Sosa, cuya obra, según Hernán Antonio
Bermúdez, “constituye dentro de la poesía hondureña de hoy el conjunto de mayor
aliento, lucidez y rigor”, [1] nació
en 1930 en la ciudad de Yoro. Ha publicado hasta el momento ocho poemarios, a los
que haremos luego referencia. A esta producción lírica debe agregarse su labor como
ensayista (Prosa Armada, 1981) y periodista:
dirigió por varias décadas la revista Presente,
dedicada a difundir las letras y artes de Centroamérica, y coordinó la sección cultural
“El Ciempiés Cojo”, del periódico hondureño Tiempo.
Su formación como escritor estuvo signada,
en sus comienzos, por un autodidactismo muy coherente con su entorno. Pese al tiempo
transcurrido, se reiteran en su caso las condiciones ambientales que hicieran confesar
a otro gran poeta hondureño, el modernista Juan Ramón Molina: “He abrevado mis ansias
de sapiencia / en toda fuente venenosa o pura…”
Las primeras lecturas de Sosa fueron,
en efecto, accidentales y dispersas. Se nutrió de la poética modernista en las obras
de Juan Ramón Molina, Rubén Darío y Amado Nervo. En su ávida exploración de librerías
y bibliotecas –tan escasas aún hoy en Honduras– descubrió, según ha comentado en
charlas y entrevistas, un libro que marcó rumbos en sus preferencias intelectuales:
Hombre acabado, de Giovanni Papini. Leyó
también con interés a Schopenhauer. Más adelante, se apasionó por la narrativa de
Kafka y la poesía de Neruda, Vallejo, Miguel Hernández, Antonio Machado, Brecht
y Éluard.
La importancia de estas lecturas no debe
desestimarse. No obstante, es necesario recalcar que, más allá del peso inevitable
de esas fuentes, la esencia de la poesía sosiana deriva del contacto del poeta con
la vida, a la que considera su “maestra mayor”. [2] En este sentido, Sosa ha sido permanentemente fiel a sus orígenes,
y ha testimoniado en su obra el destino de aquéllos con quienes José Martí quería
también echar su suerte: “los pobres de la tierra”, es decir, el elemento mayoritario
en su castigada patria, Honduras.
El primer libro de Sosa, caligramas,
publicado en 1959, es hoy en día una joya bibliográfica que muy pocos poseen. Sin
embargo, uno de sus poemas, “Tegucigalpa”, ampliamente difundido en antologías,
basta para juzgar la calidad de la obra. Esta composición contiene ya el decir breve,
rítmico y alusivo que ha de caracterizar el estilo del autor y anuncia uno de sus
temas favoritos, de larga tradición en la lírica universal: la vida desolada e inhumana
de las ciudades. A continuación, transcribimos un fragmento:
Vivo
en un paisaje
donde
el tiempo no existe
y
el oro es manso.
Aquí
siempre se es triste sin saberlo.
Nadie
conoce el mar
ni
la amistad del ángel.
Sí,
yo vivo aquí, o más bien muero.
Aquí
donde la sombra purísima del niño
cae
en el polvo de la angosta calle.
El
vuelo detenido y arriba un cielo que huye.
Tegucigalpa,
Tegucigalpa,
duro
nombre que fluye
dulce
sólo en los labios.
Muros, de 1966, despliega tres
grandes temas. El primero es la muerte, concebida no como experiencia límite, sino
como una situación ante la cual el dolor personal por la pérdida de seres queridos
se torna paradójicamente fecundo, ya que acerca al poeta al destino de humillación
de su pueblo:
Me
mareo de angustia
y
te hablo de aquéllos
que
no tienen ni una piedra
en
qué tender los huesos,
porque,
oh muerte,
¿qué
inválido ignora los días de lluvia
cuando
tú multiplicas
tus
sillas de ruedas?
¿Qué
anciano abandonado
desconoce
tus hierros?
¿Qué
animal perseguido
no
sabe de tu trato?
(“Fábula de la muerte”, fragmento).
El segundo gran tema de Muros es la patria.
Honduras es presentada como un territorio condenado a la desdicha en ese prodigio
de síntesis titulado “Imágenes”, que termina con un par de versos ya proverbiales
en la lírica hondureña:
Catedral
del confín,
Lago
y
cabaña.
Fusil
de miedo
y
fábula
del
ciervo.
Honduras,
o
peñasco sin posible salida.
La patria aparece, también, como un ser
despreciado por todos, inmensamente triste y eternamente engañado, apaleado y escarnecido,
en los versos alegóricos de “Cruz del alba”. Sin embargo, por debajo de la angustia
late la esperanza, como sucede siempre que la realidad es enfocada con una perspectiva
dialéctica. Así, si en un momento dado el peñasco pareció infranqueable, luego se
vislumbra una salida hacia la luz: “Que la Historia lo grabe y lo publique / cuando
se vuelva hacia la cruz del alba”.
El héroe máximo de Centroamérica es asumido
en “Morazán vivo”, no como el prócer del clásico panteón consagrado oficialmente,
sino como una presencia viva que debe encarnarse en la juventud (“Que lo aprendan
los jóvenes / y resurja el milagro / del pan y de los peces”) y que alumbra el camino
de la dignificación de la patria (“Estás entre nosotros / bajo la misma noche /
repartiendo la luz todos los días”).
El tercer gran tema que reconocemos en
el libro es el amor. Este es impregnado por una vivencia muy intensa –casi panteísta–
de lo natural. Se destacan, en su tratamiento, las imágenes provenientes del mundo
marino:
El
centro de los mares adelgazó tu forma.
Los
ocasos suicidas
astillaron
tus remos contra el tiempo
y
su línea de reflejos atroces... Y hubo soles vencidos
para
tu cabellera.
Eres
la que me llama.
¿Qué
tienes que me atrae
como
el agua desnuda?
(“Belleza perfecta”, fragmento)
Merecen destacarse, en este libro, dos
sonetos neobarrocos de exquisita factura: “Las voces que tú no oyes” y “Muerte de
la rosa”. Este último constituye una reelaboración del motivo tradicional de la
rosa como símbolo de la fugacidad de la vida.
En Mar interior, de 1967, aflora una nueva vertiente temática: el amor
paterno. Este sentimiento consigue inundar de felicidad al poeta, abriendo un paréntesis
en su existencia agónica y solitaria, como lo testimonian estos versos: “…y cuando
me iluminas / el dolor / ya no existe en mi poesía...” (“Palabras para una niña
que se quedó dormida”).
Hasta las composiciones de línea más
intimista permiten, en forma sutil y natural, la inclusión del plano temático que
vertebra la lírica de Sosa: la preocupación social. “Juego de niños” termina así:
“Y despierta / allí donde juegan iguales los niños”.
Reaparece en este poemario un motivo
que, insinuado ya en “Tegucigalpa”, se tornará recurrente en la producción posterior:
la oposición ámbito marino – ambiente urbano. Las imágenes marinas connotan la idea
de pureza, frente a la inhumanidad y corrupción que caracterizan a la ciudad. El
mar representa en general, en la poesía sosiana, el símbolo de todo lo noble y puro
–así como del ideal de belleza– que anida en el alma no contaminada del poeta. “Los
retornos” condensa con nitidez el contraste:
I
Fuera
de mí se alza esta ciudad
de seres veloces como sierpes.
Su
ojo todo lo ve
y
en las noches
se
cuelga su máscara confusa.
II
Mar
interior, mar mío,
a
partir de mi pecho
se
levantan tus arcos
que
siempre me conducen
a
un dominio más puro
y
a tu calma se entregan
mi
tiempo y mis deseos.
III
Pero
enfrente se yergue
la
ciudad y su sombra
inolvidable
como un delito,
y
es menester que vuelva a su amenaza.
También la belleza de la mujer amada
es un motivo importante en este libro. Sus notas características son dadas, como
en Muros, por asociaciones con elementos del mundo natural, en particular del ámbito
que encierra, para el poeta, las resonancias simbólicas a que nos referimos anteriormente:
Tu
escultura de ola
con
los pechos abiertos sobre las dunas,
el
mar desea
y
a ti, dulce, se humilla.
Tu
escritura de garza
el
agua lee,
cuidan
los arrecifes.
(“Niña de Niebla”, fragmento)
Los breves instantes de goce que proporcionan
al poeta la vida amorosa y la condición paterna no logran eliminar su soledad esencial,
otro motivo relevante en Mar interior.
La dicha personal es concebida como un estado transitorio y fugitivo, en un mundo
que no admite la felicidad de todos: “Estoy solo. / Estoy solo / y siento miedo
/ a las deshabitadas soledades.” (“Niña de niebla”); “Mas la dicha ha tenido/ su
forma siempre en fuga” (“Palabras para una niña que se quedó dormida”).
Los pobres, de 1968 (Premio “Adonais”
de España) recoge e intensifica las cualidades expresivas que el poeta ha ido conquistando
y afirmando en los libros anteriores. Esta obra significa el primer acercamiento
orgánico y eminentemente estético de un poeta hondureño al drama de la postergación
y el atraso en que se halla sumido su pueblo.
El primer poema –uno de los más famosos
de Sosa– lleva el título del libro y es como un manifiesto: define implícitamente
la temática e ilustra la técnica que se ha de implementar en la obra. Temática esencialmente
social; técnica basada, según Guillermo Díaz-Plaja, en la siguiente fórmula estilística:
…simplicidad
y profundidad. Tensión hacia lo impreciso y juego metafórico. Ninguna propensión
a la retórica: estrofismo irregular; rima pobre. [3]
Después de ese primer poema que nos acerca
a los protagonistas y a su drama cotidiano, el poeta, con criterio deductivo, pasa
a enfocarlos en sus destinos particulares, agrupándolos en las diferentes categorías
del amplio espectro en que se manifiestan: niños, ancianos, enfermos, mendigos,
indios; en fin, las diversas clases de víctimas de una opresión secular.
El testimonio se extiende también a las
principales esferas de acción del poder instituido: la educación (a cuya orientación
enajenante y represiva se alude en “Los claustros”); la salud (que es sinónimo de
muerte en “los hospitales / asignados a las pobres gentes” descriptos en el poema
“Transparencia”); y el ámbito de la Ley (ente irreal totalmente inaccesible para
los desvalidos, como lo sugiere “La casa de la justicia”).
Predomina en el libro el tono impersonal
y, a veces, colectivo, propio de la poesía social. Sin embargo, hay también algunas
piezas de tono íntimo. Y, por cierto, vale la pena que las haya: el poema más subjetivo
es, sin duda, el más logrado. Se trata de “Mi padre”, elegía que el autor incluyera
ya, en su forma primigenia, en Muros.
En la figura paterna encarna Sosa a todos
los pobres, a todos los desheredados de su tierra y del mundo. El poema es de un
lirismo patético y estremecedor, como se observa en estos versos:
Quien
creó la existencia
calculó
la medida del sepulcro
Quien hizo la fortuna hizo la ruina.
Quien
anudó los lazos del amor
dispuso
las espinas.
La ternura filial brota incontenible,
moviendo al poeta a esta reflexión conmovedora:
¿qué
hubiera sido de mí, niño como era,
de
no haber recibido
la
rosa diaria
que
él tejía con su hilo más tierno?
El libro se divide en tres partes. Se
advierte en esta división una voluntaria graduación de los contenidos y del punto
de vista lírico. La primera parte, centrada en el uso de la primera persona gramatical,
tiene un tono cercano a lo confesional. Revela el sufrimiento del poeta, sus aspiraciones,
su vocación inclaudicable. Esta sección contiene dos poemas programáticos que condensan
los principios fundamentales de la poética sosiana: “Esta luz que suscribo” y “Dibujo
a pulso”. En el primero declara:
…Desde
la circunstancia
de
mi gran compromiso, vive como es posible
esta
luz que suscribo.
En el segundo especifica aún
más la función de su arte:
Por
eso he decidido
–dulcemente–
–mortalmente–
Construir
con
todas mis canciones
un
puente interminable hacia la dignidad, para que pasen,
uno
por uno,
los
hombres humillados de la Tierra.
En la segunda parte del libro, el “yo”
se transforma en “nosotros”. Desde esta nueva perspectiva, el poeta abarca un mundo
de opresión y violencia, de soledad compartida (en “El aire que nos queda” dice:
“Sobre la tierra de nadie de la Historia estamos solos / sin mundo...”). Ya no habla
de aspiraciones individuales; éstas se funden en una voz colectiva que proclama
su afán reivindicador:
No
nos bañaremos jamás en las aguas de la injusticia,
ni
cambiaremos la libertad
por
los disfraces luminosos y la superficie sin fin de la calma
que
el oro promete.
Seremos
impenetrablemente claros como los ídolos de la venganza.
(“El vértice más alto”, fragmento)
En la tercera parte de la obra, el punto
de vista lírico se despersonaliza más aún, lo cual permite al poeta ubicarse en
una óptica totalizadora. Si bien aparece la primera persona (en “Los días difíciles”),
ésta no representa ya al poeta; por el contrario, parece encarnar todo lo opuesto
a sus ideales.
El libro concluye con dos poemas de corte
apocalíptico: “Un anormal volumen de lluvia” y “Descripción de una ciudad en peligro”.
En ellos el poeta, reasumiendo su condición ancestral de vate, profetiza el fin
de una sociedad que ha llegado a extremos increíbles de degradación.
El primero describe un diluvio universal
que derrumba las estructuras sociales para sumir el mundo en la inmovilidad y el
silencio. El segundo expresa la podredumbre de esas estructuras en el momento previo
a su destrucción. El autor apela a un expediente simbólico de gran efecto: la ciudad
se llena de silbidos ensordecedores. Logra, de este modo, producir la impresión
de una insistente alarma que anuncia el fin de ese “mundo para todos dividido” que
ha sido desnudado a través del libro:
Las
cobras
han
extraviado los únicos silbidos que poseían.
Las
sirenas
Silban
el
nuevo día. Con fines inexplicables
los
automóviles
trasladan
a
puntos clave
inmensos
sacos hinchados de silbidos.
La
Prensa,
La
Radio,
La
T.V. y los Altos Círculos de la Nación
silban
singularmente en circuito cerrado.
Los
artistas, víctimas del lujo, a solas silban la poesía.
........................................................................
Con
acento extranjero, tras gruesos lentes ahumados,
la
policía
saca
sombras chinas y desafinados silbidos de los huesos
de
las víctimas elegidas. Las sábanas silban en los alambres
y
la libertad silba en las ametralladoras, mientras,
reclinada
en su lecho de rosas, la sífilis, con aire digno,
silba
su monótona y dulzona y antigua canción.
(“Descripción de una ciudad
en peligro”, fragmento)
Secreto Militar, de 1985, continúa la línea
testimonial y crítica de los dos libros anteriores y, en cierto modo, la intensifica,
al particularizar la denuncia. Urgido por la indignación, el poeta afina su puntería
y señala directamente, “con índice de oprobio”, a los responsables de la injusticia.
Estos no son ya abstracciones o figuraciones simbólicas, sino seres de carne y hueso
–cuando no de ceniza– retratados con pelos y señales, que conforman una especie
de galería del crimen cuya víctima es una sola: Latinoamérica.
En la primera parte del libro, titulada
“El alimañero”, desfilan las siniestras figuras de Somoza, Pinochet, Duvalier, Trujillo,
Stroessner y otros dictadores latinoamericanos. Metáforas inspiradas en el reino
animal presiden con frecuencia los retratos de esta serie sombría:
El
vello le ascendía en calma de los pies
a
la cabeza inundándole
las
uñas de las extremidades y los ojillos,
impidiendo
a
quienes le rodeaban y le observaban con dulzura,
descubrir
que el humanoide enfundado dentro de una velluda suavidad cerrada
era
el mismo
a
quien el mar estrellado de los atardeceres de Quisqueya
y
el peso de los vinos de Francia
inflamaban
su
orgullo de mono inefable.
(“Monsieur Duvalier”, fragmento)
Despierta.
Entreabre
los
vidriosos
ojos
triangulares. Giran, sensuales y sin agilidad, sus numerosos ejes;
y
apoyada
sobre
su anillo predilecto suelta de golpe su poderío bíblico
y
tritura y se traga
la
eterna primavera.
Es
Efraín Ríos Montt, el General, esa Boa Anaconda,
que
envuelve y comprime, con pegajosa intimidad,
a
Guatemala.
(“Guatemala, el país de la
eterna primavera”)
La segunda parte del poemario, titulada
“Campo oscuro”, toca las raíces del mal latinoamericano, presentando a sus agentes
más conspicuos. Reagan es caracterizado como discípulo de Hitler y Margaret Thatcher
aparece -como en un paralelo con Lady Macbeth- acosada por pesadillas en las que
transitan “las voces y los pasos incontables de los muertos incontables” de la guerra
de Las Malvinas
La
Historia de Honduras se puede escribir en un fusil,
sobre
un balazo, o mejor, dentro de una gota de sangre.
En 1990 se publica la obra completa de
Roberto Sosa, y en este volumen aparecen dos poemarios nuevos, que se editarán después
en forma independiente: Máscara suelta,
en 1994, y El llanto de las cosas, en
1995.
El Sosa íntimo, que nunca desapareció
en los libros más testimoniales (Los pobres,
Un mundo para todos dividido y Secreto Militar), sino que se replegó sutilmente
a un segundo plano, emerge nuevamente con fuerza en los dos últimos poemarios, dando
curso a su mejor vena lírica.
En Máscara suelta resurge la temática amorosa, que abordara el autor en
sus primeros libros. Como en Muros y Mar interior, la relación con la mujer amada
constituye un nexo afirmativo del poeta con el mundo. Una vez más, los versos se
inundan de imágenes marinas. Pero lo que antes se percibía como una identidad basada
en vínculos primordialmente naturales, adquiere ahora una proyección diferente,
más rica en matices humanos. La amada es concebida como un ser fraterno que provee
al poeta de energías para su lucha diaria, fundada en un empeño común:
Digo
mar y te identifico y me pregunto
qué
principio desborda el vaso que te vuelve fraterna
y
de dónde procede el flujo y reflujo del agua lejanísima
que
hace a tus senos subir y bajar su hermosura.
Desde
mi cama puedo tocar las ramas y piedras
que
labra la paciencia marina y de este modo enciendo
un
rayo de sol del mundo comprendido
que
ha de sobrevivirnos.
(“La fuente iluminada”, fragmento)
Ella,
confieso a medio arrullo,
está
hecha de fuentes luminosas y su inteligencia es dulce
como
el agua primera que dio origen al mundo.
Por
ella, aquí, es menos doloroso el oficio de poeta.
(“Sobre el agua”, fragmento)
El llanto de
las cosas
es, según Jo Anne Engelbert, un poemario “hijo de la madurez personal y literaria
del poeta” y “constituye una suma de lo más esencial de su arte poético.” [5]
Libro esencialmente evocativo, muy autobiográfico,
contiene una especie de balance espiritual en el que afloran los principales estímulos
y afectos que han ido apuntalando la existencia del poeta. Lugar central ocupa un
retrato de su madre, síntesis de firmeza y dulzura, como sus propios versos:
ella,
la
heredera del viento, a una vela. La que adivinaba
el
pensamiento, presentía la frialdad
de
las culebras
y
hablaba con las rosas, ella, delicado equilibrio
entre
la humana dureza y el llanto de las cosas.
(“El llanto de las cosas”,
fragmento)
Sosa logra expresar el dolor sin estrépito,
con sobriedad y contención. A veces, neutraliza el desborde emocional con una dosis
certera de humor, a la manera de los conceptistas. Por ejemplo, cuando justifica
así el cariño inveterado a su tierra, pese a todo:
...porque
es un país niño,
tanto
que todavía el pobre ni siquiera ha aprendido a llover.
(“Siempre Honduras siempre”,
fragmento)
El recorrido que he hecho por la producción
lírica de Roberto Sosa no agota, indudablemente, sus ricas esencias. Sólo constituye
una aproximación global, a modo de reseña, que hace hincapié en las cualidades temáticas
de dicha obra. Falta todavía un trabajo que apunte a desentrañar sus constantes
estilísticas y deslindar posibles etapas.
Los estudiosos de la literatura hondureña
deben asumir, con urgencia, esa labor, como parte del necesario proceso de rescate,
sistematización, crítica y difusión de las letras nacionales. Creemos que tal empeño
representa una de las diversas maneras de acercarse a esa “cruz del alba” soñada
por nuestro poeta.
NOTAS
1.
Bermúdez, Hernán Antonio. Retahila, Tegucigalpa.
Edit. UNAH, 1980.
2.
Cfr: entrevista con Roberto Sosa. Revista Alcaraván,
No. 8. Tegucigalpa, julio de 1981.
3.
Díaz-Plaja, Guillermo. “Los Pobres de
Roberto Sosa”, en: R, Sosa, Los pobres.
Tegucigalpa, Edit. Guaymuras, 1983.
4.
Cfr.: Castejón, Lesly. La metáfora en “Un mundo para todos dividido”, de Roberto
Sosa. Tegucigalpa, Edit. UNAH, 1991. Cfr., sobre el mismo tema: Umaña, Helen. “Un
puente hacia la dignidad desde Un mundo para todos dividido”. En: Literatura hondureña contemporánea (ensayos).
Tegucigalpa, Edit. Guaymuras, 1986.
5.
Engelbert, J. Anne. “El llanto de las cosas”. En. R. Sosa, El llanto de las cosas.
Tegucigalpa, Edit. Guaymuras, 1995.
SARA ROLLA (Argentina, 1947). Profesora en Letras, en el grado de Licenciatura, otorgado por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, en 1971. Realizó un curso de posgrado sobre Filología Española en la Universidad de Málaga, España, en 1983. Ha impartido numerosas conferencias, que incluyen un ciclo sobre autores italianos en Radio Universidad de La Plata, en los años 1971, 1972 y 1986. Fue miembro del comité de redacción de la revista hondureña Tragaluz y del suplemento Umbrales del diario hondureño Tiempo, editado en San Pedro Sula. Es miembro, desde 2001, de la Academia Hondureña de la Lengua. Compiladora, junto a Manuel de Jesús Pineda, de la antología de cuentos hondureños para niños País de luceros, editada en 2007. Ha publicado, además, numerosos trabajos de análisis literario en diversos periódicos y revistas de Honduras, especialmente en la Revista de la Academia Hondureña de la lengua. Es autora del libro Itinerario poético de Roberto Sosa (Tegucigalpa, Litografía López, 2010).
CHRIS BUENO (Brasil, 1974). Fotógrafa y artista visual, su producción se centra en fotografías digitales, imágenes, apropiaciones de archivos antiguos resignificados a través de inteligencia artificial. El hilo conductor de la investigación es su experiencia subjetiva como mujer/artista/madre neuro-divergente. Sus investigaciones artísticas están asociadas a lo extraño y lo inconsciente, mediante el uso de técnicas fotográficas experimentales con filtros, luces y distorsiones. Con este tipo de intervenciones, la artista busca un paso hacia su universo íntimo y personal, arrojando luz sobre cuestiones sobre la salud mental y los tabúes que tal tema implica. Chris Bueno es el artista invitado en esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 244 | novembro de 2023
Artista convidada: Chris Bueno (Brasil, 1974)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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