más allá de las palabras, pero incluyéndolas a título de intercesoras privilegiadas,
por un instante, permite la percepción de un enigma (Caillois, Approches de la poesie, París, Gallimard,
1978).
La poesía es la otra voz:
antigua y actual, sagrada y maldita. Como dice Néstor Braunstein en su texto Lingüistería:
“[…] todo buen poeta es maldito,
no tanto porque se le maldiga, cosa que no deja de suceder, sino que se lo maldice
debido a que es mal decidor, saboteador de los modos estructurados del decir, evocador
de un goce maldecido, siempre en entredicho (Braunstein, “Lingüistería”, El lenguaje y el inconsciente freudiano,
México, Siglo XXI, 1982:184). El poeta es el que siendo él mismo, es otro. Como
canta Artur Rimbaud: “Yo es otro”. Parafraseando a Octavio Paz: todos los poetas
han escuchado la otra voz: la primera palabra, la voz mítica de la que surgió la
cultura.
La función de la poesía es
hacer escuchar la otra voz, que no es oída por ideólogos y políticos, lo que explica
el fracaso de sus proyectos. La poesía es memoria que deviene imagen e imagen convertida
en voz. Los pueblos y las culturas del siglo XXI, si no quieren sucumbir, tienen
como imperativo (po)ético frenar el mercado global, que conduce al dispendio de
los recursos naturales. Ante el reto de la supervivencia humana, lo que dice la
otra voz de la poesía son los sueños olvidados, para resucitarlos en el alma de
nuevos proyectos e ideales culturales. Lo advierte Octavio Paz: “La poesía es el
antídoto de la técnica y del mercado. A eso se reduce lo que podría ser, en nuestro
tiempo y en el que llega, la función de la poesía. ¿Nada más? Nada menos” (Paz,
“La otra voz”, O. C., México, F.C.E.,
1994).
Desde el principio de los tiempos los hombres y las mujeres han creado una poética de su existencia y una existencia poética. La cultura poética satisface la fiesta y el duelo (artes de la comunión), así como la contemplación (el diálogo íntimo). La continuidad entre lo íntimo y lo público justifica la osadía de proponer una poética de la cultura para nuestro tiempo y el por venir, que deviene una cultura poética, sin la que la humanidad retornaría al caos original.
ROSARIO HERRERA GUIDO. Filósofa, Psicoanalista y Escritora. Doctora en Filosofía (UNED, España). Doctora en Psicoanálisis (CIEP, México). Diplomada en Igualdad Sustantiva (UAM-Xochimilco). Autora, coordinadora y coautora de 50 libros y 300 ensayos, además de poemarios y poemas en firmas internacionales y nacionales. Conferencista y ponente en Foros Internacionales y Nacionales. Docente e investigadora del Doctorado Iberoamericano en Teorías Estéticas (Universidad Autónoma de Guanajuato). Integrante del Registro Nacional de Escritores de Conaculta y Conacine (desde 2016).
JEAN GOURMELIN (Francia, 1920-2011). Magnífico diseñador cuya línea abarcó desde el absurdo y el humor negro hasta un enfoque metafísico. En todo momento, sin embargo, su obra se caracterizó por un intenso espíritu rebelde. Trabajó con dibujos animados, historietas, vestuario y escenografías, además de embarcarse incansablemente en el grabado, el dibujo técnico, la escultura, los vitrales, el diseño de papel tapiz, en cualquiera de estas motivaciones por el brillo de su inquietud creativa siempre encontró un lugar para el reconocimiento, y cerca de su muerte, fue honrado con una gran retrospectiva de su obra en la Biblioteca del Centro Pompidou de París en 2008, titulada “Los mundos de los dibujos de Jean Gourmelin”. Y de eso se trataba, pues de su pluma saltaban a la realidad infinidad de personajes, formando un mundo único propio de su visión fantástica, sin que en modo alguno pudiera enmarcarse en una línea plástica determinada. Entre lo erótico y lo bizarro, el surrealismo visionario y lo fantástico, especialmente en su dibujo en blanco y negro, Gourmelin fue un auténtico artista del siglo XX cuya obra evoca un universo personal donde se mezclan el horror y la belleza, en cuyas formas a veces imágenes distorsionadas interpelan conceptos de tiempo y espacio. Tenerlo como nuestro artista invitado, siguiendo la hermosa sugerencia del periodista João Antonio Buhrer, trae a Agulha Revista de Cultura una grandeza que ilumina mucho esta primera edición de 2023.
Agulha Revista de Cultura
Número 221 | janeiro de 2023
Artista convidado: Jean Gourmelin (França, 1920-2011)
editor | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
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