segunda-feira, 15 de julho de 2024

ALEJANDRA NANDAYAPA | Apuntes sobre Al amor también lo devoró la luz, de César Trujillo

 


Al amor también lo devoró la luz es un libro de poesía, pero también es un libro de fuego y amor. Se trata, pues, de una obra que nos habla de la concepción de la vida de una pareja instantes después del accidente nuclear de Chernóbil, sucedido el 26 de abril de 1986, bajo el antiguo régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Este suceso es considerado como una de las peores catástrofes de la historia, y junto con el accidente nuclear de Fukushima, sucedido en Japón en el 2011, se consideran como los más graves en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares. Esto, sin pasar por alto, que el accidente nuclear de Chernobil suele ser incluido entre los grandes desastres medioambientales registrados históricamente.

Fueron miles los afectados de este crimen de Estado. Dentro de la lista oficial de muertes, consideradas directas del accidente, se encuentra un grupo reducido de bomberos que fueron llamados a participar directamente en la “extinción del fuego”, sin que les explicaran, por supuesto, la magnitud del suceso al que se enfrentarían y las terribles consecuencias a las que estaban siendo expuestos, no solo ellos, sino su familia y el mundo entero.

Lo cierto es que estos hombres arriesgaron su vida para evitar que Chernóbil fuera una catástrofe mayor. Sin embargo, el alto nivel de radioactividad que recibieron, comenzó a pasarles factura de inmediato y los condenó a una muerte severa.

Uno de estos bomberos, protagonista de esta historia narrada por Trujillo en este libro de poesía, es Vasili Ivánovich Ignatenko, de quien la historia narra que comenzó a experimentar los efectos iniciales del Síndrome de Irradiación Aguda junto a sus demás compañeros, quienes fueron trasladados a una clínica para ser “atendidos”. Su esposa Liudmila, embarazada de seis meses en el momento del desastre, lo acompañó hasta el final, demostrando todo el amor que una persona puede dar a manos llenas pese a todo, pese a las consecuencias. Aunque intentaron salvarle la vida a Vasili, hasta con un trasplante de médula ósea donada por su hermana, no hubo éxito. Falleció a los 25 años, el 13 de mayo de 1986.

Más tarde, Liudmila dio a luz a una niña a la que llamó, según el deseo de Vasili, Natasha. La criatura, afectada por la radiación, sólo vivió algunas horas, fue enterrada con su padre. Es, cuenta Trujillo en uno de los poemas, como si la niña hubiera salvado a su madre, pues Liudmila a pesar de estar todo el tiempo con Vasili en el hospital no se contaminó con los altos niveles de radiactividad. La bebé, en cambio, recibió todo el impacto radiactivo y se convirtió en el receptor de toda esa bestia inyectada a la fuerza por el propio Estado.

El prólogo del libro, escrito por el poeta René Morales, plantea que sino hay literatura no hay memoria, y que aunque el autor no haya estado presente en este suceso en Chernóbil, alguien tiene qué escribir sobre lo que sucedió. Alguien tiene que dejar grabado los hechos pasados. Es decir, imaginarse los diversos escenarios y dejar testimonio, con la firme intención, también, de conocer la fuerza que tenemos, la bondad qué hay todavía en la humanidad y practicando siempre el ejercicio de sobreponerse a las desgracias.

Saber escribir tiene un valor incalculable en el ámbito académico, laboral y social, pues gracias a esta habilidad se puede comunicar y dejar constancia de nuestras ideas y sentimientos, tanto para los lectores como para nosotros mismos, y permite clarificar nuestros pensamientos y construir y edificar a partir de ellos.


Es por ello que este Al amor también lo devoró la luz, escrito por César Trujillo, y publicado por dos sellos editoriales (la Universidad Autónoma de Nuevo León y Anónima  Editores), está dividido en dos partes: la primera, escrita en verso libre, nos narra a Vasili, cuenta lo que él era, lo que anhelaba, hasta describir en lo que se convirtió con los roetgen sembrada a punta de cincel; la segunda parte del libro, escrita en prosa, la narra Liudmila, y ahí podemos sentir y apreciar la paciencia, la lealtad y el amor infinito. Ambas partes están sumamente cuidadas, con autenticidad y respeto. El libro culmina con dos poemas sueltos, y es el último “Chernóbil” quien da cuenta que esa tragedia, esa catástrofe, fue y sigue siendo el mismo régimen devorándonos.

Este libro, me atrevo a decir a título personal, también nos deja ver otra parte del autor, los que conocemos a César sabemos qué es una persona que sabe sobreponerse a todo. Por ello, los invito a acercarse a este maravilloso poemario, a leer la poesía, a consumir las obras de escritores chiapanecos y a nuestro autor, pero sobre todo a no dejar de escribir por y para la historia. Celebremos Al amor también lo devoró la luz y esperemos que César nos siga regalando historias que nos cuentan del mundo y que nos llenan el alma.

 

 

LIUDMILA

(Testimonios desde la clínica Schúkinskaya)

 

 

Una mariposa entró al cuarto. Sus alas enfriaron mi cuerpo. Con sus limpísimas patas tocó mi frente. La palabra —como un nervio reventando la carne—, sonó. No hacen falta trompetas (ni blanquísimos ángeles), hoy a todos nos tragará la luz.

 

***

 

Mi patria es su cuerpo lleno de ámpulas, la baba que le escurre, sus ojos marchitos. Mi patria son los dedos que le quedan, su respiración hendida y la tos que lo agita; es mi nombre en sus pesadillas, los roetgen que me regala; la niña en mi vientre que nunca verá a su padre vuelto una masa deforme y que, quizá, nacerá con la muerte en tiempos de verano.

 

***

 

Su nariz es un hilo rojo donde el mar Egeo baña los muslos de Kárpatos. Su piel se marchita bajo lo blanco de las sábanas. “¡Quiero una manzana!”, dice, mientras en mis manos queda un montón de cabello. Vasia ríe y yo, con el estómago vuelto un nudo, le doy un poco de leche para matar su angustia.

 

***

 

Antes de perder el cabello tenía la barba abundante y un bigote dorado como la luz del sol. En sus ojos cabía el Báltico y el vaivén de sus olas. Las gaviotas de Ross descansaban en sus arqueadas cejas y de su torso se desgarraba un tigre impreso con las fauces abiertas. No recuerdo ya si ocurrió de noche o al amanecer, pero se convirtió en un ser desdentado, con las alas marchitas y una herida que lo rasga como las lenguas del sol desde dentro.

 

***

 

Prípiat fue testigo de nuestras manos enlazadas: mi corazón agitado y sus zapatos que se clavaban como un hacha a los maderos tratando de sostenerme. Fueron testigos sus tirantes que se adherían a su espalda de donde solía guindarme para que me paseara entre las miradas de todos. ¡Éramos felices, Vasili!, sin el hollín gruñendo en tu vientre, sin el vaho bufando por tus ojos.

 

***

 

Con un líquido rosa acaricio su cuerpo. Su piel cae como la pera a la que la desnuda una navaja. Sonríe al techo, como si en la oscuridad encontrara mis palabras. “No tiene caso”, dice, y un cúmulo de baba le escurre. Finjo reír para hacer compañía a mi soledad.

 

NOTA

ALEJANDRA NANDAYAPA DE LA ROSA (Chiapa de Corzo, Chiapas, México, 1985). Comunicóloga y promotora cultural. Es maestra en Publicidad por el Instituto de Estudios Superiores de Chiapas y Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la misma casa de estudios. Ha colaborado en el periódico el Heraldo de Chiapas y en el departamento de comunicación social del Poder Judicial del Estado, así como en diversas actividades artísticas en pro de la promoción cultural de Chiapa de Corzo. Desde el 2019 es directora del Centro Cultural Exconvento Santo Domingo.

 


CÉSAR TRUJILLO (México, 1979). Ha publicado los poemarios Laberintos, Donde termina el país de las maravillas, De corazones y cardiopatías, Bitácora del capitán Francisco de Ulloa, Evocación de la infancia, Al amor también lo devoró la luz y La casa que fuimos. Ha sido antologado dentro y fuera del país. Su obra ha merecido el Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2017, el Premio Municipal de Poesía Juegos Florales San Marcos Tuxtla 2019 y el Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2019.
 

 


 

 


DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 253 | julho de 2024

Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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