Fábulas
de la garza desangrada está estructurado en la tradicional
–y aquí revitalizada por mucho– imagen del espejo. Incluso gráficamente está así
expresado por el hecho de que el primer poema del libro, “Envío”, se presenta también
como el último, pero invertida la tipografía. Los poemas “Pretalamio” y “Epitalamio”,
el segundo y penúltimo, respectivamente, constituyen también un juego de reflejos
que abraza las secciones que dan “centro” o eje al libro.
Pero
Fábulas es muchísimo más, obviamente, que una revitalización
particular del espejo como soporte metafórico. Estamos hablando de llevar ese divertimento
estructurante a una de las instancias más dramáticas en la poesía puertorriqueña
mediante la (re)presentación e impostación de las voces de mujeres de distinto origen
y rango: de la mitología clásica, del acervo bíblico, de la ficción renacentista,
del panteón literario boricua.
Fábulas
es una puesta en primer plano de un inventario de mujeres con vidas extraordinarias,
alegadamente virtuosas algunas y otras en las que la ira y la maldad, acompañadas
de la determinación, se presentan como recursos para la sobrevivencia y el triunfo,
para tomar su destino en sus manos o para convertirse, incluso, en asesinas justicieras.
Al
mismo tiempo, los poemas del libro constituyen las crónicas de un delirio: la mujer
sensata o, mejor dicho, de la que se esperan la sensatez y el cumplimiento de las
buenas costumbres, se ha vuelto loca, su cabeza se ha salido de su cauce y, harta
ya de hablar por voz de otros, los del dominio –sean estos el hombre, el estado
o la vida doméstica–, se lanza a hablar por su propia voz.
En
el centro de ese delirio hay una voz que es estruendosamente fuerte, gigante, conmovida
y conmovedora; en ese desvarío está instalado un yo poético que ha asumido un poder
tal que posee el mundo, no ya como Atlas, que lo carga gimiente y como castigo,
sino como la mujer representada en un poderosísimo dibujo de Mariantonia Ordóñez:
sentada sobre el globo terráqueo, sobre el mundo que ha aprendido y aprehendido,
sobre el mundo que analiza y devora, sobre el mundo que puede descartar cuando quiera
porque se lo ha apropiado a través de la invención literaria.
Las
mujeres sabias, debemos saber esto, se vuelven locas. Catalina, Antígona, Ariadna,
Dafne, Helena, Medusa, Desdémona, María Magdalena, Herodías, Dorotea, Francesca
y Julia se han vuelto locas por mano y voz de Rosario Ferré en este libro. En todas
estas notables mujeres, Rosario ha encontrado algo que le pertenece, algo que comparten.
Cada una de ellas es su doble, la otra abismal cuya carencia siente dolorosamente
desde hace tiempo, ésa que le devuelve la mirada desde un espejo que, en lugar de
ser fijo, inane, desmayado, es dinámico, diacrónico, se mueve como un alborotado
estanque que en sus ondas trae rastros de los poderosos reflejos que allí habitan.
En
uno de los versos de, justamente, el poema que le da título al libro –un texto relativamente
largo que podríamos apuntar de nacimiento, muerte y resurrección– nos dice la autora,
refiriéndose a una de esas otras que, en realidad, es ella misma: “su cuerpo es
una torre de vesania / girando eternamente en el vacío”. Pero recordemos que vesania,
del mismo modo que quiere decir demencia, locura, también quiere decir “furia”.
Que
alguien realice su autorretrato implica que se convierta, en este caso, en actriz,
que se pare de buenas a primeras en el centro de un escenario, miles de ojos y oídos
pendientes, y la actriz allí, sola, abocada a recitar un monólogo dramático –el
suyo propio, no parlamentos escritos por nadie más– cuyo lenguaje ha estado ensayando,
quizás, por años, por décadas. Se ha convertido en espectáculo y eso conlleva drama
porque poner las plantas de los pies en esa equis que se marca en el escenario como
una orden para que no se tenga duda de dónde ubicarse, el perseguidor (ese círculo
tan imprudente como terco en su afán de alumbramiento) hostigante tras su imagen
todo el tiempo… implica enfrentarse al conflicto entre las demandas interiores y
la represión externa, a la pugna entre el discurso interno y el discurso externo.
Implica sumergirse más aún en la fragmentación que se sufre como sujeto, en el riesgo
constante de llegar a la descomposición total, a la multitud de ecos entre los cuales
se tiene que reconocer la voz propia.
“Jamás
acatará / la autoridad constituida porque le falta el juicio”, nos dice Rosario
en el poema “Duelo entre hermanas”, en el que Antígona es la voz dominante que analiza
cómo funcionan los poderes del estado. Por lo tanto, aquella equis marcada no es
válida para estas mujeres ni para Rosario porque no van a obedecer las reglas. Sí
se plantó Rosario en el escenario y sí fue espectáculo, pero en la equis que a ella
le dio la gana, ésta, la de desnudarse y abrirse las vísceras para que todos tuvieran
acceso a su tormento después de darse cuenta de que todo el mundo en aquel entonces
–hablamos de los setenta y los ochenta– pensaba que, como dice en “Canto de Francesca”,
lo “tuvo todo para ser feliz”, pero optó por otras cosas, ¡la atrevida!!!! Como
todo el mundo –entiéndase la gente del mundo del que provenía– pensaba que estaba
loca, Rosario asumió esa suerte de locura en toda su lucidez literaria.
Puesto
de otra manera… Titulé este breve texto Prometea 30 años después porque
pienso que en aquel entonces, en pleno auge de su producción literaria y de su presencia
pública, a Rosario le abrían las entrañas tres criaturas:
–primero,
el águila de la más retrógrada opinión pública, que le devoraba el hígado cada vez
que podía por haberse atrevido a desafiar el orden impuesto por el padre, por la
sociedad ponceña, por la familia, por una clase social que no perdona las deserciones
de un modo tan público, tan político;
–segundo,
la paloma de la izquierda, cuyo pico no por ser de paloma dejaba de ser duro y horadante,
y que, habiendo llegado a su costado, la miraba con ojos de novedad, pero, también,
con sospecha o con oportunismo; y
Rosario,
consciente del falocentrismo de nuestra sociedad, de que ésta atenta, además, contra
la experiencia individual como fuente de conocimiento, expuso su muy privada e íntima
revolución personal en un libro femenino y feminista hasta el tuétano, en un libro
que tuvo un impacto enorme en las mujeres que lo leyeron en su momento, incluyéndonos
a nosotras, las poetas que compartimos el mismo momento histórico de formación.
Y aquí debo ampliar en el sentido de que cada una de nosotras, las mujeres de mi
generación –una generación marcada, precisamente, por la cantidad y calidad de las
mujeres escritoras… y disculpen que indirectamente me incluya– sí escribimos textos
en esa misma dirección, pero ninguno causaría la conmoción que los escritos por
Rosario. Ello es así por una razón sencillísima que, además, es insoslayable: precisamente
por tratarse de textos escritos por Rosario, por la hija de Luis Ferré, por la hija
eventualmente pródiga, por la loca desafiante, por la integrante de una clase económica
y social que accedió a la izquierda y al pueblo para que estos, a su vez, creyeran
que tenían acceso a ella.
En
aquel entonces y ahora, al releer este libro de Rosario, en realidad el recurso
oculto que nos seduce no es que estamos teniendo acceso directo a la persona real
que produce el texto, es decir, a Rosario, sino a nosotras mismas. Ella no nos está
hablando de Medusa o de Desdémona o de Julia, ni siquiera, repito, de Rosario: nos
está hablando de nosotras mediante la utilización del
Yo, la persona gramatical más efectiva, según Freud, para
lograr la identificación del lector.
Lo
que nos lleva al filón autobiográfico de esta colección de poemas, por lo que hay
que aclarar lo siguiente. Fábulas de la garza desangrada
es un libro extraordinario, no porque tenga esa ineludible dosis autobiográfica,
pues la biografía nunca es garantía de nada, y no es un libro excelente porque lo
haya escrito Rosario Ferré…
Es
un libro fuera de serie…
–porque
su autora, que da la casualidad que se llama Rosario Ferré, hace un acopio más que
lúcido de la tradición literaria femenina y de sus mujeres, reales o ficticias,
más notables,
–porque
nos ofrece dramáticas reversiones inéditas de esas mujeres y las ilumina con su
inteligencia y maestría literaria para presentarnos unos poemas, cada uno, redondos
y rotundos,
–porque
nos ofrece un orbe poético –un libro– que no desfallece en ningún momento y nos
mantiene en un “high” estético de principio a fin.
Loca
y heróica, Rosario nos puso a escuchar de otro modo a mujeres encasilladas en mito
o ficción de “establishment”. Exiliada dentro de su país y descastada entre todos,
creó un nuevo panteón femenino al cual recurrir para que, desde la poesía, las mujeres
puedan recordar y retomar su fuerza.
Lúcida
y magistral, Rosario –y aquí la parafraseo– “en combate sin término tornose cada
día / a reinventar lo que la vida le negaba”.
Ahora
que estamos a más de 30 años de las tumultuosas décadas del setenta y ochenta, en
momentos en que, sé, Rosario trabaja en sus Memorias, espero que recuerde que Fábulas de la garza desangrada marca un momento iluminado
de su carrera literaria. También espero que continúe sintiéndose igual que la Medusa
que nos dibujó, desafiante de su futuro de mito, feliz con su condición y sus serpientes,
y que nos hablaba, atada a la roca a la que la amarró el destino, sobre “la insistencia
de esta mujer en saber quién era, así como en determinar su propio destino”.
VANESSA DROZ (Puerto Rico, 1952). Poeta, editora, ensayista. Graduada en Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico (UPR), en Río Piedras, con una concentración en historia del arte. Posteriormente, tomó los cursos de la maestría en literatura comparada. Droz pertenece a la llamada “Generación del setenta” de escritores en Puerto Rico. Durante esa década, fue miembro de las principales revistas literarias del país: Zona Carga y Descarga y Penélope o el otro mundo. También formó parte del colectivo que produjo La sapa tse-tse, una innovadora publicación consistente de un sobre lleno de los textos de distintos autores, imágenes gráficas y material diverso, cada sobre con un contenido distinto de los demás. En 1980 fundó, junto con otras escritoras de su generación, la revista cultural Reintegro (de las artes y la cultura), que marcó un nuevo auge en la proyección de la literatura producida por los escritores de dicho grupo generacional. Actualmente, concentra su interés en la edición de textos, el diseño gráfico, la producción de publicaciones y la conceptualización y ejecución de proyectos especiales. Paralelamente, continúa trabajando en su escritura.
CHRIS BUENO (Brasil, 1974). Fotógrafa y artista visual, su producción se centra en fotografías digitales, imágenes, apropiaciones de archivos antiguos resignificados a través de inteligencia artificial. El hilo conductor de la investigación es su experiencia subjetiva como mujer/artista/madre neuro-divergente. Sus investigaciones artísticas están asociadas a lo extraño y lo inconsciente, mediante el uso de técnicas fotográficas experimentales con filtros, luces y distorsiones. Con este tipo de intervenciones, la artista busca un paso hacia su universo íntimo y personal, arrojando luz sobre cuestiones sobre la salud mental y los tabúes que tal tema implica. Chris Bueno es el artista invitado en esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 244 | novembro de 2023
Artista convidada: Chris Bueno (Brasil, 1974)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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