Este
suceso es considerado como una de las peores catástrofes de la historia, y
junto con el accidente nuclear de Fukushima, sucedido
en Japón en el 2011, se consideran como los más graves en la Escala
Internacional de Accidentes Nucleares. Esto, sin pasar por alto, que el
accidente nuclear de Chernobil suele ser incluido entre los
grandes desastres medioambientales registrados históricamente.
Fueron
miles los afectados de este crimen de Estado. Dentro de la lista oficial de
muertes, consideradas directas del accidente, se encuentra un grupo reducido de
bomberos que fueron llamados a participar directamente en la “extinción del
fuego”, sin que les explicaran, por supuesto, la magnitud del suceso al que se
enfrentarían y las terribles consecuencias a las que estaban siendo expuestos,
no solo ellos, sino su familia y el mundo entero.
Lo
cierto es que estos hombres arriesgaron su vida para evitar que Chernóbil fuera
una catástrofe mayor. Sin embargo, el alto nivel de radioactividad que
recibieron, comenzó a pasarles factura de inmediato y los condenó a una muerte
severa.
Uno de
estos bomberos, protagonista de esta historia narrada por Trujillo en este
libro de poesía, es Vasili Ivánovich Ignatenko, de quien la historia narra que
comenzó a experimentar los efectos iniciales del Síndrome de Irradiación
Aguda junto a sus demás compañeros, quienes fueron trasladados a una clínica
para ser “atendidos”. Su esposa Liudmila, embarazada de seis meses en el
momento del desastre, lo acompañó hasta el final, demostrando todo el amor que
una persona puede dar a manos llenas pese a todo, pese a las consecuencias.
Aunque intentaron salvarle la vida a Vasili, hasta con un trasplante de
médula ósea donada por su hermana, no hubo éxito. Falleció a los 25 años,
el 13 de mayo de 1986.
Más
tarde, Liudmila dio a luz a una niña a la que llamó, según el deseo de Vasili,
Natasha. La criatura, afectada por la radiación, sólo vivió algunas horas, fue
enterrada con su padre. Es, cuenta Trujillo en uno de los poemas, como si la
niña hubiera salvado a su madre, pues Liudmila a pesar de estar todo el tiempo
con Vasili en el hospital no se contaminó con los altos niveles de
radiactividad. La bebé, en cambio, recibió todo el impacto radiactivo y se
convirtió en el receptor de toda esa bestia inyectada a la fuerza por el propio
Estado.
El
prólogo del libro, escrito por el poeta René Morales, plantea que sino hay
literatura no hay memoria, y que aunque el autor no haya estado presente en este
suceso en Chernóbil, alguien tiene qué escribir sobre lo que sucedió. Alguien
tiene que dejar grabado los hechos pasados. Es decir, imaginarse los diversos
escenarios y dejar testimonio, con la firme intención, también, de conocer la
fuerza que tenemos, la bondad qué hay todavía en la humanidad y practicando
siempre el ejercicio de sobreponerse a las desgracias.
Saber
escribir tiene un valor incalculable en el ámbito académico, laboral y social,
pues gracias a esta habilidad se puede comunicar y dejar constancia de nuestras
ideas y sentimientos, tanto para los lectores como para nosotros mismos, y
permite clarificar nuestros pensamientos y construir y edificar a partir de
ellos.
Este
libro, me atrevo a decir a título personal, también nos deja ver otra parte del
autor, los que conocemos a César sabemos qué es una persona que sabe
sobreponerse a todo. Por ello, los invito a acercarse a este maravilloso poemario,
a leer la poesía, a consumir las obras de escritores chiapanecos y a nuestro
autor, pero sobre todo a no dejar de escribir por y para la historia.
Celebremos Al amor también lo devoró la luz y esperemos que César nos
siga regalando historias que nos cuentan del mundo y que nos llenan el alma.
LIUDMILA
(Testimonios desde
la clínica Schúkinskaya)
Una mariposa entró
al cuarto. Sus alas enfriaron mi cuerpo. Con sus limpísimas patas tocó mi
frente. La palabra —como un nervio reventando la carne—, sonó. No hacen falta
trompetas (ni blanquísimos ángeles), hoy a todos nos tragará la luz.
***
Mi patria es su
cuerpo lleno de ámpulas, la baba que le escurre, sus ojos marchitos. Mi patria
son los dedos que le quedan, su respiración hendida y la tos que lo agita; es
mi nombre en sus pesadillas, los roetgen que me regala; la niña en mi vientre
que nunca verá a su padre vuelto una masa deforme y que, quizá, nacerá con la
muerte en tiempos de verano.
***
Su nariz es un hilo
rojo donde el mar Egeo baña los muslos de Kárpatos. Su piel se marchita bajo lo
blanco de las sábanas. “¡Quiero una manzana!”, dice, mientras en mis manos
queda un montón de cabello. Vasia ríe y yo, con el estómago vuelto un nudo, le
doy un poco de leche para matar su angustia.
***
Antes de perder el
cabello tenía la barba abundante y un bigote dorado como la luz del sol. En sus
ojos cabía el Báltico y el vaivén de sus olas. Las gaviotas de Ross descansaban
en sus arqueadas cejas y de su torso se desgarraba un tigre impreso con las
fauces abiertas. No recuerdo ya si ocurrió de noche o al amanecer, pero se
convirtió en un ser desdentado, con las alas marchitas y una herida que lo
rasga como las lenguas del sol desde dentro.
***
Prípiat fue testigo
de nuestras manos enlazadas: mi corazón agitado y sus zapatos que se clavaban
como un hacha a los maderos tratando de sostenerme. Fueron testigos sus
tirantes que se adherían a su espalda de donde solía guindarme para que me
paseara entre las miradas de todos. ¡Éramos felices, Vasili!, sin el hollín
gruñendo en tu vientre, sin el vaho bufando por tus ojos.
***
Con un líquido rosa
acaricio su cuerpo. Su piel cae como la pera a la que la desnuda una navaja.
Sonríe al techo, como si en la oscuridad encontrara mis palabras. “No tiene
caso”, dice, y un cúmulo de baba le escurre. Finjo reír para hacer compañía a
mi soledad.
CÉSAR TRUJILLO (México, 1979). Ha publicado los poemarios Laberintos, Donde termina el país de las maravillas, De corazones y cardiopatías, Bitácora del capitán Francisco de Ulloa, Evocación de la infancia, Al amor también lo devoró la luz y La casa que fuimos. Ha sido antologado dentro y fuera del país. Su obra ha merecido el Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2017, el Premio Municipal de Poesía Juegos Florales San Marcos Tuxtla 2019 y el Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2019.
DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.
Agulha Revista de Cultura
Número 253 | julho de 2024
Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
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